Capítulo XV

Alvin no se sintió relajado hasta encontrarse de nuevo en la cámara de las Vías Rodantes. Había existido el peligro que la gente de Lys hubiera podido detener el vehículo dándole marcha atrás y llevándole al punto de partida. Pero su vuelta fue una repetición, sin ningún inconveniente, de su anterior viaje en sentido contrario; cuarenta minutos después de abandonar Lys se hallaba en la Tumba de Yarlan Zey.

Los agentes del Consejo le estaban esperando, vestidos formalmente con sus uniformes oscuros, que seguramente no se habrían puesto desde siglos. Alvin no sintió sorpresa alguna, ni la más pequeña alarma por la recepción del comité. Había superado tantos obstáculos, que uno más no importaba. Había aprendido mucho desde que abandonó Diaspar y con tal conocimiento había llegado a un grado de confianza que bordeaba en la arrogancia personal. Por si fuera poco, contaba entonces con aquel aliado poderoso, aunque un tanto versátil. Las mejores mentes de Lys no habían sido capaces de interferir en sus planes, por tanto, estuvo convencido de que Diaspar no lo haría tampoco.

Existía un fundamento racional para su creencia; pero estaba basada en parte en algo más allá de todo razonamiento… una fe en su destino que había crecido en la mente de Alvin. El misterio de su origen, su éxito en haber hecho lo que nunca hizo otro hombre antes que él y la forma en que nuevas perspectivas se abrían a su vehemente pasión aventurera, todo ello, en conjunto, se añadía a su confianza en sí mismo. La fe en el propio destino fue uno de los mayores dones que los dioses hubieron puesto en la mano del hombre, aunque Alvin desconocía de qué forma a muchos les había conducido a los mayores desastres en el pasado.

—Alvin —dijo el jefe de los agentes de la ciudad— tenemos órdenes de acompañarte a donde quiera que vayas hasta que el Consejo haya oído tu caso y pronuncie el veredicto.

—¿De qué delito se me acusa? —preguntó Alvin. Aún se hallaba bajo la impresión del regocijo de haber escapado de Lys, y no tomó aquella situación demasiado en serio. Presumiblemente, Khedrom tuvo que haber hablado y en aquel instante sintió una cierta irritación contra el Bufón por haber traicionado su secreto.

—No se ha hecho todavía ningún cargo —fue la respuesta—. En caso necesario, se pronunciará tras haberte escuchado.

—¿Y cuándo será eso?

—Muy pronto, supongo. —El agente se hallaba evidentemente en un aprieto sin saber muy bien cómo manejar aquella situación. En un momento había tratado a Alvin como a un ciudadano miembro de la ciudad de Diaspar, y después tuvo que recordar sus deberes como guardián, teniendo que adoptar una actitud de exagerado retraimiento—. Ese robot —añadió señalando al compañero de Alvin— ¿de dónde proviene? ¿No es uno de los nuestros?

—No. Lo encontré en Lys, el país en donde he estado. Lo he traído para que confronte con el Computador Central.

Aquella tranquila declaración produjo una considerable conmoción. El hecho de que existiese algo fuera de Diaspar, ya era duro de aceptar; pero que Alvin hubiese traído con él, además, uno de sus habitantes y proponer su presentación al cerebro de la ciudad, era todavía peor. Los agentes se miraron entre sí, con tan alarmante desaliento, que Alvin apenas si pudo contener la risa que todo aquello estaba produciéndole.

Caminando a través del Parque, su escolta quedó discretamente detrás, cuchicheando entre ellos en animado coloquio entre susurros y Alvin consideró el próximo paso a dar. La primera cosa que tenía que hacer, era descubrir con exactitud qué es lo que había ocurrido durante su ausencia. Khedrom, le había dicho Seranis, había desaparecido como por arte de magia. En Diaspar existían incontables lugares donde una persona pudiese hallarse oculta, y puesto que el conocimiento del Bufón respecto a la ciudad, era insuperable, era poco verosímil que pudiera encontrarlo a menos que no reapareciera por su propia voluntad. Tal vez le habría dejado algún recado en cualquier sitio en que pudiera leerlo fácilmente y haber dispuesto una cita con él. Pero la presencia de los guardias hacían la cuestión imposible por el momento.

Tuvo que admitir que la vigilancia a que estaba sometido, era muy discreta. Para cuando llegó a su apartamento, casi había olvidado la presencia de los agentes. Imaginó que sus guardianes no interferirían sus acciones, a menos que intentase salir nuevamente de Diaspar, lo que no tenía la menor intención de hacer por algún tiempo. Estaba convencido, con toda seguridad, de que le habría resultado imposible volver a Lys por el camino seguido la primera vez. En aquel momento, sin duda alguna, el sistema de transporte subterráneo habría sido desconectado y puesto fuera de servicio por Seranis y sus colegas.

Los agentes no le siguieron hasta su apartamento; sabían que sólo tenía una entrada y se estacionaron al exterior. No teniendo instrucciones respecto al robot, dejaron que acompañara a Alvin. No era una máquina con la que sintieran el menor deseo de mezclarse, y puesto que su construcción era extraterrestre, con mucho mayor motivo. A deducir por su conducta, los guardianes no pudieron sacar en conclusión si era un sirviente pasivo de Alvin o si operaba por su propia voluntad. En vista de tal incertidumbre, les pareció lo mejor dejarla totalmente sola.

Una vez que la pared se hubo cerrado tras Alvin, éste materializó su diván favorito y se echó sobre él. Gozando de aquellas comodidades en lo que le era tan familiar, hizo una llamada a los circuitos de memoria para que le presentaran una escultura y una serie de pinturas que examinó con ojo crítico. Si antes habían fallado en complacerle del todo, ahora le resultaban doblemente fastidiosas, no pudiendo sentirse orgulloso de aquella maravilla tecnológica. La persona que había creado aquello, ya no existía, y en los pocos días que había estado ausente de Diaspar, le pareció que había reunido toda la experiencia de una larga vida.

Anuló aquellos productos de su adolescencia, suprimiéndolos para siempre, aparte de haberlos hecho volver a los bancos de memoria. La habitación está vacía de nuevo, aparte del diván en que se hallaba reclinado, con el robot que seguía impasible con sus ojos abiertos, incomprensibles y fantasmales. ¿Qué sería lo que el robot estaría pensando de Diaspar? Entonces recordó que en realidad, no era un extraño en la ciudad, ya que la había conocido en los últimos días de su contacto con las estrellas.

Hasta no haberse sentido completamente a gusto en su hogar, Alvin no cayó en la cuenta de llamar a sus amigos. Comenzó por Eriston y Etania, más bien como un deber que por el deseo de hablar con ellos. No se lamentó cuando el comunicador le informó de que no estaban visibles, dejando a ambos un breve recado de su vuelta. La cosa en sí resultaba completamente innecesaria, ya que por entonces todo el mundo en la ciudad sabría que había vuelto. Sin embargo, esperó que apreciarían su atención afectiva; Alvin había comenzado a aprender lo que significaba la consideración, aunque sin darse cuenta, que como todas las demás virtudes, apenas si tiene mérito de no ser espontánea y altruista, desprovista de todo egoísmo.

Después, actuando en un súbito impulso, llamó al número de Khedrom, el que hacía tiempo le había dado en la Torre de Loranne. No esperó, desde luego, obtener respuesta; pero siempre existía la oportunidad de que hubiera dejado algún mensaje para él.

Su suposición fue acertada: pero el mensaje fue de lo más sorprendente e inesperado.

La pared se disolvió y Khedrom apareció de pie frente a él. El Bufón aparecía cansado y nervioso, ya no era el hombre confiado en sí mismo y ligeramente cínico de siempre y que había puesto a Alvin sobre el camino hacia Lys. En sus ojos había una mirada temerosa y habló como si dispusiera de poco tiempo.

—Alvin —comenzó—, esto es sólo un registro ya efectuado por mi voz y mi imagen. Sólo podrás recibirlo; pero puedes hacer de ello el uso que creas conveniente. A mí no va a importarme. Cuando volví a la Tumba de Yarlan Zey, encontré que Mystra estaba siguiéndonos. Ella ha tenido que decir al Consejo que abandonaste Diaspar y que yo te ayudé. Muy pronto los agentes se pusieron en mi busca y decidí esconderme. Estoy acostumbrado a esto… ya lo he hecho antes cuando mis bromas fracasaron y no gustaron. (Aquello, al menos, era un gesto de humor de Khedrom). Ellos seguramente no me hubiesen encontrado en cien años, pero alguien estuvo a punto de hacerlo. Hay extranjeros en Diaspar, Alvin; sólo pueden proceder de Lys y me están buscando. No sé lo que esto pueda significar pero no me gusta ni pizca. El hecho de que casi estuvieran a punto de echarme el guante, aun estando en una ciudad que tiene que resultarles extraña por fuerza, sugiere que poseen poderes telepáticos. Yo podría enfrentarme con el Consejo; pero esto último es un peligro desconocido al que no tengo la menor intención de encararme.

»Me hallo, por tanto, anticipando un paso que creo que el Consejo me obligaría a dar, ya que me han amenazado antes en tal sentido. Voy a marcharme a donde nadie pueda seguirme, y donde escaparé a todos los cambios que pueda sufrir Diaspar, sean los que fueren. Tal vez cometa una estupidez con proceder así; esto es algo que el tiempo se encargará de demostrar. La respuesta, ya la conoceré algún día.

»En este momento, supongo que habrás imaginado que he vuelto a la Sala de la Creación, a la seguridad de los Bancos de Memoria. Suceda lo que suceda, deposito toda mi confianza en el Computador Central y en las fuerzas que controla en beneficio de Diaspar. Si algo se entremete en el Computador Central, todos estamos perdidos; en caso contrario, no tengo temor alguno.

»Para mí, parecerá que sólo habrá pasado un momento desde el instante en que vuelva a resurgir a la vida, de nuevo en Diaspar, de aquí a cincuenta o a cien años en el futuro. Me pregunto qué clase de ciudad me encontraré para entonces… Creo que será extraño si aún permaneces aquí; algún día, supongo, volveremos, no obstante, a encontrarnos. No sé si desear ese encuentro o temerlo.

»Nunca te he comprendido Alvin, aunque hubo un tiempo en que estuve seguro de que sí. Sólo el Computador Central conoce la verdad, como la conoce respecto a los otros Únicos que han ido apareciendo de tiempo en tiempo a través de las edades y que después han desaparecido y no vistos más. ¿Has descubierto lo que les ocurrió?

»Una razón por la que desaparezco hacia el futuro, supongo, es la de que soy un hombre impaciente. Quiero ver los resultados de lo que has empezado; pero al mismo tiempo, ansioso de suprimir los estados intermedios… que sospecho no van a ser muy agradables. Será interesante ver en aquel mundo, que sólo estará a unos minutos para mí, a partir de este momento, si se te recuerda como un creador o como destructor… o si eres recordado en absoluto.

»Adiós, Alvin… Había pensado en darte algún consejo; pero supongo que no lo tomarías. Sé que seguirás tu propio camino, como siempre lo has hecho y que tus amigos sólo serán herramientas para utilizarlas o descartarlas, según convenga a la ocasión.

»Esto es todo. No creo que tenga ya otra cosa que decirte.

Por un momento, Khedrom —el Khedrom que ya no existía, sino en forma de un dispositivo de cargas eléctricas en las células de memoria de la ciudad— miró a Alvin con resignación y al parecer, también con tristeza. Después, la pantalla quedó en blanco.

Alvin permaneció inmóvil durante largo rato, tras haberse desvanecido la imagen de Khedrom. Estaba rebuscando en lo profundo de su alma, como rara vez lo había hecho en su vida, ya que no podía negar la verdad de mucho de cuanto le había transmitido Khedrom en su mensaje final. ¿Cuándo se había detenido a pensar en todas sus aventuras y sus propósitos, en el efecto que sus acciones producían sobre sus amigos? Les había llevado la ansiedad, y pronto podría ser aún peor… todo a causa de su insaciable curiosidad y su urgencia por descubrir lo que no debería ser conocido, por saberlo todo, descubrirlo todo, a costa de lo que fuera…

Nunca había sentido demasiada simpatía por Khedrom, la absorbente personalidad del Bufón prevenía contra cualquier relación íntima, aunque Alvin lo hubiera deseado. Con todo, entonces, al pensar en las palabras de adiós a Khedrom, se encontró sacudido interiormente por el remordimiento. Por culpa de sus acciones, el Bufón había tenido que salir volando de su época para un desconocido futuro.

Pero seguramente, pensó Alvin, no tenía necesidad de reprocharse nada. Aquello probaba sólo una cosa que ya conocía: que Khedrom era un cobarde. Tal vez no fuese más cobarde de lo que cualquier otro lo fuese en Diaspar, pero tenía la adicional desgracia de poseer una poderosa imaginación. Alvin no podía aceptar ninguna responsabilidad por su destino, bajo ningún pretexto.

¿A quién más en Diaspar había molestado o producido algún daño? Pensó en Jeserac, su tutor, persona que había sido paciente con él, como el más difícil de sus discípulos. Recordó todas las pequeñas amabilidades que sus padres le habían dedicado durante sus años de vida y ahora que lo recordaba con más detenimiento, habían sido de mayor importancia que lo que él había supuesto.

Y pensó también en Mystra. Ella le había amado, y su amor había sido un juego para él, lo había tomado o dejado a puro capricho. Pero ¿cuál hubiera tenido que ser su conducta? ¿Habría sido la época más feliz si la hubiera despreciado completamente?

Entonces comprendió por qué no había amado a Mystra ni a ninguna de las mujeres que había conocido en Diaspar. Aquélla era otra lección aprendida en Lys. Diaspar había olvidado muchas cosas y entre ellas, era el verdadero significado del amor. En Airlee, había observado a las madres meciendo a los niños sobre sus rodillas e incluso él mismo había sentido la ternura por aquellas pequeñas e indefensas criaturas, sentimiento hermano gemelo del amor y totalmente falto de egoísmo. Y en Diaspar no existía ni una sola mujer que supiese o se hubiese preocupado de lo que una vez constituyó el principal objetivo del amor. En la ciudad inmortal no había emociones reales, pasiones profundas ni arraigados sentimientos. Quizá, tales cosas perdurasen a causa de su intrascendencia, ya que resultaría imposible que durasen para siempre en una ciudad, como Diaspar, que había subvertido todos los valores humanos en su inmortalidad.

Aquél fue el momento en que Alvin comprobó cuál tenía que ser su destino. Hasta entonces, había sido el agente inconsciente de sus propios impulsos. De haber podido conocer tan arcaica analogía, se hubiera comparado a sí mismo a un jinete montando a un caballo en una loca galopada. Le habría llevado a muchos lugares extraños y le habría mostrado y enseñado dónde quería realmente ir.

Aquella especie de ensoñación, se vio bruscamente interrumpida por el zumbador de la pantalla situada en la pared. El timbre le dijo en el acto que no era una proyección lejana, sino que alguien iba a verle en carne y hueso. Dio la señal de admisión y un momento después, estaba encarándose con Jeserac.

Su tutor tenía un aspecto grave, aunque no inamistoso.

—Se me ha pedido que te lleve ante el Consejo, Alvin —dijo—. Está esperando para escucharte. —Entonces Jeserac observó la presencia del robot y lo examinó cuidadosamente—. Vaya, conque éste es el compañero que has traído de tus viajes… Creo que será mejor que venga con nosotros.

Aquello le convenía a Alvin. El robot ya le había sacado de una situación realmente difícil y peligrosa una vez, y de nuevo podría volver a hacerlo. Trató de imaginarse qué había pensado aquella máquina respecto a las aventuras y vicisitudes en las que había estado implicado, y deseó por milésima vez haber podido comprender lo que existía dentro de aquel fabuloso cerebro, impenetrable y misterioso. Alvin había llegado a la conclusión de que por el momento, el robot había determinado esperar, analizar y sacar sus propias conclusiones, sin poner nada de su propia voluntad, hasta que juzgase llegado el tiempo oportuno. Después, tal vez y de forma repentina, decidiese actuar, sin saber si su actuación favorecería o perjudicaría los planes de Alvin. El único aliado con que contaba el joven estaba por el momento encerrado en sí mismo y ligado a él por los lazos más tenues del propio interés, pudiendo abandonarle en cualquier momento dado.

Mystra estaba aguardándole en la rampa que conducía a la calle. Aunque Alvin hubiese querido reprocharle por la parte que hubiera jugado revelar su secreto, no tuvo corazón para hacerlo. Resultaba evidente la desolación de la chica y sus ojos brillaban llenos de lágrimas mientras corría a saludarle.

—¡Oh, Alvin! —le dijo llorando—. ¿Qué es lo que van a hacer contigo?

Alvin le tomó las manos con una ternura que sorprendió a ambos.

—No te preocupes, Mystra —le dijo—. Todo irá bien. Después de todo, y como lo peor, el Consejo me enviará de nuevo a los Bancos de Memoria… pero de alguna forma el corazón me dice que no va a ocurrir así.

Su belleza y su pena resultaban tan impresionantes en aquel momento, que Alvin sintió su cuerpo responder a su presencia al viejo estilo. Pero era sólo el señuelo de su cuerpo, que no desdeñó, y procuró descartar inmediatamente sus sentimientos. Gentilmente se desprendió de sus manos y se volvió hacia Jeserac encaminándose ambos a la Cámara del Consejo.

El corazón de Mystra quedó solitario; pero sin amargura, al observar a Alvin alejarse entonces. Sabía que no le había perdido ya que nunca le había pertenecido por entero a ella. Y con la aceptación del hecho concreto, Mystra trató de superar aquellas vanas lamentaciones.

Alvin apenas si se dio cuenta de las curiosas y aterradas miradas de sus conciudadanos mientras que caminaba por las calles en compañía del fantástico robot y de su tutor. Se hallaba preocupado en instrumentar los argumentos que debería usar en el tribunal y de arreglar su relato de la forma más favorable para él. De vez en cuando se aseguró a sí mismo de no sentir miedo y de que seguía siendo dueño de la situación.

Esperaron unos minutos en la antecámara aunque le resultó demasiado tiempo para imaginar el porqué. Si creyó no sentir temor alguno, sus piernas le temblaban ligeramente de una forma curiosa. La única vez anterior que había conocido tal sensación, fue cuando se había esforzado en subir las colinas distantes de Lys, donde Hilvar le había mostrado la catarata y desde cuya cima hubieron sido testigos de la explosión de luz procedente de Shalmirane. Entonces pensó en Hilvar y qué sería lo que estaría haciendo en aquel momento y si volviesen a verse de nuevo alguna vez. De repente, sintió que aquello debería producirse a toda costa.

Se abrieron las grandes puertas y siguió a Jeserac hasta el interior de la Cámara del Consejo. Sus veinte miembros ya estaban sentados alrededor de la mesa en forma de media luna creciente y Alvin se sintió aplanado al comprobar que no había ningún lugar vacante. Aquélla tenía que ser la primera vez en muchos siglos, en que la totalidad del Consejo se hubiese reunido, sin una simple abstención. Aquellas raras reuniones, eran usualmente de una mera formalidad, ya que los asuntos corrientes se trataban con una simple llamada o conversación por el visífono y de ser preciso, una entrevista entre el Presidente y el Computador Central.

Alvin conocía de vista a la mayor parte de los miembros del Consejo y se sintió más seguro al ver a su alrededor muchos rostros familiares. Como Jeserac, no tenían aspecto hostil hacia él, sino más bien de hallarse ansiosos y confundidos. Después de todo, todos eran hombres razonables y comprensivos. Podían molestarse de que cualquiera les demostrase que estaban equivocados; pero Alvin no creyó que ninguno de ellos le guardase ningún resentimiento. En tiempos pasados, aquello habría sido una falsa presunción, pero la naturaleza humana había mejorado mucho en ciertos aspectos.

Le escucharían en su relato; pero lo que aquellos miembros pensaran, no tendría demasiada importancia. Su juez no sería entonces el Consejo. Lo sería el Computador Central.