Capítulo XIV

La jornada de regreso a Airlee duró casi tres días, en parte porque Alvin, por razones personales, no tenía demasiada prisa en hacerlo antes. La exploración física de Lys ocupaba entonces un puesto de segunda importancia en los propósitos del joven, no reduciéndose más que a un proyecto excitante, mientras que se dedicaba casi por entero a ir tomando contacto con aquel ente extraño y de obsesionada inteligencia, que entonces se había convertido en su compañero.

Sospechó que el robot estaba intentando utilizarle para sus propios fines, lo que no habría sido más que una poética justicia. No pudo tampoco tener la certidumbre de cuáles pudieran ser tales propósitos, puesto que la misteriosa máquina rehusaba sistemáticamente el hablar con él. Por alguna razón suya, tal vez el miedo que el Maestro hubiese depositado en su mente para que no descubriese algunos de sus muchos secretos, disponiendo sólidos bloqueos mentales sobre sus circuitos de lenguaje, por lo que los intentos que hizo Alvin fueron del todo infructuosos. Incluso las preguntas indirectas tales como "si no dices nada, asumiré que dices sí"; fallaron también por completo. El robot era demasiado inteligente como para ser atrapado en trucos semejantes.

En otros aspectos, sin embargo, se mostró más dispuesto a colaborar. Obedecía órdenes que no requerían el uso del lenguaje o información revelada. Tras cierto tiempo, Alvin descubrió que podía controlarlo al igual que solía hacer y a ello estaba acostumbrado con los robots de Diaspar, sólo con el pensamiento. Aquél fue un gran paso hacia delante, y poco más tarde, aquella criatura —ya que resultaba muy difícil llamarla máquina— relajó su guardia recelosa y le permitió mirarle a los ojos. Parecía no poner inconvenientes a tal sistema de información mutua, aunque pasiva en cierta forma, pero continuó entorpeciendo todo intento de llegar a la intimidad.

Ignoró por completo la existencia de Hilvar; no habría obedecido ni una sola de sus órdenes y su mente aparecía cerrada para el joven de Airlee a toda prueba. Al principio, aquello constituyó una cierta decepción para Alvin, quien había esperado que con los grandes poderes mentales de Hilvar, se hallara en condiciones de forzar el cierre de aquel tesoro, un cofre sin precio de recuerdos bien guardados y preciosos. Más tarde, acabó comprendiendo la ventaja de poseer un sirviente que no obedecería a nadie más en el mundo.

El miembro de la expedición que más fuertemente objetó contra la presencia del robot fue Krif. Tal vez se imaginase que entonces constituía un rival o quizá desaprobase, en principios generales, a cualquier otra criatura que volase sin tener alas. Cuando nadie le miraba, hizo diversos intentos de asaltar al robot, que le había puesto furioso hasta la exasperación, sencillamente por no haberle hecho el menor caso, ni le había dedicado la menor atención. Eventualmente, Hilvar pudo calmarlo y en el viaje de retorno a Airlee en el coche todo terreno, Krif pareció haberse resignado finalmente a semejante situación. El robot y el insecto escoltaron al vehículo mientras que seguía deslizándose silenciosamente a través de los campos y los bosques, cada uno cerca de su respectivo dueño y pretendiendo que su rival ni siquiera estaba a la vista.

Seranis ya estaba esperándoles, al llegar el coche flotando a Airlee. "Era imposible sorprender a aquella gente", pensó Alvin. Sus mentes entrelazadas permanecían en íntimo contacto con cualquier cosa que ocurriese en su territorio. Trató de imaginarse cómo habrían reaccionado ante el conocimiento de sus aventuras en Shalmirane, que presumiblemente deberían ya conocer todos en Lys.

Seranis daba el aspecto de estar preocupada y más incierta de lo que Alvin jamás la hubiera visto antes, recordando la elección que tenía planteada ante él. En la excitación de aquellos últimos días casi lo había olvidado; Alvin no quiso gastar energías para enfrentarse con problemas que aún no se habían presentado en el futuro. Pero aquel futuro estaba ahora frente a él, y era preciso que decidiese en cuál de los dos mundos se quedaría a vivir.

La voz de Seranis aparecía turbada cuando comenzó a hablar y Alvin tuvo la súbita impresión de que algo había ido torcido con los planes que Lys había hecho para él. ¿Qué podía haber ocurrido durante su ausencia? ¿Habrían enviado emisarios a Diaspar para entrometerse en la mente de Khedrom… y habían fracasado en su cometido?

—Alvin —comenzó a decirle Seranis—. Hay muchas cosas que no te dije antes, pero que es preciso que sepas, si quieres en verdad comprender el alcance de nuestras acciones. Ya sabes una de las razones para haber llegado al aislamiento de nuestras dos razas. El temor a los Invasores, y la oscura sombra de las profundidades de la mente humana, hicieron que tu pueblo volviese la espalda al mundo y se encerrase en sus propios sueños. Aquí en Lys, ese temor nunca fue tan grande, aunque nos hemos preocupado por la llegada de ese ataque final. Tenemos mejores razones para justificar nuestras acciones y lo que hicimos, lo hicimos con los ojos abiertos y con toda consciencia.

»Hace mucho tiempo, querido Alvin, los hombres buscaron la inmortalidad y acabaron lográndola. Olvidaron que en un mundo en que se ha barrido la muerte, también ha desaparecido el nacimiento de las criaturas. El poder de extender la vida indefinidamente, puede aportar un gran contento al individuo aislado; pero comporta el estancamiento de una raza. Hace ya edades de tiempo en el pasado, que nosotros sacrificamos nuestra inmortalidad; pero Diaspar aún continúa con ese falso sueño. Esa es la causa fundamental de que nuestros caminos se apartasen… y por qué nunca más deben volver a reunirse».

Aunque aquellas palabras eran algo casi esperado de parte de Alvin, su exposición concreta no dejó de causar una profunda impresión en el joven de Diaspar. Así y todo, Alvin rehusó admitir el fracaso de sus planes —medio formados como aún estaban—, y sólo una parte de su cerebro escuchaba a Seranis en aquella ocasión. Comprendió y tomó buena nota de sus palabras; pero la parte consciente de su mente iba rehaciendo el camino de vuelta a Diaspar, tratando de imaginar qué clase de obstáculos hubieran podido interponerse ahora en su vuelta.

Seranis aparecía claramente desgraciada. Su voz era una súplica conforme hablaba y Alvin comprendió que no sólo le hablaba a él, sino a su hijo. Ella debió darse cuenta del afecto y la comprensión que había surgido y afianzado entre ellos durante los días que pasaron juntos en sus exploraciones. Hilvar escuchaba atentamente a su madre mientras hablaba; y Alvin creyó ver en su mirada que no sólo le parecía algo despectivo, sino que implicaba una cierta censura.

—No queremos que hagas nada contra tu libre voluntad —continuó Seranis— pero sí queremos que te des cuenta de lo que significaría si nuestro pueblo se conoce de nuevo con el de Diaspar. Entre nuestra y cultura y la vuestra ha existido un abismo tan grande como el que separó a la Tierra de sus antiguas colonias del espacio. Piensa bien en este solo hecho, Alvin. Tú y mi hijo Hilvar, sois casi de una misma edad ahora… pero tanto él como yo habremos muerto siglos antes de que tú dejes todavía de ser joven. Y ésta es sólo la primera de una indefinida serie de vidas.

La habitación quedó silenciosa, tan en silencio y en calma, que Alvin pudo oír claramente los extraños y quejumbrosos gritos de los animales sueltos por los campos existentes más allá de la población. Entonces, como en un murmullo, se dirigió a Seranis.

—Bien… ¿qué es lo que quiere que haga?

—Esperamos haberte dado la oportunidad para que eligieses él quedarte aquí o volver a Diaspar; pero ahora esto es imposible. Han ocurrido demasiadas cosas para dejarte esa elección en tus manos. Incluso en el breve tiempo que has permanecido entre nosotros tu influencia ha resultado altamente perturbadora. No es que lo repruebe, estoy segura de que no has tenido la menor idea de causar ningún daño. Pero creo que hubiera sido mucho mejor haber dejado a esas criaturas halladas en Shalmirane que hubieran seguido su propio destino. Y por lo que respecta a Diaspar… —Seranis hizo entonces un gesto de disgusto—. Demasiada gente sabe ahora dónde has ido; no actuamos a tiempo. Y lo que es más serio aún, el hombre que te ayudó a descubrir Lys ha desaparecido como tragado por la tierra; ni tu consejo ni nuestros agentes lo han podido localizar por ninguna parte, por lo que permanece como un peligro potencial para nuestra seguridad. Quizá te sorprenda que te diga esto; pero resulta más seguro para mí él hacerlo. Me temo que sólo tengamos una elección que hacer; tendremos que devolverte a Diaspar con una serie falsa de recuerdos en tu memoria. Estos recuerdos han sido construidos con gran cuidado, de tal forma, que cuando regreses a tu ciudad, no sabrás nada sobre nosotros. Creerás en lo sucesivo, que todo esto ha ocurrido en alguna sombría caverna subterránea y en alguna de esas peligrosas aventuras a que sois tan aficionados allá en tu ciudad. Para el resto de tu vida, seguirás creyendo que ésa ha sido la verdad y todo el mundo en Diaspar aceptará esa versión como cierta. Por tanto, no habrá ningún misterio que seduzca como un señuelo a futuros exploradores, y creerán que ya saben todo lo que es posible conocer respecto a una ciudad misteriosa llamada Lys. —Seranis hizo una pausa y miró a Alvin con ojos de ansiedad—: Lamentamos sinceramente que esto sea necesario, querido Alvin, y te rogamos nos perdones mientras puedas recordarnos. Puede que tú no aceptes nuestro veredicto; —pero nosotros conocemos muchas cosas que siguen estando ocultas para ti. Al menos no tendrás nada que lamentar, ya que creerás en lo sucesivo que has descubierto todo lo que habría que descubrir.

Alvin trató de imaginar si todo aquello sería cierto. No podía estar seguro de que volviera a acostumbrarse a la rutina de la vida en Diaspar, incluso aunque se hubiese convencido a sí mismo de que nada qué valiese la pena existiese más allá de sus murallas. Y lo que era más aún, no tenía la intención de ponerlo a prueba.

—¿Cuándo desean ustedes someterme a ese… tratamiento? —preguntó Alvin.

—Inmediatamente. Estamos dispuestos ya. Abre tu mente a la mía, como hiciste en la ocasión anterior y nada sabrás ya hasta que te encuentres de vuelta en Diaspar.

Alvin permaneció silencioso unos momentos. Después, dijo con calma:

—Me gustaría despedirme de Hilvar.

Seranis hizo un gesto afirmativo.

—Comprendo. Dejaré que te ausentes durante un rato y vuelvas cuando estés dispuesto a someterte a la prueba. —Seranis se levantó y se dirigió por la escalera que conducía hacia abajo y al interior de la casa, dejándole solo en la terraza.

Tenía ante sí algún tiempo antes de hablar con Hilvar. Sentía una gran tristeza; pero con todo una inquebrantable determinación hizo que no estuviese dispuesto a aceptar el naufragio de todas sus esperanzas. Miró una vez más sobre la población en la que había encontrado una cierta medida de una desconocida felicidad, que nunca podría volver a ver si permitía que aquellos que se ocultaban tras Seranis llevaran a cabo su propósito. El coche que habían utilizado en la exploración continuaba detenido bajo uno de los árboles próximos a la residencia de Seranis, con el paciente robot colgando en el aire sobre él. Unos cuantos chiquillos se habían reunido para examinar a aquel extraño recién llegado a Airlee; pero ninguno de los adultos parecía estar especialmente interesado en su presencia.

—Hilvar —dijo bruscamente Alvin—. Lamento sinceramente todo esto.

—Y yo también —repuso Hilvar, con una voz inestable a causa de la emoción—. Había esperado que te hubiera gustado quedarte aquí…

—¿Crees que lo que quiere Seranis es lo correcto?

—No reproches nada a mi madre. Ella sólo está haciendo lo que se le ha pedido que haga —replicó Hilvar. Aunque no había respondido a la pregunta, Alvin no tuvo corazón para repetir la cuestión de nuevo. Resultaba poco leal poner una nueva preocupación sobre la amistosa lealtad de su amigo.

—Dime una cosa, entonces —dijo Alvin—. ¿Cómo podría tu pueblo detenerme si intento marcharme con mis recuerdos intactos?

—Sería de lo más fácil. Si tratas de escaparte, ejerceríamos nuestro control mental sobre ti y te obligaríamos a volver.

Alvin no podía esperar tanto y se sintió descorazonado. Deseó haber confiado en Hilvar, que sinceramente se hallaba trastornado por la inminente separación; pero no se atrevía a arriesgar el fracaso de sus planes. Cuidadosamente y comprobando detalle por detalle, fue trazando el único camino que le llevaría de vuelta a Diaspar en los términos que él deseara.

Existía un riesgo al que tenía que dar frente y contra el cual no podía hacer nada para autoprotegerse. Si Seranis rompía su promesa y se entrometía en su mente, toda su cuidadosa preparación para sus planes resultaría vana en absoluto.

Alargó una mano a Hilvar que su amigo estrechó con fuerza y efusivamente, incapaz de hablar una palabra.

—Vayamos al encuentro de Seranis —dijo Alvin—. Me gustaría ver a ciertas personas de la población antes de irme.

Hilvar le siguió silenciosamente, en el frescor y la quietud de la casa y después por la salida y en la franja circular de hierba multicolor que circundaba la residencia. Seranis estaba esperándole allí, con un aspecto calmoso y resuelto. Sabía que Alvin intentaba ocultarle algo y pensó de nuevo en las precauciones tomadas al respecto. Como un hombre flexiona sus músculos antes de realizar un gran esfuerzo, ella se dispuso a actuar a través de las pautas compulsorias que debería poner en uso.

—¿Estás dispuesto, Alvin?

—Completamente dispuesto —replicó el joven, aunque por el tono de su voz, Seranis le miró con más agudeza que de costumbre.

—Entonces, será mejor que relajes tu mente hasta dejarla en blanco como hiciste antes. No sentirás nada, ni conocerás nada tampoco, después de esto, hasta que te encuentres de nuevo en Diaspar.

Alvin se volvió a Hilvar y le dijo en un murmullo inaudible para Seranis:

—Adiós, Hilvar. No te preocupes… volveré. —Y se volvió de nuevo hacia Seranis.

—No tengo ningún resentimiento por lo que está tratando de hacerme —dijo a Seranis—. Sin duda creo que esto es lo mejor; pero a pesar de todo, pienso que está usted completamente equivocada. Diaspar y Lys no deberían permanecer apartadas para siempre. Yo vuelvo a mi hogar con todo lo que he aprendido… y no creo que usted pueda detenerme.

No esperó más tiempo. Seranis, que no se había movido de donde estaba, pareció actuar de forma que Alvin sintió que su cuerpo se escapaba de todo control. Los poderes que estaban actuando sobre su voluntad eran mucho más fuertes de lo que había esperado y se dio cuenta exacta de que muchas mentes ocultas tenían que estar ayudando a Seranis. Sin poder evitarlo, comenzó a marchar de regreso a la casa y por un momento angustioso, creyó que todos sus planes estaban condenados al fracaso más rotundo.

Pero entonces se produjo un relámpago de acero y cristal y unos brazos metálicos se cerraron rápidamente alrededor de su cuerpo. Intentó luchar contra aquello, instintivamente; pero toda su lucha resultó infructuosa. El suelo comenzó a alejarse de sus pies y captó una mirada rápida de Hilvar helado por la sorpresa, y con una sonrisa casi estúpida extendida por su rostro.

El robot estaba llevándole a una docena de pies de altura sobre el suelo, mucho más rápidamente de lo que un hombre pudiera correr con todas sus fuerzas. A Seranis le llevó un instante el comprender la astucia y su lucha se desvaneció al relajar ella su control mental. Pero Seranis no se consideró todavía fracasada y en seguida ocurrió lo que Alvin había temido y por lo que había luchado en contrarrestar.

En su mente existió entonces como la lucha de dos entes combatiendo entre sí y una de ellas rogaba al robot, suplicándole que le dejase caer. El Alvin real esperó, casi sin aliento, resistiendo solamente un poco contra fuerzas que sabía no estaba capacitado para enfrentarse. Había jugado su partida, no había forma de expresar de antemano si su incierto aliado obedecería sus órdenes, tan complejas como las que se le habían dado. Bajo ninguna circunstancia, le había dicho al robot, tenía que obedecer a cualquier orden ulterior hasta que él se encontrase seguro en Diaspar. Aquéllas habían sido sus órdenes terminantes. De ser obedecidas, Alvin había situado su destino más allá del alcance de cualquier interferencia humana. Sin dudar un solo instante, la misteriosa máquina corrió a todo lo largo del camino que cuidadosamente había trazado para ella. Una parte de él aún estaba rogando irritadamente que se le soltase; pero comprendió que entonces podía considerarse seguro. Y por entonces, Seranis debió haberlo comprendido también, ya que las fuerzas que combatían en el interior de su cerebro dejaron de hacerse la guerra. Una vez más, se sintió en paz, como hacía milenios un antiguo aventurero había estado; cuando amarrado al mástil de su nave, había escuchado el canto de las sirenas desvanecerse en un oscuro y proceloso mar.