El Maestro había venido a la Tierra, entre el caos de los Siglos de la Transición, cuando el Imperio Galáctico estaba hundiéndose, aunque las líneas de comunicación entre las estrellas no se habían roto todavía. Había sido de origen humano, aunque su hogar lo había constituido un planeta en órbita alrededor de uno de los Siete Soles. Mientras que todavía era joven, se había forzado a abandonar su planeta nativo y su recuerdo le había hechizado durante toda su vida posterior. Su expulsión se la reprochó a sus vengativos enemigos; pero el hecho es que sufrió de una incurable manía morbosa, que al parecer, atacaba sólo al homo sapiens entre todas las demás razas inteligentes del universo. Aquella enfermedad, en realidad, era una manía religiosa.
A todo lo largo de la más joven parte de su historia, la raza humana, había ido aportando la presencia de una sucesión sin fin de profetas, videntes, mesías y evangelistas convencidos ellos mismos y que convenciendo a sus seguidores de que tan sólo ellos poseían los secretos revelados del universo. Algunos de ellos tuvieron éxito, al haber establecido religiones que sobrevivieron durante muchas generaciones e influenciaron a miles de millones de hombres; otros fueron olvidados a poco de su muerte.
El resurgir de la ciencia, que con tan monótona regularidad fue refutando la cosmología de los profetas y produciendo milagros que ellos jamás pudieron alcanzar, fue destruyendo poco a poco y eventualmente todas aquellas formas de fe. Pero no fue capaz de destruir el asombro, el miedo o la reverencia y humildad que todo ser inteligente siente ante la contemplación del fantástico universo en que se encontraron a sí mismos. Pero sí fueron debilitándose y finalmente se olvidaron, las incontables religiones, cada una de las cuales, a su vez, reclamaba con increíble arrogancia que era por sí el único depósito de la Verdad y que sus millones de rivales y predecesores, estaban en un completo error.
Con todo, aunque nunca poseyeron cualquier poder efectivo, una vez que la humanidad logró un elemental nivel de civilización, a través de las edades, fueron reapareciendo cultos aislados y a pesar de lo fantástico de sus credos siempre se las habían arreglado para atraer a un cierto número de discípulos. Estos, reverdecían sus fueros en especial durante los períodos de confusión y desorden; no siendo por tanto ninguna sorpresa que durante los Siglos de la Transición, se hubiese contemplado en la Tierra un gran estallido de irracionalidad. Cuando la realidad era deprimente, los hombres trataban de consolarse a sí mismos con la ayuda de los mitos.
El Maestro, aun habiendo sido expulsado de su propio mundo, no lo dejó desprovisto. Los Siete Soles habían sido el centro del poder galáctico y el núcleo de la ciencia y él tuvo que haber poseído amigos de influencia. Había pues, llevado a cabo su Hégira en un pequeño, pero rápido navío espacial, reputado como uno de los más rápidos jamás construido hasta entonces. Al marcharse al exilio se llevó con él a uno de los últimos productos de la Ciencia Galáctica… el robot con quien se habían encarado Hilvar y Alvin en Shalmirane.
Nadie podía saber el alcance verdadero de su talento ni sus funciones. Ciertamente, que en determinada extensión, se había convertido en el alter ego del Maestro; sin él, la Religión de los Grandes, se habría colapsado probablemente tras la muerte del Maestro. Juntos, habían vagabundeado erráticamente entre las nubes de estrellas un rastro en zigzag que les condujo, al fin, y ciertamente no por accidente, al mundo de origen en el cual, el Maestro y sus antepasados habían surgido a la vida.
Se habían escrito bibliotecas enteras con relación a la leyenda, cada uno de cuyos libros estaba redactado inspirándose en todo un amasijo de comentarios hasta que por una especie de reacción en cadena, se perdieron los volúmenes originales enterrados en una montaña de exégesis y anotaciones. El Maestro se había detenido y hecho escala en muchos mundos, haciendo un gran número de discípulos y adictos entre diversas razas. Su personalidad, tuvo que haber sido de un inmenso poder, como para haber inspirado sus principios tanto a humanos como a otras criaturas extraterrestres, y sin duda que la religión predicada por el Maestro debió tener un gran atractivo, conteniendo mucho de noble y elevado. Probablemente, el Maestro fue el mesías de más éxito de todo el género humano, siendo el último de todos ellos. Ninguno de sus predecesores tuvo tantos conversos, ni sus enseñanzas llevadas a través de inmensos abismos del espacio y del tiempo.
Ni Hilvar, ni Alvin pudieron descubrir con certeza el contenido de aquellas enseñanzas. El gran pólipo hizo cuanto estuvo en su poder para convencerles; pero muchas de las palabras utilizadas eran algo sin ningún significado para los dos jóvenes, teniendo el hábito de repetir sentencias o discursos completos con una especie de viva y mecánica rutina, cuyo seguimiento resultaba muy difícil. Tras un buen rato, Hilvar hizo cuanto pudo para derivar la conversación lejos de aquel maremágnum de teología, con objeto de concentrarse en hechos averiguables.
El Maestro y la pandilla de sus más fervorosos seguidores, habían llegado a la Tierra en los días anteriores a la ruina de las ciudades, mientras que todavía el Puerto de Diaspar permanecía abierto al camino de las estrellas. Habían llegado en naves de todo género; los pólipos por ejemplo en una repleta de agua marina, que constituía su medio ambiente natural. Tanto si su movimiento fue o no bien recibido en la Tierra, era algo incierto; pero al menos, no pareció encontrar oposición violenta y tras ulteriores desplazamientos se asentaron definitivamente entre las montañas y los bosques de Lys.
Al final de su dilatada vida los pensamientos del Maestro volvieron, una vez más, hacia la patria de donde había sido exiliado, solicitando de sus amigos que le siguieran hacia los espacios abiertos desde donde contemplar las estrellas. El Maestro había esperado, mientras que sus fuerzas se desvanecían, hasta la culminación de los Siete Soles y ya próximo al fin, había farfullado muchísimas cosas en las cuales se inspiraron centenares de libros de interpretación con destino a las edades del futuro. Una y otra vez hablaba siempre de los "Grandes", que habían abandonado su espacio en el Universo, afirmando que llegarían un día encargando a sus discípulos y seguidores que aguardasen para darles la bienvenida cuando llegaran a la Tierra. Aquellas habían sido sus últimas palabras racionales. Después nunca permaneció consciente de su entorno y poco antes de su muerte, había pronunciado una frase que se había conservado a través de las edades para hechizar las mentes de cuantos la oyeron:
"Es hermoso contemplar las sombras de color en los planetas de la luz eterna." Y después murió.
A la muerte del Maestro, muchos de sus seguidores se dispersaron; pero otros permanecieron fieles a sus enseñanzas, que después fueron minuciosamente elaboradas al paso de los tiempos. Al principio creían que los Grandes fuesen quienes fuesen llegarían pronto; pero tal esperanza fue desvaneciéndose con el paso de las edades. La historia en aquel punto, se hacía ya más confusa, pareciendo que la verdad y la leyenda se hubiesen entrelazado inextricablemente. Alvin sólo pudo captar la imagen vaga de generaciones de fanáticos esperando algún determinado y gran acontecimiento, cuya localización resultaba incomprensible en ninguna fecha determinada en el futuro.
Los Grandes no llegaron jamás. El poder del movimiento fue fallando lentamente y la desilusión hizo presa en sus discípulos. Los seguidores humanos de corta vida fueron los primeros en marcharse, siendo algo increíblemente irónico, que todavía permaneciese allí frente a los jóvenes el último seguidor del profeta humano; una criatura absolutamente diferente al Hombre.
El gran pólipo se había convertido en el último discípulo del Maestro por una sencilla razón. Era inmortal. Los miles de millones de células individuales de que estaba compuesto su cuerpo irían muriendo; pero antes de que tal cosa sucediera, se volvían a reproducir a sí mismas, en un proceso sin fin. A largos intervalos, el monstruo se desintegraba en sus minadas de células separadas, que seguirían su propio camino al multiplicarse por fisión, de ser conveniente el entorno vital. Durante esta fase, el pólipo dejaba de existir como una entidad inteligente y autoconsciente, lo que hizo que Alvin volviera irresistiblemente su recuerdo a la forma en que los habitantes de Diaspar pasaban sus milenios de quietud en el interior de los Bancos de Memoria de la ciudad.
A su debido tiempo por alguna fuerza biológica misteriosa, los esparcidos componentes del monstruo se reunían de nuevo y el pólipo recomenzaba otro nuevo ciclo de existencia. Volvía a la consciencia, reuniendo sus vidas anteriores en un todo, aunque con frecuencia de una forma Imperfecta según que cualquier accidente pudiese dañar a veces las células que llevaban en sí las delicadas pautas de la memoria.
Tal vez, ninguna otra forma de vida hubiese mantenido la fe tan largo tiempo en un credo, ya que de otra forma, habría sido olvidado millones de años atrás. En cierto sentido el gran pólipo era una víctima indefensa de su naturaleza biológica. A causa de su inmortalidad, no podía cambiar, sino forzado a repetir eternamente la misma invariable pauta de profesión de fe.
La religión de los Grandes, en su última fase, había llegado a identificarse con una especie de veneración de los Siete Soles. Cuando los Grandes rehusaron obstinadamente en volver a la Tierra, se intentó hacer señales a su distante patria. Desde mucho tiempo atrás aquellas llamadas luminosas, se habían convertido en un ritual sin concreta significación, siendo mantenidas ya por un animal que había olvidado muchas cosas y conceptos y un robot que nunca había sabido olvidar nada.
Mientras que aquella voz, inconmensurablemente antigua, se disipó en el aire en calma, Alvin sintió una profunda piedad por aquel monstruo. Aquella devoción desfasada, la lealtad que había mantenido en eones de tiempo, mientras que estrellas y planetas iban muriendo en el Cosmos, hizo para el joven que aquel relato hubiera sido absolutamente imposible de creer, de no haberlo visto por sus propios ojos. Más que nunca, sintió su inmensa ignorancia por las cosas y el mundo. Un diminuto fragmento del pasado le había iluminado por un momento; pero casi enseguida la oscuridad se había cerrado de nuevo sobre tal conocimiento.
La historia de todo el Universo tenía que ser una masa de hechos así de fantásticos, increíbles y desconectados de un mundo a otro, sin que nadie estuviera en condiciones de discernir qué cosa era trivial o importante. Aquella fantástica leyenda del Maestro y de los Grandes se parecía a otra de las incontables que de una u otra forma habían sobrevivido procedentes de las antiguas civilizaciones en el Amanecer de Diaspar. Y con todo, la presencia real de aquel pólipo y del silencioso y vigilante robot, le hacía imposible a Alvin despreciar la totalidad de aquella historia, como si se tratase de una fábula construida por la desilusión sufrida por alguien sobre los fundamentos de la locura.
¿Cuál podría ser la relación existente entre aquellos dos entes que en tan distinta forma habían mantenido su extraordinaria compañía a lo largo de incontables siglos? De alguna forma, Alvin estuvo seguro que el robot era el más importante de los dos. ¿Por qué no hablaría? ¿Qué pensamientos discurrían por su mente complicada y extraterrestre? Así y todo, si tal mente había sido concebida y diseñada por el Maestro, no debería ser del todo extraterrestre y debería responder a órdenes humanas.
Pensando en la cantidad de secretos que contendría aquella obstinada y silenciosa máquina, Alvin sintió una curiosidad que se convirtió en desesperado anhelo. Parecía absurdo que semejante conocimiento atesorase maravillas muy por encima de las cuidadosamente almacenadas en el Computador Central de Diaspar.
—¿Por qué tu robot no querrá hablarnos? —preguntó Alvin al pólipo, en un momento en que Hilvar había cesado de hacerle preguntas. La respuesta fue ciertamente la que estaba esperando.
—Los deseos del Maestro fueron de que sólo hablara su voz pero ahora está en silencio.
—Pero… ¿podrá obedecerte?
—Si el Maestro lo puso de vigilancia. Podemos ver a través de sus ojos, dondequiera que vaya. Vigila las máquinas que preservan la existencia de este lago y mantiene pura el agua. A pesar de eso, sería mejor llamarlo compañero que sirviente, para nosotros.
Una idea a medio formar y vaga en principio comenzó a tomar vida en la mente de Alvin. Tal vez estuviera inspirada por la pura codicia de conocimiento y con ello, de poder, aunque no estuviese cierto de la verdadera motivación. Sus motivos podían ser extensamente egoístas pero no desprovistos de una buena dosis de auténtica compasión. De poder hacer lo que pensaba, rompería aquella fútil situación y arrancaría aquellas criaturas de su fantástico y absurdo destino. No estaba seguro de lo que podía hacer respecto al pólipo, pero sí que podría ser posible curar al robot de su demencia, y al propio tiempo llenar sus recuerdos almacenados, que realmente no tendrían precio.
—¿Estás seguro —dijo lentamente al pólipo, pero mirando al robot—, que en realidad estás llevando y cumpliendo las palabras del Maestro al permanecer aquí? Él deseó que todo el mundo conociese sus enseñanzas, enseñanzas que se han perdido mientras que habéis permanecido ocultos aquí en Shalmirane. Os descubrimos sólo por pura casualidad; y tiene que haber otros muchos que deseen conocer y oír la doctrina del Maestro.
Hilvar le miró agudamente, evidentemente incierto respecto a sus intenciones. El pólipo daba la impresión de hallarse agitado y la firme respiración de su equipo de ventilación pulmonar o celular se detuvo por algunos segundos. Después, dijo en una voz no del todo controlada y segura:
—Hemos discutido este problema durante muchos años. Pero no podemos abandonar Shalmirane, así el mundo tendrá que venir a nosotros, no importa el tiempo que transcurra.
—Yo tengo una idea mucho mejor —repuso vivazmente Alvin—. Si es verdad que vosotros podéis permanecer aquí en el lago, no existe razón alguna para que tu compañero pueda venir con nosotros. Puede volver cuando le plazca, o bien cuando lo necesitéis. Han cambiado muchísimas cosas desde que murió el Maestro… cosas que deberíais conocer; pero que jamás podréis comprender si permanecéis aquí.
El robot continuaba inmóvil; pero en la agonía de su indecisión el gran pólipo se hundió completamente bajo la superficie del lago y permaneció allí durante varios minutos. Tal vez estuviese sosteniendo un mudo cambio de impresiones con su colega; varias veces comenzó a reaparecer para volver a hundirse en el lago. Hilvar aprovechó la ocasión para intercambiar algunas palabras con Alvin.
—Me gustaría saber qué estás tratando de hacer —le dijo en voz baja—. ¿O es que ni tú mismo lo sabes?
—Pues claro que sí —replicó Alvin—. ¿Es que no sientes lástima por esas pobres criaturas? ¿No crees que sería una buena acción el rescatarlas del estado en que se encuentran?
—Por supuesto que sí; pero sé lo bastante de ti para estar cierto de que el altruismo no es una de tus emociones dominantes. Es preciso que tengas otros motivos.
Alvin sonrió a regañadientes. Aunque Hilvar no estuviese leyendo en su mente —y no tenía razón para suponer que lo hiciera—, sí que pudo muy bien haber leído indudablemente su carácter.
—Tu pueblo posee poderes notables de tipo mental —replicó tratando de apartarse en la conversación de un terreno peligroso—. Creo que podéis hacer algo por el robot, aunque no se haga por ese animal. —Habló con voz muy baja, casi como en un susurro. La precaución sería inútil de todas formas; pero si el robot oyó la conversación no dio el menor signo de haberla escuchado.
Afortunadamente, antes de que pudiese presionar en su empeño, el pólipo emergió una vez más del lago. En los últimos minutos se había convertido en algo sensiblemente menor de tamaño y sus movimientos aparecían más desorganizados. Mientras Alvin observaba, un gran segmento de su cuerpo traslúcido y complejo se desprendió del bulto principal para desintegrarse en multitudes de porciones pequeñas que rápidamente desaparecieron de la vista. La criatura estaba empezando a desintegrarse ante sus ojos.
Su voz, cuando habló de nuevo, era muy errática y difícil de entender.
—Empieza el próximo… ciclo —dijo trabajosamente como en un gran suspiro—. No lo esperábamos tan pronto… sólo nos quedan unos minutos… el estímulo es demasiado grande… no podemos mantenernos unidos mucho tiempo… Alvin e Hilvar miraron fijamente a la criatura del lago con una fascinación llena de terror. Aunque el proceso que observaban era algo natural en su especial constitución, hecho que ya conocían, resultaba espantoso ver al monstruo en sus últimos suspiros de muerte. También sintieron una íntima sensación de culpabilidad; era en realidad algo irracional ya que no tenía ninguna importancia el hecho de que el pólipo comenzase otro ciclo de existencia; pero tenían el presentimiento de que el gran esfuerzo realizado y la excitación causada por su presencia eran los responsables de su prematura metamorfosis.
Alvin se dio cuenta de que debía actuar rápidamente, o su oportunidad quedaría perdida para siempre, tal vez, ya que aquello podía ocurrir dentro de pocos años, o quizás en siglos.
—¿Qué habéis decidido? —preguntó con urgencia—. ¿Viene el robot con nosotros?
Se produjo una pausa opresiva, mientras que el pólipo trataba de forzar a su cuerpo en disolución a obedecer su voluntad. El diafragma parlante se estremeció; pero no surgió ningún sonido audible. Después, como en un desesperado gesto de adiós, sacudió suavemente sus delicados palpos débilmente para caer al agua desde donde pronto desaparecieron en todas direcciones, flotando por encima de las aguas del lago. En cuestión de minutos, la transformación había terminado. No quedaba completa de la totalidad de aquella criatura ni un trozo mayor de una pulgada. El agua aparecía saturada de unos copos verdosos que parecían tener vida propia y movilidad independiente, acabando por desaparecer en la vasta extensión del lago.
Las leves olas que como un rizo habían agitado la superficie desaparecieron totalmente y Alvin comprendió en el acto que el poderoso pulso que había latido en sus profundidades había dejado de agitarse. Aquellas profundidades no volverían a agitar más la superficie por un período de tiempo imposible de adivinar, ni siquiera suponer. El lago parecía muerto otra vez… o al menos así lo parecía. Pero sólo era una ilusión; un día, las fuerzas desconocidas que nunca habían fallado en sus funciones en el pasado, volverían a ponerse en movimiento otra vez y el pólipo volvería a renacer. Resultaba un extraño y maravilloso fenómeno, y con todo, aun pareciendo más extraño que la organización del cuerpo humano, ¿no sería en sí mismo una vasta colonia de células separadas y vivientes?
Alvin empleó poco esfuerzo en tales especulaciones. Se sentía oprimido por su fracaso aunque nunca había tenido una clara idea del objetivo que perseguía. Se había perdido una única oportunidad, fascinante y extraordinaria, y podría ser muy bien que jamás volviese. Miró tristemente a través del lago y fue algún tiempo antes de que su mente registrase el mensaje que Hilvar le comunicaba, cuando comprendió lo que su compañero había querido decirle.
—Alvin —le estaba diciendo Hilvar tranquilamente—. Creo que has vencido en tu empeño.
Dio la vuelta rápidamente sobre sus talones. El robot, que hasta entonces había permanecido flotando en la distancia, sin aproximarse nunca a veinte pies por lo menos, se había movido silenciosamente y se había colocado a una yarda por encima de su cabeza. Sus ojos inmóviles, con tan enorme ángulo de visión, no parecían indicar ninguna dirección de su interés. Probablemente estaría viendo la totalidad del hemisferio situado ante él con idéntica claridad, pero Alvin tuvo sus dudas de que su atención estuviese enfocada hacia él.
Estaba esperando el próximo movimiento. Hasta cierto límite, por lo menos, el robot se encontraba ahora bajo el control de Alvin. Podría seguirle hasta Lys, tal vez a Diaspar… a menos que cambiase de opinión. Hasta entonces, Alvin era su dueño provisional.