La noche aún estaba en medio de su normal transcurso, y Alvin se despertó. Algo le había sobresaltado, como un sonido o un murmullo que había penetrado claramente en su mente, a despecho del constante tronar de la catarata. Se incorporó en la oscuridad, agudizando la mirada por todo el contorno, hasta distinguir perfectamente el sordo rumor profundo de la cascada y los sonidos más huidizos e irregulares de las criaturas de la noche.
—¿Qué ocurre? —le llegó el murmullo interrogante de Hilvar.
—Pensé que había escuchado un ruido.
—¿Qué clase de ruido?
—No lo sé, tal vez haya sido cosa de la imaginación.
Se produjo un silencio, mientras que dos pares de ojos escudriñaban como queriendo perforar el misterio de la noche. Entonces, súbitamente, Hilvar cogió a Alvin por el brazo.
—¡Mira! —exclamó.
A lo lejos y hacia el sur, resplandecía un punto de luz solitario, demasiado bajo en los cielos para ser confundido con una estrella. Era de un blanco brillante, tintado de violeta y aun cuando no dejaban de mirarlo, comenzó a subir el espectro de su intensidad, hasta que sus ojos no pudieron soportar el brillo. Después, pareció explotar… y fue como si un gigantesco rayo hubiese caído en el límite del mundo. Por unos breves instantes, las montañas y el terreno que circundaban, dieron la sensación de arder con aquel fuego contra la oscuridad de la noche. Mucho más tarde, les llegó claramente el estampido de una gigantesca explosión y en los bosques yacentes a sus pies, comenzó a soplar un repentino viento que sacudía ostensiblemente los árboles. Después, el fenómeno se fue desvaneciendo poco a poco, mientras que las estrellas surgían de nuevo en el firmamento.
Por segunda vez en su vida, Alvin sintió miedo. No era tan personal e inminente como el padecido en la cámara de las Vías Rodantes, cuando tuvo que tomar la decisión de embarcarse hacia Lys. Tal vez fuese espanto más que temor, estaba de cara a lo desconocido y era como si sintiese que allá a lo lejos, más allá de las montañas, existía algo que no tendría otro remedio que ir a encontrar, y con lo que encararse.
—¿Qué fue eso? —dijo al fin.
—Estoy tratando de descubrirlo —le repuso Hilvar, quedándose de nuevo en silencio. Alvin supuso qué era lo que estaba haciendo y no quiso interrumpir la búsqueda silenciosa de su amigo.
A poco Hilvar dejó escapar un suspiro de decepción.
—Todo el mundo duerme —dijo—. No ha habido nadie que haya podido decírmelo. Tendremos que esperar hasta la mañana, a menos que despierte a alguno de mis amigos. Y es algo que no quisiera hacer, a menos que fuese realmente importante.
Alvin se preguntó mentalmente qué sería lo que Hilvar consideraba de real importancia. Estaba a punto de sugerirle a Hilvar un poco irónicamente, que muy bien se merecía la cosa el interrumpir el sueño de cualquiera. Pero antes de que dijese nada, su amigo le dijo:
—Tenía que haberlo recordado —dijo Hilvar en un tono de excusa—. Hace mucho tiempo que no vengo por aquí, y no estoy absolutamente cierto; pero tiene que haber sucedido en Shalmirane.
—¿Shalmirane? Pero… ¿es que existe todavía?
—Sí, casi lo había olvidado. Seranis me dijo una vez que la fortaleza está en esas montañas. Por supuesto se halla en ruinas desde hace miles de años; pero es posible que alguien o algo siga viviendo allí todavía.
—¡Shalmirane!
Para aquellos jóvenes de las dos razas, en ampliamente distintos en sus respectivas culturas e historia, constituía ciertamente un nombre mágico. En toda la larga historia de la Tierra, no había existido una epopeya mayor que la defensa de Shalmirane contra el Invasor que hubo conquistado todo el mundo. Aunque los verdaderos hechos se hallaban totalmente perdidos en la, neblina pasada tan espesamente reunida alrededor de las Edades del Amanecer, las leyendas no se habían olvidado del todo, sin embargo, y durarían tanto como el Hombre sobre la superficie de la Tierra.
La voz de Hilvar interrumpió las ideas de Alvin y el discurrir de su Imaginación.
—La gente del sur, podría decirnos muchas cosas al respecto Tengo allí algunos amigos, les llamare por la mañana.
Alvin apenas si le escuchaba, estaba inmerso en profundos pensamientos, tratando de recordar todo cuando había oído decir sobre Shalmirane. No era mucho; tras aquel inmenso lapso de tiempo transcurrido, nadie pudo decirle la verdad de la leyenda. Todo lo que de ello había de cierto, es que la gran Batalla de Shalmirane marcaba el fin de las conquistas del Hombre y constituía el principio de su larga decadencia.
Entre aquellas montañas, pensó Alvin, podría hallarse la respuesta a todos los problemas que le habían atormentado durante tantos años.
—¿Cuánto tiempo nos llevaría llegar hasta la fortaleza? —le preguntó a Hilvar.
—Nunca he estado allí; pero es mucho más lejos de lo que pensaba ir. Dudo mucho que pudiéramos hacerlo en un día.
—¿No podríamos utilizar el coche todo terreno y ahorrarnos así todo ese tiempo?
—No, sólo puede irse a pie, ningún coche dispone de líneas para su recorrido.
Alvin creyó que todo habría acabado. Estaba cansado, los pies le dolían y los músculos de sus piernas aún le martirizaban por el esfuerzo al que estaba desacostumbrado. Estuvo tentado de posponer la cuestión para otra ocasión. Pero… lo más probable es que jamás tuviera otra oportunidad.
Bajo la pálida luz de las estrellas, algunas de las cuales tal vez hubiesen muerto ya desde que fue construida Shalmirane, Alvin luchó con sus revueltos pensamientos y acabó tomando su decisión. Nada había cambiado; las montañas estaban al límite de aquel mundo sumido en sueños. Pero un punto parecía cobrar vida en las idas y venidas de los ciclos históricos y la raza humana se movía de nuevo hacia un extraño y nuevo futuro.
Alvin y su amigo Hilvar apenas si durmieron la noche completa; con el primer resplandor suave del amanecer, levantaron el campamento. La colina estaba alfombrada con gotas de rocío y Alvin se maravilló de la presencia de aquellas minúsculas joyas esparcidas sobre cada hoja, por minúscula que fuese, de la vegetación del entorno. El suave chasquido de la hierba mojada le fascinó conforme caminaba de nuevo con Hilvar, bajando la colina y adentrándose en una faja de terreno llano. El sol apareció por el horizonte de las murallas orientales de Lys cuando llegaron a los límites de los bosques. Allí, la Naturaleza había vuelto por sus propios fueros. Incluso el propio Hilvar parecía en cierta forma, perdido entre aquellos gigantescos árboles que bloqueaban la luz del sol y las manchas de sombra profunda esparcidas en el suelo de la jungla. Afortunadamente, el río que procedía de la catarata discurría hacia el sur en una línea casi recta, demasiado recta tal vez para ser natural, y bastaba conservar su paso a la orilla para evitar la parte más densa de los grandes bosques. Una buena parte del tiempo se la llevó Hilvar en dominar y controlar a Krif, que desaparecía ocasionalmente en el interior de la jungla o volaba raudo a ras del agua del río. Incluso Alvin, para quien cualquier cosa seguía siendo algo nuevo, pudo apreciar que aquellos bosques tenían una fascinación no poseída por los más pequeños y cuidados grupos de árboles del norte de Lys. Muy pocos de aquellos árboles eran semejantes, muchos de ellos se hallaban en diversos estadios de regresión y algunos habían revertido a través de las edades a casi sus formas originales. Otros muchos, no eran en absoluto pertenecientes a la Tierra probablemente ni incluso al sistema solar. Montando guardia sobre los más pequeños, estaban presentes las gigantescas sequoias a trescientos o cuatrocientos pies de altura. Una vez fueron llamados los árboles y las cosas más antiguas de la Tierra; aún seguían siendo todavía algo más viejas que el propio Hombre.
El río comenzó a ensancharse, para abrirse e ir formando una y otra vez pequeños lagos, en los cuales, unos pequeños islotes parecían hallarse anclados. En todo el entorno, aparecía la presencia de insectos, pequeñas criaturas de vivos colores yendo de un lado a otro sobre la superficie del agua. Una vez, a despecho de Hilvar y de sus órdenes, Krif se alejó demasiado en busca de sus distantes parientes. Desapareció casi instantáneamente entre una nube de brillantes aleteos y el zumbido furioso les llegó claramente a los oídos. Unos momentos más tarde, la nube pareció abrirse como en una erupción volcánica y Krif volvió hacia ellos por sobre la superficie del agua como una centella. A partir de entonces, procuró no alejarse de su dueño y de Alvin.
A la caída de la tarde, comenzaron a ir captando de tanto en tanto, esporádicas vistas de las montañas que tenían como objetivo hacia el sur. El río que había sido un guía tan fiel hasta entonces, discurría ya de una forma más tortuosa como si estuviese próximo el fin de su curso. Pero estaba claro que no llegarían a las montañas a la caída de la noche, bastante antes del crepúsculo la jungla se había vuelto tan oscura que cualquier avance en su marcha se hizo imposible.
Los enormes árboles se extendían en grandes manchas de sombras oscuras y una brisa fría y helada comenzó a fluir por entre el ramaje y la espesura. Alvin e Hilvar se dispusieron a pasar la noche junto a un pino gigante, cuya copa todavía aparecía coloreada con los últimos rayos del sol poniente.
Cuando al final desapareció toda claridad diurna, la luz todavía discurría suave entre aquellas aguas rumorosas. Los dos exploradores, que así se consideraban ya, descansaron de la fatigosa, jornada, observando el río y pensando sobre cuanto habían visto de nuevo. A poco, Alvin volvió a sentir la dulce sensación que le había invadido la noche anterior y alegremente se resignó a dormir. Aquello era inútil en una vida sin esfuerzo como la que llevaba en Diaspar todo el mundo pero allí era algo que parecía una bendición. En el instante anterior a quedar sumido en la inconsciencia del sueño, pensó vagamente en quién habría sido la última persona que había hecho aquel camino y cuánto tiempo haría desde entonces…
El sol ya estaba alto en el cielo, cuando abandonaron el bosque y se hallaron frente a las montañas de Lys. Ante ellos, el suelo se elevaba abruptamente hacia el cielo en oleadas de desnudas rocas. Allí cerca, el río llegaba a su final en una forma espectacular, al abrirse el suelo y tragárselo literalmente, desapareciendo de la vista. Alvin se preguntó a dónde iría a parar y cuál sería su curso ulterior, y a través de que camino subterráneo viajaría antes de surgir de nuevo a la luz del día. Tal vez existían aún los perdidos Océanos de la Tierra, lejos, muy lejos en la oscuridad eterna y aquel río tan antiguo como el mundo todavía sintiese la llamada misteriosa del mar.
Por un momento, Hilvar se quedó mirando al remolino final del río y la tierra quebrada existente más allá. Después, apuntó hacia un lugar en las colinas.
—Shalmirane está en aquella dirección —dijo confiadamente. Alvin no le preguntó cómo lo sabía y asumió que la mente de su amigo ya habría realizado algún contacto con algún amigo a muchas millas de distancia y que la información precisa ya estaba en su poder.
No le llevó mucho el alcanzar el paso que parecía más a propósito para la ascensión a las montañas y cuando llegaron a la cima, se enfrentaron con una curiosa altiplanicie con suaves laderas a los lados. Alvin ya había dejado de experimentar la fatiga del camino ni tampoco sentía temor alguno… sólo una febril impaciencia por la proximidad y el encanto de la aventura buscada. No tenía la menor idea de qué sería lo que pudiese descubrir. Pero si tenía el cierto presentimiento de que descubriría algo.
Al aproximarse a la cima, la naturaleza del terreno se alteró bruscamente. Las laderas más bajas, consistían en piedra de tipo poroso y volcánico, apiladas aquí y allá en formaciones caprichosas y de grandes volúmenes. Pero entonces, la superficie se convirtió en algo duro, suave traicionero y conformada por largas capas de aquella roca especial, como si alguna vez, las piedras hubiesen discurrido por allí en ríos de lava fundida montaña abajo.
El borde de la altiplanicie estaba ya bajo sus pies. Hilvar llegó primero y segundos más tarde se le unió Alvin, jadeando y sin poder pronunciar una palabra. Sé encontraban sobre el mismo filo, no de la meseta que habían esperado, sino de un gigantesco embudo de media milla de profundidad y de tres de diámetro. Frente a ellos, el terreno se hundía bruscamente hacia abajo, revelando poco a poco la conformación de la ladera que conducía al fondo del valle existente en lo más hondo del embudo y volviendo a subir de nuevo en idéntica forma en el lado opuesto del borde, donde se hallaban. La parte más baja de aquella olla gigantesca, aparecía ocupada por un lago circular cuya superficie temblaba constantemente como si estuviese agitada por olas incesantes.
Aunque estaba expuesto a la completa luz solar la totalidad de aquella gran depresión tenía un aspecto de negro de ébano. Ninguno de los dos amigos pudieron imaginar de qué clase de materia estaba compuesto aquel cráter; pero era negro como las rocas de un mundo que jamás hubiera conocido la luz de un sol. Ni tampoco era aquello, ya que extendiéndose a sus pies y alrededor de la totalidad del cráter aparecía una banda inconsútil de metal de varios cientos de pies de anchura, patinada por una edad inconmensurable aunque aun mostrándose brillante y sin la menor huella ni signo de corrosión.
Mientras que sus ojos se fueron acostumbrando a aquélla escena extraterrestre, Alvin y su compañero apreciaron que la negrura de aquel embudo no era absolutamente completa como les pareció a primera vista. Aquí y allá de forma tan fugaz que apenas si podían ser observadas directamente, unas tenues explosiones de luz, hacían surgir destellos de aquellas paredes de ébano. Surgían al azar, desvaneciéndose tan pronto como surgían, como los reflejos de las estrellas en un mar alterado.
—¡Eso es maravilloso! —exclamó Alvin—. Pero ¿qué es?
—Parece como si fuese un reflector de alguna especie.
—¡Pero tan negro!
—Sólo para nuestros ojos, recuérdalo. No sabemos qué tipo de radiaciones utilizaron ellos.
—Pero seguramente que tiene que haber algo más que eso… ¿Dónde está la fortaleza?
Hilvar apuntó hacia el lago.
—Mira con cuidado —advirtió a Alvin.
Alvin se quedó fijamente mirando a la ondulante superficie del lago, intentando penetrar en los secretos de sus profundidades. Al principio apenas si pudo ver nada; después, en las aguas menos profundas próximas al borde, descubrió una ligera disposición reticular de luz y sombras. Estuvo finalmente en condiciones de rastrear el dispositivo aparente hacia el centro del lago, hasta que las aguas más profundas ocultaban ya ulteriores detalles.
Aquel oscuro lago se había engullido la fortaleza. Allá abajo se hallaban las ruinas de lo que una vez fueron poderosos e imponentes edificios, aniquilados por el tiempo. Así y todo, no toda la gigantesca y poderosa construcción estaba sumergida, ya que al extremo lejano del cráter, Alvin pudo descubrir enormes pilas de rocas y piedras mezcladas en caótica confusión y grandes bloques que en tiempos pretéritos tuvieron que haber formado parte de sus murallas. Las aguas lamían rumorosamente aquellas impresionantes ruinas, sin que aún hubiesen podido completar su victoria sobre tan fantásticas construcciones hechas por la mano del Hombre.
—Iremos alrededor del lago —dispuso Hilvar, hablando en voz baja, como si la majestad de aquella desolación pusiera una nota de espanto en su espíritu—. Quizá podamos encontrar algo entre esas terribles ruinas.
Durante los primeros centenares de pies, las paredes del cráter eran tan profundas y suaves que apenas si les permitían mantenerse en pie; pero tras un buen rato de ir deslizándose medio agachados y sosteniéndose firmemente en el suelo, llegaron a donde la ladera se hacía menos brusca y pudieron caminar más fácilmente. Cerca del borde del lago, la suave superficie de ébano aparecía escondida por una fina capa de tierra sucia que sin duda debió llevar hasta allí el constante soplar de los vientos procedentes de Lys a través de las edades.
A un cuarto de milla de distancia, bloques titánicos de piedra, aparecían apilados uno sobre otro, como los juguetes rotos de algún niño hijo de un gigante. En una parte, toda una sección maciza de la muralla era aún reconocible, más allá, dos obeliscos grabados con misteriosos signos, marcaban, lo que una vez tuvo que haber sido una imponente entrada al recinto amurallado. Por todas partes crecían el musgo y plantas trepadoras y algunos raquíticos y maltrechos árboles. Incluso el viento parecía haberse alejado de aquel lugar de completa desolación.
Y de aquella forma, Hilvar y Alvin se fueron aproximando a las ruinas de Shalmirane. Contra aquellas murallas y contra las energías y el poder que habían albergado, unas fuerzas que hicieron saltar al mundo en pedazos reduciéndolo a polvo habían tronado y lanzado su fuego infernal y habían sido totalmente derrotadas. Alguna vez en el pasado, aquel cielo entonces en calma, habría ardido con fuegos sacados del corazón de los soles y las montañas de Lys tendrían que haberse conmovido hasta sus entrañas por la poderosa fuerza y la furia de sus amos.
Nadie pudo capturar a Shalmirane. Pero ahora, aquella fabulosa fortaleza, la inexpugnable fortaleza de la epopeya, había caído al fin… capturada y prisionera, abatida y destrozada por los pacientes tentáculos de la hiedra, por las incontables generaciones de gusanos e insectos trabajando ciegamente con su instinto y las agitadas aguas del lago.
Sobrecogidos por aquella imponente majestad, Alvin e Hilvar marcharon en silencio hacia aquella catástrofe colosal. Pasaron por el interior de la sombra de una muralla rota y entraron en un pasadizo en forma de cañón donde aquellas montañas de piedra se habían desgarrado de arriba abajo. Ante ellos, yacía el lago y enseguida estuvieron a su mismo borde, con el agua rumorosa lamiéndoles los pies. Diminutas olas, de unas cuantas pulgadas de altura, se rompían en cadena sin fin contra la estrecha orilla.
Hilvar fue el primero en hablar, y su voz sonó como tocada de incertidumbre, lo que hizo que Alvin le mirase en el acto en una súbita sorpresa.
—Hay algo aquí que no logro comprender dijo. No hay aire, por tanto… ¿qué es lo que causa ese rizar constante del agua? El agua debería hallarse perfectamente en calma.
Antes de que Alvin pudiera pensar algo y responder, Hilvar se amagó, volvió la cabeza de lado y hundió la oreja derecha en el agua. Alvin trató de imaginar qué sería lo que esperaba descubrir su amigo en aquella ridícula postura; después comprobó que estaba escuchando algo. Con cierta repugnancia ya que aquellas aguas oscuras no invitaban a hacerlo siguió el ejemplo de Hilvar.
El primer contacto frío sólo le sorprendió por un instante y cuando pasó, pudo distinguir claramente, leve pero con claridad, un firme y rítmico palpitar. Era como si estuviese escuchando desde las profundidades del lago, el latido pulsátil de un gran corazón.
Se sacudieron el agua de los cabellos y se quedaron mirándose el uno al otro con la mayor perplejidad. Ninguno de los dos quería decir lo que estaba sintiendo: que el lago estaba vivo.
—Creo que sería lo mejor —dijo entonces Hilvar— si buscamos entre esas ruinas y nos alejamos del lago.
—¿Crees que habrá algo en esas profundidades? —preguntó Alvin señalando hacia las enigmáticas rizaduras de la superficie, que continuaban rompiéndose suavemente; constantemente contra sus pies—. ¿Supones que podría ser algo peligroso?
—Nada que posea una mente puede ser peligroso —replicó Hilvar. (¿Sería aquello verdad? —pensó Alvin—. ¿Qué había ocurrido con los invasores?)— No puedo detectar pensamientos de ninguna clase aquí aunque no creo que estemos solos. Es algo muy extraño.
Y entonces caminaron despacio de vuelta a las ruinas de la fortaleza, llevando cada uno en la mente, aquel sonido firme y misterioso del rítmico palpitar de las profundidades del lago. Le pareció a Alvin que un misterio se superponía a otro y que todos los esfuerzos que realizase, nunca le conducirían al descubrimiento de la verdad que anhelaba conocer.
No parecía que aquellas ruinas pudiesen enseñarles alguna cosa. Sin embargo, continuaron buscando cuidadosamente entre la pila de cascotes, y enormes trozos de roca. Allí, tal vez, estuviera la tumba de las enterradas máquinas… la maquinaria que tuvo que haber ayudado a construir todo aquello en tiempos remotísimos. Estarían inútiles por entonces, pensó Alvin, y lo serían desde luego si los Invasores volvían de nuevo. ¿Por qué no habían vuelto más? Pero aquel era todavía otro misterio: ya que tenía bastantes enigmas con qué enfrentarse, no era preciso enfrascarse en la meditación de otro más.
A pocas yardas de distancia del lago, encontraron un pequeño claro del terreno entre los cascotes y las ruinas. Daba el aspecto de haber estado recubierto de matorrales; pero entonces se les apareció ennegrecido y chamuscado por un tremendo calor, de tal forma, que fueron sorteando el terreno con cuidado entre las cenizas al aproximarse, manchándose las piernas con tiznes de carbón. En el centro de aquel claro, aparecía erguido un trípode de metal, firmemente anclado en el suelo, soportando un anillo circular, inclinado sobre su eje de tal forma que apuntaba hacia un lugar a medio camino del cielo. A primera vista, aquel anillo no parecía contener nada; pero al mirar Alvin con más cuidado observó que estaba ocupado en su totalidad con un leve resplandor que hacía daño a la vista con alguna radiación extraña seguramente procedente del límite del espectro visible de la luz. Era el resplandor de alguna gran energía, sin duda alguna, y tampoco dudó que aquel aparato misterioso fuese el autor de la explosión que les había llamado como un señuelo hacia Shalmirane.
No se aventuraron más cerca, sino que prefirieron mirar fijamente la extraña máquina desde una distancia que consideraron segura. Se hallaban ya sobre la pista segura, pensó Alvin; ahora todo lo que quedaba por hacer era descubrir quién —qué cosa— había dispuesto aquel aparato allí, y cuáles podían ser sus propósitos y finalidad. Aquel anillo inclinado… era cosa clara que apuntaba hacia el Espacio. ¿Habría sido el resplandor que observaron alguna especie de señal? Aquella era una idea que suponía una serie de implicaciones como para perder el aliento.
—Alvin —dijo Hilvar de repente, con un tono de urgencia en la voz—. Tenemos visitantes.
Alvin dio la vuelta sobre sus talones inmediatamente y se encontró de pronto mirando fijamente a un triángulo con unos ojos sin párpados. Aquella era, cuando menos la primera impresión, después, tras aquellos ojos fijos, vio la silueta de una pequeña pero compleja máquina. Aparecía suspendida del aire a pocos pies sobre el suelo y su aspecto era el de una especie de robot que jamás hubiera visto en toda su vida anterior.
Una vez se hubo disipado la sorpresa inicial, se sintió completamente dueño de la situación. Toda su vida había estado acostumbrado a dar órdenes a las máquinas robóticas y el hecho de que aquélla no le fuese familiar, no tenía importancia. En realidad apenas si había podido ver un pequeño porcentaje de todos los robots que proveían sus necesidades diarias allá en Diaspar.
—¿Puedes hablar? —preguntó. Silencio.
—¿Hay alguien que te controle?
El silencio continuó por parte de la máquina.
—Vete. Ven aquí. Levántate. Cae.
Ninguno de aquellos pensamientos convencionales en forma de órdenes mentales produjeron ningún efecto. La máquina continuaba despectivamente inactiva. Aquello sugirió a Alvin dos posibilidades. O era demasiado inteligente para comprenderle… o siendo ciertamente inteligente, disponía de su propio poder de elección y volición para sus actos. En cualquier caso, estaba siendo tratado como a un igual. Incluso aunque pudiera subestimarlo, no podría sentir ningún resentimiento, ya que la arrogancia no era un vicio que sufrieran nunca los robots.
Hilvar no pudo evitar la risa ante el desconcierto sufrido por Alvin, tan evidente. Estaba a punto de sugerirle que debería abandonar aquel empeño de comunicarse con la extraña máquina, cuando las palabras murieron en sus labios. La calma de Shalmirane fue sacudida repentinamente por un espantoso e inequívoco ruido… el gorgoteante chasquido de un cuerpo enorme que emergiese del agua del lago.
Fue la segunda vez, desde que salió de Diaspar, en que Alvin deseó con todas sus fuerzas haberse encontrado plácidamente en su hogar. Entonces recordó que aquella no era la forma apropiada para ir en busca de aventuras y comenzó entonces a aproximarse lentamente al lago.
La criatura que estaba emergiendo de las oscuras; aguas, parecía la parodia de un monstruo, hecha de materia viva, y del robot que seguía manteniéndoles como objeto de silencioso escrutinio. No podía ser una coincidencia la misma disposición equilateral de los ojos, incluso el dispositivo de sus tentáculos y de sus cortos y pequeños miembros juntos, habían sido en ella rudamente reproducidos, de una forma tosca y primitiva. Más allá de aquel parecido cesaba toda coincidencia. El robot carecía —lo que obviamente no necesitaba— de las delicadas orlas de palpos casi suaves como hechas de plumas, que batían el agua con rítmica firmeza, de las múltiples patas macizas con que la bestia se aproximaba a la orilla ni de los orificios de ventilación, si tal cosa podía llamarse a aquello, y con los cuales parecía respirar profundamente el aire sutil del entorno.
La mayor parte de aquella monstruosa criatura, permanecía dentro del agua, sólo los primeros diez pies de su envergadura, asomaban en lo que resultaba claramente para ella un extraño elemento. El cuerpo de la bestia debería tener unos cincuenta pies de largo y cualquiera, incluso sin tener nociones de biología, hubiera podido comprobar que en ella radicaba algo fuera de lo normal. Tenía como un aspecto de improvisación y falta de diseño, como si sus componentes hubiesen sido fabricados sin mucho cuidado y arrojados en masa, para utilizarla cuando Surgiese la necesidad.
A despecho de su tamaño y de sus dudas iniciales, ni Alvin ni Hilvar sintieron la menor nerviosidad una vez que hubieron mirado bien al habitante del fondo del lago. En aquella extraña criatura radicaba también una especie de torpeza, que hacía casi imposible el mirarla como a una seria amenaza, incluso suponiendo como parecía lógico, que pudiera ser peligrosa. La raza humana se había sobrepuesto desde hacía siglos al terror infantil de lo puramente extraterrestre en apariencia. Aquel era un temor que había dejado de sobrevivir tras el primer contacto con razas amistosas de otros mundos.
—Déjame tratar con esa bestia —advirtió Hilvar—. Estoy acostumbrado a tratar con los animales.
—Pero eso no es un animal —murmuró Alvin como respuesta—. Estoy seguro de que es una criatura inteligente y que posee un robot.
—Lo más probable es que el robot sea dueño de la bestia. En cualquier caso, su mentalidad tiene que ser muy extraña. Ni siquiera puedo detectar la sensación de cualquier pensamiento. ¡Eh! ¡Hola! ¿Qué está ocurriendo…?
El monstruo no se había movido de su posición de medio cuerpo fuera del agua, lo que parecía costarle un considerable esfuerzo. Pero una membrana semitransparente había comenzado a formarse en el centro del triángulo formado por sus ojos, membrana que latía y se estremecía, comenzando a los pocos instantes a emitir unos sonidos. Tales sonidos eran de muy baja frecuencia, como sordos zumbidos que no creaban palabras inteligibles, aunque resultaba evidente que la criatura estaba tratando de decirles algo.
Resulta doloroso observar aquella desesperada lucha en busca de un medio de comunicación. Durante varios minutos, la criatura aquella luchó en vano; después, completamente de improviso, pareció darse cuenta de lo que había sido un error. La membrana pulsátil se contrajo de tamaño y los sonidos que volvió a emitir se elevaron en varias octavas de frecuencia auditiva hasta llegar a la escala del lenguaje normal. Comenzaron a oírse palabras reconocibles, aunque todavía se hallaban entremezcladas con una jerga incomprensible. Parecía que el monstruo estuviese recordando un vocabulario que hubiese conocido hacía mucho tiempo; pero que no había tenido ocasión de utilizar en muchísimos años.
Hilvar intentó prestarle la ayuda que pudiese.
—Ahora podemos comprenderte —le dijo hablando despacio y claramente—. ¿Podemos ayudarte en algo? Vimos la luz que hiciste. Esa luz nos trajo aquí desde Lys.
Al oír la palabra "Lys" la criatura pareció hundirse como si hubiera sufrido una amarga decepción.
—Lys… —repitió el monstruo, sin poder expresar muy bien la "s" final, por lo que la palabra sonó como a "Lyd"–. Siempre de Lys… Nadie viene de otra parte. Nosotros llamamos a los Grandes, pero no nos oyen…
—¿Quiénes son los Grandes? —preguntó Alvin, adelantándose hacia el monstruo vivamente.
Aquellos delicados palpos del monstruo hicieron un gesto en dirección al cielo, brevemente.
—Los Grandes —dijo entonces—. Proceden de los planetas del día eterno. Ellos vendrán. El Maestro lo prometió.
Aquello no pareció aclarar mucho las cosas. Antes de que Alvin pudiera continuar su examen minucioso, Hilvar intervino de nuevo. Su sistema de preguntas fue, tan paciente, con una entonación tan llena de simpatía y con todo, tan penetrante, que Alvin creyó como más prudente no intervenir por su parte a despecho de su intensa curiosidad. No le gustaba admitir que Hilvar fuese superior a él en inteligencia; pero no había duda que su destreza en el manejo de los animales se extendía incluso hasta aquella fantástica criatura. Y lo que era más, parecía responderle adecuadamente a Hilvar. Su discurso se hizo más claro conforme avanzaba la conversación y lo que al principio parecía incoherente y rudo, se fue haciendo más fluido, proporcionando respuestas más elaboradas, suministrando una importante y completa información de su propia existencia.
Alvin perdió toda noción del tiempo conforme Hilvar fue penetrando en los detalles de la increíble historia que le relató el monstruo del lago. Resultaba imposible descubrir la verdad completa, había un lugar sin fin para la conjetura y el debate. Conforme la criatura aquella iba respondiendo a las preguntas de Hilvar cada vez con mejor buena voluntad, su apariencia comenzó a sufrir un cambio notable. Se desplomó poco a poco en el lago y las enormes patas que le habían estado soportando hasta entonces parecieron disolverse con el resto de su cuerpo. A renglón seguido otro cambio aún más extraordinario comenzó a darse ante la asombrada vista de los dos exploradores: los tres enormes ojos se cerraron, se fueron encogiendo hasta no ser más que unos simples puntos de referencia y finalmente desaparecieron por completo. Era como si aquella criatura hubiese visto lo que deseaba ver por el momento y por tanto prescindiera del uso de sus ojos en triángulo.
Otras alteraciones más sutiles fueron operándose, una tras otra y eventualmente, casi todo lo que quedaba por encima de la superficie del agua, fuese sólo el vibrante diafragma a través del cual continuaba hablando. Sin duda, aquello también se disolvería, volviendo a la masa amorfa original de protoplasma, cuando ya no lo fuera preciso.
Alvin se quedó atónito y a duras penas podía creer que la inteligencia pudiese resistir en una forma inestable… pero la más grande de las sorpresas estaba aún por llegar. Aunque parecía evidente que la criatura no era de origen terrestre, transcurrió algún tiempo antes de que Hilvar, a pesar de su gran conocimiento de biología, comprobase el tipo de organismo viviente con el que estaba tratando. No era una simple entidad; a lo largo de toda su conversación el monstruo siempre se refería a "nosotros". De hecho, no era más que una auténtica colonia de criaturas independientes organizada y controlada por fuerzas desconocidas.
Animales de un tipo similar a las medusas, por ejemplo, florecieron una vez en los antiguos océanos de la Tierra. Algunas de ellas fueron de enorme tamaño, arrastrando sus cuerpos traslúcidos con un verdadero bosque de tentáculos picantes a cincuenta pies del agua. Pero ninguna de ellas había alcanzado ni la más remota señal de inteligencia, más allá del simple hecho de reaccionar a simples estímulos.
Pero allí existía realmente una inteligencia, aunque fuese una inteligencia fallida y degenerada. Jamás pudo Alvin olvidar aquel encuentro con una criatura extraterrestre, de cómo Hilvar fue obteniendo poco a poco la increíble y fantástica historia del Maestro a través de aquel pólipo proteiforme con aquellas palabras poco familiares, con aquel panorama del lago batiendo rumorosamente las ruinas de Shalmirane y el robot de tres ojos observándoles con su fantástica mirada impasible.