Capítulo XI

Por más esfuerzos que hizo Mystra no pudo obtener ninguna otra información de Khedrom. El Bufón se había recuperado prontamente de su primera sorpresa y del pánico que le había hecho salir huyendo a todo correr hasta la superficie, cuando se encontró solo en las profundidades bajo la Tumba de Yarlan Zey. También se sintió avergonzado de su cobarde conducta y trató de especular si de nuevo tendría el valor de volver a la cámara de las Vías Rodantes y hacia la red radial de comunicaciones con el resto del mundo que allí existía. Aunque sabía que Alvin había estado demasiado impaciente en su forma de comportarse, e incluso de manera alocada, no creyó en el fondo de su corazón que correría ningún riesgo. Volvería a su debido tiempo, de aquello sí que estaba seguro. Bien, casi cierto; puesto que siempre existía la duda de hacerle sentir la necesidad de la precaución y la prudencia. Decidió que habría de ser lo más acertado y prudente, decir lo menos posible respecto al asunto en el futuro, y darle a la cuestión el carácter de una de sus famosas bromas.

Desafortunadamente para aquel plan, no había sido capaz de ocultar sus emociones cuando Mystra le encontró de vuelta a la superficie. Ella había leído claramente el temor y la angustia pintado en su rostro e inequívocamente en la expresión de sus ojos, y en el acto supuso que Alvin tenía que hallarse en peligro. Todas las razones de seguridad y confianza que Khedrom intentó dar a la chica resultaron en vano, y Mystra se puso más y más irritada con él, conforme hicieron el camino de vuelta a través del Parque. Al principio, Mystra persistió en permanecer en la Tumba y esperar a que Alvin volviese, cualquiera que hubiese sido la misteriosa forma que había tenido de desaparecer de la vista. Khedrom se las arregló para convencerla de que aquello sólo sería una pérdida de tiempo, y se sintió sinceramente aliviado cuando ella le siguió de vuelta a la ciudad.

Existía la posibilidad de que Alvin volviese de un momento a otro y de ninguna manera quiso que nadie más descubriese el secreto de la Tumba de Yarlan Zey.

Para cuando llegaron a la ciudad, era obvio para Khedrom que toda su táctica evasiva había fallado completamente y que la situación era seria y se escapaba de sus manos. Era la primera vez en su vida que se encontró desarmado, sin sentirse capaz de enfrentarse con cualquier problema que se le hubiese puesto de frente. Su temor irracional fue reemplazado lentamente por una alarma más profunda y más firmemente basada. Hasta entonces, Khedrom apenas si había dado la menor importancia a las consecuencias de sus acciones. Su propio interés y una ligera aunque sincera simpatía por Alvin, había sido suficiente motivo para hacer cuanto había hecho por el joven. Aunque había alentado y ayudado a Alvin, nunca había creído que nada parecido a aquello pudiese haber ocurrido.

A despecho del abismo de años y experiencia entre ambos, la voluntad de Alvin había sido siempre más poderosa que la suya. Era demasiado tarde para hacer nada respecto al asunto; Khedrom comprendía que los acontecimientos se iban deslizando hasta una situación que caía más allá de su control. En vista de aquello, habría sido poco elegante de parte de Mystra, que ésta considerase a Khedrom como el genio del mal respecto de Alvin, reprochándole culpable de todo lo ocurrido. Mystra no era realmente vengativa; pero estaba disgustada y gran parte de su disgusto estaba enfocado sobre Khedrom. Si cualquier acción de la chica le causaba dificultades, ella sería la última en lamentarlo.

Partieron en un silencio de piedra, cuando llegaron al gran camino circular que rodeaba el Parque. Khedrom se esperó a ver cómo desaparecía Mystra en la distancia, tratando de imaginar qué planes llevaría la joven en la mente.

Sólo había una cosa de la que podía hallarse cierto. El aburrimiento no iba a ser un serio problema para los tiempos por venir.

Mystra actuó con rapidez y con inteligencia. No se molestó en tomar contacto con Eriston y Etania; los padres de Alvin eran unas agradables nulidades, por quienes ella sentía un cierto afecto; pero ningún respeto. Hubiera perdido el tiempo con ellos perdida en fútiles argumentos y después se habrían decidido por hacer lo que la chica estaba haciendo.

Jeserac escuchó el relato completo de Mystra, sin emoción aparente. Si estaba alarmado o sorprendido, lo ocultó muy bien, tan bien que Mystra se quedó totalmente decepcionada. Le pareció como si nada de extraordinario y de importancia hubiese sucedido y la conducta de Jeserac la dejó aplanada. Cuando la chica hubo terminado, él la preguntó durante cierto tiempo, dándole a entender, aunque sin expresarlo, que ella podía haber sufrido un error o cometer una equivocación. ¿Qué razón existía para suponer que en realidad Alvin había abandonado la ciudad? Tal vez, todo aquello no hubiese sido más que una pesada broma a su costa, el hecho de que Khedrom se hallaba de por medio, lo hacía parecer altamente probable. Alvin podía muy bien estar riéndose de ella, escondido en cualquier parte de Diaspar y en aquel preciso instante.

La única positiva reacción que obtuvo del tutor de Alvin, fue su promesa de hacer investigaciones y tomar contacto con ella de nuevo en el plazo de un día. Mientras tanto, ella no debería preocuparse y sería lo mejor de todo que no dijese nada a nadie de aquel asunto. No había necesidad de extender la alarma respecto a un incidente que probablemente podía estar aclarado en el transcurso de unas cuantas horas.

Mystra dejó a Jeserac en un estado de ánimo de ligera frustración. Ella habría estado mucho más satisfecha de haberle visto dispuesto a actuar inmediatamente y sin pérdida de tiempo.

Jeserac, tenía amigos en el Consejo; él mismo había sido un miembro componente a lo largo de su extensa vida e incluso podría serlo de nuevo de sentirse desgraciado. Llamó a tres de sus más influyentes colegas, y cautamente despertó su interés. Como tutor de Alvin, se daba cuenta de su delicada posición y se hallaba ansioso de preservar su propia postura en el asunto. Por el momento cuanto menos personas supieran lo sucedido, mucho mejor.

Se llegó a la conclusión de que la primera cosa que debía hacerse, era ponerse en contacto con Khedrom y pedirle una explicación. Sólo había un fallo en aquel excelente plan. Khedrom, anticipándose al mismo, había desaparecido como tragado por la tierra.

★★★

Si había alguna ambigüedad respecto a la posición de Alvin en Lys, sus anfitriones tuvieron el exquisito tacto de no recordárselo. Era libre de ir donde le pareciese en Airlee, la pequeña población donde gobernaba Seranis, aunque ésta fuese una palabra demasiado fuerte para definir su posición. A veces, le parecía a Alvin que ella se comportaba como un dictador benevolente; pero en otras, daba la impresión de no poseer ningún poder, en absoluto. Lo cierto es que había fallado en comprender totalmente el sistema social de Lys, bien porque fuese demasiado simple o demasiado complejo, de forma tal, que sus consecuencias se le escaparon de toda comprensión apropiada. Todo lo que había descubierto como cosa cierta, era que Lys estaba dividida en innumerables poblaciones de las cuales, Airlee era un ejemplo típico. Con todo, en un sentido, no parecían existir ejemplos típicos, ya que Alvin había recibido la seguridad de que cada una de aquellas poblaciones trataban de no parecerse a sus vecinos, en la medida en que les era posible. Aquello le resultaba extremadamente confuso.

Aunque era muy pequeña y contenía menos de un millar de personas Airlee, estaba llena de sorpresas. Apenas si existía un simple aspecto en la vida corriente que no fuese distinto, por comparación, con Diaspar. Las diferencias se extendían a cuestiones tan fundamentales como la conversación. Sólo los chiquillos utilizaban el lenguaje hablado para comunicarse; los adultos apenas si hablaban, y Alvin decidió que si lo hacían en su presencia, era una mera cuestión de cortesía hacia él. Resultaba una curiosa y decepcionante experiencia que producía la más profunda frustración, el sentirse inmerso en una gran red de palabras sin sonido e indetectables; pero tras algún tiempo, Alvin se acostumbró. Parecía sorprendente, en realidad, que el uso del lenguaje hubiera sobrevivido en absoluto, ya que no había la menor necesidad de utilizarlo; pero Alvin descubrió más tarde que las gentes de Lys eran muy aficionadas a cantar y ciertamente, a todas las formas de la música. Sin semejante incentivo, hubiese sido lo más verosímil que desde mucho tiempo atrás, aquellas gentes se hubieran vuelto mudas por simple atrofia de sus órganos de fonación.

Siempre parecían ocupadas en algo, comprometidas en tareas o problemas que corrientemente le resultaban incomprensibles a Alvin. Cuando pudo comprender lo que estaban haciendo, la mayor parte de aquellos trabajos le parecieron al joven totalmente innecesarios. Una considerable parte de su alimento, por ejemplo, era cultivado en la tierra y no sintetizado de acuerdo con los conocimientos y procedimientos utilizados hacía ya tanto tiempo en el pasado. Cuando Alvin lo comentaba, se le explicaba pacientemente por las gentes de Lys, que era un placer ver cómo crecían los frutos y los alimentos en sus respectivas plantas, llevándose a cabo complicados métodos genéticos para obtener por evolución y mejoramiento, un sabor y paladar más sutil y agradable. Airlee, era famosa por sus frutas; pero cuando Alvin comió algunas elegidas como muestras, no le parecieron mejores que las que bajo un simple conjuro, tenía en Diaspar a su disposición, sin otra molestia que levantar un dedo.

Al principio, Alvin especuló con la idea de que el pueblo de Lys había debido olvidar o no había poseído nunca, el poder de las máquinas, que como cuestión descontada, se basaba toda la vida en Diaspar. Pero pronto encontró que aquél no era el caso. Las herramientas y el conocimiento estaban allí a disposición de sus gentes; pero sólo utilizadas en lo más esencial. El ejemplo más sorprendente de aquello, era lo concerniente al sistema de transporte, si es que podía ser dignificado con tal nombre. Para cortas distancias, la gente iba a pie, lo que parecía hacerles disfrutar. Si tenían prisa en cualquier momento, o tenían pequeñas cargas que transportar, utilizaban animales que obviamente habían sido criados y evolucionados para tal propósito. La especie más utilizada para la carga, era una bestia de seis patas, muy dócil, fuerte y pobre de inteligencia. Los animales para correr a gran velocidad, eran criados aparte, andando normalmente sobre sus cuatro patas y utilizando sus miembros fuertemente musculosos, cuando realmente debían correr a velocidad estimable. Podían recorrer la totalidad de Lys en pocas horas y los pasajeros iban subidos en un asiento giratorio, sujeto a la espalda del animal. Por nada del mundo habría Alvin utilizado tal sistema de carreras, aunque constituía un deporte popular entre la gente joven del país. Sus miembros finos y estilizados les hacían la aristocracia del mundo animal, y parecían sentirse muy bien avisados al respecto y conscientes de su valía. Disponían de cuantiosos vocabularios y Alvin les sorprendía a veces hablando y fanfarroneando entre ellos, respecto a pasadas y futuras victorias. Cuando pretendió mezclarse en conversación con ellos, mostrándose amistoso; ellos pretendieron que el joven no podía comprenderlos y de persistir, se apartaban con una especie de dignidad ofendida.

Aquellas dos especies de animales parecían bastar a las necesidades ordinarias, proporcionando a sus dueños un gran placer que ningún dispositivo mecánico hubiera podido proporcionarles. Pero cuando se requería una gran velocidad, en caso extremo, o grandes cargamentos para transporte, allí estaban también las máquinas, que se utilizaban sin la menor vacilación.

Aunque la vida animal en Lys, se presentó a los ojos de Alvin como un nuevo mundo de interés y sorpresas, lo que más le fascinó fue los dos extremos de la situación vital de sus habitantes. Los muy jóvenes y los muy ancianos… ambos igualmente extraños e igualmente sorprendentes. El habitante más viejo de Airlee, sólo había llegado al segundo siglo de su vida, y apenas si le quedaban ya unos pocos años por delante en el futuro. Cuando el propio Alvin hubiese cumplido aquellos doscientos años, su propio cuerpo, apenas si tendría la más leve apariencia de vejez; mientras que aquel anciano, que no tenía ninguna cadena de futuras existencias a que mirar en el futuro, casi habría agotado todas sus fuerzas físicas. Tenía los cabellos completamente blancos y su rostro era una maraña indescifrable de arrugas. Daba la impresión de emplear la mayor parte de su tiempo, sentado al sol, o paseando lentamente alrededor de la población cambiando saludos cordiales con cuantas personas hallaba al paso. Por cuanto pudo colegir Alvin, daba la impresión de hallarse contento de sí mismo, no pidiéndole nada más a la vida y sin preocuparse por su próximo fin.

En todo aquello radicaba una filosofía tan distinta en sus aspectos con la de Diaspar que se hallaba más allá de toda comprensión por parte de Alvin. ¿Por qué tendría nadie que aceptar la muerte definitiva, siendo algo innecesario, cuando se tenía la opción de vivir durante mil años y después, transcurridos milenios, saber que se despertaría nuevamente a otra vida nueva, a la que se había ayudado a conformar en todos sus aspectos? Aquél fue un misterio que Alvin estuvo determinado a resolver, tan pronto como tuviese la oportunidad de discutirlo francamente. Era muy difícil y duro para él creer que Lys hubiera elegido tal camino por su propia y libre voluntad, si sabía que existía la otra alternativa.

Encontró parte de la respuesta que buscaba entre los chiquillos, aquellas pequeñas criaturas que le resultaban tan extrañas como cualquiera de los animales de Lys. Empleó mucho tiempo entre ellos observando sus juegos y eventualmente siendo aceptado por ellos como un amigo. A veces le parecía que no eran humanos en absoluto, ya que sus motivaciones, su lógica y su lenguaje eran algo tan extraño e irreal. Miraba entonces a los adultos, preguntándose cómo podrían haber evolucionado desde el estado de aquellas pequeñas y extraordinarias criaturas, que parecían emplear la mayor parte de su tiempo en un mundo privado, sólo para ellos mismos.

Y con todo, incluso cuando resultaba chasqueado de su presencia misteriosa, levantaban y despertaban en su corazón un sentimiento jamás conocido antes. Cuando aunque no fuese con frecuencia, pero que a veces ocurría, estallaban en lágrimas, en frustración o desamparo, sus pequeñas decepciones le parecían más trágicas que la gran retirada que el Hombre había llevado a cabo, tras la pérdida de su Imperio Galáctico. Aquello resultaba demasiado grandioso y remoto; pero las lágrimas de un niño eran algo capaz de encoger el corazón de cualquiera.

Alvin había hallado el amor en Diaspar; pero además, estaba aprendiendo algo igualmente precioso y sin lo cual el amor en sí mismo no hubiera llegado a alcanzar sus grandes cimas y hubiera permanecido incompleto. Estaba aprendiendo lo que significaba la ternura.

★★★

Si Alvin estaba estudiando a Lys, Lys le estudiaba a él, y no se sintió insatisfecho con lo que había encontrado en aquel extraño y misterioso país. Había permanecido va durante tres días en Airlee, cuando Seranis le sugirió que podría ir más allá y ver más del país. Era una proposición como para ser aceptada inmediatamente… a condición de no subirse en alguna de aquellas bestias para cabalgar.

—Puedo asegurarte —le dijo Seranis, con un raro destello de humor—, que nadie aquí soñaría con arriesgar uno de sus preciosos animales. Pero puesto que éste es un caso excepcional, dispondré un transporte en el cual te sientas como en Diaspar. Hilvar actuará como tu guía, sin que ello impida, por supuesto, que puedas ir a donde gustes.

Alvin especuló sobre si aquello era estrictamente cierto. Imaginó que podría haber alguna objeción si intentaba volver a la pequeña colina desde cuya ladera emergió por primera vez a la vista de Lys. Sin embargo, aquello no le preocupó, desde el momento en que no tenía prisa alguna para volver a Diaspar, a cuyo problema dedicaba ahora poca atención, tras sus conversaciones con Seranis. La vida allí le resultaba tan interesante y tan nueva que en realidad se hallaba realmente contento con vivir en el presente.

Agradeció mucho el gesto de Seranis de ofrecerle a su propio hijo como guía, aunque sin duda, a Hilvar se le habrían dado cuidadosas instrucciones para que bajo ningún concepto pudiera sufrir ningún daño. Le había llevado algún tiempo en acostumbrarse a la presencia de Hilvar, por una razón que no hubiera podido explicarle sin herir sus sentimientos. La perfección física era tan universal en Diaspar, que la belleza personal había llegado a perder todo su valor; los hombres allí no le daban más importancia que al aire que respiraban. Aquél no era el caso en Lys, y el más halagador adjetivo que hubiera podido dedicar a Hilvar era la de ser "vulgar". Para las concepciones de Alvin, era francamente feo y por un cierto tiempo le había evitado deliberadamente. Si Hilvar se había dado cuenta, no parecía demostrarlo en absoluto; pero no transcurrió mucho tiempo antes de que su amistosa compañía y buena naturaleza congénita, rompiese la barrera existente entre ellos. Ya llegó el momento en que Alvin se acostumbró a la amplia sonrisa de Hilvar, a su fuerza y a su caballerosidad que apenas si pudo creer que antes le hubiera encontrado repelente, y no habría cambiado su presente opinión ya, por nada del mundo.

Abandonaron Airlee a poco del amanecer en un día y en un pequeño vehículo a quien Hilvar llamó un coche todo terreno, y que aparentemente funcionaba sobre los mismos principios que el que le había traído desde Diaspar. Flotaba en el aire a pocas pulgadas sobre la tierra recubierta de césped y aunque no había signo alguno de raíl conductor, Hilvar le dijo que aquellos coches, sólo podían viajar por rutas ya predeterminadas. Todos los centros de población se hallaban ligados entre sí en la misma forma; pero durante su estancia en Lys, Alvin no había visto ninguno en funcionamiento.

Hilvar había puesto un gran esfuerzo y cuidado en organizar la expedición, cuidándose de todos los detalles al igual que Alvin. Había planeado la ruta a seguir con su mismo interés, ya que la Historia Natural era su pasión favorita, y esperaba hallar nuevos tipos de insectos en regiones relativamente despobladas de Lys, a las que irían a visitar. Planearon viajar hacia el sur y hasta donde la máquina pudiese llegar, haciendo el resto del camino que les quedase a pie. Sin comprender las implicaciones de esto último, Alvin aceptó encantado.

Llevaban un compañero en la expedición: Krif, el más espectacular de los animales domésticos de Hilvar. Cuando Krif se hallaba en reposo, sus seis alas brillantes y coloreadas, aparecían plegadas sobre el cuerpo, que brillaba como un cetro recubierto de joyas deslumbrantes. Si algo le asustaba, se alzaba por el aire con unos destellos iridiscentes del batir casi invisible e inaudible de sus alas. Aunque el gran insecto solía acudir a cualquier llamada de su dueño, obedeciendo las más simples órdenes, era casi totalmente una criatura desprovista de mente inteligente, para las apreciaciones de Alvin. Sin embargo, tenía una definida "personalidad" en sí mismo, y por alguna razón parecía mostrarse receloso de la presencia de Alvin, cuyos esporádicos intentos de ganarse su confianza, habían terminado siempre en un completo fracaso.

Para Alvin, la jornada a través de Lys, había sido como un sueño al margen de la realidad. Silenciosa como un fantasma, la máquina se deslizaba a través de ondulantes llanuras, pasando a través de los bosques, sin desviarse jamás de su invisible sendero. Viajaría seguramente a una velocidad superior a la de diez veces la de un hombre a buen paso, raramente cualquier habitante de Lys solía caminar a mayor prisa.

Pasaron a través de muchas poblaciones, algunas mayores que Airlee; pero en general construidas con aspecto similar. Alvin se hallaba interesado en comprobar las sutiles diferencias en el vestir e incluso en la apariencia física que iban surgiendo a medida que pasaban de una a otra comunidad del país. La civilización de Lys, estaba compuesta por cientos de diferentes culturas, contribuyendo cada una con algún especial talento al bien común de la totalidad. El coche todo terreno, estaba bien provisto de los más famosos productos de Airlee, y entre ellos un tipo de pequeño y amarillo melocotón que era muy bien recibido y agradecido allí donde Hilvar obsequiaba con él. Con frecuencia, se detenía para saludar y hablar con sus amigos y para presentar a Alvin, que no cesaba nunca de sentirse impresionado por la sencilla cortesía que todos empleaban al dirigirse a él con palabras en cuanto se daban cuenta de quién era. Aquello tenía que resultar frecuentemente tedioso para ellos, ya que por lo que Alvin pudo juzgar, siempre se resistían a la tentación de comunicarse más cómodamente entre ellos utilizando la telepatía, lo cual le hubiera excluido de la conversación.

Hicieron su parada más larga en una pequeña población casi escondida por un mar de hierba, alta y dorada, que les sobresalía por encima de la cabeza, ondulando al suave viento, como si estuviese dotada de vida propia. Al moverse entre ella, se sentían continuamente acariciados por las constantes oleadas que parecían inclinarse a su paso.

Al principio pareció resultar algo molesto, ya que Alvin tuvo la tonta suposición de que la hierba se inclinaba para mirarle de cerca; pero tras un rato, encontró que aquel suave movimiento continuo era como algo agradable.

Alvin comprendió pronto por qué habían hecho aquella parada. Entre la pequeña multitud que se había congregado alrededor del coche, aparecía una chica tímida y morena a quien Hilvar presentó como a Nyara. Era evidente que ambos se hallaban felices de volver a verse y Alvin sintió una cierta envidia de su felicidad en aquella breve reunión. A Hilvar se le notaba notoriamente confuso, teniendo que elegir entre sus deberes como guía y el deseo de no tener otra compañía que Nyara.

Alvin halló la solución, despegándose del grupo y dándose una vuelta, haciendo por su cuenta una pequeña exploración. No había mucho que ver en aquella pequeña población; pero procuró tomar el tiempo con calma en obsequio de Hilvar.

Cuando reemprendieron de nuevo el viaje, Alvin tenía muchas preguntas que plantear a Hilvar. No comprendía cómo el amor tenía sentido en una sociedad telepática como aquella, y tras un discreto intervalo, así se lo preguntó a su amigo. Hilvar intentó explicárselo incluso aunque Alvin sospechaba que había interrumpido en la mente de su amigo una tierna despedida telepática.

Según parecía, en Lys, todo amor comenzaba con un contacto mental y podían transcurrir meses o incluso años antes de que la pareja se encontrase. En aquella forma, le explicó Hilvar, no había lugar a falsas impresiones, ni decepciones por ninguna de las partes. Dos personas que tienen la mente abierta recíprocamente, no pueden tener oculto ningún secreto. Si alguno de ellos lo intentaba, la pareja lo sabría inmediatamente y comprobaría que algo se deseaba mantener escondido.

Sólo unas mentes maduras y bien equilibradas podían permitirse una tal honestidad; Sólo el amor basado en un absoluto desprendimiento carente de todo egoísmo, podía sobrevivir al paso del tiempo. Alvin comprendió fácilmente que un amor así, tenía que ser mucho más profundo y más rico que el que sentían las gentes que le eran conocidas en su propio mundo. En sí, de hecho, constituía una cosa perfecta y por primera vez se sorprendió de no haber imaginado nunca que tal sentimiento pudiese existir entre seres humanos.

Hilvar le fue dando seguridades de que así era en realidad y parecía quedar sumido en el encanto de una ensoñación de la que Alvin tenía que sacarle, presionándole el brazo para que fuese más explícito. Había ocasiones en que no se comunicaban, o dejaban de saber el uno del otro. Alvin decidió con tristeza que él jamás podría alcanzar aquella especie de natural comprensión que aquel pueblo afortunado tenía como base de sus vidas.

Cuando el coche emergió de aquella gran planicie verde, que terminaba abruptamente como si la frontera natural hubiese estado trazada por la línea de las altas hierbas, apareció una hilera de colinas bajas, densamente pobladas de bosques. Aquello era como un puesto fronterizo, le explicó Hilvar, del principal baluarte que resguardaba a Lys. Las grandes montañas se hallaban más allá en la distancia; pero para Alvin incluso aquellas pequeñas colinas constituyeron una visión impresionante.

El coche se detuvo en un estrecho y protegido valle que aún se hallaba acariciado por el sol poniente, todavía cálido y agradable. Hilvar miró a Alvin con una amplia y franca mirada totalmente ausente de malicia.

—Desde aquí comenzaremos a caminar —le dijo alegremente, comenzando a sacar todo el equipo del vehículo—. No podemos seguir en el coche más adelante.

Alvin miró a las colinas que le rodeaban y después al confortable asiento en el que había viajado hasta allí.

—¿No hay ningún camino que dé la vuelta? —preguntó Alvin aún sin muchas esperanzas.

—Por supuesto que lo hay —replicó Hilvar—. Pero no vamos a rodear las colinas. Subiremos en derecho hasta la cima que es mucho más interesante. Pondré el coche en automático, para que esté esperándonos del otro lado para cuando volvamos.

Determinado a no entregarse sin lucha, Alvin hizo su último esfuerzo.

—Pronto se hará de noche —protestó—. No podremos llegar allá antes de que el sol se haya puesto.

—Exactamente —dijo Hilvar, disponiendo el equipaje y los utensilios con increíble velocidad y destreza—. Pasaremos la noche en la cima y terminaremos la jornada por la mañana.

Y por una vez, Alvin comprendió que estaba derrotado.

Los paquetes que tuvieron que echarse a la espalda tenían un aspecto formidable; pero con el enorme bulto no pesaban prácticamente nada. Todo estaba empacado en recipientes con polarizadores de gravedad que neutralizaban el peso, dejando sólo a la inercia luchar con ellos.

Mientras que Alvin marchaba en línea recta, no parecía darse cuenta de que llevaba peso alguno. El acostumbrarse a manejar aquellos paquetes requería cierta destreza y práctica ya que si intentaba hacer un súbito cambio de dirección, la carga parecía desarrollar súbitamente una obstinada sensación de que se hallaba presente con su peso ordinario, obligándole a seguir un curso casi rectilíneo hasta vencer el moméntum físico.

Cuando Hilvar se hubo atado a la espalda sus paquetes y pareció hallarse satisfecho de que todo estaba en orden, comenzaron a caminar sin prisa falda arriba por el valle. Alvin miró hacia atrás hasta que el coche se perdió de vista, y trató de imaginar cuántas horas pasarían todavía antes de que pudiera relajarse en su confortable asiento.

Sin embargo, resultaba agradable ir subiendo con aquel sol suave batiéndole en las espaldas, y apreciando nuevas vistas escondidas hasta entonces para él. Existía un paso en parte cerrado que desaparecía de vez en cuando; pero que Hilvar parecía capaz de seguir aun cuando Alvin ni se daba cuenta de su existencia. Preguntó a Hilvar quién había hecho aquel paso y su compañero le informó que estaba formado por el constante paso de muchos pequeños animales habitantes de las colinas, algunos solitarios, y otros viviendo en comunidades primitivas que recordaban como un eco muchas características de la civilización humana. Unos pocos habían descubierto o se les había enseñado el uso de las herramientas y el fuego. Nunca se le ocurrió a Alvin que tales criaturas pudieran ser amistosas, y tanto él como Hilvar lo dieron por descontado, ya que desde hacía miles de años nada había desafiado la supremacía del Hombre.

Estuvieron ascendiendo durante media hora, cuando Alvin notó un leve murmullo reverberante en el aire que les rodeaba. No pudo detectar su procedencia, ya que parecía no provenir de ninguna dirección en particular. Aquel murmullo era algo persistente y crecía en intensidad a medida que el paisaje iba extendiéndose frente a ellos. Estuvo a punto de preguntar a Hilvar de qué se trataba; pero creyó más prudente conservar su aliento para propósitos más esenciales.

Alvin se hallaba en perfecta salud, jamás había estado ni una sola hora enfermo en su vida. Pero el bienestar físico, a pesar de ser importante y necesario, no era suficiente para la tarea con que entonces se había enfrentado. Tenía un cuerpo fuerte y sano, pero carecía de destreza. Los pasos fáciles y seguros de Hilvar, y la escalada que estaba realizando sin esfuerzo aparente, llenaron de envidia a Alvin, que determinó no rendirse mientras pudiese echar un paso delante del otro. Sabía perfectamente que Hilvar estaba probándole, y no se resintió del hecho en sí. Era un juego de buena naturaleza y Alvin así lo captó aunque la fatiga ya le invadía todos los miembros de su cuerpo.

Hilvar se compadeció de Alvin cuando habían hecho ya los dos tercios de la ascensión a la colina y descansaron durante un rato, sobre una gran losa de cara a occidente, dejando que el suave resplandor del sol poniente mitigara la fatiga de sus cuerpos. El murmullo sentido antes por Alvin era ahora un trueno, y aunque Alvin preguntó la causa a Hilvar, éste se negó a contestar con una evasiva. Aquello sería como echar a perder la sorpresa, si Alvin sabía de antemano qué era lo que le esperaba al culminar la cima. Al poco siguieron corriendo contra el sol; pero afortunadamente el último tramo era de suave pendiente y llegaron con relativa facilidad. Los árboles que habían recubierto la parte más baja de la colina, habían ido disminuyendo, como si se sintiesen demasiado cansados de luchar con la gravedad, y en los últimos cientos de yardas, el suelo aparecía alfombrado de una hierba corta y suave, por donde resultaba agradable caminar. Al tener a la vista la cúspide, Hilvar tomó alientos y en un esfuerzo final llegó corriendo ladera arriba. Alvin decidió ignorar aquella especie de desafío, ya que ciertamente, no tenía elección. Hizo un supremo esfuerzo y para cuando llegó a la cima lo hizo en un estado de agotamiento dejándose caer al lado de Hilvar, totalmente exhausto. Hasta que no se rehizo de la fatiga pasada, no pudo captar la amplia vista y el extenso panorama que se esparcía a sus pies viendo el origen de aquel trueno sin fin que por entonces, parecía llenar el aire circundante. El terreno que tenía ante él, caía a plomo casi, desde la cima de la colina, tan profundamente, que parecía un acantilado en vertical. Allá abajo y en la distancia, lejos de la falda del acantilado, una gran masa de agua que se curvaba en el espacio, caía, aplastándose contra las rocas a un millar de pies de profundidad. Aquella cascada, en el fondo, se perdía en una fina lluvia de neblinosas partículas de agua, mientras que desde la profundidad se elevaba aquel trueno sordo, permanente e incesante cuyo eco reverberaba desde las colinas del entorno.

La mayor parte de la catarata se hallaba entonces en la sombra pero la luz del sol, filtrándose aún por entre las montañas, iluminaba el terreno de abajo añadiéndole un toque final de magia a la escena, ya que en el fondo y con una evanescente belleza por encima de la base de la cascada, se hallaba el último arco iris que quedaba sobre la faz de la Tierra.

Hilvar hizo un gesto con la mano que parecía abrazar la totalidad del horizonte.

—Desde aquí —dijo en voz alta para dominar el sordo rugir de la cascada— puedes ver toda la extensión de Lys.

Alvin miró en su entorno y lo pudo comprender muy bien. Hacia el norte y milla tras milla de bosques, rotos aquí y allá por algunos claros, existían campos de verdor y la serpenteante silueta de un centenar de pequeños ríos. Escondida en alguna parte, estaba la población de Airlee, resultando muy difícil localizarla. Alvin imaginó haber podido captar la visión del lago por que pasó en su entrada a Lys; pero decidió que sus ojos le estaban gastando una broma. Mucho más al norte todavía, los árboles y los claros del terreno se perdían en una alfombra moteada de verdor, salpicada de tanto en tanto por una fila de colinas. Y más allá de todo aquello, al límite de la visión, las enormes montañas que enmarcaban el territorio de Lys protegiéndole del desierto, como un banco de nubes distantes.

Al este y oeste, la vista era ligeramente distinta; pero hacia el sur, las montañas parecían hallarse sólo a unas cuantas millas de distancia. Alvin pudo distinguirlas claramente y comprobó que eran muy superiores a la cima en que se encontraba en aquel momento con Hilvar. Estaban separadas de aquel lugar, por un territorio mucho más selvático que la tierra que hasta entonces habían atravesado. En un cierto e indefinible sentido, parecía desierto vacío, como si el Hombre no hubiera vivido allí desde muchos, muchos años…

Hilvar respondió la muda pregunta de Alvin.

—Una vez, esta parte de Lys estaba habitada —le dijo—. No sé por qué fue abandonada, y es posible que en cualquier ocasión, un día lleguemos hasta allí de nuevo. Por ahora sólo viven animales.

Ciertamente, allí no se advertía signo alguno de vida humana, ninguno de los grandes claros del terreno ni en las márgenes de los ríos se advertía la menor presencia del Hombre. Sólo en un lugar alejado, se notaba la traza de que hubiese vivido allí alguna vez, ya que a algunas millas de distancia aparecían las blancas y solitarias ruinas que sobresalían de entre los matorrales como las garras rotas de un animal muerto. Por todo lo demás, la jungla se había apoderado del resto del terreno.

El sol estaba ya hundiéndose tras las montañas occidentales de Lys. Por un momento, aquellas montañas parecieron incendiadas de un rojo resplandor; después, la tierra que guardaban como eternos centinelas fue cayendo rápidamente en la sombra y la noche reinó sobre el paisaje.

—Teníamos que haber hecho esto antes —dijo Hilvar, práctico como siempre, dándose prisa a desempaquetar las cosas—. Estará muy oscuro en cinco minutos… y hará frío, además.

Unas curiosas piezas de aparatos, comenzaron a cubrir la hierba. Un esbelto trípode se extendió en un poste vertical a cuyo extremo superior se abrió una cubierta en forma de pera. Hilvar lo dispuso de forma que aquella cubierta le cubriese la cabeza, dándole un nombre que Alvin no pudo entender. Inmediatamente, el campamento se vio inundado de luz y las sombras se retiraron del entorno. Aquella especie de pera no sólo suministraba luz, sino calor, ya que Alvin sintió su caricia suave como adentrándosele en los huesos.

Llevando el trípode en una mano y su mochila en la otra, Hilvar se dirigió falda abajo de la colina, con Alvin a sus talones haciendo lo posible por no salir fuera de aquel círculo de luz. Finalmente clavó el trípode estableciendo el campamento en una pequeña depresión del terreno a unos centenares de yardas bajo la cresta de la colina, comenzando después a disponer el resto de la instalación de campaña.

Primero surgió un ancho hemisferio de algún rígido y casi invisible material que les envolvió por completo, protegiéndoles de la fría brisa, que por entonces había comenzado a soplar. Aquella cúpula parecía ser generada por una caja pequeña y rectangular que Hilvar colocó sobre el suelo, ignorándola después por completo, incluso hasta el extremo de enterrarla casi por completo con el resto de las demás cosas. Quizá aquello también proyectaba los semitransparentes y confortables asientos sobre los que Alvin estaba tan contento de relajarse. Era la primera vez que veía cómo se materializaban los objetos, fuera de Lys, donde para Alvin las casas se hallaban terriblemente recargadas de mobiliario y artefactos permanentes, cuya presencia hubiera resultado mucho mejor tener alejada en los bancos de memoria.

La comida que Hilvar sacó de otro de los receptáculos, era también la primera puramente sintética de las que Alvin había tomado desde su llegada a Lys. Se produjo una corriente de aire absorbida a través de algún orificio de la cúpula que les protegía, mientras que el convertidor de materia manipulaba sus materias primas y lograba el milagro de todos los días. En conjunto, Alvin se sentía mucho más feliz y contento con el alimento puramente sintético. La forma en que aquél parecía preparado, le chocó con cierto desagrado, pareciéndole antihigiénico. Al menos con los convertidores de materia, se sabía lo que se estaba comiendo…

Descansaron tras la comida, y la noche, mientras, fue adueñándose del paisaje. A poco, las estrellas lucían con todo su esplendor. Más allá del círculo de luz que emitía el misterioso aparato de Hilvar, Alvin distinguió las fantasmales figuras de las criaturas de los bosques, al ir saliendo de sus escondrijos. De vez en cuando, captaba el vistazo de unos ojos en los que se reflejaba la luz del pequeño campamento, pálidos y mirándole fijamente; pero cualesquiera que fuesen aquellas bestias, se mantenían a una prudente distancia y nada pudo saber de ellas con certeza.

La paz le rodeaba por doquier y Alvin se sintió relajado y contento. Durante un buen rato descansaron en los asientos y estuvieron hablando de las cosas que había visto, del misterio que envolvía a los dos y de los muchos aspectos en que ambas culturas diferían. Hilvar estaba fascinado por el milagro de los Circuitos de la Eternidad que habían colocado a Diaspar más allá del alcance del tiempo y Alvin encontró alguna de las preguntas de su amigo, realmente difíciles de contestar.

—Lo que no comprendo —dijo Hilvar— es cómo los diseñadores de la ciudad de Diaspar estuvieron ciertos de que nada podría equivocarse, ni ir mal en esos circuitos de memoria. Me has contado que la información que define a Diaspar y a toda la gente que en ella vive, está almacenada en dispositivos de cargas eléctricas en el interior de cristales. Bien, los cristales pueden permanecer eternamente, pero ¿qué de todos los demás circuitos asociados con ellos? ¿No ha ocurrido nunca ningún fallo?

—Yo hice a Khedrom la misma pregunta y me respondió, que los Bancos de Memoria, están virtualmente triplicados. Cualquiera de esos bancos pueden mantener la ciudad tal y como es, y si algo fuese mal con uno de ellos, los otros dos lo corrigen automáticamente. Sólo si el mismo fallo ocurre simultáneamente en dos de los bancos, podría ocurrir algún daño permanente… pero las posibilidades son infinitesimales.

—¿Y qué hay respecto a la relación mantenida entre los modelos almacenados en los circuitos de memoria y la estructura actual de la ciudad? Es decir, entre el plan, como era en su origen, y lo que actualmente describe…

Alvin apenas supo que responder. Sabía que una contestación correcta y adecuada implicaba una alta tecnología que suponía el manejo del propio espacio en sí mismo… pero cómo se podía encerrar un átomo rígidamente en la posición definida por los datos almacenados en cualquier parte de aquella enorme complejidad, era algo que se hallaba incapaz de poder explicar.

Como en una súbita inspiración, apuntó a la invisible cúpula que les protegía de la noche.

—Explícame de qué forma ese techo que tenemos por encima es creado por esa caja que tienes en el suelo y entonces yo podría explicarte cómo funcionan los Circuitos de la Eternidad.

Hilvar se sonrió de buena gana.

—Sí, supongo que es una buena comparación. Tendrías que preguntar eso a uno de nuestros expertos en la teoría de los campos, si quieres saberlo. Desde luego, ciertamente, no soy yo quien pueda decírtelo.

Aquella respuesta hizo que Alvin se quedase pensativo. Según aquello, aún quedaban en Lys quien comprendía cómo funcionaban sus máquinas, lo que suponía mucho más de lo existente en Diaspar.

Y así siguieron hablando y discutiendo hasta que Hilvar le dijo:

—Estoy cansado, Alvin. ¿Qué te parece… si nos vamos a dormir?

Alvin se frotó sus miembros fatigados todavía.

—Pues sí que me gustaría —contestó— pero no estoy seguro de que pueda. Es algo todavía difícil para mí él acostumbrarme a la idea de dormir.

—Es algo más y mejor que una costumbre —le dijo Hilvar—. Me han dicho hombres sabios que una vez constituyó una verdadera necesidad para todos los seres humanos. Nosotros todavía gustamos de dormir al menos una vez al día, aunque sólo sean unas cuantas horas. Durante este tiempo, el cuerpo se refresca y también la mente. ¿Es que en Diaspar no duerme nadie?

—Sólo en muy raras ocasiones. Jeserac, mi tutor, ha dormido una o dos veces en su vida, tras haber hecho algún esfuerzo mental de tipo excepcional. Un cuerpo perfectamente construido no tendría necesidad de tales períodos de reposo; esto es algo que ya conocemos desde hace millones de años.

Aunque pronunciaba aquellas palabras con cierto orgullo de ser superior, sus acciones estaban traicionándole. Sintió una laxitud que jamás había experimentado antes; algo dulce y agradable que se extendía de la cabeza a los pies, como fluyendo por todo su cuerpo. No había nada de desagradable en tal sensación… más bien lo contrario. Hilvar le estaba observando con una sonrisa divertida. Y Alvin supuso si su compañero no estaría ejerciendo sobre él sus misteriosos poderes mentales. De ser así, no tuvo ninguna objeción que hacer.

La luz que se esparcía procedente de la cúpula se redujo a un leve resplandor, aunque el calor radiante continuaba incambiado. Al llegar a su mínimo resplandor, la mente adormecida de Alvin registró un curioso hecho, que no pudo inquirir hasta la mañana siguiente:

Hilvar se desnudó de sus ropas, y por primera vez Alvin comprobó en qué medida se habían diferenciado y divergido los seres humanos. Algunas de tales variaciones eran simplemente de énfasis o proporción; pero otros, tales como los órganos genitales externos y la presencia de dientes, uñas y pelo en el cuerpo, resultaban más fundamentales. Lo que más le sumió en la perplejidad, sin embargo, fue el hoyito que Hilvar tenía poco más abajo del estómago.

Cuando, algunos días más tarde, recordó súbitamente la cuestión le llevó mucho rato la explicación adecuada. Cuando Hilvar le explicó convenientemente y con claridad lo que significaba el ombligo, ya había tenido que hacer media docena de diagramas y emplear cientos de nuevas palabras para Alvin.

Y así, los dos amigos, fueron dando un gran paso hacia delante en la comprensión de la base sobre la que estaban asentadas sus respectivas culturas.