Capítulo X

Cuando la puerta se cerró tras Alvin éste se dejó caer en el asiento más próximo. Toda la fuerza de sus piernas, parecía haber desaparecido en un momento: por fin supo el significado del temor que había tenido siempre hechizados a sus conciudadanos de Diaspar. Sentía temblar todos sus miembros y su visión se hizo incierta y borrosa. De haber podido escapar a aquella misteriosa máquina ya en movimiento, lo hubiera hecho aún al precio de haber abandonado todos sus sueños.

No era tan sólo el temor lo que le dominaba, sino una sensación de espantosa soledad. Todo lo que había conocido y amado quedaba en Diaspar y aun en el caso de que no sufriera peligro alguno su vida, muy bien pudiera suceder que jamás volviese a ver su mundo de nuevo. En aquel momento de desolación, no tenía ya importancia si el camino que emprendía le conducía al peligro o a la seguridad; todo lo que importaba era el sentirse alejado del hogar, de su mundo.

Sin embargo pronto pasó aquel estado de ánimo; aquellas oscuras sombras parecieron abandonar rápidamente su mente. Comenzó a prestar atención a cuanto le rodeaba y a ver lo que podía ir enseñándole aquel vehículo en el que viajaba inconcebiblemente antiguo. No le sorprendió a Alvin particularmente ni tan siquiera le maravilló, el que aquel enterrado medio de transporte pudiese funcionar todavía perfectamente tras haber pasado eones de tiempo. No estaba preservado en los circuitos de eternidad de los propios monitores de la ciudad; pero muy bien podían existir circuitos similares en cualquier otra parte, evitando su destrucción o envejecimiento.

Por primera vez se dio cuenta del indicador que aparecía formando parte de la pared delantera del vehículo. Mostraba un breve mensaje; pero que le infundía confianza:

LYS 35 minutos.

Mientras lo estuvo observando, cambió a 34. Aquello, al menos parecía una útil indicación, aunque no tuviese idea de la velocidad de la máquina, ni tampoco de la longitud del viaje que estaba llevando a cabo. Las paredes del túnel sólo eran un continuo borrón grisáceo y sólo la sensación de movimiento era la ligera vibración, que nunca hubiera comprobado, de no haberlas mirado.

Diaspar podría muy bien quedar ya a muchas millas de distancia en la lejanía y por encima se hallaría el desierto con sus dunas cambiantes. Tal vez en aquel mismo momento, pasaba raudo bajo las rotas colinas que con tanta frecuencia había observado desde las Torres de Loranne.

Su imaginación comenzó entonces a dirigirse hacia la misteriosa Lys, como si quisiera llegar antes que su cuerpo. ¿Qué clase de ciudad podría ser? Por muchos esfuerzos que hacía, sólo podía concebir una imagen similar a otra Diaspar a escala reducida. Se imaginó si aún existiría; pero después se aseguró a sí mismo que de otra forma distinta, aquella máquina no le conduciría tan suave y rápidamente a través de la tierra.

De repente, se produjo un cambio distinto en la vibración y bajo sus pies. El vehículo estaba reduciendo su marcha… no había duda. El tiempo tuvo que haber pasado más rápidamente de lo pensado: sorprendido en cierta medida, Alvin miró rápidamente al indicador, que en aquel instante, marcaba:

LYS 23 minutos.

Sintiéndose confundido y un tanto preocupado, pegó literalmente la cara contra uno de los costados de la máquina. Su velocidad aún hacía borrosas las paredes del subterráneo dando simplemente el aspecto de un gris constante, pero así y todo, pudo ir captando de tanto en tanto vistazos de marcadores que desaparecían casi al instante de aparecer. En cada una de aquellas desapariciones, las imágenes quedaban impresas en su retina por algunos segundos.

Después, sin previo aviso, las paredes del túnel parecieron apartarse de la máquina dando lugar a una impresionante expansión de espacio subterráneo. La máquina pasaba todavía a gran velocidad, a través de un enorme espacio vacío, mucho mayor que las cámaras de las vías rodantes de Diaspar.

Mirando cuidadosamente a través de la pared transparente de la máquina, Alvin siguió captando, bajo él, una intrincada red de postes indicadores, postes que se cruzaban y volvían a cruzarse para desaparecer entre una maraña de túneles a cada lado del camino que seguía. Un torrente de luz azulada pareció caer del techo, procedente de la arqueada bóveda y en silueta contra aquel resplandor, pudo descubrir las estructuras de otras grandes máquinas. La luz era tan brillante que le hacía daño en los ojos dándole a Alvin la impresión de que aquel lugar no era adecuado para los hombres. Un momento más tarde, su vehículo pasó como una flecha dejando atrás línea tras línea de cilindros como aquel en que viajaba, yaciendo inmóviles sobre su raíl conductor. Eran mucho más grandes que el suyo, lo que hizo suponer a Alvin que tales vehículos serían utilizados como transporte de mercancías. A su alrededor, aparecían agrupados incomprensiblemente para el joven, muchos mecanismos reunidos, todos silenciosos e inmóviles también.

Casi con la misma rapidez que había aparecido, aquella vasta y solitaria cámara, se desvaneció tras él. Su paso dejó un rastro de temor en la mente de Alvin, al comenzar a comprender por primera vez el significado del mecanismo de aquel gran mapa oscurecido existente bajo Diaspar. El mundo estaba mucho más lleno de maravillas de lo que había podido imaginar.

Alvin dio otro vistazo al indicador. No había cambiado, le había llevado menos de un minuto atravesar aquella gran caverna. La máquina aceleraba de nuevo, aunque apenas si se notaba la sensación de mayor movimiento y las paredes laterales del subterráneo continuaban pasando a una velocidad que le fue imposible calcular.

Le pareció una eternidad, cuando volvió a ocurrir de nuevo aquel cambio de vibraciones. Entonces, el indicador marcaba:

LYS 1 minuto.

Aquel solo minuto que faltaba para su destino, fue el más largo que Alvin hubiera conocido en toda su vida. La máquina se movía cada vez más lentamente; ya no era una sencilla pérdida de velocidad; el vehículo iba a detenerse de un instante a otro.

Suave y silenciosamente, el largo cilindro se deslizó fuera del túnel dirigiéndose a otra caverna que podía considerarse como una hermana gemela de la existente en Diaspar. Por un momento, Alvin se hallaba tan excitado que apenas si podía ver nada con claridad; la puerta se había abierto mucho tiempo antes de comprobar que tenía que abandonar la maquina como fin del viaje. Al salir del vehículo subterráneo, miró de pasada al indicador. Las palabras habían cambiado y entonces el mensaje que allí aparecía claramente iluminado, le resultó infinitamente confortante:

DIASPAR 35 minutos.

Mientras que comenzó a buscar la salida de aquella cámara, Alvin sintió el primer toque de que podría hallarse frente a una civilización diferente de la que procedía. El camino que conducía hacia la superficie, se extendía claramente ante sus ojos, por un bajo y amplio túnel al extremo de la caverna, y conduciendo hacia arriba… un regular tramo de escaleras. Aquello era algo extremadamente raro en Diaspar; los arquitectos de la ciudad habían construido rampas o corredores inclinados, allí donde quiera que existía cualquier cambio de nivel. Aquello era sólo la supervivencia de los antiguos tiempos en que los robots se habían movido sobre ruedas y para los cuales, las escaleras constituían una barrera imposible.

La escalera era corta y finalizaba contra unas puertas que se abrieron automáticamente al aproximarse Alvin. Caminó por una pequeña habitación parecida a la que había conducido a los pies de la Tumba de Yarlan Zey y no le sorprendió cuando minutos más tarde, las puertas volvieron a abrirse para mostrarle un corredor abovedado que se elevaba lentamente hacia un punto donde observó un semicírculo de cielo. No había existido sensación alguna de movimiento; pero Alvin estuvo seguro que debió haberse elevado a varios centenares de pies. Se dio prisa en subir corriendo la rampa hacia la abertura abierta a la luz del sol, con todos sus temores ya olvidados en la prisa por ver lo que se extendía ante sus ojos en aquel lugar.

De pronto se halló a sí mismo de pie en la falda de una pequeña colina y por un instante creyó de nuevo hallarse en el centro del Parque de Diaspar. Pero aun siendo aquello un Parque, era demasiado enorme para captarlo mentalmente. La ciudad que había esperado hallar, no se apreciaba por ninguna parte. Por todo cuanto su vista pudo alcanzar en la lejanía y en todas direcciones, no apareció más que bosques y llanuras recubiertas de hierba.

Después, Alvin levantó sus ojos hacia el horizonte, y allí por sobre los árboles, y surgiendo de derecha a izquierda como un fantástico arco que parecía abrazar el mundo, apreció una línea pétrea que dejaba enanas a las más gigantescas construcciones de piedra existentes en Diaspar. Se hallaba tan lejana que sus detalles se perdían en la distancia; pero había algo respecto a su silueta, que Alvin halló desconcertante. Poco a poco, sus ojos fueron acostumbrándose a la escala de aquel panorama colosal. Y comprendió entonces que aquellas lejanas murallas de piedra, no eran construcciones humanas.

El tiempo no había dominado todas las cosas; la Tierra todavía poseía montañas de la que sentirse orgullosa.

Durante mucho tiempo Alvin siguió de pie e inmóvil a la boca del túnel, acostumbrándose lentamente al extraño mundo en donde había ido a parar. Se hallaba tremendamente impresionado por el impacto causado por el tamaño y el espacio; aquel anillo de neblinosas y lejanas montañas habría podido abarcar una docena de ciudades tan grandes como Diaspar. Por mucho que lo intentó, no pudo descubrir traza alguna de la presencia de vida humana. Así y todo, el camino que conducía hacia abajo por la colina, daba la impresión de estar bien conservado, y no pudo hacer nada mejor que aceptar su guía.

Al pie de la colina, el camino desapareció entre grandes árboles que casi le ocultaban el sol. Mientras Alvin caminaba a su sombra, una extraña mezcla de colores, perfumes y sonidos, pareció darle la bienvenida. Sintió el rumor del aire entre las hojas de los árboles, que ya conocía; pero bajo otros mil vagos ruidos que no le decían nada a su mente. Le asaltaron colores desconocidos, y perfumes y olores que ya se habían perdido de la memoria de su raza. La tibieza, la profusión de perfumes y colores y la invisible presencia de millones de criaturas vivientes, le rodearon produciéndole casi una física violencia.

Llegó frente a un lago, casi sin previo aviso. Los árboles que existían a su derecha, terminaron súbitamente, para dar paso ante sus ojos, a una enorme extensión de agua, salpicada con las verdes manchas de pequeñas islas. Jamás había visto Alvin en toda su vida semejante cantidad de agua; por comparación las grandes piscinas de Diaspar con sus grandes estanques, apenas sí eran unos insignificantes charquitos. Se encaminó lentamente al filo del lago y llenó sus manos con aquel agua tibia que fue dejando escurrir entre sus dedos.

El gran pez plateado que de repente pasó ante sus ojos, bajo la superficie clara del lago, fue la primera criatura no humana que jamás hubiera visto Alvin. Le produjo una sensación de total extrañeza; pero así y todo, su conformación especial pareció despertar en lo íntimo de Alvin una fascinadora familiaridad. Moviéndose entre el líquido elemento, en aquella especie de vacío verdoso de las aguas del lago, con tan leve movimiento de sus pequeñas aletas, parecía la verdadera encarnación del poder y la velocidad. Allí estaban incorporadas en la carne viviente, las graciosas líneas de las grandes naves que una vez surcaron los cielos de la Tierra. La evolución y la ciencia habían llegado a la misma respuesta y el trabajo de la naturaleza se había perpetuado y continuado.

Al fin Alvin se sustrajo al encanto hechizante del lago y continuó a lo largo del camino, acariciado por el viento. El bosque se cerró de nuevo sobre él; pero por menos tiempo que antes. A poco, el camino terminó sobre un gran claro de media milla de anchura y dos veces más largo… y Alvin comprendió por qué no había visto hasta entonces traza alguna de seres humanos.

Aquel espacio abierto, aparecía lleno de edificios pequeños de dos pisos de altura, coloreados en suaves sombras de tal forma que prestaban descanso a los ojos a plena luz del día. La mayor parte eran de un diseño limpio y funcional, aunque otros aparecían de un estilo arquitectónicamente complejo, implicando el uso de esbeltas columnas y graciosas piedras labradas. En aquellos edificios, que parecían muy antiguos, se empleaban los viejos diseños del arco punteado de una inconmensurable antigüedad.

Mientras caminaba lentamente en dirección a la población, Alvin seguía todavía luchando para captar su entorno. Nada le era familiar; incluso el aire era distinto, con su toque de vida misteriosa y desconocida. También lo era la gente de alta talla y cabellos dorados que discurría entre los edificios con tal gracia inconsciente, que se hizo evidente para Alvin que procedía de una reserva diferente de los hombres y mujeres de Diaspar.

Aquellas personas no parecieron darse cuenta de la presencia de Alvin, lo que resultaba extraño, ya que su vestido era totalmente distinto. Desde que la temperatura jamás cambiaba en Diaspar, los vestidos eran puramente ornamentales aunque con frecuencia extremadamente elaborados. Allí daban el aspecto de ser algo funcional, concebidos y diseñados para su uso más que para su ostentación, consistiendo frecuentemente en una simple banda de tejido arrollada alrededor del cuerpo.

No fue sino hasta que Alvin se halló en el interior de la población, que la gente de Lys reaccionó ante su presencia y entonces su respuesta tomó una forma más bien inesperada. Un grupo de cinco hombres emergió de una de las casas y comenzó a dirigirse hacia él con un propósito decidido… como si ciertamente, le hubiesen estado esperando. Alvin sintió una fuerte excitación y oyó casi el latir de su sangre en las venas. Pensó en los funestos encuentros que tenían que haber tenido otras razas en mundos lejanos. Aquellos a quienes se encaraba entonces, eran de su misma especie, pero ¿no podrían haber cambiado y divergido sustancialmente en los eones de tiempo transcurridos desde que Diaspar se había encerrado en sí misma?

La delegación se detuvo a unos cuantos pies de distancia de Alvin. El que parecía hallarse al frente del grupo, le sonrió, levantando la mano en el viejo gesto de amistad.

—Pensamos que sería mejor encontrarte aquí —le dijo—. Nuestro país es muy diferente de Diaspar, y el paseo que hay desde el terminal hasta aquí, proporciona al visitante una oportunidad para que se vaya… aclimatando.

Alvin aceptó la mano que se le ofrecía; aunque por unos instantes estuvo indeciso en la respuesta. Entonces comprendió por qué los demás habitantes de la población le habían ignorado tan completamente.

—¿Sabíais que venía? —dijo al fin.

—Por supuesto. Sabemos siempre cuando los conductores funcionan. Dime… ¿cómo descubriste el camino? Hace tanto tiempo que tuvimos la última visita, que temíamos ya que el secreto se hubiera perdido.

El portavoz del grupo fue interrumpido por uno de sus compañeros.

—Creo que será mejor que refrenemos nuestra curiosidad, Gerane. Seranis está esperando.

Aquella palabra de "Seranis" estuvo precedida por una palabra desconocida para Alvin, lo que le hizo suponer que se trataba de un título de cierta clase. No tenía dificultad en comprender el lenguaje de los otros, y nunca se le ocurrió pensar que ocurriese de forma diferente. Diaspar y Lys compartieron el mismo lenguaje hereditario y la antigua invención del registro de los sonidos habían conservado el discurso hablado en un molde irrompible.

Gerane se encogió de hombros con un cierto gesto de buen humor.

Muy bien —dijo sonriendo—. Seranis tiene sus privilegios, y no seré yo quien se los robe.

Conforme se adentraban más en la población Alvin fue estudiando a los hombres que veía a su alrededor. Tenían el aspecto de ser bondadosos e inteligentes; pero aquéllas eran virtudes que él daba por descontadas toda su vida; fijándose más en otras formas en las que pudiesen diferir de cualquier grupo similar de Diaspar. Existían tales diferencias, aunque resultaba difícil definirlas. Todos eran algo más altos de talla que Alvin y dos de ellos, ostentaban las marcas equívocas de la vejez en sus cuerpos. Tenían la piel morena tostada y en todos sus movimientos parecían irradiar un vigor y un atractivo que Alvin halló grato y refrescante al espíritu, aunque al propio tiempo un tanto asombroso. Sonrió al recordar la profecía de Khedrom, de que si alguna vez llegaba a Lys lo hallaría exactamente igual a Diaspar.

La gente de la población le observaba, entonces con franca curiosidad, mientras que Alvin seguía a sus guías. De repente, se produjeron unos chillidos procedentes de los árboles situados a la derecha y un grupo de pequeñas y excitadas criaturas surgieron del bosque y rodearon a Alvin.

El joven se detuvo, lleno de un completo asombro, incapaz de creer a sus propios ojos. Allí aparecía algo, que su mundo había perdido hacía ya demasiado tiempo atrás y había quedado relegado al dominio de la mitología. Aquella era la forma en que la vida había comenzado siempre, con aquellas ruidosas y fascinantes criaturas que eran, Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, niños humanos.

Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, sintiendo algo en su corazón, cuya sensación no pudo identificar. Ninguna otra visión le hubiera podido llevar a su ciudad de origen tan vívidamente, para mostrarle su pasado lejano, como aquélla. Diaspar había pagado, y muy alto, el precio de la inmortalidad.

El grupo se detuvo frente al edificio más grande y amplio de los que parecían existir en la población. Se alzaba en el centro y de una torre coronada por un asta, un pendón verde se mecía a la brisa del día.

Todos, excepto Gerane, quedaron tras él, al entrar en el edificio. El interior aparecía lleno de quietud y de frescor; la luz del sol se filtraba a través de paredes traslúcidas produciendo un resplandor suave y sedante. El suelo era suave también y brillante, bordado de finos mosaicos. Sobre las paredes, un artista de exquisita sensibilidad y destreza, había dibujado una serie de escenas de los bosques y praderas. Mezcladas con aquellas pinturas, existían otros murales que no decían nada a la mente de Alvin, siendo como eran, atractivos al reposar la vista sobre ellos. Sobre una de las paredes, aparecía una pantalla rectangular repleta de un colorido cambiante… presumiblemente un receptor visifónico, aunque más bien de pequeño tamaño.

Caminaron juntos subiendo un corto tramo de escalones que les condujo al piso superior del edificio. Desde aquel punto, resultaba visible la totalidad de la población, donde Alvin pudo calcular que consistía en un centenar de edificios. En la distancia, los árboles se abrían paso para mostrar extensas praderas, donde unos animales de diverso tipo, aparecían tranquilamente pastando. Alvin no pudo ni siquiera imaginar qué animales serían; la mayor parte eran cuadrúpedos, aunque ciertos otros parecían disponer de seis e incluso ocho patas.

Seranis le estaba aguardando en la sombra de la torre. Alvin trató de imaginarse la edad de aquella mujer, ya que sus largos cabellos dorados aparecían con ligeros toques grises, que sugerían el paso de la edad. La presencia de los chiquillos, con todas las consecuencias que implicaban, le habían dejado muy confuso. Donde existía el nacimiento, tenía que existir con toda seguridad la muerte y la duración de la vida en Lys, debería ser muy diferente a la de Diaspar. No pudo decir si Seranis tenía cincuenta, quinientos o cinco mil años; pero mirándola a los ojos, sí pudo apreciar que la sabiduría y la experiencia asomaban en ellos, como sentía frecuentemente cuando estaba con Jeserac en Diaspar.

Ella hizo un gesto para que tomase asiento en un pequeño taburete, pero aunque sus ojos parecieron sonreírle en un exquisito gesto de bienvenida, no dijo nada hasta que Alvin se sintió confortablemente sentado, tan confortablemente como podía estarlo bajo el escrutinio a que estaba sometido, sí bien amistoso y cordial. Ella suspiró después y se dirigió al joven con una voz gentil y suave.

—Esta es una ocasión que no se presenta con frecuencia, por lo que te ruego me perdones si no me conduzco con la conducta correcta. Pero hay ciertos deberes que se deben a un invitado, incluso a uno que no se espera. Antes de que hablemos, hay algo que deseo advertirte. Puedo leer tu mente. Sonrió ante la consternación de Alvin y continuó: No es preciso que esto te preocupe. No hay derecho que más se respete que la vida mental privada de cada uno. Yo entraré en tu mente, sólo si me invitas a hacerlo. Pero creo que no sería conducirse lealmente si te hubiese ocultado este hecho, que por otra parte explica él por qué encontramos el discurso en cierta forma, lento y dificultoso. Aquí apenas si se utiliza.

Aquella revelación, aunque ligeramente alarmante, no sorprendió a Alvin. En tiempos pasados tanto los hombres como las máquinas habían poseído aquel poder y las incambiantes máquinas de Diaspar podían leer todavía las órdenes mentales de sus dueños. Pero en su ciudad, el hombre en sí mismo, había perdido ya aquel regalo que una vez había compartido con sus esclavos.

—No sé qué es lo que te ha traído desde tu mundo al nuestro —continuó Seranis—; pero si estás buscando la vida, tu búsqueda ha terminado. Aparte de Diaspar, sólo queda el desierto más allá de esas montañas.

A Alvin le resultó extraño que habiendo aceptado creencias diferentes con tanta frecuencia antes, creyese totalmente en las palabras de Seranis. Su sola sensación que el hallar cierto lo que se le había enseñado, produciéndole una sombra de tristeza y de decepción.

—Háblame de Lys, por favor —dijo a Seranis—. ¿Cómo es que han permanecido ustedes separados totalmente de Diaspar durante tanto tiempo, cuando parecen saber tanto de nosotros?

Seranis sonrió ante la vivacidad y el anhelo del joven Alvin.

—Desde luego, enseguida —dijo ella—. Pero me gustaría primero saber algo de ti. Dime cómo encontraste la salida para llegar hasta aquí y por qué has venido.

Con cierta precaución al principio y apresuradamente después, Alvin le contó toda su historia. Jamás había hablado con tanta libertad en ninguna ocasión de su joven vida anteriormente; allí al menos, tenía frente a sí a alguien que no se burlaría de sus sueños, porque sabía que tales sueños eran verdad. Una o dos veces le interrumpió Seranis con agudas preguntas, al mencionar ciertos aspectos de Diaspar, que parecían serle poco familiares. Le resultaba difícil a Alvin imaginar qué cosas de las que formaban parte de su vida diaria pudieran tener una carencia de significado para cualquiera que nunca hubiese vivido en la ciudad y no supiese nada de su compleja cultura y de su organización social. Seranis escuchó con tal comprensión, que Alvin dio por descontado la captación de tales explicaciones, aunque después cayó en la cuenta de que otras mentes estaban escuchando sus palabras.

Cuando acabó su relato se produjo un prolongado silencio. Entonces, Seranis le miró y con una dulce y calmosa voz le preguntó:

—¿Por qué viniste a Lys?

Alvin la miró sorprendido.

—Ya se lo dije. Quería explorar el mundo. Todos me habían dicho que sólo existía el desierto más allá de la ciudad; pero era preciso que lo comprobase con mis propios ojos.

—¿Y… ha sido ésa la única razón?

Alvin vaciló. Cuando repuso al fin, no era el explorador indomable el que hablaba, sino el muchacho que había nacido en un mundo extraño.

—No dijo entonces, no ha sido ésa la única razón… aunque no la supiera antes. Me encontraba solo.

—¿Solo? ¿En Diaspar? —Se dibujó una sonrisa en los labios de Seranis y una gran expresión de simpatía en sus bellos ojos. Alvin comprobó que ella no esperaba ya otra respuesta.

Una vez que ya hubo contado toda su historia, Alvin esperó que Seranis compartiese sus sentimientos. Ella se puso en pie y comenzó a andar de un lado a otro por la terraza.

—Sé las preguntas que quieres hacer —le dijo—. Puedo contestar a algunas de ellas; pero me resultaría un tanto complicado y molesto expresarlo en palabras. Si quieres abrir tu mente para mí, te diré cuanto necesitas saber. Puedes confiar absolutamente: no tomaré nada sin permiso tuyo.

—¿Y qué es lo que quieres que haga? —preguntó Alvin.

—Que aceptes mi ayuda. Cierra los ojos… y olvídate de todo —le ordenó Seranis.

Alvin no estaba seguro de lo que ocurriría entonces. Se produjo como un eclipse total de todos sus sentidos y aunque nunca pudo recordar cómo lo había adquirido, cuando miró en el interior de su mente, el conocimiento se hallaba allí. Miró atrás en el pasado, aunque no con toda claridad, sino más bien como el hombre que en la cúspide de una alta montaña, mira a través de una vasta y neblinosa llanura. Comprendió que el Hombre no había sido siempre un habitante de la ciudad y que desde que las máquinas le dieron libertad para liberarse de ciertas servidumbres, había existido siempre una rivalidad entre dos diferentes tipos de civilización. En las Edades del amanecer, habían existido millares de ciudades; pero una gran mayoría del género humano había preferido vivir más bien en pequeñas comunidades. El transporte universal y las comunicaciones instantáneas les habían provisto de todo contacto requerido con el resto del mundo y que tales personas no necesitaban vivir amontonadas o juntas con millones de sus congéneres en grandes ciudades como colmenas.

Lys había sido poco diferente, desde las épocas más remotas, de cientos de otras comunidades. Pero gradualmente a lo largo de las edades, fue desarrollando una cultura independiente que llegó a ser una de las más grandes que había conocido la humanidad. Era una cultura basada principalmente en el uso directo del poder mental, lo que llegó a colocarla al margen de la sociedad humana en general, que fue confiando ciegamente más y más en la utilización de las máquinas.

A través de eones de tiempo, y mientras avanzaban por tan divergentes caminos, el abismo existente entre Lys y las demás ciudades se fue ensanchando. Se tendía un puente en ocasiones de crisis, cuando la Luna comenzó a desplomarse sobre la Tierra y cuya destrucción fue llevada a cabo por los hombres de ciencia de Lys. Así también, fue el baluarte de defensa de la Tierra contra los Invasores, que fueron rechazados finalmente en la gran batalla de Shalmirane.

Aquella prueba, como una inacabable ordalía, dejó agotado al género humano; una por una fueron muriendo todas las ciudades y el desierto las acabó devorando. Al ir disminuyendo la población, la humanidad comenzó su emigración cuya consecuencia fue hacer de Diaspar la última y la más grande de todas las ciudades.

La mayor parte de aquellos cambios no afectaron a Lys, pero tuvo sin embargo, que luchar su propia batalla: la batalla contra el desierto. La barrera natural de las montañas no era suficiente, teniendo que transcurrir siglos para que aquel gran oasis quedase anclado como cosa segura. La imagen mental de Alvin quedó borrosa, quizás deliberadamente. Alvin no pudo ver qué se había hecho para dar a Lys la virtual eternidad que había logrado Diaspar.

La voz de Seranis parecía llegarle desde una gran distancia, y con todo, no era sólo su voz, ya que aparecía entremezclada con una sinfonía de palabras, como si muchas otras lenguas fuesen cantando las palabras al unísono con la suya.

—Y ésa es brevemente, nuestra historia, de forma muy resumida. Habrás visto, que incluso en las Edades del Amanecer, tuvimos muy poco que ver con las ciudades, aunque sus gentes vinieron con frecuencia a nuestra tierra. Nunca pusimos obstáculos a nadie, ya que muchos de nuestros más grandes hombres vinieron desde el Exterior; pero cuando las ciudades fueron muriendo, no deseamos vernos envueltos en su caída. Al acabarse el transporte aéreo, sólo quedaba un medio de comunicación en Lys… el sistema subterráneo hacia Diaspar. Fue cerrado en el terminal de Diaspar, al construirse el Parque y vosotros nos olvidasteis aunque ciertamente, nosotros nunca os hemos olvidado.

»Diaspar nos había sorprendido. Esperamos que hubiera seguido la pauta de las demás ciudades; pero en su lugar, consiguió lograr una cultura estable que puede permanecer tanto como la propia Tierra. No es precisamente una cultura que admiremos, con todo, estamos contentos de que todos aquellos que escaparon a la destrucción del desierto, hayan podido hacerlo. Más de los que tú te imaginas han hecho esa misma jornada, y han sido casi siempre hombres relevantes que trajeron algo valioso cuando llegaron hasta Lys".

La voz se desvaneció, la parálisis de los sentidos de Alvin fue desapareciendo y de nuevo se halló a sí mismo. Comprobó con asombro que el sol había descendido ya por debajo de los árboles y que por el horizonte oriental, asomaba un ligero toque anunciador de la noche próxima. En alguna parte, el tañido de una campana vibró con un resonante sonido que se extendió lentamente en el silencio, dejando en el aire una sensación de misterio y premonición. Alvin se encontró a sí mismo temblando ligeramente, no a causa del frescor del atardecer; si no tocado de un profundo sentimiento de sorpresa y de maravilla por cuanto había sabido en su estado hipnótico. Era ya demasiado tarde y se hallaba lejos de su ciudad. Sintió un repentino impulso de volver a ver a sus amigos de nuevo y entre el ambiente familiar de Diaspar.

—Tengo que volver Khedrom… mis padres… estarán esperándome.

Aquello no era ciertamente la verdad Khedrom estaría con seguridad tratando de imaginar lo que hubiera podido ocurrirle, y era con toda seguridad, la única persona que sabía que faltaba de Diaspar. No pudo explicar la razón de haber dicho tal cosa y casi se sintió avergonzado de haber pronunciado tales palabras.

Seranis le miró pensativamente.

Me temo que la cosa no sea tan fácil.

—¿Qué quiere decir? ¿Acaso el vehículo que me trajo no está en condiciones de devolverme a Diaspar? —Al decir aquello, rehusaba encararse con el hecho de que podía ser retenido en Lys contra su voluntad, aunque la idea le cruzó por la mente.

Por primera vez Seranis dio la sensación de hallarse incómoda.

—Hemos estado hablando de ti —dijo ella, sin explicar lo que él "nosotros", al hablar en plural podía significar, ni cómo pudo haber consultado a otras personas—. Si vuelves a Diaspar toda la ciudad tendrá noticias nuestras. Incluso si me prometieses no decir nada, sé que te sería imposible guardar el secreto.

—¿Y por qué habría de guardarlo? Seguramente que sería una buena cosa para ambos pueblos si pudiesen volver a encontrarse.

Seranis parecía disgustada.

—Nosotros no lo creemos así. Si se abriesen las puertas, nuestra tierra se vería inundada por curiosos y buscadores de sensaciones nuevas. Como está ahora, sólo lo mejor de tu pueblo ha estado rara vez en condiciones de llegar hasta aquí.

Aquella réplica implicaba una inconsciente superioridad. Basada en falsas suposiciones, Alvin sintió que su molestia quedaba eclipsada por la alarma.

—Eso no es cierto —replicó sin cortapisas—. Estoy seguro de que no encontrarían ustedes en Diaspar a nadie que quisiera dejar la ciudad, incluso aunque lo deseara. Si me deja volver, no habrá ocurrido nada y apenas si habrá existido diferencia alguna en la situación de Lys.

—Esa no es decisión mía —explicó Seranis— y tú subestimas los poderes de la mente, si crees que las barreras que conservan a tu pueblo encerrado en Diaspar, no pueden ser nunca rotas. Sin embargo, no queremos en modo alguno retenerte aquí contra tu voluntad; pero si vuelves a Diaspar, es preciso erradicar de tus recuerdos todo lo referente a Lys. —Y Seranis vaciló por un momento—. Esto no ha sucedido jamás, todos tus predecesores vinieron para quedarse aquí.

Y entonces se presentó una elección que Alvin rehusó aceptar. Deseaba explorar Lys, aprender sus secretos, descubrir las formas en que difería de su propia ciudad. Pero igualmente estaba determinado a volver a Diaspar, para poder probar así a sus amigos que no había sido un soñador estúpido y perezoso. Comprobó, y se dio cuenta, de que debía jugar a ganar tiempo o tratar de convencer a Seranis que lo que ella pretendía era imposible.

—Khedrom sabe dónde estoy —dijo—. Y usted no podrá erradicar sus recuerdos.

Seranis sonrió. Era una sonrisa plácida y confiada y la mejor que en semejantes circunstancias hubiera podido mostrar como signo de amistad. Pero tras aquella sonrisa, Alvin sospechó, por primera vez, la invisible presencia de un poder implacable y terrible.

—Creo que nos subestimas, Alvin —dijo Seranis—. Eso sería de lo más fácil. Yo puedo llegar a Diaspar con mayor rapidez que el atravesar Lys. Otros hombres han venido antes por aquí y dijeron a sus amigos a dónde iban. Así y todo, tales amigos les olvidaron, y desaparecieron de la historia de Diaspar.

Alvin había sido un inocente al ignorar tal posibilidad, aunque resultaba evidente que en aquel momento, Seranis estaba resaltando claramente la cuestión. Y trató de saber e imaginarse, cuántas veces, en los millones de años transcurridos desde que las dos culturas se separaron, los hombres de Lys habrían ido a Diaspar con objeto de preservar su secreto tan celosamente guardado. También pensó en la extensión que tendrían tales poderes mentales en posesión de aquella extraña raza, y que no dudarían en utilizar, llegado el caso.

¿Era seguro hacer cualquier plan, en absoluto? Seranis le había prometido que no entraría en su mente sin su consentimiento, pero especuló sí surgirían circunstancias en las cuales, tal promesa no pudiese quedar en pie…

—Seguramente —dijo Alvin, tras aquellas rápidas reflexiones—, no esperará usted que tome tal decisión inmediatamente. ¿No podría ver algo de su país antes de que tome una decisión?

—Por supuesto —repuso Seranis—. Puedes quedarte aquí tanto tiempo como gustes, y después volver a Diaspar eventualmente, si cambias de opinión. Pero si tal decisión la tomas dentro de pocos días, sería mucho mejor y más fácil para todos. Naturalmente que no querrás que tus amigos estén preocupados y cuanto más tiempo transcurra, más difícil nos resultará tomar las medidas necesarias.

Alvin agradeció aquellas palabras; pero le hubiera gustado saber en qué consistían aquellas "medidas necesarias". Presumiblemente, alguien desde Lys podría tomar contacto con Khedrom (sin que el Bufón se diese cuenta), y manipular secretamente en su mente. El hecho de la desaparición de Alvin era algo que no podría ocultarse; pero la información que tanto él como Khedrom habían obtenido y descubierto, quedaría anulada.

Y al pasar de los tiempos, el nombre de Alvin, se uniría al de los otros Únicos que habían desaparecido misteriosamente, sin dejar rastro detrás de sí, para ser olvidados después totalmente.

Allí existían muchos misterios para Alvin, y no parecía hallarse cerca de la solución de ninguno. ¿Existía algún propósito tras aquella curiosa relación de un solo sentido, entre Lys y Diaspar, o se trataba sólo de un accidente histórico? ¿Quiénes y qué eran los Únicos, y si la gente procedente de Lys entraba en Diaspar, por qué no había cancelado los circuitos de memoria que mantenían la pista de su existencia? Tal vez, aquélla era la única pregunta a la que Alvin pudiera encontrar una respuesta plausible. El Computador Central, podría muy bien comportarse de una forma tan obstinada y opuesta a que nadie hurgase en su estructura, que apenas pudiera ser afectado ni incluso por las más avanzadas técnicas mentales…

El joven dejó todas aquellas preguntas de lado; un día, cuando hubiese aprendido mucho más, estaría en condiciones de tener una oportunidad para responderlas. Resultaba inútil hacer especulaciones, era como querer construir pirámides de conjeturas, sobre cimientos de ignorancia.

—Muy bien —dijo, aunque no muy graciosamente, ya que sin poder evitarlo se encontraba molesto por aquel obstáculo que le había surgido al paso—. Le daré mi respuesta lo más pronto que pueda, si usted quiere que pueda ver qué tal es esta tierra.

—Excelente —repuso Seranis y su sonrisa no ocultaba ninguna amenaza—. Estamos orgullosos de Lys y será un placer mostrarte cómo los seres humanos pueden vivir sin necesidad de las ciudades. Entre tanto, no tienes nada de qué preocuparte… tus amigos no se alarmarán por tu ausencia. Nos ocuparemos de eso, aunque sólo sea por tu propia protección.

Era la primera vez que Seranis hubo hecho una promesa que no pudiese mantener.