Capítulo VII

Te llevaste tu tiempo… —le dijo Khedrom— pero sabía que me llamarías más pronto o más tarde.

Aquella confianza molestó a Alvin; no le gustaba en absoluto pensar que su conducta pudiera ser predicha tan agudamente. Incluso se imaginó si el Bufón no habría observado todas sus búsquedas infructuosas y sabía exactamente qué es lo que estaba haciendo.

—Estoy tratando de encontrar una salida de la ciudad —le dijo lisa y llanamente—. Tiene que haber alguna, y espero que usted me ayude en esta tarea que me he propuesto.

Khedrom permaneció silencioso por un momento. Aún había tiempo, si lo deseaba, de volver la espalda al camino que se extendía ante él y que conducía a un futuro más allá de todos sus poderes de profecía. Ninguna persona más hubiera vacilado, ningún otro hombre en la ciudad se hubiese atrevido a perturbar los fantasmas de una edad que había permanecido muerta por millones de siglos. Tal vez no hubiese peligro, quizás nada podría alterar el perpetuo estado de cosas incambiables de Diaspar. Pero si existía algún riesgo o algo extraño y nuevo que tomase carta de naturaleza en el mundo, aquélla podía ser la última ocasión de conjurarlo.

Khedrom estaba contento con el orden de las cosas, tal y como eran. Cierto que podía trastornar aquel orden de tanto en tanto pero sólo en muy pequeña medida. Él era un crítico, no un revolucionario. Sobre la placidez del fluir de la corriente del tiempo, deseaba a veces arrojar unas piedrecillas para producir algún pequeño efecto de diversión. El deseo de aventuras, aparte del de la mente, había sido eliminado de él tan cuidadosa y totalmente como del resto de los demás ciudadanos de Diaspar.

Aun así, todavía poseía, aunque casi ya estaba extinguida, la chispa de curiosidad que una vez fue el mayor don del Hombre. Todavía se hallaba preparado para correr un riesgo.

Miró a Alvin y trató de recordar su propia juventud, sus propios sueños de quinientos años atrás. Cualquier momento de su pasado le parecía todavía claro y agudo cuando volvía su atención concentrada hacia él. Como las cuentas de un rosario, su vida y todas las anteriores transcurridas en edades pasadas, se entrelazaban a lo largo del tiempo, y podía sopesarlas y reexaminarías una a una cuando lo deseaba. La mayor parte de aquellos otros Khedrom, pasados, le parecían ahora extraños; la pauta básica era la misma; pero el peso de la experiencia le separaba de sus otras encarnaciones en un bache insalvable. De haberlo deseado, podía dejar su mente limpia de sus anteriores encarnaciones, cuando llegase la próxima vez en que atravesara la Sala de la Creación para dormir en vida latente hasta que la ciudad le volviese de nuevo a la vida. Pero aquello sería como una especie de muerte, y aún no estaba dispuesto todavía para aquello. Todavía se hallaba en condiciones de ir recogiendo todo lo que la vida podía ofrecerle, como un caracol encerrado en su concha añadiendo pacientemente nuevas células a su espiral en lenta expansión.

En su juventud, no había sido diferente de sus compañeros. No fue sino hasta que le llegó la edad de sus recuerdos latentes, cuando comenzó a experimentar las sensaciones y las disposiciones para desempeñar el papel para el que había sido elegido en tiempos pretéritos. A veces sentía una especie de resentimiento contra la inteligencia que había hecho de Diaspar lo que era, con tal infinita destreza, y que había dispuesto que tuviera que vivir como una marioneta por toda la duración de su vida adulta. Allí, tal vez, existía una oportunidad de obtener una venganza tan largamente demorada. Un nuevo actor había hecho acto de presencia y que podía levantar el telón por última vez en una comedia que ya había visto con demasiados actos una y otra vez repetidos.

La simpatía hacia uno cuya soledad tenía que ser seguramente mayor que la suya propia, el aburrimiento producido por edades enteras de repetición y un cierto impulso de divertirse, dado su carácter, fueron los discordantes factores que empujaron a Khedrom a actuar.

—Podría estar en condiciones de ayudarte —le dijo a Alvin— o puede que no. No quiero que te hagas falsas esperanzas. Encuéntrate conmigo dentro de media hora en la intersección del Radio 3 y el Anillo 2. Si no puedo hacer otra cosa, al menos puedo prometerte pasar una interesante jornada.

Alvin acudió a la cita con diez minutos de adelanto, aunque se hallaba al otro lado de la ciudad. Aguardó con impaciencia, mientras que la vía rodante pasaba y pasaba eternamente junto a él, conduciendo a la plácida gente de la ciudad hacia sus negocios de tan poca trascendencia. Al fin distinguió la alta figura de Khedrom aparecer en la distancia y un momento más tarde, se hallaba junto a la física presencia del Bufón. Aquella no era una imagen proyectada; cuando se tocaron las palmas de las manos, a la antigua usanza de saludo, Khedrom era efectivamente un ente real de carne y hueso.

El Bufón se sentó en una de las balaustradas de mármol y miró a Alvin con curiosa intención.

—Quisiera saber lo que estás pidiendo, y si de veras sabes lo que significa. Y también lo que harías sí lo consiguieras. ¿Es que realmente imaginas que podrías salir de la ciudad, en el caso de hallar una salida?

—Estoy bien seguro de ello —replicó Alvin con aplomo, aunque Khedrom pudo notar alguna incertidumbre en su voz.

—Entonces, déjame decirte algo que puede que ignores todavía. ¿Ves aquellas torres de allá? —Y Khedrom apuntó a las torres gemelas de la Central de Energía y de la Sala del Consejo, una frente a otra a través de un espacio de una milla de distancia—. Supongamos que yo tendiese una pasarela perfectamente lisa y firme entre ambas torres… pero que sólo tuviese seis pulgadas de anchura. ¿Te atreverías a cruzarlas a pie?

Alvin vaciló.

—No sé… contestó. No me gustaría intentarlo.

—Estoy completamente seguro de que no lo harías. Te marearías y caerías de cabeza antes de andar una docena de pasos. Pero si esa pasarela estuviera sobre suelo firme, estarías en condiciones de atravesarla sin la menor dificultad.

—Bien… ¿y qué prueba eso?

—Una sencilla cuestión que quiero hacerte resaltar. En los dos experimentos que he descrito, la pasarela sería exactamente la misma en ambos casos. Uno de esos robots con ruedas que alguna vez encuentras por la ciudad, podría cruzaría tan fácilmente, tanto si hacía de puente entre aquellas torres, como estando firmemente asentada en el suelo. Nosotros, no podríamos hacerlo, porque sentimos temor a las alturas y padecemos el vértigo. Esto podría parecer irracional; pero es demasiado fuerte como para ser ignorado. Es algo que está inserto en nosotros, nacemos con ello. En idéntica forma, sentimos temor al espacio. Muestra a cualquier hombre de Diaspar un camino fuera de la ciudad, un camino que puede ser uno igual al que ahora tenemos frente a nosotros… y no podría de ningún modo seguirlo. Tendría que volverse, como tú volverías si comenzases a cruzar la pasarela tendida entre aquellas torres.

—Pero… ¿por qué? Tuvo que haber existido un tiempo…

—Ya sé, ya sé —le interrumpió Khedrom—. Los Hombres viajaron una vez por todo el mundo e incluso saltaron a las estrellas. Algo les hizo cambiar radicalmente y les dio ese temor con que ahora nacen. Tú te crees que no tienes miedo. Bien, lo veremos. Voy a llevarte a la Sala del Consejo.

El Ayuntamiento era uno de los mayores edificios de la ciudad y estaba casi entregado por completo a las máquinas que eran en realidad, las verdaderas administradoras de Diaspar. A poca distancia de su cúspide se hallaba la cámara donde el Consejo se reunía en aquellas infrecuentes ocasiones cuando existía algún importante asunto que discutir.

El amplio vestíbulo pareció tragarles con su enorme amplitud y Khedrom siguió su camino hacia delante, envuelto por el resplandor dorado que lo inundaba todo por doquier. Alvin nunca había estado allí; no había impedimento alguno en hacerlo, en realidad, apenas si existían prohibiciones contra nada en Diaspar, pero como todos los demás conciudadanos, sentía un temor casi religioso por aquel lugar. En un mundo sin dioses como aquel, la Sala del Consejo, era la cosa más parecida a un templo.

Khedrom no vaciló ni por un momento mientras conducía a Alvin por aquellos enormes corredores y rampas, hechas obviamente para máquinas provistas de ruedas y no para tráfico humano. Algunas de aquellas rampas zigzagueaban hacia abajo y hacia las profundidades en ángulos tan bruscos que resultaba imposible mantenerse de pie de no estar acondicionada la gravedad para compensar la inercia.

Por fin llegaron a una puerta cerrada que se deslizó silenciosamente al aproximarse y que después les cerró el paso a su espalda. Ante ellos había otra puerta, que esta vez no se abrió. Khedrom no hizo el menor gesto para tocarla, sino que permaneció inmóvil frente a ella. Tras una corta pausa, una voz tranquila, dijo:

—Por favor, digan sus nombres.

—Yo soy Khedrom, el Bufón. Mi compañero es Alvin.

—¿Y el motivo de su visita?

—Pura curiosidad.

Casi ante la sorpresa de Alvin, la puerta se abrió al instante. En su experiencia, si se daba a las máquinas una pregunta ambigua, casi siempre se caía en la confusión y era preciso comenzar de nuevo. La máquina que había interrogado a Khedrom tenía que ser una realmente sofisticada, con seguridad una de las más importantes en la jerarquía del Computador Central.

No hallaron más obstáculos; pero Alvin sospechó que habían pasado muchas comprobaciones de las cuales no tenía el menor conocimiento. Un corto corredor les llevó de repente hacia una impresionante cámara circular, con el suelo hundido y cuya disposición general era algo tan formidable, que por un momento Alvin quedó atónito y maravillado. Estaba mirando a sus pies, toda la ciudad de Diaspar, extendida ante él con sus más altos edificios que apenas si le llegaban a la altura del hombro.

Empleó mucho tiempo en ir localizando los lugares que le eran conocidos y familiares y observando inesperadas vistas, antes de dedicar atención al resto de aquella vasta cámara. Sus paredes estaban cubiertas con una disposición microscópicamente detallada de cuadros blancos y negros; la disposición estructural era en sí completamente irregular, y cuando cambió la mirada, tuvo la impresión de que emitían rápidos destellos, aunque nunca cambiaban. A intervalos frecuentes y alrededor de la cámara se hallaban máquinas operadas en clave de cierto tipo, cada una de ellas completa con una pantalla visora y un asiento para el operador.

Khedrom dejó al joven que se recreara en aquella vista fabulosa. Después, apuntó a la diminuta ciudad y le dijo:

—¿Sabes lo que es esto?

Alvin estuvo tentado de responder "Una maqueta modelo, por supuesto"; pero aquella respuesta era tan obvia que tuvo por cierto no era la precisa. En su lugar, sacudió la cabeza negativamente y esperó a que Khedrom respondiese por él su propia pregunta.

—Recordarás —le dijo el Bufón— que te dije una vez cómo se mantenía la ciudad… de qué forma los Bancos de Memoria sostenían y conservaban su estructura congelada para siempre, inmóvil e incambiada. Esos Bancos se encuentran a nuestro alrededor, con todo su incalculable almacenamiento de información, definiendo completamente la ciudad como es ahora mismo. Cada átomo de Diaspar está de alguna forma sujeto en clave, por fuerzas que nos son desconocidas y que hemos olvidado, a las matrices enterradas en estos muros. Y señaló con la mano hacia el perfecto y detallado simulacro de Diaspar que yacía a sus pies.

—Esto no es un modelo, en realidad es algo inexistente. Es sencillamente la imagen proyectada del dispositivo encerrado en los Bancos de Memoria y por tanto, es absolutamente idéntico a la ciudad misma. Esas máquinas visoras de allí, son capaces de aumentar cualquier porción deseada hasta dar el aspecto de su tamaño natural o mayor. Se usan cuando es necesario para hacer alguna alteración en el diseño, aunque suele transcurrir mucho tiempo de una a otra operación de este tipo. Si quieres saber cómo es Diaspar, es preciso venir a este sitio. Puedes aprender aquí en unos cuantos días más que en toda una vida de exploraciones personales.

—Es algo maravilloso —dijo Alvin—. ¿Cuánta gente sabe que existe?

—Oh, mucha; pero apenas si alguien tiene interés en ello. El Consejo viene por aquí de vez en cuando; ya que no se hace alteración alguna en la ciudad a menos que ellos no vengan a dar su aprobación. Pero no es suficiente, si el Computador Central no aprueba el cambio propuesto. Dudo que esta sala haya sido visitada más de dos o tres veces por año.

Alvin deseó conocer cómo Khedrom tenía tan fácil acceso a ella, pero después recordó que muchas de sus más elaboradas jugarretas tenían que suponer un profundo conocimiento de la ciudad y de sus mecanismos interiores y que sólo tal conocimiento podía ser el resultado de un profundo estudio. Tenía que ser uno de los privilegios del Bufón, él poder ir a cualquier parte y aprenderlo todo; realmente, no podía tener mejor guía para todos los secretos de Diaspar.

—Lo que tú estás buscando no existe —dijo Khedrom— pero de existir, aquí es donde podrás encontrarlo. Voy a enseñarte cómo manejar los monitores.

Durante la hora siguiente, Alvin permaneció sentado ante una de las pantallas visoras, aprendiendo el uso de los controles. Pudo así, seleccionar a voluntad cualquier punto de la ciudad y examinarlo en cualquier grado de magnificación. Calles, torres, murallas y vías rodantes se movían rápidamente a través de la pantalla al cambiar las correspondientes coordenadas; era como si estuviese en un punto de verlo todo al descubierto, descubriendo el propio espíritu de la ciudad, sin ninguna obstrucción física que lo impidiese.

Así y todo, no era en realidad Diaspar lo que estaba examinando. Se movía a través de las células de memoria, mirando a la imagen de un sueño de la ciudad, el sueño que había tenido el poder de sostener a la Diaspar real intocada por el tiempo en mil millones de años. Por la pantalla sólo podía ver la parte de la ciudad que en sí era permanente; la gente que paseaba por las calles no formaba parte de aquella imagen congelada. Pero para sus propósitos, no importaba lo accesorio. Su interés, por el momento, estaba concentrado en la creación de la piedra y el metal en donde se hallaba aprisionado y no en aquellos que compartían su confinamiento, aunque de buena voluntad.

Siguió buscando, y pronto tuvo ante la vista la Torre de Loranne moviéndose rápidamente a través de sus corredores y pasajes, que había explorado en persona. Al expandirse ante sus ojos la imagen de la verja que cerraba el paso al túnel que daba al desierto, casi sintió el frío viento azotarle la cara y que soplaba eternamente por aquellos pulmones vitales de la ciudad, seguramente por la mitad de toda la historia del género humano. Llegó hasta la rejilla, miró hacia fuera… y no vio nada. Por un momento la sorpresa fue tan grande que casi le hizo dudar del estado de su propia memoria. ¿Habría sido la visión del desierto nada más que un sueño?

Después recordó la verdad. El desierto no formaba parte de Diaspar, y por tanto la imagen no existía en el mundo fantasmal que estaba explorando.

Con todo, podía mostrarle algo que ningún ser humano hubiera visto antes. Alvin avanzó su mirada a través de la rejilla hacia fuera y en la nada existente más allá de los límites de la ciudad amurallada. Hizo volver el control que alteraba la dirección de lo que estaba observando, de tal forma que pudiese mirar hacia atrás a lo largo del camino por el que había ido. Y allí, tras él camino seguido, aparecía Diaspar… visto desde el exterior.

Para el computador, los circuitos de memoria y la multitud de mecanismos que creaban la imagen que Alvin estaba observando, constituían sencillamente un problema de simple perspectiva. Ellos conocían la forma de la ciudad; por tanto, podían mostrarla como apareciendo desde fuera. A pesar de comprobar y apreciar cómo resultaba el efecto deseado, el efecto que produjo sobre Alvin, fue impresionante. En espíritu, aunque no en realidad, se había escapado de Diaspar. Aparecía como suspendido en el espacio a pocos pies de distancia de la muralla cortada a pico de la Torre de Loranne. Por un momento se quedó mirando fijamente la suave y gris superficie que tenía ante sus ojos, después tocó el control y dejó que el visor fuese descendiendo hasta el suelo.

Ahora que conocía las posibilidades de aquel maravilloso instrumento, su plan de acción se le apareció claro. No había necesidad alguna de gastar meses o años en explorar Diaspar por el interior, edificio por edificio, sala por sala, corredor por corredor. Desde aquel ventajoso punto de visión, podía volar realmente y recorrer todo el contorno de la ciudad, pudiendo ver inmediatamente cualquier abertura que pudiese conducir hacia el desierto y al mundo que se extendía más allá.

El sentido de la victoria conseguida, de logro obtenido, le hizo experimentar una alegría sin límites y el deseo de compartir su alegría y su satisfacción. Se volvió hacia Khedrom, deseando dar las gracias al Bufón por haber hecho aquello posible. Pero Khedrom se había marchado y le llevó unos instantes el comprobar por qué.

Alvin era tal vez el único hombre en todo Diaspar que podía mirar sin afectarse las imágenes que entonces surgían de la pantalla. Khedrom pudo haberle ayudado en su investigación; pero incluso el Bufón compartía el extraño terror del universo que había confinado por tanto tiempo al género humano en el interior de aquel pequeño mundo. Y había dejado solo a Alvin para que continuase sus investigaciones.

La sensación de soledad y aislamiento, que por un rato había desaparecido del espíritu de Alvin, volvió a caerle como una carga pesada. Pero reaccionó valientemente, al pensar que no había tiempo que gastar en la melancolía; había mucho que hacer. Se volvió al monitor, dispuso la imagen de la ciudad de forma que sus murallas fuesen discurriendo lentamente frente a sus ojos y comenzó una búsqueda sistemática y minuciosa.

★★★

Diaspar vio muy poco a Alvin durante varias semanas, aunque sólo pocas personas notaron su ausencia. Jeserac, cuando supo que su discípulo empleaba su tiempo en la Sala del Consejo en lugar de patrullar alrededor de la frontera de la ciudad, se sintió aliviado de su preocupación, imaginando que allí no sufriría ningún disgusto ni perturbación. Eriston y Etania le llamaron a su habitación una o dos veces, y al notarle ausente, dejaron de preocuparse también. Pero Mystra fue más persistente.

Por la propia paz de su mente, era una lástima que se hubiera enamorado de Alvin, cuando existían tantos muchachos a quienes elegir. Mystra nunca había tenido dificultad en hallar pareja pero en comparación con Alvin, todos sus amigos y pretendientes le parecían nulidades, individuos surgidos del mismo molde, sin pena y sin gloria. Ella no le dejaría perder sin lucha: su retraimiento y su indiferencia le planteaban un desafío al que no podía resistir.

Así y todo, sus motivos no eran enteramente egoístas, siendo maternales más bien que de orden sexual. Aunque el dar a luz un hijo era cosa ya olvidada en la mujer, los instintos femeninos habían persistido implicando la protección y la simpatía. Alvin podía aparecer como una persona testaruda, obstinada y autosuficiente y determinado a seguir su propia vida, pero con todo, Mystra sentía la interior soledad del joven.

Cuando descubrió que Alvin había desaparecido, se apresuró a preguntar a Jeserac qué había ocurrido. El maestro de Alvin, aunque vaciló un tanto, acabó por decírselo. Si Alvin no quería compañía la respuesta estaba en sus propias manos. Su tutor, ni aprobaba ni desaprobaba aquella relación entre los jóvenes. En el conjunto de la cuestión, más bien apreciaba a Mystra y esperó que su influencia pudiera ayudar a Alvin a encajarse en la vida de Diaspar.

El hecho de que Alvin emplease todo su tiempo en la Sala del Consejo, sólo podía significar que se hallaba enfrascado en alguna investigación especial y tal conocimiento, por lo menos, alivió a la joven de la idea de que pudiese contar con rivales peligrosas. Pero aunque no se despertaron sus celos, sí se exacerbó su curiosidad. A veces se reprochaba a sí misma por haberle dejado abandonado en la Torre de Loranne, aunque estaba segura que de repetirse las mismas circunstancias, volvería a obrar de igual modo. No existía medio de comprender la mentalidad de Alvin, se dijo muchas veces a sí misma, a menos que descubriese qué era lo que intentaba hacer.

Se encaminó decididamente al edificio y atravesó el salón principal, impresionada aunque no asustada por la sensación que experimentó al entrar en él. Las máquinas de información estaban alineadas una junto a otra en la pared opuesta, y ella escogió una al azar.

En cuanto se encendió la luz de reconocimiento, Mystra dijo:

—Estoy buscando a Alvin; está en alguna parte de este edificio. ¿Dónde podría encontrarle?

Incluso en la duración de toda una larga vida, nadie se acostumbraba, por lo general a la completa ausencia del espacio de tiempo en que una máquina informativa replicaba a una cuestión ordinaria. Había gente que sabía —aseguraba saberlo— cómo lo hacía y hablaba enfáticamente de "acceso al tiempo" o de "espacio almacenado" pero de todas formas, no por ello dejaba de resultar algo maravilloso. Cualquier pregunta de naturaleza puramente actual, dentro de la enorme cantidad de información disponible del interior de la ciudad, podía ser respondida inmediatamente. Sólo si la pregunta implicaba algún cálculo complejo, antes de dar su respuesta podía notarse una apreciable demora.

—Está con los Monitores —fue la respuesta que llegó enseguida a la joven.

Aquello no le resultaba de mucha ayuda, puesto que el nombre no significaba apenas nada para Mystra. Ninguna máquina suministraba voluntariamente más información que la estrictamente solicitada, y el aprender a construir adecuadamente la pregunta, era como una especie de arte que tardaba mucho tiempo en adquirirse.

—¿Cómo puedo llegar hasta él? —volvió a preguntar la chica.

—No puedo decírselo a menos que tenga usted el permiso del Consejo.

Aquello constituía una situación inesperada y desconcertante para Mystra. Había muy pocos lugares en Diaspar que no pudieran ser visitados por cualquier persona que lo deseara. Mystra estaba completamente segura de que Alvin no había obtenido el permiso del Consejo, lo que significaba que una alta autoridad estaba ayudándole en sus propósitos.

El Consejo gobernaba a Diaspar, pero el Consejo por sí mismo podía ser derrotado en sus decisiones por un poder superior… el todopoderoso e infinito intelecto del Computador Central. Resultaba difícil pensar que el Computador Central fuese una entidad viviente, localizado en un simple lugar, aunque de hecho era la suma total de todas las máquinas de Diaspar. Incluso no estando vivo en un sentido biológico, ciertamente que poseía al menos mucha más inteligencia y autoconciencia que cualquier ser humano. Tenía que conocer lo que Alvin estaba haciendo, y en consecuencia, aprobarlo; de otra forma habría sido detenido antes de tener acceso a él o enviado al Consejo, como la máquina de información había hecho con Mystra.

No tenía objeto permanecer allí. Mystra estaba segura que cualquier intento de buscar a Alvin aunque conociese con exactitud dónde estaba en aquel enorme edificio estaría condenado al fracaso. Las puertas fallarían al abrirse; los caminos rodantes revertirían su paso cuando pusiese en ellos los pies llevándola hacia atrás en lugar de hacia delante, los campos magnéticos de los elevadores permanecerían misteriosamente inertes, rehusando subirla de una planta a otra. Si persistía en su intento sería conducida gentilmente, sin ninguna violencia a la calle por un robot, educado y cortés; pero firme en su decisión o bien permanecería dando una y otra vuelta alrededor de la Sala del Consejo hasta llegar al cansancio y el abandono de sus propósitos.

La joven estaba de mal humor al salir a la calle. Se encontraba más que confusa y por primera vez sintió que algo misterioso radicaba allí donde había puesto su personal interés. No tenía idea de cuál sería su próxima acción a seguir; pero sí estuvo segura de una cosa. Alvin no iba ser la única persona en Diaspar que fuese obstinada y persistente.