9

Hasta los expertos en ingeniería de la Alianza tuvieron que admitir que las instalaciones síndicas de Kaliban habían sido inutilizadas eficazmente. Se habían apagado todos los aparatos de equipamiento, desconectado o eliminado los suministros de energía, todo lo demás se había empaquetado o directamente retirado, se habían eliminado los rastros de humedad en el ambiente al máximo hasta el punto de que se había extraído el aire de las instalaciones antes de volver a precintarlas. Todo lo que había allí dentro estaba envuelto en un frío polar, pero eso también lo dejaba protegido de las inclemencias provocadas por los cambios de temperatura, los gases corrosivos y otras amenazas.

Las imágenes de las instalaciones parecían mostrar, a primera vista, unas habitaciones oscuras como las que cualquiera podría haber dejado después de un largo día de trabajo. Solo cuando Geary se percató de aquel brillo antinatural con el que se podía percibir absolutamente todo lo que había allí y del modo en el que los rayos de luz no se difuminaban como en una atmósfera normal, el capitán descubrió que en las instalaciones no había aire.

—Fíjese en eso —comentó Desjani. Estaban sentados en la sala de juntas, pero esta vez la mesa seguía pareciendo pequeña. Justo detrás del final, había una gran ventana proyectada sobre la mesa en la que se podían visualizar señales de vídeo de cualquiera de los exploradores a los que se quisiera supervisar adentrándose en las instalaciones síndicas. El explorador en concreto que tanto Desjani como Geary estaban viendo correspondía al que estaba entrando en lo que debía de haber sido la sede de la administración política síndica en Kaliban. Había filas y filas de escritorios distribuidos en cubículos idénticos, todos ellos con la misma forma, con absolutamente todos y cada uno de los objetos situados en la misma posición y de la misma manera sobre los escritorios—. Ahí debe de haber habido personas cuya única dedicación era inspeccionar los escritorios de la gente para asegurarse de que todo estaba dispuesto correctamente antes de marcharse.

—He conocido a gente a la que le gustaba hacer ese tipo de cosas —apuntó Geary.

—Yo también. —Desjani sonrió abiertamente de repente—. Y aquí estamos nosotros, justo enfrente de las mesas que ocupaban esos mismos que fueron los últimos en marcharse.

Geary tampoco pudo evitar que se le escapase una sonrisa. En la última fila había varios escritorios patas arriba, con tazas que hacía mucho tiempo que se habían quedado sin líquido en medio de folios y documentos desperdigados, amén de otra serie de elementos que podrían ser los restos de algunos aperitivos deshidratados y congelados a muy bajas temperaturas hacía tiempo.

—Parece como si los inspectores se hubieran marchado antes que los tipos que se sentaban en esas mesas, ¿no? Ah, esto podría ser interesante. —El explorador de la Alianza estaba entrando en el despacho principal. En él se podía ver todavía un asiento que parecía de los caros, además de una serie mucho más compleja de visualizadores y una terminal de trabajo—. Me pregunto cómo se le queda el cuerpo a uno después de esto. Abandonar un lugar para siempre. Un lugar en el que se lleva trabajando quién sabe cuánto tiempo y al que se sabe casi a ciencia cierta que no se regresará nunca. Sabiendo que nadie más ocupará tu puesto porque tu puesto ya no existe.

—Supongo que es como formar parte del personal de desmantelamiento de una nave, digo yo —ofreció Desjani.

Ajá. ¿Se ha dedicado alguna vez a eso? —preguntó Geary.

Desjani dudó por un momento.

—No nos hemos podido permitir el lujo de retirar muchas naves desde que yo estoy en la flota, señor —indicó la capitana.

Geary notó calor en su rostro y supo que se había puesto rojo por lo embarazoso que le resultaba haber tocado un asunto tan peliagudo.

—Lo siento. Debí habérmelo supuesto antes de preguntar algo así. —Si la flota estaba fabricando naves a toda prisa para reemplazar las pérdidas, era bastante lógico pensar que no se estarían jubilando naves aunque hubieran pasado su ciclo vital óptimo.

Con todo, Desjani parecía haber pasado página ya de aquello. La capitana volvió a asentir con la cabeza mirando a la imagen otra vez.

—Se puede ver que hay efectos personales que llevan ahí mucho tiempo. Quienquiera que ocupase ese despacho estuvo allí muchos años —reflexionó Desjani.

Geary entrecerró los ojos, fijándose en aquellas oscuras formas cuadradas y rectangulares tan reveladoras.

—Supongo. Me pregunto adonde se marcharía después de abandonar Kaliban —murmuró Geary.

—No tiene mucha importancia. Fuese a donde fuese, su intención sería contribuir a los esfuerzos bélicos de los Mundos Síndicos —repuso Desjani.

El capitán no quiso contestar nada a eso durante un momento, pero sabía tan bien como ella que lo que había dicho era cierto.

Ajá. ¿Qué es eso? —inquirió Geary.

Desjani frunció el ceño y miró al mismo objeto que estaba mirando Geary, un rectángulo plano y blanco que descansaba sobre la superficie del pupitre. El explorador a través de cuyos ojos veían ellos caminó cuidadosamente alrededor del pupitre hasta que la imagen pudo enfocar correctamente aquel objeto.

—Es una nota —informó—. Desgastada, pero legible. —Se agachó para leerla—. Escritura estándar universal: «A quien pueda interesar. El cajón… de la izquierda… se encasquilla. El… temporizador… de la máquina de café… no funciona. Hay… edulcorante y café en el… cajón de la derecha… Traten todo con… cuidado.» —El explorador de la Alianza se enderezó—. No soy capaz de leer la firma.

Desjani cambió su ceño fruncido por una alegre sonrisa que se fue desvaneciendo lentamente.

—Capitán Geary, es la primera vez que yo recuerde que tengo ganas de haber podido conocer a un síndico. Quienquiera que escribiese esa nota tiene pinta de ser alguien que me habría caído bien. —Desjani se quedó callada durante un momento—. Nunca había pensado que un síndico me pudiese caer bien.

Geary asintió al escuchar sus palabras.

—Un día, que nuestros antepasados así lo quieran, esta guerra llegará a su fin y tendremos la oportunidad de conocer a los síndicos como gente normal de nuevo. Por lo que yo sé de esta guerra, no me parece que usted esté muy interesada en eso, pero es necesario. No podemos permitir que el odio dirija nuestras relaciones con los síndicos toda la vida —sentenció Geary.

Desjani se quedó pensando en lo que había dicho Geary antes de responder.

—Si no, no seremos mejores que ellos. Es justo lo que usted dijo respecto al trato que se debía dispensar a los prisioneros —recordó Desjani.

—En cierto modo, sí. —Geary pulsó el botón del intercomunicador para hablar con el explorador—. ¿Tiene alguna forma de saber cuánto tiempo lleva cerrado ese sitio?

El explorador señaló un documento.

—La fecha que aparece aquí remite al calendario síndico. Un momento, señor, voy a efectuar la conversión. —Un momento después, el explorador volvió con la respuesta—. Hace cuarenta y dos años, señor, si damos por supuesto que esta fecha es precisa. El café que dejaron por aquí no debe ser muy reciente, me temo, pero probablemente será mejor que el que nos sirven en nuestras naves.

—Punto para usted —bromeó Geary—. Gracias. —El capitán cortó la conexión con el intercomunicador y volvió la vista hacia Desjani—. Hace cuarenta y dos años. Quienquiera que escribiese esa nota podría estar muerto fácilmente a día de hoy.

—Tampoco es que hubiera existido nunca una opción real de conocer a esa persona —agregó Desjani con un tono de desdén que daba a entender que no iba a malgastar mucho tiempo lamentando la oportunidad perdida.

—¿Capitán Geary? —Junto a la ventana del explorador apareció una nueva, más pequeña, con imágenes de la coronel Carabali y un capitán de Marina. Los dos miembros de la Marina lucían una armadura de los pies a la cabeza y parecían estar en una instalación síndica en algún sitio en medio de aquel sistema. Geary comprobó el visualizador que había junto a la imagen y amplió el mapa de situación hasta llegar al punto en el que se encontraba Carabali. Estaban en alguna parte de la misma instalación en la que se encontraba el explorador con el que Geary acababa de hablar hace un momento—. Aquí hay algo raro.

De repente Geary sintió como que se le revolvían las tripas.

—¿Peligroso? —inquirió.

—No, señor. No creemos que lo sea. Simplemente… raro. —Carabali le hizo un gesto a su acompañante—. Este es el capitán Rosado, mi mejor experto en sistemas informáticos. —Rosado saludó elegantemente—. Me dice que no es solo que hayan limpiado los archivos de los sistemas síndicos ni que se hayan llevado los dispositivos de almacenamiento de recuperación de datos, es que se han eliminado completamente los sistemas operativos.

Geary se quedó pensando en las implicaciones de aquello.

—¿Y eso resulta raro? —incidió Geary.

—Sí, señor —afirmó el capitán Rosado—. No tiene sentido. ¿Por qué eliminar los sistemas operativos? Tenemos copias del código síndico que han sido adquiridas a través de varios medios, así que podemos conseguir que esto vuelva a ponerse en funcionamiento. Y no tener los sistemas operativos cargados y configurados no hace sino dificultar mucho más las cosas para cualquier síndico que quisiera regresar aquí.

—¿Saben los síndicos que tenemos copias? —interrogó Geary.

—Saben que tenemos copias de material mucho más nuevo que el que se solía usar en estas reliquias, señor —respondió Rosado.

Esas «reliquias» probablemente tienen menos años que yo.

—¿Se le ocurre alguna razón por la que hayan podido borrar los sistemas operativos? —prosiguió Geary.

El capitán Rosado parecía incómodo.

—Solo se me ocurre una, señor —musitó.

—¿Cuál? —incidió Geary.

—Señor —afirmó Rosado con renuencia—, la única razón por la que podrían haber eliminado los sistemas operativos es que les preocupase que alguien aparte de nosotros pudiera acceder a estos sistemas después de que los abandonaran. Alguien que no creyesen que tenía copias de su código.

—¿Alguien aparte de nosotros? —Geary paseó la vista de Desjani a Carabali—. ¿Quién?

—Un… un tercero en discordia —concluyó Rosado.

Desjani intervino entonces.

—No hay ningún tercero en discordia. Estamos nosotros y los planetas que se han aliado con nosotros, y luego están los síndicos. No hay nadie más —rechazó.

—Se «supone» que no hay nadie más —corrigió Carabali—. Pero según parece los síndicos estaban preocupados por alguien. Alguien que no tenía acceso al software al que cualquier humano se supone que podría acceder.

—No está sugiriendo de verdad la existencia de seres inteligentes no humanos, ¿verdad? —preguntó Desjani—. Nunca hemos encontrado a ninguno.

Carabali se encogió de hombros.

—No. La verdad es que no hemos encontrado a ninguno. Pero no sabemos qué hay en la otra parte del espacio síndico. Nos ocultaron lo que había allí por supuestos motivos de seguridad incluso antes de que diese comienzo la guerra —recordó Carabali.

Geary se dio la vuelta para estudiar el visualizador estelar. Las estrellas como Kaliban se encontraban lejos del espacio de la Alianza, pero si se la observaba en comparación con la frontera exterior del territorio síndico, no estaba tan lejos de los límites conocidos de los Mundos Síndicos.

—Si esta hipótesis fuera cierta, tendrían que haber estado al corriente de la existencia de estos entes, sean lo que sean, al menos desde hace cuarenta y dos años, cuando clausuraron todo lo que había en Kaliban. ¿Podrían haber guardado un secreto así durante tanto tiempo? —indagó Geary.

Carabali se volvió a encoger de hombros.

—Dependería de muchos factores, señor. Ni el capitán Rosado ni yo estamos diciendo que esos seres existan. Lo que estamos señalando es que esta es la única explicación que hemos podido encontrar para que los síndicos abandonaran Kaliban de esta forma —argumentó Carabali.

—Si esas cosas estuvieran por aquí —replicó Desjani—, ¿no nos las habríamos encontrado ya?

—Tal vez lo hagamos —repuso Geary—. ¿Existe algún procedimiento estándar en esta flota para abordar casos de contacto con seres no humanos?

Desjani parecía desconcertada.

—No lo sé. Nunca se los ha buscado, así que no sé de nadie que lo haya investigado. Tal vez exista algo, pero datará de hace mucho tiempo, de antes de la guerra. —Geary dio por supuesto que había conseguido ocultar su reacción a esa última frase, porque Desjani siguió hablando como si nada—. En cualquier caso, ¿cómo habrían podido llegar esos seres inteligentes a Kaliban si los síndicos no querían que lo hicieran? Kaliban no está justo al lado de la frontera síndica.

La coronel Carabali puso gesto de pedir perdón, pero volvió a tomar la palabra.

—Si hubiera entes no humanos con inteligencia por aquí, podrían tener diferentes medios de viajar a velocidades superiores a la de la luz —sugirió Carabali—. Ahora mismo, los humanos tenemos dos medios de hacerlo. Podría haber otras maneras y una de esas formas podría hacer que Kaliban fuera accesible a través de la frontera síndica. Pero no estoy diciendo que esa sea la razón de los actos de los síndicos. No estoy diciendo que existan seres inteligentes no humanos o que los síndicos los hayan encontrado. Lo único que digo es que es la única explicación que hemos sido capaces de encontrar y que tiene algo de sentido si tenemos en cuenta cómo actuaron los síndicos al salir de aquí.

Geary asintió con la cabeza.

—Comprendido, coronel. Le agradezco que haya compartido esta idea con nosotros, a pesar de que, como muy bien ha indicado, no existe ninguna certeza en este sentido. ¿Pero lo que me está diciendo es que podemos volver a poner en funcionamiento cualquiera de los sistemas síndicos a pesar de lo que hicieron? —inquirió Geary.

El comandante Rosado sonrió confiadamente.

—Sí, señor. Si quiere que lo hagamos, podemos ponerlo en funcionamiento —afirmó Rosado.

—¿Está en contacto con los equipos de exploración de las naves auxiliares de la flota?

—Sí, señor. Hay un equipo de la Genio que está aquí con nosotros realizando la evaluación pertinente para saber si en este lugar hay algo que podamos aprovechar —indicó Rosado.

—Estupendo. Gracias por su información. —La segunda ventana se esfumó y dejó en primer plano únicamente la escena del explorador de la Alianza que seguía revisando laboriosamente aquel despacho.

Desjani meneó la cabeza.

—Nunca pensé que vería a ningún miembro de la Marina preocupado por alienígenas de dos cabezas que pudieran aparecer caminando entre la oscuridad —ironizó la capitana.

Geary sonrió pero después su rostro volvió a ponerse serio.

—Así y todo no han sido capaces de dar con otra razón que pudiera explicar lo que hicieron los síndicos. ¿Se le ocurre a usted alguna otra razón? —indagó Geary.

—¿Maldad? ¿Algún burócrata estúpido? La gente no siempre hace las cosas por razones que tienen sentido —advirtió Desjani.

—Es cierto. Estamos en una flota, así que todos lo sabemos, ¿no es verdad? —apostilló Geary.

Desjani sonrió abiertamente y asintió con la cabeza.

—La verdad es que yo no perdería el tiempo preocupándome por eso, señor —recomendó la capitana.

—No, supongo que no, pero francamente cuesta mucho trabajo hacer lo que hicieron como para pensar que no lo hicieron por una buena razón. —Geary comprobó la hora—. Pero ahora tenemos otras cosas de las que preocuparnos.

Durante al menos la décima parte de la última hora, Geary trató de evitar dejar patente su enfado con ningún comentario. Las naves que se suponía que tenían que haber adoptado una formación en bloque hacia uno de los lados del cuerpo principal habían acabado enzarzadas en una especie de disputa por la antigüedad de sus comandantes. Así las cosas, en lugar de adoptar sus puestos asignados, algunas naves trataban de colocarse en sitios que ya ocupaban otras naves. Geary contó hasta cinco despacio y después activó su intercomunicador.

—Se advierte a todas las unidades en formación Bravo de que todo el mundo tendrá las mismas opciones de enfrentarse al enemigo. Procedan a situarse en las posiciones requeridas —ordenó el capitán.

En ese momento se estaba planteando ya tomarse algo para el dolor de cabeza, que no hacía más que acrecentársele entre ceja y ceja mientras observaba cómo aquellas naves errantes alteraban su trayectoria de una forma más o menos obediente. Todas menos la Audaz, que seguía acercándose peligrosamente hacia el Resuelto, en lo que parecía un intento por empujar a la otra nave hacia un lado de tal forma que la Audaz pudiese hacerse con lo que parecía el puesto de liderazgo.

Audaz, ¿ha recibido mi última orden? —Geary esperó un minuto a ver si la Audaz respondía, pero aquella nave de guerra seguía avanzando firmemente hacia el Resuelto—. Audaz, le advierto de que si está intentando aparearse con el Resuelto, tal vez debería intentar primero invitarle a una copa.

A su lado, Geary escuchó cómo la capitana Desjani casi escupe todo el café de golpe al escuchar el sardónico comentario. El capitán no recibió respuesta alguna de la Audaz, pero la nave finalmente se dio la vuelta y emprendió rumbo hacia el puesto que se le había asignado. Un momento después, llegó una llamada procedente del Resuelto.

—El crucero de batalla de la Alianza Resuelto desea informar de que su virtud sigue intacta.

Esta vez Desjani se rió a mandíbula batiente, lo mismo que Geary. Estupendo. Ese es el tipo de cosas que indica que la moral está bien. De momento, al menos. Geary observó como el resto de naves de la formación Bravo se iban incorporando tardíamente a sus posiciones y meneó la cabeza. Menos mal que puedo hacer esto a través de simulaciones. Me gustaría poder hacerlo sobre el terreno también, pero no puedo permitirme quemar toda la cantidad de reserva de combustible que requeriría.

Geary esperó hasta que las naves más rezagadas llegaron a sus posiciones y después volvió a activar su intercomunicador.

—Aviso a todas las unidades, voy a poner sus movimientos de navío simulados en modo automático durante un rato. Quiero mostrarles qué ocurre cuando utilizamos estas dos formaciones de manera coordinada. —El capitán activó la secuencia que había estado programando durante el tránsito a través del espacio de salto.

En la versión simulada del sistema Kaliban, una fuerza síndica de gran calado aparecía de repente junto a las formaciones de la Alianza. Geary dejó que la simulación siguiera su curso y aparecieron dos formaciones de la Alianza rotando hasta adoptar unos ángulos que maximizaban su capacidad de artillería contra los extremos opuestos del enemigo, que no dejaba de abalanzarse sobre ellos.

Geary había preparado un caso corto a propósito, de tal manera que veinte minutos después, los restos de los síndicos simulados estaban ya dándose a la fuga para tratar de salvar sus vidas. Geary dejó que pasaran otro par de minutos después de que la simulación quedara pausada y luego volvió a hablar.

—Hay un par de cosas sobre las que quiero llamar su atención —indicó Geary—. En primer lugar, habrán observado que cuando se emplean de manera adecuada las formaciones independientes, se maximiza nuestra capacidad de utilizar la mayor parte de las naves y la mayor parte de nuestra capacidad de artillería contra el enemigo. Se habrán percatado también de que todas las naves de la formación Bravo golpearon al enemigo con furia precisamente por la manera en la que esa formación estaba dispuesta a lo largo del flanco enemigo. En segundo lugar, este caso que les tenía preparado funcionó porque todas las naves hicieron lo que se suponía que tenían que hacer.

Geary repasó la simulación de aquella victoria que, de puro fácil, resultaba imposible. Había sido demasiado indolora, demasiado poco complicada, pero lo cierto era que lo que quería era que las enseñanzas que se pudieran sacar de aquello quedaran claras.

—Si trabajamos como una fuerza de combate disciplinada, podremos golpear a los síndicos con tanta contundencia que ni sabrán qué es lo que está pasando. Las simulaciones y las formaciones que vamos a practicar durante las próximas semanas irán haciéndose más complejas cada vez, pero lo que quiero es que todo el mundo sepa la razón por la que estamos haciendo esto. Les prometo que esta flota puede batir a cualquier fuerza similar nueve de cada diez veces si mantenemos el mismo valor pero lo aplicamos de una manera disciplinada —explicó Geary.

Desjani alzó los dos pulgares desde el otro extremo de la sala de simulación. Geary asintió con la cabeza, deseando que todos sus capitanes de navío mostrasen la misma lealtad incuestionable.

—Eso es todo. La próxima simulación tendrá lugar dentro de dos horas. Los veré entonces. —Geary se estiró y se puso de pie—. Creo que puedo predecir, sin temor a equivocarme, que dentro de dos días todo el mundo estará ya harto de practicar estos ejercicios.

—¿De verdad cree que podremos llevar a cabo ese tipo de maniobras con formaciones independientes en una situación en la que la información llega con retardo y con un enemigo que reacciona a nuestras acciones? —preguntó Desjani.

Geary asintió con la cabeza.

—Sí. Así que se fijó en cómo se comportaba la fuerza enemiga en esa simulación, ¿eh? —examinó Geary.

—Sí, señor. Por mucho que odie a los síndicos, no creo que sean tan estúpidos como para atacar de la forma en que lo hizo esa fuerza enemiga —repuso Desjani.

Esta vez Geary le devolvió una sonrisa de oreja a oreja.

—Bueno, tal vez si tenemos suerte. Pero, no, no estoy pensando en que actúen de esa forma tan estúpida, la verdad. Aunque, sí, creo que puedo ser yo quien orqueste las operaciones. Aprendí a hacerlo bajo la supervisión de profesionales a quienes se les daba muy bien este arte. —En ese momento Geary recordó cuánto tiempo llevaban esos hombres y mujeres muertos y su sonrisa se esfumó.

Al final del día siguiente, Geary se dio cuenta de que su previsión había sido demasiado optimista al menos en un día. La mayoría de los comandantes de las naves, lastrados por sus responsabilidades de mando habituales, ya se habían cansado de simular maniobras y batallas durante una buena parte del día. No ayudaba tampoco el hecho de que Geary había dispuesto las simulaciones de tal modo que cada vez se volviesen más difíciles.

—Escuchen —los amonestó Geary después de la última práctica del día—. No sabemos cuánto tiempo tendremos antes de que los síndicos aparezcan por aquí. Tenemos que estar preparados. Eso significa que tenemos que condensar mucho trabajo en el menor tiempo posible. Hasta mañana.

Geary se volvió a desplomar sobre su asiento, con una sensación de cansancio provocada por el esfuerzo constante que suponía no solo ponerse al frente de toda esa caterva de naves que se encontraban bajo su mando sino también masajear los egos de sus comandantes.

—Tenemos noticias de la Hechicera —advirtió Desjani—. El yacimiento minero de la roca Ishiki debería estar en funcionamiento mañana mismo. Se espera empezar a extraer metal y, una vez hecho eso, enviarlo a las naves auxiliares a última hora de la tarde de mañana.

—Genial. —Geary le echó un vistazo al mensaje—. ¿La roca Ishiki? Ah, esa. El asteroide. No es así como la llaman los síndicos, ¿no?

—No. No había ninguna razón para molestarse en descubrir cómo la llamaban los síndicos. Ishiki es el nombre del veterano oficial que efectuó el primer reconocimiento y evaluó por primera vez el yacimiento minero que había allí —informó Desjani.

—Entonces es un nombre tan bueno como cualquier otro —admitió Geary. Acto seguido llamó a la Hechicera—. ¿Capitana Tyrosian? Si el tiempo lo permite, me gustaría que uno de sus establecimientos de maquinaria fabricara una pequeña placa que identifique el yacimiento minero del asteroide como la roca Ishiki. La pondremos en alguna parte ahí abajo.

Durante un breve momento Tyrosian pareció sorprendida, pero después esbozó una sonrisa.

—El jefe Ishiki seguramente lo agradecerá, señor. ¿Quiere que haya alguna ceremonia para la imposición de la placa? —inquirió Tyrosian.

—Si quiere improvisar algo, siéntase libre de hacerlo. Todo el mundo en esta flota se está dejando la piel, así que podemos utilizarlo como excusa para divertirnos un poco —señaló Geary.

—Sí, señor. Hay algo de metal bueno en esa roca. ¿Cuánto tiempo tendremos para explotarlo? —preguntó Tyrosian.

Geary se quedó pensando en qué respuesta dar.

—Eso sigue siendo algo que no ha quedado determinado por el momento. Trabajen como si tuvieran que hacerlo a toda prisa, pero si fuera posible querría llenar de materias primas las carboneras de las naves auxiliares antes de marcharnos —informó Geary.

Tyrosian arqueó las cejas.

—Eso va a ser mucho, capitán Geary. Al ritmo que estamos extrayendo y transportándolas aquí tardaríamos semanas —precisó Tyrosian.

—No puedo prometerle que tengamos semanas, pero aprovecharemos todos los días que podamos —aseguró Geary.

—Me siento obligada a recordarle a usted también que todo el peso adicional que carguemos afectará negativamente a la capacidad de maniobra de mis naves. Sobre todo a la Titánica, que es la más grande. Pero la Hechicera, la Genio y la Trasgo se volverán mucho más torpes también.

Geary empezó a notar un dolor cada vez más familiar detrás de los ojos.

—¿Hasta qué punto empeoraría la capacidad de aceleración de la Titánica si llenamos las carboneras de materias primas hasta arriba? —inquirió Geary.

Tyrosian miró hacia uno de los lados, al parecer mientras tecleaba algo en su panel de mandos.

—Esta es la capacidad de la Titánica a plena carga, capitán Geary —informó Tyrosian.

Geary resoplaba mientras leía los datos que le había enviado la capitana Tyrosian.

—Vamos, que sería como un cerdo volador, ¿no? —resumió Geary.

—Normalmente usamos el término «elefante volador». Un cerdo volador tendría probablemente mucha más capacidad de maniobra que la Titánica a plena carga —matizó Tyrosian.

—Gracias. Agradezco que me avisen de los peligros —reconoció Geary. Tyrosian miró con gesto inquisitivo.

—¿Sigue queriendo que llenemos las carboneras de la Titánica señor? —incidió.

Geary se frotó el espacio existente entre sus ojos como si intentara aplacar las pulsaciones.

—Sí. Si podemos fabricar lo que necesitamos a largo plazo, no importa lo rápido que nos movamos a corto plazo. Si tengo que elegir, prefiero estar preparado a largo plazo —aseveró Geary.

—Sí, señor. Lo que usted necesite, nosotros se lo hacemos —afirmó Tyrosian.

El viejo lema de los ingenieros de la flota, que no había cambiado desde los tiempos de Geary, le arrancó una sonrisa.

—Gracias, capitana Tyrosian. Sé que siempre puedo contar con usted y con sus naves. —Aquel comentario hizo que Tyrosian también sonriera.

Geary se dirigió de vuelta a su camarote, con el buen sabor de boca que le había dejado su intercambio de impresiones con la capitana Tyrosian, pero todavía con ganas de relajarse un poco y olvidarse por un momento de las exigencias inherentes al mando de la flota. Sin embargo, al llegar a su camarote se encontró a alguien esperando en el exterior de la escotilla.

—Señora copresidenta. —Geary esperaba que su cansancio y falta de ganas de conversar no hubieran quedado demasiado patentes—. ¿A qué debo el honor de su presencia?

Rione inclinó la cabeza a modo de reconocimiento del saludo y después gesticuló hacia la escotilla.

—Me gustaría hablar con usted en privado, capitán Geary —solicitó la copresidenta.

—No querría parecer descortés, ¿pero podríamos dejarlo para otro momento? He estado bastante ocupado últimamente —se excusó Geary.

—Ya me he dado cuenta. —Rione le dedicó una mirada altiva—. Ha estado tan ocupado que todos mis intentos por reunirme con usted se han visto frustrados hasta este momento. Me gustaría mucho hablar con usted ahora.

Geary consiguió no resoplar demasiado ostensiblemente.

—Está bien. Por favor, pase. —Geary la dejó pasar primero, después le ofreció un sitio y él se sentó sin ceremonia alguna en otro.

Aquello le granjeó otra mirada de Rione.

—Hoy no parece ser ese héroe legendario de voluntad férrea, capitán Geary —ironizó Rione.

—El héroe legendario de voluntad férrea está cansado de cojones hoy, señora. ¿Qué puedo hacer por usted?

Rione pareció un poco sorprendida por lo directo del discurso de Geary, pero finalmente tomó asiento en el lugar indicado.

—Mi pregunta es sencilla. ¿Cuáles son sus planes, capitán Geary? —interrogó la copresidenta.

Geary se encogió de hombros.

—Como he dicho siempre que me han planteado esta pregunta, mi plan es devolver esta flota a casa —respondió Geary.

—¿Entonces por qué seguimos quedándonos en Kaliban? —indagó Rione.

Esta mujer tiene un don para hacer preguntas incómodas. Geary meditó bien la pregunta antes de responderla.

—Necesitamos algo de tiempo. No nos estamos quedando de brazos cruzados. Como a buen seguro sabe usted, estamos extrayendo materias primas para las naves que pueden hacer uso de ellas, la Titánica y sus hermanas están fabricando nuevas pastillas de combustible, así como repuestos para el equipamiento que ha sido dañado o destruido y armas que hemos gastado. Además, estamos consiguiendo hacer algunas reparaciones externas muy importantes en algunas de nuestras naves que no podrían realizarse en el espacio de salto y estamos rebuscando entre las instalaciones abandonadas por si descubrimos cosas que podamos reutilizar. Y lo más importante de todo —añadió Geary—, estamos entrenándonos.

—Entrenándose. —Rione entrecerró los ojos—. ¿Para qué?

—Como a buen seguro también sabe, señora copresidenta, estamos entrenándonos para el combate. La próxima vez que nos enfrentemos a una gran fuerza síndica, quiero que esta flota opere como si fuera una organización militar, no como una pandilla desentrenada de guerreros bienintencionados pero excesivamente agresivos. —Mierda. Tenía que tener cuidado de no ser demasiado contundente con Rione. No serviría de mucho encontrarse con una frase así repetida hasta la extenuación.

—Capitán Geary, la primera vez que nos vimos le dije que esta flota era frágil. Usted se mostró de acuerdo conmigo. ¿Cómo puede ahora enfrentarse a una gran fuerza enemiga? —La voz de Rione se fue volviendo más plana y áspera a medida que fue acabando la frase.

Geary deseó poder rodearse de escudos que le protegieran contra la fuerza de las palabras de Rione, pero se limitó a asentir con la cabeza.

—En ese momento estaba de acuerdo con usted. Pero el metal frágil puede volver a forjarse, señora copresidenta. Se puede volver a hacer fuerte —indicó el capitán.

—¿Con qué propósito? —inquirió la copresidenta.

Vale. Así que no se fía de mí cuando las cosas se ponen así, supongo. Muy bien. Me crea o no, lo único que va a escuchar de mi boca son verdades como puños.

—Volver a casa. Eso es lo que quiero decir. Mire. —Geary se estiró lo suficiente como para pulsar un botón que se había acabado aprendiendo a conciencia y después comenzó a hacer gestos sobre el visualizador de estrellas que apareció sobre la tabla que los separaba—. A través del salto entre sistemas nos queda un largo camino hasta llegar a casa. Puedo seguir intentando adelantarme a los pensamientos de los síndicos y tratar de elaborar planes con la suficiente antelación como para evitar que nos tiendan una trampa, pero nunca puedo estar del todo seguro de que no van a descubrir el truco. No se puede pensar que siempre se va a tener suerte. Eso significa que no puedo contar con que nunca nos veremos abocados a enfrentarnos contra una fuerza síndica que pueda hacernos mucho daño. ¿Qué ocurrirá entonces? Si esta flota sigue siendo la fuerza que conseguí sacar del sistema interior síndico, correrá el riesgo de acabar destrozada. Pero, señora copresidenta, si puedo enseñarles a estos soldados a luchar de manera inteligente a la par que valiente, entonces seremos capaces de abrirnos paso ante esa hipotética fuerza síndica.

Rione se quedó mirándolo un buen rato sin articular palabra, si bien a Geary le resultó imposible poder leer sus pensamientos. Finalmente, retomó la palabra con un tono de voz ligeramente menos áspero.

—¿Cree usted que puede hacer algo así? —inquirió Rione.

—Espero que sí. —Geary se echó hacia adelante, tratando de proyectar sus sentimientos—. Aquí hay buenos tripulantes. Buenos oficiales. Buenos capitanes. En su mayor parte, buenos capitanes. Estoy seguro de que sabe que hay algunas excepciones, pero siempre las ha habido y siempre las habrá. Lo único que necesitan es creer en alguien, alguien a quien sean capaces de escuchar, alguien que les muestre el camino de la victoria.

—Porque confían en usted —agregó Rione.

—¡Pues sí, joder! ¿Qué coño hay de malo en eso? Aún no he cometido ningún fallo que permita cuestionar esa confianza, y no lo voy a cometer —bramó Geary.

—¿Está jurándolo, capitán Geary? —La voz de Rione se había vuelto muy suave, pero también muy clara—. ¿Lo jura por el honor de sus antepasados?

Geary se preguntó si Rione sabía de sus visitas ocasionales al rincón de sus antepasados y se imaginó que a esas alturas probablemente ya habría hecho acopio de toda la información al respecto que hubiera podido.

—Por supuesto que sí —afirmó Geary.

—¿Y la Alianza misma? ¿Y los líderes electos de los pueblos de la Alianza? —insistió Rione.

Geary se quedó mirándola.

—¿Qué pasa con ellos? —preguntó el capitán.

Rione le devolvió la mirada, con la exasperación escrita en aquel rostro tan poco propenso a mostrar ninguna emoción.

—¡Ojalá supiera si es usted ingenuo de verdad o si sencillamente está actuando! Capitán Geary, es usted la encarnación de una leyenda —le recordó Rione—. ¿Qué clase de poder cree que podría ejercer si volviera a la Alianza con esta flota a sus espaldas? ¡Black Jack Geary, el paradigma de los oficiales de la Alianza, el héroe del pasado, el hombre al que todos los jóvenes de la Alianza aprendieron a reverenciar, vuelto de entre los muertos con una flota poderosa a la que él salvó literalmente de la destrucción! Una flota que usted dirá que entrenó para hacerla mejor que cualquier otra fuerza de la Alianza. ¿En qué se convertirá la Alianza entonces, capitán Geary? Entonces la tendrá en la palma de su mano, podrá disponer de ella a voluntad. ¡Sabe que es así! ¿Qué hará entonces?

—Yo… —Geary miró hacia otro lado, incomodado por las palabras de Rione y por la intensidad de los sentimientos que encerraban—. Yo… No lo sé. Realmente no me he puesto a pensar tan a largo plazo… pero, no. ¡No! No quiero un poder así. No quiero decirles a los líderes electos de la Alianza qué deben hacer. Quiero… —¿Volver a casa? Una casa que, para él, había muerto y ya no existía. ¿Qué le quedaría a él después de completar la misión? ¿Qué clase de vida le esperaría?—. Yo quiero…

—¿Qué, capitán Geary? ¿Qué quiere usted, por encima de todas las cosas? —insistió Rione.

Geary, desgastado mental y físicamente por los esfuerzos de los últimos días, notó que le invadía una oleada de frío por todo su interior.

—Más de una vez, señora copresidenta, lo que he querido por encima de todas las cosas es haber muerto en mi nave hace un siglo. —Geary se arrepintió de haber dicho aquellas palabras en cuanto le salieron por la boca; eran palabras y pensamientos que no le había revelado a nadie más, pero que habían roto todas las barreras internas que se hallaban debilitadas por el cansancio y por el estrés.

Aquello pareció haber cogido por sorpresa a Rione, que se quedó desconcertada durante un momento. La copresidenta se quedó mirándolo un rato y después asintió con la cabeza.

—¿Podrá mantenerse al margen de ese poder, capitán Geary? Si volvemos a casa, ¿podrá alejarse de ese poder que le permitiría decidir el futuro de la Alianza?

Geary respiró bien hondo.

—Si le soy completamente sincero, yo creo que ya tengo ese poder. Si puedo devolver a esta flota a casa, con el artilugio que usted sabe que está a bordo del Intrépido intacto, la Alianza tiene una buena oportunidad de verdad de obligar a los síndicos a sentarse a negociar una manera de poner fin a esta guerra. Pero, si no lo consigo, si nos quedamos aquí perdidos, los síndicos tendrán una ventaja militar muy grande y me parece que no van a desaprovechar algo así para obtener el máximo beneficio que puedan. Así pues, de una forma u otra, lo que consiga hacer va a determinar en gran medida lo que le ocurra a la Alianza. —Geary miró fijamente a los ojos de Rione—. Le juro que me mantendría al margen en este mismo instante si pudiera. Pero no puedo. Y usted lo sabe, ¿verdad? No hay nadie más que tenga la más remota opción de devolver la flota a casa. He intentado convencerme a mí mismo de que no soy indispensable, de que hay más oficiales que podrían llevar a esta flota sana y salva a casa. Pero sé que no es verdad.

Los ojos y la expresión de Rione permanecían implacables.

—Las democracias y las repúblicas no pueden seguir su curso si hay algún hombre o alguna mujer indispensable, capitán Geary —protestó Rione.

—¡Me refiero solo hasta que logre devolver esta flota al sitio de donde viene! Una vez que estemos en suelo de la Alianza, señora copresidenta, tengo la plena intención de entregar el mando al primer almirante que se cruce en mi camino. Después trataré de encontrar un planeta bonito y tranquilo en el que esconderme el resto de mi vida. —Geary se puso de pie y aceleró el ritmo de su discurso a pesar de su cansancio—. Eso es todo lo que se me puede pedir. Ese es el máximo de honor que me podrían exigir mis antepasados. Dimitiré de mi cargo y me iré a… a…

—¿Adónde, capitán Geary? —La voz de Rione sonaba ahora cansada, también, si bien Geary no tenía ni idea de por qué—. ¿Qué planeta cree usted que podría garantizarle un refugio que lo protegiese de las glorias pasadas de Black Jack Geary y de la adulación moderna hacia el hombre que salvó a la flota de la Alianza y tal vez a la Alianza misma?

—Yo… —Geary pensó en algún nombre, sabedor de que su propio mundo de nacimiento no podría ser nunca el refugio del que hablaba Rione, sabedor también de que ese mundo podría haber cambiado tanto en un siglo como para que ahora costase mucho trabajo reconocerlo siquiera y temeroso a la vez de ver la cantidad de monumentos en honor de Black Jack Geary que a buen seguro existían por allí. En ese momento su cabeza reparó en el nombre del único planeta del que no había dejado de oír hablar en las últimas semanas—. Kosatka.

—¿Kosatka? —Esta vez Rione no pudo evitar soltar una carcajada, si bien más por incredulidad que porque le hubiera hecho gracia—. Ya se lo dije antes, capitán Geary. Su sino no está en Kosatka. Kosatka es un buen mundo, pero allí no hay poder. Kosatka no podría acogerlo ahora mismo.

—Yo no…

—Ningún planeta podría acogerlo ahora mismo, independientemente de adonde crea usted que le deben conducir sus obligaciones. —Rione se quedó de pie también, con la mirada clavada en Geary—. Pero si acaba siendo necesario pararle los pies, si alguien tiene que actuar para limitar su poder, entonces ahí estaré yo para hacer todo lo que esté en mi mano.

Geary se quedó mirándola, sin creerse muy bien lo que había escuchado.

—¿Me está amenazando?

—No. Simplemente le informo de que como intente hacerse con algo que podría ser suyo, yo estaré ahí para que tenga las manos quietas. —Rione se dio la vuelta para marcharse, pero antes de eso se volvió para mirarlo cara a cara—. Y no lo dude ni un instante, capitán Geary, yo sí que no soy indispensable. Incluso aunque yo no estuviera, habría otros.

—No he hecho nada —se defendió Geary.

—Ahí seguramente se equivoca. No me malinterprete —advirtió Rione—. No lo estoy prejuzgando, y lo que ha hecho usted hasta el momento son cosas que se pueden entender como algo que era necesario hacer para salvar esta flota. Si sigue manteniendo su promesa de rechazar el poder que le llegará de manera natural, no encontrará una aliada más sincera que yo misma. Pero no finja que no le entrará la tentación al menos, capitán Geary. No finja que no habrá quienes le impelan a emprender determinadas acciones supuestamente en beneficio de la Alianza, acciones que a usted le podrían parecer justificables, pero que destruirían todas aquellas cosas que usted mismo dice honrar.

Geary le lanzó una mirada fulminante.

—No soy la clase de persona que haría ese tipo de cosas —desafió.

—¿Es Black Jack Geary de esa clase de personas? —indagó Rione.

—¿Qué? —Geary meneó la cabeza varias veces como si estuviera tratando de aclararse las ideas, sorprendido por el hecho mismo de que le hubiera planteado tal pregunta—. No tengo ni idea. No sé quién es ese héroe imaginario. No sé siquiera qué aspecto tiene. Lo único que sé es que ese tipo no soy yo.

Rione meneó ella también la cabeza, pero lentamente, dando a entender que rechazaba abiertamente la última frase de Geary.

—Lamento decirle que se equivoca. Da igual quién se crea que es, debe darse cuenta de que, para todo lo que importa en este universo, usted es Black Jack Geary —lo corrigió la copresidenta.

—¡Entonces quizá pueda tomarse la molestia de explicarme por qué tengo que trabajar tan duro para tener a la mayoría de estos oficiales al mando contentos si tanto creen en Black Jack Geary, coño! —rugió el capitán.

Rione torció el gesto.

—Usted mismo lo ha dicho. Creen en Black Jack Geary, capitán. En sus mentes, esa persona debe ser excepcional en todos los sentidos. Si acaban convenciéndose que usted no es Black Jack Geary, tal y como ellos se imaginan que debe ser esa persona, dejarán de creer en usted —apuntó Rione.

—¿Así que lo que me está diciendo es que me dé por jodido haga lo que haga? ¿Qué, para salvar a esta flota, tengo que ser excepcional en todos los sentidos? ¿Qué tengo que convertirme de facto en el Black Jack Geary del que ellos han oído hablar o, si no, esta flota se verá abocada a la perdición? ¿Pero cómo se supone que puedo ser excepcional en todos los sentidos? —se quejó Geary.

—Me temo que no puedo ayudarle en eso, capitán Geary. —Rione inclinó de nuevo la cabeza y se marchó.

Geary se quedó observando como abandonaba su camarote y después volvió a desplomarse en el asiento más cercano, con dos pensamientos rondándole la cabeza. ¿Y si tiene razón? ¿Y qué cojones he hecho yo para merecer esto?

«Todas las unidades en formación Sigma viren veinte grados a babor a las tres punto cuatro.» —Geary se quedó a la expectativa y después se llevó las manos a la cabeza al comprobar como la mitad de las naves se ponían en posición mientras que la otra mitad se movía como si toda la formación entera estuviese pivotando veinte grados a babor. ¡Escuchen el mensaje! ¡Por favor, escuchen el mensaje! ¡Tampoco es que no tengan tiempo para pensarse las cosas antes de ejecutarlas!

De puertas para fuera, Geary habló con toda la calma de la que se pudo hacer acreedor.

—Aviso a todas las unidades, tengan cuidado de ejecutar la orden tal y como se les da. —Geary comprobó la hora, se frotó los ojos, y prosiguió con su mensaje—: A todas las unidades. Suficiente por hoy. Gracias por su duro trabajo. —Solo espero que estén aprendiendo algo. Y no me refiero solo a mantener la formación. Si están prestando atención al modo en el que ordeno las maniobras para adaptarlas al retardo a la hora de recibir los datos, también estarán aprendiendo algo de ello.

La capitana Desjani también parecía cansada, pero sonrió animosamente.

—Nunca he visto a nuestras unidades maniobrar así en situaciones de combate —jaleó la capitana.

—Y todavía sigue sin verlo —apuntó Geary, tratando de no revelar tanta amargura como sentía—. Todo esto son simulaciones y no se realizan bajo la presión del combate real.

—Aun así sigo creyendo que hemos presenciado un buen número de mejoras —relató Desjani.

Geary se quedó pensando un rato y después asintió con la cabeza.

—Sí. Tiene razón. Así es. Teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que hemos estado trabajando en esto, todo el mundo ha progresado de una manera bastante rápida. —Geary comprobó la disposición final de las naves en el simulador, que ahora se había quedado ya fija—. En menos de dos semanas de prácticas hemos experimentado un gran progreso. Pero eso también se debe a que hay un montón de buenos profesionales en esta flota. —Geary asintió de nuevo, esta vez mirando a Desjani—: Incluyendo lo presente.

—Gracias, señor. —Desjani parecía tan encantada como avergonzada por el cumplido.

—Es lo que siento. Realmente tiene usted el talento suficiente para manejar bien esta nave. Uno puede tirarse toda la vida de una estrella preparando gente para ponerse al frente de una nave y seguirán llevándola como si fuera un saco de plomo. Pero usted tiene talento. Usted siente la nave y se mueve con ella. —Geary se levantó haciendo palanca contra su asiento—. Voy a descansar antes de que empecemos con las prácticas de la siguiente simulación. ¿Usted no?

Desjani meneó la cabeza.

—Debo ocuparme de algunas cosas como oficial al mando del Intrépido. No hay descanso para el inquieto, dicen —bromeó la capitana.

—No sé los inquietos, Tanya, pero sí sé que los capitanes de navío no descansan mucho nunca. Gracias por toda la ayuda que me ha estado brindando últimamente —reconoció Geary.

—El placer ha sido mío, señor. —Desjani hizo un breve saludo informal y se marchó.

Geary se volvió a sentar, mientras en su interior se libraba una breve batalla entre el deseo de descansar y la necesidad de retomar sus propias obligaciones. Acto seguido, pidió los últimos informes sobre la situación de la flota. En esos momentos se estaba trabajando sobre tres antiguas minas síndicas en asteroides y ya se había trasladado una suculenta cantidad de metal bruto a las naves auxiliares, que a su vez tenían a pleno funcionamiento sus propios talleres para proporcionar a la flota esas piezas sueltas y recargas de artillería que tanta falta hacían. Además de todo eso, se habían encontrado algunos almacenes de comida, que aún se conservaban en buenas condiciones por el frío reinante en las ciudades abandonadas en las que los habían dejado, sin duda alguna porque sacar la comida de allí no habría tenido sentido desde un punto de vista económico, una vez que los síndicos se habían marchado ya de Kaliban. Tengo la sensación de que todos vamos a acabar hartos de la comida síndica antes de volverá casa. Sobre todo teniendo en cuenta que no hay duda de que ellos ya se habrían comido lo que mejor sabía primero y, por ende, habrían dejado lo que no le gustaba a nadie. Una nota de un informe avisaba de que los exploradores habían localizado un almacén de componentes electrónicos que albergaba algunos materiales de utilidad que podían ser reparados para satisfacer algunas de las necesidades de la Alianza. Al final iba a resultar que la flota estaba empleando bien el tiempo en Kaliban.

En ese momento entró una llamada con carácter de urgencia a través de un circuito de comunicación interna.

—Capitán Geary, aquí la capitana Desjani.

—Sí. ¿Qué pasa? —replicó Geary.

—Ya están aquí.

Geary se dirigió hacia el puente de mando del Intrépido todo lo rápido que pudo. Era en cierto modo irracional andar deprisa, teniendo en cuenta que la salida del punto de salto más cercana estaba a dos horas luz, pero era algo que Geary no podía evitar hacer.

No había acabado de tomar asiento cuando Desjani empezó a ponerle al día.

—Los primeros avistamientos indican que la fuerza síndica es comparable a la que nos siguió a través de Corvus —informó Desjani.

Geary asintió con la cabeza, sin hacer comentario alguno sobre el hecho de que todos los tripulantes de la Alianza a bordo del Intrépido hubiesen dejado de decir que la fuerza síndica había intentado «dar caza» a la flota de la Alianza en Corvus. Ahora simplemente decían que los habían estado siguiendo. En unas semanas, los tripulantes de la Alianza probablemente estarían diciendo que la flota de la Alianza se las había apañado de alguna manera para hostigar a la fuerza síndica hasta sacarla de Corvus. Siempre y cuando aquello sirviese para mantener su orgullo a salvo, Geary no iba a corregir a nadie.

—De hecho, podría tratarse de la misma fuerza —corroboró el capitán—. Si son ellos, han llegado a Kaliban por las malas, así que es probable que estén un poco molestos con nosotros.

Desjani sonrió abiertamente.

—Siguiendo sus instrucciones, ya hemos ordenado a todos los transbordadores y a todo el personal que vuelva a sus naves —indicó Desjani.

—Estupendo. ¿Han comenzado a destruir todo el equipamiento que habíamos reactivado? —inquirió Geary.

—Sí, señor. —Quedaba claro que Desjani aprobaba la táctica de tierra quemada—. Nadie conseguirá hacer funcionar ese equipamiento nunca más.

—Esa es la idea. —Era una pena, en cierto modo, pero no podía dejar activos industriales a sus espaldas y arriesgarse a que los síndicos tuvieran la posibilidad de utilizarlos para sus propios propósitos. Geary estudió la situación durante un buen rato—. Teniendo en cuenta que han aparecido por esa salida, deben de venir de Saxon o de Pullien, estrellas a las que podrían haber llegado a través de Yuon, ¿verdad?

Desjani comprobó su visualizador.

—Por Pullien habrían tenido que hacer un salto más, pero sí. En cualquier caso, han aparecido por la salida del punto de salto más cercano a nosotros —terció Desjani.

Tal y como podría haber previsto a juzgar por mi experiencia con el carácter maligno del universo. Los síndicos han salido por el punto de salto más cercano a la flota de la Alianza, a tan solo dos horas luz de aquí. Y acabamos de verlos, lo que significa que los síndicos llegaron en realidad a Kaliban hace dos horas. Las naves de la Alianza no habían sido capaces de ver la llegada repentina de las naves síndicas hasta que la luz había revelado su presencia, pero los síndicos habrían podido avistar la flota de la Alianza y su posición como hacía dos horas. La intensidad de luz azul en la estela de naves síndicas indica que cuando salieron del salto iban a una velocidad de una décima de la velocidad de la luz. Si hubiéramos mantenido esa velocidad, ellos se habrían acercado doce minutos luz más a nosotros en el momento en el que los avistamos. Lo cual sigue queriendo decir que están a dieciocho horas de nuestra posición viajando a esa velocidad, con todo.

No hay duda de que podríamos acelerar para alejarnos de ellos y evitar cualquier encuentro mientras nos dirigimos a la salida de este sistema. Sería fácil.

Y también haría que cobrasen mucha más fuerza los rumores de que no estoy preparado para comandar esta flota. Me he pasado las dos últimas semanas tratando de decidir qué hacer cuando llegaran los síndicos. Realmente no podía llegar a una conclusión hasta ver cómo de grande era la fuerza síndica en cuestión. Ahora ya lo sé. Es significativamente más pequeña que la nuestra, pero sigue siendo potente. Podría hacernos mucho daño.

Geary miró fijamente a la capitana Desjani y observó cómo sus músculos se tensaban ante la previsión de un combate, aunque quedaban como mínimo varias horas incluso en el caso de que Geary decidiera acelerar para que la flota de la Alianza se enzarzase en un combate con los síndicos. El capitán sabía que tanto ella como la mayoría de sus capitanes de navío se sentirían decepcionados si abandonaban Kaliban sin haber entrado en combate con los síndicos. Más que decepcionados. Acto seguido, Geary volvió a echar un vistazo a la última estimación del tamaño de la fuerza enemiga. No estoy seguro de que la flota esté preparada para abordar una fuerza como esa. Somos bastante superiores en número, pero si hacemos las cosas tan mal como las hicimos en Corvus, podemos acabar sufriendo unas bajas terribles. ¿Puedo confiar en que mis naves mantendrán la formación y obedecerán las órdenes?

Sé qué me dicta la prudencia, pero esta gente a cuyo mando me encuentro necesita creer que soy la persona que puede conducirlos hacia la victoria. ¿Cuánto tiempo más seguirán obedeciéndome si piensan que tengo miedo a entrar en combate? ¿O es que tengo más dudas de las que debería? ¿Tengo miedo a arriesgar estas naves por los errores que puedan cometer o por los errores que pueda yo cometer?

Luchar o huir. ¿Cuál será la opción acertada? ¿Cuál será la mejor?

Antepasados; envíenme una señal.

—Capitana Desjani —llamó el consultor de comunicaciones del Intrépido—. La Hechicera informa de que hay un pájaro muerto en la roca Ishiki.

Geary tardó un momento en procesar aquella jerga moderna por el tamiz de su cerebro. «Pájaro» era la manera en la que los tripulantes se referían a un transbordador y «muerto» significaba…

—¿Hay un transbordador que no puede volar? —preguntó Geary.

—Sí, señor. En la roca Ishiki. Se trata de uno de los grandes buques de carga —informó Desjani.

—Dígale que se deshaga de la carga. Que se limite a sacar a su tripulación de allí —ordenó el capitán.

—Lo han intentado, señor. No se trata de un problema de peso. Los sistemas de control y propulsión han fallado al intentar elevarse. Están tratando de localizar el problema en estos momentos —añadió Desjani.

—¿Cuántas personas tenemos en la roca Ishiki? —interrogó Geary.

—Treinta y una, señor, contando con la tripulación del transbordador —respondió Desjani.

Geary miró a la capitana.

—Usted conoce estos transbordadores mejor que yo. ¿Qué opciones hay de que lo arreglen pronto? —indagó Geary.

Desjani meneó la cabeza.

—No me apostaría mi dinero a que lo pudieran conseguir —advirtió Desjani—. Tener dos sistemas principales inservibles significa que hay una conjunción de fallos. —La capitana le hizo un gesto al consultor de ingeniería—. ¿Su opinión, por favor?

El consultor hizo una mueca.

—Ese pájaro no va a ir a ninguna parte a no ser que una unidad completa de mantenimiento pueda echarle un vistazo. El tiempo exacto que tarde en volver a volar dependerá del número de subsistemas que se hayan caído, pero doy por sentado que el equipo de mantenimiento tardará un mínimo de cuatro horas solo en llegar hasta allí, suponiendo que tengan todas las piezas que vayan a necesitar —argumentó el consultor.

—Me daba la sensación de que no era nada bueno. —Geary volvió la vista hacia el visualizador, escrutando mentalmente las opciones posibles. La roca Ishiki estaba treinta minutos luz más cerca de los síndicos que del grueso de la flota de la Alianza. La Titánica había terminado de llenar sus almacenes de materias primas hacía un día y medio y estaba recuperando su posición junto a la flota, pero la Hechicera seguía parada allí, cerca de la roca Ishiki.

Aquello suponían cinco horas de tránsito a una décima de la velocidad de la luz y, si bien la Hechicera pesaba menos que la Titánica, tenía menos capacidad de propulsión, así que no podía acelerar mucho más que la Titánica. Geary sabía que podía ordenar a la Hechicera que mandara a otro transbordador para recoger a la gente que había en la roca Ishiki y dejar al pájaro muerto allí. La otra opción era mandar al equipo de mantenimiento para sanar al pájaro. La Hechicera estaba lo suficientemente cerca de la roca Ishiki, así que probablemente podría hacer resucitar al pájaro muerto y recuperarlo a bordo de la nave a tiempo para que la flota siguiese manteniendo una distancia con respecto a los síndicos. Con todo, si lo conseguían, la brecha se reduciría notablemente y ambas fuerzas quedarían bastante cerca la una de la otra. Lo más seguro era abandonar al pájaro.

¿Y no les parecería mal a esos a los que ya les gustaba bastante poco ver a la flota de la Alianza «huir» de los síndicos?

Pero quedarse el tiempo suficiente para intentar salvar o reparar al pájaro podría implicar un riesgo real de que las naves de caza asesinas síndicas acabaran dando alcance a la Hechicera si algo salía mal. Si se diera el caso, Geary podría desplazar algunas naves para defender a la Hechicera, ¿pero cuántas le iban a hacer falta? Si los síndicos estaban empujando su fuerza de propulsión hasta el máximo, podrían recortar de manera significativa su tiempo de tránsito hasta quedarse a medio camino de la Hechicera y luego decelerar hasta ponerse a una décima de la velocidad de la luz justo a tiempo para entrar en combate con ella.

¿Y qué pasaría con toda esa gente que había en la roca Ishiki si los síndicos se lanzaban a la caza antes de lo previsto? Cuanto más se acercaran los síndicos, menos tiempo tendría Geary para reaccionar.

Treinta y una personas. Un transbordador de carga. Puedo sacar a la gente de allí. No hay problema. Siempre y cuando no haya nada más que salga mal. Lo cual podría ser y, si se diera el caso, entonces sí que nos veríamos abocados a enfrentarnos a un problema. Y si trato de salvar la cara salvando también el transbordador, estaré poniendo en riesgo a más gente. Como tengamos que retirarnos rápido…

¿Retirarnos rápido, Geary? Digamos huir. Porque no importa qué etiqueta le cuelgues, eso es lo que significa. Lo sabes, y lo sabe todo el mundo. Y a ti no te gusta más que a ellos.

La flota ha confiado en mí para traerlos hasta aquí. Tengo que fiarme yo de ellos. Tengo que creer que pueden ganar si yo sé liderarlos de manera competente.

Y no puedo liderarlos si no siguen creyendo en mí.

Y no van a creer en mí a no ser que les muestre que pueden vencer si me escuchan.

Y no puedo vencer si no asumo riesgos.

La capitana Desjani lo observaba y seguramente había llegado a las mismas conclusiones que él sobre las opciones que tenían disponibles, lo cual a buen seguro la había llevado a preguntarse qué haría Geary ante aquella diatriba.

Geary respiró hondo y después activó el intercomunicador del mando de la flota.

—Flota de la Alianza, aquí el capitán Geary. Aviso a todas las unidades, adopten formación de combate Alfa. Repito, adopten formación de combate Alfa. Ejecuten la orden inmediatamente a la recepción de este mensaje. Adopten las posiciones estipuladas en torno al buque insignia de la flota, el Intrépido. El eje de la formación quedará alineado con el eje longitudinal del Intrépido. Aviso a todas las naves: prepárense para entrar en acción. La hora prevista para la batalla es… —Geary hizo una estimación a vuelapluma del tiempo que tardarían las dos fuerzas en encontrarse la una con la otra si la flota de la Alianza se abalanzaba directamente a una operación de interceptación— dentro de ocho horas. —El capitán miró fijamente a Desjani—. Capitana Desjani, por favor, haga que su consultor de comunicaciones haga saber al personal desplazado a la roca Ishiki que la flota va a buscarlos. Acto seguido por favor coloque al Intrépido cerca de tal manera que su arco proyecte una interceptación con el trayecto previsto para la formación síndica que está entrando en el sistema.

—¡Señor, sí, señor! —Desjani parecía exultante, al igual que el resto de gente que se encontraba en el ángulo de visión de Geary.

—¡Capitán Geary! —Geary no había visto que la copresidenta Rione también había llegado al puente de mando. Al volverse hacia ella tras escuchar sus palabras, vio que su rostro estaba desencajado—. ¿Pretende librar una batalla a gran escala para hacerse con el control de este sistema?

—Sí —corroboró Geary—. Eso es exactamente lo que tengo en mente. Tengo a treinta y un tripulantes y a un transbordador de carga de la flota varados en uno de los asteroides de este sistema.

—¿Y con las naves síndicas a bastante más de medio día de distancia cree usted que una batalla de primera magnitud es su única opción? —recriminó Rione.

Geary esbozó una sonrisa que no tenía nada de divertida.

—Creo que es la mejor opción por varias razones —repuso Geary.

—¡No puede arriesgarse a perder a cientos o miles de tripulantes y quién sabe cuántas naves por treinta y una personas que podrían ser rescatadas fácilmente y por un transbordador de carga que podría dejarse sin problemas en ese asteroide! —reprochó Rione.

—Ninguna de las opciones disponibles son infalibles, señora copresidenta —recordó Geary—. No sabemos qué hacen los síndicos a cada minuto. Hasta un simple rescate, si se ve retrasado por otros acontecimientos imprevistos, podría situar a la Hechicera o a otras naves en peligro. Sí, estoy arriesgando a toda la flota para cubrir las espaldas de esos tripulantes y de ese transbordador y de las naves que trabajan para sacarlos de ese asteroide. Es una cuestión de responsabilidad y de confianza mutua. La flota de la Alianza no deja a nadie atrás.

De repente llegó un aluvión de vítores que dejaron a Geary y Rione boquiabiertos. A su alrededor, Geary pudo ver cómo el equipo del puente de mando del Intrépido alzaba los puños y jaleaba brioso las palabras del capitán.

Geary se volvió hacia la capitana Desjani, que acababa de farfullar algo a su intercomunicador.

—Discúlpeme, capitán Geary. Tan solo estaba transmitiendo la grabación de su declaración a la flota. —Aunque ya había pasado casi dos meses con ella, a Geary le seguía sorprendiendo ver aquel brillo de admiración en los ojos de Desjani.

Pero sabía que lo que había hecho su capitana era lo correcto. Por mucho que odiase admitirlo, aquellas palabras que acababa de soltar le servirían a la flota para armarse de valor de cara a la batalla. Y no había duda alguna de que aquello engrosaría la lista de citas inspiradoras de Black Jack Geary. Eso sí, el capitán rogó hasta al último de sus antepasados para que, si aquello acababa convirtiéndose en una cita célebre, no tuviera que escucharla en boca de nadie en el futuro.

Rione también parecía sumida en sus propias plegarias, si bien Geary sospechaba que aquellas oraciones iban más bien encaminadas a pedir que lo que ella veía como la opción más cuerda acabase imponiéndose.

—Capitán Geary, ¿qué puedo decirle para convencerle de que la supervivencia de esta flota es el factor más importante que hay que tener en cuenta? —inquirió Rione.

—Señora copresidenta, comprendo sus preocupaciones. Debo pedirle que confíe en mi buen criterio cuando le digo que la supervivencia de esta flota depende en última instancia de muchos factores.

—Capitán. —Rione se acercó a Geary y le habló con una calma tremenda—. Usted sabe de la importancia crucial que tiene el Intrépido regrese sano y salvo al espacio de la Alianza. El objeto que guarda en su interior es de un valor incalculable.

—No me he olvidado de eso —replicó Geary con un tono de voz igualmente calmado.

—¿Se ha olvidado de que tengo la potestad de retirar los contingentes de naves de la República Callas y la Federación Rift de su mando? —amenazó Rione.

—No. Y le ruego encarecidamente que no lo haga. —Geary trató de mostrar el aspecto que se imaginaba que debía de mostrar alguien que era consciente del riesgo al que se enfrentaba pero que seguía confiando plenamente en el sentido de sus decisiones—. Me habría gustado tener más tiempo para prepararnos, pero la flota puede asumir esto bien. Tengo buenas razones para hacer esto. Me gustaría que sus naves participaran en la operación.

—¿Y si me niego a permitirlo? —espetó Rione.

Geary suspiró pesadamente.

—No podría hacer nada al respecto —admitió Geary—. Usted lo sabe.

Rione se quedó mirándolo un buen rato mientras a Geary le invadían las ganas de regresar a la incipiente batalla, pero sabía que tenía que resolver esta situación primero.

—Muy bien, capitán Geary. Sus actuaciones hasta ahora han conseguido que le conceda el beneficio de la duda. Tiene su batalla y tiene las naves de la República Callas y de la Federación Rift. Que las estrellas del firmamento no permitan que nos tengamos que arrepentir de esta decisión —imploró Rione.

—Gracias. —Geary volvió a respirar hondo y se giró para examinar de nuevo su visualizador. Todavía quedaban varias horas antes de que se produjese el choque de flotas, pero ya había puesto en marcha una serie de operaciones que impedirían dar marcha atrás a la batalla. Geary tenía que aprovechar bien el ínterin para maximizar sus opciones de victoria. Y, de paso, urdir un plan para saber qué hacer si se volvía a producir un desastre y tenía que sacarse de la chistera otra retirada a la desesperada.