Nada.
Los tripulantes de la flota salieron del espacio de salto completamente alertas, preparados para lo peor, conscientes de que podrían encontrarse con campos de minas en su camino y de que podría haber incluso una flota síndica justo detrás de las minas. Sabían que podrían tener que pelear para abrirse paso entre esa flota si querían sobrevivir un día más. Pero únicamente el vacío saludó las nerviosas exploraciones de los sistemas de apuntado de la Alianza.
El sistema estelar Kaliban, hasta donde se sabía a raíz de los datos proporcionados por los mejores instrumentos que se encontraban a disposición de la Alianza, estaba completamente inerte. No se veía nada con vida por allí, ninguna nave en movimiento; ni se podía detectar aparato alguno, ni siquiera en modo de ahorro de energía, que emitiese la más imperceptible señal de calor. Allí había vivido gente hacía tiempo, pero ahora todo lo que había en Kaliban estaba frío, todo lo que había en Kaliban permanecía en silencio.
—No hay minas, demos gracias a nuestros antepasados —exclamó Desjani exultante—. Eso significa que no se esperaban para nada que viniéramos aquí. Se les ha adelantado, capitán Geary.
Supongo que sí. —La falsa modestia no tiene sentido. Si vinimos aquí fue porque yo lo dije y únicamente porque yo lo dije—. Kaliban está bastante muerto ahora mismo, ¿no?
—Nunca ha sido un lugar con mucha vida, la verdad —matizó Desjani.
Cinco planetas, dos de los cuales eran tan pequeños que apenas podrían ser considerados como tal. Todo era hostil para la vida humana porque las temperaturas o bien eran demasiado bajas o bien demasiado altas, por no mencionar que o no había atmósferas o, si las había, resultaban tóxicas. A eso se le sumaba el surtido habitual de rocas y bolas de hielo, si bien ni siquiera esas parecían muy numerosas o destacables en comparación con otros sistemas. Con todo, la gente había construido casas aquí. Kaliban no tenía nada de especial, excepción hecha de que la gravedad que proporcionaba su estrella permitía que funcionasen los puntos de salto. Geary podía imaginarse con facilidad la historia del hombre en el sistema Kaliban, porque era algo que se repetía sistemáticamente en un montón de sitios más.
Las naves se habían visto forzadas a pasar por Kaliban para llegar a otros sitios antes de la aparición de la hipernet. Y como pasaban naves, se había construido un astillero, o dos o tres para poder hacer frente a alguna urgencia y para proporcionar repuestos o servicios de mantenimiento a las naves que pasaban por allí, amén de otros servicios a las naves que se quedaban en el sistema para transportar tanto a los trabajadores como a sus familias. Los astilleros y las familias precisaban de algunos servicios, así que habían aparecido pequeñas ciudades en unos pocos lugares. Enterradas bajo el suelo de un mundo hostil o incrustadas en algún asteroide de cierto tamaño, aquellas instalaciones proporcionaban las cosas que siempre se habían proporcionado en las pequeñas ciudades. Algunas de las naves que pasaban por allí llevaban pasajeros o carga destinada a quedarse en Kaliban. Y, por supuesto, había minas para obtener materias primas allí mismo en lugar de tener que transportarlas desde otra estrella, y gente trabajando en las minas, y un gobierno local para mantener las cosas bajo control, y representantes de la autoridad central síndica para mantener al gobierno local bajo control.
El resto, Geary solo lo sabía por lo que había escuchado. Con la aparición de la hipernet las naves ya no tenían que pasar por Kaliban, ni por un sinfín de sistemas como Kaliban. Los astilleros habían tenido que cerrar, pues su medio de vida se había ido reduciendo poco a poco y, sin esos trabajos, las pequeñas ciudades habían comenzado a perecer. Una vez llegados hasta ese punto, no quedó razón alguna para ir a Kaliban, de no ser por los puntos de salto. Y lo que estaba claro era que ahora ya no había ningún motivo para quedarse en Kaliban. ¿Cuántos años aguantarían los últimos bastiones de la resistencia? Quizá no tantos. En un sistema síndico, todo el mundo trabajaría como empleado de alguna empresa, y las empresas recortan las pérdidas mucho antes de que a la mayoría de la gente le entren ganas de rendirse a título individual. Ahora ya no queda nadie. Todas las instalaciones que se pueden ver por aquí están frías. No hay uso de energía, ni sistemas medioambientales en funcionamiento. Lo han cerrado todo. Supongo que la última persona que salió de Kaliban se acordó de apagar la luz.
Si la vara de medir fuera la esperanza de vida de una estrella, la presencia humana en Kaliban había durado un abrir y cerrar de ojos absolutamente imperceptible. Por alguna razón, ver aquello y ser consciente de la situación de aquel sistema le devolvió a Geary aquella sensación gélida en su interior.
Acto seguido se sacudió aquella sensación de encima. Si había algo que todo tripulante aprendía enseguida era que todo lo que rodeaba al espacio era inhumano. Su vasta extensión, su vacío, la muerte que escondía en todas partes excepto en aquellos lugares muy, muy pequeños en medio del vacío en los que los humanos podían caminar sobre la superficie de un planeta con el viento golpeándoles la cara desnuda y con la posibilidad de respirar. «No es malo ni bueno», rezaba un dicho antiguo, «simplemente es».
«El espacio es demasiado grande para nosotros y a sus ojos solo duramos lo que un breve pestañeo», le dijo un día un antiguo jefe a Geary cuando él era tan joven que casi le dolía recordarlo. «Un día, sea el que sea, podría llevársete a ti, porque aunque no le importamos, nos matará en un instante si tiene la posibilidad. Entonces, si las oraciones que dirigiste a las estrellas obtienen respuesta, conseguirás vivir para siempre rodeado por su luz y su calor. Si no, más te vale haber aprovechado bien la vida que tuviste. A propósito, ¿te he hablado en alguna ocasión de la vez que mi vieja nave visitó Virago? Esa sí que fue una buena fiesta.»
Geary se dio cuenta de que estaba sonriendo, recordando a aquel viejo jefe suyo y las historias, a menudo extravagantes, que contaba.
—Capitana Desjani, tengo intención de poner la flota a orbitar en torno a Kaliban. Por favor, hágame saber si tiene usted alguna recomendación especial concerniente a la órbita exacta —pidió Geary.
Desjani lo miró medio sorprendida.
—¿Vamos a quedarnos aquí? —inquirió.
—El tiempo suficiente como para ver qué clase de equipamiento y de materiales podrían haber dejado abandonados los síndicos. —Geary había estado revisando el estado de las naves de la flota durante el salto desde Corvus y no le había alegrado mucho ver cómo algunas naves se estaban quedando tan solo con lo básico. Todavía no había nadie acercándose al punto crítico, pero tampoco estaban para nada cerca de casa. Y había otra cosa que Geary tenía que hacer y para la que precisaba que las naves estuvieran en espacio normal. Algo que tenía que hacer antes de que la flota se dispusiese a librar una nueva batalla.
Desjani asintió con la cabeza.
—Menos mal que quedaban reservas de comida en la base síndica de Corvus. No parece muy probable que vayamos a encontrar mucha comida por aquí —señaló la capitana.
—Estoy de acuerdo. —Geary examinó las opciones que se le presentaban y después ordenó a sus naves que redujeran la velocidad hasta la centésima parte de la velocidad de la luz para permitir que la flota de la Alianza se adentrase lentamente hacia el interior del sistema Kaliban. Eso daría tiempo para evaluar los datos que obtuvieran los sensores de la flota acerca de las instalaciones síndicas clausuradas en ese sistema. Tiempo suficiente para saber qué se podían haber dejado los síndicos por allí que pudiera resultarle útil a su flota. Y tiempo para hablar con los comandantes de sus naves.
En ese momento llamó el capitán Duellos.
—Recomiendo situar cruceros de batalla otra vez a la salida del punto de salto para protegerlo —sugirió Duellos.
Geary meneó la cabeza.
—Esta vez no. Quiero que la flota permanezca unida. No podemos adoptar una posición para explotar al máximo lo que hayan abandonado los síndicos en este sistema y otra posición para mantener una fuerza de vigilancia en la salida del punto de salto —explicó Geary.
—Muy bien, capitán Geary —admitió Duellos.
Desjani le lanzó al capitán una mirada difícil de descifrar.
—A Duellos nunca le gustó el almirante Bloch, ya sabe a qué me refiero —desveló la capitana.
—No lo sabía —reconoció Geary.
—No tenía la sensación de que Bloch tomase las decisiones muy inteligentes. Resulta interesante ver cómo Duellos acepta sus decisiones con tanta predisposición —agregó Desjani.
Geary sonrió forzadamente.
—Será que todavía no he cometido demasiados errores —ironizó.
Desjani sonrió abiertamente y acto seguido se dio la vuelta para analizar un mensaje que le acababa de aparecer en su visualizador.
—Mi oficial de operaciones recomienda que nos posicionemos en este sistema en esta ubicación orbital —notificó Desjani.
Geary estiró el cuello y divisó una zona que se encontraba en el interior del sistema, aproximadamente a dos horas luz de distancia de la salida del punto de salto. El capitán comparó la ubicación con las órbitas de las instalaciones síndicas que ya habían sido descubiertas y después asintió con la cabeza.
—Parece un buen sitio por ahora. Vayamos hacia allá. Por favor, haga saber al resto de las naves qué órbita planeamos coger y ordéneles mantener la formación en torno al Intrépido —instó Geary.
—Sí, señor. —Desjani empezó a dar las órdenes pertinentes mientras Geary se giraba hacia su visualizador y se disponía a estudiar los datos entrantes.
Apenas había empezado a considerar los informes que se habían recibido al respecto de lo que se podía saber sobre las instalaciones síndicas, y a darse cuenta de que tendrían que enviar equipos de exploración a la caza de suficiente información como para hacerse una idea ajustada de lo que realmente había en cada una de ellas, cuando Geary recibió una llamada del oficial al mando de la Titánica. Estupendo. A ver, ¿qué pasa ahora?
Sin embargo, el rostro del oficial que requería la atención de Geary no mostraba ninguna señal de emergencia o de preocupación. El capitán de la Titánica parecía insultantemente joven para ocupar ese puesto, pero actuaba de una manera lo suficientemente confiada y su voz sonaba como si así lo estuviese.
—Saludos, capitán Geary —comenzó el capitán de la Titánica.
—Saludos. ¿Su llamada es en relación con algún problema a bordo de la Titánica?
—No, señor. Cada día conseguimos mayores progresos en la reparación de los daños que nos fueron infligidos y ya hemos recuperado la capacidad de propulsión al completo.
Geary sonrió ligeramente al oír la noticia.
—Es un alivio saberlo. Tengo que admitir que he tenido a la Titánica en mente en numerosas ocasiones —reconoció Geary.
Al escuchar la referencia, el capitán de la Titánica se estremeció visiblemente.
—Agradecemos los esfuerzos de nuestras numerosas escoltas por mantenernos a salvo. Bueno, relativamente a salvo. Ya teníamos unos daños considerables de los que ocuparnos, así que agradecemos no haber tenido que añadir nada más a la lista de lo que había que reparar —correspondió el capitán de la Titánica.
Geary sonrió esta vez. La falta de oposición en el sistema estelar Kaliban lo había dejado de muy buen humor por una vez.
—Lo puedo entender. Han hecho un gran trabajo reparando su nave. ¿Qué puedo hacer por usted ahora? —inquirió Geary.
—Me gustaría ofrecerle una sugerencia y una petición. —Enseguida apareció una ventana con un mapa de situación del sistema Kaliban—. Hemos podido confirmar que había instalaciones de minas aquí.
—Ajá. Todas cerradas, como todo lo demás, por supuesto —añadió Geary.
—Sí, pero suponiendo que estén intactas, tengo gente que debería ser capaz de reactivar el equipamiento minero automatizado. A juzgar por el estado que presentan las cosas, los habitantes de Kaliban no llegaron a explotar al máximo el suministro de metales del sistema y la verdad es que podríamos usar esos metales para fabricar nuevas partes y armas para las naves de esta flota —indicó el capitán de la Titánica.
Geary se recostó hacia atrás para pensar los pros y contras de la sugerencia.
—¿Pueden ustedes refinar cualquier mineral que encontremos o tendríamos que reactivar las instalaciones de tratamiento de metal síndicas? —interrogó Geary.
El capitán de la Titánica agitó la mano para rechazar esa posibilidad.
—Eso no es problema, señor. Estoy seguro de ello. Algunas de las minas que hemos localizado se encuentran en los asteroides. Lo que significa que tienen vetas de metal puro. No será necesario refinarlo ni purificarlo. Tendríamos que trabajar las aleaciones, pero lo podemos hacer —repuso el capitán de la Titánica.
—¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo tardaríamos en reactivar las minas, sacar los metales y cargarlos a bordo de la Titánica? ¿Doy por sentado que algunas de las otras naves auxiliares también podrían utilizarlo? —interrogó Geary.
Por primera vez, el comandante de la Titánica mostró alguna duda.
—Si todo fuera perfectamente, puedo hacer que los metales estén a bordo dentro de una semana. Y sí, hay otras naves en la fuerza de navíos auxiliares que pueden utilizar los metales también. Sé que existe un riesgo si nos quedamos un tiempo en este sistema, pero con ese metal podríamos fabricar una buena cantidad de cosas que nos hacen falta para seguir nuestro camino —advirtió el comandante de la Titánica.
Geary bajó la vista, pensativo. Si no marcha todo bien, y es probable que asi sea, será más de una semana. Por desgracia, no tengo ni una idea aproximada de cuánto tardarán los síndicos en darse cuenta de que hemos venido a Kaliban, ni tampoco de cuánto tardarían a partir de entonces en reunir una fuerza de combate significativa por aquellos lares. Vamos, que en el fondo aquello era una apuesta en toda regla. Pero lo cierto es que también estaba pensando en pasar un cierto tiempo en este sistema de todas formas. Y si no nos arriesgamos aquí, ¿quién sabe cuándo volveremos a tener otra oportunidad para reabastecer de suministros los talleres de esas naves auxiliares?
Hablando de las naves auxiliares, ¿quién está al mando de esa división de navíos? ¿Quién tendría que haberme llamado para hacerme esta sugerencia? Geary pulsó unos botones y sintió una oleada de satisfacción al ver que había conseguido teclear la secuencia de comandos correcta y que, por tanto, frente a él habían aparecido los datos que buscaba.
—Una última pregunta —apostilló Geary—. Tengo entendido que el comandante de la división de navíos auxiliares es el capitán Gundel, de la Genio. ¿Por qué no me está haciendo él esta propuesta en nombre de todas las naves que puedan beneficiarse de ella?
Geary estaba seguro de haber captado un fugaz centelleo de culpabilidad en los ojos del capitán de la Titánica.
—El capitán Gundel está muy ocupado, señor. Hay muchos asuntos que exigen que les preste atención de manera inmediata —excusó el capitán de la Titánica.
—Ya veo. —O al menos eso creo—. Muy bien. Arranque los preparativos para poner en marcha este plan suyo. Avíseme antes de mandar a ningún equipo a examinar los yacimientos mineros en persona.
—Señor, sí, señor.
Geary dedicó unos momentos a mirar el espacio en el que se había estado proyectando la imagen durante unos instantes mientras barajaba sus opciones. Después se encogió de hombros y llamó directamente al capitán Gundel. El consultor del puente de mando de la Genio respondió con rapidez, pero pasó un rato antes de que llegase la respuesta de Gundel. Cuando la imagen acabó llegando, su rostro parecía contrariado. Quedaba claro que llevaba prestando sus servicios a la flota durante mucho tiempo: su uniforme reflejaba una extraña mezcla de obsesión por mostrar sus muchas condecoraciones y descuido en el vestir.
—¿Sí? ¿Qué pasa? —dijo Gundel.
Geary no pudo evitar fijarse en que, a pesar de la naturaleza belicosa de Gundel, ninguna de sus condecoraciones loaba su heroicidad en combate. Geary mantuvo un tono inexpresivo, pero alzó una de sus cejas.
—Capitán Gundel, aquí el capitán Geary, comandante de la flota.
—Ya, ya. ¿Qué quiere? —insistió Gundel.
Tú sigue hablándome así y ya verás cómo al final lo que querré será colgarte de los tobillos.
—Necesito que me dé su opinión sobre un plan de acción concerniente a la reactivación de los yacimientos mineros síndicos clausurados con vistas a obtener materias primas para las naves auxiliares —explicó Geary.
Gundel farfulló algo visiblemente irritado.
—Habría que estudiarlo. Tardaría un mes, más o menos. En ese tiempo podría llevar a cabo una investigación preliminar de tales instalaciones y a partir de entonces podría tener listo un borrador con mis recomendaciones para usted —respondió Gundel.
—Lo quiero para hoy, capitán Gundel —exigió Geary.
—¿Para hoy? Imposible —rechazó Gundel.
Geary se quedó esperando un momento, pero resultaba obvio que Gundel no iba a sugerir ninguna alternativa.
—¿Cuáles son las necesidades prioritarias de la Genio en estos momentos? —inquirió Geary.
Gundel pestañeó porque, según parecía, la pregunta lo había pillado desprevenido.
—Puedo tenerle preparados esos datos en unos días. Tal vez —respondió Gundel.
—Usted es el oficial al mando de la Genio. Debería saberse esos datos de carrerilla —le reprochó Geary.
—¡Tengo muchas responsabilidades! ¡Es obvio que usted y yo no entendemos las responsabilidades de un comandante de división de la misma manera! —replicó Gundel.
Es obvio que usted y yo no entendemos quién está al mando de esta flota de la misma manera. Con todo, Geary siguió manteniendo su rostro en calma a pesar de que por dentro se estaba empezando a calentar.
—Gracias, capitán Gundel.
Geary cortó la conexión, consciente de que un final de transmisión tan abrupto sería suficiente para exasperar a Gundel hasta cotas insospechadas, y después se pasó un rato más observando el espacio. Si Gundel actuaba de esta manera con sus superiores, no resultaba muy difícil imaginarse cómo trataría a sus subordinados. Lo cual podría aceptarse si se tratase de un oficial muy competente, pero no en casos de gente así, tipos que parecían no tener muchas luces y que se negaban a responder de manera clara en uno u otro sentido. Parecía obvio que Gundel tenía que salir de allí, pero relevar a un oficial veterano como él era algo que había que hacer de un modo que no sirviese en bandeja a gente como el capitán Numos la posibilidad de fomentar más animadversión contra Geary. Desalojar y promocionar parecía la forma más directa y diplomática, pero ¿cómo se podía hacer eso en una flota que no tenía puestos a los que promocionar a los viejos idiotas?
¿Qué habría dicho ese antiguo jefe que tenía yo? Aparte de «píllate una cogorza y ya veremos si por la mañana las cosas van mejor», quiero decir. Espera. Normas. Él decía que siempre se podía encontrar algo en las normas que justificara lo que se quería hacer. Ese consejo siempre me ha funcionado hasta ahora.
Geary pidió las normas de la flota y empezó a hacer búsquedas por palabras clave, leyendo por encima los textos a la caza de cualquier cosa que pudiera servirle para sus propósitos. Para su sorpresa, la respuesta llegó con bastante rapidez. ¿Pero de verdad quiero hacer esto? Geary volvió a repasar los archivos del personal y pidió los datos de los comandantes de otras naves que se encontraran en la división de navíos auxiliares. El comandante de la Titánica era, como Geary había pensado, muy joven para ocupar tal posición, incluso a la vista de la relativa juventud de los oficiales de flota hoy en día. Aquello ayudaba a comprender su impaciencia y su precipitación a la hora de ir directo hacia Geary con su propuesta sobre los yacimientos mineros síndicos. Al margen de todo eso, Gundel tenía demasiado rango como para estar al frente de la minúscula Genio. Esa es la diferencia entre un oficial ambicioso y competente que quiere resolver las cosas cuanto antes, y otro que no quiere más que esconderse en su cómoda madriguera.
Luego estaba la capitana Tyrosian, de la Hechicera. Con experiencia, pero tampoco demasiada. Una ingeniera muy cualificada, con un buen expediente como oficial, lo suficientemente veterana como para promocionar hacia un puesto de mando superior. Parecía buena sobre el papel, valiese para lo que valiese aquello.
Geary hizo una nueva llamada. La capitana Tyrosian se puso inmediatamente al habla desde su puente de mando. Dedicó una mirada de respeto a Geary, si bien el capitán atisbo un rastro de cautela en sus ojos.
—¿Sí, señor? —dijo Tyrosian.
Vestimenta adecuada. Eso le da puntos.
—Tan solo estoy revisando la situación con los comandantes de las naves auxiliares personalmente. ¿Cómo le va a la Hechicera? —inquirió Geary.
—Como indican nuestros informes, señor. Sufrimos pocos daños durante la batalla en el sistema interior síndico, así que la mayor parte de nuestro trabajo ahora mismo se centra en la reposición del suministro de artillería recargable para la flota —explicó Tyrosian.
—¿Cómo les van las cosas con los suministros de materias primas? —incidió Geary.
La capitana Tyrosian no dudó ni un minuto.
—Necesitamos más.
—¿Cuánto tiempo tardaría en facilitarme un informe con las opciones que tenemos de hacernos con más materias primas? —prosiguió Geary.
Tyrosian lo miró con más precaución todavía.
—Señor, puedo elaborar ese informe en el momento que me lo pida, pero tal solicitud debería pasar primero por mi comandante de división —advirtió Tyrosian.
Muy bien, capitana Tyrosian. Sabe lo que está pasando, desea hacer lo que se le ha dicho y desea recordarme que tengo que atenerme a la escala de mando.
Geary miró la hora. Vamos a darle un tiempo cabal. Dos horas.
El capitán se pasó ese tiempo trabajando en sus escenarios de preparación para la batalla, mientras la flota se adentraba aún más en el sistema Kaliban a una velocidad relajada. En ese momento Geary volvió a llamar otra vez a la Genio.
—Capitán Gundel —solicitó Geary.
Gundel parecía aún más irritable que antes.
—Hay un montón de cosas que debería estar haciendo —refunfuñó Gundel.
—Entonces le alegrará escuchar lo que le tengo que decir, capitán Gundel. Me he dado cuenta de que necesito que alguien se ocupe de identificar las necesidades a largo plazo de la flota. Alguien con la experiencia suficiente como para tener en cuenta todos los factores que se precisan en una tarea tan exhaustiva como esta, aunque lleve mucho tiempo. —Geary sonrió a Gundel, que parecía tratar de escrutar la actitud de Geary con un halo aparentemente condescendiente—. Pero si ese oficial se ve constantemente distraído por otras responsabilidades, no será capaz de centrarse en lo que es preciso hacer. Por ello, le designo como parte de mi equipo personal, capitán Gundel. Será usted consejero jefe de ingeniería. —Geary volvió a sonreír.
Gundel parecía ahora aturdido.
—Por supuesto —continuó Geary con una voz ligeramente de disculpa—, se dará cuenta de que las normas de la flota prohíben que nadie que esté al cargo de una nave o que tenga un nivel de mando superior sea designado para un cargo de este tipo. Demasiadas distracciones, muchas responsabilidades que entrarían en conflicto unas con otras. Un profesional como usted lo entiende, seguro. Por ello, y para que pueda beneficiarme en exclusiva de sus consejos, tendrá que renunciar al mando de la Genio. Va a necesitar usted un buen despacho para elaborar ese informe para mí y sé que una nave tan pequeña como la Genio no tiene demasiado espacio precisamente, así que tendrá que trasladarse a la Titánica. Me aseguraré de que le espere un buen despacho a su llegada a bordo de esa nave. Y, también por supuesto, como ya no va a estar al mando de la Genio, la capitana Tyrosian de la Hechicera pasará a ser la nueva comandante de la división de navíos auxiliares.
Gundel se limitó a devolverle la mirada, sin poder articular palabra.
—¿No hay preguntas, entonces? Excelente. Como aquí el tiempo vuela, por favor asegúrese de que entrega el mando de la Genio a su segundo de a bordo antes de la media noche. Mañana se trasladará a la Titánica —informó Geary.
Por fin Gundel volvió a encontrar su voz.
—Usted… usted no puede…
—Sí, sí que puedo. —Geary dejó que su rostro adquiriese severidad y su voz se volviese áspera—. Mis órdenes serán transmitidas a la Titánica, la Genio y la Hechicera en cuanto termine esta conversación. Doy por sentado que a ningún oficial de su experiencia se le pasaría por la cabeza obstaculizar órdenes directas para ejecutar un nuevo nombramiento, ¿verdad? —Geary hizo una pausa, sabiendo que sus palabras servirían para que por la mente de Gundel pasase el ejemplo del comandante Vebos, antiguo comandante de la Arrogante. Mantuvo su silencio un momento más para que Gundel se parase a pensar en las ventajas que encerraba para un oficial como él no seguir detentando responsabilidades de mando y poder dedicarse por entero a un proyecto de investigación interminable sin la más mínima posibilidad de ser relevado de ese cargo. Geary pudo ver cómo cambiaba la expresión de Gundel al darse cuenta de que esta era una gran oportunidad para un oficial con unas ambiciones tan limitadas como las suyas—. ¿Habrá algún problema?
—No. En absoluto. —Geary observó como los ojos de Gundel cambiaban de expresión de nuevo mientras sopesaba las opciones una vez más. Acto seguido Gundel asintió para sus adentros y recuperó la compostura—. Una manera sabia de utilizar a su personal. Huelga decir que lamento profundamente abandonar la Genio.
—Por supuesto —corroboró Geary.
—Pero también es cierto que mi segundo de a bordo ha recibido una buena instrucción por mi parte. Haber sido testigo de mi período de mando debería haberle deparado beneficios y habilitarle como un oficial al mando de la Genio muy capaz —arguyó Gundel.
—Está bien saberlo.
—Creo que la capitana Tyrosian también se ha beneficiado de la posibilidad de verme como comandante de división —prosiguió Gundel.
—Entonces no debería de haber inconvenientes —afirmó Geary, ansioso por poner fin a la retahíla aparentemente interminable de comentarios promocionales de Gundel.
—Se da cuenta por supuesto de que para realizar un trabajo a la altura de lo que me ha pedido necesitaré mucho tiempo —apuntó Gundel.
—Puede tomarse todo el tiempo que quiera. —Cuanto más, mejor, ya que así le mantendré alejado de mí y de cualquiera—. Gracias, capitán Gundel. —Geary cortó la conexión rápidamente antes de que Gundel pudiera decir nada más. Con un poco de suerte; nunca más tendré que volver a hablar con él. Puede dedicarse a elaborar ese informe todos los años que quiera hasta que se jubile y enviárselo entonces al pobre hombre que esté al frente de la flota en ese momento.
Geary transmitió los mensajes que había estado preparando y después llamó a la Hechicera y a la Titánica para informar de manera personal a sus capitanes de la nueva situación. La capitana Tyrosian parecía casi tan sorprendida como el capitán Gundel en un principio. Pero Tyrosian aceptó la orden y enseguida redactó un plan sobre las posibilidades de explotación de los yacimientos mineros síndicos. Poco a poco se fue animando, al darse cuenta de que ahora era ella quien estaba al mando y de que la Hechicera era el nuevo buque insignia de la división. Geary casi suspiró aliviado después de finalizar su conversación con Tyrosian, al saber que era alguien con quien se podía trabajar.
El oficial al mando de la Titánica, en cambio, estaba claramente emocionado ante la idea de no tener que estar ya más bajo el yugo de Gundel, pero también estaba claro que le atemorizaba tener a su antiguo comandante de división a bordo de su nave durante un período de tiempo indefinido.
—Gundel ya no está dentro de su escala de mando —sentenció Geary con firmeza—. Proporciónele todo el material de investigación que le pida y dele un buen sitio para trabajar. Probablemente nunca volverá a verlo.
—Sí, señor. Gracias, señor —obedeció el oficial al mando de la Titánica.
—¿Gracias? —indagó Geary—. ¿Por qué?
El joven oficial dudó por un momento.
—Por no quitarme de en medio cuando me salté la autoridad del capitán Gundel y me dirigí directamente a usted, señor —se explicó el oficial de la Titánica.
—Si los yacimientos mineros síndicos son un éxito, será algo muy bueno para esta flota. Tenía una buena razón para hacerlo. Pero no se acostumbre —advirtió Geary.
—No lo haré, señor —prometió el oficial al mando de la Titánica. Unas horas más tarde se acordó de llamar al nuevo oficial al mando de la Genio. Geary había trasladado deliberadamente a Gundel a la Titánica para evitar que hostigase a quien lo había reemplazado al mando de la nave. Su antiguo segundo de a bordo parecía bastante competente. De hecho, Geary estaba bastante seguro de que había sido quien había estado encargándose del día a día de la Genio mientras Gundel fingía estar constantemente ocupado. El nuevo capitán de la Genio se las apañó para ocultar cualquier sentimiento de felicidad que le produjese no seguir siendo el subordinado de Gundel, pero también era verdad que, después de haber estado trabajando para él todo ese tiempo, probablemente tenía ya mucha experiencia a la hora de ocultar sus sentimientos.
Geary observó la posición de la flota dentro del sistema Kaliban. Se habían estado deslizando lentamente hacia el interior del sistema durante algunas horas. Incluso si la fuerza síndica que los había perseguido por Corvus hubiese tomado la decisión de saltar a Kaliban en vez de a Yuon, todavía les quedarían unas cuantas horas hasta llegar a Kaliban. Cuanto más lo pensaba Geary, menos preocupado estaba por sus más inmediatos perseguidores. Si los síndicos hubieran sospechado lo más mínimo que la flota de la Alianza se había ido a Kaliban, habrían dispuesto lo necesario para que alguien llegase hasta allí al menos para detectar que la flota de la Alianza se encontraba, realmente, en aquel lugar. Que no hubiera siquiera una nave de exploración capaz de detectar la presencia de la flota de la Alianza y después volver a informar a los mandos síndicos bastaba para que Geary llegase a la conclusión de que los síndicos estaban seguros de las intenciones de la Alianza y habían volcado todos sus esfuerzos en Yuon y Voss.
Por desgracia, al llegar a esa conclusión Geary se dio cuenta también de que no podía seguir posponiendo algo que tenía que haber hecho desde que la flota llegó a ese sistema, así que el capitán se dispuso de mala gana a enviar órdenes a todas las naves para convocar una reunión con todos sus oficiales al mando.
La sala de juntas volvió a tener un aspecto repleto, con la mesa haciéndose pequeña en la lejanía y Geary preguntándose cuánto tiempo iban a tardar sus pocas ganas de albergar reuniones allí en transformarse, simple y llanamente, en odio. El mecanismo de las reuniones virtuales hacía que fuese muy fácil mantener encuentros, pero Geary se daba cuenta poco a poco de que también hacía que las reuniones se volvieran complicadas precisamente porque era muy fácil que todo el mundo asistiera y se animase a intervenir si le apetecía. El software reconocía a cualquiera que quisiese hablar, independientemente de lo que a Geary le apeteciese en ese momento, y no podía programar las reuniones a posta para que sus adversarios principales tuvieran dificultades para sumarse a la lista de capitanes de la flota que asistían al acto.
Bueno, pues aquí estamos todos otra vez. Una gran familia feliz. Geary trató de evitar mirar hacia la capitana Faresa, pues estaba seguro de que esta le regalaría una de sus agrias miradas.
—Quería informarles a todos ustedes acerca de mis intenciones de permanecer en Kaliban durante un tiempo. Es probable que podamos encontrar materiales útiles por aquí y hay pocas posibilidades, por no decir ninguna, de que aparezcan perseguidores síndicos a corto plazo —expuso Geary.
La capitana Faresa interrumpió su discurso, tal y como Geary había previsto que haría.
—Y si los síndicos se vuelven a presentar aquí, ¿la flota de la Alianza volverá a huir? —inquirió Faresa.
Geary lanzó una mirada inexpresiva en dirección a Faresa, con la esperanza de que no le resultase nada reconfortante.
—En Corvus no huimos. Rechazamos entrar en combate —apuntó Geary.
—¡Es lo mismo! ¡Y encima contra una fuerza inferior en número! —le reprochó Faresa.
Geary trató de evaluar las actitudes que se iban asomando alrededor de la mesa, estudiando las expresiones que se dibujaban en todos y cada uno de los capitanes, y le dio la sensación de que un buen número de ellos aprobaba las afirmaciones de Faresa. Aquella sensación lo desconcertaba, pero le resultaba inequívoca.
—Si se me permite que se lo recuerde a la capitana Faresa, nuestro único propósito en Corvus era atravesar el sistema con el objetivo de alcanzar otro punto de salto —recordó Geary—. No me pareció que existiese ninguna razón para permitir que una fuerza síndica inferior nos desviase de nuestros planes previstos.
—¡Creen que hemos huido de ellos! —increpó Faresa.
Geary meneó la cabeza y sonrió muy levemente.
—Los síndicos se creen un montón de ridiculeces. —Para alivio suyo, aquel comentario desató las carcajadas entre muchos de los capitanes. Geary había estado pensando mucho cómo tratar lo que había ocurrido en Corvus si alguien intentaba convertirlo en un problema y, según parecía, minusvalorar la importancia de la fuerza síndica era la mejor forma de atajar aquello.
El rostro de la capitana Faresa se puso rojo, pero antes de que pudiese volver a hablar, el capitán Numos intercedió por ella.
—El hecho sigue siendo que los síndicos, a buen seguro, creen que teníamos miedo de pelear contra ellos —insistió Numos.
Geary arqueó una ceja.
—Yo no tenía miedo a los síndicos. —El capitán dejó que la afirmación se quedase en el aire durante un momento, mientras Numos le lanzaba cuchillos con la mirada—. No creo que sea el enemigo el que ha de dictar nuestras acciones. Si nos damos la vuelta para luchar en una batalla simplemente porque estamos… preocupados… por lo que el enemigo pueda pensar, entonces estaremos dejando que sean ellos los que determinen nuestro plan de acción.
Geary señaló a Faresa y a Numos a modo de respuesta.
—Les recuerdo a ustedes dos que los síndicos sabían que habíamos ido a Corvus. Ese era el único sistema al que podíamos llegar desde el punto de salto que usamos en el sistema interior síndico. —Geary estuvo a punto de utilizar la palabra «escapamos», pero no quería alimentar las acusaciones de que la flota había rehuido el combate, ni siquiera aunque aquello fuese cierto al cien por cien—. Aquella fuerza que vino detrás de nosotros era seguramente la primera oleada. Detrás de ellos habrían venido más. ¿Qué habríamos hecho con nuestras naves dañadas cuando hubiera aparecido la segunda oleada? No teníamos ningún puerto seguro dentro del sistema síndico. Cualquier nave dañada se habría visto condenada al abismo, y con ella su tripulación. ¿De qué serviría eso a nuestra causa? ¿De qué le serviría a la gente que depende de nosotros? ¿Librarían ustedes una batalla a muerte con esta flota en un sistema estelar insignificante únicamente por una cuestión de orgullo?
La capitana Faresa miró en silencio a Geary, pero Numos meneó la cabeza.
—El orgullo es la razón por la que pelea esta flota. Es lo que nos mantiene unidos. Sin orgullo, no somos nada. —El tono de Numos daba a entender claramente que Geary debía saber todo aquello que estaba diciendo y que, por ende, su ignorancia era inexplicable.
Geary se acercó hacia la imagen de Numos, sabedor de que su furia era claramente visible.
—Esta flota lucha por la victoria, no por el orgullo. El honor y el coraje la mantienen unida, creer en la causa por la que luchamos y creer los unos en los otros. El orgullo no es nada por sí mismo. No es más que un arma en manos de nuestros enemigos, un arma que usarán gustosamente para intentar destruirnos —increpó Geary.
Se hizo el silencio. En el interior de los ojos de Numos parecía brillar un atisbo de satisfacción, como si creyera que había ganado puntos con respecto a Geary. Geary se calmó; no podía permitirse perder los papeles. El capitán miró a lo largo de las extensas filas de capitanes cuyas imágenes aparecían sentadas a ambos lados de la mesa, tratando de evaluar si su posición había quedado dañada, y sin saber muy bien qué otra cosa podría haber dicho.
—Si se me permite continuar, los síndicos no saben que hemos venido a Kaliban. Tardarán aún unos días en darse cuenta siquiera de que no hemos ido a Yuon. Tenemos que emplear ese tiempo para rellenar todas las existencias que podamos. Nuestras naves auxiliares —prosiguió, asintiendo hacia donde se encontraba sentada la capitana Tyrosian—, van a investigar qué materias primas pueden conseguir, mientras que también dedicarán tiempo a fabricar más cosas que esta flota necesita y a distribuirlas entre las naves que las necesiten.
—¿La capitana Tyrosian está al mando de la división de naves auxiliares? ¿Qué ha pasado con el capitán Gundel? —preguntó un oficial. Su expresión al mirar a Tyrosian era de sorpresa, no de hostilidad.
—Al capitán Gundel se le ha encomendado la labor de ayudarme con una evaluación a largo plazo que precisa esta flota —respondió Geary—. Se está trasladando a la Titánica.
—Lo que yo había oído era que Gundel había sido relevado de su puesto de mando —desafió otro oficial.
Las noticias vuelan. Eso sí que no ha cambiado desde mis tiempos. Geary volvió a mirar a Tyrosian.
—Las normas de la flota prohíben que un oficial se encuentre al mando de una nave y que forme parte del plantel personal del capitán de la flota. Por ello, no tuve más remedio que entregarle el mando de la Genio al segundo de a bordo del capitán Gundel. El capitán Gundel —añadió Geary—, aceptó todos estos cambios.
Tyrosian, que no estaba acostumbrada a ser el centro de atención en este tipo de reuniones, se limitó a asentir con la cabeza.
—¿Diría lo mismo el capitán Gundel si le preguntáramos a él? —continuó el oficial.
—Si no considera que mis afirmaciones son lo suficientemente fiables —sentenció Geary con sequedad—, siéntase libre de contactar con el capitán Gundel. Pero debo advertirle que es probable que le diga que está demasiado ocupado como para ser interrumpido con tanta frecuencia.
Las sonrisas emergieron a ambos lados de la mesa. Como Geary bien había adivinado, había un buen número de oficiales al mando que se habían visto obligados a tratar con el capitán Gundel mientras estaba al frente de las naves auxiliares y todos ellos sabían a qué se refería veladamente Geary.
El oficial que había cuestionado la versión de Geary también pudo ver las sonrisas y se dio cuenta de que, obviamente, no iba a contar con muchos aliados a la hora de protestar contra el traslado de Gundel.
—Está bien. Solo quería asegurarme, nada más —zanjó el oficial.
—Estupendo. —Geary deslizó la mirada lentamente alrededor de la mesa. A juzgar por la mayoría de las expresiones que allí se observaban, seguían viéndolo a él como líder de la flota por el momento. Pero la cuestión era que había demasiados que parecían estar de acuerdo con lo que decía Numos. ¿Por qué? No son estúpidos. Pero sigue habiendo demasiados que no parecen muy contentos con el hecho de que no plantáramos batalla en Corvus, lo que indica que se pasan por el forro la lógica más simple y el sentido común. Muy bien. Si quieren pelear, tendrán que aprender cómo hacerlo.
—Vamos a hacer algo más mientras estamos aquí —indicó Geary.
Todo el mundo se quedó observándolo, algunos con avidez y otros con cautela.
—He tenido la oportunidad de ver a la flota en acción. —Ahora era el momento de que Geary exhibiese el lenguaje más diplomático del que pudiera hacer gala. En ese instante habría deseado poder fiarse lo suficiente de Rione en lo que se refería a la política interna de la flota como para que le hubiese echado una mano en la manera de exponer aquello—. El coraje del personal y las capacidades de las naves de esta flota son verdaderamente impresionantes. Tienen ustedes muchas cosas de las que sentirse orgullosos. —Geary arrojó esa última frase en plena excitación, en un intento por arrebatarle a Numos la iniciativa en esa materia—. Nuestro objetivo no es solo la victoria en la batalla. Se trata de infligir las mayores pérdidas posibles al enemigo a la par que de sufrir las menores posibles en nuestro bando. Hay ciertas cosas que podemos hacer con vistas a maximizar nuestras opciones de victoria en ese tipo de confrontaciones.
La precaución seguía estando presente en los rostros de los comandantes de los navíos. Geary solicitó otro visualizador, en el que se podían ver las formaciones de batalla con las que se había estado entrenando él mismo en el pasado, con las que aprendió a coordinar grupos de naves de tal modo que pudieran actuar de manera conjunta en momentos decisivos. Llevaba mucho tiempo pensando en esto, pensando en cómo decirles que no tenían ni idea de cómo afrontar una batalla en condiciones.
—Coordinación, trabajo en equipo y formaciones de navíos que nos permitirán conseguir las mayores ventajas de todas esas cualidades. Es preciso practicar mucho para llegar a adquirir esas virtudes, pero la recompensa es alta, pues los síndicos no estarán preparados para defenderse contra tal despliegue —auguró Geary.
—Podemos ordenar a las naves que formen de esas maneras —objetó alguien—, pero será menos que inútil si no hay nadie que pueda coordinar la acción a lo largo de los minutos luz frente a un enemigo que está actuando y reaccionando. Ese es el problema. Siempre resulta muy difícil cuando la información llega con retardo. Todos estamos familiarizados con los conceptos básicos que aparecen en las guías tácticas, pero nadie sabe ya de verdad cómo hacer funcionar esas formaciones.
La comandante Crésida, de la Furiosa, tomó la palabra por primera vez.
—Eso ha sido así durante un tiempo, pero creo que ahora mismo sí que tenemos a alguien que sabe cómo hacer eso. Alguien que lo aprendió hace mucho tiempo. —Crésida miró a Geary con una sonrisa sombría.
El propio Geary pudo comprobar cómo todos los presentes a ambos lados de la mesa se iban dando cuenta de a qué se refería Crésida. Por un momento pareció que ni siquiera Numos ni Faresa eran capaces de esgrimir ningún argumento para rebatir aquello. Hay que aprovechar el momento.
—Podemos hacerlo. Costará trabajo. Vamos a poner en marcha simulaciones y ejercicios mientras estemos en este sistema. Vamos a practicar con simulaciones de batalla. Y sí, hay ciertos trucos que yo conozco y que parece que no han perdurado lo suficiente como para llegar con vida hasta este momento de la guerra. Puedo mostrárselos y, una vez lo hayamos hecho, todos estaremos en disposición de sorprender a los síndicos —arengó Geary.
A pesar de que había alguna que otra expresión de escepticismo que asoma por allí, la mayoría de los comandantes de las naves parecían aliviados y mostraban interés por lo que les estaba contando Geary.
—Repasaremos las formaciones, prácticas de batalla y maniobras. —En el momento de mencionar las prácticas de batalla, la expectación creció más todavía, como si el interés de Geary por prepararlos para el combate hubiese aliviado algunas de sus preocupaciones—. Voy a preparar un calendario de actividades —continuó Geary—. Será intensivo, porque no sé cuánto tiempo tendremos para practicar. ¿Alguna pregunta?
—¿Adónde iremos desde aquí? —preguntó el capitán Tulev.
—Eso es algo que seguimos pensando. Como bien sabe, tenemos varias opciones —comentó Geary.
—¿Entonces no le preocupa la posibilidad de tener que abandonar Kaliban a toda prisa? —Tulev miró a Geary con unos ojos que delataban claramente que sabía cuál era la respuesta que le iba a dar Geary.
Geary sonrió lentamente, agradecido de Tulev le concediese la oportunidad de poner sobre el tapete uno de sus puntos fuertes.
—Nos iremos de Kaliban cuando nos salga de los mismísimos, capitán —repuso Geary.
Algo parecido a una oleada de vítores inundó la mesa a medida que la mayoría de los comandantes de las naves iban expresando su aprobación ante aquella bravata. Geary mantuvo la sonrisa, incluso aunque lo que realmente sentía era alivio por haber logrado aparentemente comunicarles a aquellos hombres y mujeres que les hacía falta un montón de preparación sin herir su amor propio ni su confianza en sus propias capacidades.
—Eso es todo. Estoy elaborando el calendario de ejercicios de combate, así que se lo haré llegar a todas las naves en cuanto lo tenga listo —informó Geary.
La capitana Desjani se puso de pie, asintió con la cabeza mirando a Geary y salió de la sala a toda prisa, revisando su agenda electrónica para saber cuáles eran las últimas acciones que precisaban de la intervención de la capitana del Intrépido. Las imágenes de otros comandantes de navío empezaron a desvanecerse rápidamente a medida que iban desfilando para hacer saber a sus propios subordinados el resultado de la reunión. Geary se fijó en uno de los oficiales y le ordenó que siguiese en su puesto levantándole la mano.
—Capitán Duellos, necesito hablar con usted en privado, por favor —instó Geary.
Duellos asintió con la cabeza y su imagen «caminó» hacia Geary mientras la de los restantes oficiales al mando se desvanecía como si aquello fuera un mar de burbujas hirvientes. Por ende, el tamaño aparente del compartimento se volvió a encoger hasta encajar de nuevo en sus proporciones reales.
—¿Sí, capitán Geary? —dijo Duellos.
Geary se frotó el cuello, tratando de decidir cómo hacer la pregunta que tenía en mente.
—Le agradecería que me diera su opinión acerca de una cosa. Durante la reunión se habló de orgullo y de nuestra negativa a entrar en combate en Corvus. ¿Cuáles son sus sensaciones al respecto?
Duellos ladeó la cabeza para mirar a Geary.
—¿Está diciéndome que mi opinión en concreto es importante para usted? No puedo pretender representar las opiniones del resto de capitanes de la flota —advirtió Duellos.
—Lo sé —reconoció Geary—. Me gustaría saber qué piensa usted y qué cree que piensan los demás.
—Muy bien —afirmó Duellos levantando ligeramente una comisura de los labios—. Comprendo lo que dijo usted sobre el orgullo. Pero usted debe comprender que el orgullo es una de las piedras de toque de esta flota.
—¡Nunca he dicho que no deban estar orgullosos! —exclamó Geary alzando las manos en un gesto de disgusto.
Esta vez fueron los dos laterales de la boca de Duellos los que se elevaron momentáneamente como si estuviera intentando encontrar la parte graciosa de aquella situación.
—No. Pero no se puede dar por descontada la importancia del orgullo. Ha habido momentos, capitán Geary, en los que nuestro orgullo ha sido lo único que nos ha mantenido en pie —expuso Duellos.
Geary meneó la cabeza y miró hacia otro lado.
—Respeto, y no sabe cuánto, que piensen que el orgullo sin más es la única motivación a la que pueden apelar. Pero yo creo que lo que ustedes llaman orgullo es algo que va mucho más allá. Es creer en ustedes mismos, quizá, o perseverar ante la adversidad. Esas son las cosas de las que uno debe estar orgulloso. No es lo mismo que sentir orgullo —matizó Geary.
Duellos suspiró.
—Me temo que hemos perdido la capacidad de establecer una distinción entre ambas cosas. La hemos perdido en algún momento entre su época y la nuestra. La guerra pervierte las cosas y la mente humana no es precisamente lo último que se malea en estos casos —apuntó Duellos.
—¿Entonces usted también piensa que debíamos haber entrado en combate con los síndicos en Corvus? —preguntó Geary.
—No. Rotundamente no. Habría sido estúpido, por las razones que usted apuntó. Pero… —Duellos dudó—. ¿Puedo hablarle con franqueza?
—Por supuesto. Si le estoy haciendo esta pregunta es porque confío en que me va a decir la verdad —le reconfortó Geary.
Duellos volvió a esgrimir aquella leve sonrisa una vez más.
—No puedo pretender saber siempre qué es verdad y qué no. Lo único que puedo decirle es lo que yo creo que es verdad. Debe comprender que mientras la mayoría de los oficiales al mando de esta flota creen profundamente en Black Jack Geary, muchos se preguntan si usted sigue siendo aquel hombre. Paciencia —añadió, al ver que Geary iba a replicar algo—. Comprendo que nunca fue usted aquel hombre. Pero lo que ellos buscan en sus actos son las cualidades de Black Jack Geary.
Geary se quedó pensando en aquello durante un momento.
—¿Y si no ven lo que creen que son las cualidades de Black Jack en mí? —interrogó Geary.
—Pues cuestionarán su capacidad para seguir al mando de esta flota —aseveró Duellos sin dudar—. Desde que usted asumió el mando, ha habido algunos que se han dedicado a propagar rumores diciendo que es usted un hombre vacío, al que un período tan largo de hibernación ha dejado tocado; que es usted, en suma, un vestigio hueco y maleado de lo que fue un gran héroe. Si empiezan a ver que le falta valor a la hora de enfrentarse al enemigo, los rumores que dicen que su espíritu ya no está con su cuerpo no harán sino acrecentarse.
—Joder. —Geary se frotó la cara con ambas manos. Con todo lo que odiaba que lo tomasen por una leyenda, el que lo etiquetasen como una especie de zombi sin alma no suponía a sus ojos mejoría alguna. Y aquella etiqueta podría afectar críticamente y para mal su capacidad de comandar la flota—. ¿Hay alguien que esté alzando la voz contra ese tipo de rumores?
—Claro que sí, señor. Pero las palabras de gente como yo no significan nada para quienes dudan de usted. Los indecisos están pendientes de sus actos —explicó Duellos.
Geary volvió a levantar las manos fruto de la exasperación que le producía aquello.
—En principio tampoco puedo ponerle «peros» a lo que está pasando, ¿verdad? No puedo preguntarle quién se dedica a propagar esos rumores porque estoy seguro de que no me lo va a decir. Capitán Duellos, he asumido el mando para llevar a la flota a casa. Si puedo hacerlo sin que medie ninguna gran batalla, significará que lo he conseguido sin perder más naves —afirmó Geary.
Duellos se quedó mirándolo un buen rato.
—Capitán Geary, conseguir devolver la flota a casa es apenas un fin en sí mismo. No voy a fingir que no se trata de un asunto de gran importancia, pero la flota existe para luchar —recordó Duellos—. Los síndicos deben ser derrotados si queremos poner fin a la guerra. Cualquier daño que seamos capaces de infligirles mientras volvemos a casa obrará en beneficio de la Alianza. Y tarde o temprano, esta flota tendrá que enfrentarse de nuevo a los síndicos.
Geary se quedó de pie durante un buen rato, con la cabeza llena de sombras, y después asintió vivamente con la cabeza.
—Comprendo —espetó Geary.
—No es que queramos morir estando tan lejos de casa, lo entiende, ¿verdad? —Esta vez Duellos sí logró completar una sonrisa irónica.
—La verdad es que sí. —Geary toqueteó la parte izquierda de su pecho, donde había pocas condecoraciones adornando su uniforme, en contraste con las filas y filas de condecoraciones de combate que poblaban el traje de Duellos. El azul claro inconfundible de la Medalla al Honor de la Alianza sobresalía entre ellas, la condecoración por esa «última batalla» que Geary no creía haberse ganado pero que las normas le obligaban a lucir—. Todos ustedes han crecido con esto. Luchar y morir es algo que aceptan como algo normal en la vida. Mi mentalidad sigue siendo de hace un siglo, una época en la que la paz era la norma y la guerra total solo una posibilidad. Para mí, el combate era un juego teórico, en el que los árbitros sumaban los puntos de unos y otros al final y decidían quién ganaba y quién perdía, tras lo cual todos se iban a tomar algo juntos y mentían sobre lo brillantes que habían sido sus tácticas. Ahora todo es real. Todo lo que pasó en Grendel ocurrió tan deprisa que ni siquiera tuve tiempo de pensar que estaba en medio de una guerra. —Geary hizo una mueca de disgusto—. Su flota es mucho más grande que la que existía en mi época. En una batalla podría perder más tripulantes que los que había en toda la flota que yo conocí. Por eso sigo adaptándome a esto, sigo adaptándome a verme arrojado en medio de una guerra que lleva viviéndose tanto tiempo.
Una sombra atravesó el gesto de Duellos.
—Le envidio, señor —reconoció con suavidad.
Geary asintió con la cabeza y le dedicó a Duellos una sonrisa con los labios apretados.
—Ajá. La verdad es que no tengo motivos para quejarme de eso, ¿verdad? Gracias por su franqueza, capitán Duellos. Agradezco sus comentarios sinceros —musitó Geary.
Duellos se dispuso a alejarse antes de que su imagen se desvaneciera, pero en ese momento hizo una pausa.
—¿Puedo preguntarle qué haremos si aparece una fuerza síndica en Kaliban? —inquirió Duellos.
—Sopesaré las opciones que tengo y escogeré la mejor sobre la base de las circunstancias exactas que se den en ese momento —respondió Geary.
—Cómo no. Estoy seguro de que no le faltará «espíritu» para adoptar la decisión correcta. —Duellos hizo el saludo de rigor y, acto seguido, su imagen desapareció.
Geary, de nuevo solo en una sala en la que prácticamente nadie más había estado de cuerpo presente, se quedó un buen rato mirando al visualizador estelar que seguía flotando sobre la mesa de conferencias.