Unas nueve horas después, Geary se aseguró de que estaba en el puente de mando del Intrépido para observar cómo «regresaban a casa» los buques mercantes síndicos.
—Han reducido un par de ellos a polvo estelar usando misiles realmente grandes —advirtió Desjani—. Una pena que se lo haya perdido, pero tiene a su disposición la grabación de los acontecimientos en la biblioteca táctica por si le apetece ver la repetición de la jugada.
—¿Qué clase de misil podría infligir un daño así? —interrogó Geary.
—Mis técnicos de armamento dicen que han debido de ser armas de bombardeo planetario —aclaró Desjani—. No tendrían ninguna opción de darle a un buque de guerra, pero los mercantes se aproximaban con una trayectoria fija y no pudieron escabullirse. Aun así, la mitad de esas cosas no fueron capaces de impactar contra sus objetivos.
¿Armas de bombardeo planetario? ¿Por qué iban a necesitarlos síndicos algo así en un sistema tan secundario como Corvus? Debían de estar ubicadas en una de esas instalaciones de las órbitas, o quizá en las dos, porque no hay grandes buques de guerra en el sistema, así que esas cosas debieron ser colocadas allí a propósito. Geary se frotó el mentón y se dispuso a fingir que estudiaba las posiciones de la flota, cuando en realidad lo que trataba era de desenmarañar el rompecabezas. Lo único que podrían haber hecho los síndicos con esas armas es utilizarlas contra alguno de los planetas de este mismo sistema. Pero por qué… oh. Despierta, Geary. Ya sabes cómo mantienen el control las autoridades síndicas. Como haga falta. Supongo que el mantenimiento de municiones de bombardeo planetario en órbita era solo una forma más de asegurarse de que la población local no se planteaba siquiera la posibilidad de no acatar las órdenes.
Nunca me gustó el estilo de liderazgo de los síndicos. Estoy empezando a odiarlo de verdad. Geary se quedó mirando a la imagen del mundo habitado. No era un lugar idóneo para alojar vida humana en su interior, la verdad. Para empezar, no hay suficiente agua. La atmósfera es un poco débil. Así y todo, sigue siendo un buen planeta para dar cabida a un número aceptable de habitantes. Me alegro de no haber tomado represalias contra esa gente. Ya tienen suficiente de lo que preocuparse con las amenazas de sus propios líderes.
—¿Alguna novedad sobre las cápsulas de salvamento que lanzamos desde los buques mercantes? —inquirió Geary.
—Están acercándose por detrás de los mercantes en estos momentos. —Desjani se quedó mirando como si le diese la impresión de que había algo que fallaba—. Las defensas orbitales síndicas se han cargado a unas pocas de ellas.
—Mierda —blasfemó el capitán.
—Me apostaría cualquier cosa sin temor a equivocarme a que han dado por supuesto que cuando les dijimos que no las habíamos convertido en armas estábamos mintiendo y, antes que arriesgarse a que los engañáramos, han preferido matar a algunos de los suyos. Ya sabe cómo son —recordó Desjani.
—Lo sé. —Geary meneó la cabeza—. Pero tenía que intentarlo.
Desjani se encogió de hombros.
—Vayamos a lo que nos interesa: el hecho de que las defensas síndicas se hayan visto forzadas a concentrarse en los buques mercantes significa que es razonable pensar que tal vez la mitad de las cápsulas de salvamento llegarán intactas a la superficie —vaticinó la capitana.
—Gracias. Una vez que lleguen allí, la población síndica del planeta va a descubrir que decíamos la verdad —apuntó Geary.
—Supongo que eso les podría hacer sentir mal por haber matado a los síndicos que había en las naves de salvamento restantes —observó Desjani dubitativa.
—Supongo que así será. —Geary se encorvó para estudiar más de cerca las imágenes que se proyectaban delante de su asiento—. No queda mucho hasta el impacto.
—No. —Desjani parecía ahora llena de alegría—. Las instalaciones orbitales son siempre un blanco fácil.
A pesar del malestar que le producía escuchar cuál había sido el destino de algunos de los «tripulantes mercantes» síndicos, el propio Geary casi esbozó una sonrisa al comprobar la exactitud de la afirmación de Desjani.
Una y otra vez, los militares siguieron dando pruebas de que los objetos situados en órbitas fijas no eran solo blancos fáciles sino blancos muertos cuando se enfrentaban a oponentes en movimiento. Aun así, los líderes civiles seguían construyendo fortalezas orbitales de todas formas.
—Hacen que las poblaciones de los planetas en torno a los cuales orbitan se sientan más seguras. Al menos, eso es lo que nos dijeron la última vez que estuve en el espacio de la Alianza. No sé si el razonamiento ha cambiado desde entonces —explicó Geary.
—No lo ha hecho. Siguen sin aprender. Tal vez deberíamos mandarles un vídeo con esto —sugirió Desjani con una nueva sonrisa.
Geary volvió a centrarse en el visualizador, que mostraba una panorámica muy ampliada de la zona cercana al mundo habitado con numerosas etiquetas que aclaraban las identidades de los distintos objetos que había allí. A pesar de los denodados esfuerzos de los defensores síndicos, varios buques mercantes seguían abalanzándose sobre las distintas instalaciones militares orbitales, listas para colisionar en breve. A Geary le entró algo de miedo, no fuera a ser que acabaran impactando contra el planeta por error, pero recordó que los mercantes habían ascendido desde la superficie del sistema hasta llegar a la posición en la que se encontraba la flota de la Alianza y, una vez allí, fueron expelidos de nuevo en dirección descendente. Desde ese ángulo, los buques mercantes se separaron para impactar contra objetivos situados a ambos lados del planeta. Ninguno de ellos estaba situado en un ángulo tal que hiciese que su trayectoria relativa con respecto al planeta fuese una línea recta, así que si alguno acababa rozando la atmósfera del planeta, lo haría de manera oblicua y debería acabar rebotando.
Geary se quedó mirando a los indicadores de tiempo y distancia, lo cual le recordó que estaba observando acontecimientos que habían tenido lugar hacía una hora y media. Las imágenes parecían tan inmediatas que resultaba difícil recordar que la luz que transportaba aquellos acontecimientos llevaba viajando mucho tiempo.
—Diez minutos para avistamiento del primer impacto —recordó el consultor de armamento.
Entonces empezaron a aparecer pequeños fogonazos de luz que parpadeaban alrededor de los puntitos brillantes que eran lo único que Geary podía ver de los buques mercantes. El capitán seleccionó una instalación orbital y centró su atención en ella. A continuación agrandó la imagen hasta que se hizo visible el buque mercante más cercano a su objetivo, más como una nave que como un punto de luz. Un momento después, la nave comenzó a hacerse más grande, hasta el punto de que Geary bajó la vista para comprobar que no estaba siendo él el que seguía ampliando la imagen.
Y no era así.
—El primer mercante con objetivo instalación orbital síndica Alfa ha sido destruido —anunció el consultor de armamento. La nave se estaba haciendo más grande porque el casco se había roto y todo lo que componía la nave y su cargamento se estaban desperdigando ahora por el espacio. Era precisamente la inercia la que seguía conduciendo a los escombros hacia el objetivo aun cuando los motores habían quedado inutilizados.
Algo parecido a unas lanzas infernales salió disparado desde la base síndica y logró limpiar gran parte de los escombros, pero fue incapaz de evitar que quedasen todavía algunos más por la zona. Además, mientras el fuego síndico se concentraba en los escombros del mercante de cabeza, el siguiente en la formación, cuyos motores empujaban con más fuerza aún, se puso a la altura de los despojos del primero. Geary notó cómo la mandíbula se le tensaba al comprobar que las defensas síndicas de corto alcance cambiaban la dirección de su fuego al mercante que seguía intacto, si bien no alcanzaba a comprender cuál era el propósito de aquella maniobra. Era evidente que la instalación no tenía salvación posible. Geary esperaba al menos que las defensas estuvieran en modo automático y que no se hubiese dejado allí a nadie para morir en un intento inútil por salvar la instalación orbital.
Minutos después, el segundo mercante dio de lleno contra uno de los lados de la instalación síndica, lo cual redujo una amplia sección de la misma a pedazos de chatarra. Los restos de la nave también quedaron reducidos a escombros a causa de la colisión, tras la cual salieron rebotados y continuaron su marcha.
Detrás de ella llegó la inmensa nube de escombros del mercante que antes había ido en cabeza, que acto seguido comenzó a impactar contra la instalación. Geary se quedó mirando, fascinado a su pesar, cómo la base orbital síndica se tambaleaba después de sufrir repetidos impactos, mientras toda su estructura se combaba hasta romperse y cientos de toneladas de material se clavaban en ella a una velocidad altísima. Resultaba extraño, pero parecía como si la base síndica se estuviese disolviendo bajo los impactos de aquella oleada de escombros que la estaba destrozando. El plano se bamboleó al hacerse eco el Intrépido del movimiento de la instalación. Bajo la fuerza de los impactos provocados por los escombros, los restos de la base síndica empezaron a salir despedidos fuera de la órbita, alejándose más y más del planeta que había estado protegiendo y amenazando a la vez durante quién sabía cuánto tiempo. La imagen se fue volviendo borrosa a medida que los escombros se fueron desperdigando a consecuencia de los impactos que se iban sucediendo uno detrás de otro, lo que acabó dificultando la visión que tenía la flota de la Alianza de todo aquel desastre.
Geary pulsó los botones correspondientes para alejar la imagen de manera que pudiera observar la situación de un modo más general y observó cómo los buques mercantes que quedaban iban pasando por encima del que había sido su objetivo. Como estaba previsto, el ángulo existente entre las trayectorias de los buques y el planeta aseguraba que ninguno de los mercantes acabase incrustándose en el planeta. Uno de los mercantes golpeó la atmósfera superior del planeta con un ángulo muy oblicuo y salió rebotado, si bien la fricción del impacto fue suficiente para romperle el casco y verter toda su carga, que salió despedida por todo el espacio. Otros tres mercantes sí golpearon las zonas superiores de la atmósfera a una gran velocidad, socavando agujeros incandescentes a través del cielo del planeta a medida que sus cascos se evaporaban en forma de plasma. Los restos herrumbrosos de los buques y su carga acabaron saliendo despedidos igualmente hacia el espacio exterior, todavía emitiendo un brillo cegador por el calor irradiado.
—Se lo tienen que haber pasado bien en la superficie del planeta viendo esa escena —murmuró Geary.
—Se ha visto mejor desde el otro lado, capitán Geary —matizó Desjani—. Esa parte del planeta estaba oscura. ¿Quiere la repetición?
—Sí —aceptó Geary.
La diferencia de detalles consistía en que, en esta ocasión, los tres buques mercantes que habían logrado sobrevivir no consiguieron ninguno impactar contra su objetivo, de modo que cada uno de ellos se quedó a diferente distancia; pero al final el resultado fue el mismo, ya que por casualidad el cuarto logró golpear de lleno contra la instalación síndica, sobre cuya superficie horadó un profundo cráter. Aquello destruyó cualquier equipamiento que quedara por allí, aunque solo fuera por la fuerza del impacto. Por ese lado solo había dos buques mercantes que entraron y salieron de la atmósfera, pero Geary tuvo que darle la razón a Desjani. En contraposición a aquel cielo oscuro, el feroz rastro de buques muertos brillaba tanto en lo alto que los sistemas ópticos del Intrépido tuvieron que realizar unos cuantos ajustes para rebajar su sensibilidad y que así la imagen no acabara fundiéndose a blanco.
Me pregunto qué pensará de nuestro pequeño espectáculo la fuerza de persecución síndica. Geary comprobó su ubicación. No van a verlo hasta dentro de otras dos horas, así que nosotros no veremos su reacción hasta al menos dentro de ocho horas. Bueno, tampoco es que puedan hacer gran cosa aparte de proferir algún que otro insulto.
—¿Por qué no hemos recibido otra exigencia de rendición? —preguntó Desjani, como si hubiese estado leyendo los últimos pensamientos de Geary—. Ya ha pasado tiempo más que suficiente para que esa fuerza síndica nos la hiciera llegar.
—Buena pregunta. No perderían nada mandándonos otra. Tal vez ya no tengan intención de ofrecernos la opción de rendirnos más veces —apuntó Geary.
Desjani sonrió aviesamente.
—Con el debido respeto, señor, no creo que los síndicos tuvieran nunca la intención de hacernos una oferta sincera para que aceptáramos la rendición. Fueran cuales fueran las condiciones que nos ofreciesen, e independientemente de las condiciones que nosotros hubiéramos aceptado, no habrían significado nada —afirmó Desjani.
—Teniendo en cuenta lo que le hicieron al almirante Bloch y a sus acompañantes en el sistema interior síndico, no me queda más remedio que estar de acuerdo con usted —reconoció Geary.
—También pensaba en lo que había sucedido en este sistema —recordó Desjani.
—Otro buen ejemplo, capitana. Tiene usted mucha razón. —Geary se rascó detrás de una oreja—. Pero si nunca tienen la intención de acatar las condiciones de una rendición, ¿qué tienen que perder ofreciendo o exigiendo a sus enemigos que lo hagan?
Esta vez fue la copresidenta Rione la que le contestó.
—No quieren dar la apariencia de ser débiles planteando exigencias cuyo cumplimiento no están en posición de obligar —aseveró la copresidenta.
Geary volvió la vista hacia atrás y comprobó que Rione estaba sentada en el escaño destinado a los consultores.
—Discúlpeme, señora copresidenta —se excusó el capitán—. No sabía que había vuelto al puente de mando.
—Entré cuando los buques mercantes síndicos estaban llegando al planeta poblado, capitán Geary. —El rostro de Rione se ensombreció momentáneamente como consecuencia de alguna emoción oscura—. Tengo entendido que el acuerdo que negocié ha sido violado.
—Algo así se podría decir —respondió Desjani con un tono de voz anodino.
—Pero no es culpa suya —añadió Geary, lanzando una mirada en dirección a Desjani.
—En cualquier caso, permítame ofrecerle mis disculpas. —Rione asintió con la cabeza mirando hacia los visualizadores que se erigían delante de los asientos de Geary y Desjani—. Como he dicho, los comandantes de los Mundos Síndicos no pueden seguir exigiendo nuestra rendición. Se trata de una cuestión de política y de imagen. Esta flota ha escapado de una trampa en el sistema interior síndico y ha huido a través del sistema Corvus sin que nada se haya interpuesto en su camino. Cada vez parece más evidente que los comandantes síndicos no son capaces de meternos en cintura. En estas circunstancias, son ellos los que nos deben destruir u obligarnos a que pidamos la rendición en aras de reafirmar su potencial.
Geary se frotó la parte inferior del rostro, sopesando las palabras de Rione.
—Eso suena muy lógico. —El capitán miró a Desjani que, con renuencia, asintió con la cabeza a modo de respuesta—. Puede que haya otra razón también. Le apuesto a que ahora mismo el comandante de esa fuerza de persecución sabe que hay una gran fiesta de bienvenida esperándonos en Yuon. Está suponiendo que, cuando llegue a Yuon detrás de nosotros, estaremos tratando de salir de la emboscada y él llegará para rematarnos. Por eso no querrá hablar de rendición cuando se está viendo a sí mismo o a sí misma a punto de convertirse en el héroe de Yuon.
—Eso es ciertamente posible —corroboró Rione.
Geary volvió a echar un vistazo al visualizador, reduciendo la escala hasta que pudo ver el sistema estelar Corvus al completo. La flota de la Alianza y la fuerza de persecución síndica quedaron ambas reducidas a simples puntitos que se desplazaban a lo largo de las enormes distancias que las separaban de la salida del punto de salto y el nuevo punto de salto. La fuerza de la Alianza había completado la mayor parte del recorrido por Corvus, y solo le faltaba un día para llegar al punto de salto y alcanzar la tan ansiada seguridad en Kaliban. Lo cual me recuerda que tengo sin terminar un asunto importante que debería atender.
—Estaré en mi camarote —dijo Geary.
El capitán pasó por donde estaba Rione, que le lanzó una mirada que escondía una tímida sombra de sospecha. Una vez que se encontró solo y a salvo, empezó a repasar la lista de nombres que el Capitán Duellos le había hecho llegar para buscar a un nuevo comandante para la Arrogante. Se había hecho la promesa de que el comandante Vebos no iba a seguir siendo el capitán de esa nave cuando salieran de Corvus y tenía la firme intención de cumplir su promesa.
Como se podía elegir de entre los tripulantes de toda una flota, había montones de candidatos. No obstante, Duellos se había tomado la molestia de subrayar ciertos nombres. Geary los confrontó con sus respectivas hojas de servicio, amén de las breves memorias existentes (si es que las había) de cada uno de ellos, y tomó nota de los que correspondían a oficiales que eran buenos desempeñando su trabajo pero no se encontraban entre los admiradores de Black Jack Geary.
Uno de ellos le llamó la atención. Comandante Hatherian, actualmente oficial de armas de la Orión. Era uno de los oficiales de Numos, lo cual lo habría puesto automáticamente bajo sospecha a los ojos de Geary. Por su propia experiencia, Geary sabía que gente como Numos tendía a rodearse de subordinados que cuanto menos estaban dispuestos a fingir que su jefe era la estrella más brillante de todo el firmamento. Con todo, Duellos pensó que merecía la pena considerar la opción de Hatherian. Y el último informe de aptitud que había emitido Numos sobre Hatherian era bueno, pero no deslumbrante. Quedaba claro que Hatherian no era el preferido de Numos.
Ummm. Hatherian es comandante. Como Vebos. Y yo que me estaba preguntando qué hacer con Vebos.
Geary preparó cuidadosamente un par de mensajes, finalmente los descargó y regresó al puente de mando, en el que seguía sentada Rione. Tanto ella como la capitana Desjani parecían ser ambas completamente ajenas a la presencia de la otra.
—Voy a enviar órdenes a la Arrogante y a la Orión —informó Geary a Desjani.
—Sí, señor. —Obviamente Desjani se preguntó por qué tenía que saber ella eso, pero al leer los mensajes salientes tuvo que hacer esfuerzos para evitar que su expresión siguiese inmutable—. ¿Prevé que pueda haber algún problema para que se cumplan estas órdenes?
—No en lo que respecta a la Orión. —Si Geary había sabido interpretar bien el carácter de Numos, aquel hombre se veía a sí mismo como un líder que servía de inspiración a los demás. Incluso si el capitán Numos no tenía en gran estima al comandante Hatherian, lo más normal era que pensara que Hatherian iba a mostrar más lealtad hacia él que hacia Geary. Después de haber trabajado para gente como Numos, Geary sabía que a menudo las cosas no funcionaban de esa manera. Dejar de estar bajo las órdenes de alguien como Numos era a menudo un gran alivio, por lo que el vínculo que quedaba entre un jefe y su antiguo subordinado era de escasa o nula lealtad.
Geary se sentó y se quedó a la espera.
Antes de que hubiera transcurrido una hora, un transbordador salió desde la Orión en dirección a la Arrogante. Desjani hizo cuentas.
—El transbordador va a tardar unas dos horas en llegar a la Arrogante —anticipó la capitana.
—Enseguida vuelvo. —Geary se dirigió hacia la salida y se obligó a volver a otro comedor para fingir que comía y tener así la oportunidad de fingir su confianza en el regreso de la flota al espacio de la Alianza. Tras ello, trató en vano de descansar un rato antes de regresar al puente de mando.
—El transbordador de la Orión está todavía a media hora de la Arrogante —comunicó Desjani.
—Gracias, capitana Desjani. ¿Ha enviado la Arrogante algún mensaje al transbordador? —inquirió Geary.
—No, señor. Hasta donde sabemos, la Arrogante no ha reconocido siquiera al transbordador —respondió Desjani.
Geary repiqueteó con sus dedos sobre el brazo de su escaño, evaluando las opciones que tendría a su disposición si Vebos seguía comportándose como un idiota. Había varias, pero no quería que la situación empeorase más de lo necesario. Una vez que se decantó por una de ellas, el capitán volvió a teclear una secuencia de comandos que ya empezaba a resultarle familiar para establecer una nueva comunicación.
—Coronel Carabali, he mandado a un transbordador desde la Orión en dirección hacia la Arrogante —explicó Geary.
—Sí, señor. —Carabali lo miró con curiosidad evidente porque no sabía hasta qué punto aquello le concernía a ella.
—En el transbordador viaja el comandante Hatherian, que deberá relevar al comandante Vebos al frente de la Arrogante. El comandante Vebos tiene orden de dirigirse a la Orión como nuevo oficial de armas de la nave —prosiguió Geary.
—Sí, señor —asintió Carabali.
—Se me acaba de ocurrir que tal vez sería un gesto bonito que el destacamento de sus infantes de Marina a bordo de la Arrogante le brindase al comandante saliente una ceremonia de despedida —sugirió Geary.
Carabali, que sin duda alguna se había pasado toda una carrera teniendo que lidiar con peticiones insólitas de parte de sus superiores, se las apañó para no responder con más que una mirada de sorpresa.
—¿Señor? —musitó Carabali.
—Sí. —Geary sonrió de una manera que esperaba reflejase algo de bonhomía—. Como si le hicieran un pasillo. Creo que estaría bien que sus infantes de Marina a bordo de la Arrogante informaran al comandante Vebos que deben escoltarlo hasta el transbordador.
La coronel Carabali asintió con la cabeza despacio.
—¿Todos mis infantes de Marina de la Arrogante? ¿Quiere que busquen al comandante Vebos y le digan que son… una especie de guardia de honor? —interrogó Carabali.
—Sí. Eso es. Una guardia de honor. Para escoltarlo mientras abandona la nave —corroboró Geary.
—¿Y si el comandante Vebos declina hacerse acreedor de tal honor? ¿Qué deberían hacer mis infantes de Marina en ese caso? —insistió Carabali.
—En caso de que eso ocurriera —afirmó Geary—, ordéneles que mantengan su posición alrededor del comandante Vebos mientras se ponen en contacto con usted y usted se pone en contacto conmigo. A partir de ahí decidiremos cuál es el modo adecuado de persuadir al comandante Vebos para que acepte el honor en función de cuál sea la situación exacta.
—Sí, señor. Me dispongo a dar las órdenes pertinentes, señor. ¿Doy por sentado que no se nos concede la posibilidad de apelar al uso de las armas? —preguntó Carabali.
Geary se esforzó al máximo para que no se le escapara ninguna sonrisa. La coronel Carabali no se había olvidado aún de que había sido Vebos quien había ordenado el bombardeo de sus propias tropas.
—Sin armas, coronel. Si nos vemos obligados, lo sacaremos de la Arrogante por la fuerza. Pero creo que hasta el comandante Vebos se dará cuenta de que sus opciones son muy limitadas si se ve rodeado de infantes de Marina. Además, va a irse a la Orión —recordó Geary.
El rostro de Carabali se iluminó al entenderlo todo.
—Ya veo. Sí. Eso debería ser de ayuda. Lo mantendré informado, capitán Geary. —Carabali hizo el saludo de rigor y su imagen se desvaneció.
Geary se recostó y vio que Desjani lo observaba intentando no reírse.
—¿Una guardia de honor? —preguntó la capitana.
—Sí —replicó Geary con toda la dignidad que fue capaz de reunir en esos momentos.
—¿Por qué a la Orión, si se me permite preguntarlo? —indagó Desjani.
Geary miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharlos y bajó la voz.
—Me parecía una buena manera de minimizar el número de lugares sobre los que tengo que estar ojo avizor. Además, le dará a Numos la oportunidad de trabajar con Vebos. Y viceversa —expuso Geary.
—Ya entiendo. Se merecen el uno al otro. El transbordador de la Orión está efectuando su aproximación final. La Arrogante todavía no ha reconocido su presencia —anunció Desjani.
La Arrogante, al ser más pequeña que la Orión, no tenía un muelle de transbordadores. En lugar de eso, el transbordador procedente de la Orión se balanceó lo suficiente para acercarse a la esclusa de aire principal de la Arrogante, extendió un tubo de acoplamiento y se quedó amarrado al exterior de la Arrogante.
—Según nuestros lectores remotos, la esclusa de aire de la Arrogante no se ha abierto todavía —notificó Desjani.
Geary comprobó la hora.
—No he tenido noticias de la coronel Carabali. Vamos a darle unos minutos —propuso el capitán.
Cinco minutos después, llegó una llamada de la coronel Carabali, que dio el parte con una expresión que permaneció en todo momento cuidadosamente calmada.
—El comandante Vebos y su guardia de honor se encuentran de camino hacia la esclusa de aire de la Arrogante —informó Carabali.
Geary asintió solemnemente.
—¿Ha habido algún problema? —inquirió Geary.
—Nada que una docena de infantes de Marina completamente uniformados no pueda prevenir con su poder intimidatorio. Con todo, debo admitir que el factor decisivo fue probablemente que la tripulación de la Arrogante parecía estar haciendo caso omiso a las órdenes con las que el comandante Vebos trataba de responder a aquello —reconoció Carabali.
—Es normal. Saben que se ha designado al comandante Hatherian como su nuevo oficial en jefe. El comandante Vebos no tiene ya ninguna autoridad sobre ellos —razonó Geary.
—Sí, señor —coincidió la coronel—. No parecía que la pérdida del comandante Vebos les provocara especial desazón.
—Por alguna razón, lo que me cuenta no me sorprende demasiado, coronel —apuntó Geary.
Geary levantó la vista hacia Desjani al escuchar cómo retomaba la palabra.
—La esclusa de aire de la Arrogante se ha abierto —comunicó Desjani—. El comandante Hatherian está entrando. Al comandante Vebos lo están sacando… Perdón, el comandante Vebos está siendo escoltado hacia el transbordador por sus guardias de honor. —La capitana permaneció en silencio unos momentos—. La guardia de honor está abandonando el transbordador. La esclusa de aire de la Arrogante se está cerrando.
Geary asintió ante la imagen de Carabali.
—Gracias por los servicios de sus infantes de Marina, coronel —musitó Geary.
Carabali saludó pertinentemente.
—El placer ha sido nuestro, señor —apuntó Carabali.
El transbordador se despegó de la Arrogante y emprendió el camino de vuelta hacia la Orión. Por un momento Geary sintió pena por la tripulación del transbordador, que se veía obligada a compartir nave con el comandante Vebos, quien sin duda alguna no estaría precisamente contento, hasta que pudieran despacharlo en la Orión. Enseguida Geary volvió a contemplar su visualizador, redujo la escala de visualización y comprobó que los perseguidores síndicos recortaban muy lentamente la distancia que los separaba de la flota de la Alianza, y después dirigió la vista hacia delante, hacia la distancia que quedaba para llegar hasta el punto que los aguardaba para dar el salto. Ojalá todo lo que tuviera que hacer pudiese hacerse de la misma manera rápida y ordenada con la que he apartado a Vebos de su puesto de mando.
Dentro de siete horas la flota de la Alianza llegaría al punto de salto y dejaría Corvus atrás. Suponiendo que no saliera nada mal hasta entonces. Suponiendo que los sistemas de propulsión de la Titánica no diesen marcha atrás de repente y acabaran cayendo en un minúsculo agujero negro hasta perderse para siempre. Geary se planteó aquella posibilidad un par de veces y se dio cuenta de que no era solo que se lo estuviese planteando, sino que se lo estaba tomando ya medio en serio, lo cual le permitió hacerse una idea de lo cansado que estaba.
—Voy a intentar dormir un poco —murmuró el capitán.
Acto seguido Geary se puso en pie y salió del puente de mando, ligeramente sorprendido por el hecho de que la copresidenta Rione siguiese sentada en el sitio destinado a los consultores. La copresidenta le dedicó una mirada furtiva según pasaba.
—Un espectáculo interesante, capitán Geary —farfulló Rione.
—¿Se refiere al de Vebos? —inquirió Geary.
—Sí. Supongo que el objetivo era subir la moral de los demás —apuntó Rione.
Geary frunció el ceño, tratando de recordar dónde había escuchado esa frase.
—No exactamente. Vebos ha demostrado que no es lo suficientemente inteligente como para que se le confíe el mando de una nave. No se trata de nada personal. Se trata de velar por la tripulación de la Arrogante y por cualquiera que dependa de la Arrogante para cualquier cosa —precisó el capitán.
Rione le devolvió una mirada con un ligero rastro de escepticismo. Geary dibujó la más leve sonrisa posible en su rostro para dedicársela a Rione e inmediatamente abandonó el puente de mando.
Tras haberse asegurado de que el puente de mando lo llamaría para despertarlo, el capitán regresó varias horas después, cuando la flota de la Alianza estaba iniciando el salto para abandonar el sistema estelar Corvus, con la fuerza de persecución síndica todavía a una buena distancia de ellos.
Geary se quedó observando las extrañas luces del espacio de salto durante un rato, tirado en el asiento de su camarote, sabedor de que le quedaban por delante un par de semanas de tránsito por el espacio de salto antes de que tanto él como el resto de la flota de la Alianza pudiesen saber qué les aguardaba en Kaliban, si es que había algo. Tengo que hacer muchas cosas, pero mi capacidad para llevarlas a cabo mientras estemos en pleno salto es escasa, debido a lo rudimentario de mis posibilidades de comunicación con el resto de la flota hasta que regresemos al espacio normal. Debería limitarme a descansar. Tratar de recuperarla energía que no he recobrado desde que me despertaron en aquella cápsula de supervivencia.
Los médicos de la flota, que ya habían expresado sus reticencias sobre el estado físico de Geary, le habían prescrito ciertas medicinas, ejercicio y descanso. «Intente evitar el estrés», aconsejaron también. Geary se quedó simplemente mirándolos, tratando de discernir si alguno de ellos tenía la más mínima idea de lo ridícula que sonaba tal prescripción para alguien como él.
Lo peor de todo aquello era el hecho de que no podía estar seguro de cuánta debilidad podía exhibir delante de los demás. Desjani veneraba cada paso suyo, pero Geary seguía sin saber cómo le sentaría ser consciente de verdad de que Geary no era un héroe enviado por las estrellas. La cosa sería diferente si la relación con Desjani o con cualquier otro oficial viniese de antes. Pero, después de haber caído casi literalmente en aquella flota procedente del pasado, la verdad era que no se podía decir que conociese bien a nadie.
Rione no adoraba a Geary y probablemente no se sorprendería demasiado si escuchara las preocupaciones del capitán. Es más, hasta podría tener algún buen consejo que darle, ya que hasta el momento a Geary le había impresionado para bien su capacidad de raciocinio. Con todo, seguía sin saber hasta dónde se podía fiar de la copresidenta de la República Callas. Lo último que le hacía falta era contarle sus secretos a una política capaz de canjearlos por cualquier ventaja que pudiera lograr a cambio de revelarlos.
Nadie con quien poder hablar, nadie con quien poder compartir la carga del poder.
Bueno, aquello no era del todo cierto. De hecho, había alguien a quien le debía una conversación. Anda que estoy yo bueno. Me pongo a hablar de honrar a nuestros antepasados cuando ni siquiera yo les he presentado mis respetos desde que me despertaron de mi hibernación de supervivencia.
Geary solicitó que se le facilitasen indicaciones para dirigirse hacia la zona derecha del Intrépido pues estaba seguro de que aunque todo lo demás pudiera haber cambiado, aquel debía de seguir siendo el sitio que estaba buscando dentro de la nave. Y allí estaba. El capitán comprobó la hora para asegurarse de que la zona no iba a estar atestada de gente en ese momento y se levantó de la silla, se alisó el uniforme, respiró hondo y se dirigió a la zona ancestral.
Dos pisos más abajo y cerca del eje central del Intrépido se alzaba el lugar al que Geary se dirigía, ubicado en una de las zonas más protegidas de la nave. Geary se detuvo en el exterior de la escotilla que daba paso a la zona ancestral y dio gracias por que no hubiera nadie allí presente viéndolo entrar. Acto seguido empujó la escotilla y se encontró de frente con una serie de pequeñas habitaciones que le resultaban reconfortantemente familiares. Geary escogió al azar una que no estaba ocupada, cerró con cuidado la puerta insonorizada y después se sentó en el tradicional banco de madera que estaba frente al pequeño estante en el que solo quedaba una única vela. El capitán cogió el encendedor del estante, alumbró la candela y después se sentó a observarla en silencio durante un rato.
Al final, soltó un suspiro.
—Distinguidos antepasados. Les pido disculpas por haber tardado tanto en venir —se excusó Geary, hablando con los espíritus que supuestamente habían sido atraídos por la luz y la calidez de la vela—. Debí haber rendido honores a mis antepasados hace algún tiempo, pero como estoy seguro que ya saben, he estado algo ocupado. Y he estado solventando muchas cosas a las que nunca pensé que me tendría que enfrentar. Sé que no es excusa, pero espero que acepten mis disculpas.
Geary hizo una pausa.
—Tal vez se pregunten dónde he estado todo este tiempo. Tal vez lo sepan ya. Tal vez Michael Geary ya se haya unido a ustedes a estas alturas si, como me temo, acabó falleciendo en su nave. Permítanme decirles que se pueden sentir orgullosos de su actuación. Por favor, díganle que me hubiera gustado compartir más momentos con él.
»Han pasado muchas cosas desde la última vez que hablé con ustedes. Ha habido muchos cambios. La mayoría de ellos, si no todos, parecen haber sido para peor. Así lo creo yo, vamos. No puedo fingir que no necesito todos los consejos y todo el consuelo que pueda obtener en estos momentos. Les agradeceré cualquier cosa que me puedan proporcionar. Gracias por cualquier ayuda que nos hayan podido proporcionar para permitirnos llegar hasta aquí.
Geary volvió a hacer una nueva pausa, preguntándose, y no era aquella la primera vez que lo hacía, por qué el hablar con sus antepasados casi siempre le acababa reconfortando. El capitán nunca se habría descrito a sí mismo como un fervoroso creyente de ninguna clase, pero así y todo siempre le daba la sensación de que en esas ocasiones había alguien que lo escuchaba. Además, si un hombre no puede confiar ciegamente en sus antepasados, ¿de quién se puede fiar entonces?
—Esto es muy difícil. Lo estoy haciendo lo mejor que puedo, pero no estoy completamente seguro de que con esto sea suficiente. Hay un montón de gente que depende de mí. Algunos de ellos van a morir. No puedo fingir que algo así simplemente no va a ocurrir. Incluso si de algún modo logro hacer absolutamente todas las cosas bien, será inevitable perder algunas naves antes de que esta flota regrese a casa. Así que si cometo algún error… —Geary se detuvo, pensando en el Resistente—. Si cometo más errores, muchas de estas personas podrían acabar muertas.
»Queda mucho camino por recorrer hasta llegar al espacio de la Alianza. Ni siquiera puedo estar seguro de qué es lo que nos vamos a encontrar si logramos regresar hasta allí. Con suerte, podré arrastrar a suficientes naves de la flota de los Mundos Síndicos detrás de nosotros como para que no puedan explotar nuestra derrota en el sistema interior síndico. Pero no tengo manera alguna de saber si los síndicos habrán salido a por la Alianza haciendo uso de la ventaja conseguida después de su victoria y tras dejarnos aquí atrapados, no al menos hasta que estemos lo suficientemente cerca de casa como para tener alguna opción de conseguir datos que los servicios de Inteligencia hayan recabado de manera relativamente reciente.
Geary hizo una nueva pausa.
—No es que esté preocupado por lo que me pueda pasar a mí. Tengo la sensación de que debería haber muerto hace un siglo. Pero no puedo sucumbir a esa sensación porque sí que me preocupa lo que le pase a la gente que ha depositado tanta fe en mí. Por favor, ayúdenme a tomar las decisiones correctas y a hacer las cosas bien para que pierda la menor cantidad de naves y de tripulantes posible. Juro que intentaré con todas mis fuerzas hacer lo correcto por ustedes y por los que siguen con vida.
Geary permaneció sentado durante un rato más todavía, observando cómo ardía la vela, y después se acercó hasta ella, apagó la llama con un soplido, se levantó y salió caminando de la habitación.
Al abandonar la zona, varios tripulantes lo vieron salir. Geary movió la cabeza a modo de saludo mientras ellos lo observaban como sobrecogidos. Joder, yo tendría que ser uno de esos antepasados muertos con los que habla la gente en lugar de un hombre de carne y hueso que va caminando por estos pasillos. Y ellos lo saben.
Pero los tripulantes no actuaban como si hubieran visto a alguien que no encajaba en aquel lugar. Un par de ellos lo saludaron con la rigidez torpe de quien acaba de aprender a hacer el gesto. Geary se encontró a sí mismo sonriendo al devolver los saludos. Entonces se percató de cómo un fogonazo de pavor atravesaba los ojos de los otros dos tripulantes y su sonrisa se desvaneció. Su propia gente no debería tenerle miedo.
—¿Algo va mal? —indagó Geary.
El tripulante al que dirigió la pregunta se puso blanco.
—N…no, señor —balbuceó el tripulante.
Geary se quedó mirando a aquel hombre un momento.
—¿Está seguro? Parece preocupado por algo. Si necesita que lo hablemos en privado, tengo algo de tiempo —instó el capitán.
El hombre seguía buscando una respuesta cuando su acompañante se aclaró la garganta para tomar la palabra.
—Señor, no es nada que nos incumba —explicó.
—¿De veras? —Geary miró a su alrededor, escrutando el desasosiego de los demás—. Me gustaría saber qué los preocupa de todas formas.
La mujer también palideció ligeramente, pero después volvió a intervenir, esta vez con voz entrecortada.
—Es solo verlo aquí. La gente hace comentarios —farfulló.
—¿Comentarios? —Geary trató de no fruncir el ceño. No le gustaba hacer de su fe un espectáculo público, pero esto parecía ir más allá—. ¿Qué tipo de comentarios?
Uno de los tripulantes que lo había saludado le respondió mientras lanzaba a sus atemorizados compañeros una mirada de hastío.
—Señor, nadie lo había visto aquí desde que, esto, desde que lo recogimos. Y desde que abandonamos el sistema interior síndico, así que, bueno, la verdad, señor, había gente que creía que tal vez lo que había ocurrido allí tenía algo que ver con el hecho de que no se hubiera prodigado por aquí.
Geary esperaba que su apariencia no revelase lo molesto que se sentía en realidad por la vaguedad de aquella explicación.
—¿Con qué en concreto? —Entonces se le encendió la bombilla—. Se refiere al Resistente, ¿verdad? —La expresión de los tripulantes le sirvió de respuesta mejor que cualquier palabra que hubieran podido articular—. Pensaban que todo se debía a que mi resobrino probablemente hubiera muerto a bordo del Resistente.
Geary bajó la vista, pues por un momento no deseó mirar a los demás, y meneó la cabeza.
—¿Creían que tenía miedo de venir aquí y tener que enfrentarme a él? ¿Enfrentarme a qué? —Geary levantó la cabeza y una vez más pudo leer la respuesta en sus rostros—. No sé cuánto saben de toda esta historia, pero el capitán Michael J. Geary se ofreció como voluntario para retrasar al Resistente y contener a los síndicos. Si no lo hubiera hecho, es probable que me hubiera visto obligado a ordenárselo, pues esa habría sido mi responsabilidad, pero yo no di tal orden. No tuve que hacerlo. Tanto él como su tripulación se sacrificaron voluntariamente por todos nosotros.
A juzgar por sus rostros, Geary se dio cuenta de que aquello era algo que desconocían. Estupendo. Así que habían estado pensando que fui yo mismo el que mandé a mi propio resobrino hacia la muerte. La putada de todo esto es que hubiera podido darse el caso de que me viera obligado a hacerlo.
—No tengo nada que temer a la hora de ponerme cara a cara con mis antepasados. Nada más que cualquiera de los demás, supongo. Han pasado muchas cosas. Esa es la razón por la que no he bajado aquí antes —explicó Geary.
—Por supuesto, señor —replicó un tripulante de inmediato.
—Usted no le tiene miedo a nada, ¿verdad, señor? —preguntó otro azorado.
Uno de mis admiradores, pensó Geary. ¿Y cómo contesto yo a una pregunta así?
—Como cualquier otro, mi único miedo es no hacerlo lo mejor que sé. Y me sirve para no dejar de tener los pies en la tierra. —Geary sonrió de oreja a oreja para dar a entender que era un chiste y los tripulantes se rieron como si les hubieran dado permiso para ello. Ahora lo único que tenía que hacer era desembarazarse de la conversación todo lo rápido que pudiera sin que aquello resultase demasiado obvio—. Discúlpenme por haberlos distraído de sus ocupaciones.
Los tripulantes ofrecieron toda una retahíla de respuestas haciéndole ver que la culpa era suya y después le abrieron paso. En ese momento se dio cuenta de que los dos tripulantes que hasta hace nada estaban tan preocupados parecían ahora mucho más cómodos en su presencia. Para su sorpresa, se dio cuenta de que él también se sentía más cómodo a su lado. Quizá, a su manera, Geary se había estado haciendo el remolón a la hora de afrontar lo que le había pasado al Resistente; pero, al confesar abiertamente sus sentimientos a los demás, en cierto modo parecía haberlo aceptado.
Geary caminó hacia su camarote con la sensación de que las cargas que pesaban sobre él eran, por un instante, más ligeras.
—Capitán Geary, ¿puedo hablar en privado con usted?
Geary cerró la ventana sobre la que estaba trabajando, una de las simulaciones que quería que la flota utilizara a modo de práctica para la batalla una vez que llegara a Kaliban. Se trataba de un programa antiguo, uno de cuyos primeros precursores había estado familiarizado Geary hacía ya mucho; pero incluso esta versión mucho más novedosa no había sido actualizada desde hacía un tiempo. Geary quería que los parámetros de la simulación coincidieran con el estado actual de la flota y con las capacidades de la flota síndica a día de hoy, que él mismo había sido capaz de comprobar. Con todo, seguía quedando tiempo de sobra para terminar aquella tarea antes de que la flota llegase a Kaliban, mientras que resultaba evidente que la capitana Desjani estaba restando tiempo de sus obligaciones como oficial al mando del Intrépido para hablar con él ahora mismo.
—Por supuesto —concedió Geary.
Desjani hizo una pausa como si estuviese ordenando sus ideas.
—Sé que esto ocurrió hace casi una semana, pero si le soy sincera esperaba que me dijera por qué optó por poner a salvo a los tripulantes de los buques mercantes síndicos. Comprendo sus teorías al respecto de cómo tratar a los prisioneros, pero esos individuos no estaban de uniforme. Su atuendo era civil. Lo que los convertía en saboteadores, como mínimo, y esa gente no puede beneficiarse del derecho de la guerra. —Parecía que Desjani había terminado, pero se apresuró a añadir una frase más—. No estoy cuestionando su decisión, por supuesto.
—Capitán Desjani, doy por descontado que acudirá a preguntarme cuando no entienda por qué hago alguna cosa. En esos casos tal vez usted sepa algo que yo no sé y, en cambio, debería saber. —Geary puso los ojos en blanco por un momento y se acarició la frente en un intento por aliviar la tensión que manaba de su interior—. Tiene usted razón, por supuesto, cuando afirma que no estábamos obligados a intentar salvar las vidas de esa gente. De hecho, podríamos haberlos ejecutado a todos ellos y no tendríamos que responder ante nadie, pues sería legítimo. —Su amplia sonrisa se torció—. No es que me lo haya preguntado directamente, pero yo se lo contestaré de todas formas. Estoy seguro de que sus antepasados y los míos no nos habrían mirado con desaprobación si hubiésemos tratado a esos síndicos con mucha más severidad, ni si les hubiéramos dejado secuelas más permanentes.
Geary pudo ver cómo la sorpresa inundaba los ojos de Desjani.
—¿Entonces, por qué, señor? Su plan era matar a muchos de nuestros tripulantes y destruir o inutilizar parte de nuestras naves, y pretendían hacerlo además en un ataque por la espalda y disfrazados de civiles. ¿Por qué mostrar piedad con ellos? —interrogó Desjani.
—Esa es una pregunta muy cabal. —Geary suspiró y movió la mano hacia el paisaje estelar que seguía visualizándose en una de las paredes—. Podría decirse que en ocasiones al alma le sienta bien mostrar piedad cuando esta ni se exige ni se espera. No sé usted, pero a veces creo que mi alma precisa de toda la ayuda que le pueda conseguir. —Desjani pareció momentáneamente aturdida, pero después sonrió como si hubiese llegado a la conclusión de que Geary estaba bromeando—. Pero esa no es ni mucho menos la única razón —continuó el capitán—. Tenía motivos muy prácticos para dejarles marchar.
—¿Motivos prácticos? —Desjani apartó la vista de Geary y la dirigió hacia el paisaje estelar.
—Ajá —Geary se encorvó hacia delante y señaló a las estrellas que aparecían allí representadas—. Lo que ocurrió aquí se va a escuchar en todos los demás sistemas síndicos tarde o temprano. Habrá una versión oficial, claro, que dirá que la flota de la Alianza estaba planeando arrasar cualquier vestigio de vida en el sistema Corvus y que fue solo la gallardía de los defensores síndicos la que impidió que se cumplieran sus propósitos. Pero eso lo iban a contar independientemente de lo que hiciéramos.
»Sin embargo, ni siquiera los síndicos son capaces de lograr que las versiones no oficiales circulen por ahí. ¿Y qué cree que van a escuchar los habitantes síndicos de otros sistemas por el boca a boca? Que no tratamos de bombardear ninguna ciudad. Por supuesto, podrían pensar que eso se debe a que no tenemos tiempo. Pero también escucharán que tratamos a sus gentes de manera intachable cuando los hacemos prisioneros. Que, cuando tenemos la posibilidad de hacer lo que queremos con ellos, respetamos las vidas de cualquier síndico que cae en nuestras manos.
Por el rostro de Desjani asomó un resquicio de duda.
—Seguramente a los síndicos todo eso les dé lo mismo. Probablemente lo verán como un síntoma de debilidad —apuntó la capitana.
—¿Ah sí? —Geary se encogió de hombros—. Es posible. Es posible que todo lo que pudiéramos haber hecho hubiera sido visto como un signo de debilidad. Recuerdo que una vez me contaron que si se maltrataba a un prisionero, aquello sería interpretado como un síntoma de que éramos demasiado débiles como para ceñirnos a las normas, de que estábamos demasiado asustados como para arriesgar cualquier posible ventaja que tuviéramos.
—¿De verdad? —Desjani lo miró sin ocultar su sorpresa.
—Ajá. —Geary dejó que sus pensamientos despegaran de allí por un momento y se posaran sobre el recuerdo de una sala y una conferencia muy lejana en el tiempo y en el espacio—. Eso es lo que me enseñaron, que ceñirse a las normas transmitiría una sensación de fortaleza y confianza. Supongo que es discutible. Pero en términos prácticos y a día de hoy, creo que, como mínimo, habrá alguien, en alguna parte, que pueda dispensar a los prisioneros de la Alianza un trato mejor como consecuencia de lo que hicimos nosotros. Y lo que es más importante para nosotros ahora mismo, puede que haya alguien contra el que nos tengamos que enfrentar que ya no tenga tanto miedo de rendirse en lugar de luchar hasta la muerte. Esa gente va a escuchar que el trato que dispensamos a los combatientes que se rinden es correcto, que evitamos infligir daño alguno sobre los civiles, que no dejamos un rastro de destrucción a nuestro paso por el sistema Corvus, que incluso cuando se nos provocó sin que mediase provocación por nuestra parte, nuestra única respuesta fue dirigida contra quienes ordenaron que nos atacaran por la espalda. En algún punto del camino, alguien del que puede que necesitemos algo alguna vez tal vez recuerde esto.
Desjani volvía a parecer confundida de nuevo.
—Puedo entender hasta qué punto eso podría darnos una ventaja la próxima vez que tratemos de conseguir suministros cuando pasemos por otro sistema síndico. Pero siguen siendo síndicos, capitán Geary. No van a cambiar su manera de actuar por el hecho de que nosotros obremos de un modo diferente.
—¿Ah no? Supongo que es posible que sus líderes no. Entre usted y yo, todos los líderes síndicos que me he encontrado hasta el momento me parecen detestables. —Desjani sonrió abiertamente, sin duda reconfortada por la declaración de Geary—. Pero estoy seguro de que a cualquiera que oiga hablar de esta flota, o que la vea actuar, no le cabrá duda alguna de que no somos débiles. Sabrán que optamos por no cometer ciertos actos que podríamos haber cometido. —Geary miró a las estrellas y volvió a sentir un ramalazo gélido en su interior al pensar en el siglo de tiempo y acontecimientos que lo separaban de Desjani—. Que nuestros antepasados me asistan, Tanya, la población síndica es humana, también. Ellos tienen que estar sintiéndose igual de oprimidos por esta guerra. Tienen que estar hartos de enviar a sus hijos e hijas y maridos y esposas a morir en un conflicto que parece no tener fin. —Geary miró directamente hacia Desjani—. Asumámoslo, no tenemos mucho que perder dejando que el síndico de a pie sepa que nos comportamos de manera justa con ellos.
—¿Y qué me dice de los fanáticos que estaban ansiosos por morir? Seguramente volverían a hacer un intento parecido sin dudarlo.
—Es posible —aceptó Geary—. Pero partieron pensando en que tendrían una muerte gloriosa. En lugar de eso, regresaron a casa inconscientes y se encontraron con que sus naves habían sido utilizadas para destrozar sus propias bases. No hay nada glorioso en una cosa así. Es más, algunos de ellos encontraron incluso la muerte a manos de su propia gente. Tal vez eso haga que el próximo equipo de suicidas voluntarios muestren algo menos de entusiasmo. Cuando alguien está preparado para morir, matarlo no hace sino colmar sus propias expectativas. No me entienda mal, no dudaría en satisfacer su deseo llegado el caso, pero lo haría según mis reglas. No quiero que sus muertes sirvan de inspiración a nadie.
Desjani sonrió lentamente.
—Usted frustró el plan síndico de golpear de nuevo a esta flota y frustró el deseo de algunos fanáticos de morir en su intento de atacarnos. Ninguno de ellos consiguió lo que quería —resumió Desjani.
—No. —Geary volvió a mirar hacia las estrellas, preguntándose entre cuáles de ellas se encontrarían ahora los elementos principales de la flota síndica y hacia dónde se dirigían tales fuerzas en su intento por encontrar y destruir a la flota de la Alianza—. Si desean tanto morir por nuestra culpa, tendrán que buscarse otra oportunidad. Y si se da el caso, les daremos esa satisfacción. Pero bajo nuestras condiciones.