—Capitana Desjani, me temo que no me queda más remedio que estar de acuerdo con su estimación. —Geary hizo el recuento del número total de naves que habían sido avistadas saliendo por el punto de salto hasta el momento. Un enjambre de naves de caza asesinas se situaba al frente abriendo camino, mientras que múltiples escuadrones de cruceros pesados las seguían justo a continuación. Como la flota de la Alianza estaba mirando directamente hacia el punto de salida del salto, las naves síndicas de vanguardia ocultaban la presencia de las que tenían detrás, pero sí que se pudo confirmar la presencia de varios escuadrones de cruceros de batalla y acorazados en la retaguardia.
—Hay un montón de trastos obstruyendo la visión del punto de salida del salto —se lamentó Geary.
Desjani sonrió de oreja a oreja.
—Usted ordenó que colocasen minas en la salida, señor —recordó la capitana.
Ostras, es verdad. Geary volvió a echar otro vistazo.
—¿A cuántos hemos dado? —inquirió Geary.
—Los síndicos han barrido las minas con naves de caza asesinas y cruceros ligeros, señor. A lo bruto. Las estimaciones indican que la lista de bajas o naves dañadas de gravedad ascienden hasta quince. Los campos de escombros que vemos se corresponden con la destrucción de la mayoría de esas naves —informó Desjani.
Salir del espacio de salto y meterse de lleno en un campo de minas. Probablemente ni se dieron cuanta de lo que ocurría.
—¿Cree que lo que vemos es todo lo que hay? —inquirió Geary.
Desjani le lanzó una mirada que daba a entender que creía que Geary quería tener más enemigos contra los que luchar, pero después se dispuso a estudiar la situación en el visualizador.
—Es posible que a continuación venga una segunda oleada de unidades de persecución. Pero si esto es todo, hacerles frente —indicó Desjani.
Geary notó por su voz que Desjani parecía debatirse entre la excitación que le producía aquello y la preocupación ante la perspectiva de una confrontación. Toda la preparación que había recibido la hacía desear entrar en acción ya, pero no podía dejar de recordar que la última vez que la flota de la Alianza había hecho frente a una fuerza síndica de primer orden habían salido bastante escaldados.
—Podríamos —afirmó Geary, con una confianza que realmente no sentía. Después de ver que su flota había convertido en un desastre un enfrentamiento con una fuerza síndica menor, no tenía muchas ganas de embarcarse en una batalla mayor a corto plazo. Pero sabía que, de puertas para fuera, tenía que manifestar su confianza en la flota. Si empezaba a correrse la voz (y seguramente así sería) de que daba a entender siquiera que la flota no tenía opciones de victoria, aquello acabaría de golpe con las opciones de triunfo de sus naves antes siquiera de pegar el primer tiro—. Pero si lo hiciéramos, tendríamos que darnos la vuelta para enfrentarnos a ellos. No veo ninguna razón para hacerlo. —Geary trató de que aquello sonase como si las fuerzas perseguidoras síndicas no mereciesen tanto quebradero de cabeza—. No tengo planeado llevar a cabo ninguna batalla más en este sistema.
Por lo que parecía, el ardid de Geary surtió efecto hasta cierto punto. Desjani y los consultores del puente de mando del Intrépido asintieron con la cabeza ante aquella explicación.
Geary deslizó los dedos por los botones de su panel de mandos, tratando de hacer que el visualizador calculase las opciones que tenían los síndicos de atrapar a la fuerza de la Alianza.
—¿Estos datos son correctos? —murmuró en dirección a Desjani.
La capitana le echó un vistazo y, un momento después, asintió con la cabeza una vez más.
—Sí. Ahora mismo estamos tan solo a unas cuatro horas luz de la salida del punto de salto. Eso son cuarenta horas de tránsito si seguimos yendo a una décima de la velocidad de la luz, pero incluso si tuviéramos que ralentizar la marcha por alguna razón, seguiríamos teniendo una gran ventaja. Estaremos en el punto de salto en dirección a Kaliban mucho antes de que puedan atraparnos y retrasarnos más. —Desjani sonrió abiertamente—. Algunos de los capitanes de esta flota se preguntaban por qué no nos quedábamos más tiempo para saquear este sistema. ¡Esto debería servirles de respuesta!
Geary sonrió levemente, inquieto tanto por el respaldo de Desjani a lo que ella veía como una demostración más de la infalibilidad de Black Jack, así como por enterarse de que alguno de sus capitanes habían estado rezongando a la hora de ejecutar sus decisiones de una manera lo suficientemente explícita como para que alguien tan claramente leal hacia su persona como Desjani lo hubiera podido escuchar. Finalmente apareció algo en el visualizador que llamó su atención.
—¿Qué es eso? ¿Quiénes son esos tipos? —Geary señaló hacia un grupo de naves que se aproximaban casi sin prisa procedentes del mundo poblado. Aunque las naves se estaban moviendo a una velocidad más lenta que la de la flota de la Alianza, al venir desde un punto más adelantado a la posición en la que se encontraba la flota, lo normal era que se acabasen cruzando los unos con los otros.
—¿Son síndicos, pero no aparecen marcados como amenaza? —inquirió Geary.
Desjani curvó los extremos de sus labios para formar una sonrisa muy leve.
—Ahí está el fruto de los esfuerzos diplomáticos de nuestra copresidenta. Veinte buques mercantes, supuestamente cargados con comida y otros materiales que habíamos pedido —aclaró Desjani.
—¿Veinte buques? —Geary no pudo evitar sonreír abiertamente—. Eso supone una cantidad de suministros más que aceptable.
—Sí —corroboró Desjani, visiblemente reacia ante la idea de encontrarse en deuda con la copresidenta Rione.
—¿Cómo preparamos el encuentro? —interrogó Geary.
—Son mercantes, así que no pueden acelerar una mierda, pero se les ha indicado que utilicen sus sistemas de propulsión sin importar el gasto y parece que lo están haciendo. Para cuando nos crucemos con ellos, deberían haber sido capaces de acercarse a nuestra velocidad. Si tenemos que frenar, no será mucho. —Desjani movió el dedo por el visualizador, señalando algunos detalles—. Los mercantes se dirigen hacia las posiciones de nuestras naves auxiliares de mayor tamaño. Eso minimizará el tiempo necesario para efectuar la transferencia de suministros. —La capitana hizo una pausa—. Hemos confirmado que su identidad se corresponde con la de transportistas mercantes a través de nuestras exploraciones visuales y de espectro completo. No se ha podido ver ningún arma.
Geary asintió con la cabeza, sintiendo que le inundaba una sensación de alivio al comprobar que todo había sido llevado correctamente, a pesar de que él había estado durmiendo profundamente, no disponible para nadie.
—¿Qué me dice de la seguridad? —inquirió.
—Me he tomado la libertad de ponerme en contacto con la coronel Carabali —informó Desjani—. Habrá destacamentos de infantes de Marina que se encargarán de llevar los transbordadores de embarque hasta cada uno de los mercantes, efectuarán registros por si hay armas ocultas y vigilarán de cerca a los tripulantes.
—Muy bien. Eso es exactamente lo que yo mismo le habría ordenado hacer a la coronel. —El rostro de Desjani se iluminó por la alabanza de un modo que parecía incongruente para una mujer de su edad—. ¿Dónde se encuentra la copresidenta Rione en estos momentos?
—Creo que está descansando. —Desjani hizo que ese «descansando» sonara como una actividad poco militar, al parecer olvidándose de que Geary se había tirado varias horas haciendo lo mismo—. Dejó grabado un informe para usted.
—Gracias. —Geary abrió el archivo.
En la grabación, Rione parecía mostrar síntomas de cansancio.
—Capitán Geary. Después de importantes negociaciones, dificultadas por la distancia a la que nos encontrábamos con respecto al planeta habitado, he podido convencer a las autoridades de los Mundos Síndicos de que estábamos dispuestos a evitar su aniquilación si nos proporcionaban un peaje conveniente. La tripulación de la capitana Desjani me facilitó una estimación del número de buques de carga de gran tonelaje disponibles en este sistema estelar, así como cuántos de ellos habían sido avistados en imágenes retardadas cerca del mundo poblado. Gracias a esta información pude insistir en que se nos enviaran veinte de esos navíos con los suministros especificados, entre los cuales se encontraban tanto los correspondientes a nuestras necesidades reales como a las ficticias. Las autoridades de los Mundos Síndicos firmaron el acuerdo por señal remota, y aceptaron no intentar emprender ninguna acción usando los buques de carga contra la flota de la Alianza a cambio de que nosotros respetáramos nuestra promesa de no lanzar más ataques dentro del sistema hasta que nos marcháramos de aquí. Adjunto el texto del acuerdo. Por favor, no dude en ponerse en contacto conmigo si le surgiese alguna duda.
Geary se leyó el acuerdo y no encontró nada que hiciera saltar sus alarmas internas. Rione parecía haber atado todos los cabos. Siendo así, al final es una cuestión de fiarse de los síndicos. Y estaría loco si me fiara de los síndicos. ¿Pero qué van a hacer con los infantes de Marina de Carabali vigilando de cerca cada uno de sus movimientos?
Geary volvió a mirar hacia la capitana Desjani.
—Esos buques mercantes están un poco más alejados de la salida del punto de salto que nosotros, pero a estas alturas deben de haber visto la llegada de la fuerza perseguidora —apuntó Geary.
—Pero no están alterando su trayectoria —corroboró Desjani, respondiendo a la pregunta que Geary no había formulado abiertamente—. Tal vez tengan miedo de que nos los llevemos por delante si lo intentan. Están lo bastante cerca y son lo bastante torpes y pesados como para que, cuando consiguiesen darse la vuelta, nosotros hubiéramos conseguido colocar ya destructores encima de ellos. O tal vez tengan miedo de que si huyen, eso acabe desatando un ataque sobre el mundo habitado.
—La cosa no va tan mal entonces. —A pesar de la aparición de la fuerza perseguidora síndica, todo parecía seguir estando bajo control. Por desgracia, eso es justamente lo que uno cree cuando de repente empiezan a crecer los enanos y la situación acaba saliéndose de madre. Veamos, ¿qué es lo que puede salir mal? ¿La Titánica? Por una vez parece que no está en aprietos.
—Señor. —Tanto Geary como Desjani se giraron ante la llamada de atención el consultor de operaciones—. La Titánica informa de que vuelve a disponer de una unidad de propulsión primaria que había tenido estropeada hasta ahora.
—Por todos nuestros antepasados. —Geary se había estremecido aterrorizado en cuanto salió el nombre de la Titánica, la mayor de sus preocupaciones; tanto que tardó un momento en darse cuenta de que, al fin y al cabo, esta vez no era una mala noticia la que venía asociada a su nombre. Comprobando las estadísticas de la Titánica, Geary se dio cuenta de que su aceleración máxima había mejorado significativamente. Y aun así sigue siendo lenta de cojones. ¿Quién fue el idiota que etiquetó esas naves como flota Auxiliar de Alta Velocidad? Lo único rápido que tienen es lo deprisa que se meten en problemas—. ¿Qué opciones hay de que la Titánica consiga un punto extra de propulsión llegado el momento?
El consultor de operaciones parecía sorprendido, y después volvió la vista hacia el consultor de ingeniería, que parecía igualmente atónito primero y pensativo después.
—Podría ser posible, señor. —Su rostro parecía haber adoptado ese color rojo propio de un ingeniero al que se le plantea un problema complicado cuya solución, no obstante, podría llegar a conocer.
Geary se echó hacia atrás, asumiendo la situación global poco a poco, tratando de asegurarse de que no estaba pasando nada por alto. Sin embargo, aparte de la propia flota de la Alianza, la fuerza de persecución síndica y los veinte buques mercantes que se dirigían firmemente al encuentro con la flota de Geary, parecía que nada más se movía en el sistema de la estrella Corvus. El resto de navíos síndicos se dirigía al lugar más próximo donde poder atracar con la esperanza de que la flota de la Alianza no enviase ninguna nave más en esa dirección. Los sistemas de combate del Intrépido estimaban que la fuerza de persecución síndica había elevado la velocidad media ligeramente por encima de los treinta mil kilómetros por segundo, pero contra esa vasta escala espacial, aquello seguía estando no muy por encima de la décima de la velocidad de la luz.
—No están intentando atraparnos —aseveró Geary.
Desjani frunció el ceño, con los ojos clavados en la representación de los buques de guerra síndicos.
—¿No? —preguntó la capitana.
—No. No si estas estimaciones están en lo cierto. Ya no han vuelto a acelerar —informó Geary—. No quiero decir que nos pudieran atrapar antes de que llegásemos hasta el punto de salto, ni siquiera forzando la máquina hasta las dos décimas de la velocidad de la luz. Pero es que ni siquiera lo están intentando.
—O sea que… ¿se están limitando a perseguirnos? —insistió Desjani.
—Nos están arreando como al ganado —corrigió Geary—. Quieren que sigamos por nuestro camino.
—¿Hacia el punto de salto? —inquirió Desjani.
—Hacia Yuon. Me jugaría la vida a que se trata de eso. —Pensándolo bien, es eso exactamente lo que estoy haciendo. Peor aún, estoy jugándome la vida de todos los hombres y mujeres de estas naves de la Alianza a que es así. ¿Y si los síndicos ya se han percatado de que no voy a seguir la ruta más directa hacia casa? ¿Y si saben que Kaliban es la mejor alternativa para nosotros?
No. No pueden arriesgarse a que esta flota pueda atravesar Yuon sana y salva, así que estarán allí esperando con sus unidades. No tienen elección.
Con todo, sigue cabiendo la posibilidad de que hayan sembrado Kaliban con suficientes minas como para dejar esta flota hecha jirones.
¿Han tenido suficiente tiempo para eso? ¿Habrán tenido los síndicos tantas minas lo bastante cerca de Kaliban como para colocarlas allí antes de que lleguemos nosotros? ¿Habrán considerado siquiera la posibilidad de que vayamos hacia allí?
No hay forma humana de saberlo. No me puedo permitir cambiar de criterio a estas alturas. No puedo permitir que la posibilidad de que haya un desastre me impida tomar las decisiones que hay que tomar; porque da igual lo que haga, la posibilidad del desastre siempre estará ahí.
Geary inspiró bien hondo, abstrayéndose momentáneamente de todo lo que lo rodeaba. Cuando abrió los ojos, vio que Desjani le lanzaba una mirada de aprobación.
—No sé cómo puede estar tan relajado en momentos como este —le confesó la capitana—. Lo que sí sé es que son cosas como esas las que impresionan a mi tripulación.
—Son cosas que, ejem, uno trabaja —replicó Geary.
Poco a poco se fue haciendo patente que no iba a ocurrir nada durante un rato. Geary revisó la secuencia temporal prevista para la reunión con los mercantes síndicos y comprobó que los transbordadores de los infantes de Marina no iban a ser lanzados en las siguientes dos horas. Tras contener la urgencia irracional de seguir observando todo por miedo a que todo se fuese al garete si no le prestaba atención, Geary se puso en pie.
—Voy a por algo de comer —le dijo a la capitana Desjani, que asintió al escucharlo. Geary se dio cuenta al marcharse de que los consultores del puente de mando del Intrépido lo observaban con admiración. Que nuestros antepasados me asistan si en algún momento empiezo a creer que todo lo que hago es tan perfecto como se piensa esta gente. Si me diera por tropezar y caer de culo, probablemente se pensarían que esa es la manera que tiene Black Jack Geary de prepararse para la acción y empezarían todos a hacer lo mismo.
Sin embargo, el interactuar con el personal del puente de mando le había servido a Geary para recordar la importancia de dejar que la tripulación le viese el pelo. El capitán llevaba ya un tiempo rumiando con avidez la idea de volver a meterse en su camarote y deglutir una barra de racionamiento a salvo de las miradas tanto de aquellos que adoraban el suelo por el que pisaba Black Jack Geary como de esos otros que pensaban que John Geary era una reliquia antigua que no sabía estar a la altura de la situación. Pero, en lugar de eso, se encaminó hacia uno de los comedores de oficiales, se puso a la cola y se hizo con un menú para después sentarse en una mesa en la que almorzaban varios tripulantes.
Todos se quedaron mirándolo con los ojos como platos y él se limitó a pegarle un mordisco a algo que no sabía a nada.
—¿Cómo va eso, jefes? —preguntó Geary. En lugar de responder, todos se miraron unos a otros. Geary observó al suboficial que estaba sentado junto a él y formuló la única pregunta a la que podía estar seguro de obtener una respuesta— ¿De dónde es usted?
—Ko… Kosatka, señor —farfulló.
Lo único sobre lo que un tripulante jamás se negaría a conversar era su propio hogar.
—¿Igual que la capitana Desjani? —inquirió Geary.
—Sí, señor —corroboró el suboficial.
—He estado en Kosatka. —La mandíbula del suboficial se abrió de par en par por la sorpresa que le produjo escuchar aquello—. Fue hace un tiempo… por supuesto. Me gustó. ¿De qué parte del planeta es usted?
El tipo empezó a hablar sobre su hogar. Los demás también se unieron a la conversación y Geary se enteró de que otro de sus compañeros de mesa era también de Kosatka. Al igual que ocurría en la época de Geary, cada nave parecía recabar la mayor parte de su tripulación de un planeta en concreto, mientras que el resto de tripulantes procedían de lugares desperdigados por toda la Alianza. El resto de sus contertulios provenían de planetas que Geary tuvo que confesar que nunca había visitado, pero con solo mostrar interés por ellos los tripulantes se quedaron más que contentos.
Finalmente, uno de ellos se atrevió a pronunciar la pregunta que Geary sabía que iba a llegar antes o después.
—Señor, lograremos volver a casa, ¿verdad?
Geary acabó de masticar un bocado que, de repente, se había vuelto tan correoso como insípido. A continuación le pegó un sorbo a su bebida para no arriesgarse a que su voz se quebrase en plena respuesta.
—Mi intención es llevar esta flota a casa —dijo.
Las sonrisas asomaron por todas partes. Otro tripulante tomó entonces la palabra a toda prisa.
—¿Tiene alguna idea de cuánto podemos tardar, señor? Mi familia… en fin…
—Lo entiendo. No sé a ciencia cierta cuánto tardaremos. No vamos a ir por la ruta más directa. —Las sonrisas se desvanecieron y dieron paso a un silencio anonadado—. Eso es lo que esperan los síndicos, ya saben. Nos tenderían otra trampa. —Geary sonrió de un modo que esperaba que le hiciese parecer seguro de sí mismo—. Pero, en vez de hacer lo que se esperan, vamos a golpearles por sorpresa. —El capitán había estado pensando bien qué palabras utilizar, cómo conseguir que una retirada a la desesperada pareciese toda una marcha triunfal—. Hemos perdido a muchos amigos en el sistema interior síndico. Tenemos que marcharnos cuanto antes, como ya saben. Pero no vamos a permitir que las cosas se queden así. Vamos a saltar de sitio en sitio, golpearemos a los síndicos una y otra vez, y les haremos pagar por todo esto. Para cuando hayamos regresado a casa, los síndicos van a desear no haberse metido nunca con la Alianza.
Las sonrisas volvieron a aparecer por el comedor. Geary se puso en pie, rezando por que sus antepasados comprendieran por qué había expuesto las cosas de una forma que sabía que no era cierta, y mantuvo su propia sonrisa en los labios mientras abandonaba la estancia.
Según parecía, su pequeño discurso se había propagado como la pólvora por toda la nave, mucho más rápido que sus propios pasos. Tampoco es que aquello fuera muy sorprendente, porque cada tripulante que se encontrase dentro del radio de escucha podría haberlo grabado con sus unidades personales de comunicación y no había duda de que varios de ellos lo habían hecho. Geary se dio cuenta de que había empezado a acelerar el paso, tratando de llegar a su camarote sin que pareciera que estaba corriendo, intentando huir de todos los tripulantes y oficiales que creían que era capaz de encontrar la manera de hacer realidad todo aquello que había dicho.
Una hora después, Geary se obligó a sí mismo a salir del santuario que era su camarote y regresó al puente de mando. Desjani seguía estando allí, consultando algo en su agenda electrónica de mano. La posición de la fuerza de persecución síndica en relación a la flota de la Alianza no parecía haber sufrido muchas alteraciones, si bien era cierto que si los síndicos habían movido ficha en las últimas cuatro horas, la luz de las imágenes de tal acontecimiento no habría tenido tiempo de llegar todavía al Intrépido. Los que sí habían cambiado su posición eran los buques mercantes síndicos con los suministros exigidos por la flota de la Alianza, que se encontraban ya mucho más cerca y cuyas trayectorias se iban formando gradualmente para encontrarse con la ruta de las naves de la Alianza.
Los mercantes procedían del mundo poblado, que se encontraba delante y debajo del espacio que la flota de la Alianza surcaba. Sin embargo, a causa de la velocidad de la flota de Geary, se les había solicitado que incrementasen en una décima su marcha con vistas a lograr que el encuentro se produjese a velocidades concordantes. Mientras los mercantes transitaban con lentitud, la flota ya había tenido tiempo para pasar por encima de la órbita del mundo habitado, de tal modo que ahora los mercantes se encontraban en plena ascensión desde una posición ligeramente inferior, todavía moviéndose hacia adelante pero a menos velocidad que la flota, de tal manera que sus trayectorias se fueron curvando gradualmente hasta reunirse con las naves de la Alianza.
La capitana Desjani meneó la cabeza al leer algo, hizo algunas anotaciones y después se giró hacia Geary.
—Asuntos personales —le reveló—. Me gustaría que alguien me dijera cómo evitar que los miembros de la tripulación establecieran relaciones personales problemáticas.
—A mi primer comandante también le habría gustado —respondió con sequedad Geary—. Y aquello no iba por mí, claro.
Desjani lo miró con gesto de sorpresa.
—Claro que no, señor.
Geary consideró por un breve instante la idea de saltar encima de Tanya Desjani en ese mismo momento para convencerla de que él era un ser de carne y hueso de verdad. Después de todo, había pasado más de un siglo desde que había tenido su último encuentro físico con una mujer y aquella era demasiada sequía se contase como se contase el tiempo. Aquel pensamiento le sirvió para disfrutar de una perversa distracción lo suficientemente intensa como para subirle un poco el ánimo.
—Podría haber sido por mí, porque por aquel entonces estaba por allí una teniente de pelo azabache que en mi opinión era más caliente que un campo de plasma. Por suerte, por el orden y la disciplina, ella me veía como un joven geek sin remedio.
Desjani le dedicó una sonrisa de cortesía, porque estaba claro que no lo creía.
—La coronel Carabali pidió que se pusiese en contacto con ella antes de la salida de los transbordadores. Estaba a punto de enviarle un mensaje —aseveró Desjani.
—Me alegra saber que he llegado justo a tiempo. —Geary llamó a la coronel, momentáneamente sorprendido al comprobar que Carabali no estaba vestida con su ropa de comandante. Pero bueno, si se piensa bien, tampoco puede hacerlo. Su responsabilidad es orquestarlas operaciones de los equipos que van en cada una de las naves. No puede meterse en una de ellas—. ¿Sí, coronel?
—Capitán Geary, querría saber si tiene alguna instrucción especial que dar a mis infantes de Marina antes de que sus transbordadores se dispongan a partir —solicitó Carabali.
—No lo creo, coronel. Mi experiencia me dice que los infantes de Marina saben hacer su trabajo mejor que yo. Doy por sentado que no es preciso que diga que no me fío de los síndicos —recordó Geary.
Carabali sonrió de oreja a oreja.
—Mi gente está preparada para cualquier situación de combate que pueda acontecer. Incluso aunque esos buques mercantes estén repletos de tropas de asalto síndicas, mis infantes de Marina serán capaces de hacerles frente —proclamó Carabali.
—Si eso ocurriese, coronel, le aseguro que mis buques de guerra se encargarán de que ninguno de esos buques mercantes sobreviva. Pero esperemos que no haya que llegar tan lejos. Me gustaría que nos pudiéramos hacer con esos suministros que llevan a bordo —afirmó Geary.
—Entendido, señor. —Carabali miró hacia un lado—. Diez minutos para el lanzamiento de los transbordadores. Lo mantendré informado de cualquier novedad que pueda surgir.
—Gracias. —Geary se relajó de nuevo, reconfortado por la insultante competencia de Carabali. Es la leche tener a gente como los infantes de Marina cubriéndote las espaldas. El capitán repasó el visualizador de la flota y anotó mentalmente qué buques de guerra se encontraban mejor situados para entrar en combate con los mercantes síndicos en caso de que fuera necesario. Parece que estamos preparados para todo. Aquel pensamiento le trajo a la cabeza el recuerdo de su viejo comandante, muerto hacía tiempo a pesar de que en su memoria aquel recuerdo solo tenía varias semanas de antigüedad. Geary le dijo lo mismo en cierta ocasión y lo único que obtuvo de su superior fue una mirada de preocupación que le hizo preguntarse qué podrían estar pasando por alto. Bueno, Patros, ahora tú estás a salvo con tus antepasados y yo sigo preguntando qué puedo estar pasándome por alto.
Geary pasó los siguientes minutos tratando de expeler las malas vibraciones que le había granjeado el recuerdo de su antiguo compañero de tripulación. Patros no formaba parte del puente de mando del Intrépido aquí y ahora, pero en sentido estricto Geary tampoco. Dos fantasmas. Eso es lo que somos Patros y yo. ¿Qué demonios sigo haciendo aquí, vivo y luchando en una guerra que ahora pertenece a nuestros descendientes?
Los transbordadores de la Marina partieron finalmente sobre el horario previsto, lo cual le proporcionó a Geary algo en lo que concentrar su atención. Con la vista siguió las trayectorias de los transbordadores a medida que se iban arqueando cada una en dirección al buque mercante en concreto que hubiese sido determinado como su objetivo. Geary notó cierta tensión en su interior al ver cómo sus pequeños y rápidos transbordadores caían en picado sobre los enormes y desgarbados buques mercantes.
Resultaba tan extraño como observar una ráfaga de espectros abalanzándose sobre sus objetivos, pero en ese momento los transbordadores se dieron la vuelta y empezaron a frenar en lugar de acelerar hasta impactar contra el objetivo, como habrían hecho los misiles. Geary, que ya empezaba a sudar por las ansias de que llegaran las noticias de los infantes de Marina, recordó con retraso que tenía a su disposición un panel de vídeo y empezó a toquetear los botones de su panel de mandos hasta que este volvió a aparecer. De pronto veinte pantallas volvieron a la vida junto al visualizador de Geary y cada una de ellas mostraba la visión de cada uno de los líderes de los escuadrones de infantes de Marina.
Esta vez no había nada más que tuviese que estar vigilando, así que Geary observó, fascinado, como los infantes de Marina penetraban en los buques mercantes, llevaban a cabo exploraciones y situaban guardias en zonas estratégicas como el área de ingeniería y el puente de mando. Todo sucedió sin problemas, sin resistencia alguna por parte de los síndicos, que se comportaron de una manera rígida y formal pero sin mostrar abiertamente hostilidad alguna. Al contrario de lo que ocurría con las enormes tripulaciones de los buques de guerra, que debían ser lo suficientemente grandes como para cubrir las necesidades de combate y de daño en combate, los buques mercantes no tenían más que una docena de tripulantes por navío, lo que facilitaba que los infantes de Marina pudiesen vigilarlos de cerca a todos y cada uno de ellos.
Geary había visto el interior de los buques mercantes síndicos en el pasado, antes de que estallase la guerra, cuando se ordenó a su nave que llevase a cabo inspecciones de navíos que penetraban en el espacio de la Alianza. Todavía podía reconocer alguna de las características de los mercantes síndicos en lo que veía ahora mismo, lo cual le hizo preguntarse si los navíos serían muy viejos o si el diseño había perdurado todo ese tiempo. El capitán llegó a la conclusión de que ambas opciones podían ser ciertas dado que aquel era un sistema al que la hipernet había pasado por alto.
Uno a uno, los líderes de los escuadrones de infantes de Marina fueron emitiendo sus partes y declararon que los buques mercantes estaban, hasta donde habían podido comprobar, desarmados y listos para proceder pacíficamente al encuentro. Pese a todo, Geary se percató de que los infantes de Marina que vigilaban a los tripulantes síndicos no mostraban síntomas de relajación y se mantenían en posición de combate de forma permanente. Una vez más, experimentó un momento de empatia con aquellos hombres y se preguntó cómo se sentirían los tripulantes del mercante teniendo allí cerca a infantes de Marina armados hasta los dientes y dispuestos de manera imponente junto a ellos; visitantes extraños, en suma, dentro de los compartimentos habituales de sus naves. Mientras no intenten nada, estarán a salvo. Deben ser conscientes de ello, después del modo en el que hemos procedido a escoltar a los prisioneros hasta la base. Eso debería bastar para evitar que nadie haga ninguna tontería.
Los buques mercantes se aproximaron a la flota de la Alianza mientras Geary observaba las imágenes de las tripulaciones síndicas desde el punto de vista de los infantes de Marina. Al mismo tiempo, su visualizador mostraba a los veinte buques mercantes síndicos encaminándose a una velocidad que parecía relajada hacia su encuentro con las naves auxiliares de la Alianza.
Parecía que no había nada que no estuviese en su sitio. Nada en absoluto. ¿Qué se me puede estar pasando? Geary se devanó los sesos en busca de una respuesta, pero no se le ocurría nada. Quizá por una vez tengamos todo bajo control.
—Capitán Geary, aquí la coronel Carabali.
Delante del capitán apareció una nueva ventana que mostraba el rostro de Carabali. No parecía muy contenta.
—Señor —prosiguió Carabali—. Aquí hay algo que me huele mal.
O quizá no. Geary levantó la vista hacia la capitana Desjani e hizo un gesto para captar su atención.
—La coronel dice que hay algo que no le gusta —parafraseó Geary. Desjani frunció el ceño y tecleó el comando necesario para meterse en la conversación.
—Continúe, coronel —ordenó Geary.
Carabali señaló en dirección a algo que Geary no podía ver.
—¿Está usted viendo la señal de vídeo procedente de las naves síndicas, señor? —inquirió Carabali.
—Sí —respondió Geary.
—¿No hay nada en sus tripulantes que le resulte raro, señor? ¿Cómo oficial de flota, señor? —insistió la coronel.
Geary frunció el ceño también, y se dispuso a estudiar las imágenes con más detenimiento. Había algo extraño en ellas, ahora que Carabali llamaba la atención sobre ello.
—¿Se supone que todos los oficiales mercantes de primer rango están en sus puentes de mando? —interrogó Geary.
—Sí, señor, así es —respondió Carabali.
Desjani hizo un ruidito.
—Parece que los síndicos ascienden a sus oficiales mercantes a una edad muy temprana, ¿no? —intervino la capitana.
Carabali asintió con la cabeza.
—Sí. Exacto. Supongo que los síndicos pidieron voluntarios para formar parte de la tripulación de esas naves, pero hasta donde puedo saber después de realizar una inspección visual, no hay ni un hombre ni una mujer a bordo de esas naves que supere los veinte años —apuntó Carabali.
—Interesante panda de voluntarios —musitó lentamente Geary—. La mayor parte de los capitanes de mercantes que conocí en mis tiempos no habrían dejado sus buques en manos de nadie, ni siquiera en un caso como este.
—He preguntado a mis infantes de Marina —señaló Carabali—. Me indican que es evidente que muchos de estos que afirman ser parte de la tripulación no están familiarizados con las naves. Mis hombres creyeron que se debía a la asignación de voluntarios procedentes de la cantera de marinos mercantes a estas naves, pero no estoy segura de que esta sea la razón.
Geary se quedó pensando, pero aquello no le gustaba un pelo. Los buques mercantes tendían a tener oficiales de más edad, gente que había aprendido el oficio y se habían abierto camino a través de largos años de experiencia. Era una clase de profesionalismo muy diferente al de los oficiales de flota; pero, a su modo, demostraba suficiente fortaleza. Geary volvió a echar un vistazo a los supuestos mercantes.
—Jóvenes y también en buena forma física, ¿no? —preguntó Geary.
—Mírelos a los ojos, señor. Observe el modo en el que se comportan —urgió Carabali.
—Mierda. —Geary intercambió una mirada con Desjani—. Esos tipos no son mercantes. Parecen soldados.
—Me apostaría mi carrera a que son militares —corroboró Carabali—. Y no militares cualquiera, no. Tratan de no ponerse firmes y actuar como civiles, pero ya no saben comportarse así. Se les ha preparado a conciencia. Me parece el tipo de gente que uno se podría encontrar en la guardia de asalto.
—Guardias de asalto. —Geary inspiró lentamente—. El tipo de soldados que uno manda cuando se encuentra en una misión desesperada.
—O misiones sin billete de vuelta. Sí, señor —ratificó Desjani.
Desjani parecía dispuesta a ordenar una matanza y, por una vez, Geary no la culpó por ello.
—Muy bien, coronel. ¿Qué cree que están planeando? ¿Algún tipo de ataque? —inquirió Geary.
Carabali se mordió el labio inferior.
—No se trata de un asalto convencional. Son demasiado pocos, no tienen armadura y no tendrán fácil acceso a las armas porque las tenemos localizadas. Si hubiera tripulantes protegiéndolas, podrían superar su barrera, pero no es lo mismo siendo mis infantes de Marina los que custodian con su equipamiento de combate al completo —arguyó Carabali.
—Eso mismo pensaba yo. ¿Entonces, qué? Hemos confirmado que no hay armas a bordo de esos buques mercantes.
Desjani se estremeció como si se le hubiera encendido una bombilla y enseguida se acercó hacia Geary y le dijo algo en voz baja pero a toda prisa.
—Sí que tienen un arma, señor —murmuró la capitana—. Sus núcleos de energía.
Geary pestañeó, tratando de digerir la información y comprobando que Carabali se había quedado ligeramente blanca al escuchar la afirmación de Desjani.
—Sus núcleos de energía. ¿Cree que tienen intención de hacer explotar sus núcleos de energía cuando se acerquen a nuestras naves? —sondeó Geary.
Carabali asintió enérgicamente.
—La capitana Desjani está en lo cierto, señor. Estoy segura. Mire a esos síndicos a los ojos, señor. Se han embarcado en una misión suicida —vaticinó Carabali.
—Estoy de acuerdo —afirmo Desjani—. Todos coincidimos en que no son miembros de una tripulación de mercantes. Son tropas de combate y solo tienen un arma disponible en estas naves.
Joder, esta sí que es buena. Geary se contuvo la urgente necesidad de empezar a blasfemar un buen rato y en voz alta.
—Estamos de acuerdo —aprobó Geary—. ¿Cómo pueden descargar sus núcleos de energía mientras los infantes de Marina los observan?
Desjani volvió a tomar la palabra.
—Tienen que tener adosado algún tipo de detonador por control remoto. —Carabali asintió con la cabeza—. Podría estar en cualquier parte y tener cualquier aspecto. —Nuevo asentimiento por parte de la coronel.
—¿Entonces deberíamos retirar las tripulaciones? Sacarlas de las naves, digo —se explicó Geary.
Esta vez Carabali meneó la cabeza rotundamente.
—Si empezamos a intentar sacarlos de las naves, probablemente los síndicos activarán el detonador sin más. Es posible que usted conserve entonces sus grandes naves intactas, pero perderíamos a todos los infantes de Marina y todos los transbordadores —recordó Carabali.
—¿Y si los matamos? —preguntó Desjani calmadamente.
Geary se planteó esa posibilidad y se preguntó también qué estarían pensando hacer aquellos síndicos.
—Sí. ¿Es esa una buena opción? —inquirió el capitán.
Carabali hizo una mueca de disgusto.
—Arriesgada, señor. Tal vez podamos abatirlos lo suficientemente rápido, pero como tengan detonadores conectados a dispositivos de hombre muerto mis infantes de Marina quedarán condenados de todas formas —apuntó la coronel.
—¿Dispositivos de hombre muerto? ¿No podríamos ver si…?
Geary dejó de hablar al ver que Carabali volvía a menear la cabeza.
—No, señor —zanjó la coronel—. Los dispositivos pueden ser implantes y estar unidos a su sistema nervioso o a su corazón. Si los síndicos mueren y se les para el corazón o el sistema nervioso deja de funcionar, es muy probable que eso sea suficiente para activar la detonación.
—Ya veo. —Eso sí que es un avance con respecto a lo que teníamos en mis tiempos, aunque yo no lo llamaría una mejora precisamente.
Entonces el rostro de Carabali se iluminó.
—Pero hay otra opción —apuntó la coronel—. Mis infantes de Marina tienen un dispositivo antidisturbios porque esperábamos tener que tratar con civiles.
—Y eso quiere decir que… —incidió Geary.
—Entre otras cosas, que tienen dispensadores de gas CRX. Se trata de un gas que sirve para suprimir disturbios, no para dispersarlos, así que es inodoro e incoloro, e inhalar una minúscula cantidad basta para dejar a alguien fuera de combate durante un rato —explicó Carabali.
—Está sugiriendo que los dejemos fuera de combate —dijo Geary.
—Sí, señor. Estarán inconscientes antes de saber lo que tramamos —aseveró Carabali.
—¿Y está usted segura de que el tal CRX no va a provocar una reacción física que pueda activar el dispositivo de hombre muerto? —insistió el capitán.
—Bastante segura. Pero puedo contrastarlo con mi personal médico —ofreció la coronel.
—Hágalo, por favor. —Geary se quedó a la espera, tratando de no mostrarse impaciente mientras pasaban los segundos hasta que la imagen de Carabali volvió a aparecer enfocada delante de él.
—El personal médico asegura que el CRX es seguro —informó Carabali.
—¿Es seguro o puede que sea seguro? —presionó Geary.
Carabali sonrió abiertamente.
—Les he preguntado si arriesgarían su vida en tal predicción y ninguno de ellos ha mostrado el menor resquicio de duda —aseguró Carabali.
—Son infantes de Marina —apuntó Desjani con sequedad.
—El personal médico no —le recordó Carabali—. Ha sido la flota la que los ha asignado a todos ellos a la Marina, así que aunque el contacto tan cercano con los infantes de Marina puede producir cierta empatía, siguen sin compartir la misma mentalidad.
Aquel breve intercambio dibujó una sonrisa en el rostro de Geary.
—Estupendo entonces. Acabamos de concluir que el personal médico no está tan dispuesto a morir en el cumplimiento de su deber como el común de los infantes de Marina —ironizó Geary—, así que podemos dar por supuesto que está en nuestra mano noquear a esos supuestos mercantes sin mayor problema.
—Pero no quiere decir que no sigan suponiendo una amenaza —recordó Desjani—. Las naves pueden estar provistas de dieciocho formas distintas de descargar su energía cuando pasen cerca de nuestros grandes navíos. Unos cuantos fusibles de proximidad escondidos tras los cascos de las naves serían suficientes para lograrlo y no hay forma de garantizar que podamos encontrarlos en el tiempo que tenemos. —La capitana hizo una pausa—. Los buques mercantes no tienen todo el equipamiento del que disponen los acorazados, pero así y todo siguen teniendo una gran variedad de sistemas. Ni que decir tiene que pueden haber instalado un montón de dispositivos más para activar los núcleos de energía.
Como por ejemplo si cambiamos la trayectoria o velocidad de esas naves sin que la tripulación síndica introduzca algún tipo de código. Tengo veinte bombas voladoras yendo directas hacia las naves más vulnerables y valiosas de esta flota. Geary se quedó pensando en la situación que se planteaba.
—De acuerdo. Pongamos que usamos el CRX. Eso nos dejaría con veinte naves que no podríamos dejar acercarse a nuestras unidades de mayor tamaño y veinte tripulantes síndicos inconscientes. —Geary sabía que Desjani lo estaba observando, a la espera de su decisión y preguntándose cómo iba a conciliar tal decisión con su preocupación manifiesta por los prisioneros. Después de todo, tendría una justificación clara si emprendiese una acción contra un grupo de gente cuyo plan consistía en lanzar un ataque suicida por la espalda. Pero eso no significa que tenga que hacer nada que no quiera hacer. Y lo que si que quiero hacer es complicarle la vida a la gente que ha planeado esto, a los que han enviado guardias de asalto a una misión suicida mientras ellos esperaban sentados sanos y salvos cerca del mundo poblado—. ¿Con cuánto tiempo contamos?
Carabali miró hacia Desjani, que tecleó algo rápidamente sobre su panel de mandos. En el visualizador de Geary aparecieron unas esferas grandes que rodeaban a cada buque mercante síndico.
—Aquí se puede ver la estimación del radio de daños para cada buque mercante. Sobresale un poco de un lado por el vector de movimiento de la nave en cuestión. Si nuestras naves consiguen situarse más lejos de ahí, sus escudos deberían ser capaces de deshacerse de cualquier destrozo que llegue hasta su posición —apuntó la capitana.
Geary evaluó las distancias y el tiempo disponible hasta que los buques mercantes se situaran demasiado cerca de las naves auxiliares. No quedaba mucho tiempo, pero con suerte sería suficiente.
—Muy bien, coronel. Así lo haremos entonces —resolvió Geary. Veinte minutos después, Geary observó a través de la señal remota de vídeo cómo metían sin mucha ceremonia a todos los miembros de la tripulación síndica, desde el primero hasta el último, en las cápsulas de salvamento situadas en sus navíos. Como ninguno de ellos estaba sujeto al asiento por el cinturón, pegaron un bote hacia arriba al arrancar las naves de salvamento. Bueno, si su plan era suicidarse, no creo que tengan muchos motivos para quejarse de unos cuantos moretones o algún que otro hueso roto.
Las escotillas de las cápsulas de salvamento se dejaron abiertas a modo de precaución, no fuese a ser que estas escondiesen una bomba trampa al cerrarse. Los infantes de Marina se apresuraron a regresar a sus transbordadores y se encontraron en las esclusas de aire con el resto de la infantería de Marina allí desplazada y que, a su vez, venía de descargar instrucciones en los pilotos automáticos que había en los puentes de mando de los buques mercantes.
Geary dejó escapar una bocanada de aire que no había sido consciente de haber estado conteniendo al ver cómo los transbordadores se alejaban de los buques mercantes. El capitán miró la hora con el deseo de que los transbordadores se movieran más rápido para alejarlos lo máximo posible de los mercantes y su radio de daños antes de que las instrucciones automatizadas que había enviado a los infantes de Marina para que las descargaran acabaran de llegar finalmente.
—Treinta segundos —advirtió innecesariamente Desjani.
Geary se limitó a asentir con la cabeza, mientras sus ojos se movían rápidamente entre los transbordadores de la Marina, los radios de daños de los buques mercantes, y las naves auxiliares de la flota de la Alianza que se acercaban cada vez más a su cita con los mercantes.
—Da la señal.
Geary contuvo de nuevo la respiración, tratando de ver si las instrucciones enviadas a los sistemas automatizados de los buques mercantes para sellar las naves de salvamento desataría la destrucción de las naves. Los transbordadores de la Marina deberían de estar ya lo suficientemente lejos como para encontrarse a salvo, si las estimaciones estaban en lo cierto. Pero «estimación» significa precisamente que puede equivocarse.
—Las cápsulas de salvamento deberían estar saliendo —anunció Desjani.
—Ahí están. —Geary señaló a su visualizador, en el que los sistemas del Intrépido seguían el rastro de las cápsulas de salvamento que habían salido disparadas de los buques mercantes. Por un momento también se preguntaron si el lanzamiento de las naves de salvamento podría provocar que los núcleos de energía de las naves se dispararan. Pero, una vez más, los buques mercantes siguieron su camino, dirigiéndose hacia la flota de la Alianza de manera constante y casi desconcertante—. Veamos qué ocurre si jugamos con las trayectorias de los buques mercantes.
Unos momentos después, las instrucciones que habían descargado los infantes de Marina dieron la orden a los sistemas de maniobra de los buques mercantes de empezar a moverse arriba y abajo. Los enormes y lentos buques mercantes, cargados hasta arriba con los productos que había exigido la flota de la Alianza, se balancearon aparatosamente hasta que sus oscilaciones comenzaron a apuntar hada abajo y lejos de la dirección en la que se encontraba la flota de la Alianza.
—Aún queda una cosa más —observó Desjani.
Los propulsores principales de las naves síndicas entraron en ignición y, al empujar contra la masa y el impulso de los buques mercantes, estos acabaron cambiando su trayectoria en el espacio. Geary trató de seguir la evolución de tales movimientos, ya que los buques mercantes no dejaban de acercarse peligrosamente a algunas naves de la Alianza.
—¿Deberíamos hacer maniobrar a la Titánica y a la Genio para asegurarnos de que estas cosas no se acercan demasiado? —inquirió Geary.
Desjani apretó los labios mientras estudiaba el movimiento relativo de las naves y después meneó la cabeza.
—En cualquier momento, a partir de ahora, deberíamos de empezar a ver que las distancias entre nuestras naves y las suyas se agrandan. A no ser que algo provoque que los propulsores principales se desconecten, esos buques mercantes dejarán de ser una amenaza en breve —vaticinó Desjani.
Los propulsores no se desconectaron, sino que siguieron empujando con toda la fuerza que tenían a su alcance. Poco a poco, las trayectorias previstas para los torpes navíos mercantes comenzaron a sufrir modificaciones. Los cambios se hicieron evidentes a medida que las nuevas trayectorias divergían más y más de las rutas originales. Una vez efectuado el cambio, este se volvió más rápido en cuanto aquellas grandes naves cogieron velocidad ya en su nueva ruta y se lanzaron por ella a toda prisa.
—¿Adónde van? —preguntó la imagen de la coronel Carabali.
Geary sonrió tanto que sus labios se estrecharon notablemente.
—A casa —musitó.
Carabali frunció el ceño.
—No, coronel —la tranquilizó Geary—. Les estamos devolviendo a los síndicos sus naves, pero no van a agradecernos el gesto. Teníamos que hacer algo con esas veinte naves y, de esta manera, la gente que lanzó este ataque sobre nosotros obtendrá una respuesta inmediata por nuestra parte. Hay dos instalaciones militares orbitando alrededor del mundo poblado. Las órdenes que les hicimos descargar a sus infantes de Marina hicieron que los sistemas de maniobra de los buques mercantes lanzasen a diez de ellos directamente al punto en el que se encontraba una de esas instalaciones. Las otras diez irán dirigidas a la otra instalación.
El ceño fruncido de la coronel inmediatamente se convirtió en una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Diez buques mercantes repletos de cargamento dirigidos expresamente contra un objetivo de órbita fija? Me da que los síndicos van a tener algún que otro problemilla para detenerlos —comentó Carabali con sorna.
—Tantos que no van a ser capaces de detenerlos, coronel —le aseguró Geary. Inmediatamente después hizo un gesto en dirección a las imágenes de los pesados navíos mercantes—. En condiciones normales, los buques mercantes serían demasiado lentos como para preocuparse por ellos y podrían ser destruidos con facilidad según se aproximan. Sin embargo, estos buques no van a reducir la velocidad a medida que se aproximen a la órbita. Seguirán acelerando todo lo que puedan hasta realizar el impacto.
—Y —añadió una Desjani también sonriente—, cualquier impacto en los buques mercantes provocará la salida de una gran cantidad de carga acumulada. Si consiguen volar los mercantes, tendrán que tratar de apañárselas con toda esa carga y con los escombros que resulten de las explosiones y que no dejarán de abalanzarse sobre ellos.
Geary también sonrió.
—Después de todo, necesitamos mantener nuestros suministros de artillería de largo alcance. Si al faltar a su palabra los síndicos nos proporcionan algo que nos sirve para castigarlos, no les quedará más remedio que asumir las consecuencias de sus actos. —El capitán observó el visualizador—. Estamos a poco más de treinta y dos minutos luz del mundo poblado. Ellos tardarán una media hora en ver que su ataque suicida no ha salido como habían planeado. Pongamos que tardan por lo menos otros diez minutos en seguir el rastro de los mercantes y hacerse una idea de hacia dónde se dirigen. Yo esperaré media hora para evitar darles la voz de alarma y después les mandaré un mensaje.
—Que tardará en llegarles una hora más o menos. Eso es mucho menos de lo que tardarán los buques mercantes en llegar a sus objetivos. Tendrán tiempo de evacuar sus instalaciones orbitales —suspiró Desjani.
—Es inevitable —apuntó Geary encogiéndose de hombros—. No tendrán problemas en ver venir a los buques mercantes mucho antes de que lleguen a su posición. Además, los directores ejecutivos que puedan estar en esas instalaciones serán siempre los primeros en salir. Tampoco creo que se vayan a ir de rositas. Tendrán que explicarles a sus superiores cómo han llegado a perder absolutamente todos los enclaves militares síndicos de este sistema y por qué han provocado también la destrucción de la mayoría de los buques mercantes de gran tonelaje, todo ello sin infligirnos baja alguna y sin impedir que siguiéramos avanzando.
La sonrisa de Carabali se volvió lúgubre.
—Quizá cambien su sala de juntas por los campos de trabajo —señaló la coronel.
—Quizá —asintió Geary—. Y menuda vergüenza que será eso para ellos.
Pasada la media hora, Geary se sentó en su escaño y se aseguró de que su uniforme tenía buen aspecto, aunque no impecable. No quería parecer uno de esos burócratas impolutamente ataviados que se ocupaban de llevar los asuntos en los Mundos Síndicos.
—Comienzo a la transmisión. Gentes del sistema estelar Corvus —dijo con su mejor voz de mando, ligeramente más grave y potente que la que tenía habitualmente—, aquí el capitán John Geary, comandante de la flota de la Alianza. —Geary hizo una pausa durante un momento para dejar que los receptores se dieran cuenta de quién era el que se dirigía a ellos. No en vano el capitán sospechaba que, como dentro de la Alianza creían que Black Jack Geary era un salvador, para los síndicos sería algo así como el hombre del saco, o al menos representaría una amenaza con un aura sobrenatural a su alrededor. Era algo que no le hacía sentir cómodo, pero tampoco era cuestión de descartar un arma que podría incrementar las esperanzas de la flota de volver a casa.
—Deseo informarles de dos cosas. La primera de ellas es que los buques mercantes que acordamos se reunirían con nosotros han resultado ser una bomba trampa. Hemos negociado con sus líderes de buena fe. Ellos han faltado a su palabra y como resultado de ello han perdido esas naves. Ahora mismo están regresando a modo de revancha contra aquellos que las enviaron. Quiero que quede claro que aunque hemos sido traicionados por sus líderes, no esperamos obtener ninguna retribución infligiéndoles a ustedes daño alguno.
»La otra cosa de la que debo informarles es que las tripulaciones de los buques mercantes fueron ubicadas sin sufrir daño alguno en las cápsulas de salvamento de tales buques, que fueron expelidas con dirección a su mundo. No hemos saboteado ni puesto ninguna bomba trampa de ningún tipo en esas cápsulas que van de camino. No las hemos convertido en armas. En su interior no hallarán más que a sus propios tripulantes.
»Podíamos haber matado a los tripulantes de esas naves ya que, al planear un ataque por la espalda camuflados como civiles se han quedado fuera del amparo de las protecciones que estipula el derecho de la guerra. Podríamos haber tomado represalias contra su mundo. Esta flota cuenta con suficiente poder como para borrar del mapa cualquier vestigio de vida en este sistema. Sin embargo, no hemos hecho nada de eso. La flota de la Alianza ha mostrado más preocupación por las vidas de los ciudadanos del sistema Corvus que sus propios líderes. Ténganlo presente.
»Por el honor de nuestros antepasados —recitó Geary, empleando la vieja formulación a pesar de que hasta él mismo se preguntaba si una cita tan desfasada ya en sus días no se habría quedado ya completamente anticuada en estos tiempos—. Aquí el capitán Geary, oficial al mando de la flota de la Alianza. Fin de la transmisión.
Geary se relajó y se dio cuenta mientras tanto que la capitana Desjani tenía una leve sonrisa en los labios.
—Esto debería darles a los síndicos algo sobre lo que reflexionar hasta que los buques mercantes empiecen a impactar contra sus objetivos. Especialmente por el hecho de que usted usó la despedida antigua y formal para cerrar su mensaje —indicó Desjani.
—¿Entonces ya no se usa? —preguntó Geary.
—Nunca he tenido constancia de ella, documentos históricos al margen —asintió Desjani, sin que su sonrisa se inmutara lo más mínimo—. Sí. Es el tipo de toque personal que los va a dejar temblando de miedo, porque deja claro a todas luces que Black Jack Geary está de vuelta.
Geary también asintió, si bien se guardó sus propios pensamientos para sus adentros. Sí. Estupendo. Ser consciente de que probablemente yo sea la pesadilla andante de montones de gente no es algo que hubiera deseado en ningún momento.
Pero uno hace uso de las armas de las que dispone.