La imagen de la coronel Carabali apareció saludando a Geary.
—Mis infantes de Marina están preparados para hacerse con la base síndica, capitán Geary —informó Carabali.
Geary bajó la vista hacia aquel mundo gélido, que en esos momentos se encontraba ya a menos de un minuto luz del Intrépido.
—Asegúrese de que sus infantes de Marina saben que queremos causar los menores destrozos posibles durante la toma de la base. Una vez que nos hayamos aprovisionado de aquello que podamos utilizar, destruiremos todo lo que quede que tenga potencial militar, pero quiero asegurarme de que no agujereamos nada que podamos querer para nosotros mismos —advirtió el capitán.
—Se les ha informado que deben tratar de evitar a toda costa que haya daños colaterales, capitán Geary —explicó la coronel.
Geary empezó a preguntarse si aquello garantizaba que fuesen a seguir tales órdenes de forma escrupulosa, pero no quiso ir más allá en sus cavilaciones mentales, así que se detuvo ahí. A no ser que las cosas hubieran cambiado mucho más de lo que Geary se podía imaginar, uno no se preguntaba si los infantes de Marina estaban dispuestos a cumplir órdenes o no. Simplemente se daba por sentado que así era y no había más.
—Muy bien. Ponga sus unidades de desembarco rumbo a la base síndica. La Arrogante, la Ejemplar y la Aguerrida han desactivado las defensas antiespaciales que había cerca de la base y mantendrán sus posiciones por encima de ustedes en caso de que necesiten su fuego de artillería —comentó Geary.
—Gracias, capitán Geary. Mis infantes de Marina pondrán esa base a su disposición inmediatamente. Intacta —añadió la coronel Carabali con un ligero movimiento de labios que podría haber querido ser una sonrisa.
Geary se recostó, frotándose la frente y preguntándose por qué daba la sensación de que las cosas pasaban o demasiado despacio o demasiado deprisa sin que hubiera una transición de facto entre ambos estados. El capitán volvió a mirar al visualizador, en el que se podía comprobar como las naves de la flota que no estaban implicadas en la toma de la base síndica habían reducido su velocidad hasta una vigésima parte de la velocidad de la luz. Como ya no había ningún combatiente enemigo al que hacer frente que les pudiera dispersar, finalmente empezaba a parecer que aquello era una formación. La Titánica y el resto de las naves auxiliares de la flota volvían a tener escolta y viraban ligeramente por encima del resto para emprender una ruta directa hacia el punto de salto que emplearían para salir del sistema Corvus dentro de varios días.
Geary frunció el ceño mientras sus ojos continuaban posados en los cruceros de batalla que seguían haciendo esfuerzos para reunirse con el resto de la flota. ¿Cuánto tiempo me queda en este sistema? ¿Cuánto tiempo habrán tardado los síndicos en reorganizar su flota, en decidir cuánta gente mandar por el punto de salto a perseguirnos, y en atravesar de manera efectiva el espacio de salto? He pasado mil veces por esta situación y siempre llego a la misma conclusión: no hay forma humana de saberlo. Pero, aparte de las fuerzas que dejé en el punto de salto con Duellos al frente; no me atrevo a dejar a nadie más en la retaguardia.
Geary estudió la actividad síndica que quedaba en el sistema Corvus. El capitán sabía dónde se podían ver las señales que indicaban la llegada de su flota gracias a una esfera que se expandía a escala a la velocidad de la luz a lo largo de la representación del sistema. Resultaba curioso pensar que el mundo habitado no tendría conocimiento durante bastante tiempo de la llegada de la flota y la destrucción, horas después, de las tres naves síndicas. La guerra había llegado a Corvus, pero la mayoría de los habitantes del sistema seguirían sumidos en una feliz inconsciencia todavía unas horas más.
Geary no había vuelto a tener noticias del comandante síndico. O aquel hombre estaba rebuscando entre las instrucciones de combate de la flota síndica para saber qué debía hacer a continuación, o había muerto durante el bombardeo preliminar de la base. A juzgar por las bajas en las tripulaciones de los dos navíos síndicos que habían luchado hasta morir inútilmente, Geary no pudo evitar desear que fuera lo segundo.
El capitán manoseó los botones del panel de mandos de su puesto hasta encontrar finalmente el que daba acceso a los informes sobre la base síndica cercana. Algunas de las imágenes parecían confirmar que la base, de hecho, había venido manteniendo almacenes de suministros a disposición de cualquier nave que pasara por allí y pudiera necesitarlos. Y tampoco era descabellado asumir que seguiría habiendo suministros aun en el caso de que la base hubiera sido abandonada, ya que desplazar todo aquel material hubiera supuesto unos costes superiores a los de su propio valor. Además, mantener aquellos suministros a bajísimas temperaturas y a salvo de las inclemencias del tiempo no era un gran problema en mundos como aquel, tan alejados de sus estrellas como para no tener una atmósfera significativa. Se supone que los almacenes están destinados a abastecer a los buques de guerra síndicos, por supuesto, pero no tengo intención de ponerme quisquilloso en estos momentos. Espero que la comida de la flota síndica sea mejor que la que ponen en la Alianza, pero lo dudo.
Por todos mis antepasados. Me estoy contando un chiste a mí mismo. Me pregunto si estaré empezando a descongelarme.
Me pregunto si deseo descongelarme.
—Capitán Geary. —El capitán miró hacia atrás y vio que la copresidenta Rione seguía en su asiento del puente de mando, con el rostro desprovisto de cualquier clase de emoción—. ¿Cree que se ha eliminado toda la resistencia síndica del sistema Corvus?
—No. —Geary gesticuló en dirección al visualizador que había delante de su silla, preguntándose hasta que punto Rione podría ver desde allí—. Como ha podido comprobar, nuestros infantes de Marina se encuentran en pleno proceso de toma militar de la base del cuarto mundo. Hay un par de bases militares alrededor del segundo mundo, el que no está poblado.
—¿Suponen una amenaza para la flota? —inquirió Rione.
—No. Se han quedado obsoletas y están diseñadas para defender el planeta, cuestión en la que no tenemos interés alguno en entrometernos. No pretendo meterme con ellas si puedo evitarlo —respondió Geary.
La capitana Desjani le lanzó una mirada de sorpresa al capitán.
—Debemos eliminar todo el potencial militar síndico existente en este sistema —afirmó.
—Esas fortalezas no suponen ninguna amenaza para nosotros y a los síndicos no les compensaría desplazarlas a ningún otro lado —replicó Geary—. En cambio, para sacarlos de allí tendría que enviar varias naves, malgastar artillería por el camino y preocuparme por el daño que se pudiera infligir a los objetivos civiles del planeta a causa de los pedazos de las fortalezas que consiguieran atravesar la atmósfera.
—Ya veo —asintió Desjani—. No tiene sentido malgastar con ellos nuestros limitados suministros de armas, amén de que usted no desea dividir la flota.
—Exacto. —Geary no dio señales de haber entendido que Desjani no reconocía las bajas civiles como argumento. El capitán vio entonces por el rabillo del ojo que Rione los observaba a ambos atentamente.
La copresidenta hizo un gesto en dirección hacia el visualizador de Geary.
—¿Ha retirado usted las unidades que protegían el punto de salto? —prosiguió Rione.
—Así es. Si pasa algo por ahí ahora mismo, casi con total seguridad será demasiado fuerte como para que mis cruceros de batalla puedan hacer nada contra él y no estoy dispuesto a sacrificarlos ni a ellos ni a ninguna otra nave solo por darme el gusto de darles en las narices a las fuerzas de persecución síndicas —zanjó Geary.
Rione estudió nuevamente el visualizador.
—¿No cree que podrían retirarse lo suficientemente rápido como para reunirse con nosotros? —insistió Rione.
—No, señora copresidenta, no lo creo. —Geary desplazó su dedo por el visualizador mientras seguía hablando—. Como ve, cualquier cosa que salga por el punto de salto probablemente lo hará a velocidad de persecución. Pongamos que a una décima de la velocidad de la luz, la misma a la que íbamos nosotros. Mientras estaban en guardia, mis cruceros de batalla estaban poniéndose al mismo nivel del movimiento que nos dirigía al punto de salto en el sistema, pero eso mismo era mucho más lento. Aquí los síndicos tendrían una gran ventaja en términos de velocidad, demasiada como para que mis cruceros de batalla o cualquier navío de esta flota no acabaran sucumbiendo a ella y terminaran hechos pedazos.
Desjani había estado siguiendo la conversación en silencio, pero ahora miraba hacia Rione.
—Si tuviéramos algún buque de guerra automatizado, podríamos emplear alguno para esta misión sin arriesgarnos a perder a ningún tripulante. Pero no tenemos nada así —se lamentó la capitana.
Geary frunció el ceño y notó, a juzgar por las expresiones en los rostros de Desjani y Rione, que aquella afirmación traía mucha cola.
—¿Se llegó a proponer eso? ¿Construir buques de guerra completamente automatizados? —inquirió Geary.
—Se llegó a proponer —respondió Rione secamente.
La expresión de la capitana Desjani se volvió más dura.
—En opinión de un buen número de oficiales, obtendríamos numerosas ventajas en situaciones como estas si se aprobase la construcción de naves no tripuladas controladas por dispositivos de inteligencia artificial —apuntó la capitana.
Rione clavó su mirada en los ojos de Desjani.
—En ese caso me temo que tales oficiales están condenados a no ver nunca colmados sus deseos. Uno de mis últimos cometidos antes de abandonar el espacio de la Alianza junto a esta flota fue participar en una votación de la Asamblea de la Alianza concerniente a tal programa. La propuesta fue derrotada ampliamente. Los líderes civiles de la Alianza no están dispuestos a confiar armas y decisiones relativas al empleo de tales armas a dispositivos de inteligencia artificial, especialmente cuando se habla de proporcionar a esos artilugios el control de buques de guerra capaces de infligir un gran daño sobre la población de mundos habitados.
Desjani saltó entonces como un rayo.
—Si se instalaran también dispositivos de inteligencia artificial para vigilar a los primeros…
—Estarían sujetos a los mismos fallos potenciales, por no hablar de su posible inestabilidad y un hipotético desarrollo impredecible de su comportamiento —replicó Rione.
—¡Entonces instalen un control manual! —espetó Desjani.
Rione meneó la cabeza implacablemente.
—Cualquier dispositivo de inteligencia artificial capaz de controlar un buque de guerra sería también capaz de aprender a saltarse ese tipo de controles. Además, ¿qué pasaría si nuestros enemigos descubriesen cómo acceder a este control mediante experimentos o a través de espionaje? —inquirió Rione—. No me apetece en absoluto otorgarles el control de buques de guerra construidos con nuestras propias manos. No, capitana, no creemos que se pueda confiar en los dispositivos de inteligencia artificial tanto como para permitirles operar de manera independiente. Le aseguro que la Asamblea no está dispuesta a ceder a este respecto. Ni ahora ni en un futuro que usted ni yo podamos ver.
Desjani, con el ceño fruncido, asintió imperceptiblemente con la cabeza y se dio la vuelta hacia su visualizador.
—De cualquier modo, —continuó Geary, pasando por alto la discusión como si no hubiera tenido lugar—, ahora que nos hemos deshecho de las fuerzas síndicas que había en el sistema, voy a amenazar a la población de ese mundo para que nos envíen naves de carga repletas del material que necesitamos. Comida, principalmente. Quizás algunas baterías, si es que podemos adaptar algo del material síndico para que funcione con nuestros aparatos.
Un oficial de pelo canoso situado a la derecha de Geary meneó la cabeza.
—No podemos, señor. Están diseñados a propósito para no ser compatibles. Lo mismo que las armas. Pero si logramos hacernos con las materias primas adecuadas, la Titánica y la Genio pueden fabricar más armas. La Titánica puede producir también más baterías, lo mismo que la Hechicera.
—Gracias. —Geary trató de mostrarse tan agradecido como en realidad se sentía por aquel resumen tan rápido y directo—. ¿Pueden decirme esas naves qué es lo que necesitan?
—Disponemos de esa información a bordo del Intrépido, señor. Suponiendo que las últimas actualizaciones que nos enviaron sean precisas, por supuesto —replicó el oficial.
—¿Se encarga usted de los suministros? —inquirió Geary.
El hombre de pelo gris hizo un saludo torpe, como si hiciese mucho tiempo que no ejecutaba el gesto.
—Ingeniero, señor —rectificó.
—Quiero que se asegure de que sabemos cuáles son las principales prioridades para cada una de esas naves —ordenó Geary.
—¡Sí, señor! —respondió sonriente aquel hombre. Según parecía, para él era todo un honor que Geary le encomendase una tarea.
Geary se volvió hacia Desjani.
—Al menos así me aseguraré de que el tributo que les pedimos a los síndicos de este sistema es justo —apuntó el capitán.
La copresidenta Rione se puso en pie y dio un par de pasos para acercarse a Geary y murmurar algo con un tono de voz lo suficientemente bajo como para que solo Geary y Desjani pudieran escucharla.
—Si sus exigencias se miden en función de eso, capitán Geary, estará descubriendo al mismo tiempo a los síndicos cuáles son exactamente sus mayores necesidades —expuso Rione.
Desjani hizo un gesto de disgusto. A Geary también le dio la sensación de que a la capitana el comentario no le había sentado bien, pero tenía que admitir que Rione estaba en lo cierto.
—¿Alguna sugerencia? —repuso Geary, también murmurando.
—Sí —prosiguió Rione—. Incluya alguna exigencia para despistar. Los síndicos no sabrán qué exigencias se corresponden con necesidades reales nuestras y cuáles son artículos de lujo, por así decirlo.
—Buena idea. —Geary esbozó una media sonrisa—. ¿No tendrá por casualidad alguna sugerencia referente a la persona que debería presentar nuestras exigencias a las autoridades locales?
—¿Eso va por mí, capitán Geary? —espetó Rione.
—No quería decirlo de esa manera, señora copresidenta. Pero usted posee las habilidades necesarias y sería estupendo que aceptase prestarse voluntaria antes de que fuese yo quien le encomendase esta labor —apuntó Geary.
—Lo tendré en cuenta. —Rione asintió mirando de nuevo hacia el visualizador de Geary—. Entiendo la mayoría de lo que ha estado sucediendo hasta ahora, pero no tengo ni idea de qué está ocurriendo alrededor de la corbeta rendida.
—La están desmontando para extraer las partes reutilizables —le aseguró Geary. El capitán se preocupó por comprobar la información personalmente y, tras ello, frunció el ceño y la estudió con más detenimiento. Acto seguido le dedicó una mirada inquisidora a Desjani, pero ella le respondió con otra dándole a entender que no veía nada raro, lo cual también molestó a Geary, que se apresuró a hacerse con los mandos de su panel de comunicaciones.
—Audaz, ¿por qué todas las cápsulas de supervivencia procedentes de la corbeta síndica se dirigen hacia usted? —inquirió Geary.
La otra nave no se encontraba demasiado lejos de allí, así que la respuesta fue tan rápida que casi pareció llegar en tiempo real.
—Hay materiales de las cápsulas de supervivencia síndicas que podemos reutilizar nosotros, señor. Suministros de reanimación de emergencia y raciones de comida de emergencia, principalmente —explicó el oficial de la nave.
—¿Pretende dejar la corbeta intacta? —insistió Geary.
No es que aquella fuera una gran amenaza, pero Geary no tenía intención de abandonar ningún buque de guerra enemigo operativo tras él, independientemente de si sus sistemas de combate habían sido despedazados o no.
—No, señor —replicó la Audaz—. La corbeta será destruida provocando una explosión de energía interna una vez que hayamos acabado de desmontarla.
Geary se quedó a la espera, pero cuando vio que la Audaz no decía nada más, volvió a pulsar el botón del intercomunicador.
—Audaz, ¿cómo pretende deshacerse de la tripulación de la corbeta? —Geary no quería verse en la obligación de dedicar una nave a transportar prisioneros a la superficie de un planeta o hacia cualquier otra ubicación segura.
—Están en la corbeta, señor. —La voz procedente de la Audaz parecía sorprendida ante la pregunta.
Una vez más, Geary siguió a la espera durante un momento para que la Audaz acabase de responder a su pregunta. Mientras empezaba a moverse de nuevo hacia el botón del intercomunicador, de repente se dio cuenta con una creciente sensación de pavor en su interior de que la otra nave había terminado de responderle. «¿Cómo pretende deshacerse de la tripulación?» «Están en la corbeta, señor». La corbeta que iba a ser destruida por su propia energía interna.
Geary bajó la vista hacia su mano, cuyo dedo aún pendía sobre el panel de comunicaciones, y comprobó que le temblaba el antebrazo. Se preguntaba qué más partes de su cuerpo estarían reaccionando ante la impresión que le provocaba aquello de lo que acababa de darse cuenta. Es tan simple como que van a hacer que los prisioneros salten por los aires con su propia nave. Antepasados míos, ¿qué ha pasado con mi pueblo? Geary buscó con la vista a la capitana Desjani, que estaba hablando con uno de los consultores del Intrépido y, al parecer, no se preocupaba demasiado por la conversación que estaba manteniendo el capitán con la Audaz. Por su parte, Rione parecía estar sentada detrás de él una vez más, fuera de su campo de visión.
Geary cerró los ojos, tratando de poner en orden sus pensamientos, después los abrió lentamente de nuevo y, finalmente, movió el dedo con gran cuidado para activar el intercomunicador.
—Audaz, al habla el capitán Geary. —Estáis a punto de cometer una masacre, cabrones—. Devuelvan las cápsulas de supervivencia a la corbeta síndica.
Pasaron unos pocos segundos.
—¿Señor? —preguntó la Audaz—. ¿Quiere que destruyamos también las cápsulas de supervivencia? Podríamos reutilizar alguno de sus componentes.
Geary se quedó mirando de frente y retomó la palabra con voz monocorde.
—Lo que yo quiero, Audaz, es que se permita a la tripulación de esa corbeta la posibilidad de salir evacuada de esa nave en sus cápsulas de supervivencia antes de la destrucción de la corbeta para que puedan llegar a un lugar en el que poder estar a salvo —explicó Geary—. ¿Ha quedado totalmente claro?
Hubo una pausa más larga.
—¿Se supone que los tenemos que dejar marchar? —preguntó el capitán de la Audaz con voz incrédula.
Geary se dio cuenta de que Desjani volvía a clavar su mirada en él. Haciendo caso omiso de aquello, el capitán volvió a intervenir, dejando que cada palabra que salía de su boca lo hiciese lenta y pesadamente como si fuera una cadencia de martilleos.
—Correcto. La flota de la Alianza no asesina prisioneros. La flota de la Alianza no viola el derecho de la guerra —recordó Geary.
—Pero… pero… nosotros…
La capitana Desjani se inclinó hacia el capitán, susurrándole algo con urgencia:
—Los síndicos…
Y entonces Geary perdió los papeles.
—¡Me da igual lo que se haya hecho hasta ahora! —rugió para que se enterasen tanto en el panel de comunicaciones como en el puente de mando—. ¡Me da igual lo que hagan nuestros enemigos! ¡No permitiré que ninguna nave que se encuentre bajo mi mando aniquile a ningún prisionero! ¡No permitiré que se deshonre a esta flota, ni a la Alianza, ni a los antepasados de todos los que están a bordo de estas naves cometiendo crímenes de lesa humanidad delante de las narices de todas estas estrellas que hoy nos rodean! ¡Somos tripulantes de la Alianza y nos vamos a atener a los estándares de honor en los que creían nuestros antepasados! ¿Hay alguna pregunta más?
El silencio fue la tónica reinante en aquel momento. La capitana Desjani se quedó mirándolo, con rostro sorprendido y los ojos delatando su conmoción. Finalmente, llegó una respuesta de la Audaz, entre susurros de la voz de su capitán.
—Las cápsulas de supervivencia están de camino hacia la corbeta de nuevo, capitán Geary —informó.
Geary hizo esfuerzos para controlar su tono de voz.
—Gracias —musitó.
—Si quiere que le presente mi dimisión…
—No. —Hacía ya unos cuantos días que Geary no había sentido debilidad alguna, pero parecía que una nueva oleada de flaqueza amenazaba con apoderarse de él ahora. El capitán trató de resistirse sin tener que recurrir a un parche de medicamentos—. No estoy al corriente de todo lo que nos ha conducido a esta situación. No tengo ninguna razón para pensar que usted no ha desempeñado sus obligaciones como creía que debía hacerlo. Pero debo poner énfasis en la necesidad de que cualquiera de las violaciones del derecho de la guerra que hayan tenido lugar hasta ahora deben cesar de inmediato. Somos la Alianza. Tenemos honor. Si nos aferramos a eso, venceremos. Si no lo hacemos… no merecemos vencer.
—Sí, señor. —Resultaba difícil adivinar, a juzgar por la voz del capitán de la Audaz, qué era lo que pensaba realmente de lo que le había dicho Geary, pero al menos estaba haciendo lo que se le ordenaba.
Geary se desplomó sobre la silla, con la sensación de que durante los últimos minutos había envejecido de golpe todo ese siglo que se había pasado durmiendo. La capitana Desjani miraba al panel de mandos, con gesto atribulado. Es una buena oficial. Como el capitán de la Audaz. Es solo que no los han llevado por el buen camino. En algún punto de todo este camino se han ido dejando de lado un montón de cosas importantes.
—Capitana Desjani…
—Señor. —Desjani tragó saliva y meneó la cabeza—. Disculpe que le interrumpa, señor; pero, mientras usted hablaba con la Audaz, los infantes de Marina han enviado un informe notificando que han tomado la base síndica y ahora mismo se encuentran ejecutando operaciones de aprovisionamiento.
—Gracias, capitana Desjani. Lo que quería decirle era que…
—Señor. Los infantes de Marina han hecho prisioneros a la mayor parte de la guarnición de la base —prosiguió la capitana.
Geary asintió con la cabeza, tratando de comprender por qué Desjani seguía interrumpiéndolo.
—El resto de la flota ha escuchado lo que le ha dicho usted a la Audaz. Con todo, los infantes de Marina podrían no haber estado controlando el intercomunicador que ha estado usando usted con la Audaz —explicó Desjani.
Ahora ya lo pillaba. Prisioneros. Montones de ellos. Y la capitana Desjani, independientemente de que estuviera de acuerdo con Geary o no, iba a seguir interrumpiéndolo hasta que se diese cuenta de lo que bien podría estar pasando en esa base.
—Póngame con la coronel Carabali —exigió Geary.
—Por alguna razón no está disponible por el intercomunicador, señor, pero tenemos la posibilidad de acceder a una señal de vídeo y audio procedente de la red de mando y supervisión de las fuerzas de tierra —ofreció Desjani.
—¡Conécteme a eso ya! —El visualizador de Geary parpadeó y la proyección tridimensional de las naves y del sistema de la estrella Corvus dejó paso a un panel compuesto de al menos treinta imágenes diferentes colocadas una junto a otra en columnas verticales. Geary tardó un momento en darse cuenta de que lo que estaba viendo eran imágenes de vídeo de lo que probablemente se correspondía con la visión de los distintos líderes de las fuerzas de asalto de la Infantería de Marina. Al acercarse a una de ellas como si fuera a tocarla, la imagen se hizo más grande y dejó al resto de imágenes a un lado. Geary tocó otra y tanto aquella como la primera imagen se ajustaron de tal forma que ambas adquirieron el mismo tamaño, mientras que el resto de imágenes seguían minimizadas alrededor de ellas, listas para ser activadas en cualquier momento. Vaya. Este sí que es un buen juguetito. Me pregunto cuántos comandantes se habrán puesto a jugar con él y habrán acabado perdiendo de vista la situación general.
Geary escaneó las imágenes con los ojos, buscando señales de prisioneros o cualquier indicación que no dejase lugar a dudas de que representaba un enlace al comandante de la fuerza de asalto. Sus ojos se detuvieron en una imagen, en la que se podía ver como un arma que escupía postas grandes y sólidas horadaba un buen número de agujeros sobre el muro de metal de un pasillo con una fuerza tal que la pared acabó combándose. Un buen número de símbolos atravesaban una y otra vez la imagen y, a continuación, Geary pudo ver como un brazo hacía gestos dentro del ángulo de visión para que, seguidamente, los infantes de Marina avanzaran a toda prisa con un aspecto poco humano bajo esa armadura de combate. Dos de ellos lanzaron una especie de metralla hacia el lugar del que procedían los disparos que habían impactado contra la pared y, acto seguido, un tercero apuntó con un tubo enorme y disparó contra él.
La visión se tambaleó. Los infantes de Marina siguieron avanzando a toda velocidad, mientras la imagen que veía Geary seguía vibrando producto de la carrera que se estaba echando junto a los demás hombres quienquiera que estuviese emitiendo aquella señal. A continuación doblaron la esquina y enfilaron una cuesta abajo por un pasillo largo que tenía una especie de puesto de seguridad al final del todo. Geary esperaba ver una escena de devastación masiva después del impacto provocado por lo que quiera que hubiese lanzado aquel tubo enorme, pero en su lugar lo que vio fueron cuerpos desperdigados enfundados en armaduras distintas a las de los infantes de Marina. ¿Será algún arma de aturdimiento? Supongo que los infantes de Marina la emplearon porque tenían orden de reducir al máximo el daño colateral en estas instalaciones. Lo cual puede querer decir que esos soldados síndicos siguen vivos.
Esta idea le hizo volver a centrarse en su misión. El capitán rebuscó de nuevo entre las imágenes y finalmente se dio cuenta que había una que mostraba una especie de sala amplia o hangar en la que se veía una gran multitud de gente. Al tocar la imagen, su tamaño se incrementó. Ahí está. Esos son los síndicos.
—Capitana Desjani, ¿cómo puedo hablar con alguien usando esto? —preguntó Geary.
La capitana señaló un símbolo de intercomunicación que había en la parte inferior de la imagen.
—Basta con que toque ahí —informó Desjani.
—¿Ya ha conseguido establecer contacto con la coronel Carabali? —inquirió el capitán.
—No, señor —apuntó Desjani.
Entonces tendré que saltarme su autoridad. Geary tocó el símbolo.
—Al habla el capitán Geary.
La imagen se movió bruscamente.
—Sí, señor.
—¿Quién habla? —interrogó Geary.
—Comandante Jalo, señor. Segundo al mando de la fuerza de desembarco. La coronel Carabali me ha ordenado supervisar las operaciones de aprovisionamiento para asegurar la instalación principal mientras ella examinaba los posibles focos de resistencia en las zonas periféricas.
—¿Son esos todos los prisioneros síndicos? —inquirió el capitán.
—Todavía no, señor. Durante los barridos de aprovisionamiento se están encontrando más elementos de resistencia —aseguró Jalo.
—¿Qué…? —¿Cómo le pregunto esto?—. ¿Qué órdenes ha dado la coronel Carabali relativas a los prisioneros?
—No he recibido órdenes sobre ese particular, señor. El procedimiento habitual es conducir a los prisioneros hacia la flota.
Eso es interesante. ¿Saben los infantes de Marina qué ocurre con los prisioneros después? ¿O se limitan a fingir que no pasa nada para seguir teniendo la conciencia bien limpia? Geary estaba a punto de formular otra pregunta cuando la imagen volvió a experimentar un movimiento brusco. Todos los que aparecían dentro del plano se habían tirado al suelo.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró el capitán.
La voz del comandante Jalo le llegó con más rapidez, con ese grado de nerviosismo de quien está preparado para entrar en acción.
—Alguna explosión potente, señor. Aquí viene otra —añadió Jalo, innecesariamente, porque la imagen volvió a tambalearse una vez más—. Alguien está bombardeando esta zona con artillería pesada.
¿Artillería pesada? Pero si los infantes de Marina ya habían tomado la superficie que rodeaba a la base y las naves que sobrevuelan la zona han eliminado las defensas antiespaciales. Por todos mis antepasados. Las naves que sobrevuelan la zona.
—¡Capitana Desjani! ¿Alguna de las naves posicionada cerca de la base síndica está abriendo fuego? —vociferó Geary.
El capitán observó cómo la imagen del comandante Jalo parpadeaba unas cuantas veces más mientras Desjani respondía.
—La Arrogante está disparando a una zona cercana a la base, capitán Geary. No sé cuál es el objetivo —aseveró Desjani.
—Proteja a esos prisioneros hasta que reciba nuevas órdenes por mi parte —rugió Geary al comandante Jalo, tras lo cual se echó hacia atrás y escudriñó la disposición de imágenes—. ¿Cómo hago para que vuelva a salir el visualizador de la flota?
Desjani se acercó hasta donde estaba el capitán y pulsó un botón. Ahí estaba otra vez la representación del sistema Corvus, con las naves de la flota de Geary desplegadas por toda la zona. El capitán manoseó torpemente el botón del intercomunicador, blasfemando para sus adentros.
—¡Arrogante! ¡Identifique el objetivo al que está disparando! —Geary se quedó a la espera, cada vez más enervado por la falta de respuesta y porque la Arrogante seguía machacando la superficie cercana a la base síndica—. Arrogante; aquí el capitán Geary. Alto el fuego. Repito. Alto el fuego.
La otra nave se encontraba tan solo a unos pocos segundos luz de allí, pero pasó un minuto entero sin respuesta. Geary contó hasta cinco interiormente, barajando las opciones que se le planteaban.
—Capitana Desjani. La Ejemplar y la Aguerrida. ¿Cuál tiene el mejor comandante? —inquirió el capitán.
Desjani no lo dudó ni un instante.
—La Ejemplar, señor. El comandante Basir.
—Gracias. —Geary pulsó el botón del intercomunicador—. Comandante Basir, del Ejemplar, ¿me recibe?
—Sí, señor. —La respuesta llegó en menos de medio minuto.
—¿Puede usted identificar el objetivo al que está disparando la Arrogante? —inquirió Geary.
Esta vez se sucedió una pausa más larga.
—No, señor.
—¿Han recibido usted, la Aguerrida o la Arrogante solicitud alguna por parte de los infantes de Marina para abrir fuego contra algún objetivo que se encuentre sobre la superficie?
—No, señor. La Ejemplar no ha recibido ninguna solicitud en tal sentido y no he escuchado que se le haya pedido nada similar a la Aguerrida ni a la Arrogante en la red de coordinación con los infantes de Marina.
No sé qué estará haciendo ese idiota de la Arrogante, pero como esa nave siga lanzando artillería pesada sobre la superficie; va a terminar haciendo daño a nuestros propios infantes de Marina, por no mencionar los desperfectos que pueden ocasionarse en los suministros de la base. Y ahora sé a ciencia cierta que la Arrogante no está respondiendo a ninguna amenaza que se cerniese sobre ella ni sobre los infantes de Marina.
—Gracias, Ejemplar —concluyó Geary.
Geary echó un vistazo alrededor para observar al personal del puente de mando del Intrépido.
—¿Puedo controlar las armas de la Arrogante? —preguntó Geary—. ¿Tenemos algún modo de hacernos con el control remoto de sus mandos?
Todo el mundo meneó la cabeza, pero solo la capitana Desjani tomó la palabra.
—No, señor. Como se indicó anteriormente —añadió, logrando de algún modo acusar con la mirada a Rione sin haber dirigido la vista realmente hacia ella—, existe la creencia de que si se permitiese controlar remotamente los sistemas de una nave, se la haría más vulnerable y eso podría ser aprovechado por el enemigo.
La voz de Rione entró en escena.
—Eso podría derivar en intrusiones enemigas en los sistemas de control remoto, abrir autopistas para que se colasen virus que dejaran inutilizado el sistema…
—Y un buen puñado de consecuencias más que serían inevitables incluso aunque no hubiese espionaje de por medio. Gracias, ya lo sabía. Por un momento me dio por pensar que tal vez en el último siglo alguien había encontrado la manera de saltarse todo eso. —Geary mostró los dientes al empezar a maquinar una nueva idea—. Bueno, sí que tengo una cosa en la Arrogante que está bajo mi control.
Desjani levantó una ceja como queriendo preguntarle a qué se refería.
—La Arrogante tiene infantes de Marina a bordo, ¿verdad? —preguntó Geary.
Desjani asintió con la cabeza.
Geary pulsó el botón del intercomunicador de su panel de mandos.
—Arrogante, aquí el capitán Geary. Está poniendo en peligro a nuestro personal sobre la superficie. Le ordeno un alto el fuego inmediato si no quieren que releve de inmediato a su oficial al mando y ordene al destacamento de la Marina a bordo de la Arrogante que arreste a esa persona. No voy a repetir esta orden ni una sola vez más —exigió Geary.
A pesar de que en ese momento Geary se sentía realmente cabreado, no pudo evitar pensar cómo sentaría entre la flota ese tipo de ultimátum. Para su tranquilidad, la capitana Desjani parecía estar esbozando una marcada sonrisa de satisfacción. Según parecía, el oficial al mando de la Arrogante no gozaba de muchas simpatías, al menos las de la capitana.
—La Arrogante ha ejecutado el alto el fuego —informó Desjani unos segundos después con un tono de voz cuidadamente comedido.
—Estupendo. —Una cosa es disparar a las sombras. Cuando estás en pleno combate; resulta extraordinariamente sencillo pensar que hay un objetivo enemigo donde en realidad no hay nada. Pero ese estúpido de la Arrogante era o muy terco, o muy idiota, o ambas cosas a la vez como para darse cuenta del error que estaba cometiendo o como para dejar de disparar cuando se lo ordené. Tengo que deshacerme del oficial al mando de la Arrogante en cuanto pueda. Otra cosa más que añadir a la lista de preocupaciones.
—¿Señor? —Geary y Desjani miraron al tiempo al consultor que había tomado la palabra—. Hemos restablecido la conexión con la coronel Carabali.
Carabali parecía tan furiosa como lo había estado Geary unos momentos antes.
—Mis disculpas, capitán Geary. La unidad con la que me encontraba se vio obligada a ponerse a cubierto en un búnker acorazado, razón por la cual no pudimos establecer comunicación con nadie —se justificó Carabali.
—¿Obligada a ponerse a cubierto? ¿Tanta resistencia síndica queda en esa base? —inquirió Geary.
—No, señor. —Carabali parecía estar haciendo esfuerzos para no soltar un gruñido—. Si en un principio nos dirigimos hacia el búnker fue porque estábamos persiguiendo a unas fuerzas síndicas. Pero cuando nos disponíamos a salir de allí, la zona en la que nos encontrábamos comenzó a ser bombardeada por una de nuestras propias naves.
La Arrogante. Bombardear una zona ocupada por nuestra propia gente. ¡Qué actitud más estúpida para un comandante de navío!
—¿Han perdido a alguien? —musitó Geary.
—Pues demos gracias a nuestros antepasados, señor, porque no hubo bajas —se felicitó Carabali.
—Estupendo. —Aunque, si hubierais perdido a alguien, había sido capaz de hacer ahorcar a ese inútil de la Arrogante—. ¿Tiene usted alguna idea de sobre qué estaba disparando la Arrogante?
—Tenía la esperanza de que usted lo supiera, capitán Geary —comentó Carabali lentamente.
A Geary casi se le escapó una sonrisa al escuchar aquellas palabras tan comedidas, pero consiguió mantener la compostura, sabedor de que probablemente Carabali no se encontraba todavía de humor como para reírse de la situación.
—No. Mis disculpas por el tiempo que hizo falta para conseguir un alto el fuego por parte de la Arrogante. Me aseguraré de que se toman las medidas necesarias para que no se vuelvan a repetir situaciones como esta —prometió Geary.
—Gracias, capitán Geary. El comandante Jalo me ha comentado que habló usted con él para preguntarle por la situación de los prisioneros.
—Correcto. —Geary hizo una pausa, preguntándose cómo debía formular la siguiente idea. ¿Planeaba usted asesinar a sus prisioneros, coronel?—. No sé cuál ha sido hasta ahora el procedimiento habitual concerniente a los prisioneros.
Los ojos de Carabali se hicieron más pequeños.
—El procedimiento habitual hasta ahora ha consistido en llevarlos hasta la flota, señor. —Su tono y su postura indicaban claramente que Carabali le estaba lanzando un mensaje entre líneas a Geary. Estoy segura de que sabes lo que hace la flota con ellos una vez que dejan de estar bajo nuestro poder.
Aquel intercambio de pareceres logró que Geary se enervase de nuevo. ¿Cómo se atreve esta tía a hablarme con esa superioridad moralista? Tiene toda la pinta de que los infantes de Marina se mantienen al margen de esta matanza de prisioneros limitándose a mirar hacia otro lado. Esa manera de actuar no es que sea la más cabal que digamos, aunque así sigan manteniendo las manos limpias. Algo de crédito tendré que concederles por eso. Sin embargo, el capitán se limitó a decir:
—Bueno, pues eso ha cambiado —estipuló el capitán—. Ustedes seguirán siendo responsables de los prisioneros y se ocuparán de encontrarles el acomodo necesario en alguna zona que permita satisfacer las necesidades vitales básicas y que les dé opción de solicitar que los rescaten una vez que nos hayamos marchado.
La expresión de Carabali cambió por completo.
—Tenía entendido que la base debía ser destruida por completo, señor —recordó la coronel.
—Se les dejará suficiente espacio, comida, agua y material de reanimación para mantener a los prisioneros con vida hasta que sean rescatados. También se les proporcionará un mecanismo primario de comunicación básica con el mundo habitado de este sistema, así como otro mecanismo de reserva por si falla el primero.
Geary recitó aquellas exigencias con una facilidad tremenda. No en vano, hubo un tiempo en el que todo el mundo tenía que sabérselas. Es más, era preciso que todos los oficiales las conocieran bien.
—Los prisioneros quedarán bajo nuestra custodia y serán tratados conforme a lo estipulado en el derecho de la guerra hasta que nos marchemos. ¿Alguna pregunta? —inquirió Geary.
Carabali miraba a Geary como si lo estuviera estudiando.
—¿Debo entender que esas órdenes se dirigen personalmente a mí? ¿Sugiere usted que ningún otro oficial de la flota podrá hacer caso omiso de tales exigencias a no ser que cuente con su aquiescencia? —preguntó Carabali.
—Así es, coronel —confirmó el capitán—. Tengo plena confianza en que usted no solo acatará mis órdenes al pie de la letra, sino también su esencia.
—Gracias, capitán Geary. Comprendido, y tenga por seguro que las obedeceré. —Carabali ejecutó un saludo preciso y la imagen se fundió a negro.
Geary se recostó, frotándose los ojos, para después volver a mirar a Desjani.
—Gracias, capitana Desjani.
—Me he limitado a cumplir con mi deber, señor. —Desjani volvió la vista hacia otro lado, rehusando así cruzar su mirada con la de Geary.
Geary miró alrededor del puente de mando y comprobó que los demás oficiales y tripulantes también habían encontrado otras cosas a las que mirar antes que dirigir la vista directamente hacia su capitán.
—Capitana Desjani…
—Procedimiento habitual —lo interrumpió con voz grave.
Geary se detuvo y respiró hondo.
—¿Cuánto tiempo llevaba haciéndose así? —inquirió el capitán.
—No lo sé —musitó Desjani.
—¿Oficial?
Esta vez Desjani hizo una pausa y después meneó la cabeza, todavía sin mirar hacia donde estaba él.
—Nunca oficial. Nunca por escrito. Se daba por supuesto —reconoció Desjani.
Así que todos vosotros sabíais que no estaba bien. No podía estar bien. De no ser así, lo habríais estipulado por escrito.
Como no lo hicisteis, podíais fingir que era lo correcto. Solo que no estaba puesto por escrito.
Desjani volvió a tomar la palabra, con un hilo de voz.
—Hemos escuchado su reacción, capitán Geary. Hemos visto cómo ha reaccionado. ¿Cómo hemos podido permitir que ocurriera esto? Hemos deshonrado a nuestros antepasados, ¿no? Le hemos deshonrado a usted.
A pesar de que Desjani seguía evitando la mirada del capitán, Geary se dio cuenta de que hasta él mismo estaba evitando mirarla directamente. Me han deshonrado, sí. Han hecho algo horrible. Son buena gente y han estado haciendo algo horrible. ¿Qué hago?
—Capitana Desjani… todos ustedes… sus acciones en el pasado son algo que queda entre ustedes y sus antepasados. Es a ellos a quienes tienen que pedir perdón, no a mí. Lo que yo quiero… lo que yo quiero es recordarles a todos ustedes que un día se nos juzgará por nuestras acciones. Yo no los juzgo a ustedes. No me veo con tal derecho. Pero no voy a permitir que el personal que se encuentra bajo mi mando lleve a cabo acciones deshonrosas. No permitiré que algunos de los mejores oficiales y tripulantes que he conocido jamás mancillen su propia hoja de servicio. Y ustedes son buenos oficiales que se encuentran al mando de buenos tripulantes. Tripulantes de la flota de la Alianza. Eso somos todos nosotros juntos. Hay cosas que nosotros no hacemos. De ahora en adelante, asegurémonos de que todas y cada una de nuestras acciones hablan bien tanto de nosotros como de nuestros antepasados. Vivamos de acuerdo con las más altas exigencias, no vaya a ser que ganemos esta guerra y acabemos viendo que el rostro que se refleja en nuestro espejo es el del enemigo.
Un murmullo de réplicas siguió a la declaración de intenciones de Geary. El capitán miró a su alrededor de nuevo y, esta vez sí, todo el mundo lo miró a los ojos. Era un comienzo.
Por primera vez, se preguntó si cabía la posibilidad de que haberse perdido el último siglo hubiese sido, en cierto modo, una especie de bendición.
La sala de juntas volvía a parecer una vez más ocupada por la mesa aparentemente interminable a cuyos lados se acomodaban todos los oficiales al mando de unidades de la flota, si bien Geary sabía ya que solo la capitana Desjani estaba sentada allí de verdad junto a él. En ese momento las imágenes del resto de comandantes de la flota lo miraban con expresiones que recorrían todo el abanico de expresiones: desde la fidelidad hasta la hostilidad, con un buen ramillete de sorprendidos entre medias.
—¿Kaliban? —preguntó la voz áspera de la capitana Faresa, que hizo un gesto de desprecio hacia el visualizador de navegación que mostraba las estrellas locales y flotaba sobre la mesa—. ¿Nos está diciendo que quiere que saltemos hacia Kaliban?
Geary asintió con la cabeza, tratando de calmar su temperamento. Había llegado a ese punto en el que solo con pensar en la capitana Faresa o el capitán Numos le ponía de mal humor. No se podía permitir ese tipo de distracciones. Además, no era nada profesional y no podía exigir profesionalidad a otros si no se esforzaba al máximo por serlo él mismo.
—Ya expliqué cuáles eran mis motivos —recordó Geary.
El capitán Numos meneó la cabeza de una manera que en cierto modo a Geary le recordó las formas del comandante burócrata de los síndicos.
—No puedo mostrar mi acuerdo con un plan de acción tan precipitado y carente de sentido —se opuso Numos.
El capitán Tulev frunció el ceño y tomó la palabra.
—A mí me parece que tiene mucho sentido —discrepó Tulev.
—No me sorprende —apuntó Numos con desdén.
Tulev se puso rojo pero prosiguió su intervención con un tono moderado.
—El capitán Geary ha analizado la reacción más probable del enemigo ante la situación actual a la que nos enfrentamos. No puedo poner ni un pero a su razonamiento. Los síndicos no son tontos. Tendrán un ejército de primer nivel esperándonos en Yuon —explicó Tulev.
—Si es así, nos enfrentaremos a ellos —proclamó Numos.
—¡Pero si esta flota todavía está recuperándose de lo que le ocurrió en suelo síndico! No podremos remediar lo que hemos perdido hasta que lleguemos a casa. Seguramente hasta usted se dará cuenta de que no podemos arriesgarnos a que nos atrape de nuevo un enemigo superior en número —criticó Tulev.
—Así que remilgos frente al enemigo… —censuró Numos.
—Si nos encontramos en esta situación no es por haber tenido remilgos —interrumpió la capitana Desjani, haciendo caso omiso a la mirada de enojo que le lanzó Numos—. Estamos donde estamos porque nos preocupaba más actuar con agresividad que pensar en lo que hacíamos. —Se fue calmando mientras el resto de oficiales se quedaban mirándola debatiéndose entre la incredulidad y la incomprensión.
La capitana Faresa hizo lo que parecía su mejor intento por hablar con un tono de voz condescendiente.
—¿Debemos entender que la oficial al mando de una nave de la flota de la Alianza considera que la agresividad es una cualidad negativa? —inquirió Faresa.
Geary se echó hacia delante.
—No. Lo que deben entender es que la agresividad sin premeditación es una cualidad negativa. Esa es mi opinión, capitana Faresa —desafió Geary.
Los ojos de Faresa se estrecharon y, acto seguido abrió la boca como queriendo retomar la palabra, pero su gesto se quedó paralizado en esa posición. Geary se quedó observándola, sin dejar entrever lo mucho que le agradaba el punto al que había llegado la situación. ¿Ibas a mencionar las tradiciones de la flota, a que sí, Faresa? Quizá hasta ibas a mencionar alguna cita del mismísimo Black Jack Geary. ¡Qué pena que yo sea la única persona contra la que no puedes emplear ese argumento!
Un comandante sentado más lejos de Geary habló apresuradamente:
—Todo el mundo sabe que una larga hibernación de supervivencia acaba afectando a quien la padece. —El comandante hizo una ligera pausa después de convertirse en el centro de atención de todo el mundo, pero a continuación volvió a abrir fuego a toda prisa—: Este no es el oficial cuyo ejemplo ha inspirado a esta flota durante un siglo. Ya no.
Todo el mundo miró a Geary, que se dio cuenta de que aquel comandante había puesto sobre la mesa algo que sus enemigos habían debido de estar comentando sottovoce desde que el capitán se hiciera con el mando. Para su propia sorpresa, la acusación no sirvió para ponerlo furioso. Tal vez, como a Geary no le gustaba la imagen heroica de Black Jack Geary, el hecho de que alguien lo disociase de aquel paradigma no le importaba en absoluto.
Geary también pudo comprobar, a juzgar por las expresiones que vio alrededor de la mesa, que la mayoría de los oficiales allí presentes no aprobaban lo que se había dicho. Estaba claro que muchos de ellos seguían adorando a Black Jack. Otros parecían descontentos con la falta de profesionalidad que se desprendía de los comentarios del comandante. Geary esperaba que al menos hubiese unos pocos que creyesen en él solo por lo que había hecho hasta ahora.
Por todo ello, en vez de reaccionar de manera apasionada, Geary se reclinó hacia atrás deliberadamente y miró directamente a su oponente. Inmediatamente apareció una etiqueta con su nombre que identificaba a aquel hombre y a la nave a la que pertenecía. Comandante Vebos, de la Arrogante. Cómo no.
—Comandante Vebos. Mire, yo no afirmo ser nada más que un simple ser humano. No obstante, sigo siendo el oficial que sacó a esta flota del sistema interior síndico cuando se encontraba amenazada por un riesgo de destrucción inminente. Sé cómo dirigir una flota. Sé cómo dar órdenes. Y lo sé porque aprendí a obedecerlas, una aptitud necesaria para cualquier oficial. ¿No lo cree usted también, comandante? —escudriñó Geary.
Vebos se quedó blanco ante la referencia explícita a sus actos al bombardear la base síndica. Con todo, Vebos volvió a las andadas y embistió de nuevo.
—Otros oficiales lo podrían haber hecho mejor. El capitán Numos. ¡Con él ya habríamos cubierto la mitad del trayecto que nos ha de llevar a casa a estas alturas!
—Numos nos tendría en los campos de trabajo síndicos en estos momentos —apuntó secamente Duellos—. No obstante, parecía que tenía bastante interés en intentar huir en solitario a bordo de la Orión mientras los síndicos se afanaban en rematar nuestras naves ya dañadas.
Ahora le tocaba a Numos ponerse rojo de ira.
—Yo no habría…
Geary pegó un golpe con la mano sobre la mesa y se hizo el silencio.
—No quiero que mis oficiales calumnien en público a otros oficiales —declaró.
El capitán Duellos se levantó e inclinó la cabeza hacia el sitio que ocupaba Numos.
—Mis disculpas para el capitán Geary y el capitán Numos.
Geary inclinó la cabeza a modo de respuesta.
—Gracias, Capitán Duellos. En este momento es de crucial importancia que no perdamos la concentración. Esta flota está transitando por el sistema Corvus de camino al punto de salto que conduce a Kaliban. Actualmente nos encontramos en negociaciones con las autoridades síndicas del segundo planeta. Se les está pidiendo que nos proporcionen suministros y materias primas a nuestro paso por el sistema si no quieren que la flota castigue duramente a su mundo. —En ese momento Geary pensó que, de los allí presentes, solo la capitana Desjani podría llegar a saber que Geary no tenía intención alguna de bombardear un mundo poblado simplemente para castigar a la gente que lo habitaba—. Estoy seguro de que los síndicos nos estarán esperando con un gran dispositivo en Yuon. Me voy a llevar a esta flota a Kaliban. Y, si nuestros antepasados nos amparan, después tengo intención de llevarla a casa.
Según parecía, un cierto número de comandantes seguían mostrándose descontentos o escépticos, pero la mayoría de los oficiales pusieron de manifiesto su visto bueno, aunque fuera a regañadientes. Geary recorrió con la mirada los escaños de los comandantes de las naves, tratando de identificar a aquellos que parecían ser más problemáticos, pero después decidió no seguir por ahí. No me voy a convertir en un director general síndico ni me voy a meter en jueguecitos políticos de purgar oficiales sospechosos de «deslealtad». Pero a las estrellas que nos observan pongo por testigo de que el comandante Vebos no seguirá al frente de la Arrogante cuando abandonemos este sistema. Ya no es que ese hombre sea simplemente desleal e insubordinado. Es que es estúpido.
El número de oficiales alrededor de la mesa disminuyó rápidamente a medida que se iban cortando las conexiones que los habían mantenido presentes durante la reunión. Una vez más, el tamaño que parecía tener la mesa, y la propia habitación, se encogió con la reducción del número de oficiales cuyas imágenes estaban presentes. Muchos de los oficiales hicieron una leve pausa, lo que hizo que sus imágenes súbitamente pareciesen estar frente a frente con Geary, y expresaron breves palabras de apoyo. Geary hizo acuse de recibo todo lo cortésmente que supo, tratando de no hacer ningún gesto de disgusto al comprobar la cantidad de ellos que seguían mirándolo con esos ojos devotos de quienes veían en él a la encarnación de Black Jack Geary.
El capitán Duellos fue el último en abandonar la sala, dedicándole a Geary una gran sonrisa de oreja a oreja.
—Quizá debió dejar a Numos y a la Orión protegiendo la salida del salto —sugirió Duellos.
—¿Por qué habría querido hacer algo así? —preguntó Geary.
—¡Podía haberlo dejado allí! —insistió Duellos.
Geary no pudo evitar que se le escapara una risotada.
—Su tripulación no se merece eso —argumentó Geary.
Duellos volvió a sonreír.
—No. Supongo que ya sufren bastante estando como están —reconoció Duellos.
—Lamento haber tenido que reprenderle cuando la cosa entre usted y Numos entró en el terreno personal —se disculpó Geary—. Confío en que sabrá comprender por qué lo hice.
—Lo comprendo, señor. A pesar de todo, debo confesar que no me arrepiento de haber hecho aquel comentario ni de haber recordado a mis colegas al mando de las distintas naves del plan de acción que Numos trató de poner en marcha estando dentro del sistema interior síndico. —Duellos hizo una pausa—. Quiero que sepa que cuenta usted con mi apoyo incondicional.
—Gracias.
—No hablo de Black Jack Geary. Hablo de usted.
Geary levantó una ceja.
—¿Ha llegado a la conclusión de que yo no soy esa persona? —formuló Geary.
—Me alegro de que no lo sea —confesó Duellos—. Ese tipo siempre me dio miedo.
—Ya somos dos —apostilló Geary.
—La capitana Desjani es una muy buena oficial. Puede confiar en ella —intercedió.
—Eso ya lo sé. —Geary puso mala cara—. Hablando de confianza, ¿tiene usted a algún oficial al que me recomendaría para poner al mando de la Arrogante?
—Puedo facilitarle algún nombre. ¿Le puedo dar un consejo, capitán Geary? —preguntó Duellos.
Geary asintió con la cabeza.
—Nunca me niego a escuchar consejos si son buenos oficiales quienes los dan —sentenció Geary.
Duellos hizo una pequeña reverencia.
—Se lo agradezco. No sustituya a ese idiota de Vebos por un oficial cuya lealtad hacia usted sea de sobra conocida. Eso no hará sino levantar sospechas de que está llevando a cabo una purga de lealtad —sugirió Duellos.
Geary se mordió el labio, tratando de no dejar entrever su sorpresa por que Duellos se hubiera hecho eco de lo que él mismo había estado pensando anteriormente.
—Seguro que en la flota de la Alianza no pasan de verdad cosas como esa —ironizó Geary.
Por primera vez, Duellos adoptó un gesto sombrío.
—Capitán Geary, sé que ya está al corriente de algunas de las cosas que han ocurrido en la flota de la Alianza.
—¡Joder! —musitó Geary, para acabar meneando la cabeza. Purgas de lealtad dentro de la flota de la Alianza. Inconcebible. ¿Cuándo? ¿Dónde? Bueno, la verdad es que no quiero saberlo—. Gracias, capitán. Tendré presente su consejo. Está muy bien tener oficiales como usted y Desjani, en quienes poder confiar implícitamente.
—Siempre podemos confiar también en nuestros antepasados —ofreció Duellos—. No me considero un hombre especialmente religioso, ni tampoco me entregué a la creencia de que el difunto Black Jack Geary encontraría la forma de regresar cuando más lo necesitáramos. Pero, con todo, resulta alentador hasta para mí que se uniese a nosotros en el momento en el que lo hizo.
Geary soltó un resoplido.
—Supongo que no debería quejarme de que me hubieran encontrado porque si hubieran tardado un poco más habría acabado muerto de verdad. Sin embargo no estoy seguro de que ni siquiera mis antepasados puedan ayudarme mucho con esta situación —se quejó Geary.
Duellos gesticuló como si la situación fuese dramática y después sonrió de oreja a oreja.
—Entonces quizá puedan ser de ayuda los míos a la hora de evitar a la flota enemiga y a los saqueadores. Cuestión de experiencia, quiero decir. Entre mis antepasados hubo algún que otro pirata —aclaró Duellos.
—¿De verdad? —se sorprendió Geary—. Me imagino que todo el mundo tiene alguna oveja negra en la familia. Algunos de mis antepasados fueron abogados.
—¡Oh! Mi más sentido pésame —bromeó Duellos.
—Hemos aprendido a vivir con eso —le siguió el juego Geary.
Duellos se apartó e hizo el saludo pertinente.
—Usted nos ha recordado a todos que nuestros actos han deshonrado a nuestros antepasados, ya sabe. Pero lo ha hecho todo lo bien que se puede hacer algo así. Usted se ha incluido siempre en ese «nosotros» y se ha colocado de nuestro lado. Así ha conseguido ponernos también a nosotros de su parte. Van a ser muchos los que no olvidarán algo así —resumió Duellos.
Geary devolvió el saludo, agradeciendo a quienquiera que fuera el antepasado que le había inspirado para articular esas palabras. Porque Dios sabe que lo hice sin pensar.
—Gracias —musitó Geary.
—Es la pura verdad, señor. —Duellos bajó la mano y su imagen se desvaneció.
Geary se sentó pesadamente en su camarote, mirando con desánimo al visualizador que acababa de activar. En él se veía la situación del sistema Corvus, con unas pocas naves de la flota de la Alianza acabando su trabajo en la base síndica del mundo congelado mientras el resto de la flota seguía avanzando a través del sistema en una formación medianamente decente. Ya han pasado catorce horas desde que entramos en este sistema. ¿Cuánto más tardarán en aparecer los perseguidores síndicos?
No me puedo creer lo cansado que estoy. ¿Me echo un sueñecito? ¿Se irán cada uno por su cuenta si no los vigilo a todos?
En ese momento sonó la campana de la escotilla. Geary se incorporó hasta adoptar una posición más formal.
—Adelante —indicó Geary.
—Capitán Geary —saludó la copresidenta Rione con un tono de voz formal y una expresión en el rostro tan controlada como de costumbre—. ¿Podemos hablar?
—Por supuesto —aceptó Geary.
Geary le indicó que tomara asiento, pero en lugar de eso Rione dio unos cuantos pasos para contemplar el paisaje estelar que dominaba una de las paredes.
—En primer lugar, capitán, espero que mis intervenciones en el puente de mando no afectaran negativamente a su trabajo —aseveró Rione.
—En absoluto. Algunas de sus ideas fueron muy buenas. Agradezco los consejos —reconoció Geary.
Una sonrisa momentánea quebró los labios de Rione para después desvanecerse.
—Más que la capitana Desjani, supongo —matizó Rione.
—Ella es la capitana del Intrépido —señaló Geary con un tono de voz cuidadosamente neutral—. El puente de mando es su sala del trono, si se puede llamar así. Es el punto sobre el que gira su autoridad. Cualquier capitán de navío se comportaría de manera susceptible si alguien tratase de ejercer algo de autoridad en su puente de mando.
Rione volvió la vista durante un momento para dedicar a Geary una mirada penetrante.
—¿Reacciona de esa misma manera con usted? —inquirió Rione.
—No. Supongo que se debe al protocolo, amén de que yo desempeño un papel muy concreto. Yo dejo que ella dirija su nave mientras trato de dirigir la flota entera. Es algo que los dos tenemos claro. En cambio, el protocolo no indica nada respecto a que haya un civil de alto rango en el puente de mando —recordó Geary—. Es inevitable que existan roces. Con todo, la capitana Desjani es una gran oficial al mando. Se acabará acostumbrando a sus apariciones por el puente de mando y no actuará de manera impropia con usted.
—Gracias, capitán Geary. —Rione inclinó la cabeza haciendo un leve gesto—. Deseo que comprenda que, por mi parte, no existe ningún problema por las palabras altisonantes de la capitana Desjani con respecto al tema de los buques de guerra robotizados. La discusión es interminable y de verdad que agradezco que quienes están en la lucha día a día me hagan llegar sus impresiones, pero no puedo hacerme a la idea de entregar el control absoluto de algunas armas a dispositivos de inteligencia artificial.
—Si soy completamente sincero, estoy de acuerdo con usted. —Geary se encogió de hombros—. Es el mismo problema que teníamos en mi época. Si un dispositivo de inteligencia artificial no es lo suficientemente listo como para saber utilizar un arma por su cuenta, uno no puede fiarse mucho de él en combate. Y si el dispositivo de inteligencia artificial es lo suficientemente listo como para saber utilizar un arma por su cuenta, entonces sí que uno no puede fiarse en absoluto de él.
Rione dejó asomar otra breve sonrisa.
—Cierto. Pero es el momento de que le exponga el asunto que me ha traído hasta aquí. —Geary se quedó a la expectativa mientras Rione miraba a la representación de las estrellas—. Creo que es necesario que le confiese algo, capitán Geary. Me ha avergonzado.
—Si se refiere al tema de los prisioneros…
—A eso me refiero. Supongo que está cansado de oírnos hablar de lo que sentimos —se adelantó Rione.
—No es eso lo que quería decir —indicó Geary.
—No. Tampoco es lo que yo pensaba. —La copresidenta Rione parecía estar estudiando el paisaje estelar de nuevo—. Capitán Geary, no soy de las que cree que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor. Que las viejas costumbres eran mejores por fuerza. Pero si hay algo que he podido saber de un tiempo a esta parte es que las presiones de esta guerra han maleado a quienes se encuentran inmersos en ella. Qué de cosas hemos pasado por alto. Nos hemos olvidado de cuestiones realmente importantes.
Geary frunció el ceño e hizo como que se miraba las manos.
—Todos ustedes han tenido que pasar por muchos trances —disculpó Geary.
—Es una explicación, sí, pero no una excusa. —Rione había vuelto a inclinar la cabeza, con la boca convertida ahora en una línea fina y tensa—. Resulta tan fácil convertirse en el enemigo al que se odia, ¿no es así, capitán Geary?
—Para eso tenemos el derecho de la guerra. Para eso tratamos de inculcar el honor entre aquellos que tendrán que combatir —recordó Geary.
—El derecho de la guerra no significa nada si aquellos a quienes se encomienda su observancia no creen en él. El honor puede ser un arma de doble filo, puede volverse contra sí mismo, hasta el punto de parecer justificar los actos más malvados —apuntó Rione—. Usted lo sabe, capitán Geary.
Geary asintió con vehemencia.
—No me encuentro en posición de juzgar a nadie, señora copresidenta. Me he podido permitir el lujo de evitar estos muchos años de guerra, que son los que han acabado llevando a este tipo de actuaciones —se justificó Geary.
—¿Lujo? No parece que haya disfrutado de esa experiencia. —Rione elevó la cabeza, pero seguía sin mirar hacia Geary—. En las últimas horas, como teníamos tiempo, he rebuscado entre mis archivos clasificados para estudiar la verdadera historia de la guerra y tratar de determinar así cómo hemos llegado hasta este punto. Quería saber que no era el resultado de ningún proceso deliberado. Ahí es donde he podido ver que las reglas se han ido maleando hacia un lado y hacia el otro, pero siempre por razones que parecían bienintencionadas. Pero cada vez que se maleaban se iba un poco más allá.
—Por razones aún mejores —señaló Geary sin esgrimir emoción alguna.
—Sí. Paso a paso, con el transcurso del tiempo, llegamos a aceptar ciertas cosas. Llegamos a creer que los actos deplorables de los Mundos Síndicos justificaban los actos deplorables por nuestra parte. Hasta yo misma llegué a aceptar que esto no era más que una desafortunada realidad de la guerra. —Rione finalmente miró a Geary con una expresión que al capitán le resultó indescifrable—. Y entonces vino usted y nos recordó a todos lo que nuestros antepasados pensarían de tales actos. Usted era el único capaz de hacer esto, porque nadie más podría hablarnos tan claramente del pasado como usted. Usted nos ha recordado que esta guerra comenzó porque éramos diferentes de los Mundos Síndicos. Porque había cosas que hacían los Mundos Síndicos y que nosotros no estábamos dispuestos a hacer.
Geary volvió a asentir con la cabeza, con cierta incomodidad por la manera en la que Rione lo estaba mirando.
—Nunca he creído que la Alianza hubiese, de algún modo, adoptado una decisión que, de pronto, abriese la veda para empezar a violar el derecho de la guerra —reconoció Geary—. Supongo que ha ocurrido por lo que usted ha dicho. Se empieza por algo irrelevante y poco a poco la bola de nieve se va haciendo más grande hasta llegar abajo sin que uno se haya dado cuenta siquiera de lo que ha ocurrido. Y todo ello debido a ese viejo argumento de que tendríamos que cometer algunas fechorías para ganar porque lo importante era ganar.
—Un argumento antiguo y falso a la vez, ¿no es verdad? —musitó Rione.
—Eso creo. Si la Alianza comienza a modelar sus actos en función de los de los Mundos Síndicos, no estoy seguro de qué sentido tendría ganar —explicó Geary.
—Se lo oí decir antes, sí. Estoy de acuerdo. —Rione inclinó la cabeza hacia él—. Usted nos ha recordado quiénes éramos antaño, capitán Geary. Y ha tenido el valor y la decencia fundamental de apostar por las cosas honradas de verdad en las que usted creía, incluso aunque ello supusiese correr el riesgo de que aquellos de esta flota que creían en usted y lo seguían a todas partes se distanciasen de usted después de tal declaración de intenciones.
Geary meneó la cabeza.
—No soy un hombre valiente, señora copresidenta —rechazó Geary—. Tan solo actué por instinto.
—Entonces espero que siga haciéndolo. La primera vez que nos vimos, le dije que no sentía gran predilección por los héroes y le expresé mi preocupación ante la posibilidad de que usted nos acabase arrastrando hacia una hecatombe. Ahora me siento en disposición de admitir que hasta ahora usted ha demostrado que estaba equivocada. —Rione inclinó la cabeza una vez más y se marchó.
Geary se frotó la frente, pensando en las palabras de Rione. No es que me haya dado una aprobación incondicional exactamente, ¿verdad? «Hasta ahora» no he estado a la altura de sus peores predicciones. Pero me vale. Rione me servirá para seguir siendo honrado. No quiero acabar creyéndome que merezco todas esas miradas de adoración que sigo obteniendo de la gente de esta flota.
El capitán pensó en volver al puente de mando del Intrépido pero entonces imaginó lo que sería tener que ver a todos los demás que estaban allí. Creo que he tenido suficiente ración de dramatismo por ahora. En lugar de eso, envió un mensaje al puente de mando y comunicó que iba a tratar de dormir un poco para asegurarse de que lo despertaran en caso de que ocurriese algo importante.
Siete horas más tarde un pitido le despertó de sopetón.
—Al habla Geary. —El capitán trató de despertarse por completo, sobresaltado por lo mucho que había dormido y por lo cansado que seguía sintiéndose. Era obvio que no se había recuperado lo suficiente de su hibernación de supervivencia como se había imaginado en un principio.
—Capitán Geary, aquí el puente de mando. Perdón por despertarlo, señor. Nos pidió que le notificásemos…
—Sí, sí. ¿Qué pasa? —preguntó Geary.
—Hemos avistado elementos importantes de la flota síndica saliendo por el punto de salto. La capitana Desjani estima que se trata de la fuerza principal de persecución.