Los saltos espaciales no habían cambiado ni lo más mínimo. Geary sabía que no debería haberse esperado muchos cambios (¿qué podía significar un siglo en estándares humanos dentro de la inmensidad vital del universo?), pero no había podido evitar que le persiguiera el temor de que los nuevos sistemas hipernéticos pudieran ser visibles de algún modo a través del vacío. Por el contrario, el espacio de salto ofrecía la misma vista que conocía: un negro mate interminable que siempre parecía estar a punto de convertirse en gris oscuro. En medio de aquella inmensidad centelleaba algún que otro destello de luz que no seguía ningún patrón conocido y cuya causa, incluso entonces, seguía siendo desconocida.
—Los tripulantes dicen que las luces son los hogares de nuestros antepasados —musitó Desjani.
Geary volvió la vista hacia la capitana.
—Eso mismo decían en mi tiempo —corroboró Geary.
No sentía demasiadas ganas de hablar, pero tenía la sensación de que debía hacerlo. Desjani se había tomado la molestia de ir a visitarlo a aquel gran camarote que en cierta ocasión había pertenecido al almirante Bloch y que ahora era su casa. Geary no añadió que desde que fue rescatado no había sido capaz de mirar al gris infinito del espacio de salto sin que le empezaran a doler los huesos, como si el frío que había experimentado durante la hibernación no lo hubiera acabado de abandonar nunca.
Desjani se quedó mirando al visualizador un momento antes de hablar.
—Algunos de los tripulantes dicen que usted ha estado allí. Donde brillan las luces. Dicen que estuvo esperando allí hasta ahora, hasta el momento en el que la Alianza lo necesitó —apuntó Desjani.
Geary empezó a reírse, incapaz de resistirse a pesar de que era consciente de que el momento no era especialmente distendido.
—Creo que si hubiera tenido alguna opción de elegir —señaló Geary—, no habría escogido jamás regresar en este momento.
—Bueno —rebatió Desjani—, no dicen que usted eligiera el momento. Dicen que usted hacía falta.
—Ya veo. —Geary dejó de reírse y la miró—. ¿Y usted qué cree?
—¿La verdad? —murmuró ella.
—Eso es precisamente lo que siempre quiero oír de usted —ratificó Geary.
Desjani sonrió.
—Está bien —aceptó Desjani—. Creo que si son nuestros antepasados quienes intervinieron directamente en el curso de los acontecimientos y eligieron traerlo a esta flota en el momento en el que lo hicieron, pues bien estuvo.
—Capitana —repuso Geary—, en caso de que no le haya quedado claro todavía, no soy el Black Jack Geary del que usted oyó hablar en el colegio.
—No —suscribió Desjani—. Usted es mejor.
—¿Cómo? —espetó sorprendido Geary.
—Lo digo en serio. —La capitana Desjani se inclinó hacia adelante, gesticulando enfáticamente con una mano—. Un héroe legendario puede servir de inspiración, pero no es de mucha ayuda cuando hay que llevar a cabo acciones concretas. No estoy segura de que el Black Jack Geary del que siempre oí hablar hubiera sido capaz de conducir a esta flota fuera del sistema de los síndicos. Usted sí lo ha hecho.
—¡Porque todos ustedes piensan que yo soy Black Jack Geary! —saltó Geary.
—¡Pero es que usted es ese hombre! —insistió Desjani—. Si no lo fuera, entonces todos los que hubiéramos sobrevivido estaríamos ahora de camino a los campos de trabajo síndicos. Usted sabe que es así. Si no hubiera estado usted aquí, la flota habría sido destruida.
Geary blandió una mueca de disgusto.
—Está dando por sentado que nadie más hubiera estado a la altura de las circunstancias. Piense en usted, o en el capitán Duellos, por ejemplo.
—Los capitanes Faresa y Numos están los dos por encima de mí en cuanto a grado de veteranía, y el capitán Duellos también. Ninguno de los tres me hubiera seguido. Tal vez alguno de nosotros hubiera intentado huir hacia el punto de salto, pero no habríamos sido suficientes para poder tener una oportunidad de sobrevivir a un largo viaje de regreso a casa. No, la flota se habría desmembrado y habría ido pereciendo nave a nave. —Desjani puso cara de angustia, pero inmediatamente volvió a sonreír—. Usted lo evitó.
Geary se encogió de hombros, evitando responder directamente a lo que Desjani estaba planteando.
—¿Me había dicho que tenía algo para mí? —cambió de tercio Geary.
—Sí —respondió Desjani—. Ha recibido un mensaje de la comandante Crésida, de la Furiosa.
Geary la miró con cierta confusión.
—¿Lo transmitió antes de que saltáramos? —apuntó Geary.
—No. Hace bastante tiempo que se desarrolló un método para transmitir mensajes en el espacio de salto. No podemos emitir flujos de datos de mucha capacidad, pero sí hacer llegar mensajes sencillos —expuso Desjani.
—Oh —musitó Geary.
El capitán reflexionó un momento sobre la expresión «hace bastante tiempo» antes de recordar qué le había llevado a hacer la pregunta.
—¿Qué quiere la comandante Crésida? —Desjani le pasó a Geary una agenda electrónica. Él la miró y leyó el breve mensaje que había en ella—. ¿Ha puesto su cargo a mi disposición?
Desjani meneó la cabeza mientras Geary volvía a alzar la vista hacia ella.
—No he leído el mensaje, capitán Geary. Era algo personal y estaba dirigido a usted.
—Oh. —Tengo que dejar de decir eso—. Bueno, pues sí. Pone su cargo a mi disposición por lo que ha ocurrido con el Resistente.
El mero hecho de mencionar el nombre hizo que los recuerdos recientes le dejaran la misma sensación que una patada en el estómago.
—Pero usted ordenó que…
—El capitán del Resistente se ofreció voluntario —aseveró Geary, con una voz que hasta a él le sonó lóbrega—. No. El plan que ella desarrolló precisaba del sacrificio de otra nave para asegurarse de que la Titánica llegaba al punto de salto.
Geary se vino abajo, mirando la libreta y preguntándose si iba a necesitar otro chute de medicamentos o si simplemente era que estaba reaccionando al estrés de tener que pensar en lo que había ido mal y en los costes que ello había supuesto. Crésida lo intentó. Cuando todo el mundo se quedó sentado pensando en cómo planear sus funerales, ella ofreció aquel plan. A Michael Geary le caía bien, creo. Y yo di el visto bueno a aquel plan. Yo.
—No creo que hubiera otra forma de sacar a la Titánica de aquí. No con lo que Crésida tenía a su disposición. —Desjani lo observó sin decir ni una palabra—. ¿Puedo escribir mi respuesta aquí?
—Sí —respondió Desjani—. Cuanto más corta mejor, claro.
Geary cogió el lápiz óptico y empezó a escribir.
Para la comandante Crésida, ASN de la Furiosa. Solicitud denegada. Sigue contando con mi entera confianza. Atentamente, John Geary, capitán, ASN.
Geary se la volvió a entregar a Desjani, que le miró interrogante. Geary le hizo una señal para que leyese la respuesta. Al hacerlo, Desjani asintió con la cabeza y después sonrió levemente.
—Justo lo que esperaba de usted, señor —concluyó.
Geary la miró, con una sensación de vacío en su interior. Todo lo que hago lo interpretan como algo que esperarían de Black Jack Geary. ¡O alguien incluso mejor que el legendario Black Jack Geary! Que nuestros antepasados nos asistan. ¿Por qué no pueden conocerme como lo que soy, igual que me conozco yo a mí mismo?
Pero, en realidad, ¿cuánto los conozco yo a ellos?
Geary volvió a mirar a la capitana Desjani, tratando de verla como si fuera la primera vez.
—Por cierto, ¿cuál es su nombre de pila? —preguntó Geary.
Desjani sonrió un instante.
—Tanya —respondió.
—Creo que no conozco a ninguna otra Tanya —apuntó Geary.
—Hubo un tiempo en el que el nombre se hizo muy popular. Ya sabe cómo funcionan estas cosas. Muchas mujeres de mi generación se llaman Tanya.
—Sí. Los nombres vienen y van, ¿verdad? ¿De dónde es usted? —continuó Geary.
—Kosatka —dijo ella.
—¿De verdad? Yo he estado en Kosatka —aseveró Geary.
Desjani parecía incrédula.
—¿En los bordes o en el interior del sistema? —inquirió Desjani.
—En los bordes. —Los recuerdos se desvanecieron y dejaron un fulgor agradable a su paso—. Por aquel entonces era solo un oficial subalterno. Enviaron mi nave a Kosatka dentro de una comitiva oficial que representaba a la Alianza en una boda real. Algo realmente gordo. Todo el planeta se volvió loco con aquella boda y ellos se comportaron de una manera extraordinariamente amable con nosotros. Nunca he bebido ni comido tanto gratis —Geary vio que, a juzgar por su rostro, Desjani no sabía de qué le estaba hablando—. Supongo que no fue algo que pasara a la historia.
—Esto, no. Me imagino que no. —Desjani sonrió cortésmente—. Kosatka ya no le presta tanta atención a la familia real como antes.
Geary asintió con la cabeza, tratando de mantener la sonrisa intacta.
—Supongo que lo que ayer fueron fastos y pompas inolvidables, hoy ya es algo que se olvida con facilidad —agregó.
—No obstante, no estoy segura de que alguien recuerde que usted estuvo en Kosatka. Eso es algo especial. ¿Le gustó? —prosiguió Desjani.
La sonrisa de Geary volvió a ser auténtica.
—Sí. No recuerdo que hubiera ningún enclave espectacular ni nada por el estilo, pero parecía un sitio realmente agradable y acogedor. Parte de la tripulación hablaba incluso de irse a vivir allí cuando se jubilasen. —Geary forzó una carcajada—. Apuesto a que las cosas han cambiado ahora.
—No tanto —repuso Desjani—. Hace mucho tiempo que no paso por casa, pero así es como la recuerdo yo también.
—Claro que sí. Es su casa. —Ambos se quedaron sentados en silencio durante un momento hasta que Geary exhaló pesadamente—. ¿Y cómo está nuestra casa?
—¿Señor? —inquirió Desjani.
—Nuestra casa. La Alianza. ¿Qué aspecto tiene? —especificó Geary.
—Pues… sigue siendo la Alianza. —Desjani meneó la cabeza y su rostro pareció mucho mayor y más cansado que un momento antes—. Ha sido una guerra muy larga. Se han dedicado tantos esfuerzos a lo militar, a construir más naves, más defensas, más fuerzas de infantería… Y han sido tantos los jóvenes que han tenido que meterse en estas cosas… Todos nuestros mundos tienen una riqueza enorme cuando se unen, pero ahora todo eso ha desaparecido.
Geary frunció el ceño y se miró las manos porque no quería ver la cara de Desjani justo en ese momento.
—Dígame la verdad. ¿Van ganando los síndicos?
—¡No! —La respuesta llegó tan rápida que a Geary le dio por pensar que debía de reflejar una especie de fe ciega más que un análisis profesional—. Pero nosotros tampoco —admitió Desjani—. Es demasiado complicado. Las distancias que hay entre las cosas, la capacidad de cada bando para recuperarse de las bajas y reclutar nuevas fuerzas, el equilibrio armamentístico… —Desjani soltó un suspiro—. La guerra lleva mucho tiempo en un punto muerto.
Punto muerto. Tenía sentido, por las razones exactas que le había indicado Desjani. Tanto la Alianza como los Mundos Síndicos eran demasiado grandes como para ser derrotados a no ser que transcurriesen varios siglos de guerra.
—¿De todos modos, por qué cojones empezarían los Mundos Síndicos una guerra que no se puede ganar? —se preguntó Geary.
Desjani se encogió de hombros.
—Ya sabe lo que son. Un estado corporativo dirigido por dictadores que se autoproclaman siervos de un pueblo al que esclavizan. Los mundos libres de la Alianza suponían una amenaza constante para los dictadores de los Mundos Síndicos, ya que no eran sino ejemplos vivientes de que el gobierno representativo y las libertades civiles podían coexistir con un nivel de seguridad y prosperidad superior al que los síndicos podrían siquiera soñar. Por eso la Federación Rift y la República Callas acabaron uniéndose a la Alianza en esta guerra. Si los síndicos consiguen aplastar a la Alianza, irán después a por los mundos libres que queden —vaticinó Desjani.
Geary asintió con la cabeza.
—A los líderes síndicos siempre les ha preocupado la posibilidad de que hubiera revueltas dentro de sus mundos. ¿Fue por eso por lo que nos atacaron cuando lo hicieron? ¿Fue porque hacer que la Alianza dejase de ser una alternativa atractiva y se convirtiese en una amenaza de guerra era la única manera de mantener a su propio pueblo bajo control? —inquirió Geary.
En esta ocasión Desjani frunció levemente el ceño y después se volvió a encoger de hombros.
—Supongo, señor. Para ser sinceros, la guerra empezó hace mucho tiempo. La verdad es que nunca he estudiado las circunstancias exactas. Lo único que nos importa a mí y al resto de la Alianza a día de hoy es, por supuesto, que los síndicos lanzaron un ataque sobre nosotros sin que mediara provocación. O, mejor dicho, sobre nuestros antepasados. No podemos permitir que obtengan ningún beneficio de aquello —desafió Desjani.
—¿Acaso lo han obtenido? —incidió Geary.
—No hasta donde yo sé —repuso Desjani con una sonrisa feroz que acabó diluyéndose—. Ni nosotros tampoco, no hace falta que lo diga.
—Nadie se está beneficiando de la situación y nadie puede vencer. ¿Por qué no acabar con esto, entonces? Negocien —sugirió Geary.
La cabeza de Desjani se irguió de repente y se quedó con la mirada clavada en Geary.
—¡No podemos! —exclamó.
—Pero si ni la Alianza ni los síndicos pueden ganar…
—¡No podemos fiarnos de ellos! —repitió Desjani—. No van a respetar ningún pacto. Usted lo sabe. ¡El ataque que usted fue capaz de repeler hace tanto tiempo fue una agresión por sorpresa, una puñalada trapera sin que mediara provocación! No. —Desjani meneó la cabeza, esta vez con furia—. Es imposible negociar con criaturas como las de los Mundos Síndicos. Es preciso aplastarlas para que su maldad no se expanda más allá, para que no acabe segando la vida de más inocentes. Cueste lo que cueste.
Geary volvió a mirar hacia el exterior, pensando en cómo un siglo de guerra podía afectar no solo a las economías, sino también a la mentalidad de la gente. Supongo que Desjani está en lo cierto cuando dice que las razones por las que los síndicos atacaron hace un siglo ya no son tan importantes. Pero tendré que tratar de acordarme de mirarlo en algún momento, tratar de descubrir qué razones exactas causaron esta guerra en lugar de quedarme simplemente en la naturaleza inmoral de los líderes síndicos. No es que los síndicos no se hayan mostrado ya capaces de cometer actos horribles. El almirante Bloch podría, ciertamente, atestiguar lo fútil que resulta negociar con ellos. Pero si ningún bando puede ganar y ningún bando va a negociar, eso nos condena a todos, buenos o malos, a una guerra interminable. Geary volvió a mirar a Desjani y vio que ella lo observaba con una mezcla de seguridad y calma. No me queda más remedio que estar de acuerdo con ella, ¿no soy yo acaso el legendario Black Jack Geary?
Como si le estuviera leyendo la mente, la capitana Desjani asintió en ese momento.
—Ya ve usted lo importante que es que regresemos a casa. El ataque en suelo síndico podía haber sido el medio para que finalmente inclinásemos la balanza a nuestro favor. Ha fracasado, es cierto, pero si podemos devolver la llave hipernética de los síndicos a casa y duplicarla, los síndicos se verán abocados a una situación imposible. Tendrán que desactivar su propia hipernet o saber que podemos usarla contra ellos en cualquier momento y en cualquier punto de la red —argumentó Desjani.
Geary respondió asintiendo con la cabeza.
—Y si desactivan su hipernet, la Alianza podría desplazar unidades mucho más rápido que los síndicos, tanto que seríamos capaces de concentrar unidades una y otra vez, aplastando por ende a los síndicos, ya que ellos se verían obligados a reunir a sus fuerzas de manera mucho más embarullada y esta desorganización les impediría sistemáticamente atraparnos. Sería una ventaja enorme aunque solo fuera por eso —aseveró Geary—. Solo puedo pensar en la ventaja económica que supondría para la Alianza conseguir algo así. ¿Por qué se iban a arriesgar entonces a entregarnos una de sus llaves?
Desjani puso mala cara.
—Desde su punto de vista, el plan probablemente parecía infalible. Nos ponían el cebo del sistema local de los síndicos, nos ofrecían una llave a través de un supuesto traidor y finalmente nos atrapaban tan lejos de casa que no teníamos posibilidad de escape —Desjani sonrió de oreja a oreja—. Lo que no sabían es que lo teníamos a usted.
Oh, por todas las estrellas. Pero ahora que ha sacado el tema…
—¿Cómo me encontraron, después de todo este tiempo? ¿Por qué nadie me encontró antes? —interrogó Geary.
Las preguntas ya se le habían pasado por la cabeza antes, pero nunca había querido saber las respuestas, porque no le apetecía escarbar en la secuencia de sucesos que lo había separado de su propio tiempo y lo había dejado allí en medio de aquellos extraños que ahora le resultaban tan familiares.
Desjani tecleó algo sobre la mesa pequeña que los separaba y, acto seguido, apareció una pantalla virtual con una representación de los sistemas estelares.
—¿Sabía usted que podía hacer esto? Su última batalla… Discúlpeme, lo que creímos que había sido su última batalla, tuvo lugar aquí. —Desjani señaló una estrella que no tenía nada de especial—. Grendel.
Geary asintió con la cabeza y deslizó su propio dedo a lo largo de una línea de estrellas.
—Era parte de una ruta de tránsito estándar. Por eso mi convoy se movía por esa zona —aclaró Geary.
—Eso es. Pero también era una zona próxima al espacio síndico, razón por la cual el convoy tenía una escolta rutinaria, ¿verdad? —Geary asintió y Desjani movió la mano para indicar las estrellas que había más allá—. Los síndicos podían saltar directamente al sistema Grendel. Y eso fue lo que hicieron cuando lo atacaron a usted.
La capitana se quedó sentada y en silencio un rato.
—Después de aquello —prosiguió Desjani—, bueno, por lo que yo sé, el sistema fue arrasado, pero había fuerzas síndicas entrando y saliendo constantemente, con la esperanza de atrapar más naves. Todo lo que se hiciera tenía que desarrollarse en condiciones de combate, por lo que las batallas acumuladas fueron dejando más y más desechos por todo el sistema. Finalmente, se abandonó Grendel de manera efectiva, a excepción de algunos sistemas automatizados de alerta temprana que se dejaron allí para informarnos en caso de que los síndicos volvieran a pasar por aquel lugar. Simplemente tenía más sentido saltar sin riesgo a través de Beowulf, Caderock y Rescat que jugársela a través de Grendel. —Desjani volvió a encogerse de hombros—. Y una vez que apareció la hipernet, nadie volvió a necesitar aquello.
Geary se quedó mirando la pantalla virtual y el frío pareció colarse a través de los muros que lo rodeaban mientras él pensaba en las décadas que su cápsula de supervivencia había pasado dando tumbos por el espacio en un sistema que solo estaba lleno de los desperdicios ocasionados por la guerra.
—Pero el caso es que volvieron a pasar por allí —precisó Geary.
—Sí. Necesitábamos saltar a un sistema síndico en el que hubiese una de sus puertas hipernéticas y Grendel ofrecía un punto de salto perfecto. Aislado, tranquilo, vacío. —Desjani deslizó un dedo suavemente a través de la representación de la estrella solitaria—. Nuestros sensores son mejores, tienen una sensibilidad mayor de la que solían tener. Detectaron la batería que estaba siendo usada en su cápsula de supervivencia, así como la minúscula cantidad de calor que generaba. Podía tratarse de un escape procedente de una nave espía no tripulada de los síndicos, así que decidimos ponernos a investigarlo. —Desjani apretó los labios—. Las estimaciones de los médicos de la flota indicaban que a usted le quedaban solo unos pocos años más de vida, como mucho, antes de que la batería de la cápsula se agotase.
El frío se apoderó de Geary, amenazando con congelarle la respiración en la garganta.
—Eso no lo había oído —repuso Geary.
—Se supone que las cápsulas no pueden mantener a nadie vivo durante tanto tiempo, ya sabe. La única razón por la que la suya consiguió hacerlo durante todos esos años fue porque usted era el único que había a bordo. Con que hubieran quedado solo dos supervivientes que hubieran tenido que nutrirse de esa batería para sustentar su hibernación…
—Qué suerte la mía —completó Geary.
Desjani tenía los ojos clavados en él otra vez.
—Muchos creen que no es una simple cuestión de suerte, capitán Geary —agregó Desjani—. Han tenido que confluir un montón de circunstancias para que usted acabase estando con vida dentro de esta nave justo cuando la Alianza lo necesitaba. Justo cuando nosotros lo necesitábamos.
Estupendo. Más pruebas para aquellos que quisieran creer que las estrellas me habían mandado para… ¿para hacer qué? ¿Están solo esperando que lleve a esta flota a salvo a casa o ese es el principio de sus sueños?
¿Cómo les voy a decir lo contrario? ¿Y qué pasará cuando se enteren de que soy un hombre perfectamente falible al que el destino le ha jugado un montón de malas pasadas?
Geary se dio cuenta de que Desjani lo miraba con preocupación.
—¿Qué? ¿Ocurre algo? —preguntó Geary.
—¡No! Es solo que… llevaba usted en silencio mucho rato, con la mirada perdida. Me estaba preocupando un poco —se justificó Desjani.
A Geary se le debían de estar empezando a pasar los efectos de la última tanda de medicamentos. O eso, o los últimos acontecimientos simplemente habían desbordado las capacidades de los fármacos.
—Supongo que necesito descansar un poco —reconoció Geary.
—No hay ninguna razón para que no lo haga ahora mismo. Tardaremos tres semanas en realizar el tránsito hasta Corvus. Tiene tiempo de sobra para recuperarse. —Desjani se sintió culpable por un momento—. Los médicos de la flota quieren volver a verlo lo antes posible. Se suponía que debía decírselo yo.
Claro que querrán. ¿Pero me irá mejor si me voy a descansar y paso de ellos o debería ir a buscarlos?
—Gracias. Y gracias por todo lo demás, Tanya. Me alegro de estar en el Intrépido —indicó Geary.
Era sorprendente cómo una sonrisa podía transformar el rostro de la capitana Desjani.
—Lo mismo digo, capitán Geary.
Geary se quedó sentado unos minutos después de que Desjani abandonara la estancia, incapaz de recobrar la energía física o mental necesaria para hacer nada más. Tres semanas hasta llegar a Corvus. No era tanto, pero podía convertirse en una eternidad para una flota de naves cuyo futuro hasta hacía nada parecía confinado a extinguirse en una hora.
Alguien había hecho la cama en algún momento y aquello le ahorró a Geary el dilema de decidirse entre pedir ayuda para que le pusieran sábanas nuevas o dormir directamente sobre las sábanas del almirante Bloch. El capitán durmió durante un buen rato, si bien el descanso no fue todo lo reparador que hubiera sido deseable. Durante los breves períodos de vigilia que se intercalaron a lo largo de su descanso, Geary se dio cuenta de que había estado soñando con algo intensamente y, sin embargo, no era capaz de recordar del todo de qué trataban aquellos sueños.
Finalmente se acabó levantando, porque el ruido atenuado del exterior, provocado por las rutinas del trabajo cotidiano a bordo del Intrépido no lo dejaba dormir, y eso que la habitación estaba bastante bien insonorizada. Geary dio gracias por sentirse con más fuerzas y empezó a hurgar entre los compartimentos, tratando de ignorar cualquier cosa que tuviese pinta de haber sido un efecto personal del malogrado almirante Bloch. En su búsqueda se encontró con algunas barras de racionamiento sin abrir que, a juzgar por su apariencia, parecían cronológicamente tan viejas como él mismo.
Con todo, tampoco era como si en ese momento tuviera muchas ganas de ponerse a paladear una buena comida, así que las barras de racionamiento bastaron para hacer las veces de un desayuno frugal.
¿Y después qué? Ahora ya se podía permitir el lujo de tener tiempo. La flota de la Alianza iba a estar surcando el espacio de salto durante semanas, así que podía dedicarse a intentar descubrir más cosas sobre lo que había ocurrido desde que se metió en aquella cápsula de supervivencia y empezó su largo sueño. Por lo que había visto y oído hasta ahora, gran parte de la historia reciente no era demasiado halagüeña, pero tenía que conocerla si quería entender a esos extraños al mando de los cuales se había visto en un abrir y cerrar de ojos.
En sus manos cayó una versión moderna del Manual del Tripulante y, con el paso de las hojas, Geary pudo comprobar que en su interior había lo que parecía ser una versión condensada bastante cabal de la historia que relataba los acontecimientos que habían tenido lugar desde su «última batalla».
Geary echó un vistazo rápido al relato de lo que se suponía que había sido su último combate. Nunca se había sentido cómodo escuchando siquiera loas rutinarias hacia su persona, así que la idea de leer una versión escrita que rindiese pleitesía a sus actos lo ponía casi enfermo. Sobre todo cuando hasta oficiales con experiencia y una cabeza bien amueblada como la capitana Desjani parecían creer que las estrellas habían enviado a Geary de vuelta para que se convirtiese de algún modo en el salvador de la Alianza.
Pero, en cuanto empezó a ojear la historia de «La última batalla de Black Jack Geary» se detuvo a mirar la fecha. Hacía casi cien años. A mí me da la sensación de que todo ha ocurrido hace menos de dos semanas. Lo recuerdo con nitidez. Recuerdo aquella batalla y aquella gente de mi tripulación, recuerdo como me metí en la cápsula de supervivencia mientras mi nave quedaba reducida a cenizas y la muerte me sobrevolaba por encima de los hombros. Fue tan solo hace dos semanas. Esa es la sensación que me da a mí.
Todos están muertos. Los que murieron en mi nave y los que consiguieron huir. Todos están igual ahora. Y hasta los hijos de los que sobrevivieron están muertos, también. Yo soy lo único que queda de aquello.
Geary agachó la cabeza y durante un buen rato en su cabeza no hubo lugar para otra cosa más que no fuese una pena enorme.
Al final, Geary llegó al término de aquel repaso histórico y se dio cuenta de que era poco más que una sucesión de interpretaciones positivas de batallas perdidas y ganadas. Hasta lo que a los ojos de Geary se antojaban derrotas parecían ser, de algún modo, algo que entraba dentro de los cálculos, una parte más dentro de un plan maestro superior. Lo que le había contado la capitana Desjani, la historia del punto muerto en el que llevaban estancados ambos bandos varias décadas, resultó ser algo obvio cuando Geary se esforzó por leer entre líneas. A medida que la historia se iba acercando al presente, el relato parecía hasta estridente de puro patriótico, una señal que a Geary le pareció evidenciar claramente que la moral de sus tropas no estaba en su mejor momento.
El Manual del Tripulante siempre había estado destinado a enseñar lo básico, así que su contenido no pudo confirmar la creencia de Geary de que los oficiales y tripulantes de la flota de la Alianza eran, por norma general, jóvenes y escasamente preparados. Pero, como comandante de la flota que era, Geary podía tener acceso a cualquier archivo de personal que quisiese y aquellos que consultó de manera aleatoria sí que confirmaron su teoría. La mayoría del personal de la flota tenía una experiencia absolutamente nimia. Unos pocos habían sobrevivido lo suficiente, bien por suerte o por habilidades innatas, como para saber lo que estaban haciendo, pero eran una pequeña minoría. Cada una de las grandes victorias que se celebraban a bombo y platillo en la historia que había leído Geary habían comportado igualmente un alto número de bajas. Incluso aunque la historia oficial no admitía ninguna derrota, Geary imaginaba que las que se hubieran producido habrían traído consigo un montón de bajas igualmente.
Geary se preguntó cómo oficiales como los capitanes Numos y Faresa habían sobrevivido tanto tiempo cuando tantos otros habían ido pereciendo por el camino. A pesar de que Geary solo había tenido oportunidad de verlos durante unos minutos, no le había dado la impresión de que ninguno de los dos fuera un oficial especialmente habilidoso. Geary sospechaba que Numos y Faresa eran como ciertos oficiales que él había conocido en su tiempo, gente que de alguna manera se las apañaba para dejar que siempre fueran otros los que asumieran los riesgos, que trabajaba arduamente para mantener su reputación y, al mismo tiempo, procuraba evitar cualquier acción que los pudiera poner en peligro a ellos o a esa reputación. Sin embargo, Geary no tenía prueba alguna de aquello, así que por el momento lo único que podía hacer era observar los comportamientos de Numos y Faresa con la esperanza de que la observación confirmase o refutase sus sospechas.
Después de quedarse quieto todo el tiempo que pudo, Geary se armó de valor y pidió el historial del comandante Michael Geary. Como se había imaginado, y como había dejado entrever la manera en la que batalló con su nave, su resobrino había sido uno de esos que habían logrado sobrevivir gracias a su experiencia y habilidades. Y su supervivencia no se debía precisamente a que se hubiera quedado en la retaguardia durante las operaciones. De hecho, Michael Geary se había pasado la vida tratando de estar a la altura de los estándares de heroicidad de Black Jack Geary. Al final había logrado su objetivo muriendo en combate.
Un montón de aficionados y unos pocos supervivientes. No, todos eran supervivientes de una guerra que había seguido su curso durante mucho, mucho tiempo, con algún alto el fuego ocasional que, según parecía, solo se había pactado para que ambos bandos pudieran rearmarse después de haber sufrido bajas especialmente graves.
Tengo que hablar con esta gente. Geary miró a la puerta de su camarote, agradecido por la protección que le ofrecía pero también sabiendo que no se podía esconder allí eternamente. Tengo que conseguir conocerlos, saber hasta qué punto pueden seguir trabajando bajo estas condiciones de presión. A juzgar por la gente que he conocido hasta ahora, van a seguir intentándolo durante algún tiempo más porque han depositado en mí una fe irracional, ¿pero qué ocurrirá después de que haya cometido suficientes errores, después de que haya dejado claro que no soy el mítico Black Jack Geary sino simplemente el comandante John Geary, ascendido a capitán después de su muerte, alguien que no está muy seguro de qué cojones hacer para conseguir devolverlos sanos y salvos a casa? ¿Qué pasará entonces?
La única manera de saber la respuesta a esa pregunta era franquear la puerta de su camarote.
Durante los siguientes días, Geary dedicó más o menos la mitad de su tiempo a estudiar y la otra mitad a caminar por el interior del Intrépido. De manera informal se había fijado el objetivo de tratar de pisar todos los compartimentos de la nave, aunque solo fuera porque sabía que era algo importante para la moral de los miembros de la tripulación dejarse ver entre ellos. También quería a toda costa que lo vieran como humano antes de que volviese a dar señales de su falibilidad, pero no estaba seguro de estar realizando muchos progresos en ese sentido.
En uno de sus paseos, se detuvo junto al compartimento en el que se encontraba el proyector de campos de anulación del Intrépido. El personal de campos de anulación se quedó de pie, sonriendo, mientras Geary observaba aquel artilugio enorme y achaparrado. Había algo en el tamaño y la forma de aquella arma que le hizo pensar en un mítico trol gigante posado sobre sus patas a la espera de que la víctima se acercase lo suficiente. Geary escondió lo mejor que pudo sus recelos y devolvió una sonrisa a la tripulación.
—¿El arma está lista para ser utilizada? —preguntó Geary.
—¡Sí, señor! —El jefe del equipo, que parecía tan joven que Geary se preguntó si haría mucho tiempo que había empezado a afeitarse, posó una mano posesiva sobre el monstruo—. Está en perfectas condiciones. Le hacemos revisiones todos los días, exactamente como dicen los manuales, y si algo parece ir mínimamente mal, nos aseguramos de repararlo.
Otra integrante del equipo de campos de anulación tomó la palabra con un tono de voz que alcanzó al del jefe del equipo.
—Estaremos listos, capitán. Cualquier buque de guerra síndico que se acerque lo suficiente como para que lo tengamos dentro de nuestro radio de disparo se va a enterar de lo que es bueno.
Geary tardó un minuto en darse cuenta de que «lo que es bueno» debía de referirse a lo que queda de ellos después de que un disparo del campo de anulación dejara a todos los que estuvieran dentro de la zona fijada reducidos a partículas subatómicas. Por alguna razón, Geary acabó asintiendo con la cabeza y sonriendo a modo de respuesta ante aquella bravata. A los artilleros les encantaba su artillería. Siempre había sido así y probablemente siempre lo sería. Por eso eran artilleros. Y sus antepasados sabían que la flota necesitaba buenos artilleros.
—La próxima vez que nos podamos acercar a los síndicos, veremos si podemos brindarle a usted un buen disparo.
El equipo sonrió de oreja a oreja y cerró los puños en el aire. No tengo agallas para decirles que, si puedo evitarlo, no permitiré que pongamos en peligro al Intrépido. Con todo, sigue habiendo muchas posibilidades de que acabemos acercándonos a los buques de guerra síndicos nos guste o no antes de que todo esto llegue a su fin.
Los equipos responsables de las baterías de lanzas infernales no eran tan entusiastas, pero al contrario que los de los campos de anulación, sus juguetes no eran armas sin estrenar que hubieran sido ellos los primeros en usar. Geary reconoció con facilidad los proyectores de lanzas infernales, a pesar de que su tamaño era tres veces más grande que los que él había conocido.
Un veterano suboficial de la Marina que se encontraba junto a las baterías de lanzas infernales dio unas palmaditas sobre las armas.
—Apuesto que hubiese deseado tener consigo una de estas mozas durante su última batalla, ¿eh, capitán?
Geary volvió a sacar esa sonrisa de cortesía de nuevo.
—No me hubiera venido mal, no —repuso el capitán.
—No quiero decir que a usted le hiciera falta, señor —agregó apresuradamente el jefe—. Esa batalla suya… todo el mundo ha oído hablar de ella. Estas cosas de hoy en día están bien, pero ya no se hacen naves ni tripulantes como aquellos.
Geary sabía hasta qué punto era cierto aquello, pero también sabía otra verdad. Echó un vistazo a la superficie mate de las lanzas infernales durante un momento y después meneó la cabeza.
—Se equivoca, jefe —respondió, levantando una ceja mientras volvía la vista hacia el resto de los presentes—. Una de las ventajas de ser comandante de esta flota es que puedo decirle a un jefe que se equivoca.
Todo el mundo se echó a reír, pero enseguida se volvió a hacer un silencio cuando Geary volvió a tomar la palabra, en esta ocasión con una voz más comedida.
—Todavía se hacen buenas naves y salen buenos tripulantes. Ya vieron todos al Resistente. —La voz se le atragantó en la última palabra, pero no pasó nada porque vio las reacciones de los tripulantes y supo que todos lo entendían y se sentían de la misma manera—. Repararemos los daños de nuestras naves, repondremos la artillería que necesite ser recargada y la próxima vez que nos encontremos con la flota síndica les haremos pagar cien veces por lo que le hicieron al Resistente.
Todos jalearon la arenga. Geary se sentía como un fraude, pues de su boca salían palabras en las que realmente no creía. Pero tenía que creérselas y, atinadamente o no, ellos sí que creían en él.
Cuando Geary ya se estaba dando la vuelta para marcharse, el jefe del equipo lanzó un grito por encima del de sus subordinados.
—¡Haremos que se sienta orgullosos de haberse puesto a nuestro mando, Black Jack! —vociferó.
Que nuestros antepasados me asistan. Sin embargo, Geary se giró y volvió a referirse a ellos mientras se volvía a hacer el silencio para escuchar sus palabras.
—Yo ya estoy orgulloso de ser su comandante —sentenció el capitán. Nuevos vítores, pero no le importó, porque lo que había dicho esta vez era completamente cierto.
Cuando Geary fue a ver la llave hipernética, protegida en la zona de seguridad, tuvo que ser escoltado por la capitana Desjani. El aparato medía más o menos la mitad que un contenedor de carga y el artilugio en sí ocupaba la mayor parte del compartimento en el que lo habían depositado. Geary dio varios pasos a su alrededor, visualizando los cables que salían de allí y los que estaban dispuestos a modo de elementos de control. Geary se quedó mirándola un buen rato, preguntándose cómo algo de una apariencia tan normal podía ser tan importante.
—Capitán Geary.
Lo único bueno de la expresión de la copresidenta Victoria Rione era que era ligeramente menos fría que el tono de su voz.
—Señora copresidenta. —Geary dio un paso atrás para permitir que Rione entrase en su camarote.
En su intento por dejar de depender de los medicamentos, no se había tomado ninguno en todo el día, lo cual lo había dejado en un estado todavía peor que el de costumbre, además de sin ganas de recibir visitas. Pero, teniendo en cuenta su autoridad sobre algunas de las naves de la flota, Geary era consciente de que no podía dejar de recibir a Rione.
—¿A qué debo el honor de esta visita? —preguntó Geary. Aparentemente, no consiguió eliminar del todo la ironía de su voz, porque la temperatura de la expresión de Rione bajó unos pocos grados más hasta rozar el cero más absoluto. Con todo, la copresidenta caminó hacia el interior del camarote, esperando a que Geary cerrase la puerta y después lo miró sin articular palabra.
Si está tratando de ponerme nervioso, lo está haciendo bastante bien. Geary trató de no permitir que Rione lo encolerizara, ya que le había dado la sensación de que la copresidenta usaba ese tipo de emociones para confundir a sus oponentes y que acabaran diciendo y haciendo cosas de las que probablemente acabarían lamentándose.
—¿Le gustaría tomar asiento? —inquirió Geary.
—No —zanjó Rione.
La copresidenta se volvió y dio tres pasos hasta llegar al muro más lejano, aparentemente absorta en el ejercicio de estudiar el cuadro que había allí. Se trataba de parte del legado del almirante Bloch, por supuesto, un impresionante paisaje estelar, que era una de esas cosas que uno esperaba encontrar en el camarote de un oficial de navío. Rione pasó quizá un minuto mirando el cuadro para después volverse hacia Geary de nuevo.
—¿Le gustan los paisajes estelares, capitán Geary? —interrogó Rione.
Conversación. Algo que Geary no se había esperado y que lo ponía más en estado de alerta que nunca.
—No especialmente —repuso el capitán.
—Puede cambiarlo. Puede poner cualquier cuadro de la biblioteca gráfica de la nave aquí —apuntó Rione.
—Lo sé —musitó Geary.
Geary no quiso añadir que no había sido capaz de quitar el cuadro porque en cierto modo representaba un legado que daba fe de que el almirante Bloch había estado antes allí.
Rione se quedó mirándolo durante varios segundos antes de volver a tomar la palabra.
—¿Cuáles son sus intenciones, capitán Geary? —inquirió Rione.
Mis intenciones son puras y honestas, señora. Aquel pensamiento incongruente le invadió la mente sin poder evitarlo, lo que provocó que Geary tuviera que toser fingidamente para no reírse.
—Discúlpeme. Señora copresidenta, como debatimos con anterioridad, pretendo llevar esta flota de vuelta al espacio de la Alianza —respondió Geary.
—No evada la cuestión, capitán. Estamos en ruta hacia el sistema Corvus. Quiero saber qué pretende hacer después —insistió Rione.
Si lo supiera seguro, se lo diría. Bueno, quizá la visita de Rione no fuera algo tan malo, a fin de cuentas. Según parecía, la copresidenta era una de las pocas personas a bordo de esa nave que no besaba el espacio que surcaba Geary. Rione ya había dejado claro que no iba a tener dudas a la hora de expresar sus propias opiniones y, hasta donde Geary había podido saber a partir de su conversación anterior, tenía la cabeza bien amueblada. Cierto que tampoco se había molestado en ocultar que Geary no le gustaba, pero al contrario de la hostilidad que había visto en gente como los capitanes Numos y Faresa, al menos el desdén de la copresidenta de la República parecía estar tamizado por un cierto grado de sentido común.
—Me gustaría debatirlo con usted —aseveró Geary.
—¿De verdad? —El escepticismo de Rione quedó patente tanto por su tono de voz como por su expresión.
—Sí. Con todo, le rogaría que nuestras charlas sigan siendo privadas. Espero que lo comprenda —aclaró Geary.
—Por supuesto —corroboró Rione.
Geary se acercó un paso hacia la mesa y se las apañó con esfuerzo para manejar los mandos, que aún seguían sin resultarle familiares, y conseguir pedir el visualizador. La primera vez empezaron a refulgir estrellas en el aire, justo encima de la superficie de la mesa, pero después se desvanecieron. Blasfemando entre dientes, Geary volvió a intentarlo, y esta vez el visualizador sí se quedó quieto.
—Tenemos varias opciones —comentó Geary.
—¿Opciones? —preguntó ella.
—Sí —espetó Geary. Si ella sabe responder con una sola palabra, yo también.
Geary manipuló cuidadosamente los botones de su panel de mandos y en el visualizador, las estrellas dieron paso a una representación en miniatura de la flota de la Alianza vista desde arriba, como si los ojos que la mirasen fueran los de un observador omnipotente.
—Lo normal es que lleguemos a Corvus antes de que aparezca ningún síndico que nos pueda pisar los talones. Tendremos, como mínimo, unas pocas horas de margen —expuso Geary.
Rione frunció el ceño y se acercó hasta la posición de Geary, casi tocándolo con un brazo, pero aparentemente, reaccionaba a su presencia física del mismo modo en que lo hubiera hecho de tener al lado una pared.
—La flota síndica estaba muy cerca de nosotros cuando entramos en el espacio de salto. Seguramente seguirán ahí justo detrás de nosotros cuando lleguemos al sistema Corvus —apuntó Rione.
—No lo creo —advirtió Geary señalando el visualizador—: Cuando terminemos el salto tendremos esta formación. Y lo que es más importante: tendremos un montón de artillería pesada en la retaguardia de la formación.
—¿Más pesada que la de los síndicos? —insistió Rione.
Geary llegó a la conclusión de que, definitivamente, la copresidenta Rione no entendía de sarcasmos.
—En esa zona, sí. Cuando entramos en el espacio de salto, el objetivo de los síndicos era tratar de detenernos o de ralentizar a algunas de nuestras unidades más grandes el tiempo suficiente como para que sus naves más grandes las atraparan y las destruyeran. Pero la situación será diferente en el otro lado del salto si los síndicos aparecen justo detrás de nosotros. Nos siguen en fila. Sus naves más ligeras se van a dar de bruces contra lo más potente de nuestra flota. Podríamos incluso mandar a nuestras unidades más lentas a la vanguardia de la formación mientras nuestras mejores naves permanecen en la salida del salto para ir destrozando las naves más ligeras de los síndicos a medida que vayan pasando por ella. —Geary hizo una pausa y después meneó la cabeza—. No, no nos habrán seguido inmediatamente. Tendrán que tomarse un tiempo para retocar la disposición de sus fuerzas. No pueden saltar con esa formación en muro porque estarían tan desperdigados que las partes más alejadas del centro ni siquiera podrían pasar por el punto de salto. Habrán vuelto a llamar a filas a las naves de caza asesinas y el resto de unidades ligeras, habrán recolocado a las más pesadas y después…
—¿Después? —preguntó Rione alzando una ceja.
—Ese es el gran interrogante —apostilló Geary mirándola, tratando de descifrar si podía fiarse de la copresidenta y sus apreciaciones. Me fíe o no, puede que se le ocurra algo que a los demás no se les haya ocurrido todavía—. Me gustaría escuchar su opinión sobre una cosa.
—¿Mi opinión? —Rione le lanzó una mirada cautelosa, su escepticismo era aún obvio.
—Sí, su opinión sobre lo que habría que hacer ahora —especificó Geary.
—En ese caso, permítame decirle algo antes de que diga usted nada más. No sobreestime la fuerza de que dispone, capitán Geary —advirtió Rione.
Geary frunció el ceño y sintió la debilidad de su cuerpo, que se resentía tanto de su flaqueza como de la aparente alusión de Rione a ella.
—¿Qué quiere decir exactamente con eso? Físicamente me siento capaz de…
—No —lo interrumpió Rione—. No hablo de su fuerza personal. La fuerza de esta flota.
Rione agitó la mano desdeñosamente por encima del visualizador en el que aparecía representada la disposición de la flota de la Alianza.
—Eso solo le proporciona una impresión superficial —añadió la copresidenta—. No le permite saber qué hay por dentro.
—¿Me está diciendo que no me puedo fiar de mi información? —inquirió Geary.
—La información sobre la flota es todo lo precisa que puede llegar a ser —se explicó Rione, gesticulando con frustración—. No me sale la palabra exacta para describir el problema. Esta flota es como un trozo de metal que parece muy fuerte. Pero cuando se lo golpea se rompe muy fácilmente. ¿Lo entiende?
Geary lo entendía.
—Frágil. Está diciendo que la flota es frágil —apuntó Geary—. Fuerte en apariencia pero fácilmente destruible en un solo golpe. ¿Es eso?
—Eso es justamente lo que quería decir —coincidió la copresidenta, aparentemente sorprendida por la sintonía con el capitán.
—Pero no se trata de una debilidad física. No es que haya fallos en la construcción de las naves o en la artillería —aseveró Geary.
—Empiezo a estar segura de que usted sabe que no es eso a lo que me refiero —se congratuló Rione.
Y yo empiezo a estar seguro de que usted es más de lo que aparenta, copresidenta Rione.
—Le agradezco sus estimaciones —dijo Geary.
—No parece sorprendido por ellas. Francamente, pensé que reaccionaría con enfado —se sinceró Rione.
Geary le lanzó una sonrisa evidentemente forzada.
—Me gusta sorprender a la gente —ironizó Geary. Razón por la cual no te diré que no tengo intención de dejar que esta flota siga siendo frágil si puedo evitarlo. El metal puede forjarse de nuevo, puede templarse. Y esta flota también. Espero. Eso sí, que yo o cualquier otro pueda conseguirlo en estas condiciones es harina de otro costal—. He intentado llegar a conocer… —Geary estuvo a punto de decir «a esta gente» antes de repasar mentalmente sus palabras—. A esta flota. Son buenos, pero como se me dijo tiempo atrás —hacía menos de una semana—, están cansados.
—Esta no es la clase de cansancio que puede aliviarse con una buena noche de descanso, capitán Geary —advirtió Rione.
—Ya lo sé, señora copresidenta —aceptó Geary.
—Si usted envía a estas naves a una batalla de primer orden, incluso aunque se den las condiciones que ha descrito, puede que le fallen —avisó Rione.
Geary bajó la vista y se mordió el labio. Eso es exactamente lo que me temo, pero no sé qué parte de esta conversación va a contarles a los demás.
—No tengo en mente buscar ninguna confrontación de primer orden entre mi flota y el enemigo en estos momentos —dijo Geary.
—Eso no me tranquiliza. ¡Para la Alianza, así como para la República Callas y la Federación Rift, es de una importancia crítica que estas naves regresen al espacio de la Alianza! —recordó Rione.
—Eso ya lo sé, señora copresidenta —aseguró Geary.
—Debemos evitar perder más naves.
Geary la miró con el ceño fruncido.
—Señora copresidenta, al contrario de lo que usted parece creer, no tengo por costumbre malgastar naves y vidas de tripulantes como si no valiesen nada. —Sus ojos se estrecharon, pero Rione permaneció en silencio durante un momento—. No tengo intención de salir a buscar un choque de flotas. No tengo ni idea de si los síndicos serán capaces o no de forzar tal acción, pero yo voy a hacer todo lo que pueda para incrementar nuestras posibilidades hasta el máximo, cueste lo que cueste.
Rione se quedó en silencio un rato más antes de responder.
—Eso a duras penas llega a promesa, capitán Geary —refunfuñó la copresidenta.
—No hago promesas que no puedo mantener —replicó Geary—. No puedo controlar lo que van a hacer los síndicos y no puedo estar seguro de la clase de situaciones que vamos a afrontar. Seguramente usted entiende lo suficiente la realidad militar como para saber que en ocasiones hay que poner unidades en riesgo.
—¿Unidades como el Resistente? —rememoró Rione.
Geary se quedó mirándola.
—Sí —murmuró Geary con voz ronca.
En lugar de volver a hablar, dio la impresión de que Rione se limitaba a estudiar a Geary durante unos segundos.
—Muy bien, capitán Geary. Debo añadir que, en el caso del Resistente; he obrado con descuido. —Rione inclinó levemente la cabeza hacia él—. Permítame mostrarle mis condolencias personales por la pérdida de su familiar, así como mis condolencias oficiales y mi agradecimiento por el sacrificio de su familiar, en nombre de la República Callas.
Geary bajó la vista hacia el escritorio, como tratando de recuperar la compostura, y después asintió con la cabeza.
—Gracias, señora copresidenta. No sabía que estaba al corriente de mi vinculación con el comandante del Resistente. —Geary sabía que su voz tenía un sonido áspero y sabía también que no podía hacer nada para evitarlo.
—Sí. Debí haberle mostrado mis condolencias mucho antes, le ruego me disculpe por ello —se excusó Rione.
—No pasa nada. —Geary se irguió y respiró hondo—. Ha habido muchos, muchos sacrificios.
La actitud de Rione seguía sin ser del todo amistosa, pero tal vez sí algo más cálida. Con todo, lo último que quería hacer ahora era ponerse a hablar de los muertos, así que cambió de tema sin preocuparse de que aquello resultase demasiado evidente.
—Como dije antes —prosiguió el capitán—, le agradecería que me diese su opinión respecto a algo. —Geary apartó la vista de ella y se concentró en los mandos de la mesa para, una vez más, volver a solicitar un visualizador estelar—. Estamos realizando un salto aquí, dentro del sistema Corvus. Nos desplazaremos a través de él y cogeremos todos los suministros que podamos en el tiempo que tengamos.
Geary volvió a señalar el punto de salida del salto, después su dedo se movió para señalar otro punto.
—Este es el punto de salto que nos sacará de Corvus. Tenemos tres destinos posibles. —Geary señaló una estrella—. Uno de ellos es Yuon y está bastante cerca de un punto a partir del cual podríamos volver rápidamente al espacio de la Alianza. —Otra estrella—. Voss, que va un poco en la otra dirección, más dentro del territorio interno síndico. —Y la tercera—. Kaliban. Que nos llevaría más o menos por el espacio síndico, pero que nos colocaría en un punto potencial de salto hacia otras cuatro estrellas. —Geary se detuvo un momento—. Piense que estuviera usted en el lugar de los comandantes síndicos, copresidenta Rione. ¿Dónde esperaría que fuéramos?
—Yuon —respondió Rione sin dudarlo.
—¿Por qué? —inquirió Geary.
—Estamos en plena huida, capitán Geary. La flota huye para salvar la vida. Y Yuon ofrece la ruta más rápida de vuelta a casa. No es rápida, en ningún caso, si se compara con la hipernet, pero es significativamente más rápida que las otras alternativas.
Geary bajó la vista hacia el visualizador mientras se frotaba la barbilla.
—¿No es una opción demasiado evidente? ¿Lo bastante como para que una flota síndica vaya allí a esperarnos? —dudó el capitán.
—Lo repito, nuestra flota salió pitando del sistema síndico. Estamos en territorio hostil. La huida es la única opción razonable —insistió Rione.
—Está bien, estoy de acuerdo en que tenemos que huir. También tenemos que evitar que nos atrapen, lo que significa que tenemos que apartarnos de la ruta evidente —advirtió Geary.
—En teoría, sí. Pero estamos limitados por las condiciones en las que nos encontramos, que no se pueden obviar. Los síndicos sabrán que usted quiere ir a Yuon, capitán Geary.
Geary esbozó una sonrisa retorcida.
—Pero yo no quiero ir a Yuon, señora copresidenta.
Rione se puso tensa, tanto que Geary hubiera jurado haber visto como se formaba hielo en el interior de sus ojos.
—¡Voss! Su plan es saltar para atrás, más dentro del sistema interior síndico, y luego volver a saltar de nuevo, con la esperanza de que sus defensas se vean sorprendidas y la flota deje de perseguirnos…
Geary alzó las dos manos con las palmas mirando en dirección hacia Rione.
—No.
—¿No? —Rione se apartó un paso, como rodeándolo con recelo, y observó su rostro.
—No. En un mundo ideal, tal vez. —En un mundo ideal, no estaríamos metidos en una guerra que ya se ha prolongado durante un siglo—. Pero aquí y ahora conozco bien los informes de daños de nuestras naves y tengo una idea bastante precisa de la cantidad de armas que hemos gastado y del estado de nuestros suministros. Igual que puedo hacerme una idea bastante aproximada de la capacidad actual que tiene esta flota de permitirse otra batalla de primer orden. —Geary meneó la cabeza—. Asumir ese riesgo sería de locos.
—Estoy de acuerdo —repuso Rione con cautela, como si todavía estuviera esperando que Geary tendiese una trampa a continuación.
—Así y todo, los síndicos tendrán que defenderse si elegimos esta opción, ¿no? Eso significa que pondrán un bloque de unidades en Voss y mantendrán refuerzos a mano para su sistema interior. Solo por si me da por estar loco —añadió fríamente—. Eso reducirá las fuerzas de que disponen para darnos caza.
—¿Entonces sí que irá a Yuon?
—No. Quiero ir a Kaliban —rectificó Geary.
—¿Kaliban? —Los ojos de Rione se movieron rápidamente de Geary al visualizador de estrellas—. ¿Qué nos proporcionaría Kaliban?
—Tiempo y una seguridad relativamente mayor. —Geary alzó de nuevo la mano para prevenir objeciones ulteriores—. Sé que el tiempo también es nuestro enemigo. Pero la flota necesita ese tiempo para recuperarse. Nuestras naves auxiliares están fabricando ahora más artillería recargable, metralla y espectros, y espero que podamos coger más material para seguir fabricando cuando estemos en Corvus. Conseguiremos reparar más naves dañadas. Sí, una vez que lleguemos a Kaliban, tendremos que salir echando chispas hacia casa. Y vamos a necesitar desesperadamente más suministros, así que tendremos que encontrar suficientes cosas de las que necesitemos cuando estemos allí. Pero tendremos un par de estrellas que se convertirán en opciones interesantes para nuestro próximo salto: una opción buena y otra arriesgada. Eso obligará a los síndicos a vigilar cuatro sitios incluso en el caso de que hayan sido capaces de localizar nuestra flota por aquel entonces.
Rione asentía con aspecto meditabundo.
—¿Y qué me dice de esa seguridad relativamente mayor? —inquirió la copresidenta.
Geary volvió a señalar las estrellas.
—Nos han golpeado ya con dureza, por no mencionar que los síndicos nos sobrepasan en número con creces. Pero lo que la flota síndica no tiene es un número infinito de naves. Cuanto más se dividan tratando de atraparnos, más opciones tendremos de hacerles frente cuando lo consigan. Mire aquí. —Geary señaló a Yuon—. Van a tener que poner suficientes naves para al menos causarnos algún daño si atravesamos ese sistema. Pero también van a tener que poner naves en Voss para prevenir esa posibilidad. Y, al mismo tiempo, van a tener que seguir presionándonos, lo que significa que hará falta un comando lo suficientemente fuerte como para perseguirnos por Corvus.
—Ya veo. Siendo así, tendrán pocas fuerzas para Kaliban. Si está en lo cierto. ¿Pero cómo de seguro puede estar de que los síndicos van a despreciar la posibilidad de que usted opte por ir a Kaliban? —preguntó Rione.
—No creo que la vayan a despreciar —la corrigió Geary—. Creo que van a considerarla, con mucho, nuestro objetivo menos probable, por lo que la contemplarán como un problema menor comparado con la posibilidad de que vayamos a Yuon o Voss. Si vamos a una de esas dos estrellas les crearíamos un problema inmediato. Si vamos a Kaliban, seguimos siendo un problema, pero la diferencia es que, en ese caso, creerán tener tiempo suficiente para ocuparse de nosotros. —Geary bajó la vista hacia la representación de Kaliban. Ojalá supiera qué tienen los síndicos en Kaliban. Los escasos datos de Inteligencia que tenemos datan de hace más de medio siglo. Joder, ojalá supiera qué tienen en Corvus.
—¿Por qué me está explicando todo esto? —espetó Rione.
Geary se quedó mirándola.
—Como ya he dicho, quiero conocer su opinión —respondió el capitán.
—Por cómo habla parece que ya ha tomado una decisión —repuso la copresidenta.
Geary trató de que su voz no sonase irritada.
—No. Estoy tratando de formular un plan y estoy barajando opciones. Usted tiene un modo distinto de ver las cosas, así que valoro mucho sus impresiones —corrigió Geary.
Por un momento, Geary habría jurado que Rione parecía estar divirtiéndose.
—En ese caso le digo que yo iría por Yuon —apuntó Rione.
—Ya veo…
—No he acabado. Yo iría por Yuon. Pero lo que ha dicho usted es cierto y eso que yo le he advertido de que tenemos que evitar a toda costa una gran batalla. Ahora creo, igual que usted, que Kaliban será la mejor opción —apostilló Rione.
Geary esbozó una sonrisa forzada.
—¿Entonces debo dar por sentado que las naves de la República y del Rift obedecerán mis órdenes y se dirigirán a Kaliban? —preguntó Geary.
—Sí, capitán Geary. —Rione cambió el gesto—. Conseguir que el resto de la flota de la Alianza llegue hasta allí será una tarea que tendrá que lograr en solitario, me temo.
Ella cree que eso va a ser un problema. Ni me había planteado pensar tan a largo plazo. Los comandantes de las naves de la flota me siguieron cuando los saqué del sistema interior síndico. Pero en ese momento estaban afrontando una muerte inminente e incluso entonces alguno quería discutir ciertas cosas.
Ahora están todos cansados y se quieren ir a casa.
De nuevo Rione parecía estar estudiando el paisaje estelar.
—Lamento comunicarle que sé muy poco de su vida personal, capitán Geary —señaló Rione—. ¿Dejó a alguien atrás?
Geary se pensó la pregunta.
—Depende de lo que quiera decir con eso. Mi padre y mi madre estaban aún vivos. Mi hermano estaba casado, aunque todavía no tenía hijos. —Resultaba curioso pensar en cómo podía decir eso y, en cierto modo, suscribir un divorcio emocional entre aquello y la imagen de aquel hombre mayor que había sido nieto de su hermano y que había muerto a bordo del Resistente.
—¿Ninguna pareja? —inquirió la copresidenta.
—No. —Geary se dio cuenta de que Rione lo miraba y se preguntaba cómo una respuesta monosilábica podía revelar tantas cosas—. Nada que funcionase.
—¿Una bendición, quizá? —apuntó Rione.
—A juzgar por lo que me ocurrió, sí. —Geary meneó la cabeza—. Siempre pensé que, al final, acabarían descubriendo cómo aumentar la esperanza de vida a estas alturas.
—Por desgracia, no. —Rione estaba, sin ningún género de dudas, estudiando el paisaje estelar de nuevo mientras seguía hablando—. Ya sabe lo que ha ocurrido siempre que lo hemos intentado. La naturaleza nos permite ser humanos fuertes y saludables prácticamente hasta el final, pero el final sigue llegando, a pesar de que los científicos han conseguido reducir el cuerpo humano hasta el nivel cuántico y reconstruirlo, en un esfuerzo por cambiar eso.
Geary se volvía a sentir cansado nuevamente, por lo que se sentó y se reclinó hacia atrás, dejando los ojos cerrados durante un momento.
—Es como para hacerse creyente —señaló Geary.
—Ciertamente, es como para darle a uno qué pensar. —Rione volvió la vista hacia Geary—. Y la casa de sus antepasados, ¿existe?
—No, a no ser que construyeran una desde la última vez que estuve allí —repuso Geary.
—¿Adonde irá cuando regresemos al espacio de la Alianza? —indagó Rione.
—No lo sé. —Geary se quedó con la mirada perdida, pensativo—. Tengo que buscar a una persona de la Impertérrita, dondequiera que se encuentre esa nave.
Rione no ocultó su sorpresa.
—¿Conoce a alguien que está en una nave del espacio de la Alianza? —dijo la copresidenta.
—La verdad es que no. Aun así, alguien me pidió que le hiciera llegar un mensaje. —Geary se quedó mascando aquello durante un momento mientras Rione terminaba por encogerse de hombros—. Después de eso tal vez vaya a Kosatka.
—¿Kosatka? —dijo Rione.
—Hace tiempo era un lugar agradable. Me han dicho que sigue siéndolo —explicó Geary.
—Kosatka —repitió Rione—. No creo que su futuro esté ligado a Kosatka, capitán Geary.
—¿Predice el futuro igual que lee las mentes? —masculló Geary.
—Lo único que leo es a las personas, capitán. —La copresidenta Rione caminó hacia la escotilla, deteniéndose en la entrada—. Gracias por su tiempo y por sus confidencias.
—De nada. —Geary se medio levantó al marcharse Rione y después volvió a sentarse dejándose caer pesadamente, de nuevo cansado y preguntándose por qué tendría ese nudo en el estómago.
—¿Kaliban? —La capitana Desjani se quedó mirando a Geary—. Pero si el camino de vuelta a casa es por Yuon.
—Capitana, los síndicos saben que eso es lo que usted está pensando. Allí es donde estarán —explicó Geary.
—Pero no con la suficiente fuerza…
—¿Y eso cómo lo sabe? —Geary se dio cuenta de que estaba contestando bruscamente a Desjani, así que moderó el tono—. Usted misma me lo dijo. Las naves síndicas en su sistema interior pueden usar la hipernet para ir a, esto, Zaqi y después saltar a Yuon en menos tiempo del que tardaríamos nosotros en llegar a Corvus, transitar por ese sistema y saltar a Yuon. En ese tiempo ellos podrían haber mandado a toda su puta flota hasta allí, a excepción de las naves que nos están persiguiendo, que aparecerían por la salida del salto y nos golpearían por la retaguardia.
—Pero Yuon… —La voz de Desjani se fue apagando.
Al notar el cansancio y la desesperación de Desjani, Geary sintió una punzada de vergüenza por su arrebato de furia anterior.
—Lo siento, Tanya —se excusó Geary—. Sé lo mucho que quiere volver a casa. Yo también quiero que lleguemos allí.
—La Alianza necesita esta flota, capitán Geary. Y necesita al Intrépido y lo que hay dentro del Intrépido. Cuanto antes mejor —advirtió Desjani.
—Los síndicos estarán esperándonos en Yuon, Tanya. Si vamos por ese camino, no llegaremos a casa.
Desjani asintió finalmente.
—Nos conocen demasiado bien, ¿no? —Como Geary no respondió inmediatamente, Desjani prosiguió—. Los síndicos sabían que saltaríamos a por el cebo que nos ofrecieron, la oportunidad de golpearles en su propio suelo, y ahora saben que nos iremos a casa como locos a través de Yuon.
—Eso me temo —asintió Geary.
—Sin embargo usted ha sido capaz de adelantarse a eso. Usted sabe que tenemos que ir por la ruta más larga —continuó Desjani.
Geary evitó un gruñido de exasperación. ¡Tal vez es solo que, a diferencia de todos vosotros, no tengo la misma necesidad emocional de llegar a casa a toda costa!
—Voy a notificar a todas las naves de cuál es nuestro destino antes de que terminemos nuestro salto…
—¡Capitán! —exclamó Desjani.
—¿Qué? —repuso Geary.
La capitana Desjani adoptó una postura formal.
—Señor, debería informar a los oficiales al mando de las naves de esta decisión en persona —expuso Desjani.
Geary trató de aplacar el fuego de la ira que se formó inmediatamente en su interior.
—Me han dicho que si transmitimos el mensaje mientras estamos saltando no hay ninguna posibilidad de que los síndicos lo intercepten. Y en ningún caso voy a someterlo a votación —avisó Geary.
—No estoy diciendo que deba someterlo a votación, capitán, pero necesita decírselo en persona. —Desjani debió de leer los pensamientos de Geary a través de su cara—. Ya sé que no es así como se hacían las cosas en los viejos tiempos, pero es como estamos acostumbrados a hacerlas ahora. —Nueva pausa—. ¡Señor, debe ejercer su mando de manera personal! No puede hacerlo mandando un breve mensaje de texto.
Lo último que deseaba era mirar cara a cara a aquella multitud de oficiales otra vez, sabedor de que algunos creían en él con todo el fervor de la capitana Desjani, pero que otros lo veían como un fósil viviente al que no había que tener en cuenta.
—Tanya, es muy probable que vayamos a estar tremendamente ocupados durante el tiempo que esta flota esté en el sistema Corvus. Incluso si los síndicos no envían naves a perseguirnos, van a acabar llegando en algún momento. No sabemos qué tipo de defensas tienen los síndicos en Corvus. Vamos a tener que decidir qué cosas saqueamos y cuáles no, además de estar preparados para aplacar cualquier tipo de resistencia que pueda surgir…
Desjani se limitó a devolverle la mirada con terquedad. Asumámoslo. Mi instinto me dice que Desjani tiene razón. He tenido que convencerla a ella en persona sobre lo de Yuon. Si se está resistiendo a aceptar mi plan ahora es porque su juicio profesional le dice que tengo que tratar de convencer a los demás comandantes de las naves para que acepten ir a Kaliban.
Está bien saber que Desjani no se va a arredrar cuando piense que estoy equivocado, incluso si cree que soy el regalo que le han hecho los antepasados a esta flota.
Geary asintió con la cabeza, sin preocuparse por ocultar su renuencia.
—Está bien, Tanya. Usted gana. En cuanto estemos seguros de que no hay ningún perseguidor síndico cerca del punto de salto, convocaré una conferencia y le diré a todo el mundo en persona que vamos a ir a Kaliban y no a Yuon. —Desjani no respondió—. Vale. También les diré por qué vamos a ir a Kaliban y no a Yuon.
—Gracias, capitán. Espero que lo entienda…
—Lo hago. Y gracias por dejarme clara su recomendación —reconoció Geary.
—Sea lo que sea lo que nos espere en Corvus no puede ser demasiado peligroso, capitán Geary. Ni siquiera sabrán el resultado de la batalla en el sistema interior síndico.
—Sí. —Tal vez podamos usar eso en el futuro de alguna manera—. Pero Corvus está tan cerca del suelo síndico que podría ser un hueso duro de roer.
Desjani hizo un gesto de desdén.
—No está en la hipernet síndica —apuntó Desjani.
Geary pensó en cómo había dicho aquello la capitana.
—Es obvio que eso significa algo más de lo que soy capaz de comprender ahora mismo. Explíquemelo, por favor —solicitó Geary.
Desjani parecía sorprendida, pero acabó asintiendo con la cabeza.
—Di por supuesto que lo sabía, ¿pero cómo iba a hacerlo? La hipernet permite que alguien vaya muy rápido del sitio en el que esté al sitio que quiere ir. No hay que pasar por los demás sitios para ir a donde se quiere —explicó Desjani.
—Oh. —Joder. Lo ha vuelto a decir—. Con los propulsores del sistema de salto tienes que saltar a través de sistemas que se encuentren dentro de tu alcance para llegar finalmente al punto al que te diriges.
—Sí. —Desjani asintió de nuevo—. Había un buen número de sistemas cuya importancia solo estribaba en que había gente que tenía que pasar por ellos para llegar a alguna otra parte. No tenían ningún recurso especial ni nada significativo. Sin embargo, cuando se puso en marcha la hipernet, todos esos puntos de paso se desvanecieron.
Geary se quedó pensando en lo que le había dicho Desjani.
—No creo que eso beneficiara a los sistemas de paso —apuntó Geary.
—No —coincidió Desjani—. La única razón por la que alguien iría allí ahora es porque le empujen motivos personales o porque el sistema tenga algo de especial. Pero si el sistema tuviera algo especial, estaría en la hipernet.
Geary vio en su mente un montón de ramas fulminadas incluso a pesar de que el tronco principal del árbol seguía floreciendo.
—¿Qué pasó con esos sitios? —preguntó Geary.
Desjani se encogió de hombros.
—Algunos de ellos han volcado sus esfuerzos en intentar conseguir puertas hipernéticas, pero pocos lo han conseguido. Otros han tratado de hacerse especiales por algo, de tal forma que los demás pudieran hacer presión para conseguirles una puerta. Igualmente, pocos lo han conseguido. La mayoría ni siquiera fueron nunca tan ricos como para empezar tal empresa, así que iniciaron un lento declive a medida que los intercambios comerciales empezaron a pasarlos por alto y ellos comenzaron a perder el contacto con los desarrollos culturales y tecnológicos que se compartían a través de la hipernet. Los mejores y más brillantes ciudadanos de esos sistemas siempre están contemplando la posibilidad de emigrar a sistemas vinculados a la hipernet, por supuesto —aseguró Desjani.
—Ya veo. —Un poco como yo. Aislado y cada vez más desfasado. Ignorados por la hipernet y por la historia. Me pregunto cómo reaccionarán algunos de esos sistemas síndicos cuando meta allí a la flota de la Alianza. Al menos volverán a ser parte de la historia.
Concluiremos nuestro salto y llegaremos a Corvus en una semana y entonces descubriremos el peaje que ha tenido que pagar ese sistema desde que quedó fuera de la hipernet síndica. Más me vale empezar a trabajar el discurso que voy a pronunciar ante los comandantes de las naves y seguir rezando para que el plan síndico no haya sido tan retorcido como para tendernos una trampa dentro de Corvus que reciba a las naves de la Alianza que se las han apañado para saltar fuera de su sistema.