Corre el año de 1548 y desde Sevilla llegan las noticias de la muerte de Hernán Cortés. Jamás logró poder alguno sobre las tierras nahuas, pero ello tampoco frenó lo que desencadenó su llegada: el desmembramiento de mi pueblo. No pensé entonces que algún día hallaría la paz, mucho menos la felicidad que ahora me embarga.
Me sacaron de Acolman poco después del entierro cristiano de Santiago. Rosario no acudió, decían que se había vuelto loca. Al parecer, pasado algún tiempo se quitó la vida y su hermana no quiso enterrarla junto a su esposo. Yo no volví jamás a Acolman, que quedó encomendada a Pedro Solís, como en un principio, como desde la caída de Tenochtitlán.
Yaretzi, Itzmin y yo nos instalamos con Martí. Fueron los perfectos abuelos de mi hijo hasta que la gran peste de 1545 se los llevó. Muy a mi pesar, Huemac estudia en la escuela cristiana, tiene habilidad para la pintura, y sabe de sus orígenes, de los dioses antiguos y de mi misión. Dice que ayudará a Tezcatlipoca a disfrazar a sus hermanos en las iglesias.
Martí y yo nos casamos en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe por el rito cristiano, bajo el manto con los hermanos de Coyolxauhqui que cubre la imagen de la Virgen. Lo amaba, lo amo, y después de todo lo sucedido, entendía que era lo mejor para poder estar juntos, protegidos, y asegurar el futuro de nuestro hijo. Fue el 11 de noviembre de 1535, tres días antes de que Antonio de Mendoza tomara posesión del cargo de virrey de la Nueva España, durante el mes mexica de panquetzaliztli, el de la gran fiesta de los estandartes elevados a Huitzilopochtli. Con la primera luna llena, viajamos a Teotihuacán para compartir un tamal que nos unía en matrimonio al amparo de mis dioses, en la primera peregrinación de las muchas que hemos emprendido a lo largo de estos años.
No hay templo, no lo reabrimos, y las piezas que Martí salvó permanecen allí enterradas, bajo la pirámide de Quetzalcóatl. Él me contó que la aparición de los soldados fue una trampa de Mariana. También gracias a ella quedó libre de todo cargo, y sospecha que además fraguó el destino final de Alfons, destituido súbitamente por su propio tío y enviado con su esposa a Socuéllamos, población de Castilla La Mancha de la que Mendoza es comendador. Pero jamás ha podido preguntárselo directamente, pues Mariana desapareció, y sólo supimos de ella por rumores que la situaban en la Ciudad de los Reyes, en Nueva Castilla[9].
Aunque al final Mariana consiguió reparar el perjuicio ocasionado y Alfons hace años que no es una amenaza, la sombra del daño que nos causaron sigue presente en nuestros corazones. Ahora, todo el tesoro que guardamos reside en nuestros escritos. Además, creo firmemente que con el terremoto los dioses no nos hacían una advertencia, sino que expresaban el deseo de que no alteráramos su sueño, y lo hemos respetado. Pero el poder de Xochiquetzal, Coatlicue, Tláloc o Quetzalcóatl sigue vagando en la ciudad de los dioses; y como la luna llena que se esconde tras las nubes, los adoramos. Siempre en el bosquecillo cercano a Teotihuacán, con el alma de Chanehque de vigía, me reencuentro con quienes fueran mis vecinos, mis salvadores, también con sus hijos; sigo siendo su sacerdotisa.
Y entre luna y luna, salgo a los arrabales de la ciudad con Martí, el médico de los mexicas. A veces le ayudo en las curas, aunque la misión de mi alma, en verdad, es otra. En las chozas, a los pocos que quedan con el recuerdo de la antigua Tenochtitlán les doy la fe de que su vida no fue un sueño, sino una realidad compartida. Y a los que recuerdan vagamente lo que una vez escucharon les cuento leyendas para el día en que Coyolxauhqui se enfrente al sol en un nuevo amanecer. Y también las pongo por escrito, junto a todo lo que yo sé y lo que otros me narran de mi cultura. A ello he entregado mi vida, para eso fui elegida.