Capítulo 14

14

Laurie tenía que hacer algo antes de que saliera el periódico. El lunes por la mañana quería ver a Amy y explicárselo todo. Todavía albergaba la esperanza de que en cuanto Amy leyera el artículo comprendería lo que era La Ola y cambiaría de opinión. Laurie quería avisarla con anticipación para que pudiera alejarse de La Ola, por si se armaba algún jaleo.

Encontró a Amy en la biblioteca y le dio el editorial para que lo leyese. A medida que iba leyendo, Amy abría más y más la boca. Por fin levantó la cabeza y miró a Laurie.

—¿Qué vas a hacer con esto?

—Voy a publicarlo en el periódico.

—Pero no puedes decir estas cosas de La Ola.

—¿Por qué no? Son verdad. Amy, La Ola se ha convertido en una obsesión para todo el mundo. Ya nadie es capaz de pensar por sí mismo.

—Venga, Laurie —exclamó Amy—. Lo único que te pasa es que estás disgustada. Te está afectando tu riña con David.

Laurie movió la cabeza.

—Que no, Amy. Hablo en serio. La Ola está haciendo daño a la gente. Y todos siguen el movimiento como un rebaño de ovejas. No puedo creerme que después de haber leído esto quieras seguir formando parte de La Ola. ¿No te das cuenta de lo que es? Hace que todo el mundo se olvide de quién es. Es algo así como La noche de los muertos vivientes. ¿Por qué quieres formar parte de esto?

—Porque significa que, por fin, no hay nadie que sea mejor que los demás. Porque, desde que somos amigas, no he hecho más que competir contigo y tratar de estar a tu altura. Pero ahora ya no siento que tenga que tener un novio que juega al fútbol americano como tú. Y si no me apetece, tampoco tengo que sacar las mismas notas que tú, Laurie. Por primera vez en tres años tengo la impresión de que no me hace falta estar a la altura de Laurie Saunders para gustar a los demás.

Laurie sintió un escalofrío por el cuerpo.

—Bueno, yo… Siempre he sabido que te sentías así. Y siempre había tenido ganas de hablar contigo sobre este tema.

—Acaso no sabes que a la mitad de los padres de este insti dicen a sus hijos: «¿por qué no puedes ser como Laurie Saunders?» Venga, Laurie. La única razón por la que estás en contra de La Ola es porque con este movimiento ya no eres la princesa.

Laurie estaba aturdida. Incluso su mejor amiga, una persona tan inteligente como Amy, se volvía contra ella por culpa de La Ola. Eso la puso furiosa.

—Pues voy a publicarlo.

—No lo hagas, Laurie —dijo Amy, mirándola.

—Ya lo he hecho. Yo sé muy bien lo que tengo que hacer.

De repente, Amy reaccionó como si se hubiera convertido en una extraña.

—Tengo que irme —señaló, mirando el reloj.

Amy se fue y dejó a Laurie sola en la biblioteca.

Las copias de El cotilleo no se habían agotado nunca tan deprisa como aquel día. El instituto entero comentaba las noticias. Eran muy pocos los que conocían la historia del chico al que habían pegado y nadie sabía nada de la carta escrita por el alumno anónimo. Pero en cuanto todas estas historias aparecieron en el periódico, empezó a circular más información. Se hablaba de amenazas e insultos dirigidos a chicos que, por una u otra razón, se habían enfrentado a La Ola.

También corrían rumores de que durante toda la mañana había habido un desfile de padres y profesores que habían ido a quejarse al despacho de Owens, el director, y de que los orientadores educativos del instituto habían empezado a entrevistar a los alumnos. Se respiraba cierto malestar en los pasillos y en las clases.

En la sala de profesores, Ben Ross dejó su ejemplar de El cotilleo y se frotó las sienes con los dedos. De repente, le había entrado un terrible dolor de cabeza. Algo había salido mal y algo le hacía sospechar que él tenía la culpa. Que hubieran pegado a ese chico era espantoso, increíble. ¿Cómo podía justificar un experimento con semejantes resultados?

También le extrañaba ver que le había molestado la penosa derrota del equipo de fútbol americano del instituto en el partido contra el Clarkstown. Le parecía raro que, aunque no le importaran lo más mínimo los deportes escolares, esta derrota le hubiera contrariado tanto. ¿Sería por culpa de La Ola? Durante la última semana había empezado a creer que un buen resultado en el partido sería un buen argumento a la hora de explicar el éxito de La Ola.

Pero ¿desde cuándo quería él que La Ola fuera un éxito? El éxito o el fracaso de La Ola no era el fin del experimento. Se suponía que lo que le interesaba era lo que los alumnos pudieran aprender de La Ola, no La Ola en sí misma.

Había un botiquín en la sala de profesores provisto de todos los remedios y marcas de medicamentos disponibles en el mercado contra el dolor de cabeza. Un amigo suyo le había comentado una vez que si los médicos eran el colectivo con la tasa de suicidio más alta, los profesores seguro que tenían la tasa más alta de dolores de cabeza. Ben sacó tres comprimidos de un frasco y se dirigió hacia la puerta para ir a buscar un poco de agua.

Pero cuando ya estaba en la puerta de la sala de profesores, se detuvo. Se oían voces en el pasillo. Eran Norm Schiller y otra voz masculina que no reconocía. Alguien debía de haber parado a Norm justo cuando iba a entrar en la sala y ahora estaban hablando al otro lado de la puerta. Ben podía oír lo que decían desde dentro.

—Nada, no sirvió para nada —decía Schiller—. Sí, sirvió para animarles y para hacerles creer que podían ganar. Pero en cuanto salieron al campo, no dieron una. Todas las olas del mundo no sirven de nada al lado de un buen quarterback. No hay nada que pueda sustituir el aprendizaje de las malditas jugadas.

—La verdad es que me parece que Ross les ha hecho un lavado de cerebro a estos chicos —explicó la voz masculina sin identificar—. No sé qué demonios se propone, pero no me gusta. Y tampoco les gusta a los otros profesores con los que he hablado. Pero ¿qué se habrá creído?

—Y yo qué sé —respondió Schiller.

La puerta de la sala de profesores empezó a abrirse y Ben retrocedió a toda prisa y se metió en el pequeño cuarto de baño que había al lado de la sala. El corazón le latía con fuerza y la cabeza le dolía más que nunca. Se tomó las tres pastillas y no quiso mirarse al espejo. ¿Acaso tenía miedo de lo que vería reflejado? ¿Un profesor de historia de instituto que, sin querer, había asumido el papel de dictador?

David Collins seguía sin entenderlo. Para él no tenía sentido que hubiera gente que no quisiera formar parte de La Ola. Así no se habrían armado todos estos jaleos. Todos habrían podido actuar como iguales, como compañeros de equipo. Ahora se reían y decían que La Ola no les había servido de nada en el partido del sábado. Pero ¿qué esperaba la gente? La Ola no era un bálsamo milagroso. El equipo se había enterado de que existía La Ola cinco días antes del partido. Lo que había cambiado era la actitud y el espíritu del equipo.

David estaba fuera, en el césped del jardín del instituto, con Robert Billings y un grupo de chicos de la clase del señor Ross, leyendo El cotilleo. El artículo de Laurie le había puesto de mal humor. Él no sabía nada de que alguien hubiera amenazado o pegado a nadie y, en su opinión, ella y los del periódico se lo habían inventado todo. Una carta sin firmar y una historia sobre un chico de quince años del que no había oído hablar en su vida. No le gustaba que Laurie no hubiera querido formar parte de La Ola. Pero ¿por qué ella y los demás no dejaban en paz a La Ola? ¿Por qué tenían que atacarla?

Robert, que estaba con él, parecía cada vez más indignado con el artículo de Laurie.

—Todo esto son mentiras —refunfuñó—. No se le puede permitir que diga estas cosas.

—No le des tanta importancia —observó David—. ¿A quién le importa lo que escriba Laurie o lo que tenga que decir?

—Pero ¿qué dices? —exclamó Robert—. Cualquiera que lea esto va a hacerse una idea completamente equivocada sobre La Ola.

—Yo ya le dije que no lo publicara —comentó Amy.

—Bueno, calma —dijo David—. No hay ninguna ley que diga que la gente tiene que creer en lo que estamos tratando de hacer. Pero si conseguimos que La Ola siga funcionando, ya lo verán. Verán todas las cosas buenas que se pueden conseguir.

—Sí, pero si no nos andamos con cuidado, esta gente lo echará todo a perder —intervino Eric—. ¿Habéis oído lo que andan diciendo por ahí hoy? Me han dicho que hay padres, profesores y toda clase de personas quejándose en el despacho de Owens. ¿Qué os parece? A este paso, nadie tendrá ocasión de ver lo que se puede conseguir con La Ola.

—Laurie Saunders es una amenaza —afirmó Robert con contundencia—. Hay que detenerla.

A David no le gustó el tono siniestro de la voz de Robert.

—Un momento…

Pero Brian no le dejó continuar.

—No te preocupes, Robert. David y yo podemos encargarnos de Laurie. ¿Verdad, Dave?

Antes de que pudiera decir nada, David sintió que Brian le ponía la mano en el hombro y le apartaba del resto del grupo. Robert asintió.

—Escucha, hombre —susurró Brian—. Si alguien puede parar a Laurie, eres tú.

—Sí, pero no me gusta la actitud de Robert —musitó David—. Es como si tuviéramos que borrar del mapa a todo el que se nos oponga. Y esto es justo lo contrario de lo que tendríamos que hacer.

—Escucha, Dave. Lo que pasa es que Robert a veces se entusiasma demasiado. Pero debes admitir que tiene algo de razón. Si Laurie sigue escribiendo cosas así, La Ola no va a tener ninguna posibilidad de continuar. Lo único que tienes que hacer es decirle que se lo tome con más calma, Dave. Te escuchará.

—No lo sé, Brian.

—Mira, la esperaremos esta noche a la salida del insti. Y luego hablas con ella, ¿eh?

—Vale… —asintió David a regañadientes.