10
Ben Ross estaba tomando café en la sala de profesores cuando vinieron a decirle que Owens, el director, le esperaba en su despacho. Ross se puso un poco nervioso. ¿Habría pasado algo? Si Owens quería verle, tenía que ser por algo relacionado con La Ola.
Salió al pasillo para ir al despacho del director. Por el camino, más de una docena de alumnos se pararon a hacerle el saludo de La Ola. Él contestó y siguió andando, sin dejar de pensar en lo que iba a decirle Owens. En cierto sentido, si Owens le decía que había recibido algunas quejas y que tenía que parar el experimento, Ross iba a sentirse aliviado. Nunca se hubiera podido imaginar que La Ola tomara aquellas dimensiones. Aún le sorprendía que los chicos de otras clases, e incluso de otros cursos, hubieran entrado en La Ola. Ross no se había propuesto que ocurriera todo esto.
Pero también tenía que pensar en el caso de los perdedores de la clase, como Robert Billings. Por primera vez en su vida, Robert era igual que los demás, miembro y parte de un grupo. Nadie se reía de él ni había vuelto a molestarle. Y Robert había cambiado mucho; no sólo en su aspecto, sino que empezaba a participar. Por primera vez, era un miembro activo de la clase. Y no sólo en historia. Christy le había contado que lo había observado también en la clase de música. Robert parecía otra persona. Poner fin a La Ola podía implicar que Robert volviera a su papel de colgado de la clase y privarle de la única oportunidad que tenía.
Además, Ben pensaba que poner fin al experimento también significaba engañar a los alumnos que habían decidido tomar parte en él. Sería como dejarles sin la oportunidad de ver adónde podía llevarles La Ola. Y él también se quedaría sin la oportunidad de poder guiarles hasta allí.
Ben se paró en seco. Un momento, se dijo Ben. ¿Desde cuándo les guiaba él a algún sitio? Esto no era nada más que un experimento, ¿verdad? Una oportunidad para que los chicos se hicieran una idea de lo que podía haber sido la vida en la Alemania nazi. Ross sonrió para sus adentros. No nos dejemos llevar, pensó, y continuó su camino por el pasillo.
La puerta del despacho del director estaba abierta y, cuando Owens vio aparecer a Ben Ross por la antesala, le hizo una seña con la mano para que entrara.
Ben estaba algo confuso. De camino al despacho, se había convencido de que el director iba a echarle la bronca, pero el hombre parecía estar de buen humor.
Owens era un hombre alto como un castillo que medía más de un metro noventa. Era completamente calvo y no tenía más que algún mechoncillo de pelo encima de las orejas. Su otra característica notable era la pipa, que llevaba siempre en la boca. Tenía una voz profunda y cuando se enfadaba era capaz de imbuir ideas religiosas en el ateo más empedernido. Pero aquel día no parecía que Ben tuviera nada que temer.
El director estaba sentado detrás de su mesa, con sus grandes zapatos negros apoyados en una esquina, y escrutaba con la mirada a Ben.
—Ben, me gusta tu traje —dijo.
Nadie había visto a Owens en el Instituto Gordon sin un traje de tres piezas, incluso en los partidos de los sábados.
—Gracias —contestó Ben, nervioso.
Owens sonrió.
—No recuerdo haberte visto con traje.
—Sí, es que antes no llevaba —comentó Ben.
El director levantó una de sus cejas.
—¿Y no tendrá esto algo que ver con eso de La Ola?
Ben tuvo que aclararse la garganta.
—Pues, sí; en realidad, sí.
Owens se inclinó hacia adelante.
—Veamos, Ben. Cuéntame de qué va toda esta historia de La Ola. Has armado un gran revuelo en el instituto.
—Espero que sea un revuelo positivo —contestó Ross.
Owens se frotó la barbilla.
—Por lo que he oído, lo es. ¿Has oído tú algo distinto?
Ben sabía que tenía que tranquilizarle.
—No, no he oído nada —respondió enseguida.
—Bueno, pues soy todo oídos, Ben —dijo Owens, asintiendo.
Ben respiró hondo y empezó a hablar.
—Todo empezó hace unos cuantos días, en la clase de historia del último curso. Estábamos viendo una película sobre los nazis y…
Cuando terminó de explicar lo que era La Ola, Ben vio que el director parecía menos contento que antes, pero tampoco tan disgustado como se había temido. Owens se sacó la pipa de la boca y la sacudió en un cenicero.
—Tengo que decirte que me parece todo bastante raro. ¿Y estás seguro de que los alumnos no se están retrasando con la materia?
—No, al contrario. Van más avanzados —contestó Ben.
—Pero hay alumnos que no son de tu clase y que ahora también están metidos en el movimiento —observó el director.
—Sí, pero no se ha recibido ninguna queja —dijo Ben—. La verdad es que Christy dice que ella ha notado una mejoría en su clase.
Ben sabía que estaba exagerando un poco las cosas, pero pensó que tenía que hacerlo, porque Owens estaba dando demasiada importancia a La Ola.
—A pesar de todo, Ben, tanta consigna y saludo me inquietan —comentó el director.
—Pues no debería —contestó Ben—. Sólo forma parte del juego. Y Norm Schiller también…
Owens no le dejó continuar.
—Sí, sí; ya lo sé. Estuvo aquí ayer, entusiasmado con este asunto. Dice que, literalmente, ha transformado a su equipo. Hablaba de una manera, Ben… Cualquiera habría pensado que acababa de fichar a seis futuros ganadores de la Copa Heisman. Sinceramente, me conformaría con que ganasen al Clarkstown el sábado —explicó Owens, haciendo una pausa en aquel momento—. Pero no es esto lo que me preocupa, Ben. Lo que me preocupa son los alumnos. En mi opinión, esto de La Ola parece demasiado abierto. Ya sé que hasta ahora no has quebrantado ninguna regla, pero hay unos límites.
—Lo tengo muy en cuenta —insistió Ben—. Piensa que este experimento llegará hasta donde yo lo deje llegar. La idea básica de La Ola es que un grupo esté dispuesto a seguir a su líder. Y mientras yo esté metido en esto, te aseguro que no puede írseme de las manos.
Owens volvió a llenar su pipa de tabaco, la encendió y, por un momento, desapareció detrás de una nube de humo, mientras pensaba en las palabras de Ben.
—Muy bien. Para serte sincero, es algo tan distinto de lo que se ha hecho en el instituto hasta ahora que no sé muy bien qué pensar. Pero estate atento, Ben. Pon los cinco sentidos en esto. No olvides que este experimento, si así es como quieres llamarlo, implica a chicos jóvenes, impresionables. Algunas veces nos olvidamos de que son adolescentes y de que todavía no han desarrollado el, cómo lo diría… el buen juicio que esperamos que lleguen a tener algún día. A veces, si no se les vigila, las cosas pueden llegar demasiado lejos. ¿Lo entiendes?
—Perfectamente.
—¿Me prometes que no voy a tener por aquí un desfile de padres quejándose de que estamos adoctrinando a sus hijos?
—Te lo prometo.
—Bueno, no puedo decirte que me entusiasme, pero hasta ahora nunca me has dado motivos para cuestionar tu trabajo.
—Y tampoco voy a dártelos ahora —afirmó Ben.