Thürp abrió la puerta de su apartamento y Arlen y él entraron. La señora Brown, que en realidad era Luria, una de las mujeres que había asistido al parto de Söndra en el palacio real de Olkrann, y la que había amamantado a Geoffrey, los esperaba ansiosa. Únicamente necesitó ver a su marido para saber que lo que estaba a punto de escuchar no iba a gustarle en absoluto.
—Arlen, ve a tu cuarto y ponte algo más cómodo que eso que llevas puesto —le dijo Thürp.
La muchacha obedeció sin rechistar, pero dejó la puerta entreabierta. Lo primero que oyó fue a su madre:
—¿Ha llegado el día?
—No solo el día, también la hora. Nos vamos ahora mismo. Tarco lo está preparando todo.
—¿Nos?
—La fiera de nuestra hija acaba de ofrecerse voluntaria.
Si en ese momento su madre dijo algo, Arlen no alcanzó a oírlo, aunque pudo imaginar perfectamente la expresión de su cara. Transcurrieron unos segundos antes de que Luria la llamase de un grito:
—¡Arlen!
Cambiada ya de ropa, la chica se reunió con sus padres en la pequeña sala de estar del apartamento.
—Mamá.
—Arlen, ¿qué…, qué…, qué estás haciendo?
—Ayudar a que se cumpla la profecía.
Luria miró a su esposo y este, con un gesto, le confirmó que su hija lo sabía todo.
—¿Desde cuándo conoces la profecía? ¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace un rato.
—Cogió el cuaderno del Anciano —le explicó Thürp.
Luria se pasó una mano por la cara y abrió y cerró la boca para deshacer la tensión que la invadía.
—Tú no tienes por qué ir. No importa que hayas leído la profecía, tú naciste aquí, no allí.
—Quiero ir.
—Pero… —Luria dudó— a ti no te incumbe…
—¡Por supuesto que me incumbe, mamá! Puede que…, que ese lugar, Olkrann, no sea mi mundo, pero sí el vuestro, ¿no es así? Dejad que intente recuperarlo para vosotros.
—¡Solo eres…!
—Está preparada, Luria.
—¡No me importa que esté preparada!
—¡Lo estoy!
Luria se dio cuenta de que discutir con su hija era una batalla perdida y se dirigió a su esposo:
—No permitiremos que vaya, ¿verdad?
Thürp realizó un amago de sonrisa.
—¿Crees en serio que podríamos impedírselo?
—Y ¿entonces?
—Voy a ir con ellos.
Su mujer lo miró largamente, clavándose los dientes en el labio superior. Después comenzó a asentir en silencio, al mismo tiempo que una lágrima furtiva asomaba en su ojo derecho.
—A ti te necesita el Anciano para trasladar a los niños.
—¿Y luego? ¿Qué se supone que tengo que hacer, esperar? ¿Sentarme y esperar a que mi esposo y mi hija regresen de una guerra en el otro lado del Umbral?
—No sé qué ha planeado el Anciano, pero el Dragón ha de volver a Olkrann de inmediato. Aquí ya no está seguro. Geoffrey y los otros chicos han salido hace un rato y han sido atacados.
—¿Atacados?
Su marido asintió.
—Nos han localizado. Geoffrey tiene que marcharse esta misma noche. Ahora.
De pronto, Luria fue hacia su hija y la rodeó con los brazos, tan fuerte que a Arlen le costó hacerse un mínimo hueco para respirar.
—Volveremos a vernos, mamá, te lo prometo.
—Claro que sí. No lo dudes ni por un momento, cariño. Por supuesto que volveremos a vernos. —Thürp se unió al abrazo, abarcando a las dos mujeres con sus enormes extremidades. Su vida estaba allí, en el reducido espacio que existía entre sus brazos. Olkrann era su tierra, el lugar en el que había nacido y que añoraba, pero lo que más le importaba en aquel momento se encontraba allí, en Londres—. Cuida de ella hasta que nos reunamos de nuevo —le dijo su mujer, con voz de orden y súplica al mismo tiempo.
Ante la visión de aquel extraño fuego, cuyas llamas azuladas ascendían hacia el techo formando una especie de muro que dividía la estancia en dos, pero que, sin embargo, apenas emitía calor, los cinco miembros del Club Chatterton cruzaron miradas de incomprensión y duda.
Thürp recordó cómo se había sentido él la primera vez que había visto aquel fuego, en la playa de la isla de Numar.
—La frontera que divide los mundos —les explicó Tarco— es, aunque no lo parezca, delgada y frágil como un pergamino. El fuego de ciertas hierbas y raíces mezcladas y combinadas entre sí, junto a otro ingrediente muy específico —añadió, dándose un golpecito en el bolsillo donde había guardado el recipiente que le había entregado Donan de Rhaôm—, quema el pergamino y abre un pasadizo por el que los mundos se comunican y por el que se puede cruzar de uno a otro.
Arlen lo miró con los ojos abiertos como platos y le preguntó:
—¿Quieres decir que tenemos que atravesar el fuego?
—Así es —contestó su padre, anticipándose a Tarco.
—Y tenemos que hacerlo rápido —replicó el hombre alado—. El tiempo corre en nuestra contra.
—Espera un momento, Tarco —dijo Thürp, y se adelantó hasta colocarse al lado de su antiguo compañero de armas, delante mismo del fuego—. ¿Seguro que ninguno de vosotros quiere pensárselo mejor? Aquí es donde empieza el camino hasta Olkrann. Si cruzáis este umbral, abandonaréis el único mundo que conocéis. Os aseguro que el que hay al otro lado del fuego no tiene nada que ver con este.
—Somos los compañeros del Dragón Blanco, no vamos a separarnos de él —respondió James tras mirar a los demás—. Iremos juntos adonde haya que ir.
—Somos el Club Chatterton —añadió Arlen.
—Eso es —dijo Martin.
—Vamos —sentenció entonces Tarco—. El viaje hasta el trono de Olkrann será muy largo y duro, así que pongámonos en marcha. Pasad de uno en uno, detrás de mí.
—Yo iré el último esta vez —murmuró Thürp.
Tarco puso el pie derecho sobre las primeras llamas, que se estremecieron y sisearon y a continuación se retiraron hacia ambos lados. El hombre alado siguió adelante, adentrándose en el fuego. Y desapareció.
Thürp se giró hacia Geoffrey y afirmó:
—Tú serás el siguiente, Dragón.
El muchacho tragó saliva.
—Muy bien.
Sin titubear ahora, Geoffrey avanzó hacia el fuego, quese le antojó un ente vivo. Como antes con Tarco, las llamas seestremecieron, pero antes de retirarse se inclinaron hacia el Dragón Blanco. Geoffrey extendió el brazo derecho hacia delante y las llamas le lamieron la piel.
—No quema —murmuró, y no quedó claro si se lo decía a los demás o a sí mismo.
Penetró en el Umbral y, de pronto, ya no estaba allí.
—¿Quién va ahora?
—Yo —se ofreció Martin.
Siguió a Geoffrey, y después lo hicieron Nicholas y James. Cuando Arlen se dispuso a ir tras ellos, su padre la detuvo colocándole su férrea mano en el hombro.
—¿Hay algo que pueda decir para hacerte cambiar de idea?
—No, papá.
El hombre cerró los ojos un breve instante.
—Lo sé. Una vez hayamos cruzado, no volveré a preguntártelo. —Miró a su hija fijamente durante unos segundos y luego, por fin, se hizo a un lado—. Adelante.
Arlen respiró hondo y contuvo el aliento, como si estuviera a punto de sumergirse en un estanque.
En el interior del fuego, los miembros del Club Chatterton pensaron que nunca habían visto una oscuridad semejante. Siempre la había matizado la luz de la luna, o algún reflejo de una luz de la calle que se colaba por las ventanas. La oscuridad siempre había sido más bien penumbra, hasta aquel momento. Aquella oscuridad era impenetrable, total. Ni tan siquiera podían ver sus propias manos, como si el mundo y todo lo que contenía hubiera dejado de existir. Por fortuna, no duró mucho, y poco a poco, antes de que el miedo tuviera tiempo de adueñarse de ellos, sus ojos comenzaron a mostrarles figuras borrosas, siluetas que muy lentamente iban cobrando nitidez.