Si el pequeño Will les hubiera contado a la mañana siguiente a sus compañeros lo que había ocurrido esa noche, Nicholas habría acabado atando cabos, pero Will no dijo nada. Estaba asustado y no quería reconocerlo; sobre todo, quería evitar que los demás lo tomaran por un cobarde y se burlasen de él, y en cierto modo, al igual que el propio Nicholas, no estaba del todo seguro de haber visto lo que creía haber visto.
Lo despertó una pesadilla (por eso después se empeñó en creer que lo sucedido había formado parte de ese mal sueño), y sintió una sed enorme que quiso saciar de inmediato. Se levantó y salió del dormitorio andando de puntillas para no hacer ruido. No le gustaba la idea de hundirse en la profunda oscuridad que envolvía las escaleras, pero solo tenía que bajar a la cocina, situada en el sótano, junto al gimnasio, beber un vaso de agua y volver con los demás.
El silencio era casi absoluto, únicamente lo rompían sus propias pisadas en los peldaños, por eso pudo oír con nitidez el ruido que se produjo en la segunda planta, una especie de arañazo sobre cristal. Se detuvo y aguzó el oído. Al repetirse el extraño sonido, avanzó hasta el pasillo y miró hacia el fondo, a la ventana situada en uno de los laterales del edificio.
Había algo allí, una figura sin forma definida, irreconocible, que parecía aplastada contra el cristal. Will pensó en algún tipo de insecto, aunque era demasiado grande para ser eso. La curiosidad venció a su miedo y le hizo acercarse para intentar distinguir de qué se trataba. Dio cuatro pasos y volvió a detenerse, esta vez en seco, paralizado: la figura se había movido y al hacerlo había cambiado de forma. Ahora Will pudo ver con claridad una cabeza, similar a la de un ave, quizá la de un cuervo, y unos ojos monstruosos que miraban hacia el interior, hacia él…
No pudo gritar, pero sí correr de vuelta a las escaleras. Subió en un santiamén, se metió en el dormitorio y saltó a su cama, escondiéndose bajo las mantas y levantándolas lo justo para vigilar que la puerta no se abriera. Como no ocurría nada, poco a poco se fue tranquilizando, su pulso fue recuperando un ritmo normal, y una voz en su cabeza pretendió convencerle de que lo había imaginado todo.
Continuaba teniendo mucha sed, pero por nada del mundo volvería a salir del dormitorio.