II

La primera vez que el joven guardia, recién incorporado a la guarnición, oteó desde lo alto de la torreta el vasto paisaje, casi sin quererlo preguntó en voz alta:

—¿Qué hay más allá?

Le habían hablado de aquello, del desolador panorama que se divisaba desde las torres de vigilancia de la fortaleza, de aquel gran vacío, pero por mucho que le hubieran dicho, nada era comparable a verlo. La vista sobrecogía… Asus pies se extendía una planicie yerma que se unía en la distancia con un cielo más blanquecino que azul. El joven guardia sintió algo similar al vértigo y tuvo la impresión de que el horizonte podría engullirle.

—Un vacío inacabable —respondió su compañero, que le doblaba en edad—. En realidad, nadie sabe lo que hay allí; los que fueron a averiguarlo nunca volvieron.

—¿Ninguno?

—No; sea lo que sea lo que haya allí, se los tragó a todos.

—Quizá no haya nada. Tal vez un precipicio, el final de la tierra. Un abismo.

Su compañero sonrió.

—¿Tú crees que si todo se redujera a eso, esta fortaleza llevaría aquí tanto tiempo? Allí hay algo, o alguien, y nosotros estamos aquí porque si se decide a venir, tendremos que impedirle que pase.

Primero fue un murmullo al caer la noche, una especie de eco, un retumbar sordo. Los vigías se miraron unos a otros, preguntándose en silencio si los demás también lo escuchaban. Poco después pudieron ver, a pesar de la oscuridad, una nube de polvo que cada vez parecía más próxima, a medida que el sonido aumentaba y se iba haciendo ensordecedor.

La guerra por el trono de Olkrann estaba dando comienzo en aquel preciso instante.