Capítulo 63

Martina había tardado cuarenta segundos en subir a la habitación 305. Era una de las suites principales, con dos puertas. Para llamar, la subinspectora eligió la de servicio. La voz de Toni Lagreca se escuchó al otro lado.

—¿Quién?

—María —susurró Martina, pegándose al quicio.

—Un momento, cariño.

Lagreca abrió la puerta y se retiró para dejarla pasar. La luz del pasillo iluminó la mitad de su cuerpo. Encima de su piel desnuda, el actor sólo llevaba un albornoz blanco, con el anagrama del hotel, una hoja de palmera bordada en hilo esmeralda. Al darse cuenta de la suplantación, Lagreca empujó a Martina, intentando expulsarla de la suite. La subinspectora sacó la pistola y le golpeó con la culata. El actor contuvo un grito y retrocedió hacia el interior de la habitación. La puerta de servicio quedó entornada.

—No te muevas, Toni —ordenó Martina, en voz baja.

Las luces de la suite estaban apagadas. Alguien había corrido las cortinas del gran ventanal que daba al mar. La débil claridad de la noche apenas permitía distinguir los contornos de los muebles. Cuando los ojos de Martina se acostumbraron a la penumbra, la subinspectora creyó ver una silueta sobre la cama del dormitorio.

—La función ha terminado, Toni. Ahora muévete muy despacio y enciende una luz. Estoy apuntándote, y no dudaré en disparar.

Lagreca tropezó con algo, trastabilló y prendió una lámpara de pie.

Martina miró hacia la cama, e inmediatamente retrocedió. La pistola temblaba en su mano.

El haz de la lámpara llegaba atenuado al fondo del dormitorio, pero fue suficiente para revelarle el móvil de los crímenes.