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El cuchillo, empujado por James con toda la fuerza que le quedaba, se clavó en el vientre de Dennison, y lo abrió hacia arriba hasta llegar a las costillas. Cuando la hoja lo hirió, Dennison dio una cuchillada a su vez apuntando a la garganta del capitán.
Pero falló el golpe. La hoja resbaló sobre el pecho de James, hirió su brazo derecho y se clavó en él hasta el hueso. El capitán lanzó un gruñido y retrocedió. Se llevó la mano al brazo, tratando de detener la sangre que brotaba de él.
Dennison cayó sobre el puente. Era raro que aquella cuchillada en pleno vientre no le doliera. ¡No dolía! Si lo hubiese sabido antes, se habría mostrado más animoso. Durante un instante creyó descubrir en oriente las primeras luces del alba.
Sus ojos comenzaron a velarse, pero pudo ver al capitán James que recogía un trozo de tela y se ataba el brazo entre la herida y el hombro. Apretando los dientes, James estrechó el nudo; la sangre dejó de fluir.
Bien hecho, capitán James, pensó Dennison. Tu inmensa estupidez nos ha obligado a terminar la partida en tablas. Un final perfecto, maravilloso, inevitable, un final que podría satisfacer al hombre más virtuoso del mundo. Has matado al traidor Dennison, lo has matado y la justicia está de tu parte.
¡Y estás herido, capitán! Es una herida que no me gusta. Ahora no podrás usar ese brazo, tu buen brazo derecho. Y esto hace todavía más fascinante la aventura. Porque ahora, cuando hayas precipitado al mar mi cadáver, te encontrarás con que tienes que gobernar tú solo el barco, una tarea casi imposible ahora que estás herido y tienes un brazo inservible.
Muchos otros hombres no saldrían de esta, capitán. Tu herida, infectándose lentamente bajo el sol, te quitará fuerzas y ánimos. Y pasarán los días, los lentos días de estas latitudes. Luego, en un momento u otro, un buque de paso encontrará al Canopus llevando a bordo al capitán muerto, con los ojos muy abiertos y agarrado al timón.
Esto es lo que ocurrirá. Pero no creo que te suceda a ti, capitán. Ruego que sea así, pero no lo creo. Resuelto, apretando los labios, conducirás tu buque a través de los huracanes y bonanzas, con sólo un brazo, gravemente herido, y llegarás al puerto que hayas elegido, con los ojos vidriosos y el rostro exangüe, pero todavía erguido y vivo junto al timón. Y contarás esta historia a los demás capitanes, a tus iguales, cuando te encuentres con ellos en los puertos del mundo. Y ellos inclinarán la cabeza y dirán que hiciste bien.
Pero espero que no. Espero que mueras aquí, en el mar, en la más sombría desolación. Si yo he de morir, espero que tú también mueras. Ruego a Dios que te haga morir, y que por una vez no se haga justicia. Ruego…