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A las tres y diez Dennison descubrió una masa oscura e informe moverse lentamente bajo el bauprés. El bauprés crujió. El cabo de babor golpeó y se tensó. La masa oscura se agitó, destacando una cabeza y un par de hombros sobre el fondo de las estrellas.

Dennison la miró y reconoció la silueta del capitán. James estaba erguido, con un pie sobre el cabo de babor y el otro sobre el barbiquejo del bauprés. No estaba sobre el barco y tampoco fuera del barco, sino en una zona entre el barco y el agua, dispuesto ya a avanzar o retirarse de nuevo bajo la curva del casco.

Este es un momento decisivo. Creo que debería…

El capitán se movió de pronto y pasó una pierna por encima del bauprés. Luego se izó a caballo y se agarró con una mano al mástil; en la otra mano, que mantenía baja, se veía un resplandor blanco, metálico. Después, de la posición en que se encontraba, James comenzó a deslizarse hacia la proa.

Dennison se preguntó si el bauprés podía considerarse realmente una parte del queche. Vio los ojos y los dientes del capitán brillar en la oscuridad, vio una mancha de luces resbalar sobre el cuchillo que tenía en la mano. James avanzaba hacia proa, agarrándose al bauprés, y avanzaba lentamente, pero con gran seguridad. Tenía que haberse aprendido de memoria cada movimiento, pensó Dennison: la mano derecha allí, el pie derecho allá.

El capitán ya había llegado al punto en el que el bauprés se insertaba en la proa. Dennison podía ver el agua que resbalaba por su cuerpo. James estaba a menos de tres metros de él.

Frente a aquel avance lento e inexorable, Dennison dejó el techo de la cabina y retrocedió a estribor.

El capitán dejó el bauprés y se plantó en la proa, por primera vez después de quince horas. Las rodillas se le doblaron y se dejó caer sentado, pesadamente.

Atácalo ahora…

Dennison avanzó, pero el capitán lo aguardaba, sentado en el puente, con el cuchillo en la mano, levantado a la altura de su pecho.

—Adelante —estaba diciendo James con un ronco susurro—. Es lo que he pensado: plantarte este cuchillo en el pecho. He rezado mucho para que se me concediera poder hacerlo. Adelante, sigue adelante.

—Estoy armado…

—¿Crees que me preocupa? —susurró James—. ¿Crees que me preocupa también que me pinches con tu cuchillito? ¡Adelante, ataca, Dennison!

Dennison se dio cuenta de que el capitán estaba furioso.

James se levantó de nuevo, comprendió que las piernas podían sostenerlo. Avanzó por el lado de estribor, siguiendo a Dennison, que siguió retrocediendo hasta alcanzar las jarcias del palo mayor.

Y ahora se arrastraba…

—Capitán, he de haber perdido realmente la cabeza. Capitán James, no sé qué me ha pasado. He de haberme vuelto loco.

—Te mataré —dijo James, y siguió avanzando.

—No podrá matarme —repuso Dennison—. Porque no me defenderé.

—No me importa nada que te defiendas o no —dijo James.

Dennison tuvo que retroceder aún más. Fue aculándose hasta llegar a las jarcias de la vela de mesana. Tras él había aún cinco metros de sólidas tablas. Había levantado el cuchillo para herir, pero era absurdo pensar que podía servirse del cuchillo contra el capitán, implacable, omnipotente.

Luego oyó…