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Santo Dios, ¿de qué ilusiones es capaz la mente humana? ¿Durante cuánto tiempo me drogué de esperanza? ¿Por cuántas horas me alimenté de sueños, alimento fúnebre de los muertos?
El agua fría lamía el cuello de Dennison. Una ola minúscula se deshizo en su rostro y le llenó la boca. Buceó, metiendo la cabeza bajo el agua; luego dio un talonazo y salió a la superficie, y su mano izquierda se apoyó, tocó el costado de madera del queche, rozó un cabo colgante. Se agarró al cabo y abrió la boca para cobrar aliento.
¿Cuándo había comenzado aquel sueño absurdo? ¿Durante cuánto tiempo creí que era yo quien había arrojado al mar al capitán James?
El agua negra le lamía el cuello y los hombros. Estrechaba el cuchillo en su mano derecha, asegurado a la muñeca por una atadura de cuero. Por encima de él amenazaba el queche, una incierta blancura de velas contra las tinieblas del mar y el cielo.
Pero ¿era real todo esto?
Tocó con la mano derecha el costado del queche, advirtió los crustáceos bajo la línea de flotación, el limo que se había formado sobre la pintura. Tragó un poco de agua: era salada. La escupió. Apretó con fuerza el cuchillo, aquel cuchillo que no le había mentido jamás. Estaba en el agua. Se rasguñó el hombro izquierdo. Dolor. Estaba en el agua. Todavía incrédulo, se golpeó con más fuerza en el hombro y el dolor agudo, repentino, le obligó a abrir los ojos.
Otra ola minúscula se le rompió en la cara, le llenó los ojos de sal punzante.
Es la prueba decisiva. Estoy en el agua.
¿Qué había ocurrido?
Al mediodía, de pronto, el capitán James me arrojó al mar. ¿Por qué?
Porque James está loco.
Con el pretexto de señalarle un tiburón, el capitán había arrojado al agua, a popa, a Dennison. Y durante todo el día Dennison había luchado por sobrevivir, agarrándose bajo la proa, mientras el agua le azotaba el rostro y los hombros, mientras su cuerpo se iba entorpeciendo lentamente, y en el camino de la salvación estaba el obstáculo de aquel loco. Y Dennison no se había rendido, a pesar de los sueños traidores evocados por el agotamiento.
Qué extraño tipo era aquel capitán James, pobre loco. Y más extraño era aún que Dennison experimentara por él un sentimiento de piedad. Sólo podía sentir piedad por aquel asesino que caminaba de un lado a otro del puente. Ninguna acción, ni siquiera esta, podía aislarse del contexto del mundo en el que se habían originado. Todas las leyes morales del mundo estaban al lado de Dennison. Toda la compasión, toda la comprensión del mundo pertenecían a Dennison, la víctima todavía no aniquilada. Dondequiera que hubiese hombres y mujeres, en las tierras calientes, más allá de aquel horror de aguas gélidas y negras, sus corazones palpitarían por el náufrago, por Dennison, que flotaba en silencio junto al queche. Y el pobre James, con su actitud criminal, se había excluido para siempre de la comprensión de los hombres y de la compasión de las mujeres. No habría nadie que experimentara piedad por el capitán: nadie, excepto Dennison.
Pero ¿por qué he soñado que era yo quien arrojaba al mar a James?
La respuesta es obvia. ¿Quién deseaba acabar en el mar? Oh, es magnífico tener a toda la humanidad de tu parte. Pero luego, cuando se llega al momento decisivo, ¿quién puede desear estar de parte de la razón… y morir? No es sorprendente que haya soñado que a bordo del queche estaba yo, y que el capitán era quien había caído al mar. El agotamiento y el miedo han dado forma a mis fantasías. Y por esto he preferido soñar que cometía un homicidio, antes que afrontar la atroz realidad de mi muerte.
Pero es extraño que yo haya logrado convencerme, aun cuando fuera en sueños, de que era capaz de matar a un hombre así, lentamente. Nada había en mí que pudiera impulsarme a creerme capaz de tanto. Mi mente exhausta ha perpetrado el engaño supremo, me ha dicho que yo era un asesino, y luego, con la paciencia de una hormiga, ha creado las pruebas… para rechazar la realidad, para no tener que admitir que el asesino era yo.
Dennison se frotó los ojos, que le ardían. Basta ya de sueños. La luna se había puesto. Aquel era el momento que tanto había esperado, la ocasión de subir a bordo, con toda la fuerza de las leyes morales y del orden universal, todas de su parte; la filosofía, la ciencia y la religión estaban a su lado, y la comprensión de los hombres y la compasión de las mujeres que lo sostenían y le daban fuerzas.
No moriré. Y ahora, manos a la obra.
Dennison permaneció a la escucha, pero no oyó ningún ruido sobre él. Sus manos tantearon el costado del queche. Sí, estaba a popa, no lejos del yugo. Alejarse de la proa fue una buena idea. Presumiblemente James estaba todavía arriba, empuñando el cuchillo, y esperaba que él subiese a bordo agarrándose a los cabos y al barbiquejo. Por otra parte, era posible que el capitán hubiese cambiado de táctica. Acaso andaba por el puente, empuñando el cuchillo, en espera de descubrir una masa más oscura sobre un fondo hecho de oscuridad, una sombra negra que ocultase las estrellas.
Tenía que intentar subir a bordo. ¿Por dónde? ¿A proa, a popa, hacia el centro de la embarcación?
Hacia el centro, en el costado de estribor. Las jarcias lo protegerían de una posible cuchillada.
Dennison soltó la amarra que colgaba a popa y nadó sin hacer ruido hacia el costado de estribor. Nadaba con una mano, y con la otra seguía a tientas el casco. Cuando llegó a las jarcias, descansó un instante y rezó. Luego levantó los brazos y se agarró con las dos manos.
Esperó. No apareció ningún pie dispuesto a aplastarle los dedos. Se izó agarrándose a los cabos. Tenía la carne de gallina, en espera de la cuchillada del asesino, pero se decidió a continuar el esfuerzo. Levantó una pierna sobre la borda. Luego otra.
Estaba a bordo. Se agazapó, abriendo mucho los ojos en la oscuridad, el cuchillo a punto de herir.
Nada.
Esto significaba que James estaba todavía a proa. Muy bien: la lucha concluiría allí.
El agua resbalaba goteando por su piel helada, mientras él se deslizaba hacia proa. Llegó allí, pero no vio ninguna silueta negra de hombre que interrumpiese la extensión de la bóveda estrellada, no había sombra alguna que se destacase, más negra, contra la oscuridad de la noche.
Dennison dio la vuelta al barco y regresó a proa. Estaba solo. James había desaparecido.
¿Dónde estaba el capitán?
Durante un instante Dennison no comprendió. Luego recordó, y pronosticó que moriría antes de haber recordado.