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A las seis cincuenta y cinco el crepúsculo se había desvanecido; el cielo estaba negro y ya brillaban las estrellas. Pero ¿y la luna? ¿Dónde estaba la luna?

Dennison recordó que la noche anterior hubo luna llena. Pero ahora no conseguía recordar cuál era la fase siguiente a la de luna llena. ¿Cuarto menguante? ¿Luna nueva? Sin la ayuda de la luna…

Por último la vio, en cuarto menguante, deslizarse fuera de una masa de nubes. Rozó las ondas minúsculas con su luz fría y trazó un sendero luminoso sobre el agua hasta el horizonte, a occidente. En aquella luz triste Dennison consiguió distinguir los detalles del puente y del techo de la cabina, pudo seguir la intrincada telaraña de las jarcias y los estays. Escrutó toda la embarcación a la luz muerta y engañosa de la luna y no vio manos que se agarrasen a la borda, no vio masas oscuras izarse desde el mar.

La luna era su aliada.

Pero la fuerza y la fidelidad de su aliada eran muy dudosas. Nubéculas sueltas pasaban por la cara de la luna, precipitando al queche en la oscuridad, y dejaban a Dennison sumido en el sufrimiento de la tensión hasta que habían pasado. A sudeste, lejos, se había formado un gran banco de nubes: ya habían ocultado la tercera parte del cielo, apagando las estrellas, y seguían avanzando, amenazando alcanzar y esconder también la luna.

Necesito una linterna de bolsillo. Pero está abajo, en el camarote.

¿Y qué? No es el momento de volverse atrás. Cuando tomo una decisión nadie me cambia. Salgo mejor del paso cuanto más crítica se vuelve la situación. Ahora bajaré al camarote, tomaré la linterna y beberé un poco de agua.

Dennison no se movió. Pensó en el hombre que estaba bajo el barco, con la cabeza apoyada en el casco. Seguro que James lo oiría bajar por la escalerilla. ¿Valía la pena de correr un riesgo tan grande por un objeto minúsculo como una linterna de bolsillo?

Era mejor esperar un poco más. Y dejar que fuese el otro el que cometiera el error.

Pero ¿había realmente un hombre bajo el queche?

Claro que sí, se dijo Dennison. No es el momento de fantasear con esto.

Aunque la cara le ardía, se estremecía en el frescor de la noche. Fiebre y escalofríos: demasiado sol. ¡Oh, no, no debía ceder al delirio, precisamente ahora! Tenía que pensar con claridad; debía recordar que el capitán James estaba debajo del queche, con un cabo en torno a un brazo y el otro apoyado en el barbiquejo del bauprés, semientumecido, agotado, desanimado, sediento y hambriento…

Ahora a ese hijo de puta sólo le queda una chispa de vida. Acaso ya esté muerto.

Dennison pensó durante unos instantes en esta posibilidad, luego la rechazó. James había demostrado un rabioso apego a la vida. Estaba vivo, allí debajo, vivo y dispuesto a actuar. El capitán era uno de esos hombres que logran sobrevivir siempre, uno de esos hombres que siempre salen con vida de cualquier peligro.

Pero yo también soy de la misma raza, se dijo Dennison. Todo en mi vida lo demuestra. Muchas veces me he encontrado en situaciones peligrosas. Condenadamente peligrosas. Otro se habría ido al diantre; yo no.

Pero esta vez no hice las cosas como era debido. James debe de pensar que no sirvo para nada. Me parece casi oír lo que está pensando: «Se ha equivocado en un asesinato facilísimo, como se ha equivocado en todo en su vida».

Pues bien, James, te equivocas tú. ¿Qué sabes tú de mi vida? No puedes juzgar mi vida basándote en algunas opiniones que te hayas formado sobre mí en unos pocos días. Hay que saber muchas cosas sobre un hombre, antes de hacerse una idea sobre su carácter y lo que es capaz de hacer. Y aun entonces tampoco puedes estar seguro.

Tú me viste en St. Thomas, en una serie de circunstancias, y creíste que yo era realmente ese. Pero no era verdad. Algunas veces el ambiente puede hacer que uno parezca distinto. Reconozco que en St. Thomas estaba hecho trizas. Y tú sólo viste de mí un aspecto, viste al miserable sucio, con la barba crecida, embustero y vagabundo. Y por esto, claro está, te imaginaste que yo era solamente eso: un eterno miserable, vil, incapaz de transformarse, incluso con un matiz de maldad. Un miserable total y simplemente, siempre.

Pero te equivocaste, y por esto acabaste en el mar. Los seres humanos no son trozos muertos de granito, capitán James. Son lava fundida, y siempre mudan, se mueven siempre, eternamente modelados por las circunstancias y el deseo. Tú no sabes quién soy, capitán James. Pero ahora lo estás aprendiendo a tu costa. ¿Crees que esta es la primera vez que mato a un hombre? Maté a un hombre, por primera vez, en Corea…