EPÍLOGO
Kiara contempló a Nykyrian luchar en el suelo con Thia y se le alegró el corazón por la forma en que siempre «ayudaba» a su hija con los deberes. De alguna manera, sus lecciones siempre acababan en juego.
Era un buen padre y un marido fantástico. La verdad, no podía pedir más.
La luz del sol entraba a raudales por las puertas de la biblioteca del palacio. Ya hacía seis meses que Nykyrian había salido del hospital y, durante ese tiempo, se habían trasladado de su solitaria casa entre las estrellas a vivir con el padre de Nykyrian, donde él decía que Thia y ella estarían a salvo de cualquiera que tratara de hacerles daño.
El mayor beneficio de que los padres de Nykyrian lo restituyeran como príncipe heredero había sido que la Liga ya no podía seguir persiguiéndolo.
Amnistía total.
Su madre y su tía exiliaron a su abuela de Andaria y, por su crueldad y acciones, habían apartado a Jullien de la línea sucesoria al trono. Ninguno de los dos estaba contento con la situación, pero si trataban de hacer algo contra Nykyrian, contra su madre o su tía, los meterían en prisión.
O los ejecutarían. Con las habilidades de Nykyrian, esa era siempre una posibilidad.
En ese momento, su hija y él reían mientras rodaban por el suelo. Thia chilló mientras se escapaba, con los lorinas persiguiéndola escaleras arriba.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de Kiara al encontrarse con la mirada de Nykyrian.
—Debes de haberle hecho cosquillas.
Él se rio. Cogió su bastón y se puso lentamente en pie. Aún cojeaba bastante al andar, pero estaba vivo y sano.
Y a ella eso era lo único que le importaba.
—¿Estás contenta de que Thia esté con nosotros? —preguntó él, mientras la abrazaba.
Kiara gruñó cuando su gran barriga chocó con el cuerpo firme y musculoso de él. Llevaba dos semanas de retraso.
—En este momento, lo que me gustaría es que tu hijo se reuniera con nosotros.
Nykyrian sonrió, dejando ver sus hoyuelos.
Ella se los tocó y esperó que el bebé también los tuviera.
—Sí, estoy contenta de que Thia esté aquí. Ayer me dijo que se alegra de tener un hermanito esta vez, pero que la próxima quiere una hermana.
Él sonrió de medio lado.
—Estoy dispuesto a satisfacer sus deseos.
Ella le lanzó una mirada traviesa.
—Y yo también. Al menos, mientras no tenga que criarlos sin ti.
Nykyrian la abrazó con más fuerza.
—Estoy jubilado. Te prometo que nunca volveré a irme a otra misión.
Kiara lo miró dubitativa.
—¿Aunque venga Syn y te lo pida?
Él la besó en los labios.
—Ni siquiera Syn puede tentarme. Te amo, mu shona, y nunca volveré a dejarte. Por nada.
Ella fue a decir algo, pero ahogó un grito.
Él se apartó.
—¿Estás bien?
Kiara asintió, mordiéndose el labio.
—Creo que Adron quiere unirse a nosotros.
• • •
Nykyrian iba de un lado a otro por el pasillo, aunque la pierna le lanzaba punzadas de dolor por todo el cuerpo. No podía soportarlo. Había habido complicaciones durante el parto y lo habían hecho salir del quirófano para esperar fuera.
¿Por qué estaban tardando tanto?
Sus padres estaban allí y también Syn, Shahara, Caillen, Darling, Hauk, Jayne y el padre de Kiara.
Thia se acercó a él caminando despacio. A veces, Nykyrian aún la intimidaba, pero lo miraba con una sonrisa de ánimo.
—No pasará nada… papá.
El corazón se le derritió al oír que no lo llamaba por su nombre.
Papá…
Sonaba bien; casi no podía creer que tuviera una familia.
Le devolvió la sonrisa, la abrazó y la besó en la frente.
—Te quiero, Thia.
Ella lo abrazó con fuerza.
—Y yo a ti.
Esas palabras lo enternecieron mientras la apretaba contra sí. Pero tenía demasiado miedo para controlarlo. No podía soportar la idea de perder a Kiara.
«Si sobrevive a esto, no volveré a tocarla…».
—¿Alteza?
Se volvió al oír la voz del médico. Todos se pusieron en pie, inquietos.
El hombre sonrió.
—Su hijo y su esposa están perfectamente. ¿Quiere verlos ahora?
¿Acaso aquel tipo era idiota? ¿Por qué le hacía una pregunta tan estúpida?
—Claro.
Su padre se acercó.
—Os damos dos minutos a solas antes de que entremos todos.
Él inclinó la cabeza, agradecido, y siguió al médico por el pasillo hasta la habitación de Kiara. El alivio lo inundó mientras se daba cuenta de lo mucho que lo fastidiaba no tener el control completo.
Pero cuando el médico abrió la puerta y vio a su esposa y su hijo, se olvidó de todo. Kiara parecía agotada, pero estaba de lo más hermosa, mirando al pequeño bebé que tenía en brazos.
El amor y la alegría lo invadieron con tal fuerza que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Kiara lo miró y la sonrisa que le dedicó fue como un mazazo.
—Hola —lo saludó ella.
—Hola. —Nykyrian se acercó, deseando poder correr. Inseguro, tendió la mano para retirar la manta y mirar al ser más pequeño que nunca había visto.
Su hijo.
No podía creerlo. Después de todas las vidas que había quitado…
No se merecía aquello. Aquel bebé era demasiado perfecto y demasiado hermoso para venir de alguien como él. Le tembló la mano cuando el pequeño hizo una mueca.
Kiara observó a Nykyrian y se preguntó qué estaría pensando.
—Nykyrian, te presento a tu hijo. —Se lo tendió.
Él se echó hacia atrás, asustado.
—No creo que deba.
Ella alzó una ceja hasta que se dio cuenta de una cosa.
—Nunca has tenido a un bebé cerca, ¿verdad?
—No sabía que fueran tan pequeños —dijo Nykyrian, negando con la cabeza.
Kiara se echó a reír.
—No por mucho tiempo. —Volvió a ofrecérselo—. No le harás daño.
Él tragó saliva cuando ella le puso el bebé en los brazos. Era el momento más extraño de su vida. Era padre…
Aunque se había acostumbrado a ese título con Thia, no era lo mismo que mirar a aquella minúscula criatura y sintió pena por no haber estado cuando nació su hija.
Se había perdido toda su infancia y eso lo fastidiaba mucho.
Pero no se perdería ni un segundo de la de Adron. Miró a Kiara a los ojos.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por darme una vida que vale la pena vivir. Sé que no valgo nada y que no me la merezco, pero juro por los dioses en los que finalmente creo, que pasaré todos los momentos que me quedan haciéndote feliz y tratando de merecerte.
A Kiara se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Nykyrian, tú lo eres todo para mí. Y siempre será así.
Y cuando ella le cogió la cabeza para que la besara, por primera vez en su vida él entendió lo que era el amor. No sólo una emoción intangible, sino cuando su propia felicidad consistía en hacerla feliz. No era algo que se hallara en los grandes gestos. Se hallaba en lo más simple.
En una sola sonrisa que hacía que a un asesino despiadado se le doblaran las rodillas.