Kiara se despertó de un sueño inquieto. No podía quitarse de la cabeza las duras palabras de Nykyrian. Pero más que esa dureza, lo que la inquietaba era que tenía razón. La vida convertía a todos en víctimas y nadie podía hacer nada para protegerse de la realidad.
La vida era el depredador que nadie podía vencer y la muerte acabaría por llevárselos a todos.
Eso era algo en lo que ella no quería pensar. Respiró hondo, se puso la bata y fue en busca de su acostumbrado vaso de zumo matutino.
En la entrada de la cocina se detuvo incrédula. Sobre la mesa puesta ante su sillón, había un desayuno completo esperándola.
Vaya…
No había visto nada parecido desde que se fue del palacio de su padre. Sorprendida, miró a Nykyrian, que estaba sentado en un taburete, leyendo de un pequeño portátil y, como de costumbre, pasando totalmente de ella. De nuevo estaba ataviado al completo con el largo abrigo, que pesaba una tonelada.
—Impresionante —dijo, mientras cogía una tostada del calentador. Sus papilas gustativas vacilaron ante el sabor extraño pero agradable que él había añadido al pan—. Muy impresionante. Gracias por ser tan considerado.
Nykyrian no prestó atención a sus cumplidos.
—¿Qué tienes que hacer hoy?
Kiara bebió un sorbo de zumo.
—Tengo un ensayo esta tarde, luego la actuación…
—No —la interrumpió él con tono seco y carente de emoción—, nada de ensayos o actuaciones hasta que esto esté resuelto.
Ella dejó el vaso de zumo en la mesa y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Estás loco si crees que puedes impedirme bailar.
Él se puso en pie y se le acercó. La miró inclinando la cabeza, para reforzar la diferencia de altura.
—Hay demasiadas variables aleatorias durante una actuación como para poder mantenerte a salvo. Estarías en el escenario durante horas, completamente expuesta, con un vestido rojo que te convertiría en un blanco fácil y que disimularía el láser de una mirilla. Al mismo tiempo, ni el mejor observador podría detectar a un asesino camuflado entre tanta gente. Y un auditorio abierto, con cientos de personas gritando y en estado de pánico después de que te mataran, sería el mejor lugar para poder escapar. Así que déjame repetírtelo: no habrá más actuaciones hasta que esta situación se resuelva.
Kiara tragó el nudo que tenía en la garganta cuando se dio cuenta por primera vez de lo afortunada que había sido en el pasado. Era increíble que no la hubieran matado ya.
—Entonces, ¿por qué Pitala no hizo eso?
—Porque le habían pagado para torturarte y mutilarte antes de matarte y eso requiere una implicación directa que no puede darse desde las butacas. Pero te han degradado de «muerte escalofriante» a una simple «muerte al contado».
Una muerte escalofriante ya sabía lo que era, pero la otra…
—¿Muerte al contado?
—Que te maten de cualquier manera y envíen la factura para cobrarla.
Ella apartó el plato al sentirse invadida por la náusea.
—No puedo creer que la vida se pueda comprar y vender con tanta facilidad. Que sea tan corriente que incluso haya nombre para las diferentes formas de quitarle la vida a alguien. ¿Tortura? Dios, ¿qué es lo que no os funciona en la cabeza?
—No somos nosotros los que estamos enfermos, mu tara. Con nosotros, con los depredadores, se sabe qué hacemos y por qué lo hacemos. De lo que somos capaces. No nos importa reconocerlo y llevamos uniforme para que se nos vea venir. Los que están enfermos son los cobardes que se disfrazan de ovejas. Los que hacen que confíes en ellos y te sonríen por delante mientras por detrás planean tu caída por cualquier razón psicótica. Los amigos que te entregan por celos o por codicia. Los que tratan de arruinarte por ninguna razón en concreto. Esos son los que deberían morir —concluyó él y, por una vez, Kiara notó el odio que había tras esas palabras—. Ellos son los que de verdad dan asco.
Ella no estaba de acuerdo. Matar no estaba bien, lo hiciera quien lo hiciese.
—¿Por qué los probekeins tienen tanto interés en matarme? Nunca les he hecho nada.
—Para herir a tu padre y asustar al resto de sus enemigos. Para ellos, sólo eres un medio. Nada personal.
Por un momento, Kiara pensó que iba a vomitar.
Nada personal.
Querían que la violaran, la torturaran y la mataran ¿y eso no era nada personal? ¿En qué clase de mundo vivían? Pero sabía la respuesta demasiado bien. El mundo donde a una mujer hermosa y buena la golpeaban y ejecutaban por tratar de proteger a su hija. El mundo donde a una niña de ocho años le pegaban un tiro mientras rogaba a su madre muerta que se despertara.
Kiara se frotó la cabeza; sentía dolor ante la dura realidad a la que él estaba haciendo que se enfrentara. Otra vez. Una realidad de la que había tratado de escapar y negar con todas sus fuerzas.
Pero no se lo habían permitido.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —preguntó con amargura—. ¿Quedarme aquí encerrada, esperando a que el siguiente asesino venga y me mate? Entonces, ¿por qué no volar este edificio y acabar de una vez?
Nykyrian no movió ni un músculo al responder con su voz baja e inmutable.
—Reglas de la Liga.
—¿Qué? —preguntó ella, confusa.
—La Liga prohíbe a un asesino por cuenta propia destruir un edificio de alojamientos para alcanzar a un único objetivo.
Kiara se echó a reír ante lo absurda que resultaba la idea de que un asesino a sueldo aceptara algo tan simplista.
—¿Quieres decir que los asesinos tienen reglas que deben seguir? ¿Por qué a alguien que mata como oficio no le pueden importar un bledo las reglas de la Liga?
Aún no hubo ninguna reacción visible por parte de Nykyrian.
—Si alguna vez hubieras desobedecido a la Liga, no harías esa pregunta.
—¿Qué quieres decir con eso?
Él se apartó.
—Muy pocos asesinos por cuenta propia son más hábiles que los Asesinos o los Protectores de la Liga. A pesar de la corrupción inherente a su propio sistema, la organización trata de mantener algún tipo de ley entre los asesinos libres, para asegurarse de que no acaben siendo más poderosos que los gordos burócratas. Así que los persiguen y los castigan de maneras que producen pesadillas incluso al alma más endurecida.
Eso la hizo dudar aún más. Él les había tirado todas sus reglas a la cara y había conseguido vivir cuando eso se consideraba imposible.
—¿Y qué te harían a ti si alguna vez te encontraran?
—Un castigo ejemplar.
¿Cómo podía permanecer tan tranquilo e impasible mientras decía eso? Kiara envidiaba esa capacidad, hasta que se le ocurrió pensar lo horrible que debía de haber sido su pasado para que ni esa amenaza lo hiciera parpadear.
¿Qué habría tenido que soportar?
—¿Y tú aceptas sus reglas?
—Cuando me conviene.
Ella se apretó más la bata. La solapada amenaza de esas palabras no le había pasado desapercibida. No se había equivocado. Él no respetaba ninguna ley humana excepto la suya propia.
Nykyrian apagó su portátil y cambió de tema.
—¿Y qué otras cosas tenías previstas para hoy?
—Había pensado llevar unos cuantos trastos a un centro de caridad y luego ir a comprar un regalo de cumpleaños para mi mejor amiga. Pero supongo que tendré que quedarme aquí, mirando las paredes.
Él quería ser inmune a la dolida amargura que había en la voz de Kiara, pero la triste realidad era que le daba pena. Estaba tratando de ser fuerte, pero incluso así, se fijó en que le temblaban las manos y había visto el miedo en sus ojos.
Le habían arrebatado toda su vida por algo que no tenía nada que ver con ella.
«Tiene reacciones fóbicas severas a los espacios cerrados y la oscuridad. No le gusta estar encerrada o confinada. Tiene una necesidad casi suicida de mantener una vida normal incluso ante el peligro».
Su historial era explícito sobre el trauma de su pasado y los efectos sobre su estado mental del momento. Nykyrian recordó lo que se había hecho en las muñecas tratando de liberarse de Chenz; casi se había seccionado una mano.
Y por eso la respetaba. Había estado dispuesta a hacer lo que fuera por salvarse. Era algo instintivo y valeroso.
Así que hizo por ella lo que muy pocas veces había hecho por nadie: le tuvo compasión.
—Podemos salir un poco mientras no sigas una rutina o vayas a una de tus tiendas favoritas.
—¿De verdad? —La mirada esperanzada de su rostro fue para él como un puñetazo en el estómago. Maldición, qué hermosa era cuando sonreía.
Asintió con la cabeza.
Un instante después, ella cambió de expresión.
—Pero ¿no puedo ir al centro de caridad?
¿Por qué tenía que importarle que pareciera tan decepcionada?
—Mientras seas rápida —fue lo que dijo sin embargo.
La luz regresó a los ojos color ámbar al sonreír.
—Lo seré. Lo prometo.
—Entonces, vístete y nos iremos en cuanto abran las tiendas.
Kiara se levantó y empezó a marcharse, pero se detuvo. Se volvió y le lanzó una mirada que hizo palpitar aún más un corazón que él creía muerto.
—Muchas gracias, Nykyrian.
Nunca había oído nada más maravilloso que el sonido de su nombre en sus labios, con su acento cantarín. Le respondió con una inclinación de cabeza y se apartó para que pudiera marcharse.
Dirigió la mirada al desayuno, que ella casi no había probado. Hauk siempre decía que Nykyrian era capaz de hacer perder el apetito hasta a los más voraces. Al parecer, tenía razón.
Con un suspiro, comenzó a limpiar.
Kiara paró un momento mientras se arreglaba al oír a Syn hablando con Nykyrian en la sala. Debía de haber llegado mientras ella se estaba duchando.
Inclinó la cabeza para tratar de oír lo que estaban diciendo, pero no le sirvió de nada. Hablaban en un idioma extraño que Kiara no entendía por más atentamente que escuchara en busca de un nombre o de alguna otra palabra que pudiera reconocer.
De todas formas, de lo que fuera que hablasen, parecía algo muy serio.
Suspiró. Bueno, al menos la aspereza de Nykyrian parecía disminuir un poquito con Syn. Le gustaba ver otras reacciones de su guardaespaldas, aparte de gestos de hombros y monosílabos.
Cuando entró en la sala, Syn se volvió en la silla y casi se cayó al suelo mientras la miraba de arriba abajo. Carraspeó y lanzó una mirada admirada a Nykyrian.
—Dayum… sexy, la chica.
Nykyrian no reaccionó en absoluto.
Kiara notó que le ardían las mejillas ante ambas reacciones. La de Syn por demasiado descarada. La de Nykyrian por inexistente.
—Gracias —le dijo al primero.
Nykyrian se puso en pie con aquella elegancia que ella admiraba, sobre todo dado lo pesado que era su abrigo. Se lo veía letal y espectacular.
—Ya hemos cargado tus paquetes en el transporte. ¿Estás lista?
Ella asintió, y pensó que, al menos, Nykyrian la cogería del brazo para mantenerla cerca de él, pero lo único que hizo fue abrir la puerta y mirar por el pasillo antes de hacerle un gesto para que saliera del apartamento.
Kiara miró hacia atrás, a Syn, que no había movido un músculo.
—¿Él se queda aquí?
La risa de Syn le respondió.
—Sí, Kip ha conseguido ser tu canguro y yo me quedaré sentado en casa. La vida te da por el gran tee-tawa.
—¿El gran qué? —preguntó ella, con el cejo fruncido.
—No tardaremos mucho —intervino Nykyrian antes de que Syn pudiera responder. Y cerró la puerta con llave.
—Eso ha sido muy grosero —lo riñó Kiara.
Él no hizo caso de su tono.
—Grosero sería que te tradujera lo que ha dicho. Nunca le preguntes a Syn lo que significa la mitad de su vocabulario. Lo criaron animales y la mayoría resulta demasiado obsceno para traducirlo ni siquiera a rudos soldados y prostitutas.
Ella sonrió ante su advertencia humorística, pero la curiosidad pudo más.
—Tee-tawa?
—A no ser que quieras ponerte tan roja como la camisa que llevas —le advirtió él mientras apretaba el botón del ascensor—, no sigas por ahí.
Las puertas se abrieron con un leve zumbido.
—¿Y cuál es tu «synismo» favorito? —le preguntó, entrando en el ascensor.
Las comisuras de la boca de Nykyrian se elevaron ligeramente. Por un momento, Kiara pensó que podía llegar a sonreír, pero él se limitó a meterse las manos en los bolsillos del largo abrigo negro, mientras las puertas se cerraban con un corto pitido.
—Duwad —contestó él finalmente.
—¿Qué significa? —inquirió ella con una sonrisa.
—No eres lo bastante mayor para que te responda a eso. Y yo no soy lo bastante mayor para decirlo.
Kiara negó con la cabeza ante el seco humor que él dejaba entrever con un tono totalmente neutro. Era curiosamente entretenido de una manera letal, como en plan «te arrancaré el corazón y me lo comeré».
—¿Por qué te llama Kip? ¿Es eso también un insulto?
—La respuesta a eso convertiría esta en una de las preguntas que te quedan por hacerme, mu tara. ¿Realmente la quieres gastar en eso? —La guio fuera del ascensor, por el vestíbulo y hasta la acera.
Kiara caminaba pegada a él, invadiendo de forma deliberada su espacio personal. Para su sorpresa, Nykyrian no se apartó.
—Sí, me gustaría saberlo.
Su transporte, que conducía una hermosa mujer vestida de color rojo sangre, se paró en el bordillo con un chirrido de frenos.
Él le abrió la puerta.
—Es un término ritadarion para hermano de guerra, sangre, espíritu y fuego.
Ella entró en el vehículo y esperó a que él lo hiciera también.
—¿Y lo sois?
—En muchos sentidos —contestó Nykyrian. Luego hizo un gesto hacia la conductora mientras cerraba la puerta—. Kiara, te presento a Jayne.
El aspecto de la mujer era tan peligroso como el de él. Kiara le tendió la mano, sin saber muy bien cómo reaccionaría ella.
—Encantada.
Jayne sonrió amablemente mientras le estrechaba la mano.
—Lo mismo digo. ¿Adónde vamos, princesa?
Kiara no supo por qué, pero Jayne le cayó bien al instante.
—Me gustaría dejar estas cosas primero, si te parece bien.
La otra se metió entre el tráfico con tal ímpetu que Kiara se fue encima del fuerte cuerpo de Nykyrian. Él la empujó suavemente hacia su lado del asiento.
—Perdona.
El hombre no prestó atención a su disculpa.
—¿Jayne? Por una vez, ¿podrías conducir como si no acabaras de robar un banco?
—Lo siento, jefe —se disculpó ella—. Cuesta perder las viejas costumbres.
Kiara arqueó una ceja.
—¿Robabas bancos?
—Yo prefiero el término «distribución de la riqueza» —respondió Jayne mientras indicaba el siguiente—. Después de todo, una mujer tiene ciertas necesidades, y yo más que la mayoría.
Kiara se sintió horrorizada e impresionada a la vez, y también un poco asustada.
—¿De verdad robabas bancos?
Jayne le hizo un guiño por el retrovisor.
—Mi padre era Egarious Toole, Me llevaba a trabajar con él desde los cuatro años y me enseñó bien.
Ya totalmente impresionada, Kiara sonrió. Egarious Toole era uno de los ladrones más famosos jamás nacidos. Pero a diferencia de los de su calaña, también se lo conocía como el Caballero Bandido, porque siempre era muy educado con aquellos a quienes robaba.
El único otro ladrón tan famoso era…
«C. I. Syn».
A diferencia de Toole, se lo conocía por ser brutal y desagradable. El más consumado y el más letal.
El estómago le dio un vuelco mientras una inquietante sensación se apoderaba de ella.
—¿Syn… es…? —Ni siquiera conseguía decirlo.
—Sí, pero ya no se dedica a eso —respondió Nykyrian—. Es un antiguo colega del padre de Jayne; hacían la misma clase de trabajo.
Kiara soltó un largo soplido de temeroso respeto.
—No parece lo bastante mayor para tener esa reputación —comentó.
Jayne miró hacia atrás antes de cambiar de carril.
—La habilidad no requiere una edad.
No, Kiara supuso que no.
—¿Y todos sois criminales buscados?
Jayne rio ante lo directo de la pregunta.
—Básicamente, sí. Por eso somos tan buenos en lo que hacemos. Sabemos cómo piensan los criminales porque… lo somos.
A ella la sorprendía que su padre los hubiera contratado.
—¿Lo sabe mi padre?
—Mientras te mantengamos a salvo, no le importa —contestó Jayne y miró hacia atrás, a Nykyrian—. Es asombroso lo a menudo que ocurre eso, ¿verdad, jefe?
—Nunca deja de sorprenderme. Los tan apreciados principios y valores morales tienen un precio. Sólo es cuestión de cuánto.
A Kiara no se le escapó el sutil veneno que había en esas frases.
—¿De verdad lo crees? —preguntó.
—Lo sé a ciencia cierta —respondió él. Y la miró de reojo—. Pero algunos son un poco más nobles en su forma de pensar que otros.
Como su padre, que estaba dispuesto a contratar a criminales y ladrones para mantenerla a salvo.
—¿Por qué sacrificarías tu moral?
—Yo no tengo moral que sacrificar.
—No me lo creo.
—Jayne soltó un resoplido.
—Créetelo, hermanita. Estás sentada junto a la criatura más letal jamás nacida. No hagas que se enfade. No vivirías lo suficiente para repetirlo.
Kiara arqueó una incrédula ceja.
—Ah, pero ¿es posible enfadarlo?
—Oh, es más que posible —respondió Nykyrian— y, como dice Jayne, no te gustaría estar ahí si ocurre.
—¿Por qué?
—Porque a la última persona que lo hizo enfurecer, Nykyrian le arrancó el corazón con las manos desnudas y se lo hizo comer.
—Os estáis burlando de mí —replicó ella, pero se apartó de él.
Jayne negó con la cabeza lenta y seriamente. Nykyrian no respondió nada.
De repente, Kiara tuvo miedo de los dos; se apoyó en su asiento y se fijó en la gente y los edificios que se veían por la ventanilla.
Nykyrian olía el exótico perfume de Kiara y ansiaba hundirle los labios en la dulce y aromática piel del cuello.
«¿Qué me pasa?».
Aunque brevemente, había estado cerca de muchas mujeres hermosas, y eso sin contar a Jayne, que era muy atractiva, pero ninguna lo había excitado tanto como Kiara.
Con ella tan cerca le costaba respirar. Se armó de valor y le lanzó una mirada.
Se quedó sin aliento. La joven tenía los brazos cruzados sobre el pecho y miraba por la ventana; con su disimulada ojeada vio la curva superior de los pechos, cubiertos con el encaje blanco de la ropa interior. Desde su ángulo de visión, podía verle casi hasta el ombligo, lo que no hizo nada para aliviar su erección.
«Vamos, Nykyrian. Para ya».
Desear a una mujer no era algo nuevo para él, cierto, pero estar tan cerca de una de ellas tanto rato, sí lo era.
Finalmente, el coche se detuvo delante del centro al que pretendía ir Kiara. Nykyrian salió el primero y comprobó la calle antes de ayudarla a bajar.
Jayne cogió las bolsas de ropa y los siguió dentro de la pequeña tienda, donde un puñado de gente compraba. La encargada sonrió al ver a Kiara, pero su sonrisa desapareció cuando su mirada pasó de la bailarina a Nykyrian.
En cuanto vio a este, el temor le oscureció los ojos y se echó hacia atrás instintivamente.
—¿Le pedimos que se vaya? —le preguntó uno de los cajeros.
—¿Vas a pedírselo tú? —preguntó Hortense, tragando saliva—. Porque yo no quiero morir.
—Quizá se marche él solo.
—Odio a los andarion. Huelen raro.
—A mí tampoco me gustan —contestó Hortense—, pero no quiero que se enfade. Podría comerse a alguno de nosotros.
Kiara se quedó parada al ver y oír la reacción de Hortense y de los otros clientes, que murmuraban comentarios similares. Se había acostumbrado tanto a Nykyrian que, aunque sabía que su aspecto era temible, ya no le tenía miedo. Incluso antes de conocerlo, tampoco.
Y nunca había criticado a su raza.
¿Qué le pasaba a la gente?
Nykyrian se lo tomó como si nada.
—Esperaré junto a la puerta —le dijo a Jayne, situándose en una posición desde donde podía vigilar la tienda y la calle.
Kiara vio el enfado en el rostro de Jayne mientras dejaba la ropa donada sobre el mostrador y casi se la tiraba encima a Hortense y los empleados.
—Chratna po hah —les soltó.
Kiara no tenía ni idea de lo que les había dicho, sin embargo, su tono le indicó que no era ningún cumplido.
—Eso ha sido muy grosero —dijo Hortense mirándola mal.
—Pero no tan grosero como lo que acabas de hacerle a mi escolta —replicó Kiara, alzando la barbilla—. En el futuro, llevaré mis donaciones a alguien menos cerrado de mente.
—Princesa, espere.
Ella no lo hizo. Se marchó sin ni siquiera esperar a Jayne.
Nykyrian se adelantó para abrirle la puerta del transporte y luego esperó hasta que ella se hubiera sentado antes de entrar él.
—Perdón —soltó.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó Kiara con un gran cejo.
—Debería haber enviado a Syn contigo.
Jayne entró y encendió el motor.
—Nunca pensé que sentiría respeto por una aristócrata, pero bien dicho, Kiara. Creo que podrías llegar a caerme bien.
Ella no prestó atención a sus elogios.
—¿Por qué actúa así la gente? —inquirió.
—Porque la gente juzga —contestó Nykyrian, encogiéndose de hombros—, siempre lo hace. Te acostumbras.
«¿De verdad?».
No podía imaginar llegar a acostumbrarse nunca a que la gente reaccionara así con ella juzgándola por algo que no podía evitar. ¡Qué ofensivo!
—Estoy segura de que no todo el mundo es así.
—¿Quieres verlas imágenes de tu cara la primera vez que me viste?
A ella se le cayó el alma a los pies. Se había apartado de él. El horror de ese recuerdo le causaba náuseas.
—Lamento haber sido una estúpida.
A Nykyrian lo sorprendió su disculpa. Sobre todo, su sinceridad. Era totalmente inesperada. Sin saber muy bien cómo reaccionar, decidió dedicar su atención a la calle.
Permanecieron en silencio hasta que llegaron al pequeño centro comercial.
Él se quedó atrás.
—Id vosotras dos delante. Yo vigilo aquí.
Kiara no estaba muy convencida, pero hizo lo que le decía.
Jayne, que era increíblemente alta para ser mujer, atravesaba la multitud de una forma que Kiara envidiaba.
—Vaya, eres buena —comentó con cierto toque de diversión.
Jayne sonrió.
—Odio las multitudes. Odio ir de compras y creo que los que lo hacen lo saben, por eso me dejan espacio, para que no me lance a matarlos a todos.
—Yo creo que es porque eres muy alta —apuntó ella. Debía medir unos dos metros como mínimo.
—Puede que eso también tenga algo que ver.
Kiara se detuvo delante del escaparate de una tienda de regalos para buscar algo que le gustara.
—¡Caníbal!
—Asesino.
—¿Qué está haciendo aquí?
—¡Deberíamos avisar a las autoridades!
—Venga, marchémonos.
Kiara miró a la gente y vio cómo observaban a Nykyrian. Las madres cogían a sus hijos y salían corriendo.
Una mujer incluso le escupió a los pies mientras él pasaba.
—Sucio animal. Los andarion me ponen enferma.
Nykyrian no prestó ninguna atención a los otros clientes, mientras se centraba en cualquier posible amenaza hacia Kiara.
Tanta hostilidad dejó a esta horrorizada.
—Deberíamos irnos —le advirtió a Jayne.
Kiara vio la compasión y el dolor en los ojos de la mujer mientras contemplaba a Nykyrian aceptar estoicamente el comportamiento de la gente.
—La verdad, princesa, ya está acostumbrado. Créeme, en este momento ni piensa en eso. Tú y yo somos las únicas que sentimos vergüenza.
Ella no la creyó ni por un nanosegundo.
—Es imposible que no le afecte —la contradijo. Pero mientras observaba a Nykyrian, se fue dando cuenta de que tal vez Jayne tuviera razón. Él no reaccionó ante ningún insulto o acción.
Igual que en el cuartel general de la Sentella, parecía inmune a todo eso. Pero ¿podía serlo?
«Escoge un regalo y vete de aquí».
Como pudo, trató de prescindir de aquellos imbéciles y sus prejuicios y entró en la tienda de ropa femenina que había en la puerta de al lado, donde encontró una chaqueta.
Nykyrian se quedó entre la gente, pero no tan lejos como para que ella no oyera y viera cómo lo insultaban. Se sintió mal por él y, sin embargo, como había dicho Jayne, el hombre parecía pasar completamente de todo aquello.
Transcurrieron varios minutos antes de que Kiara encontrara a alguien que la atendiera.
—Perdone —dijo finalmente, arrinconando a una mujer antes de que pudiera escaparse hacia otro departamento—. ¿La tienen en la talla treinta?
A la dependienta se le iban los ojos por encima del hombro de Kiara, hacia donde Nykyrian observaba ala multitud, y ella tuvo ganas de sacudirla por su miedo injustificado. La mujer miró finalmente a Kiara y la chaqueta.
—Creo que sí.
Se la arrebató de la mano y desapareció por el fondo. Ella entrecerró los ojos de rabia.
Pasado un minuto, la dependienta volvió con la talla correcta.
—¿Querrá alguna cosa más, señora?
Ella negó con la cabeza, apretando los dientes. Jayne, a su lado, no dijo nada.
Después de cobrarle, la dependienta se inclinó sobre el mostrador, acercándose.
—¿Dónde ha encontrado a un andarion? —susurró—. Nunca había visto ninguno en Gouran. ¿No tiene miedo de ir con él?
Kiara se echó el cabello hacia atrás con un gesto de niña pija.
—No, qué va. No me da miedo. Hoy ya ha comido.
—¿Y qué le da de comer? —inquirió la dependienta, mientras tragaba saliva de forma audible.
Kiara miró fijamente a aquella idiota.
—Bebés —le contestó—. Montones de bebés.
La mujer se echó hacia atrás.
Kiara la miró furiosa, incapaz de creer que existiera tanta estupidez. Cogió el paquete y salió de la tienda con Jayne aún riendo.
—Bebés —repitió esta—. Tengo que acordarme. Oh, definitivamente me caes bien, princesa.
Kiara se alegraba de que alguien se divirtiera. Porque ella no.
—Quiero irme a casa ahora.
Nykyrian inclinó la cabeza mientras Jayne los precedía hacia el transporte. Lo que más asombraba a Kiara era que él no hiciera el más mínimo comentario de lo que acababa de ocurrir.
—¿La gente siempre actúa así contigo? —le preguntó entrando en el vehículo.
Mientras se sentaba a su lado, él se encogió de hombros como si fuera algo normal que había que pasar por alto.
—Deberías haber visto las reacciones cuando llevaba el uniforme de la Liga. Eso sí que era divertido. Menos los que perdían el control de los esfínteres; entonces sólo era un asco.
Kiara no hizo caso de su sarcasmo, aunque parte de ella se preguntó si le estaría diciendo la verdad.
—¿Los andarion reaccionan igual contigo?
Él lo pensó antes de contestar.
—Debería vivir mucho para verlos ser tan amables.
—¿Por qué?
—Los humanos me temen porque creen que voy a comérmelos en cualquier momento —contestó, encogiéndose de hombros—. Los andarion me ven como un pobre y débil giakon.
—¿Qué significa?
Jayne le respondió mientras se alejaban de la acera.
—Un cobarde castrado.
La boca de Kiara formó una pequeña «o». No era de extrañar que Nykyrian se apartara de la gente. Estaba en medio del odio y el miedo de ambas razas.
—¿Alguien te ha atacado alguna vez por tu mezcla de sangre?
—Puedes deducirlo sin mi ayuda.
Ella suspiró al oír su tono carente de emoción.
—No entiendo por qué la gente se comporta así.
Nykyrian cruzó los brazos sobre el pecho.
—Temen por sí mismos. Les recuerdo que los humanos y los andarion no son dos especies diferentes, como les gusta fingir, sino que proceden de la misma construcción genética. Por desgracia, ninguna de ambas razas quiere admitir que puede parecerse en nada ala otra, así que, cuando me ven, soy un blanco fácil. Hace tiempo que dejé de culparlos. Como diría Syn, es lo que hay.
La frialdad invadió a Kiara mientras pensaba en cómo habría sido para él crecer siendo odiado por todos.
—¿Y tus padres? —preguntó—. ¿Cómo lo llevaban?
Nykyrian respiró hondo.
—No lo llevaban —contestó—. Mi madre me abandonó cuando yo tenía cinco años.
—¿Y el comandante?
—No soy su hijo biológico.
Ella sonrió mientras pensaba en la bondad de Huwin al adoptarlo. Recordaba al padre de Nykyrian de unos cuantos viajes diplomáticos que este había hecho a Gouran para reunirse con su padre cuando ella era niña. Aunque severo, siempre le había llevado regalos y había sido cordial y amable.
—Debió de quererte mucho.
—Nunca supongas nada.
Esa vez, la emoción en su voz era inconfundible. Odio, puro y simple.
Kiara quería calmar el dolor de Nykyrian. No podía imaginarse cómo habría sido su vida. Sus padres hubieran destrozado a cualquiera que la hubiera mirado a ella como lo miraban a él. No podía creer que una madre abandonara a su hijo fuera cual fuese la razón.
Se quedó callada el resto del viaje a casa, pensando en las lecciones del día.
Jayne los dejó fuera del edificio y se fue a su casa.
Cuando llegaron al piso, Syn alzó la vista desde el sofá, donde estaba tumbado mirando el visor, con la sorpresa escrita en la cara.
—Sí, no habéis tardado mucho. Nunca había conocido a una mujer que tardara menos de medio día para comprar algo.
—No se me ocurre por qué la salida ha sido tan corta —replicó Nykyrian con una voz sarcástica que hizo que Kiara lo mirase.
Riendo, Syn apagó el visor y se sentó.
—Deberías probar a sonreír. Creo que la gente lo llevaría mejor.
Nykyrian se sacó el largo abrigo negro y lo dejó doblado sobre el sillón de Kiara.
—Lo cierto es que entonces creen que intento morderlos y aún es peor.
Syn rio todavía más.
A Kiara no le parecía divertido en absoluto. Dejó la bolsa junto al sillón y fue al armario para sacar papel de envolver y cinta adhesiva.
Mientras los oía hablar, las historias de C. I. Syn y su habilidad legendaria acudieron a su mente. Un hombre que parecía…, bueno, no del todo normal pero casi, era difícil de reconciliar con la idea que tenía del famoso criminal.
Por su actitud casi juguetona, nunca hubiera imaginado que tuviese tal reputación.
—¿Quieres que te releve esta noche? —preguntó entonces.
Kiara se quedó inmóvil al oír la pregunta de Syn. Miró a Nykyrian, mordiéndose el labio.
Él siguió mirando a su amigo.
—No —contestó y ella sintió un alivio instantáneo—. Ya me ocupo yo.
Syn lo miró receloso.
—¿Cuánto hace que no duermes?
—No estoy cansado. —El tono de Nykyrian contenía una advertencia que al otro no se le pasó por alto.
«Qué conversación tan rara».
—Muy bien —respondió Syn y miró a Kiara—. Por cierto, si alguna vez parece que está durmiendo, no lo toques o hagas ningún movimiento repentino. Muerde.
Ella cogió la cinta adhesiva del estante más alto.
—No me preocupa.
—¿Qué, no le tienes miedo? —le preguntó Syn con una ceja levantada.
Kiara se encogió de hombros y dejó las cosas de envolver en el suelo.
—Soy hija de un soldado. Mi padre se levanta apuntándote a la cabeza con una pistola de rayos si lo despiertas de golpe.
Syn le dedicó a Nykyrian una sonrisa de complicidad.
—Y yo que pensaba que eras tú y tus idiosincrasias.
El otro se encogió de hombros y se sentó en un sillón frente al sofá.
—Ya te he dicho que no pienses. Sólo consigues perder el tiempo.
Kiara se quedó parada ante esa pulla. Había una ligera elevación de las comisuras de la boca de Nykyrian que podría considerarse una sonrisa. Miró a Syn, que seguía tan tranquilo.
—Bueno, supongo que será mejor que me vaya. Tengo que encargarme de un envío —dijo este, pero vaciló un momento y miró a Kiara algo avergonzado antes de mirar de nuevo a Nykyrian—. ¿Hacemos planes para mañana?
—No podemos. Mañana todos estarán ocupados.
Syn cruzó los brazos sobre el pecho.
—Entonces, ¿cuándo vamos a hacerlo?
Ella lo miró, deseando saber de qué estaban hablando.
—Hank está libre pasado mañana. Podría vigilar a Kiara.
—Haré que venga a primera hora —asintió Syn y esbozó una sonrisa de ánimo en dirección a ella—. Tened cuidado y no dejéis que os coja el diras.
Kiara esperó a que se hubiera marchado para preguntarle a Nykyrian.
—¿Qué estáis planeando?
—Tengo que encargarme de unas cuantas cosas.
Ella desenrolló el papel de regalo y cortó un cuadrado lo bastante grande para la caja.
—¿No podría quedarse Darling conmigo en vez de Hauk?
Nykyrian alzó una ceja inquisitiva.
Kiara se dio cuenta demasiado tarde de lo que debía de estar pensando.
—No es porque sea andarion —soltó irritada, mientras envolvía la caja con el papel—. Pero incluso tú tienes que admitir que Hauk no es la persona más amable del mundo.
Él se relajó.
—Supongo que no. —Calló un momento antes de añadir—: Darling tiene cosas que hacer. A Hauk le gusta intimidar a la gente. Plántale cara, y él se echará atrás.
—O me tendrá hecha carne en salsa para cuando vuelvas.
—Siempre existe esa posibilidad.
Con una mueca, Kiara acabó de envolver el regalo y guardó las cosas.
Transcurrieron varias horas, dolorosamente lentas, mientras Nykyrian trabajaba y ella trataba de buscar una manera de pasar el rato. Debido a su carrera, nunca estaba mucho tiempo en casa. Solía dedicar el día a ensayar o actuar, dar entrevistas o trabajar en obras de caridad. Las horas se le pasaban volando. Así que estar tumbada en la cama, mirando el techo, la estaba irritando mucho.
¿Qué hacía la gente cuando se quedaba todo el día en casa?
Le resultaba incomprensible.
Al cabo de un rato, se levantó y fue al estudio a practicar. Tal vez no pudiera actuar durante las próximas semanas, pero no podía permitir que se le entumecieran los músculos.
A pesar de hacer todo lo que podía para concentrarse en los aburridos informes que estaba revisando, Nykyrian se dejó atrapar por la música de baile de Kiara. Sin darse cuenta, se encontró recorriendo el pasillo en dirección al estudio.
Se quedó sin aliento cuando la vio en todo su ágil esplendor, girando por la habitación. El cuerpo le brillaba de sudor y unos mechones de su cabello caoba se le habían escapado del tirante moño. Cada movimiento que hacía era un estudio de gracia y belleza. Se movía como el agua.
Mientras ella saltaba y giraba, Nykyrian sentía escalofríos en la espalda. Dios, qué no daría o haría por tener el derecho a quitarle aquel ajustado mallot y hacerle el amor durante el resto de la noche.
Se aferró a la madera del marco de la puerta hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
Kiara giró y captó un repentino destello de negro y plata. Casi se tropezó al darse cuenta de que Nykyrian la estaba observando.
Se detuvo al instante.
—Lo siento —dijo, mientras respiraba hondo para calmarse, sin saber bien qué la dejaba más sin aliento, el ejercicio o el evidente interés de él—. No me he fijado en que estabas ahí.
Fue a apagar la música.
—No pares —pidió Nykyrian en un tono extraño que ella no supo identificar—. Me encanta verte bailar.
Kiara dejó que comenzara la siguiente canción. Fue hasta él de puntillas. Pretendía impresionarlo con su pirueta, pero ahogó un grito cuando el pie se le dobló bajo el peso.
Nykyrian la cogió antes de que cayera. El repentino impacto de los fuertes músculos que la rodearon la dejó sin aliento.
—¿Estás bien?
Ella sonrió ante la tierna preocupación que oyó en su voz.
—Es el tobillo. Creo que puedo habérmelo lastimado.
Él la dejó lentamente en el suelo.
Kiara deseó que se le ocurriera alguna forma de que siguiera rodeándola con los brazos, pero su calor la abandonó y la dejó deseándolo.
Con movimientos expertos, Nykyrian le desató la zapatilla y se la sacó. Un siseo escapó de entre sus labios. Ella abrió los ojos, sorprendida ante aquella inesperada muestra de emoción.
—¿Qué te pasa en el pie?
Kiara movió los dedos y se miró, esperaba verse el pie roto o hinchado, pero le pareció muy normal.
—No le pasa nada.
Él le pasó los dedos por la planta como si esta fuera una reliquia santa. Kiara notó un escalofrío en la pierna a pesar de la ardiente sensación que tenía allí donde la tocaba.
—Tienes más ampollas en los pies de las que tengo yo en…
—Dejó la frase a medias.
Ella soltó una corta carcajada mientras restaba importancia al asunto.
—Son los gajes de mi oficio. Ya estoy acostumbrada. Sólo me duelen cuando me sangran.
Nykyrian le cogió el pie con más fuerza mientras la miraba a los ojos.
—No deberías hacerte esto; seguro que te duele muchísimo.
Ella le observó el rostro y deseó de nuevo poder verlo sin las gafas oscuras.
—¿Y por qué ibas a preocuparte de si me duele o no?
—No lo sé. Pero así es.
Una cálida sensación le recorrió el cuerpo al oírlo usar las mismas palabras que había usado ella con él. Al ver lo guapo que era, se inclinó para besarlo.
Por un momento, pensó que lo iba a lograr, pero entonces Nykyrian se apartó y le soltó el pie.
—Deberías descansar unos días y dejar que se te curaran estas ampollas. Al ritmo que vas, a los treinta estarás tullida.
Contrariada, Kiara se desató la otra zapatilla y se la sacó con brusquedad.
—¿Por qué me da la sensación de que alguien te ha dicho eso mismo a ti?
—En mi caso no era tullido, sino muerto —respondió él. Sus bruscas palabras fueron como un jarro de agua fría. En cuanto las dijo, Nykyrian se marchó como un silencioso espectro.
Kiara se lo quedó mirando, mientras el temor le encogía el estómago. La forma displicente en que había dicho eso la había dejado helada. Había sonado casi como si quisiera morir.
«¿Y qué te importa?
»Tú eres una bailarina. Él un asesino».
Sí, pero había visto la bondad que ocultaba al mundo y había captado parte del dolor que se guardaba para sí. Aunque sabía que debería odiarlo, cada día que pasaban juntos descubría alguna parte más de su alma, y lo que descubría no era horrible.
Era extrañamente hermoso.
• • •
Nykyrian oyó la ducha después de que Kiara entrara en el cuarto de baño. Fue hasta la puerta y apoyó la cabeza en el panel, deseando, ansiando tener el valor de entrar, de sentir los brazos de ella rodeándolo.
La deseaba tanto que le dolía.
Pero de qué le servía. La suavidad no pertenecía a su mundo, ni tampoco la belleza.
¿Qué clase de vida podía ofrecerle? ¿Un tiro en la espalda cualquier día, porque algún gilipollas quería vengarse de él?
No tenía más elección que seguir solo. En su vida no había lugar para nadie más.
Suspiró. Se negaba a pensar en lo que quería. Sus deseos carecían de importancia. Tenía una misión y eso era exactamente lo que iba a hacer.
Protegerla, nada más.
Se apartó de la puerta y regresó a la sala para seguir trabajando en sus informes.
Al cabo de unos minutos, Kiara salió y le deseó buenas noches con aquella voz suya tan maravillosamente agradable, luego se marchó a la cama.
Con una maldición, Nykyrian se quitó las botas. En un malsano arrebato para recordarse lo que era, comprobó los puñales retráctiles que ocultaba en el calzado. El frío acero salió de golpe y brilló bajo la luz. Toqueteó las hojas para notar el afilado borde arañarle la piel. Era un asesino, ese era su único destino.
Satisfecho de haberse controlado en lo referente a Kiara, volvió a meter los cuchillos en la funda oculta y dejó las botas en el suelo, junto al sofá.
Con un suspiro, depositó las gafas en la mesa y se frotó el puente de la nariz, donde le habían dejado una marca. Ya debería estar acostumbrado a usarlas, pero lo cierto era que odiaba la necesidad de llevarlas.
Hacía tiempo que había aprendido que sus ojos inquietaban a quienes los veían. Era mucho mejor para todos que los mantuviera ocultos.
La cama de Kiara chirrió bajo su peso al cambiar ella de postura. El pene de Nykyrian reaccionó en respuesta. Se imaginaba con demasiada facilidad a su lado, acariciándola mientras ella…
«¡Basta!».
Tenía que pensar en otra cosa. Se quitó la camisa y cogió lo necesario para ducharse. Sí, una ducha fría le iría de maravilla.
Tonterías. Pero al menos lo distraería. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, entró en el cuarto de baño, abrió el grifo y se aseguró de que no saliera nada de agua caliente.
«Odio las duchas frías».
Pero sintió un enfermizo placer ante el dolor del agua helada clavándosele en el cuerpo.
Aquello era algo que podía soportar. El dolor siempre había sido su aliado y, al cabo de unos minutos, se sintió mucho mejor.
Aliviado por haber recuperado el control, fue a la cocina a buscar algo de beber.
La puerta de Kiara se abrió.
Nykyrian se quedó inmóvil. Miró la mesita de la sala y se dio cuenta de que estaba demasiado lejos para coger las gafas antes de que ella lo viera.
Maldición.
Apretó el vaso con fuerza y se resignó a esperar que lo descubriera.
• • •
Kiara bostezó mientras avanzaba medio dormida por el pasillo, anudándose el cinturón de la bata. Se detuvo al llegar a la entrada de la cocina y clavó los ojos en la espalda desnuda de Nykyrian.
Unos hombros anchos, musculosos se afinaban hacia una estrecha cadera. Más cicatrices de las que podía contar, profundas y blancas, le cruzaban la piel bronceada. Parecía como si lo hubieran azotado hasta dejarlo a las puertas de la muerte. El corazón se le encogió al verlo. Nunca había visto nada igual.
Tenía el brazo y el hombro izquierdos cubiertos de los tatuajes de colores brillantes de la Liga, como tenían todos los asesinos. El del bíceps era la conocida calavera humana que apoyaba la mandíbula sobre el mango de una daga. La hoja de la misma le salía por lo alto del cráneo, donde saltaban trozos de hueso en una imagen bellamente macabra. Pero lo que hacía que ese tatuaje fuera especial era la corona que rodeaba la calavera y los colores rojos con que la habían hecho resaltar.
Era un comandante Asesino de Primer Orden.
¡Por todos los santos…! Era el rango más difícil de alcanzar y sólo los más letales de entre ellos, menos de un uno por ciento, lo ostentaban.
Sin embargo, contra todo sentido común, Kiara no tenía miedo de él.
Volvió a mirarle las cicatrices, cruzó la cocina ansiando tocarlo y calmar su piel marcada por los verdugones. Extendió la mano, pero se detuvo antes de tocarlo. A él no le gustaría; era demasiado mayor para que ella lo mimara.
—Tenía sed —murmuró como torpe disculpa.
Sin volverse a hacer ningún comentario, Nykyrian bajó un vaso y se lo dio por encima del hombro.
Mientras se servía zumo, Kiara se fijó en que no llevaba las gafas. Se sorprendió tanto que no se dio cuenta de lo que hacía. El zumo rebosó el borde del vaso, le mojó la manga de la bata y le salpicó las piernas y los pies. Con un gemido ahogado, dejó el vaso y la jarra de zumo en la encimera y fue a coger una bayeta.
—Yo lo limpiaré —gruñó él.
A ella le tembló la mano al dejar la bayeta de nuevo sobre la encimera. Trató de verle la cara, pero él la tenía vuelta.
Pilló la indirecta. A pesar de la inmensa curiosidad que sentía, cogió su vaso de zumo y se marchó.
Mientras corría hacia su habitación, temblaba a causa de una emoción que no sabría nombrar y ni siquiera estaba segura de si quería saber qué era o qué significaba.
Sin saber por qué se sentía como si hubiera escapado de la muerte por los pelos y sin embargo…
¿Quién era aquel hombre que tenía en su casa?
• • •
Nykyrian limpió el pegajoso zumo, mientras daba vueltas a sus emociones y sus pensamientos. Deseaba tener la fuerza necesaria para confiar en Kiara. Pero la experiencia le había enseñado que no se podía confiar en nadie.
Atraparía rápidamente a los asesinos que la perseguían y se los entregaría a su padre. Con Bredeh y Pitala fuera de juego, nadie más se atrevería a aceptar el contrato por su vida, sabiendo que la protegía la Sentella. Entonces, él podría regresar a su rutina.
Solo.
Un dolor lo recorrió, peor que cualquier sufrimiento físico que hubiese experimentado. Apretó los dientes y se juró que capturaría a Bredeh y Pitala antes de cometer el peor error de su vida.
«Eso ya lo hiciste cuando abandonaste la Liga».
No. Eso había, sido fácil. El peor error, sería besar a una bailarina a la que ansiaba acariciar de tal forma que se sentía morir.