Nykyrian puso a Kiara a su espalda y luego llamó dos veces a la puerta de su apartamento. Ella hacía lo que podía para no apoyarse en él, pero tenía tanto miedo que era increíble que las piernas la sostuvieran.
—¿Quién es? —preguntó una voz profunda desde el interior.
—Seguro que no soy tu madre —respondió Nykyrian en el tono más sarcástico que Kiara había oído nunca—, pero estoy dispuesto a darte unos azotes en el trasero si no dejas de jugar. Así que abre la puta puerta antes de que me disparen en el pasillo.
—Uy, menudo carácter —exclamó el hombre. La puerta se abrió y dejó ver a un enorme macho andarion.
Y lo de enorme no era ninguna exageración…
Kiara casi se desmayó a los pies del gigante. Creía que Nykyrian era alto, pero aquel hombre le pasaba toda la cabeza y era el doble de ancho. Los largos dientes le destellaron cuando esbozó una malvada sonrisa.
¿Estaría pensando en comérsela para cenar?
Nykyrian la cogió por el brazo y la guio dentro, rodeando al desconocido.
Kiara abrió mucho los ojos cuando rozó por accidente el duro pecho del andarion. Los ojos bordeados de rojo le produjeron un escalofrío. No era raro que Nykyrian llevara gafas negras. Unos ojos como aquellos eran terroríficos.
El desconocido hizo una mueca mientras volvía a entrar en el piso y cerraba la puerta.
—¿Dónde está Syn? —preguntó un hombre.
—De camino —contestó Nykyrian. Soltó a Kiara.
Esta miró al humano que había preguntado por Syn. Estaba sentado cómodamente en el sofá, con los pies sobre la mesa. Llevaba suelto el cabello rojo, casi tan largo como el de Nykyrian, que le ocultaba un lado del rostro. Parecía totalmente cómodo en su casa.
Eso la hizo enfadar.
¿Cómo se atrevían a invadir su intimidad de esa manera y mostrar tal falta de respeto por sus cosas? Su fastidio aumentó cuando el andarion se sentó en su sillón favorito, cogió una bolsa de ganchitos de la mesita y comenzó a comer.
Kiara le cogió la bolsa, con ojos entrecerrados de furia.
—Esto es mi casa, no un bar cualquiera.
El andarion miró a Nykyrian sorprendido.
—La muchacha tiene agallas —comentó con una tétrica carcajada—. Apuesto a que su carne es igual de picante.
La volvió a mirar como si le estuviera tomando la medida para la olla. Kiara retrocedió un paso, apretando la bolsa contra el pecho.
—Será mejor que le devuelvas la comida —le recomendó Nykyrian desde detrás de ella—. No es muy sensato hacer pasar hambre a un andarion. Si Hauk decide cogerte algún bocado, hay muy poco que podamos hacer para impedírselo.
El llamado Hauk la miró con una sonrisa calculadora.
A ella se le pasó el enfado. Le dio la bolsa y rápidamente puso distancia entre los dos. ¿En qué la había metido su padre? ¿Cómo había podido entregarla a aquella gente?
El hombre pelirrojo le dedicó una radiante sonrisa; sin duda era guapo.
—Sólo estaban bromeando —la tranquilizó. Se levantó y le tendió la mano—. Soy Darling Cruel y sí, mis padres fueron tan estúpidos como para llamarme así.
Kiara le estrechó la mano enguantada y cayó en que aquel era el hombre al que Syn decía que iba a matar cuando la rescataron. Algo en él le hizo pensar en un aristócrata. Parecía mucho más fácil llevarse bien con él que con los dos andarion.
Mientras Kiara se sentaba, Cruel señaló a su compañero andarion.
—El glotón es Dancer Hauk.
—¿Dancer? —repitió ella, divertida al oírlo.
Hauk se tensó.
—En andarion significa «asesino».
Darling se echó a reír, un sonido profundo y gutural, mientras extendía el brazo sobre el respaldo del sofá en una pose genuinamente masculina.
—Ya te gustaría. Nykyrian me dijo que significaba «el de las hermosas mejillas».
Hauk fulminó a Nykyrian con la mirada.
Él se encogió de hombros, al parecer sin preocuparse de la silenciosa amenaza.
—No desperdicies esas miradas conmigo, chiran. Yo no te puse ese nombre y no es mi culpa que tu amante madre estuviera tan perturbada como la de Darling.
Kiara sintió un gran alivio al oírlos bromear, porque les restaba algo de frialdad, y la ayudó a perder algo de su incómodo nerviosismo. Si compartían una amistad así, seguro que no podían ser tan malos. Aquello los hacía parecer casi normales.
Pero bueno, normal tampoco era el término que nadie aplicaría a aquel grupo.
—Te pido perdón si nos hemos pasado —le dijo Darling, sonriéndole de nuevo—. Al estar aquí solo con Hauk, me he animado a buscarle alguna otra fuente de alimentación.
Al menos, Darling tenía modales.
—No pasa nada —le aseguró ella—. Sólo estoy nerviosa por todo lo que ha pasado y os lo hago pagar a vosotros.
—Lo entiendo perfectamente. Que alguien trate de matarte puede arruinarte el día. Es una auténtica mierda.
Kiara se volvió hacia Nykyrian. Estaba apoyado en la barra del bar, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía la cabeza inclinada hacia Darling, pero estaba segura de que la observaba a ella. Podía notar su mirada. Si no llevara aquellas malditas gafas…
¿Se las quitaría alguna vez?
—Tengo que cambiarme —dijo Kiara—. Supongo que no hace falta que os diga que os pongáis cómodos, porque ya lo habéis hecho.
Nykyrian ni se inmutó.
Ella odiaba sus gafas. Le hubiera encantado poder detectar sus emociones y humores.
Se detuvo al principio del pasillo y miró a los tres hombres. Le resultaba muy incómodo desnudarse con desconocidos en la casa.
Parecía algo… peligroso.
Miró el estoico rostro de Nykyrian.
—No te preocupes por nosotros —le dijo él como si le hubiera leído el pensamiento—. A Hauk no le atraen los humanos. A Darling no le atraen las mujeres, y yo…
Se calló. ¿Qué podía decir? Recordaba demasiado bien la imagen de ella con el camisón roto cuando la sacaba de la nave de Chenz. Tenía un cuerpo ágil y moldeado por los años de baile. E incluso tan desastrada como iba en ese momento, seguía siendo lo más sexy que había visto nunca, y él sólo conseguía pensar en quitarle la ropa y recorrerle todo el cuerpo con la boca. La deseaba más que nada en el mundo.
Pero seguramente eso la haría desmayarse de miedo.
—No estoy interesado —concluyó.
A Kiara esas palabras le dolieron más de lo que hubieran debido. Lo cierto era que le costaba creerse cuánto.
«¿Por qué te importa lo que él piense?».
Pero le importaba. Entrecerró los ojos, furiosa por la incómoda humillación. ¿Cómo se atrevía a despreciarla así delante de sus amigos, cuando ella no había hecho nada para merecérselo? Eso sí que era ser grosero. ¿Acaso no tenía ni los más mínimos modales?
Sin decir nada más, alzó la barbilla para que él viera que la había molestado y se fue a su dormitorio.
¿Cómo había podido considerarlo atractivo? Pero ¡si ni siquiera era humano!
Kiara pensó un momento. Ese debía de ser su problema.
No, había dicho que a Hauk no le gustaban los humanos y que él no estaba interesado.
Se quitó el traje y lo tiró en la cama. Nunca se había sentido tan avergonzada por un desprecio. Y no era que fuera vanidosa. Ni mucho menos…
Era una grosería y le había dolido.
«Recuerda, Kiara, no le gustan las mujeres. Se acuesta con Némesis».
Pero no era eso lo que él había dicho.
Trató de olvidar todo el asunto; se ató el cinturón de la bata y salió al pasillo. Se detuvo y miró hacia atrás, a Nykyrian, que seguía apoyado en la barra del bar. Tembló de rabia mientras deseaba ser tan grande como para devolverle la pelota.
Él notó un cosquilleo en la piel. Sabía que lo estaban mirando. Volvió la cabeza y vio los furiosos ojos ámbar de Kiara. Bien, ella lo odiaba. El odio era algo a lo que estaba acostumbrado. Pero entonces, ¿por qué le dolía tanto saber que lo despreciaba? Debería estar contento.
Se negó a pensar en eso y volvió a prestarle atención a Hauk. Oyó a Kiara entrar en el cuarto de baño. Cuando comenzó a caer el agua, unos segundos después, empezó a agobiarlo la imagen de su cuerpo desnudo acariciado por el agua.
Maldición, al parecer, Syn tenía razón. Probablemente se duchaba desnuda.
Contra su voluntad, su cuerpo respondió a esos pensamientos con una palpitante necesidad.
¡Qué no daría por poder quitarse la ropa e ir con ella…!
—¿Estás bien, colega? —le preguntó Darling, mirándolo de reojo.
—Cansado —contestó, y siguió con los informes de las mejoras en seguridad que habían instalado—. Decías que has colocado escáneres en el pasillo de fuera.
—Correcto —asintió Darling—. Tenemos los escáneres programados con tu ADN, el suyo y los nuestros, además de los de Syn y Jayne. Hauk ha reconfigurado el sistema de comunicación para evitar que alguien pueda acceder a él. Los canales estarán abiertos, por si necesitas ponerte en contacto con nosotros.
Nykyrian se apoyó en el otro pie para que no se le adormeciera el músculo.
—Aún tengo intención de usar el conector.
—Probablemente eso sea lo mejor —respondió Hauk—. En cuanto Bredeh sepa que la estás vigilando tú, vendrá con todo un arsenal.
—Estoy preparado.
El otro soltó una risotada.
—Yo no sería tan arrogante. No se atendrá a las reglas de la Liga y atacará abiertamente. Quiere tu vida tanto como la de Kiara.
Nykyrian se encogió de hombros como si nada. Aksel era la última de sus preocupaciones en ese momento. Además, había habido un tiempo en que tratar con esa bestia era, para él, algo cotidiano.
Al menos, en esta ocasión no tendría a nadie que lo separara de ese cabrón.
Oyó a Kiara salir del cuarto de baño, aplastó el deseo de mirarla y se concentró en la discusión.
—¿Y qué? Bredeh ha estado intentando matarme desde que yo tenía diez años.
Hauk se rascó la barbilla.
—Cierto, pero…
El grito de Kiara resonó en todo el piso.
Nykyrian se quedó helado. Desenfundó la pistola de rayos mientras corría por el pasillo hacia la habitación del fondo, donde ella había gritado. Con cuidado, entró en el estudio y se quedó parado.
Miró el rostro enrojecido de rabia de Kiara con un severo cejo. Ella se hallaba en el centro de la habitación, con los brazos en jarras. No parecía haber ningún tipo de amenaza.
Bueno, nada excepto la furia de la joven.
Enfundó la pistola, irritado por el grito injustificado.
—¿Qué pasa?
—¿Qué has hecho? —exigió saber ella—. Mira mi cuarto. —Hizo un gesto hacia los escudos protectores negros que cubrían los amplios ventanales—. ¿Cómo os atrevéis a venir a mi casa y cambiar mis cosas? ¿Y qué es eso?
Nykyrian miró hacia los cobertores opacos que tapaban las ventanas.
—Es un escudo contra rayos.
Darling y Hauk intercambiaron una mirada insegura.
—He olvidado mencionarlo —intervino Darling—. Hemos tapado todas las ventanas para que los francotiradores no puedan ver nada.
Kiara echaba humo.
—Quiero que os marchéis. Todos. ¡Fuera!
Nykyrian les hizo un gesto a Hauk y Darling, para que salieran. Sin una palabra, los dos se marcharon.
Ella siguió mirándolo furiosa.
—También me refería a ti.
—Ya lo sé. Pero vete acostumbrando. Yo no me voy.
Ella fue directa a él, con los puños apretados con fuerza a los costados.
—¡Estás despedido! ¡Y ahora, lárgate!
Su audacia casi lo hizo sonreír. Había pasado mucho tiempo desde que alguien se había atrevido a plantarse furioso ante él sin tener una arma apuntándolo a la cabeza.
—No me has contratado tú.
Kiara lo miró anonadada. Nunca en toda su vida había estado más furiosa. Lo cierto era que pocas veces se enfadaba. Miró a Nykyrian deseando ser un trisani y poder aplastarlo contra la pared sólo con pensarlo.
—Quiero que salgas de mi casa.
Por un breve instante, le pareció verlo hacer una mueca de inquietud, pero en seguida su rostro volvió a mostrarse impasible y salió del estudio.
Kiara sintió una gran satisfacción mientras contemplaba la sala vacía. Al día siguiente, haría que los de mantenimiento del edificio quitaran los escudos. Esa noche simplemente iba a disfrutar de la tranquilidad de estar sola y viva.
Quería recuperar su vida y tenía toda la intención de reclamarla.
Un movimiento en uno de los espejos llamó su atención. Miró por él y vio a Nykyrian en la habitación delantera.
Entrecerró los ojos peligrosamente. No se había ido. Cegada de furia, fue a expulsarlo de su vida. Estaba cansada de no tener control sobre nada de lo que le sucedía. Sí, podían matarla, pero llegados a ese punto estaba dispuesta a correr ese riesgo por un rato de cordura.
Al pasar por la cocina, se detuvo ante la encimera, asombrada ante lo que veía.
¿Qué estaba haciendo Nykyrian?
¿Preparando la cena?
Su furia se fue disolviendo al observar sus movimientos seguros y fluidos. Nunca hubiera esperado que un asesino cocinara.
—¿Por qué preparas eso?
—He pensado que tendrías hambre. Yo sí tengo.
Kiara lo observó lavar en el fregadero una mezcla de verduras brenna. Descolgó la madera de cortar de la pared, cogió uno de los cuchillos del taco y probó el filo con el dedo.
—¿Alguna vez cocinas? —se interesó él.
—Siempre.
Alzó el cuchillo ante ella con expresión neutra.
—¿Con esto? —le preguntó. Finalmente había algo en su tono; burla y sarcasmo, pero al menos era una emoción.
—Sí. ¿Por qué?
Nykyrian soltó un resoplido de burla.
—He usado cucharas más afiladas —respondió; y sacó un cuchillo de entre los pliegues de su abrigo.
Ella abrió los ojos al ver la forma en que la luz se reflejaba en la negra hoja de titanio.
—¿Es higiénico?
—Estoy seguro de que está más limpio que los tuyos. Los lavo con alcohol y los esterilizo, luego los meto en una vaina hermética, no en un taco de madera porosa que puede contener bacterias.
En silencio, pasó varias veces la hoja por la punta del brazal que le protegía el antebrazo derecho con movimientos rápidos y seguros, antes de empezar a cortar la verdura con una sorprendente facilidad.
No…
Aquello no podía serlo que creía…
¿O sí?
—¿Llevas una piedra de afilar en el brazo?
Él se detuvo un momento y luego siguió cortando.
—No intentes matar a nadie con un cuchillo romo. Se tarda demasiado en seccionar las arterias, o en perforar los órganos, y lo hace todo más sucio de lo normal.
—¿Es una broma?
Él no respondió y la forma en que manejaba el cuchillo hizo que a Kiara se le encogiera dolorosamente el estómago. Sí, era ágil e impresionante, pero mostraba una práctica y una precisión que le helaba la sangre. Cortaba de prisa; la hoja lo seccionaba todo como una cuchilla de diamante.
Era realmente sorprendente que, con lo rápido que iba, no se cortara los dedos. Pero él no dudó ni un instante. Sacó una cazuela, y le echó agua y le añadió hierbas y especias.
—Parece como si de verdad supieras lo que estás haciendo —comentó Kiara con las cejas fruncidas.
Él dejó de cortar y la miró.
—¿Por qué te sorprende? Hasta los asesinos necesitan comer.
Ella no hizo caso de la evidente pulla.
—Comida sí, pero ¿cretoria? ¿Es eso lo que estás preparando?
—Sí. —Acabó de cortar las verduras y las dejó sobre la encimera.
—Así que eres un asesino y un gourmet.
Nykyrian se encogió de hombros mientras iba a la nevera y sacaba carne trona descongelada. Volvió a la encimera.
—Podrías decir que soy un asesino gourmet. Siendo andarion, me gusta la carne humana bien hecha.
—Me has dicho que no coméis humanos —replicó ella. Estaba segura de que bajo las gafas negras él la miraba molesto.
Sin decir nada, Nykyrian comenzó a cortar la carne; esa vez con un cuchillo más grande que se sacó de la manga.
¿Cuántas armas más tendría escondidas por el cuerpo?
Kiara no estaba segura de querer saber la respuesta.
Con sorpresa, lo observó dar vueltas a la hoja mientras cortaba. Qué raro que, sin darse cuenta, estuviera haciendo todo un espectáculo del mero hecho de cortar; por el modo en que se movía, estaba segura de que lo hacía de forma subconsciente, sin pensar en lo poco comunes que eran sus movimientos.
¿Estaría segura a solas con él?
Su padre no lo habría contratado si pensara que podía ser una amenaza para ella, ¿no?
—¿Alguna vez te quitas los guantes? —le preguntó, tratando de pensar en otra cosa.
—No.
—¿Por qué no?
Él no contestó.
Kiara odiaba que hiciera eso. Así que pasó a la siguiente pregunta.
—¿Y las gafas? ¿Alguna vez no las llevas?
—No.
Ella apretó los labios ante la escueta respuesta y trató de imaginarse por qué querría llevarlas también dentro de casa.
—¿No hacen que lo veas todo muy oscuro?
—Se ajustan automáticamente a diferentes intensidades de luz.
Fascinante información…, pero aún no le decía por qué las llevaba siempre.
—¿Te avergüenzan tus ojos de andarion?
—Nada mío me molesta. Pero mis ojos parecen incomodar a todos los demás.
—¿Incluso a Hauk?
—Sobre todo a Hauk —contestó, mientras sazonaba la carne.
Kiara pensó en eso. ¿Por qué un andarion se iba a sentir incómodo con otro de su raza?
Miró alrededor en busca de Hauk y Darling, pero no estaban en la casa.
—¿Adónde han ido los demás?
—Como su alteza ha exigido, se han marchado.
Ella se sorprendió un poco.
—¿Quieres decir que realmente hay alguien que me escucha?
—No te acostumbres.
Sus secas palabras cortaron la conversación. Kiara se sentía bastante ridícula por su estallido y, mientras seguía allí, se dio cuenta de que no llevaba nada excepto la bata y estaba delante de un extraño.
—Tengo que vestirme.
Nykyrian soltó un largo soplido cuando ella se marchó.
«Gracias».
La larga abertura de los costados de la bata lo habían perturbado bastante. Desde que le habían llamado la atención en el estudio, lo único que realmente había visto eran las gotitas de agua que le quedaban entre los pechos.
Agua que hubiera querido lamer de su piel.
«¡Basta!».
Se había jurado que se concentraría en el negocio y no en el cuerpo de Kiara. Para conseguir ese objetivo, encendió el reproductor de música situado en la pared de la cocina. Mientras acababa de meter la carne y las verduras en la cazuela, oyó a Syn por el auricular, diciéndole que estaba fuera, en el pasillo.
Se oyó el timbre de la puerta.
Kiara salió corriendo de su dormitorio, abrochándose los tres últimos botones de la blusa. Nykyrian gruñó por dentro y lamentó haberle dicho que no estaba interesado en su cuerpo. Sin duda, ahora ella creía que podía correr desnuda por ahí sin que él se inmutara.
Iba a ser una misión muy larga.
Recuperó el control y fue hacia la puerta, preparado por si acaso.
Kiara la abrió y entraron Syn y el padre de ella.
—Gracias a Dios —exclamó el comandante. La abrazó y la apretó con fuerza—. Cuando he visto los cadáveres, me he asustado al pensar que podrías estar herida.
Kiara palideció al tiempo que miraba a Syn y luego a Nykyrian.
—Por suerte, ellos dos estaban allí para salvarme.
Kiefer la soltó y miró a Nykyrian.
—Pensaba que vosotros no empezabais a protegerla hasta mañana.
«Vosotros». ¿Podía haber más desprecio en la forma de decir esa palabra?
Nykyrian tuvo que tragarse un comentario sarcástico sobre que ambos estaban ya domados, aunque, para ser justos, dado su pasado eso era un milagro.
—De haber esperado a entonces, estaría muerta.
El presidente se tensó antes de volver a mirar a su hija.
—Quería contártelo, pero estaba esperando a después del espectáculo. No pretendía enfadarte.
—No estoy enfadada.
Nykyrian puso los ojos en blanco y agradeció que ella no pudiera verlo tras las gafas. No estaba enfadada…, sí, claro. Más bien estaba a punto de matarlos a todos.
Kiefer le dedicó una triste sonrisa. Luego volvió a mirar a Nykyrian con un profundo cejo.
—No me fío de todo esto. Se lo advertí a Némesis y ahora te lo advierto a ti. Si le pasa algo, no descansaré hasta haber acabado con todos los miembros de la Sentella.
Nykyrian tuvo que contener el impulso de hacerle un gesto obsceno ante una amenaza tan absurda como innecesaria. Si la Liga no conseguía matarlos, el presidente de un planeta menos aún.
—Somos profesionales entrenados. Kiara está más segura con nosotros de lo que nunca podrá estarlo.
Kiefer entrecerró los ojos de una forma que a Nykyrian le dio ganas de pegarle un puñetazo.
—Mejor así. Pretendo mantener un contacto constante. —Le dio otro fuerte abrazo a su hija—. Me fastidia marcharme, pero tengo que volver a la base y ocuparme de los periodistas y del papeleo de lo que ha ocurrido esta noche. Si me necesitas, llámame.
—Lo haré —prometió ella y lo besó en la mejilla.
—Te llamaré cuando llegue a casa —le prometió él. La soltó y fue hacia la puerta—. Te quiero, cariño.
—Y yo a ti, papá.
Él la besó en la frente antes de marcharse.
Kiara se sintió mal cuando su padre la dejó sola con dos hombres de los que no estaba tan segura. Con un peso en el corazón, cerró la puerta y luego frunció el cejo ante la expresión burlona de Syn al mirar a Nykyrian.
—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Syn.
—Creo que es algo llamado «preocupación paternal».
—¿Qué? —bromeó Syn y frunció el cejo ante la explicación—. ¿Estás seguro? Y yo que creía que esa mierda era un mito.
Nykyrian se encogió de hombros.
—No, va en serio. Una vez lo vi en un documental. Era fascinante. Lo creas o no, hay gente por ahí que tiene sentimientos tiernos hacia su progenie.
—No me jodas. Ya me quieres comer el coco otra vez, ¿no?
—No. Te lo juro. Acabas de verlo con tus propios ojos. Yo no me he inventado esa mierda.
Syn se estremeció.
—Sí —replicó—, pero eso va en contra de mi concepción del orden natural del universo. ¿Amor paterno? ¿Y qué vendrá luego? ¿Miembros que crecen de nuevo? ¿Inversión de la recombinación del ADN?
Kiara le dedicó una mueca de irritación.
—¿Acaso vuestros padres nunca se preocuparon por ninguno de los dos?
—¿Qué padres? —preguntó Syn, arqueando una ceja.
A ella se le ocurrió pensar que quizá había tenido poco tacto con ellos.
—¿Están muertos?
—Cuidado —le contestó Nykyrian mientras iba de nuevo hacia la cocina—. Quizá prefieras no obtener respuesta a esa pregunta.
Kiara trató de entender esa críptica contestación.
—¿Qué quieres decir?
—A Kip no lo parieron, nació de un huevo —soltó Syn, riendo siniestramente.
Eso ya acabó de confundirla.
—¿Eres de probeta?
Él alzó la vista de la preparación de la cena.
—Syn sufre una enfermedad mental que le hace mentir casi todo el rato. No le hagas caso.
—Yo no miento —replicó el otro—. Simplemente digo la verdad de una forma creativa.
Así que Nykyrian no era un niño probeta. Pero Kiara no conseguía encontrarle sentido a nada de aquello.
—Pero ¿ninguno de los dos tenéis padres?
—Están muertos —contestó Nykyrian y tapó la cazuela.
—¿Y acaso no era eso lo que os había preguntado antes?
Ellos no le hicieron caso. Syn se sentó en uno de los taburetes de la encimera de la cocina y Nykyrian le pasó un vaso de zumo de spara.
—¿Te quedarás a cenar? —le preguntó.
—¿Te importa? —preguntó a su vez Syn a Kiara.
Vaya. El chico tenía modales. ¿Quién lo hubiera dicho?
—No —contestó, sorprendida por la sinceridad con que lo dijo. Por alguna razón, Syn le caía bien a pesar de su aspecto tan poco ortodoxo. Llevaba el cabello negro recogido en una corta coleta y se perfilaba los ojos castaños con kohl negro, lo que le daba el aspecto de una bestia silvestre cazadora. Por no hablar del pequeño aro que llevaba en la aleta izquierda de la nariz, a juego con los dos pendientes redondos de la oreja también izquierda.
Sin duda, no era la clase de hombre que la atraía, pero tenía que admitir que poseía un extraño atractivo.
Él bebió un trago del zumo y soltó una palabrota.
—¿Qué es esta mierda? —exclamó—. ¿Veneno?
Nykyrian no hizo caso de su agrio tono.
—No puedes vivir de alcohol —le dijo.
—¿Te apuestas algo?
—¿Quieres morir? —Nykyrian empujó de nuevo el vaso de zumo hacia él—. Bébetelo y deja de protestar.
Syn repitió esas palabras burlándose y añadió al final un insulto extremadamente obsceno.
—¿Sabes que eres demasiado peludo para ser mi madre? —protestó. Sacó una petaca y añadió el contenido al zumo.
Nykyrian soltó un grave y fiero gruñido que asustó a Kiara.
El otro no le hizo caso y se bebió el zumo mezclado con alcohol.
—Mucho mejor —afirmó.
Nykyrian siguió cocinando, pero un ligero tic en la mandíbula traicionaba la furia que escondía de manera espectacular.
Kiara lo miró mientras él hablaba con Syn. Parecía mucho más a gusto con este que con sus otros dos amigos.
Mientras Syn gestaba otra broma, se dio cuenta de que Nykyrian nunca reía o sonreía. Y tampoco recordaba haberlo visto hacerlo.
¿Qué podía arrebatarle la risa a alguien?
Un severo entrenamiento militar. Igual que a su padre. Este también sonreía muy pocas veces.
Pero a diferencia de Nykyrian, alguna vez lo hacía.
Sintió una opresión en el pecho al pensar en la clase de vida que el hombre debía de haber llevado. Sin padres, sin risa, un asesino de la Liga. En verdad, era un milagro que siguiera vivo. La esperanza de vida normal de un asesino después de que empezaba a trabajar, era de entre cinco y seis años. Máximo. Pocas veces llegaban a los treinta.
Nunca pasaban de los treinta y tres.
Sin embargo, él parecía tener un año o dos más que eso.
Kiara se sentó en el otro taburete, junto a Syn.
—Por pura curiosidad, ¿por qué me tenéis aquí?
Aquello iba contra el protocolo militar. En el pasado, siempre que su padre la había «protegido», la habían trasladado a un lugar seguro.
Nykyrian tomó un trago de zumo antes de responder.
—Cuando te persiguen como a ti, no hay ningún lugar realmente seguro. Eres famosa y eso hace que sea muy difícil esconderte. Mejor dejarte donde tienes la ventaja de conocer el terreno y te sientes más cómoda.
—Por no hablar de que te estamos usando de cebo.
—¿Estás borracho? —le gritó Nykyrian, inclinando la cabeza hacia Syn.
Este pareció sorprendido.
—¿Qué? ¿No tenía que decírselo?
Kiara estaba horrorizada.
—¿Soy el cebo?
—No, no eres el cebo. No hagas caso del alcohólico cuya visión de la realidad está distorsionada por las alucinaciones de su cerebro enfermo. Lo que los psicólogos han descubierto es que la gente en tu situación lo lleva mejor cuando su rutina se interrumpe lo menos posible.
Kiara tragó saliva.
—Por no decir que ambos sabéis la verdad que no estáis diciendo.
—¿Y cuál es?
—Que en realidad no soy más que un waco. —Era un término de los asesinos para un cadáver andante—. No voy a sobrevivir a esta noche, ¿no?