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Kiara estaba sentada en la sala de espera del hospital, mirando por la ventana. Nykyrian llevaba más de seis horas en el quirófano y con cada segundo que pasaba, ella iba perdiendo la esperanza.

Thia estaba dormida sobre su regazo, aún con lágrimas en las pestañas cerradas. Hablarle de la muerte de su madre y de un padre al que sólo había visto una vez había sido una de las cosas más duras que Kiara había hecho nunca.

Suspiró cansada, mirando alrededor. Jayne estaba sentada frente a ella, con Caillen y Darling. Hauk recorría el pasillo arriba y abajo, sin decir nada.

Los padres de Nykyrian estaban junto al padre de ella, en el otro extremo de la sala. Eran un grupo triste, y Kiara no podía evitar preguntarse qué diría Nykyrian si pudiera verlos así.

Alzó la mano izquierda, y dejó que los rayos del sol naciente jugaran con las piedras rojas y negras del anillo. Hubiera dado todo lo que poseía y todo a lo que podía aspirar, sólo por tener a Nykyrian con ella. Ni siquiera le importaba si quedaba lisiado, mientras estuviera vivo.

Abrazó a Thia como un bálsamo contra su dolor y le apartó los alborotados rizos rubios de la mejilla. Esperaba que su bebé tuviera también el cabello rubio y los ojos verdes de su media hermana.

Las puertas se abrieron al fondo de la sala de espera.

Alzó los ojos, esperando ver al médico y se quedó sorprendida al ver entrar a Syn acompañado de una despampanante pelirroja. Alta y excesivamente delgada, la mujer parecía letal y fría mientras los recorría a todos con una mirada tan intensa que hasta Nykyrian la envidiaría.

Caillen se puso en pie y detuvo a la pelirroja antes de que esta llegara frente a Kiara. Syn fue directo a ella y se le arrodilló delante.

—¿Cómo estás? —Su rostro era una máscara de inquietud mientras le apretaba la mano con gesto de consuelo.

Agradecida por su consideración, ella le dio una palmadita en la mano.

—He estado mucho mejor.

—Lo siento, debería haber estado allí. Yo podría haberlo detenido.

Kiara le acarició la mejilla. Comprendió que Syn estaba sufriendo tanto como ella.

—Ya sabes que no, Syn. Nykyrian es demasiado obstinado para escuchar a nadie. Tengo la sensación de que si hubieras estado allí, ahora estarías en el quirófano contiguo al suyo.

Él asintió con los labios apretados.

—Supongo que tienes razón. —Se sentó a su lado.

Kiara miró a la mujer, que tenía el porte de una bailarina.

—¿Quién es?

—Shahara Dagan.

Kiara abrió los ojos sorprendida.

—¿La cazadora de recompensas que os tenía que matar a Nykyrian y a ti?

Syn apoyó la cabeza en la pared.

—Es una larga historia.

Unos minutos después, Shahara fue a sentarse al otro lado de Syn. No dijo ni una palabra. Sólo le cogió la mano y se la sujetó de una manera que a Kiara le hizo ansiar la mano de Nykyrian.

Tuvieron que esperar otra hora antes de que apareciera el médico. Se detuvo ante Hauk, que le señaló a Kiara.

Con aprensión, lo vio ir hacia ella; el corazón le palpitaba de miedo ante lo que le podía decir.

Syn la cogió de la mano.

—¿Señora Quiakides?

Kiara asintió, incapaz de hablar por el nudo que tenía en la garganta.

—Ha salido del quirófano, pero aún le queda una buena pelea por delante. Los daños eran muy severos. —La sombría expresión del médico la angustiaba—. Para ser sincero, no sé cómo ha podido sobrevivir hasta ahora. Nunca he visto a nadie superar la operación con la clase de heridas que tiene. Pero es un buen indicador de que está decidido a vivir.

A cada palabra, el nudo de la garganta de Kiara se apretaba más.

—Si lo desea, puede quedarse en su habitación —añadió el hombre en voz baja—. Sus posibilidades de sobrevivir quizá aumenten si tiene cerca a un ser querido.

—¿Es capaz de oírme?

—Dudo que consiga entenderla, pero sabrá que está con él.

Jayne despertó a Thia, que bostezó y parpadeó, tratando de entender qué estaba pasando.

—Me la llevaré a casa con mis hijos. Cuando Nykyrian esté mejor, la traeré de vuelta.

Ella le dedicó una débil sonrisa, agradeciendo su ayuda.

—Kiara, voy contigo —dijo Syn a su lado.

Ella le dio una palmadita en la mano, se puso en pie y siguió al médico junto con Syn.

Hauk transmitió al resto del grupo la información.

El médico abrió la puerta de la habitación de Nykyrian.

A Kiara casi se le doblaron las rodillas al verlo. Estaba tendido en la cama, lleno de cables y tubos que lo unían a diferentes máquinas. Se lo veía muy pálido.

Pero al menos aún seguía vivo.

—Hemos tenido que reconstruirle el sistema nervioso —explicó el médico, mientras le acercaba una silla—. Existe un alto riesgo de que se quede paralizado, suponiendo que despierte. —Carraspeó—. Si supera el día de hoy, tendrá bastantes posibilidades de recuperarse.

Syn acompañó fuera al hombre para hablar con él y dejar a Kiara sola durante un momento.

Al oír cerrarse la puerta, ella se acercó a la cama.

—Nykyrian —susurró, mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. No me dejes. —Le tocó la fría piel, donde caían sus lágrimas—. Nunca te perdonaré si me dejas sola.

Contempló el hermoso rostro, hinchado y rojo donde le habían recolocado la piel que había perdido con las heridas.

Con suavidad, le pasó los dedos por las cejas, finamente arqueadas, deseando que abriera los ojos y la mirara. En ese momento, incluso hubiera agradecido uno de sus feroces gruñidos.

La puerta se abrió y entraron Syn y Hauk. A desgana, Kiara le soltó la mano y se sentó en la silla junto a la cama, para rezar y esperar su mejoría.

• • •

La semana se le hizo muy larga a Kiara, esperando señales de recuperación. Todo el mundo le había insistido en diferentes momentos en que saliera de la habitación durante un rato para dormir en una cama decente o comer algo caliente, pero ella no quería, ni podía, hacerlo.

Nykyrian la necesitaba y no iba a abandonarlo.

El octavo día, estaba dormitando inquieta en la silla cuando un débil gemido la despertó.

Se incorporó de golpe, con el corazón acelerado. Miró a Nykyrian y vio que tenía los ojos abiertos. Entusiasmada al verlo despierto, corrió a su lado.

—Cariño, ¿cómo te encuentras?

Él tragó saliva con una mueca.

—Como si terminara de pelearme con Hauk en su peor día y hubiera perdido —contestó con voz apagada. Trató de sonreír, pero no acabó de conseguirlo.

A Kiara no le importó. En ese momento, se sentía capaz de volar. Mordiéndose el labio, miró los magníficos ojos verdes que había creído que no volvería a ver.

—Voy a buscar al médico. —Lo besó en la mejilla antes de salir disparada de la habitación.

Una vez fuera, se apresuró a darles la noticia a sus amigos y familiares, mientras buscaba al médico a toda prisa.

Cuando regresó, los padres de Nykyrian estaban inclinados sobre él, llenos de buenos deseos y cariño. La visión la enterneció.

El médico los hizo salir a todos.

Con una última sonrisa, Kiara siguió a los padres de Nykyrian fuera de la habitación. Todos hablaban animadamente, mientras esperaban oír el veredicto final.

Una hora más tarde, el médico salió sonriendo. A Kiara le inundó la esperanza.

—Se recuperará —dijo el hombre, después de pararse delante de ella—. Es más, con unas cuantas sesiones de rehabilitación, podrá volver a caminar con normalidad. Es un hombre muy afortunado.

«No, yo soy la afortunada», pensó Kiara, que creyó que iba a desmayarse de alivio, hasta que su padre la sujetó con fuerza.

Sonriendo, ella cogió la mano de Cairistiona y se la apretó, antes de entrar a ver a Nykyrian.

El dolor en su rostro era evidente y Kiara sufrió por él. Se acercó a la cama y le puso la mano en la mejilla.

—¿Necesitas algo?

Él le lanzó una mirada ardiente.

—Sólo a ti.

Ella le cogió la mano con la suya para que pudiera ver la alianza de bodas.

—Siempre estaré contigo, cariño.