Caillen se hallaba ante los controles del Malia, esperando a que le dieran el visto bueno para entrar en la base de Aksel. Sonrió a los seis cajones de alcohol damson que Nykyrian había donado generosamente para añadir realismo al engaño.
«Tío, Syn, se cagaría encima si viera este desperdicio…».
La luz naranja de su panel de control destelló, indicándole que las sondas estaban escaneando la nave. Pulsó la secuencia de órdenes y sonrió cuando los inhibidores se activaron con un ligero zumbido.
—Tomad esa, swixtas —rio.
—Malia comprobado —resonó la voz del controlador—. Atraca en el muelle ocho.
Caillen obedeció. Le encantaba su trabajo. No había nada como el peligro extremo para conseguir que la sangre se acelerara en las venas y el cerebro trabajara a toda velocidad.
Varios soldados esperaban fuera para entrar en la nave. Caillen negó con la cabeza y comprobó de nuevo los controles en el panel.
Pasó frente a donde Nykyrian y los otros se hallaban escondidos, haciendo tiempo. Cuanto más tuvieran que esperar los guardias, más ansiosos estarían. Era un plan infantil, pero siempre era útil poner nerviosos a los centinelas.
Después de un silencioso saludo a la foto de su padre que colgaba junto a la puerta (su amuleto de la buena suerte), Caillen bajó lentamente la rampa. Abrió la escotilla y vio el canon de un rifle láser.
—¿Algún problema? —preguntó con total tranquilidad.
El soldado inclinó la cabeza, cubierta totalmente con un casco.
—Estamos esperando a Quiakides.
Caillen estalló en carcajadas burlonas.
—¿Eres tú, Marek?
El soldado se removió nervioso antes de quitarse el casco.
—Sí.
Caillen se apartó el cañón del rifle de la cara y volvió a entrar en la nave. Los otros soldados entraron en fila y comenzaron a registrar la carga.
—No os enteráis, ¿qué iba a hacer yo con Quiakides? ¿Alguien se ha molestado en deciros que no nos aguantamos?
—Has hecho encargos para él.
Caillen lo miró divertido.
—Claro. Hago encargos para el diablo si me paga puntualmente.
—Por eso te estamos registrando.
Él puso los ojos en blanco.
—Como si Quiakides no pudiera pagarse un transporte mejor que este montón de chatarra. Claro que no te enteras, te falta el cerebro.
—¿Dónde está Kasen? —preguntó Marek, mirando por el interior de la nave.
—Por ahí, con Shahara —contestó él, encogiéndose de hombros.
La expresión de decepción de Marek fue inconfundible.
Los otros soldados regresaron, negando con la cabeza.
—Está limpio.
Marek asintió.
—¿Estás buscando a Netan?
—Sí, ¿dónde está?
—Con Aksel —contestó Marek y volvió a ponerse el casco—. Le diré que estás aquí.
Caillen respiró hondo, satisfecho de que el engaño hubiera funcionado.
—Hazlo. No tengo demasiada paciencia. Si no viene pronto, me marcho.
Marek hizo un gesto al grupo de soldados para que bajaran de la nave.
—Eh —lo llamó Caillen desde la rampa—. Espero que no te importe, pero voy a cerrar mis sistemas mientras espero. No puedo confiar en tus mercenarios hijos de puta. Sois un grupo bien chungo.
Vio que el otro se tensaba, pero no contestó nada.
Caillen sonrió satisfecho de sí mismo. Cerró la escotilla y corrió a sacar al grupo de detrás de los paneles de la pared.
Darling fue hacia adelante, al monitor de comunicaciones.
—Tendréis que daros prisa —le dijo Caillen a Nykyrian, que estaba comprobando el nivel de carga de su pistola de rayos—. Si Netan se queda demasiado tiempo aquí dentro, comenzarán a sospechar.
Nykyrian asintió con el estómago encogido. Tenían que lograrlo. No había otra alternativa.
Se colocaron a ambos lados de la compuerta de salida, dispuestos a saltar sobre quien entrara.
No tuvieron que esperar mucho. Netan debía de estar deseando emborracharse, pero acabó inconsciente de una forma no tan natural.
Caillen abrió la compuerta justo lo suficiente para que Nykyrian y Hauk pudieran salir.
Con la facilidad de la práctica, se escabulleron y avanzaron por el pasillo. Darling les indicaba el camino con un plano y un comunicador desde el Malia.
Nykyrian sabía que podía confiar en sus amigos para poner a salvo a Kiara. No le fallarían.
—Dos pasillos más y luego el despacho de Aksel está a la izquierda —dirigió Darling.
Hauk avanzó.
—Espera —advirtió Darling.
El corazón de Nykyrian se detuvo un segundo.
Alguien avanza por el pasillo de delante. Hay una puerta detrás, Nyk, usadla.
Nykyrian entró el primero en la oscura sala.
—Odio esta mierda —siseó Hauk.
Nykyrian no le hizo caso.
Unos segundos después, volvió a oír la voz de Darling.
—Despejado el camino. Ahora.
Nykyrian abrió la puerta y salió primero. Fueron hasta el despacho de Aksel tan de prisa como pudieron.
Marcó el código de seguridad, pero la puerta no se abrió.
—¡Maldición!
—¿Qué? —preguntó Hauk, mientras controlaba el pasillo.
—Aksel debe de haber cambiado los códigos.
Conteniendo su nerviosismo, Nykyrian hizo un puente y corrió la puerta.
Lo primero que vio fue a Kiara. Su exultante rostro mirándolo con una adoración que le llegó al alma. Corrió hasta ella e hizo saltar la cadena del gancho que colgaba del techo. El alivio lo invadió mientras abría los cierres y la libraba de las esposas de metal.
Su mirada se endureció al ver que tenía el vestido rasgado.
—¿Te ha hecho daño?
—No —contestó ella, abrazándolo—. Te estaba esperando a ti.
Nykyrian la besó mientras la sujetaba con fuerza por la cintura y agradecía a los dioses que estuviera a salvo. Ella tembló entre sus brazos como una niña asustada y de nuevo él se juró que se lo haría pagar a Aksel con la vida.
Hauk se acercó.
—Vamos, no tenemos tiempo.
Nykyrian se apartó de ella. Hauk tenía razón.
—¿Dónde está Aksel? —le preguntó a Kiara.
—No lo sé. Se ha ido hace unos minutos.
Hauk carraspeó y cogió a Nykyrian por el hombro.
—Tienes que ver esto.
Él se volvió y se quedó helado. Driana estaba tirada en el suelo. Se le acercó.
—Está muerta —confirmó Hauk, después de comprobarle el pulso.
Nykyrian miró a Kiara confuso.
—¿Qué ha pasado?
Ella se cubrió los temblorosos labios con la mano.
—Ha intentado matar a Aksel y él la ha golpeado hasta matarla.
Queriendo consolarla, Nykyrian volvió con ella y la abrazó durante unos segundos, sabiendo que esa sería la última vez que lo haría.
—Ahora estás a salvo, shona. Pero tenemos que darnos prisa.
Dejó a Kiara con Hauk y se tocó el comunicador.
—Darling, informa.
—Tenéis todo el camino de vuelta despejado.
—Llévala a casa —le dijo a Hauk, asintiendo.
Este vaciló y lo miró con una expresión que mostraba lo reacio que era a dejarlo solo.
—Camina en paz —dijo finalmente en voz baja, antes de llevarse a Kiara de la sala.
Nykyrian pensó en esa vieja frase de la Liga. Por fin entendía cómo un asesino podía caminar en paz.
Con un suspiro, dio la bienvenida al pacífico sueño de la muerte.
Les dio una buena ventaja antes de salir del despacho de Aksel. Hauk cuidaría de Kiara.
Esa era la única solución.
—Camina en paz —repitió y abrió la puerta. Corrió por el pasillo hacia el muelle.
—¡Nyk, a la derecha! —le gritó la voz de Darling.
Él se volvió mientras desenfundaba la pistola. Demasiado tarde. El rayo le atravesó el hombro con una dolorosa quemazón. Abrió fuego y vio caer al soldado.
Las alarmas comenzaron a sonar y a destellar por todas partes.
Nykyrian corrió a toda velocidad, tratando de llegar a su nave antes de que sellaran el muelle. La compuerta de este ya bajaba con un ruido sordo.
Se tiró al suelo y rodó, pasó por debajo del pesado acero justo antes de que la enorme compuerta se cerrara con un fuerte estruendo.
Por desgracia, dejó de rodar justo a los pies de Aksel.
—Siempre tan predecible —se burló este, mientras soltaba el seguro de su pistola y miraba a Nykyrian con desdén—. Sabía que, un día, tu sentido del valor y del juego limpio serían tu perdición.
Él se puso en pie lentamente.
—Kiara está segura a bordo —le apuntó Darling en el oído—. Detonación en cuatro… tres…
Aksel le apuntó a la cabeza con la pistola.
—Eres tan decepcionante…
La pistola y la bomba falsa se dispararon al mismo tiempo.
Nykyrian esquivó el rayo de la pistola y se tiró sobre Aksel.
Lo cogió por la cintura derribándolo. Aksel alzó las piernas y lanzó a Nykyrian hacia atrás de una patada, luego se tiró sobre él en el mismo momento en que Hauk despegaba con su caza.
Nykyrian aprovechó la distracción de Aksel y le estampó un sólido puñetazo en el mentón. Con una maldición, el otro se fue hacia atrás.
Nykyrian desplegó entonces las cuchillas de las botas y fue a atacar a Aksel, que rodó alejándose. Se lanzaron el uno contra el otro con todos los años de odio dándoles fuerzas. Cortes, golpes, patadas…, fueron a por todas.
—Están saliendo los cazas —le advirtió Darling por el comunicador.
Nykyrian soltó una maldición. Tenía que llegar a su caza y cubrir a los demás o estarían perdidos.
Aksel le alcanzó con un corte en el hombro. Él se volvió y le hizo una herida en el costado. Luego le dio una patada para alejarlo y corrió todo lo que pudo hacia el Malia.
A toda velocidad, subió por la trampilla de la base de la nave.
—¡Escudos arriba! —gritó Caillen.
Nykyrian se tiró sobre el suelo de metal, con el hombro palpitándole dolorosamente.
Se obligó a apartar el dolor de su mente, consciente de que tenía que despegar antes de que los hombres de Aksel alcanzaran a Kiara.
En segundos, estaba dentro del Arcana, con los motores rugiendo. Despegó y voló en dirección opuesta a la de Hauk.
Darling le informó de nuevo.
—Los cazas están cambiando de rumbo y van directos a ti, Nyk. Tres continúan siguiendo a Hauk. Parece que está despejado para nosotros; nos largamos de aquí.
Nykyrian comprobó sus monitores. Sabía que Jayne podría ocuparse de los tres cazas sin problemas, pero su escáner le mostraba una mancha blanca casi compacta, de la cantidad de naves que lo seguían a él.
—Ríndete —rugió la voz de Aksel por el comunicador.
Nykyrian redujo la velocidad para que pudieran alcanzarlo. Cuanto más tiempo tuvieran que luchar contra él, más posibilidades tendría Hauk de poner a Kiara a salvo.
Eso era lo que siempre había querido. La muerte de un guerrero. Morir en medio de una batalla. Sin suplicar. Sin compromisos. En el momento de la verdad, moriría como un hombre.
Había llegado a aquel mundo solo y así era exactamente como lo iba a dejar.
Que comenzara el baile.
—¿Me quieres, hermanito? Pues ven a buscarme.
A diferencia de la de él, la voz de Aksel mostraba su furia.
—Te superamos en cincuenta naves a una.
—Vaya, así que has aprendido a contar después de tantos años. Increíble, la verdad. Papá habría estado muy orgulloso de ti.
—¡Cierra el pico!
—¿Por qué? Irritarte es de lo más divertido. —Nykyrian lo pinchaba con toda la intención, porque sabía que Aksel se apartaría del escuadrón para luchar con él uno contra uno.
»Mira quién hablaba de ser predecible —susurró, mientras el caza de Aksel rompía la formación y se le pegaba detrás.
Él hizo girar la nave y se preparó para luchar. Kiara ya estaría a salvo. Jayne ya estaría con ellos.
Para cuando él muriera, ella ya estaría en casa con su padre, a salvo. Una lucidez fría y tranquila lo inundó mientras aceptaba lo inevitable.
Aksel disparó primero.
Nykyrian pudo esquivar por poco el rayo que pasó junto a su nave y se perdió en la oscuridad del espacio. Le disparó otros tres rayos en una rápida sucesión. Las luchas en el espacio siempre resultaban interesantes de observar. Por lógica, deberían ser más ruidosas, pero no era así.
Lo único que Nykyrian oía eran los sonidos de la cabina y los latidos de su corazón. Apretó la palanca de aceleración con más fuerza y el cuero de sus guantes crujió ominosamente.
Los otros cazas se acercaban de prisa. Tendría que destruir primero el de Aksel, sólo entonces Kiara estaría totalmente a salvo de ese cabrón psicópata.
Dio varias vueltas y trató de ponerse detrás de él, pero Aksel era lo bastante listo para captar la maniobra. Viró y salió de lado hasta colocarse fuera de alcance.
—Vuelve aquí, gilipollas… —Nykyrian fue tras él.
Aksel se dirigía hacia sus tropas.
—Vamos, cariño —le susurró a su nave—. No me dejes tirado después de todo lo que hemos pasado juntos.
Tiró de la palanca de aceleración y fue a todo gas tras Aksel.
Una docena de disparos fueron directos contra él. Hizo todo lo que pudo por esquivarlos, pero uno alcanzó el lateral de la nave.
Mientras maldecía, oyó a Aksel reír por el comunicador.
—¡Ya te tenemos, híbrido! ¡Prepárate para morir!
Manteniendo su fría calma, Nykyrian vio su oportunidad. Era un viejo truco que no había empleado desde hacía bastante tiempo, pero como le había dicho a Kiara en su piso, siempre había que hacer lo inesperado.
Aceleró al máximo y se dirigió directo hacia el grupo de naves donde se hallaba Aksel. Los hombres de este se asustaron y se dispersaron.
Aprovechando la ocasión, Nykyrian disparó su cañón de iones.
En medio de un destello de luz naranja, la nave de Aksel se desintegró. El grito de su hermano se quedó interrumpido a la mitad.
Nykyrian se recostó satisfecho y apartó la mano del disparador.
Misión cumplida. Lo único que le quedaba era morir.
• • •
Kiara se volvió sentada delante de Hauk y trató de ver lo que tenían detrás. Estaba desesperada por vislumbrar la nave de Nykyrian.
—Tenemos que regresar. No podemos dejarlo allí.
Hauk negó con la cabeza mientras mantenía el rumbo.
—Mis órdenes son ponerte a salvo.
Ella quiso gritar de frustración.
—¿Acaso no te importa?
La mano de Hauk se sacudió en la palanca de aceleración y la nave se ladeó en respuesta.
—Me importa más de lo que te imaginas, pero también le he hecho una promesa y me cortaría las venas antes que incumplirla. —Con otro furioso manotazo, enderezó la nave.
Kiara se echó hacia atrás, con las lágrimas ardiéndole en las mejillas.
—Está solo ahí fuera —susurró con el estómago encogido.
—Jayne ha vuelto a buscarlo. No le pasará nada.
Kiara percibió la duda que había en sus palabras. Rezó con toda su alma. Nykyrian debía volver, tenía que hacerlo. La idea de su muerte…
No podía acabar así. No podía.
Parpadeó algo aliviada cuando Gouran apareció a la vista.
Hauk reguló el comunicador para captar la frecuencia correcta. Pasaron unos angustiosos minutos antes de que Kiara oyera la voz de su padre.
—Presidente Zamir, traigo a su hija, pero necesito un escuadrón de cazas. Uno de nuestros pilotos está en peligro. Si le envío las coordenadas, ¿nos ayudará?
No hubo más que silencio por respuesta.
Kiara sintió que su furia alcanzaba cotas insospechadas.
—Padre, si me quieres aunque sea un poco, harás lo que te pide.
—Kiara…
—Papá, por favor —le suplicó. Un sollozo le cortó la frase, pero se obligó a contener las lágrimas—. Por favor, no me hagas esto. Por fin he entendido por qué me sobreprotegías todos estos años. Por qué te encerrabas en tu dormitorio con las fotos de mamá y no querías que nadie te molestara. No puedo perderlo. Papá, me moriré. Por favor, no permitas que tengamos que enterrarlo como hicimos con mamá.
—Nena, no llores. Por favor… —La angustia en la voz del hombre le provocó más lágrimas. Su padre carraspeó—. Haré que despegue un escuadrón completo en cuanto lo tengamos preparado.
Hauk y Kiara suspiraron aliviados al mismo tiempo.
—Gracias, papá.
Hauk programó la información en el ordenador. Mientras se acercaban al muelle de Gouran, vieron pasar el escuadrón de cazas que ya iba a ayudar a Nykyrian.
Keifer Zamir se reunió con ellos en el hangar, después de que aterrizaran.
En cuanto salió de la nave, Kiara se echó a sus brazos, agradecida por su apoyo.
Hauk saltó del caza y se acercó al hombre con pasos firmes.
—Señor, pido una nave para unirme a sus tropas. No tengo combustible en la mía.
Su padre miró a Kiara, mientras la estrechaba con más fuerza por los hombros. Ella suspiró aliviada cuando él asintió.
—Hay tres naves con los depósitos llenos al otro lado de la suya.
Hauk hizo un breve gesto de agradecimiento antes de ir hacia allí.
Kiara lo llamó, corriendo hacia él.
Hauk se detuvo y dejó que lo alcanzara. Los labios de Kiara temblaban mientras miraba sus ojos andarion. Sólo había una cosa que ella deseara, una cosa que pudiera pedirle.
—Tráeme a Nykyrian.
Él miró tras ella, adonde se hallaba su padre. Sacó la alianza de boda del bolsillo y se la entregó.
—Nykyrian quería que te diera esto.
Kiara contuvo las lágrimas mientras contemplaba el bonito anillo que Hauk le había puesto en la palma.
—También quería que te dijera que te ama.
Kiara no pudo contener las lágrimas por más tiempo, entre desesperados sollozos.
—Por favor, sálvale.
—Ese es mi plan, princesa.
Corrió al caza más cercano.
Kiara se deslizó el frío anillo en el dedo anular, casi incapaz de respirar de temor y preocupación. El anillo se le ajustaba a la perfección.
Cerró el puño y regresó con su padre, deseando volver a ser una niña para que él pudiera solucionarlo todo con un beso en la herida y un abrazo. Pero muy a su pesar, esos días estaban ya muy lejos.
El único que podía borrar su dolor con un beso era Nykyrian.
—Déjame que te lleve a casa —dijo su padre, mientras le rodeaba los hombros con el brazo.
Ella negó con la cabeza.
—Tengo que saber qué está pasando. Llévame a la sala de control.
A pesar de su mirada escéptica, él hizo lo que le pedía.
En silencio, Kiara se sentó en una de las sillas frente a la consola, escuchando las voces de los pilotos, que se disponían a atacar a los hombres de Aksel.
• • •
Hauk pensó que no iba a llegar nunca a la batalla. Y en cierto sentido tenía razón. Para cuando se reunió con el escuadrón, el combate había acabado.
Con el corazón en un puño, fue mirando las naves, buscando la de Nykyrian.
Mientras abría el canal para preguntarle a Jayne por él, vio finalmente el Arcana. Cuatro cazas gouran rodeaban la nave estropeada.
—¿Nykyrian? —Notó que tenía un nudo en la garganta.
Bien… herido…
Con el cejo fruncido, Hauk revisó el daño que había recibido la nave de Nykyrian. Saltaban chispas, que se extinguían en el vacío del espacio. Por lo que pudo ver, sólo funcionaba uno de los motores. Y apenas.
No tenía ni idea de cómo iba a aterrizar Nykyrian con la nave en esas condiciones.
—¿Necesitas un rayo tractor para ayudarte a aterrizar?
—No… la nave… destruirá…
Hauk casi no entendía la entrecortada comunicación. Soltó una feroz palabrota al recordar que aquella nave no se podía remolcar. Si lo intentaban, se autodestruiría.
Uno de los cazas gouran casi golpeó al Arcana al virar hacia un lado. Hauk apretó los dientes mientras comenzaba a aceptar la realidad.
Nykyrian no iba a conseguir regresar.
• • •
Nykyrian permaneció en silencio. Su sistema de comunicación estaba fallando y sólo captaba trozos de las conversaciones de los pilotos que lo rodeaban. No podía creer que siguiera vivo.
Después de matar a Aksel, los hombres de este le habían abierto una docena o más de agujeros en la nave.
Había sufrido una extraña catarsis durante la batalla y, de algún modo, todos sus pecados pasados dejaron de importarle.
Miró el panel de control, donde estaban encendidos todos los sistemas de alarma de a bordo. Si pudiera pedir un deseo, sería ver nacer a su bebé y abrazar a Kiara una última vez. Suspiró, mientras se notaba una opresión en el pecho. Desde el principio había intuido que existían ciertos privilegios que nunca podría tener.
Por desgracia, Kiara era uno de ellos.
Gouran apareció ante él.
Se frotó el brazo herido. La sangre le empapaba el uniforme, pero ya no parecía dolerle; los profundos cortes le habían seccionado los nervios.
Nykyrian miró Gouran y se preguntó si Kiefer ordenaría que lo volaran antes de acercarse al muelle. La mayoría de los gobiernos lo harían. Era una práctica habitual para evitar el daño de los valiosos muelles.
Suspiró y apoyó la cabeza en el respaldo; le ardían los ojos. Notaba un pitido en los oídos por la estática de la radio, pero incluso así hubiera jurado que oía la tierna voz de Kiara diciendo su nombre. Sus escoltas, Hauk y Jayne se apartaron para permitirle aterrizar.
Se dirigió hacia el muelle y sus manos fueron realizando automáticamente la rutina de aterrizaje. Apretando interruptores y moviendo palancas, no consiguió reducir la velocidad del caza. Un escalofrío lo recorrió cuando entró en el hangar a toda velocidad.
En un último esfuerzo por salvarse, tiró de la palanca de eyección que tenía sobre la cabeza. La fuerza de propulsión del asiento lo lanzó al aire, pero no con la suficiente fuerza como para pasar por encima del estabilizador trasero. El impacto lo sumió en la oscuridad.
• • •
Kiara se puso en pie, gritando, incapaz de creer lo que veían sus ojos.
La nave de Nykyrian abrió un agujero en la pared trasera del muelle. Llamas rojas y doradas se alzaron de la misma y cubrieron todo el suelo y las paredes del hangar. Hubo explosiones por todas partes. Las unidades de bomberos descendieron para apagar el incendio.
—Sabía que debería haber hecho estallar esa nave —gruñó su padre a su lado.
Horrorizada, ella lo miró boquiabierta y luego salió corriendo de la sala. Sus pies la llevaron al hangar; temblaba por las emociones que la sacudían. El acre olor de las llamas se le metió en la nariz y le llenó los ojos de lágrimas. Tosió mientras miraba desesperadamente entre los destrozos. Había partes de la nave de Nykyrian por todos lados.
Por un momento, pensó que iba a desmayarse.
No había quedado nada entero.
Nada.
Cayó de rodillas y apretó el borde de la pared hasta que se le adormecieron las manos. Sentía un intenso dolor en el alma y quiso morir. Aquello no podía ser real. Se suponía que no acabaría así.
Recorrió con la vista los restos esparcidos, los robots bombero, las llamas, la puerta del muelle, hasta que vio…
Parpadeó incrédula. No podía ser.
Un brote de esperanza nació en su corazón al ver a Nykyrian caído a la entrada del hangar, como un bulto negro. Con una fuerza que no supo de dónde le venía, corrió hacia él.
—Por favor, vive —dijo entrecortadamente mientras llegaba junto a él, cubierto de sangre.
Se arrodilló a su lado, temiendo tocarlo. Estaba tendido de espaldas, completamente inmóvil. El casco estaba rajado y con la pintura bofada.
Acercó una mano temblorosa a la herida abierta que tenía en el costado. El pecho de Nykyrian no parecía moverse. Había demasiada sangre. Los labios de Kiara temblaban mientras el pánico se apoderaba de ella.
De repente, Hauk apareció y se arrodilló al otro lado del cuerpo. No la miró mientras soltaba las sujeciones que unían el casco de Nykyrian a su uniforme.
Cuando se lo quitó, a Kiara se le hundió el mundo.
—¡Nooo! —gritó, al ver el tono azulado de su piel. Le cogió una fría mano, que de alguna manera había perdido el guante, y se la llevó al pecho mientras con la otra le limpiaba la sangre de la mejilla.
Una unidad médica los rodeó, obligando a Kiara a apartarse. Como atontada, se tambaleó hacia atrás, demasiado consumida por el dolor para pensar con claridad.
Hauk comenzó a gritar, pero sus palabras le resultaban incomprensibles, como lo era todo lo demás que pasaba a su alrededor. Una niebla le bloqueó la audición y la vista y, por un momento, se preguntó si sería eso lo que se sentía al morir.
De repente, su padre estaba a su lado y la abrazaba.
Por alguna razón, dejó de llorar y se apoderó de ella una extraña lucidez en medio de su dolor, mientras observaba a los médicos rasgar el uniforme de Nykyrian y conectarlo a una serie de máquinas. Era como si estuviera viendo una obra donde los actores seguían el guion, pero sin saber cómo acababa.
Nada parecía real.
Miró a su padre.
—Deberías llamar a sus padres y decírselo —dijo con voz hueca—. El emperador Aros y la princesa Cairistiona. Por favor, explícaselo. Yo… yo creo que no puedo.
Por la expresión del rostro de su padre, ella supo que pensaba que se había vuelto loca. Y quizá fuera cierto.
Sólo alguien enajenado podría estar así de tranquilo viendo su mundo destrozado.
—Por favor, llámalos —repitió Kiara—. Tengo que ir con él.
—Con el corazón hecho añicos, se subió al transporte de la unidad médica y fue con ellos al hospital.