Syn corrió delante de ellos.
Kiara no podía respirar mientras se agarraba con todas sus fuerzas a Némesis, que corría hacia el agujero que habían taladrado en el casco de la nave.
En cuanto subieron a su vehículo, Syn tiró de la palanca que sellaba la salida y recogía el puente temporal que los unía a la otra nave.
—¡Hecho!
Pero no estaba hecho y Kiara lo sabía. La explosión del cacharro de Chenz los iba a golpear con fuerza. Los restos aún podían matarlos.
Alguien metió la hipervelocidad. La sensación fue suficiente para enviar a Némesis contra la pared y hacerlo gruñir. Pero aun así no soltó a Kiara y evitó que esta se hiciera daño cuando él se estrelló contra el acero, lo que a ella aún la sorprendió más.
Con una mueca de fastidio, Syn tiró su casco al suelo con tanta fuerza que este rebotó casi un metro antes de rodar por el pasillo. Miró el casco enfadado.
—Odio esta mierda con toda mi alma —dijo y se fue hacia el pasillo.
Némesis la agarró con firmeza.
—¿Adónde vas? —le preguntó a Syn.
—A beber algo y matar a Cruel… no necesariamente por este orden.
Kiara notó que los músculos del brazo de Némesis se tensaban como respuesta, pero lo único que hizo fue dirigirse hacia el pasillo en sentido contrario a Syn. Ella se estremeció al pensar en cómo la llevaba cogida.
«Estoy en los brazos del ser más letal jamás nacido».
«O salido de un huevo».
Una criatura a la que perseguían todos los gobiernos conocidos. Representaba todo lo que Kiara odiaba en el universo. Violento. Despiadado. Implacable. Pero no conseguía odiarlo y eso no tenía ningún sentido.
Quizá fuera porque nunca había pensado que alguien como él fuera capaz de mostrar amabilidad… o de tener a alguien tan amable y altruista como Syn a su lado.
Que ella supiera, Némesis nunca había salvado a nadie.
Hasta que lo hizo con ella.
—¿Por qué me has salvado?
Él no contestó. En vez de eso, la llevó a la sala que hacía las funciones de enfermería. Instrumentos médicos y botellas con fármacos se hallaban ordenados en armarios de cristal, no lejos de una gran cama. El olor a antiséptico se le metió en la nariz. Todo era de un blanco prístino y estaba ordenado, un contraste muy agradable con la suciedad de sus secuestradores.
Miró a Némesis, temiendo que aún pudiera matarla. Pero él parecía no prestarle ninguna atención, al menos tanto como podía teniéndola en brazos.
La colocó suavemente sobre la cama, luego, sacó una manta caliente de un cajón en la parte baja de un armario, y con un cuidado que nunca le hubiera atribuido a un despiadado asesino, se la puso sobre los hombros.
Kiara era consciente de todo en él, hasta de la forma en que la luz se reflejaba en la extraña forma de su casco con una pátina inquietante. Parecía más grande que un humano, más alto, más fuerte. Enorme. No tenía ni idea de a qué especie podía pertenecer, pero tenía que ser al menos humanoide.
Observó el movimiento de los marcados músculos bajo el traje de combate mientras él apretaba un panel junto a la puerta y abría un armario.
¿Quién sería?
Esa era la pregunta del billón de créditos y, de saber la respuesta, ella sería la persona viva más rica…
O estaría muerta antes de poder exhalar de nuevo.
Nadie ocultaba su identidad con mayor cuidado que aquella criatura.
Y Kiara tenía que admitir que no había nada más excitante que un hombre con esa clase de físico con el rostro totalmente cubierto. Y cuyo pasado era un auténtico misterio para todo el universo. Un renegado absoluto que no respetaba ninguna ley más que la suya propia.
Era la criatura más letal jamás nacida y en ese momento le estaba quitando las esposas de las heridas muñecas con una ternura que resultaba inimaginable.
Kiara se dejó llevar por las fantasías. Sin duda, su rostro tendría que combinar con el resto.
«Yo no apostaría por ello. Por lo que sabes, igual resulta ser un pigarian con tres ojos y dientes de conejo. O una de las especies de reptiles que caminan».
Menudo desperdicio de cuerpo sería eso…
«Para, Kiara. Odias a los asesinos. Odias todo lo que es y todo lo que representa.
»Es la misma clase de inmundicia cobarde que mató a tu madre mientras ella trataba de protegerte… La misma mierda que le disparó a sangre fría a una niña de ocho años y la dio por muerta».
Era cierto. No podía saber qué atrocidades había cometido aquel hombre por una paga.
«Toda vida tiene un precio…».
Él se volvió hacia ella con un traje de combate, como los que llevaban Syn y él, en la mano.
Kiara podía notar su mirada; era casi tan tangible como su tacto. Némesis vaciló a su lado como si no supiera muy bien qué hacer.
«Oh, por favor. Por supuesto que no está dudando».
La idea de que un asesino letal tuviera vergüenza…
Ridículo.
Seguramente le estaba tomando la medida para la cápsula funeraria.
Kiara pensó que él iba a decir algo, pero la puerta se abrió y apareció Syn con una botella medio vacía de alcohol de Tondara. Algo tan potente que estaba prohibido en la mayoría de los planetas.
Sin darse cuenta de su intromisión, Syn cogió el traje de combate de manos de Némesis.
—Hauk quiere que te diga que la próxima vez que él diga «corred», debemos dejar a las víctimas a bordo y salir cagando leches. Y me parece que estoy de acuerdo con él.
Kiara aún notaba a Némesis mirándola.
—Has sido tú quien no ha corrido —le recordó este a Syn.
—Oh, sí, ese era yo, ¿verdad? —Dio un trago a la botella—. ¿Y desde cuándo me escuchas? Soy un idiota.
Némesis no respondió a ese comentario.
—¿Cruel sigue vivo?
—Por ahora. Pero sólo porque el cabrón se mueve más de prisa que yo cuando estoy borracho.
Un seco topetazo le dijo a Kiara que la nave estaba saliendo del hiperespacio.
—¿Me vais a llevar a casa? —les preguntó.
Un inquietante silencio siguió a la pregunta.
—Pronto —contestó Némesis finalmente.
Antes de que ella pudiera ni siquiera parpadear, le cogió la botella a Syn y se marchó.
—¡Eh! Tú, cabrón… —Syn miró la puerta cerrada antes de sacar, con gesto de rebeldía, una pequeña petaca del bolsillo y beber otro trago.
Algo que Kiara admiró, ya que estaba segura de que Némesis lo hubiera matado de haberlo visto.
Aquel hombre era más valiente que cualquier otro ser vivo.
O el más tonto.
• • •
Nykyrian cerró la puerta a su espalda antes de apoyarse contra la pared y soltar un largo suspiro de alivio por haberse alejado de Kiara. Conocía lo suficiente las técnicas médicas de Sheridan como para suponer que la bailarina estaría sedada, así que no tendría oportunidad de ir metiendo las narices donde él no quería que las metiera.
Aun así, la imagen de su ágil cuerpo enmarcado por el transparente camisón roto se le había grabado a fuego. Aunque tenía los pechos pequeños, eran hermosos y tan tentadores como sus labios. Incluso en ese momento la podía sentir apretada contra él. Aún notaba sus brazos, delgados y flexibles agarrándose mientras la sujetaba.
¡Qué no daría porque hiciera eso estando ambos desnudos…!
Estaba tan excitado que le costaba no cojear. Y pensar que en el pasado había sobrevivido a auténticas torturas…
No eran nada comparado con eso.
«Contrólate…».
Sinceramente, preferiría que ella controlara cierta parte de su anatomía que le estaba vaciando de sangre el cerebro, antes que perder lo poco que le quedaba de seso.
«Tienes el control».
Sí, ya le podía decir eso a su erección. En ese momento no parecía estar escuchándolo demasiado.
Mientras se obligaba a pensar en otras cosas, se sacó el caluroso casco para poder respirar y tratar de relajarse.
Con un suspiro de cansancio, metió la botella de Syn en el vertedero de basura; luego se sacó las gafas oscuras del bolsillo y fue a reunirse con el resto de su tripulación en la sala de control situada en la proa de la nave.
Dancer Hauk y Darling Cruel —sí, esos eran sus nombres verdaderos, lo que demostraba que incluso unos padres cariñosos podían ser retorcidos y raros— empezaron a bromear entre sí cuando él entró.
—Eh, Cruel —dijo Hauk con socarronería—. Mira… el hombre ha cambiado su apariencia normal. ¿Crees que quiere que lo descubran o está buscando un motivo para matar a la mujer? ¿Por qué apuestas?
—No voy a apostar una mierda, trol —replicó Darling con un bufido—. Ya te debo la paga de dos semanas. Si sigo así, trabajaré sólo para pagarte a ti.
Hauk lanzó una risotada malvada. Pero con casi dos metros quince de altura, se podía permitir ser desagradable con la mayoría de la gente y salirse con la suya. Sobre todo con gente como Darling, que sólo le llegaba a la cintura.
El típico macho andarion, Hauk pertenecía a la más brutal de las razas conocidas. Una que valoraba la belleza del cuerpo sólo por debajo de la fuerza física. Con una larga melena negra recogida en pequeñas trencitas, tenía unos rasgos afilados y perfectos. Sus iris blancos estaban rodeados por una corona de sangre roja. Pero a Nykyrian no le importaba su aspecto. Hauk era fuerza pura y salvaje y un brillante experto en tecnología.
Darling, por otro lado, casi parecía frágil en comparación.
Mientras que la constitución de Hauk era sólida y robusta como un árbol, Darling era delgado y de huesos finos. Su lisa melena pelirroja le caía por un lado del rostro para cubrir una fea cicatriz de la que nunca hablaban.
Sin hacer caso del intercambio de pullas, Nykyrian dejó el casco en el suelo y se sentó en la silla del piloto. Revisó los controles, aunque sabía que no tendría que hacer ninguna corrección. Hauk y Darling eran los mejores. Si no, no estarían allí.
Estarían muertos.
—¿Te has bañado en la sangre de Chenz y Petiri? —le preguntó Darling.
Nykyrian le lanzó una mirada acusadora.
—Lo habría hecho si alguien no hubiera detonado sus cargas prematuramente.
—Sí, Cruel. Tienes que vigilar ese problema tuyo de detonación precoz.
Darling le tiró a Hauk un cuchillo a la cabeza.
Este lo cogió y se rio antes de tirárselo de vuelta a Darling, que lo cogió con igual facilidad.
—Como sigas haciendo eso, humano, vas a herir mis sentimientos.
—Tú no tienes sentimientos, andarion.
—Eso no es cierto. Comparado con Nykyrian, soy tan sensible como una mujer.
—Dios sabe que estás empezando a lloriquear como una —le soltó Nykyrian y se frotó los ojos bajo las gafas, mientras volvía a pensar en la misión que acababan de completar.
La justicia había sido servida de una forma rápida y fría. Al día siguiente, Syn informaría a su cliente de la muerte de Chenz. Claro que eso no devolvería la vida al hijo del senador, pero aseguraba que Chenz nunca volvería a decapitar a otro niño y enviarle la cabeza a su madre.
Eso sólo le hizo desear haber pasado más tiempo con aquel malnacido.
Pero no se podía hacer nada más. Chenz estaba muerto y ellos recibirían su paga.
Nykyrian miró por la escotilla hacia la negrura que se movía a su alrededor, lamentándolo por el pobre senador que experimentaba un dolor que él no podía ni siquiera empezar a comprender. Aún tenía grabado el sufrimiento del hombre por su pérdida e intentó imaginarse a un padre que quisiera tanto a su hijo. Los dioses sabían que a ninguno de sus padres, reales o adoptivos, él les había importado nunca una mierda.
En cierto sentido, lo reconfortaba saber que no todo el mundo era tan frío y sin sentimientos como él había aprendido a ser. Que había gente como Sheridan y el senador, que podían amar al hijo que habían traído al mundo y llorar su pérdida.
En el vacío carente de luz al que miraba, flotaba ante sus ojos la imagen de Kiara durante su última actuación, lo que no lo ayudaba nada a calmar su excitación.
Mierda, ¿por qué tenía que sentirse así?
Pero ella siempre había sido capaz de despertar sus sentidos. Siempre que la había visto bailar, había tocado una parte sensible de su alma; la parte que él prefería pensar que hacía tiempo que estaba muerta y enterrada. Ella sola le había hecho verla belleza en un universo que Nykyrian solía despreciar; le había hecho sentir algo más que un vacío corrupto y frío.
Era la belleza y la dulzura personificadas.
Se rio de su propia estupidez. ¡Vaya tontería! Nadie era bueno y nadie de más de diez años carecía de cicatrices. La vida era brutal y todos eran sus víctimas.
Y pensar en ella no iba a cambiar su mal humor en absoluto…
—Hablando de mujeres… —dijo Hauk volviéndose en su silla—, ¿quién es ese chochito por el que casi morís?
Nykyrian apretó los dientes furioso. Siempre había odiado ese término degradante para «mujer». Lo más extraño era que ni siquiera sabía por qué. Pero le parecía mal reducir así a una persona. Algo que no tenía mucho sentido si se consideraba que él mataba gente a cambio de dinero.
Se aclaró la garganta para hablar con un tono neutro e inexpresivo.
—Kiara Zamir, la bailarina.
Hauk soltó un silbido de admiración.
—¿Y qué estaba haciendo con esa escoria?
Nykyrian le lanzó una mirada burlona al andarion; había hecho una pregunta tan ridícula que ni siquiera había por qué responderla.
—Eh, lumbrera —soltó Darling, sarcástico—, ¿qué crees tú que estaría haciendo con ellos? ¿Dándoles clases de baile?
Hauk miró a Nykyrian con los ojos entrecerrados.
—Explícame otra vez por qué no puedo matarlo.
—Porque tienes miedo de manejar los explosivos.
Hauk soltó una palabrota.
—Un día voy a superar ese miedo y entonces…
—Entonces, sabiamente dejaré de meterme contigo —contestó Darling, guiñándole un ojo.
Nykyrian suspiró, resignado ante las incesantes pullas. Aquellos dos eran como hermanos incorregibles. Pero a pesar de todas sus burlas, eran tan leales el uno al otro como lo eran a él.
Y sólo eso ya los hacía insustituibles.
Sin hacerles caso, volvió a comprobar los controles, luego sacó un cuaderno electrónico y comenzó a tomar notas de su próxima misión.
En menos de una hora, atracarían en una estación segura que Nykyrian había construido hacía nueve años, cuando dejó la Liga. En los últimos cuatro años, había llegado allí una monstruosidad de obreros que seguían orgullosamente el nuevo código de Némesis.
Proteger al inocente y matar a las alimañas.
Sencillo y elegante; era un código por el que por fin podía vivir, o morir.
Sheridan, o mejor dicho, Syn, había sido quien había puesto nombre a la operación. La Sentella. Una palabra que, en el idioma nativo de Syn, hacía referencia a un grupo selecto de centinelas. Y eso eran. Guardianes de un mundo mejor.
La Liga vigilaba a las galaxias unidas y mantenía a raya a sus gobiernos. La Sentella vigilaba a la Liga y a los asesinos independientes que esta empleaba.
Al menos, los inocentes tenían sus propios paladines. Y era una dedicación que ninguno de ellos se tomaba a la ligera. Cuando un político o un asesino se pasaban de la raya, tenían que responder ante la Sentella.
O, más concretamente, respondían ante él: Némesis.
Syn se unió a ellos en el puente de mando e informó que Kiara estaba durmiendo bajo sedación. Nykyrian volvió a ponerse el casco antes de regresar con ella.
Después de aterrizar, la sacó de la nave y la llevó al piso de arriba de su centro de mando, donde le encargó a Mira, una de las enfermeras, que la cuidara hasta que se despertara.
Mira estuvo encantada de que le asignaran vigilar a una persona famosa. Con la mirada inquieta mientras observaba a Némesis, corrió a la sala de suministros para buscar algo en lo que pudiera dormir la pequeña bailarina que este llevaba en brazos.
Nykyrian negó con la cabeza ante la innecesaria prisa que tenía Mira por alejarse de su presencia y llevó su preciosa carga a una de las salas de observación, donde la colocó con cuidado sobre una gran cama. La cubrió con una manta de más.
Cuando se apartaba, la oyó susurrar en sueños. Cautivado por su melodiosa voz, que sólo había oído antes en entrevistas grabadas, se volvió para echarle una última mirada mientras ella descansaba tranquilamente.
¿Cómo podía ser alguien tan hermoso y tan pequeño?
Se quedó mirándola, fascinado por la belleza de sus rasgos, la nariz respingona, los altos pómulos, las cejas que formaban un delicado arco. La larga melena caoba le caía en suaves ondas sobre el hermoso rostro y los hombros.
Era exquisita.
Trazó la línea de su magullada mejilla y deseó volver a matar a Chenz por haberle hecho daño. Pero sobre todo, tuvo la tentación de sacarse el guante y notar la suavidad que sabía que tendría su perfecta piel.
«No necesitas suavidad».
Era cierto. El sexo representaba un auténtico riesgo y como la intimidad entre dos personas era un concepto desconocido para él, lo evitaba. No le gustaba estar desnudo y desarmado cerca de nadie. Unos minutos de placer no valían su vida.
Al menos, no hasta ese momento…
Kiara podía hacer que valiera la pena recibir un tiro en la cabeza.
Notó la presencia de Mira cuando esta regresó. Alzó los ojos y vio su mirada inquisitiva.
Con una seca inclinación de cabeza hacia la enfermera, salió de la sala y se dirigió hacia su reunión. Era en eso en lo que debía centrarse. No en minúsculas bailarinas que casi habían hecho que lo mataran.
Nykyrian se reunió con Syn, Darling y Hauk en el piso inferior, ansioso por acabar con los asuntos pendientes y regresar a su casa. No le gustaban los sentimientos desconocidos que Kiara le provocaba. Estaba acostumbrado a ser insensible e inaccesible.
Así era como se sentía cómodo.
—¿Qué te ha entretenido? —preguntó Hauk, alzando una cínica ceja.
Nykyrian no contestó mientras se encaminaba con sus compañeros hacia la sala del consejo, donde Jayne ya estaba sentada, esperándolos.
Hauk quería seguir con el tema, pero el temor por su vida le hizo permanecer en silencio mientras se sentaba frente a Jayne.
La sala estaba cubierta con una miríada de cartas estelares y mapas, y se oía además el susurro procedente de algunos de los aparatos del equipo de monitorización. Todo estaba ordenado, limpio y era eficaz, justo como a Nykyrian le gustaba que fuera su vida.
Fue a la pantalla que tenía a la izquierda y abrió el documento de sus misiones. Lo envió a la mesa, que era un gran monitor interactivo donde todos podían revisar los archivos con sus calendarios de trabajo.
Mientras esperaba que sus amigos se sacaran el casco y se sentaran, él revisó los puntos de la lista. Tenían una pesada carga encima, pero eso no era nada nuevo, ya que la Liga y muchos otros parecían pensar que estaban por encima de las leyes que ellos mismos habían decretado.
Nykyrian se sacó el casco y se sentó a la cabecera de la mesa. Echó una rápida mirada al grupo antes de dirigirse a Syn.
—Envíale un mensaje a Kiefer Zamir diciéndole que le devolveré a su hija. Quiero que sepa que la Sentella no ha tenido nada que ver con su secuestro.
Syn soltó un resoplido mientras lo anotaba con su punzón en el terminal que brillaba a través del cristal de la mesa.
—Ninguna buena acción queda sin castigo. —Eso era como el mantra de Syn y lo repetía constantemente, aunque Nykyrian no podía culparlo. Parecía ser siempre verdad.
Syn lo miró.
—Con tu suerte, te disparará cuando se la lleves —dijo y anotó algo más en su tableta—. Por cierto, uno de nuestros espías me ha dicho que el Consulado de Gouran cayó hace dos días, cuando los probekeins amenazaron con asesinar a los hijos del cónsul. Se redactaron ocho contratos de terminación. Se ha encontrado a seis niños mutilados, incluido el hijo del senador Serela, al que vimos anoche. Me aseguraré de que corra la voz de que Chenz ha muerto por el brutal asesinato del niño.
Por un instante, Nykyrian recordó el rostro atormentado de Serela ante los restos de su hijo. Había matado a Chenz con demasiada clemencia para su gusto. Si hubiera tenido algo más de tiempo…
—Aparte de Chenz, ¿quién más aceptó los contratos de los probekeins?
—No lo sé —contestó Syn.
Nykyrian se frotó el mentón.
—¿Sobre qué negocian los probekeins y los gourans?
Al ver a Syn encogerse de hombros, él se cruzó de brazos.
—Sher, se supone que debes estar informado de todos los contratos de asesinato. Deja la botella y busca la verdadera razón de esas muertes, además del nombre que hay en el último contrato y de quién lo ha firmado. Me imagino que los asesinatos tienen que ver con la nueva arma que los probekeins están construyendo. De todas formas, necesitamos saberlo.
—Ya me pongo a ello. —Syn se lo anotó rápidamente.
Nykyrian esperó hasta que acabara.
—Será mejor que informes a Zamir inmediatamente de que su hija está a salvo. Estoy seguro de que está desesperado por su desaparición.
Su amigo se puso en pie, dispuesto a cumplir la última indicación de Nykyrian.
—Creo que deberíamos acabar con el emperador Abenbi —dijo Hauk, mientras observaba a Syn marcharse. Abenbi era el líder de los probekeins y su mayor gilipollas—. Ya es hora de que les mostremos a los probekeins que no pueden continuar avasallando a otros gobiernos. Démosles a probar su propia medicina.
—Esa decisión no podemos tomarla nosotros —concluyó Nykyrian negando con la cabeza—. Será mejor que nos dediquemos a los golpes que tenemos contratados. Pasarán varias semanas hasta que podamos aceptar nuevas misiones. En este momento, tendría que ser una importante emergencia para poder aceptarla.
Jayne suspiró irritada mientras se inclinaba para leer el monitor de la mesa, donde había maximizado su lista de misiones.
—¿Por qué no cogemos a alguien más? Seguro que entre la multitud de gente que empleamos, hay unos pocos capaces de realizar la ejecución física de los contratos.
Nykyrian la miró con frialdad.
—¿Te atreverías a darle la espalda a alguno de ellos? Nosotros cinco somos amigos, lo hemos sido durante años. Nuestra lealtad es incuestionable. ¿Estás dispuesta a poner tu vida en manos de un desconocido?
—No con el precio que tiene mi cabeza —resopló ella—. Supongo que tienes razón.
Jayne era de los mejores, pero a veces no pensaba las cosas.
En cambio, él tenía la mala costumbre de pensar las cosas hasta el hartazgo. Entre ambos, conseguían un equilibrio casi normal.
Syn regresó al cabo de unos minutos y se sentó. Miró a Nykyrian a los ojos.
—Zamir te espera. También quiere reunirse conmigo. Es curioso que seamos criminales buscados hasta que nos necesitan. —Su mirada era tan amarga como su tono de voz—. Creo que Zamir va a proponernos un contrato para proteger a Kiara.
A Nykyrian se le aceleró el corazón, pero ocultó cualquier reacción que lo demostrara.
—¿Has concertado una cita?
—Esta noche.
Hauk se volvió en su silla con una sonrisa socarrona.
—Pensaba que íbamos demasiado atrasados para aceptar ninguna misión nueva —soltó.
Nykyrian lo fulminó con la mirada.
Hauk alzó las manos en gesto de disculpa.
Satisfecho al ver que Hauk se había dado cuenta de que era mejor no seguir preguntando, Nykyrian señaló la mesa, donde se mostraban sus calendarios de trabajo.
Como era normal, Hauk se quejó inmediatamente del suyo.
—¿Por qué soy siempre el refuerzo de Darling y de Jayne? Sobre todo de Darling. Me gustaría que le enseñaras cómo saltarse los códigos de acceso. Ese tipo es peligroso.
—¿Yo, peligroso? La última vez que salimos juntos disparaste dos alarmas. Para ser un técnico experto, la cagas mucho.
—Ten cuidado, humano —le advirtió Hauk, mostrándole los afilados dientes a Darling—. Una de estas noches, podría tener hambre y decidir que ya no necesitamos un técnico en explosivos.
Nykyrian negó con la cabeza ante sus bravuconadas, consciente de que eran buenos amigos. Sin embargo, no paraban de meterse con sus diferencias raciales.
Darling era de Caron, un sistema humano. Hauk era andarion, una avanzada raza depredadora que algunas veces se alimentaba de humanos. Como híbrido de ambas razas, a Nykyrian no le gustaba oír sus gilipolleces.
Hauk tenía los rasgos andarion tradicionales, lo que le daba un aspecto excepcionalmente hermoso. Los largos dientes caninos le destellaron al sonreír.
Nykyrian agradecía que sus propios dientes fueran una versión reducida de los de Hauk. Aun así, eran lo suficientemente largos como para señalarlo como un mestizo, sobre todo combinados con sus ojos, que nunca mostraba al mundo.
A diferencia de Hauk, él no podía soportarlos.
Pero eso no tenía ninguna importancia.
—Jayne —dijo, mirando a la asesina hyshian—, si necesitas ayuda con tus misiones, yo te respaldo. Eso le dejará a Hauk algo de tiempo libre.
Ella le sonrió seductora. Le gustaba la excitación de cazar y matar a los corruptos. Nykyrian recordaba un pasado en que él compartía ese entusiasmo, pero esos días hacía tiempo que habían desaparecido. Lo único que deseaba en esos momentos era paz y soledad.
—Esta semana tenemos pocos —explicó Jayne revisando su lista. Pasó el dedo por encima de la foto del emperador de Probekein, que había abierto, y se la envió electrónicamente a la pantalla de Hauk—. Creo que podríamos programar una oportunidad para sacarnos de encima a Abenbi. —Le guiñó un ojo al andarion.
Nykyrian negó con la cabeza mientras cerraba el archivo de Abenbi en el terminal de Hauk.
—Limitaos a los asesinatos políticos que se os han asignado. No quiero ningún mensaje informando del asesinato del emperador de Probekein.
Hauk hizo una mueca.
—Ese cabrón merece morir.
Nykyrian se puso tenso ante el enfrentamiento directo.
—Ya tenemos suficientes órdenes de arresto sobre nuestras cabezas. No les demos razones para ejecutamos, ¿de acuerdo? Necesitamos tener pruebas sólidas antes de actuar. Cuando las tenga, estaré encantado de permitiros a Jayne y a ti que os encarguéis de él. Maldición, hasta yo os ayudaré —cedió, no queriendo pelearse con unos de sus pocos amigos de verdad. Ya tenía suficientes enemigos para eso.
Hauk volvió a recostarse en su asiento.
Nykyrian los fue mirando uno a uno.
—No tenemos ninguna misión pendiente que requiera al equipo completo. Hay algunas que coinciden en tiempo. Estudiadlas y planeadlas como sea necesario. Mantened abiertos los contactos por si hay alguna emergencia. Volveremos a reunirnos dentro de ocho días; la hora está anotada en los calendarios. Buena suerte —concluyó Nykyrian, más por costumbre que por necesidad.
Los miembros se descargaron sus misiones en sus varios artefactos móviles, luego cogieron los cascos y se marcharon. Hauk salió con el aspecto de Némesis, una salvaguarda por si alguien estaba vigilando la sala.
Syn se quedó sentado con Nykyrian, esperando a que se vaciara la estancia.
En cuanto se cerró la puerta, Syn se volvió hacia él.
—No sé si deberías aceptar el contrato de Zamir. No te puedes permitir responsabilidades.
Nykyrian odiaba la forma en que Syn podía leerle el pensamiento. Aunque él mantuviera su expresión y su actitud impasibles, su amigo tenía la inquietante capacidad de ver siempre más allá de esa fachada y era la única criatura a la que Nykyrian permitía cuestionar sus actos.
—Me gustaría mucho que dejaras de suponer lo que pienso. Como le he dicho a Hauk, estamos demasiado cargados de trabajo para aceptar ninguno más. Tendrás que disculparme ante el hombre. Dile que llame a sus tropas gouran para proteger a su hija. —Se fue hasta la pared de la derecha y apretó los botones que abrían un armario para cambiarse de ropa—. Somos asesinos, no niñeras —concluyó, mientras se quitaba el traje de combate.
Syn se volvió de espaldas a él y siguió hablando.
—Te atrae —dijo. Era una afirmación, no una pregunta.
—Déjate de historias —repuso Nykyrian en tono seco—. No soy ciego ni estoy muerto… aún. ¿Puedes decirme que a ti no te atrae en absoluto?
Syn rio.
—Oh, mierda, claro… Claro que me encantaría que me tocara un trozo de ese pastel. Pero sé cuántas veces has ido a verla bailar. Admítelo, Kip, estás colado por ella y eso no es normal en ti.
—Es una mujer hermosa. La deseo, nada más —replicó Nykyrian mientras cerraba la pared; no quería que nadie supiera lo que realmente sentía, ni siquiera Sheridan. Cogió las botas del suelo y se sentó.
—¿Nada más? —preguntó su amigo y giró la silla para mirarlo con una ceja levantada.
Nykyrian le echó una mirada enfadada mientras se ponía las botas.
—Esta discusión ha terminado. —Cogió las gafas oscuras de la mesa y se las puso para ocultar sus extraños ojos verdes humanos.
Syn le lanzó una última sonrisa socarrona y se fue.
Nykyrian se quitó de la cabeza sus palabras mientras recorría el pasillo, donde la gente se apartaba de él como si temieran que los fuera a matar sólo por estar allí.
¡Como si se fuera a molestar con cualquiera de ellos!
Puso los ojos en blanco ante esas reacciones y ante los estúpidos miedos de Syn. Era un soldado, no un idiota enamoradizo. Conocía sus obligaciones demasiado bien y nada lo apartaría nunca de ellas. Y aún menos una bailarina con un padre que gobernaba un planeta y tenía un ejército deseoso de acabar con él.
Nykyrian era y había sido muchas cosas en su vida, pero nunca un estúpido.
Mientras iba hacia el puesto de Mira, se alegró de poder quitarse el disfraz de Némesis. La creación de ese personaje había sido una necesidad, le permitía moverse libremente sin que le dispararan demasiados francotiradores. Y con sus rasgos claramente híbridos, si las autoridades llegaran a descubrir su verdadera identidad, no les costaría mucho acabar con él.
No se podía negar que lo intentaban, pero no hacía falta que les diera una razón más para ir a por él.
Por el momento, se suponía que Nykyrian Quiakides era otro seguidor de Némesis; un papel que le iba de maravilla. Mientras su identidad fuera secreta, podría mantener una existencia casi normal.
Pero su identidad era sólo una de las muchas razones por las que nunca podría mantener una relación con alguien. Si había aprendido algo en la vida, era que no se podía confiar en nadie.
La gente era su amiga hasta que él miraba hacia otro lado.
Incluso con todo lo mucho que confiaba en Syn y en los otros, no se habría sorprendido si uno de ellos lo hubiera apuñalado por la espalda algún día. Después de todo, era inherente a sus especies. Toda la historia de sus mundos se había escrito con la sangre de las amistades y las alianzas traicionadas.
Pero Kiara…
Reprimió las emociones que lo invadían al pensar en ella y recuperó la calma vacía en la que confiaba.
La bailarina no era nada para él y nunca sería más que los restos de un recuerdo.
Al menos, eso era lo que pensaba hasta que entro en la sala y se encontró cara a cara con ella y sus impresionantes ojos color ámbar…