Nykyrian alzó la vista de la comida esperando ver entrar a Kiara.
En vez de eso vio al asustado maître.
—Comandante…, su esposa se acaba de marchar con un amigo del príncipe Jullien. Me parece que no iba voluntariamente… Parecía tener miedo del hombre que la acompañaba.
Una furia fría y amarga se apoderó del alma de Nykyrian, que apretó los puños.
Oyó el grito de temor de su madre y la maldición de su padre. Pero eso fue todo antes de que se concentrase en la rabia pura que lo inundaba. Sacaba fuerzas de ella, porque sabía que iba a matar a alguien por eso.
Con movimientos medidos, como una perfecta demostración de su instinto depredador, Nykyrian se levantó y dejó a sus padres. Se recogió los faldones del abrigo con los ganchos para que no lo molestaran cuando fuera a sacar las armas y recorrió a grandes pasos la sala con una sola idea en la cabeza: Kiara.
Salió del restaurante y fue hacia el muelle cercano.
Nada. Ni rastro de ella por ninguna parte. Kiara y su secuestrador habían desaparecido en la noche. Lo que sólo le dejaba un objetivo: Jullien.
Con esa única idea bullendo en su cabeza, regresó al restaurante, donde sus padres ya habían arrinconado al cabrón.
Jullien estaba entre ellos, protestando.
—No sé de qué me estáis hablando. No la he visto. Os equivocáis.
La furia nublaba la visión de Nykyrian, pero sabía que lo mejor era no demostrarlo. Sin prestar atención a sus padres, agarró a Jullien por el esmoquin y lo tiró contra la mesa más cercana. La vajilla saltó hecha pedazos; el frío tintineo de los fragmentos parejo a la frialdad que consumía a Nykyrian.
Némesis se había despertado y exigía satisfacción.
De la nada, aparecieron unos guardias que lo atacaron, mientras los comensales gritaban y se escondían bajo las mesas.
Nykyrian se volvió hacia ellos, golpeó al primero en la mandíbula con puño de hierro levantándolo del suelo. El siguiente fue a dispararle, pero él le lanzó un cuchillo a la mano y luego otro al hombro.
Los tres siguientes lo atacaron a la vez. Cogió a uno del brazo y se lo retorció, usándolo de escudo, de forma que el otro guardia disparó a su compañero y no a él. Le rompió el brazo y, con la culata de la pistola, dejó inconsciente al último.
Descargó la pistola, la dejó y luego agarró a Jullien por el cuello alzándolo del suelo.
—¿Dónde está?
El otro trató de soltarse arañándole la mano.
Él apretó más mientras todo su ser le gritaba que matara a aquella rata mientras se retorcía.
—¡Tu vida depende de lo rápido que me respondas, cabrón!
Miró a sus padres para ver si pretendían intervenir, pero ellos sólo lo miraban como si fuera un animal.
Pues que así fuera. Kiara era lo único que le importaba. A la mierda con el resto.
Cogió la pistola y la puso en intensidad de matar, luego se la acercó a Jullien a la barbilla.
—Respóndeme o lo próximo que oirás serán tus sesos contra la pared.
El sudor cubría la gruesa papada de su hermano.
—La tiene Aksel; no sé adónde se la lleva.
La sorpresa causada por su inesperada respuesta fue lo único que lo salvó. Paralizado, Nykyrian lo soltó.
Jullien cayó al suelo, tosiendo y tragando aire.
La sala pareció inclinarse cuando Nykyrian dio un paso atrás para recuperarse.
«La tiene Aksel».
Esas palabras resonaron en su cabeza como una hiriente pesadilla.
Su padre fue a tocarlo, pero él se apartó con un rugido. Miró a Aros con todo el odio que le abrasaba el alma.
—Ella es la única razón por la que he venido aquí esta noche. Si algo le ocurre, quiero que sepas que volveré a por Jullien y, cuando acabe con él, no quedará lo suficiente ni para tirarlo por el váter.
—Nykyrian…
No hizo caso del ruego de su madre. No significaba nada para él. La única que le importaba era una pequeña bailarina cuya vida dependía de él.
Y no la decepcionaría.
• • •
Nykyrian llamó al timbre de la casa de Jayne. Le temblaba la mano y cada vez le estaba costando más mantener la calma.
«Las emociones son tus enemigas».
Le debilitaban.
Pero era difícil controlarse cuando lo único que quería hacer era gritar y golpear a Aksel hasta quedar satisfecho. El dolor de perder a Kiara, de saber lo que Aksel le podía hacer, era más de lo que podía soportar.
En ese momento, entendía perfectamente a Syn. Si algo le pasara a Kiara por su culpa…
«Preferiría morir».
Con todo lo que le había dolido perder a Syn, no era nada comparado con lo que estaba sufriendo por su esposa.
Jayne abrió la puerta y se echó atrás boquiabierta al verlo con la respiración tan alterada.
Nykyrian no prestó atención a su sorpresa; ya no le importaba que vieran lo mucho que Kiara significaba para él. Jayne lo dejó pasar y lo llevó hacia la mesa de la cocina. Ausente, él se sentó en la primera silla que encontró.
Nada le parecía real. Era como una horrible pesadilla.
—Aksel tiene a Kiara.
Darling y Caillen se levantaron del sofá en el que habían estado sentados.
Caillen fue con él a la cocina.
—¿Cómo diablos ha pasado?
—Eso no importa. Tenemos que encontrarla. —Miró a Caillen—. ¿Has averiguado algo más de Syn?
—Está con mi hermana, pero no sé dónde.
Nykyrian asintió y deseó que su amigo estuviera allí para ayudarlo a planear aquella maldita operación. Él estaba demasiado poseído por sus emociones. No podía pensar con claridad.
Lo único que conseguía era pensar en Kiara.
Se pasó las manos por la cara tratando de calmar sus desbocados sentimientos.
—¿Y qué estáis haciendo vosotros dos aquí tan temprano?
—Hemos recibido malas noticias hace un rato.
Justo lo que necesitaba.
—Y…
Volvió a sonar el timbre de la puerta.
Jayne la abrió y, por segunda vez esa noche, el mundo de Nykyrian se tambaleó. Fuera estaba Driana, sujetando a Thia por un brazo. La mujer tenía un lado de la cara hinchado y rojo, pero no era nada comparado con el estado de su hija.
—Era esto —masculló Caillen—. Hace cosa de una hora, Driana ha llamado por el comunicador que yo tenía, tratando de localizarte.
Nykyrian salió disparado de la silla y fue hasta la puerta para ver si su hija seguía con vida. Todos los miedos imaginables lo asaltaron mientras cogía en brazos a la niña y la llevaba al sofá.
Thia tenía aún más golpes que su madre. Volvió la cabeza hacia él, pero no pudo abrir los ojos a causa de las heridas.
Él soltó una maldición.
—Creí que no iba a parar de golpearla —dijo Driana entre sollozos—. He tratado de protegerla…
Con cuidado, Nykyrian tocó la mejilla hinchada de su hija. Iba a matar a Aksel aquella misma noche, arrancarle un miembro tras otro y disfrutar con cada grito de dolor de aquel cabrón de mierda.
—No pasa nada —le susurró a Thia—. Nadie volverá a hacerte daño. Te lo prometo.
Hadrian, el esposo de Jayne, llegó desde el fondo de la casa para atender a Thia.
—Yo me encargaré de ella. Ya he llamado a un médico.
La turbulencia de sus emociones paralizaba a Nykyrian. Con lo mucho que había odiado en el pasado, nada lo había preparado nunca para aquel ardiente dolor en el alma que exigía venganza.
Se apartó del sofá a regañadientes.
—¿Dónde está Aksel?
—Se ha ido a su base de Oksana. Cree que allí está a salvo.
—¿Y Kiara?
—Está con él.
Nykyrian hizo una mueca furiosa. Les indicó a Darling, Jayne y Caillen que fueran con él. Recogerían a Hauk y, antes de que amaneciera, habrían acabado con Aksel, de una forma u otra.
• • •
Kiara tiró de las esposas que le sujetaban las manos a la pared por encima de la cabeza. Tenía que soltarse.
Se encontró con la mirada de Aksel, que la observaba desde el otro lado de la sala, donde estaba sentado con dos de sus hombres, jugándose quién la violaría primero. Una sonrisa de superioridad le curvó los labios antes de doblar su apuesta.
Kiara apartó la vista. El corazón le saltaba en el pecho mientras luchaba por liberarse. Tenía que haber alguna manera de salir de aquella situación.
Aksel levantó de nuevo la vista de las cartas y de nuevo le dedicó una mirada lasciva; al parecer, disfrutaba viéndola debatirse inútilmente con las esposas.
Ella se estremeció. Rogaba por estar libre, pero también rogaba porque Nykyrian no se acercara allí para salvarla. Aksel le había explicado demasiadas veces lo que pretendía hacer con su esposo.
Si lo capturaba, lo torturaría hasta la muerte. Lentamente y disfrutando.
Kiara alzó la vista y vio entrar a Driana, con el rostro rojo e hinchado. La mujer la miró y ella vio compasión en sus ojos.
—Aksel, tengo que hablar contigo. A solas.
Él hizo una mueca despectiva.
—¿No ves que estoy a mitad de la partida?
Driana se acercó a él con paso decidido y volcó la mesa mientras le ponía un rifle en la cabeza.
—Diles que se vayan.
La retorcida risa de Aksel llenó la sala.
—Claro. Chicos, si nos perdonáis, mi esposa —dijo con una mueca de desprecio— quiere tener unas palabras conmigo.
Los dos soldados salieron de la sala y Kiara los oyó reír mientras decían algo en una lengua que no entendió.
Aksel se recostó en la silla, con los brazos cruzados sobre el pecho, demostrando su confianza.
—¿Qué quieres, querida?
A pesar de la palabra cariñosa, a Kiara no se le escapó el odio y la amenaza que había en su voz.
—Nadie le hace daño a mi hija y continúa viviendo —rugió Driana—. Voy a matarte, giakon. —Amartilló el rifle.
Pero él se movió con tal rapidez que Kiara ni lo vio levantar los brazos antes de verlo con el arma de Driana en la mano.
—Estúpida harita —exclamó y le hundió la culata en el estómago con tanta fuerza que la tiró al suelo.
Luego la agarró por el pelo.
—¿Dónde está Thia?
Ella lo miró furiosa e, incluso desde la distancia a la que se encontraba, Kiara vio el odio que ardía en sus ojos azules.
—Se la he llevado a su padre.
El pecho de Aksel subía y bajaba con su furiosa respiración cuando miró a Kiara.
—¿El híbrido? —chirrió.
Ella se estremeció ante su tono agudo, incapaz de creer que pudiera hacerlo un hombre.
—Sí —contestó Driana con una sonrisa de desprecio—. Fue mejor hombre y amante a los diecisiete de lo que tú lo serás jamás.
Aksel alzó el rifle y golpeó a Driana en la espalda con la culata.
Ella gritó y se desplomó en el suelo.
Kiara escondió la cara en el brazo y trató de no oír los golpes que siguieron en una rápida sucesión.
Finalmente, los gritos de Driana cesaron por completo.
Kiara alzó la cabeza y la vio tirada en medio de un charco de sangre. Se le revolvió el estómago y, por un momento, pensó que iba a vomitar.
Aksel fue hacia ella como un lorina cazando. Tiró el rifle cubierto de sangre sobre la mesa tumbada.
Sus ojos eran de un gris tempestuoso mientras le recorría el cuerpo con la mirada y esbozaba una malvada sonrisa al ver el asco que ella sentía por él.
—¿Te ha explicado Nykyrian cómo entrenan a los asesinos de la Liga?
Estaba loco. Lo miró incrédula, incapaz de comprender su tono amistoso después de lo que le había hecho a su propia esposa.
Aksel tendió una fría mano y le acarició la mejilla.
—Te tienen durante tres meses completamente aislado. —No hizo caso de los intentos de Kiara de apartarse—. Te envían a salas de hologramas donde te muestran tus peores miedos una y otra vez hasta que ya no le temes a nada.
Le trazó la línea del mentón con el dedo. Kiara se estremeció y deseó poder hacer algo más que estar ante él, esperando impotente.
Al no tener otro recurso, le escupió.
Él sonrió ante su reacción. Se limpió la mejilla sin apartar la mirada de ella.
Como si Kiara no hubiera hecho nada, Aksel siguió hablando con una voz inquietante y monótona.
—Sólo te dan carne cruda y, mientras la comes, te pasan imágenes de víctimas agonizantes que ruegan por su vida.
Le puso la mano ante el rostro.
Ella dio un paso atrás, pero la pared le impedía retroceder.
—Con esta mano te podría destrozar el pescuezo. —Se acercó y se la puso en el cuello.
Kiara esperó que cumpliera su amenaza…
Pero no lo hizo.
En vez de eso, siguió hablando en el mismo tono.
—El híbrido te podría arrancar el corazón con sus manos desnudas. ¿Eso te excita?
—Me das asco.
Aksel le ofreció una mueca sonriente mientras le acariciaba la mejilla.
—¿Te ha contado Nykyrian que mató a dos instructores antes de acabar su formación? Así fue, ¿sabes? —Bajó la mano y la cogió de la cintura, volviéndola para obligarla a mirarlo—. Siempre fue mejor matando, pero yo era el que lo disfrutaba más.
Su risa resonó en la sala y Kiara sintió que se le helaba la sangre.
—Nykyrian se quedaba sentado durante horas después de una misión, mirando al vacío, sintiéndose culpable. —Soltó esa última palabra con desprecio, como si fuera lo peor imaginable—. Yo en cambio era un auténtico guerrero. Salía después a celebrar mi gloria. —Le apretó las manos en las caderas.
Ella se mordió el labio, deseando tener alguna forma de golpearlo.
—Entonces, ¿por qué mi padre alardeaba de su huérfano de sangre mezclada? —gruñó Aksel y el rostro se le retorció de furia—. No era de mi habilidad de la que hablaba con orgullo sino de la de Nykyrian. ¡Siempre Nykyrian!
Kiara gritó cuando le clavó los dedos en la piel.
Aksel la empujó contra la pared con un contundente golpe y la dejó sin aliento. Se apretó contra ella y Kiara notó su erección contra el estómago. El cuerpo se le cubrió de sudor, temiendo su próximo movimiento.
Él le rasgó el corpiño del vestido.
Ella gritó, tratando desesperadamente de resistirse.
—Debería follarte ahora —dijo, con un susurro jadeante, mientras le pasaba la mano sobre el sujetador, sin hacer caso de la repulsión de Kiara—. Pero no lo haré. No sería muy divertido. Tengo un lugar especial para que él me vea violarte. Luego, tú podrás verme cortarlo en pedacitos hasta que no quede nada excepto la oreja, que me encantará regalarte para que lo recuerdes.
—¡Estás loco! —Le dio un rodillazo entre las piernas.
Él la abofeteó.
—Nunca he conocido a un asesino que no lo estuviera —exclamó. Con una risa malvada, salió de la sala caminando tranquilamente.
Kiara tiró de las cadenas, pero sólo consiguió magullarse las muñecas. Los sollozos le sacudieron todo el cuerpo. Tenía que haber alguna forma de escapar. Alguna forma de poder avisar a Nykyrian.
Porque si no lo hacía, ambos morirían, y toda la culpa sería suya.