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Camry’s estaba abarrotado de gente. El estómago de Kiara gruñó protestando, pues se temía una larga espera. Se detuvo al final de la cola y se sorprendió cuando Nykyrian le tiró del codo para que siguiera avanzando.

—¿Qué estás haciendo? —le susurró, mientras intentaba no hacer caso a las enfadadas miradas de la gente que había llegado antes que ellos.

Gente que no tenía la suficiente educación como para criticarlos en voz baja.

—¿Quiénes se habrán creído que son?

—¡Menuda cara!

—Nykyrian no se molestó en susurrar.

—No puedo esperar en la calle. Hay demasiada gente a la que le gustaría pegarme un tiro. —Y miró con cara divertida a los que tenían más cerca, que habían sido los más groseros—. Y también a cualquier gilipollas que esté lo bastante cerca de mí cuando abran fuego.

Varias de las personas dieron un paso atrás para abrirles camino hasta la puerta.

—Eres incorregible… —comentó Kiara, negando con la cabeza.

—Sólo informo… —replicó él como si nada.

El maître alzó la mirada de su atril y se le iluminó la sonrisa cuando vio a Nykyrian.

—Me alegro de volver a verlo, comandante; su grupo ya está sentado y esperando.

Kiara lo miró confusa.

—¿Cómo sabe que eras comandante?

—Salvó la vida de mi hijo —le explicó el maître con una sonrisa.

Nykyrian se removió incómodo, como si la gratitud lo avergonzara.

Ella estaba impresionada.

—Guardas sorpresas por todas partes. ¿Qué fue lo que hiciste?

Fue el maître quien contestó.

—Los asesinos iban a por un objetivo que retenía a mi chico como rehén. El comandante lo sacó de allí sin siquiera un rasguño.

—¿De verdad? ¿Cómo?

Él carraspeó.

—Tengo buena puntería.

—Y una velocidad y sentido del tiempo impecables —añadió el maître e inclinó la cabeza para guiarlos hacia la derecha—. Me he tomado la libertad de hacer que le preparen su plato favorito, comandante. Los demás ya han pedido.

Kiara lo siguió entre las filas de mesas llenas, con Nykyrian unos pasos por detrás. Aunque este caminaba con tranquilidad, ella sabía que estaba pendiente de todo lo que los rodeaba.

El maître los llevó a la parte trasera del restaurante, donde había comedores reservados para los clientes importantes.

Una sensación surrealista asaltó a Kiara al recordar que Nykyrian era un príncipe…

Esa realidad sólo aumentaba el horror de su pasado. Qué terrible debía de haber sido para él enfrentarse a la verdad, haber sido protegido y querido, y luego tener que soportar la pesadilla que había sido su vida.

Eso le hizo preguntarse si Jullien habría sabido quién era cuando lo acosaba en la escuela.

¿O acaso Jullien era estúpido?

El maître abrió una puerta y los hizo pasar. Kiara vaciló al reconocer al emperador Aros en la mesa, con la madre de Nykyrian y su tía. Al ver a Nykyrian y al emperador juntos, pensó en cómo no se había fijado antes… Se parecían tanto que sólo un estúpido no hubiera notado que eran padre e hijo. Incluso tenían la misma altura.

Aunque el emperador llevaba corto su cabello blanco y su rostro era más viejo que el de su hijo, aún conservaba los mismos rasgos afilados y los ojos verdes.

Claro que el parecido no era tan evidente porque Nykyrian llevaba las gafas oscuras.

Pero sin ellas…

No cabía ninguna duda de quién era su padre.

Nykyrian se tragó una palabrota al ver al emperador esperándolos. Ya era bastante malo estar allí con su madre y su tía; aún no se había reconciliado con el papel que habían desempeñado en su pasado ni aceptado sus intenciones.

Pero tener también allí a su padre…

Se sentía incómodo y fuera de lugar con aquella gente. Siempre que había estado cerca de la aristocracia, no le había ido nada bien.

Y una parte de él seguía pensando que aquello era un truco y que iban a hacer que lo arrestaran o lo mataran. No tenía ninguna confianza en ellos.

Sobre todo en su padre…

Su madre se puso en pie.

—Ya estáis aquí —saludó alegremente—. Empezábamos a pensar que habías cambiado de opinión.

Debería haberlo hecho, pero a diferencia de ellos, cuando Nykyrian daba su palabra, la cumplía.

El maître se disculpó y los dejó en la intimidad.

El emperador se levantó lentamente y, con eso, Nykyrian vio que estaba nervioso. Se notaba que el hombre no estaba acostumbrado a no estar seguro de sí mismo.

—Espero que no te importe mi presencia. Cuando Carie me ha dicho que te había encontrado, he insistido en venir.

Kiara cogió la mano de Nykyrian y le dio un apretón de ánimo. Él le devolvió el gesto, aunque quería salir corriendo por la puerta.

Durante varios tensos minutos, nadie habló.

Finalmente, Nykyrian rompió el silencio.

—Esta es mi esposa, Kiara.

Aros le hizo una respetuosa inclinación de cabeza.

—Ya nos conocemos, pero es un placer volver a verla.

Ella le devolvió la sonrisa mientras le hacía una reverencia.

—Es un honor verle de nuevo, majestad.

—Por favor —respondió con aspereza—. Nada de eso, querida. Ahora eres de la familia. De todas formas, no me gustan nada todas esas reverencias y cumplidos. —Colocó una silla a su lado para ella—. Ven, niña, siéntate. No deberías estar de pie en tu estado. Tenemos que cuidar a ese bebé.

Kiara miró a Nykyrian para ver cómo llevaba la reunión con su reencontrada familia. Como de costumbre, no pudo averiguarlo.

Sin decir nada, se acercó al emperador y la silla que le ofrecía. La madre y la tía de Nykyrian se miraron inquietas, y luego lo contemplaron a él nerviosas mientras se sentaba en una silla junto a ellas.

Nykyrian estaba muy tenso, aunque Kiara supuso que era la única que lo notaba. Y eso sólo porque durante el tiempo que habían pasado juntos había aprendido a captar su humor… un poco. Lo que no significaba que pudiera leerle el pensamiento o identificar la raíz de su inquietud.

Podía estar furioso o dolido… o ambas cosas.

—Sin duda tendremos hermosos nietos, ¿no crees, Carie? —preguntó el emperador, mientras acercaba la silla de Kiara a la mesa.

Cairistiona asintió.

—Serán la envidia de todos.

Nykyrian se removió incómodo. Kiara le puso la mano sobre la suya y él la miró con algo parecido al orgullo.

Siguieron en silencio mientras les traían los platos y se los servían.

Nykyrian sujetó la tranquilizadora mano de Kiara mientras se recriminaba haber aceptado asistir a aquella estúpida comida. No conocía a aquella gente y no estaba muy seguro de querer hacerlo.

«Sólo pídeles que protejan a Kiara y luego reúnete con Caillen y los demás».

¿Y por qué le costaba tanto hacerlo?

«Porque te abandonaron cuando más los necesitabas. ¿Por qué iba a cambiar eso ahora?».

Eso y que nunca le había pedido nada a nadie. Jamás.

Lo más raro era que había ansiado ese momento durante la mayor parte de su vida. Un breve encuentro casual para poder hablar con su madre, para que ella lo mirara con amor e incluso con orgullo, para que lo aceptara.

Y cuando por fin lo conseguía, Nykyrian no sabía qué hacer.

—Sé que esto te debe de resultar muy difícil —dijo su padre, después de que los camareros los hubieran dejado de nuevo solos—. No tenía ni idea de que estuvieras vivo. De haberlo sospechado, habría puesto la galaxia patas arriba buscándote.

Ese comentario hizo hervir la sangre de Nykyrian con los amargos recuerdos que le trajo. Qué curioso que su padre no se acordara de él más que su mellizo.

—Lo cierto es que nos hemos encontrado antes. Dos veces.

—¿De verdad? ¿Cuándo? —preguntó el hombre con el cejo fruncido ante esa revelación.

—La primera vez cuando estaba en la Academia de la Liga. Yo era el «maldito cabrón» al que ordenaste registrar y luego encerraste cuando Jullien perdió su anillo dentro de su bolsa de deporte.

Kiara dejó caer los cubiertos y miró al emperador, que no tenía ni idea del horror que el tono seco y firme de Nykyrian ocultaba.

Aros casi pareció avergonzado, pero aun así…

Kiara quiso agredirlo por lo que le habían hecho a Nykyrian, por ese acto de crueldad. Sólo podía imaginarse cuánto peor debía de ser para él seguir allí sentado, sin golpearle.

—N… no tenía ni idea —balbuceó el emperador—. ¿Por qué no dijiste nada?

Nykyrian mantuvo su tono neutro y la vista al frente, sin mirarlo.

—Cuando traté de hablarte, me dijiste que me callara porque no te interesaba lo que tenía que decirte un ladrón. Dijiste que un miserable plebeyo como yo había insultado a tu hijo y que no merecía ni que lo miraras… Así que no dije nada.

El dolor en el rostro del emperador era palpable, pero Kiara sabía que no era nada comparado con la agonía del recuerdo de un niño pequeño al estar tan cerca de un padre que lo había abandonado y luego volver a ser despreciado con tanta crudeza. Que Nykyrian omitiese la parte que le había contado a ella sobre los dos días en prisión le hizo preguntarse qué otras pesadillas se guardaba para sí.

Deseó poder hacerle olvidar todo su dolor.

Aros agachó la cabeza.

—Lo siento, Nykyrian. No tenía ni idea. Debería haberte reconocido.

Él se encogió de hombros.

—No necesariamente. Los golpes del interrogatorio antes de que llegaras me desfiguraron el rostro y me habían afeitado la cabeza como castigo.

Kiara sintió náuseas ante la falta de emoción de sus palabras.

—¿Y nosotros nos hemos visto alguna vez? —preguntó Cairistiona con voz temblorosa.

Nykyrian negó con la cabeza.

—Sólo te vi de lejos un puñado de veces, cuando ibas a recoger a Jullien.

Tylie frunció el cejo.

—¿Y Jullien no se dio cuenta de que estaba contigo en la escuela?

—Eso se lo tendréis que preguntar a él.

Pero Nykyrian sí lo sabía… y sólo eso ya hizo que Kiara sintiera un nudo en la garganta. Que durante todo aquel tiempo hubiera estado tan cerca de su familia sin poder hablar con ellos debía de haber sido una pura tortura.

¿Cuán dolido debía de estar cuando su prima lo metió en aquella nave para que nunca hubiera tratado de contactar con su familia?

Aros carraspeó.

—¿Estabas en la lista con tu nombre?

—No, señor.

—Entonces, ¿por qué nombre te conocían?

Nykyrian tomó un trago de vino antes de responder.

—Híbrido Andarion.

El emperador se quedó con la boca abierta.

—No lo entiendo…

Esta vez, el resentimiento quedó claro en la voz de Nykyrian.

—No podía hacerme llamar Nykyrian eton Anatole, porque es un delito hacerse pasar por realeza.

—Eres de la realeza —replicó su padre apretando los dientes.

—Si hubiera tratado de ponerme en contacto contigo diciendo que era tu hijo perdido, tu administración me hubiera encarcelado sin ni siquiera investigar mi reclamación. Y después de haber estado en la cárcel por algo que no había hecho, no tenía ningunas ganas de repetir la experiencia.

Su madre tragó saliva.

—Yo sé por qué no trataste de presentarte ante nosotros. Juro que veré a mi madre castigada por esto. Lo que te hizo fue criminal.

—Temo preguntar por la segunda vez que nos vimos —dijo Aros.

—Yo formaba parte de tu equipo de seguridad cuando asististe a la reunión bicentenal del consejo en Ritadaria, hace quince años.

Aros palideció.

—Te recuerdo… Eras el que me salvó cuando un manifestante fue a por Sólo lo recuerdo porque parecías demasiado joven para estar en una misión tan importante.

Nykyrian asintió con la cabeza.

—Intentaste que me relevaran.

Aros se pasó una mano temblorosa por el rostro.

—Y se negaron, diciéndome que eras el mejor a pesar de tu edad. Y lo demostraste cuando uno de los asesinos de la Liga cogió al manifestante, pero no lo desarmó. Tú me apartaste al instante, antes de que el disparo me diera entre los ojos. Y luego, herido, lo dominaste, colocándole las esposas antes de que nadie pudiera llegar hasta nosotros.

—El disparo apenas me rozó. Ni siquiera me relevaron de mi puesto por ello.

Aros parecía sentirse tan mal como Kiara.

—¿Alguna vez te di las gracias?

—Estabas demasiado impresionado por el ataque.

—Estabas herido.

—Era mi trabajo, majestad, y no fue ni la primera vez ni la última.

El emperador se secó la boca con la servilleta. Estaba claramente afectado por lo que le explicaba Nykyrian, y eso que no había oído lo peor.

—Cuán arrogante puedo llegar a ser. He venido aquí esperando que estuvieras contento porque tu madre te había encontrado. Que nos abrazaras y nos lo agradecieras. Pero te hemos tratado tan mal… No, yo te he tratado tan mal, que no hay palabras para expresar lo mucho que lo lamento y me arrepiento.

Nykyrian tuvo ganas de decirle que se tragara sus palabras… que le sonaban ensayadas. Quería herir a su padre como él lo había herido. Pero ¿para qué? Era el pasado.

Nadie podía borrar lo que había sucedido.

Los ojos del hombre brillaban de lágrimas contenidas.

—Si Carie no te hubiera encontrado hoy por casualidad, ¿nos habrías buscado?

—No, señor —contestó con sinceridad. No hubiera servido de nada, ya que estaba convencido de que su madre no quería tener nada que ver con él.

Y sus anteriores encuentros con su padre no habían sido mejores. Lo único que sus padres le podían dar, que él no pudiese conseguir por sí solo, era la amnistía de la Liga, y eso era algo que no le importaba en absoluto.

Por no mencionar que, para él, ellos ya lo habían rechazado lo suficiente. La posibilidad de un rechazo más habría superado a cualquier otra estúpida idea que hubiera podido tener de contactar con ellos.

Aros se puso en pie lentamente.

—No debería haberos impuesto mi presencia esta noche. Perdonadme. Os dejo tranquilos.

Kiara esperó que Nykyrian no dejara marchar a su padre, pero él no hizo el más mínimo gesto para retenerlo.

—Majestad —dijo ella finalmente, no dispuesta a dejar las cosas así.

—¿Qué estás haciendo, Kiara? —le preguntó Nykyrian.

Ella le puso la mano en el hombro y lo miró.

—Es tu padre, Nykyrian —le contestó— y se está esforzando. Por mi propia experiencia, puedo decirte que incluso cuando quieres a tus padres, hay veces en que desearías matarlos. Lo que os pasó a todos es trágico y conozco algunos de los horrores que aún no les has explicado. Pero ahora tienes la oportunidad de reconstruir una relación. La gente comete errores, pero no deberían recibir una bofetada cuando tratan de corregirlos. Si no te quisieran, no estarían aquí esta noche. —Se dirigió a Aros—. Y créame, Nykyrian tampoco estaría aquí. No tienen ni idea de lo insensible que puede llegar a ser su hijo y con razón. Pero es un buen hombre. Obstinado hasta la médula, pero decente y bueno en el fondo. Tienen la rara oportunidad de rectificar el pasado y seguir adelante. Por favor, no dejen que la rabia y el dolor los priven de eso.

Nykyrian se quedó mirando la pequeña mano que tenía sobre el hombro. Hacía sólo unos meses, se la habría sacado de encima y la habría maldecido por tocarlo. Pero esa noche escuchó sus palabras.

Y se acordó de Thia.

Nadie le había hablado de ella y, para su hija, él era culpable de haberla abandonado. No podía saber si la niña tenía la misma sensación de rechazo y aislamiento. El mismo odio por él.

Darse cuenta de eso lo hizo reflexionar.

¿Cómo podía culpar a sus padres de lo mismo que él le había hecho a su propia hija?

Sí, su padre lo había jodido. Majestuosamente, nunca mejor dicho. Pero lo había hecho por ignorancia, pensando que protegía al único hijo que le quedaba.

Kiara tenía razón. Era una rara oportunidad y, aunque sus sentimientos todavía eran muy confusos, tenía una esposa y dos hijos en los que pensar.

Por ellos no sería egoísta.

Se puso en pie y le ofreció la mano a Aros.

—¿Por qué no olvidamos el pasado y comenzamos de nuevo?

El hombre le cogió la mano y se la cubrió con la suya.

—Lamento los años perdidos que debería haber pasado contigo. Puedo ver que eres un hombre digno del título.

Nykyrian resopló.

—La verdad es que no. —Miró a Kiara—. De no ser por mi esposa, no sería ni humano. Ella es lo único de mí que es decente.

Kiara sintió calor en las mejillas ante esos halagos.

Aros le hizo una reverencia formal.

—Eres una mujer sabia y amable. Ya veo que mi hijo ha escogido bien.

Ella sonrió mientras Nykyrian le ofrecía la silla.

—Sólo lo dice porque no se ha topado con mi parte obstinada.

—Y deberías estar eternamente agradecido por eso —añadió Nykyrian, volviéndose a sentar.

Aros sonrió mientras también se sentaba.

Como ya parecían superadas las hostilidades y Kiara ya no temía dejarlo solo con sus padres, se inclinó hacia él para preguntarle dónde estaban los servicios.

—Te acompaño.

Ella se sonrojó cuando todos la miraron. Lo único que no soportaba de estar embarazada eran las frecuentes visitas al baño.

—Sólo dime dónde están y ya los encontraré.

Él negó con la cabeza.

—Hay demasiada gente. Demasiadas salidas. No creo que debas ir sola.

Kiara notó tanto calor en la cara que temió explotar.

—Por favor, Nykyrian. Ya soy mayorcita y es un lugar público. La gente va sola al servicio todo el rato. Te aseguro que no necesito que estés haciendo guardia fuera de la puerta del lavabo de señoras. No pasará nada.

Por la tensa línea de su mentón, vio que él quería seguir discutiendo.

Su madre intervino.

—Hay muchos dignatarios por aquí y nuestros guardias están fuera. No le pasará nada.

Él le soltó la cintura.

—No tardes. Están en el bar, justo detrás del final de la barra.

Kiara le palmeó el hombro cariñosa.

—Gracias, don Preocupación. Te prometo que no tendrás tiempo ni de echarme de menos.

Se excusó con los demás, y salió del reservado. No le costó encontrar el camino.

En cuanto acabó, se dirigió de nuevo hacia el reservado. Saludó al maître cuando este pasó a su lado, guiando a otro grupo de clientes.

Aceleró el paso, porque no quería dejar a Nykyrian mucho rato solo con sus padres. Para él la situación no era fácil y lo último que Kiara quería era que pensara que ella también lo había abandonado.

—¿Kiara?

Se detuvo, preguntándose quién la habría llamado, mientras miraba entre los clientes. Se volvió y se quedó sin aliento al reconocer a Jullien, ocupando una mesa con otro hombre. ¿Por qué no estaba en el reservado con sus padres?

Claro que, dado su pasado con Nykyrian, agradeció que no fuera así. Sin duda, aquello habría acabado en un baño de sangre. Y, además, ella tampoco quería tenerlo cerca.

Sin hacerle caso, siguió hacia el reservado.

Jullien la cogió del brazo y la hizo detenerse.

—No esperaba volver a verte tan pronto. —Le cogió la mano y le dio un húmedo beso en los nudillos.

Ella reprimió un estremecimiento y el impulso de limpiarse la mano en el vestido.

La sonrisa del príncipe era amistosa, pero pudo verla frialdad de sus ojos.

—Supongo que debes de estar aquí con alguien, pero ¿no puedes tomarte un minuto para decirle hola a mi amigo? Es un gran admirador tuyo y se muere por tener la oportunidad de conocerte.

Ella trató de apartarse, pero él le cogió la mano con más fuerza.

—He prometido que…

—Sólo será un momento —le rogó con ojos inquietantes—. Por favor.

Recordando que, aunque fuera un gilipollas sin corazón, también era su cuñado y un príncipe, asintió con la cabeza.

Jullien la llevó hasta su mesa, donde esperaba un hombre rubio.

—Esta es la mujer de la que te estaba hablando.

El otro se levantó y se volvió lentamente hacia Kiara. El corazón de esta se aceleró de terror.

—¡Tú! —exclamó con un grito ahogado al reconocerlo.

Aksel Bredeh.

Él le puso una pequeña pistola de rayos en el vientre.

—Actúa como si te alegraras de verme o el chef tendrá tus entrañas humanas frescas para servírselas al híbrido. Sonríe —le sugirió.

Kiara quiso escupirle a la cara, arrancarle los ojos, cualquier cosa menos irse con él. Pero ¿qué alternativa tenía? No tenía ninguna duda de que la mataría a la menor provocación.

«Nykyrian me salvará».

De eso tampoco tenía ninguna duda.

Y algún día aprendería a escucharlo cuando le advertía que no hiciera algo; incluso si era algo tan inocuo como ir sola al servicio.

—Te debo una, viejo amigo —le susurró Aksel a Jullien mientras la empujaba con el arma—. Ve lentamente hacia la puerta.