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Jullien estaba sentado en la sala de seguridad de la embajada, furioso. En cuanto su madre y su tía habían regresado de sus compras, había sabido que las zorras se llevaban algo entre manos. Fueron las miradas furtivas que habían lanzado por el pasillo antes de encerrarse en el estudio lo que lo puso sobre aviso.

Hacía tiempo que había aprendido a tener cuidado de su traicionera tía Tylie. Esa zorra lo odiaba y parecía disfrutar metiéndolo en líos.

En ese momento, mientras las oía hablar de su mellizo perdido a través del micrófono oculto, se dio cuenta de la peligrosa situación en que se encontraba. Todos creían que Nykyrian había muerto de niño, pero unos años atrás su abuela le había confiado la sórdida historia de cómo había sobornado a la prima de su madre para que se hiciera pasar por ella; un acto final de la crueldad por la que su abuela era famosa. Parisa había metido a Nykyrian en una nave y se suponía que el cabrón estaba muerto. Dios sabía que su abuela había pagado buen dinero al orfanato para ver a su hermano maltratado y mal alimentado.

Nadie debería haber sobrevivido a ese trato.

A diferencia de su abuela, Jullien sabía que era mejor no confiar en nadie contratado. Si querías que algo se hiciera bien, debías hacerlo tú mismo, sobre todo si tenía que ver con el asesinato.

Apretó los puños, furioso. Si su madre y su tía se salían con la suya, volverían a darle a Nykyrian su posición en el imperio. Y él tendría que repartir su herencia.

Y eso era algo que no iba a hacer. Nunca.

Tamborileó con los dedos sobre la mesa de madera, mientras le daba vueltas a varios planes. Debía detener a su madre. Él era el único heredero de los imperios trioson y andarion.

¡Por Dios que no iba a tolerar a ningún usurpador!

Pero ¿qué podía hacer?

Las rodillas le temblaban de nerviosa energía mientras planeaba sus actos contra Nykyrian. Se aseguraría su posición de heredero único a cualquier precio.

• • •

Kiara se ajustó el encaje negro de la bata y luego se colocó unos cuantos mechones alrededor del rostro.

Nykyrian se hallaba en su despacho, trabajando en el ordenador. Aún les quedaban cuatro horas antes de reunirse con la madre de él para cenar y ella había decidido que le iba a dejar tranquilo un rato.

Cualquier día, Nykyrian podía acabar con Aksel y echarla de su casa. Pero ella no pensaba irse sin luchar.

Una imagen del piso de Syn le pasó por la cabeza, seguida por otra de la tarde en que su madre y ella fueron raptadas.

«No me dejaré intimidar».

Sustituyó esas imágenes por otras que sí quería tener como recuerdo. Nykyrian sosteniendo en brazos a su bebé.

Eso era por lo que estaba luchando. Como él ya sabía lo del niño, iba a hacer que este formara parte de sus vidas.

Decidida, abrió la puerta y fue a buscarlo.

Nykyrian notó un cosquilleo en el cuello, como si alguien lo estuviera observando. Alzó los ojos de la pantalla y vio a Kiara en la puerta, con el largo cabello flotando alrededor de su ágil cuerpo, que cubría con una bata tan fina que le veía los firmes pezones bajo la seda.

Se quedó sin aliento.

«¡No! No la tocaré. Más me vale».

Ella lo miró con sus ojos ámbar mientras se acercaba a él. En cuanto llegó a su lado, se soltó el cinturón lentamente y dejó caer la bata que se amontonó a sus pies, quedándose completamente desnuda.

Oh, estaba jugando sucio.

Antes de que él pudiera moverse, ella le cogió la mano y se la llevó al vientre, en el que ya comenzaba a notarse el embarazo. Nykyrian se miró la mano enguantada, sufriendo al recordar lo suave que era su piel.

Sabía que lo que hacía estaba mal, pero no podía evitarlo. Se dejó llevar por ella contra todo lo que le decía que aquello era un suicidio.

Kiara notó sus defensas, pero las había roto las veces suficientes para saber lo que debía hacer para que él cediera. Le pasó los dedos por la incipiente barba del mentón, y se los hundió en el sedoso cabello casi blanco, mientras con la otra mano le quitaba las gafas y las dejaba sobre la mesa.

Él cerró los ojos y la besó en el hueco del codo. Un vértigo se apoderó de ella. Con Nykyrian allí a su lado, ya no parecía importar que la hubiera dejado sola durante todas aquellas semanas. Incluso el dolor de que no hubiera ido a buscarla desapareció.

Dudó de si él podría hacer algo que ella no le perdonara. Lo amaba demasiado para guardarle rencor.

Al menos durante mucho tiempo.

Nykyrian la observó pasmado arrodillarse en el suelo ante su silla. No sabía qué pretendía hasta que le puso las manos sobre la bragueta. Sin aliento, la miró desabrocharle los pantalones y liberar su erección. Le pasó los dedos por la parte baja del pene y él se estremeció en respuesta.

Lo miró a los ojos y, lentamente, agachó la cabeza para tomarlo en su boca.

Nykyrian puso los ojos en blanco mientras Kiara lo acariciaba con los labios y la lengua. Nunca nada le había provocado una sensación más increíble. Se quitó los guantes y le hundió las manos en el cabello desparramado sobre su regazo.

Al verla sobre él, toda su resistencia saltó hecha pedazos. ¿Cómo podía haber pensado que conseguiría vivir sin ella?

—Kiara, por favor…

Ella le dio un sensual lametón antes de apartarse.

—¿Por favor qué?

«No me dejes».

Pero él no era capaz de decir esas palabras que se le quedaron como un peso en la garganta y el corazón.

Incapaz de soportar el dolor de una realidad que le impedía quedarse a su lado y satisfacer la necesidad de abrazarla para siempre, la hizo alzarse hasta su boca para besarla. La cabeza le daba vueltas mientras la colocaba a horcajadas sobre él.

Kiara ahogó un grito cuando él la llenó completamente. Le abrió la camisa mientras lo montaba lentamente y le pasó las manos por la piel.

Nykyrian le permitió quitarle la camisa y tirarla al suelo.

—Te amo —le susurró ella antes de pasarle la lengua por los largos colmillos.

¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía amarlo después de haberla abandonado?

—Yo también te amo, Kiara.

Se quedó inmóvil al oír las palabras que nunca había esperado que él dijera.

—¿Qué?

En vez de contestarle, Nykyrian la besó profundamente, con más pasión de la que nunca había sentido.

Con la mano, barrió todo lo que había encima de la mesa y lo tiró todo al suelo, incluido el ordenador. Sin salir de ella, se puso en pie y la tumbó de espaldas.

Sus embates se volvieron furiosos, penetrándola con fuerza mientras apoyaba una mano en la mesa y le cubría un seno con la otra. Kiara arqueó la espalda y lo rodeó con las piernas tensas, empujándolo más adentro.

Nykyrian la miró, saboreando la sensación de su cuerpo, se apartó lo suficiente para que ella pudiera ver su punto de unión y luego se hundió con fuerza en su interior.

Kiara no sabía por qué, pero se sentía muy expuesta ante él, como si la viera completamente desnuda, lo que no tenía ningún sentido, porque ya la había visto desnuda muchas veces.

Y sin embargo…

Le pasó el pulgar por los labios y los largos colmillos le rascaron los nudillos; luego, le fue bajando la mano sobre el pecho, el estómago y más abajo aún, hasta que pudo notar entre los dedos cómo él se deslizaba en su interior.

Nykyrian le cubrió la mano con la suya y la expresión en su rostro, de completo placer y posesión, la llevó al límite. Con un grito, alcanzó el orgasmo más intenso que nunca había tenido.

Nykyrian le soltó la mano y la cogió por la cabeza mientras se movía más rápido, intensificando el placer de Kiara. Su cálido cuerpo lo envolvía, y lo llevó al clímax, uniéndose a ella en el placer.

Entrelazados, se quedaron allí notando cómo su corazón bombeaba con furia contra el pecho.

Ella le acarició el rostro.

—¿Aún llevas puestos los pantalones?

Él se rio al darse cuenta de que también llevaba las botas.

Kiara lo riñó.

—Creo que debería considerar esto un insulto.

—Créeme, cariño, no lo es. Demuestra lo mucho que te deseaba. —Comenzó a apartarse, pero ella apretó más las piernas a su alrededor, impidiéndoselo.

Él miró su cuerpo desnudo y le pasó la mano por el pecho.

—Me encanta cómo te siento dentro de mí.

—Kiara…

Ella le puso los dedos sobre los labios para silenciarlo.

—Siempre seré tuya, Nykyrian. Siempre.

El silbido del comunicador de él cortó el aire.

Él profirió una palabrota mientras ella abría las piernas y lo soltaba. Nykyrian se arrodilló y recogió el comunicador del suelo. Y entonces cometió el error de alzar la vista hacia el mejor panorama que había visto nunca.

—Nykyrian, ¿estás ahí?

Kiara… emergencia; Kiara… emergencia.

Finalmente ganó la emergencia, pero sólo por los pelos y porque temía que pudiera tener algo que ver con la seguridad de ella.

—¿Qué demonios quieres, Caillen? Y más vale que valga la pena.

—Que te jodan. Tenemos un problema serio. Estoy seguro que este es el comunicador de Syn y lo he encontrado en casa de mi hermana, junto con un contrato con su firma por la vida de él… y de la tuya. Hace semanas que no la he visto a ella, ni a Syn, Tessa o Kasen. He venido aquí a buscar a Shahara, y en vez de a mi hermana me encuentro con lo que parece un campo de batalla… ¿Qué diablos está pasando?

Nykyrian se quedó parado mientras Kiara se sentaba, mirándolo preocupada.

—¿Dónde estás ahora?

—En el apartamento de Shahara.

—¿Hay algo más de Syn por ahí?

La pausa se hizo larga. El temor de Nykyrian fue en aumento con cada segundo que pasaba sin respuesta. ¿Qué demonios habría sucedido?

¿Dónde estaba Syn?

—Sí, he encontrado su chaqueta de vuelo; ya sabes, esa que le gusta tanto.

Nykyrian se tragó una maldición. Su amigo no se la hubiera dejado, de tener elección.

Cuando Caillen volvió a hablar, su voz parecía vacilante.

—Crees que Shahara le ha hecho algo, ¿verdad?

Nykyrian apretó los dientes y miró a Kiara.

—¿Cómo voy a saberlo? Es tu hermana.

—Pero si lo hubiera matado, no habría cogido trofeos. No va con ella. Tienen que estar juntos en alguna parte.

La pregunta era ¿dónde? Y aún más importante, ¿por qué?

Nykyrian apretó los dientes mientras trataba de aclararse las ideas.

—¿Puedes decirme hasta cuándo estuvieron ahí?

—A juzgar por el estado de la leche que queda, diría que hasta hace unos cuantos días.

Miró a Kiara y valoró qué hacer. Quería salir corriendo para buscar a Syn, pero no se atrevía a dejarla sola allí, sin protección.

Lo más seguro sería llevarla con su madre; Aksel nunca la buscaría en su casa. Nadie sabía nada de ella y, como heredera real, tenía los mejores guardias. Seguro que su madre podría hacerle ese favor…

—Mira, hay algo de lo que me tengo que ocupar primero. ¿Por qué no te reúnes conmigo y con Jayne sobre las diez y tratamos de aclarar este misterio?

—De acuerdo. Hasta entonces seguiré tratando de contactar con mi hermana.

Nykyrian dejó el comunicador a un lado y se frotó la cara con las manos.

—Y los golpes no cesan de llegar… —masculló.

Kiara le acarició el pelo, tratando de aliviar el dolor que veía en sus ojos.

—¿No son buenas noticias? ¿No significa que Syn está vivo?

Él le besó la palma de la mano.

—No sé qué significa.

Kiara le hizo cosquillas hasta que consiguió que riera.

—Deja de ser tan negativo. Anímate un poco. Syn no murió en su piso. Puede que esté bien.

—¿Cómo puedes creer eso?

—Tengo fe en que las cosas se arreglarán.

Él negó con la cabeza, asombrado de su optimismo.

—No sé cómo voy a dejar que te marches —susurró con voz entrecortada.

—Entonces, no lo hagas.

Él la miró borrando toda emoción.

—Ambos sabemos que eso es imposible.

Kiara le pasó un dedo por los labios.

—Te apuesto a que si alguien te hubiera dicho hace seis meses que me sonreirías, habrías dicho lo mismo.

Nykyrian fue a apartarse, pero ella lo rodeó con brazos y piernas, apretándolo contra sí.

—No voy a rendirme, Nykyrian. La gente lo ha hecho durante toda tu vida. Yo tengo la intención de luchar por ti como sea. Moriré por ti si es preciso.

—Y eso es justamente lo que me da miedo, Kiara —respondió él mientras se soltaba.

Ella se quedó allí tumbada mientras asimilaba lo que significaban esas palabras. El hombre que no temía a nada, ni siquiera a la muerte, admitía finalmente que algo lo asustaba: perderla.

Lo oyó entrar en el cuarto de baño del fondo del pasillo. El corazón le latía a un ritmo doloroso mientras recogía la bata del suelo y se la ponía.

Siempre había pensado que el amor sería algo fácil. Cuando se encontraba a ese alguien especial, los dos vivían juntos y felices para siempre…

¿Por qué nadie la había avisado de que ese sentimiento no era la respuesta a todos los problemas de la vida, sino que aún creaba más?

«¡Basta!».

No iba a dejar que las dudas y los miedos le estropearan lo que tenía. Mientras ambos estuvieran vivos había esperanza, y mientras hubiera esperanza no iba a rendirse.

No iba a perder a Nykyrian.