Nykyrian se hallaba en medio del desastre que era el piso de Syn.
Todo estaba destrozado. Todo. Incluso habían arrancado los cuadros de las paredes y los habían rasgado. Su santuario, roto. Las botellas de licor, hechas añicos.
Por eso sabía que su amigo estaba muerto. Porque Syn se había criado en las calles con nada suyo excepto porquería durante la primera parte de su vida y eso lo había convertido en un acaparador que defendía con ferocidad sus propiedades.
Para que alguien entrara e hiciera eso…
De haber estado vivo, Syn habría desatado la cólera del cielo para rastrear a aquellos cabrones y matarlos.
«No debería haber venido».
Era la primera vez que lo había visto por sí mismo. Pero quería que Kiara lo entendiera y él necesitaba aquello como un frío recordatorio de por qué no podía quedarse con ella.
Con Kiara a su lado, él se debilitaba segundo a segundo. Seguía poniendo excusas y diciéndose que podría protegerla y mantenerla a salvo.
El destrozo de aquel piso gritaba bien alto que ninguno de ellos, por muy feroces y bien preparados que estuvieran, se hallaba por encima de la espada que colgaba perpetuamente sobre sus cabezas. El padre de Kiara tenía un ejército y no había conseguido mantenerla a salvo. ¿Cómo podría él solo?
La miró con el rabillo del ojo y ansió poder abrazarla.
«No seré la causa de tu muerte».
Y eso era lo que sería si no la dejaba marchar. Y por esa razón nunca volvería a tocarla. No podía correr el riesgo de que su amor lo debilitara hasta hacerle cometer una estupidez.
Kiara parpadeó para contener las lágrimas mientras asimilaba el horror perpetrado en la casa de Syn. Su escáner estaba arrancado de la pared. Los muebles, volcados. Incluso el colchón estaba rajado con violencia y todo roto o pareado. Aquello no era un robo o algo casual. Quien lo hubiera hecho estaba furioso y quería herir a Syn de la peor manera.
¿Qué le habrían hecho a él?
El terror la atenazó mientras miraba a Nykyrian. Este se hallaba rígido, sin mostrar ninguna emoción. Pero ella sabía la verdad. Se trataba de su mejor amigo y todo aquello debía de estar afectándolo mucho.
Cubrió la distancia que los separaba con la intención de tocarlo, pero él se apartó.
—¿Sabes quién ha hecho esto? —preguntó.
Nykyrian negó con la cabeza.
—No tengo ni idea. Hay tantos contratos por ahí por nosotros, tanta gente que nos quiere muertos… puedes escoger donde quieras.
Mientras Kiara recorría la sala con la mirada, una helada sensación la consumía.
—¿De verdad crees que mi padre es el responsable de esto?
—No tengo ni idea.
Ella se pasó una temblorosa mano por el pelo mientras trataba de aceptar la realidad. Hasta conocer a Nykyrian, nunca había visto la faceta despiadada de su padre. Sí, lo había oído amenazar a gente cuando estaba enfadado, sabía que era un temido comandante militar, pero el hombre que la había criado había sido cariñoso y amable. Devoto y dulce.
Las mismas dos facetas opuestas que mostraba Nykyrian.
Este fue hacia la puerta.
—Tenemos que irnos. Quien haya hecho esto podría volver o estar observándonos.
Ella lo siguió a los ascensores.
—¿Quieres hablar sobre el asunto?
Aunque no podía verle los ojos, tenía la clara impresión de que la estaba mirando con burla.
—No soy una mujer, Kiara. No quiero hablar de mis sentimientos —contestó con un tono cargado de sarcasmo.
—Perdón. —Entró en el ascensor y miró hacia donde se hallaba el piso de Syn. Por fuera, no había signos de la violencia del interior.
Igual que Nykyrian. Todo parecía tranquilo y normal. Hasta que no se entraba no se veía la verdad.
Y la brutal realidad de su mundo cayó sobre ella como una mortaja, recordándole por qué debía abandonar a su esposo.
Después de salir del edificio, él caminaba un poco por delante. Kiara buscó palabras que pudieran hacerle sentir mejor, pero sabía que no existían. Lo más probable era que su mejor amigo estuviera muerto. Y no sólo muerto, casi sin duda lo habrían torturado y mutilado.
Nykyrian se mostraba distante, como si lamentara estar con ella. Como si quisiera olvidar su existencia.
Sin embargo…
Kiara lo alcanzó y lo hizo detenerse.
—¿Por qué le dijiste a Driana que estamos casados?
Eso le pesaba en el corazón. Si él no quería tener nada que ver con ella, ¿por qué seguía diciendo que era su esposa?
Nykyrian la miró con su estoicismo habitual. De nuevo llevaba puestas las gafas oscuras, lo que le impedía a Kiara captar ninguna señal de su estado de ánimo.
—Quien fuera que se llevó a Syn, sin duda irá a por mí después. Si atraparon a ese hijo de puta de una forma tan repentina que ni siquiera pudo llamarme, dudo que yo tenga alguna posibilidad de escapar de ellos. Se lo dije a Driana para que sepa que tienes derecho a mi herencia cuando haya muerto.
A Kiara se le encogió el estómago al oírlo hablar de aquella forma tan indiferente y al darse cuenta de las frías razones que había detrás de sus actos. No era que quisiera que el mundo supiera que estaban casados o que él la amaba, todo se reducía a una cuestión de negocios y eso la hirió de un modo que no creía posible.
—¿Y por qué no decírselo a Darling, Jayne o Hauk?
—Uno es legalmente menor y los otros dos son criminales buscados, mu tara. Driana en cambio es la hija de un embajador muy bien situado. Lo único que tienes que hacer es ponerte en contacto con ella después de mi muerte y todo lo que poseo será tuyo.
¿Cómo podía ser tan frío…?
Pero entonces se dio cuenta. Eso era lo único que había conocido en su vida.
—No quiero tu dinero, Nykyrian.
Él no se movió.
—Muy bien. Entonces, deja que se lo queden los bancos; a mí no me importa.
Se dio la vuelta y siguió caminando. Kiara estuvo a punto de agarrarlo, furiosa, deseando machacarlo hasta que entrara en razón. ¿Cómo podía ser tan astuto con todo lo demás y tan ciego cuando se trataba de ella y de sus sentimientos?
¿Cuándo había perdido la capacidad de verla tan claramente como veía al resto del mundo?
—¿Kyrian?
Kiara casi chocó con él cuando se paró de golpe y sin avisar.
Con el cejo fruncido, miró por la calle y vio lo que lo había hecho detenerse así.
Una hermosa mujer andarion soltó la puerta que estaba sujetando para ir corriendo hacia él. Se detuvo a unos pasos y en su rostro apareció una expresión entre incredulidad, dolor y alegría mientras se cubría la boca con una mano temblorosa. Era casi tan alta como Nykyrian.
Sus ojos rojos y negros recorrieron el cuerpo de él de una manera que a Kiara no le gustó nada. El largo cabello negro de ella estaba parcialmente cubierto por una diadema dorada que enmarcaba los rasgos frágiles y pálidos de su rostro.
—¿Kyrian? —preguntó ella de nuevo, con una voz llena de sorpresa y de temor, mientras tendía una mano hacia él. Justo cuando estaba a punto de tocarlo, la retiró de golpe.
Él seguía tieso como un palo, sin decir nada.
Otro dama andarion fue corriendo hasta ellos, seguida por sus guardias. Miró a la primera mujer con severidad.
—Cairistiona. ¡No vuelvas a salir así! Sabes que no es seguro.
—Le pasó un brazo por los hombros y trató de alejarla de ellos.
Pero Cairistiona se negó a marcharse. Se soltó de ella y miró a Nykyrian como si estuviera viendo un fantasma.
—Es mi Kyrian, ¿no lo ves? Por fin ha vuelto a mí.
La otra negó con la cabeza mirando a Kiara y Nykyrian.
—Lo siento mucho. No ha estado bien desde que su hijo murió de niño. —Volvió a rodear a Cairistiona con el brazo y le dio unas suaves palmaditas—. Vamos, Carie, no es tu Nykyrian, ya lo sabes. Nykyrian hace mucho que está muerto.
—No… conozco a mi hijo. —El dolor en la voz de Cairistiona encogía el corazón.
Kiara palideció. Le puso la mano a Nykyrian en el brazo y notó la tensión de su cuerpo. Eso sólo ya le dijo la verdad.
Aquella mujer era su madre…
Los inquietantes ojos de Cairistiona rogaron a Nykyrian.
—Dile quién eres, cariño. —Hizo un gesto hacia la mujer que tenía al lado—. Por favor.
Él hizo ademán de marcharse, pero Kiara lo agarró y lo obligó a quedarse.
—La conoces, ¿verdad? —preguntó, deseando poder verle los ojos.
Nykyrian le apartó la mano del brazo.
—Suéltame.
Kiara miró a Cairistiona y luego otra vez a Nykyrian.
—¿Es tu madre?
La mujer que cogía a Cairistiona ahogó un grito.
Él se tensó aún más, pero Kiara no iba a dejarlo marchar hasta que supiera la verdad.
—Nykyrian, contéstame, ¿es tu madre?
Él la miró, tenía un nudo en la garganta. Aquello no era posible. ¿Por qué aquel día entre todos tenía que toparse con la zorra de su madre?
¿Acaso su vida no era ya lo suficientemente complicada?
—¿Kyrian?
Se estremeció al oír la voz de la mujer, la misma voz que lo había perseguido durante años. De niño, había rezado para volver a oírla una vez más. Para que ella fuera a verlo y le pidiera perdón por lo que le había hecho.
Pero nunca apareció y sus pesadillas sólo habían empeorado hasta que lo único que quiso de ella fue su muerte.
Los recuerdos lo asaltaron.
«¡Yo no tengo que estar aquí! ¡Es un error! Mi madre os matará por esto. ¡Soltadme!».
Los guardias de su madre les habían dicho a los humanos que no creyeran nada de lo que él dijera sobre su identidad.
Aún podía ver la cara de la directora mientras lo inscribía.
«¿Cómo se llama?».
Los guardias lo habían mirado con desprecio.
«Es un sucio mestizo mentiroso y no tiene nombre. Se los inventa».
Nykyrian había peleado e intentado decirles quién era; que llamaran a su madre para que lo fuera a buscar, pero cuando la directora lo amordazó ya no pudo decir nada más.
Aun así, él sabía la verdad y esta le había dejado tanto odio en el alma que nada lo podía borrar.
Su madre sollozó. Era mucho más frágil que cuando lo echó. Más vieja y, evidentemente, estaba muy sedada.
—Tienes que decirles quién eres.
¿Por qué? ¿Para que se volviera a burlar de él? ¿Por qué iban a importarle sus lágrimas cuando a ella no le habían importado las suyas?
«Suéltame, asqueroso».
El desprecio en su rostro cuando le había soltado la manita del brazo lo había perseguido durante años.
¿Qué quería de él ahora? ¿Absolución?
Que lo olvidara, no estaba de humor para perdonar.
—Yo no tengo madre —replicó con una mueca de desprecio—. Nunca la he tenido.
Sin pensar en los transeúntes que los observaban, Cairistiona rompió a llorar y a sollozar como si la hubieran golpeado.
Nykyrian trató de pasar ante Kiara, pero ella lo agarró con fuerza y se lo impidió. En ese momento, deseó matarla a ella también.
—Sal de mi camino —dijo en un tono grave que nunca dejaba de intimidar a la gente. Sin embargo, por una vez, no le funcionó. Kiara se limitó a mirarlo con aquellos malditos ojos ámbar, exigiéndole que hiciera algo que él sabía que sólo le causaría más dolor.
Pero ella no tenía intención de dejarlo escapar. No si lo que sospechaba era cierto. Lo agarró con firmeza y miró a la mujer.
—¿Tu Nykyrian… tenía ojos verdes humanos?
Él flexionó el brazo amenazadoramente bajo su mano.
La mujer que sujetaba a Cairistiona palideció.
—Sí, sí que los tenía, igual que los de su padre —contestó Cairistiona excitada, sin apartar la vista de Nykyrian.
—Kiara —gruñó él, enfadado.
Ella no le hizo caso.
Nykyrian se soltó de ella.
En un último intento de desafiarlo por su propio bien, Kiara se puso de puntillas y le quitó las gafas.
La mirada que él le echó la hizo retroceder.
—Oh, Dios —exclamó con voz ahogada la otra mujer al verle el rostro descubierto. Soltó la mano de Cairistiona.
Esta dejó escapar una carcajada de alegría y corrió hacia él.
—Sabía que estabas vivo.
—No te atrevas a tocarme —gruñó Nykyrian con suficiente furia como para borrar toda alegría del rostro de su madre.
La otra mujer se acercó, negando con la cabeza.
—Eso es imposible. Estás muerto. —Miró a Kiara con sus ojos rojos y negros, como los de Cairistiona—. Yo misma vi los restos quemados y las pruebas. —Volvió a mirar a Nykyrian—. Yo estaba allí cuando te enterraron.
—Ya os dije que ese niño no era mi hijo. Pero no me escuchasteis. Todos creísteis que me había vuelto loca. —Se mordió el tembloroso labio—. Ni, siquiera me permitieron buscarte.
Nykyrian mostró los colmillos, mientras la furia le oscurecía los ojos.
—No me cuentes mentiras de mierda. Sabías exactamente dónde estaba… dónde me habías enviado para que muriera. No querías sangre humana en la línea sucesoria. Yo era una vergüenza para todos vosotros, así que me echasteis esperando que muriese antes de poder regresar y reclamar vuestro querido trono.
Kiara se tambaleó al oír esas palabras y la verdad la golpeó con tal fuerza que la dejó sin aliento. No, era imposible.
Su mirada se posó en las caras túnicas imperiales de las mujeres y sus guardias. Se le secó la garganta. La mujer que tenía ante sí era la princesa Cairistiona, y la que la sujetaba era la princesa Tylie, lo que hacía que Nykyrian fuera…
Él casi no tuvo tiempo de sujetarla cuando se desmayó.
—¿Está bien? —preguntó Tylie mirándolo ceñuda.
Nykyrian apretó los dientes, asustado.
Aquello no era normal en Kiara… y por primera vez en su vida, saboreó el auténtico pánico mientras la cogía en brazos.
—No lo sé.
—Nuestra nave esta atracada detrás de ese edificio. El médico personal de Carie está a bordo. Aunque sea humana, seguramente es el lugar más próximo donde puede recibir asistencia.
Nykyrian miró fijamente a su tía y deseó largarse lo más lejos posible de ellos. Pero Kiara era lo primero. Asintió y las siguió a la nave.
Su madre no paraba de volver la cabeza para mirarlo con una gran sonrisa. Y cada vez que la veía, él no sabía si alegrarse o atravesarle el frío corazón con uno de sus cuchillos.
Pareció que transcurría una eternidad antes de que subieran a bordo de la nave y el médico andarion llegara desde el fondo, mascullando por tener que tratar a una paciente humana. Sus prejuicios estaban haciendo peligrar el control de Nykyrian.
Con cuidado, dejó a Kiara sobre un sofá acolchado. El corazón le golpeaba en el pecho al mirar su pálida belleza y deseaba que se despertara para poder alejarse de aquella gente.
Luego se volvió hacia el médico y lo cogió por la camisa.
—La tratarás, la respetarás o, por los dioses que te arrancaré el corazón y te lo haré tragar.
El rostro del médico perdió todo el color.
—No te preocupes. Su anatomía no es tan diferente de la nuestra. La cuidaré bien. Ahora, si nos excusas, necesito un poco de intimidad.
—Sólo recuerda que tu vida depende de la de ella.
El médico asintió.
A regañadientes, Nykyrian permitió a su madre llevarlo hasta el fondo de la nave, donde Tylie y ella podrían hablar con él.
Tylie se sentó primero.
—¿Quién es esa mujer?
—Mi esposa —contestó él con frialdad.
A su madre pareció entusiasmarla la noticia.
—¿Estás casado? ¡Qué bonito!
Él la miró mal. ¿Acaso era totalmente estúpida? Parecía razonar como si fuera una niña.
¿O estaba drogada? Por el tono opaco de su piel y la dilatación de sus pupilas, podía ver que estaba fuertemente sedada.
Tylie lo miró frunciendo el cejo.
—¿Qué te pasó? Después de que te enviáramos a la escuela nos dijeron que habías muerto en un incendio.
Nykyrian se burló de esas paparruchas.
—Nunca me enviasteis a ninguna escuela, así que no te molestes en mentir.
Su madre y su tía intercambiaron miradas confusas.
Cairistiona inclinó la cabeza como si no pudiera entender de qué estaban hablando.
—Te enviamos a la Academia Pontari después de que consiguieras un gran resultado en el examen de entrada. Te enviaron una escolta y todo.
A Nykyrian le hirvió la sangre. ¿Por qué jugaban así con él?
—Tú me enviaste a un orfanato humano y tus guardias les dijeron que nunca me creyeran si les decía que era un príncipe. Les dijeron que era el hijo deficiente mental de una puta muerta. No pienses ni por un momento que no tengo esas palabras grabadas en la memoria.
Las dos se quedaron lívidas.
—Fue madre —susurro Tylie mientras cogía la mano de su hermana—. Dios, nunca creí que pudiera hacer algo tan horrible.
El cejo de Nykyrian se hizo más profundo.
—¿De qué estás hablando?
Cairistiona tragó saliva y agarró el colgante que llevaba al cuello.
—Nuestra madre siempre te odió. Decía que Jullien podía pasar por andarion, pero que tú siempre parecerías demasiado humano.
Tylie asintió.
—Fue idea suya que fueras a Pontari. Pensaba que estarías mejor allí.
La amarga furia en la voz de su tía lo sorprendió.
Cairistiona negó con la cabeza.
—Nunca deberíamos haber confiado en ella.
Los ojos de Tylie se llenaron de lágrimas.
—Todo fue una mentira —concluyó la mujer mirando a su hermana—. Y todo este tiempo te hemos mantenido sedada para que no lo buscaras. ¿Cómo sabías que estaba vivo?
—Lo sabía.
Nykyrian se negaba a creerlas.
—¿Por qué me estáis mintiendo? Tú misma fuiste la que me pusiste en la nave. Me apartaste las manos de tu brazo y me dijiste que te daba asco. Que…
—¡Yo nunca he dicho eso! —gritó la mujer, indignada.
—Joder, sí que lo dijiste. No sé qué te habrán hecho las drogas en la cabeza, pero nada nunca ha conseguido hacerme olvidar la frialdad de tu rostro y esas palabras.
—Parisa —dijo Tylie pasándose la mano por la cara—. Tuvo que ser ella.
Su madre sacó un pequeño chip de foto del bolso. Le dio la vuelta y se lo dio a Nykyrian.
—¿Es esta la mujer que viste?
Él iba a decirle que se metiera la foto donde le cupiera, pero por alguna razón la cogió y la miró.
Se le cayó el alma a los pies. En la foto estaba su madre y a su lado otra mujer que se le parecía tanto que podían ser gemelas.
No se diferenciaban en nada, ni en el color del pelo ni en la altura.
—¿Qué demonios…?
—Nuestra prima. —Tylie soltó una maldición—. De pequeñas, ella y Carie solían fingir que eran la otra para engañar a los adultos.
—Creíamos que era divertido. ¿Cómo pudo hacerme eso?
—Seguro que madre la sobornó. El padre de Parisa era un derrochador que perdió todo su dinero y ella siempre había tenido celos de nosotras. —Tylie soltó un suspiro de desagrado—. Incluso pudo haberlo hecho sólo por vengarse de ti por ser la heredera.
—Juro que la mataré.
Nykyrian estaba sentado, totalmente en estado de shock, sin saber ya qué creer. Miró la foto, tratando de aclarar las emociones que lo poseían: rabia, sufrimiento, pérdida, dolor.
¿Le estaban diciendo la verdad?
¿Acaso importaba? Nada podía cambiar su pasado. Este seguía siendo horrible y frío.
Pero si su madre lo había querido…
«Ya no eres un niño. ¿A quién le importa?».
Sin embargo, en lo más profundo sí que le importaba, y no podía negarlo.
Tylie suspiró.
—Nuestra madre ha cometido un crimen terrible. ¿Qué vamos a hacer?
Cairistiona miró a Nykyrian con un amor que acabó por derribar todas las defensas que él había levantado en su corazón. Era la mirada que siempre había querido ver en el rostro de su madre.
—¿Te trataron bien en el orfanato?
Él se encogió de hombros, no queriendo recordar. Ella no podía hacer nada para aliviar el dolor de su alma o borrar todos los abusos que había sufrido. Sólo Kiara parecía ser capaz de hacerlo.
—Me adoptaron —dijo al final, pensando que eso sería más fácil de explicar.
Ella lo miró esperanzada.
—¿Gente buena?
«Sí. De la mejor calidad imaginable».
Un nudo le cerró la garganta y tuvo que contener el impulso de hacer una mueca de asco.
—El comandante Huwin Quiakides.
Su madre sonrió.
—Mi padre lo conocía bien. Fueron juntos a la Academia de la Liga. Siempre decía que, para ser humano, Huwin era casi andarion en sus creencias. —Dijo eso como si fuera una buena cosa—. ¿Eres también soldado?
Nykyrian la miró; su alma gritaba venganza y por ello quería hacerla sufrir.
—Era asesino de la Liga.
La mirada de su madre no le causó la satisfacción que esperaba.
—Pero tienes esposa…
—He dicho que era un asesino. Dejé la Liga.
Antes de que ella pudiera decir nada, el médico carraspeó y Nykyrian se puso inmediatamente en pie para mirarlo.
—¿Está bien?
Él asintió.
—Deber de haber sufrido una fuerte impresión o algo así. No es raro en las mujeres en su estado. He oído que las mujeres humanas se desmayan cuando están esperando.
—¿Esperando qué? —preguntó Nykyrian, ceñudo.
Un segundo después lo entendió y se sintió totalmente estúpido por haberlo preguntado.
De repente, le faltaba el aire. Las paredes parecían caérsele encima.
¿Qué había hecho?
—¿No sabías que estaba embarazada? —El médico lo recorrió con una fría mirada.
Incapaz de responder, Nykyrian se quedó mirando a su madre a la cara, deseando sentir la misma felicidad que ella mostraba. Pero en lo único que podía pensar era en cuánta gente deseaba matarlo. No, no sólo matarlo a él, sino acabar con quien pudieran para llegar a él.
Por falta de algo tan simple como un método anticonceptivo, acababa de firmar el contrato de muerte de Kiara igual que si hubiese contratado personalmente a los asesinos.
Su madre se acercó a él con la frente fruncida por la preocupación.
—¿Estás bien?
Nykyrian no supo qué responder.
No, no estaba bien. Había matado a la única persona a la que había amado nunca…
¿Qué podía hacer?
—¿Está despierta? —le preguntó al médico.
—Aún no, pero la puedo despertar si quieres.
—Por favor.
La fría mano de su madre le acarició la mejilla.
—¿Te vas? —preguntó con voz temblorosa.
—Debo hacerlo.
Grandes lágrimas le caían por las mejillas y Nykyrian por fin entendió cómo se sentía Syn cuando veía llorar a una mujer. Era totalmente debilitador.
—No tienes planes de volver conmigo, ¿verdad?
Él apretó los puños, dolido y furioso.
—¿Qué quieres de mí? Desde mi punto de vista, tú fuiste la que me echó hace años.
—Por favor, no hagas eso. No tienes ni idea de lo que he sufrido por tu pérdida. Te quiero. Siempre te he querido, mucho más que a Jullien, porque me recuerdas tanto a tu padre… No fui una puta, Nykyrian. Nunca. Me enamoré de un hombre maravilloso con el que no podía estar debido a mi posición política y la suya y le di dos hijos que siempre lo han sido todo para mí. —Abrió el colgante que llevaba; dentro, había una foto de Nykyrian de pequeño—. Nunca has estado lejos de mi corazón.
En ese momento, él recordó lo que había enterrado en su memoria con tanta intención porque le resultaba demasiado doloroso de aceptar. Imágenes de su madre cantándole mientras lo tenía en brazos…
Sabía que ella no mentía. Que cada palabra la decía de corazón.
Una vez lo había amado…
—¿Al menos cenarás con nosotras? —preguntó Tylie—. Una vez y luego no tienes que volver a vernos si no quieres.
—Por favor —le rogó su madre.
Nykyrian apartó la vista, incapaz de soportar la agonía que veía en sus ojos. Antes de que el sentido común pudiera intervenir, asintió.
—¿Dónde queréis que quedemos?
Su madre sonrió.
—Aquí, en Camry’s. ¿Lo conoces?
—Sí.
La sonrisa de Tylie era igual que la de su hermana.
—¿A las seis y media?
—Allí estaré. —Nykyrian se volvió hacia Kiara, que entraba en ese momento—. ¿Cómo te encuentras?
Ella se frotó los brazos.
—Un poco débil, pero bien. ¿Qué ha pasado?
—Te has desmayado.
—Yo no me desmayo.
Él le apartó un mechón de cabello del rostro sin darse cuenta de lo que hacía.
—Sí, te desmayas.
Después de decirles adiós a su madre y su tía, Nykyrian le puso el brazo sobre los hombros a Kiara y la ayudó a salir de la gran nave.
Permaneció en silencio hasta que se hallaron sentados en su caza, en dirección a casa. Sólo entonces dijo algo sobre lo más importante que le rondaba por la cabeza.
—¿Por qué no me has dicho que estás embarazada?
Ella se quedó helada ante la pregunta. ¿Por qué tenía que preguntárselo cuando estaba atada y no podía volverse para mirarlo?
—¿Cómo te has enterado?
La mano de Nykyrian se sacudía sobre la palanca de aceleración y Kiara se preguntó cuál habría sido su primera reacción ante la noticia. ¿Habría sentido alguna alegría?
¿O sólo estaba enfadado con ella?
—Me lo ha dicho el médico.
Kiara aborreció la falta de emoción en su voz.
—Oh… ¿Estás contento?
—¿Qué te parece?
Ella sintió que se le caía el alma a los pies. Recordó su furia al descubrir que Thia era su hija y supo que la nueva noticia no le gustaba en absoluto.
—¿Y eso qué significa para nosotros? —preguntó.
La aterrorizaba saber la respuesta, pero necesitaba saber cuál era la posición de Nykyrian.
Su cuerpo se apretó a su espalda. Notó los latidos de su corazón bajo el omóplato y deseó poder consolarlo, pero sabía que no podía.
—¿Qué quieres hacer con eso? —preguntó él.
A Kiara se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No es «eso», Nykyrian. Es un bebé y es nuestro hijo.
Y lo que ella quería era vivir con el padre de su bebé y formar una familia, como habían hecho sus padres. Ver a Nykyrian jugar con el niño y enseñarle todas las lenguas que sabía, cogerlo a él o cogerla a ella cuando él o ella necesitaran consuelo.
Pero todo eso no era más que un sueño.
—Pensaba criar al niño en Gouran.
—Seguramente será lo mejor. Una vez haya acabado con Aksel, nadie más tendría que volver a molestarte. Sé que Driana no le hablará a nadie de ti y estoy seguro de que tu padre tampoco.
A Kiara se le encogió el estómago de temor ante la siguiente pregunta que debía hacer.
—¿Te veré alguna vez?
Nykyrian se tensó por el dolor que lo atravesaba. No podía soportar la idea de vivir sin ella, de volver a su soledad, sobre todo sabiendo que Kiara llevaba una parte de él en su interior.
Que ella quisiera tener el bebé…
Cómo deseaba abrazarla y besarla. Tenerla para siempre a su lado. Pero no podía ser tan egoísta.
Y si alguna vez la veía con su hijo, sabía que olvidaría todo sentido común, toda su capacidad de supervivencia y se quedaría a su lado.
Pero no podía. Se negaba a poner sus vidas en peligro por sus deseos egoístas.
—No.
Kiara hizo una mueca de dolor. Había sabido su respuesta antes de oírla. Después de que matara a Aksel, nunca volvería a verlo.
Su alma gritó de dolor. No quería vivir sin él, ni siquiera estaba segura de poder hacerlo.
«Tendrás que hacerlo».
Porque tenía un bebé que la necesitaba.
Miró las manos enguantadas de Nykyrian y recordó cómo le había gustado notarlas sobre su cuerpo mientras ambos creaban el nuevo ser que crecía en su interior.
Y se negó a dejarlo ir.
«Encontraré la manera de retenerte, Nykyrian. El resto del mundo puede haberte dado la espalda, pero yo no lo haré».
De alguna forma, iba a conseguir que sus sueños se hicieran realidad, costara lo que costase.
Incluso si era peligroso. Ya no le importaba. La vida no era para los apocados. Era dura e hiriente.
Pero lo que la hacía soportable era la gente a la que se quería. Era como encontrar luz en la oscuridad. La paz en el infierno.
Iba a estar con el hombre al que amaba… el padre de su bebé, aunque el resto del mundo se confabulara contra ellos. No iba a dejar que sus miedos los alejaran.
Sí, él tenía enemigos. Ella los tenía también.
Pero la mejor venganza era vivir su vida burlándose de ellos. Amarse mientras esa gente trataba de separarlos.
Eso era lo que le iba a dar a su hijo y, sobre todo, a Nykyrian.
Incluso si tenía que pegarle una paliza para conseguirlo.