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Kiara respiró hondo, aliviada de haber acabado con la entrevista en el espacio televisivo que había patrocinado la última semana de su espectáculo. Débil y con náuseas, sólo quería llegar a casa y descansar. Aunque le encantaba estar embarazada, había veces en que le resultaba duro y debilitante.

Su padre y Tiyana caminaban a su lado por el brillante pasillo blanco, charlando sobre la entrevista, mientras tres guardias los seguían. Con los pies, marcaban un ritmo solemne sobre el suelo de porcelana gris.

—Creo que has estado fantástica —comentó Tiyana, sonriendo—. Una de las mejores entrevistas que has hecho.

Su padre asintió.

—Me alegro de que hayas decidido volver a actuar. Pareces muy feliz.

Curioso, porque ella no se sentía así en absoluto. No recordaba ninguna época de su vida en que lo hubiera sido menos.

Se frotó los brazos para calentarse. Odiaba estar allí. Y, en esos momentos, lo único que la ilusionaba era tener a su bebé, algo de lo que su padre se negaba incluso a hablar.

—¿Estás bien? —le preguntó este, con una voz llena de preocupación.

El hombre se había vuelto mucho más comprensivo y cariñoso desde que ella había vuelto a bailar, pero seguía negándose a mencionar al bebé con alguna palabra más personal que «eso».

Kiara ya no estaba enfadada con él; no tenía sentido estarlo, ya que no había matado a Nykyrian. Aquellos días, su rabia impotente iba dirigida a otra persona, una con un maravilloso cabello rubio y unos profundos hoyuelos.

Una a la que realmente le gustaría matar.

—Sólo estoy cansada —respondió y se apretó la capa sobre los hombros.

—Al doblar una esquina, captó un movimiento con el rabillo del ojo. Se volvió justo a tiempo de ver una pistola de rayos apuntándole al pecho.

Un grito cortó el aire procedente de sus pulmones mientras su padre la apartaba de un empujón. Sintió un dolor, intenso y palpitante en el brazo mientras caía al suelo.

Hubo más tiros, pero desde su posición a los pies de su padre, Kiara no podía decir qué estaba pasando. El lugar se llenó de gritos y alguien pasó ante ella corriendo.

—Kiara, ¿estás bien?

Se sorprendió tanto al oír la voz grave y preocupada de Nykyrian que olvidó el dolor del brazo.

Su padre se apartó de ella y atacó.

Nykyrian lo envió de cabeza contra la pared antes de cogerla con mano de hierro y ponerla en pie.

—¡Suéltala! —aulló el hombre, y fue hacia ellos.

Nykyrian lo apuntó con la pistola a la cabeza.

—Quieto.

Kiefer Zamir se detuvo de golpe. Recorrió el lugar con la mirada mientras calculaba mentalmente sus alternativas.

Kiara se debatía para soltarse de Nykyrian hasta que vio la sangre que le cubría la parte superior del torso y un frío temor se apoderó de ella.

¡El bebé!

—¿Me han disparado? —preguntó, incapaz de comprender por qué no sentía más dolor.

Él la cogió en brazos y corrió con ella por el pasillo.

Les dispararon de nuevo. Totalmente anonadaba e incrédula por lo que estaba pasando, Kiara permaneció en silencio, rogando que su herida no pusiera al bebé en peligro.

Pero ¿qué estaba ocurriendo?

Hauk apareció de la nada y disparó hacia unos atacantes que ella no podía ver.

—Yo te cubro —le gritó a Nykyrian—. Sal de aquí.

Él sólo vaciló un segundo antes de abrir la puerta de la escalera y bajarla corriendo tan rápido como pudo, con Kiara en brazos.

Ella quería resistirse, pero hasta que supiera qué estaba ocurriendo o, para ser más exactos, qué la estaba amenazando, permaneció tan quiera como pudo.

Lo más importante era ponerse a salvo y que le curaran la herida.

Al final, Nykyrian la dejó en el suelo, cerca de su nave, pero siguió sujetándola firmemente con la mano izquierda mientras en la derecha sostenía la pistola.

Kiara se enfureció al darse cuenta de que pretendía llevársela.

¡Oh, mierda, no!

No iba a ir a ningún lado con él nunca más. Se revolvió, golpeándolo con fuerza en la mano con que la sujetaba.

—¡Suéltame!

Él la acercó para que no pudiera darle más en la mano.

—Los hombres de Aksel han rodeado este lugar. Su misión es capturarte a ti.

Ella negó con la cabeza, negándose a creerlo.

—Estás mintiendo. Ya no hay ningún contrato para matarme. Estoy a salvo.

La torva mirada que él le lanzó le heló la sangre en las venas.

—Van a por mí y tú eres el cebo que piensan utilizar para pescarme.

Kiara palideció de golpe. Por un momento pensó que Nykyrian estaba mintiendo, pero en la fría seriedad de su rostro vio que decía la verdad.

Ella era el cebo…

Aturdida, le permitió meterla en la nave y partir de Gouran a toda velocidad.

Por un momento, la cabeza le dio vueltas y pensó que iba a desmayarse. Sintió una oleada de náuseas, pero consiguió calmarlas.

—¿Adónde me llevas? —preguntó, mientras trataba de detener la sangre que le resbalaba por el brazo—. Necesito un médico.

Con manos ásperas, Nykyrian le rasgó el vestido por el hombro, donde tenía la herida.

—Es superficial —dijo, mientras sacaba un trapo de debajo del asiento—. Apriétatela con esto y habrá dejado de sangrar antes de que lleguemos a casa.

A Kiara le temblaban los labios. Él estaba furioso con ella y la prueba fue la dura voz con la que le habló.

¿Qué le había hecho ella?

—¿Cómo te atreves a estar enfadado conmigo? Yo no tengo la culpa de esto.

Nykyrian no le respondió.

Kiara siguió limpiándose la sangre, pero la vista se le nublaba.

—Quiero volver a Gouran.

Él tensó la mano sobre el mando de aceleración.

—No puedes. No estarás segura —respondió.

Ella no se molestó en discutir. Sabía que volvería a casa fuera como fuese. No iba a quedarse con él, después de que la hubiera abandonado.

Nykyrian se estaba comportando como un cerdo insensible…

Reprimió una arcada.

—No te atrevas a vomitar en mi nave.

—No tengo mucha elección.

Nykyrian apenas tuvo tiempo de darle una bolsa antes de que ella vaciara el contenido del estómago.

Él soltó una palabrota para sí mismo. No porque Kiara vomitara, sino por haberla alterado tanto, y se odió por su debilidad. ¿Por qué tenía que importarle después de lo que le había dicho?

Por ella había estado a punto de morir. Más que eso, había arriesgado su vida con los probekeins y casi se había puesto a tiro de la Liga, sólo para que estuviera a salvo.

Y mientras tanto, Kiara lo maldecía.

«Tendrías que haberle dicho que no estabas muerto».

¿Para qué? ¿Para que no llorara por él?

«No importa».

Estaba acostumbrado a que la gente lo odiase. ¿Qué diferencia había si Kiara se contaba entre esos?

Apartó ese pensamiento y se centró en el viaje de vuelta a casa.

Kiara quería tumbarse y descansar. Aún sentía náuseas. Tanto estrés era más de lo que podía soportar en ese momento. Echó la cabeza hacia atrás y notó que Nykyrian se estremecía al notar su contacto.

«Esto te pasa por no tener una nave más grande».

Aquel silencio hostil la por1ía cada vez más nerviosa, pero sabía que romperlo sería peor que aguantarlo.

Por fin llegaron a su hangar. Él abrió la cubierta y ella bajó sin ayuda mientras él se quedaba a limpiar.

Cuando hubo acabado, la condujo a la casa. No se molestó en mirarla o en ayudarla.

Kiara apretó los dientes ante esa actitud humillante. Se quedó en la puerta entre el hangar y la casa, con los lorinas correteando a su lado.

Aún sin mirarla, Nykyrian abrió un armario de la cocina y cogió un botiquín. Sacó antiséptico y una gasa y, en completo silencio, le limpió la herida y se la vendó; luego fueron arriba.

Nykyrian se detuvo en la puerta de su dormitorio y se volvió para mirarla. Su rostro no revelaba ni una sola emoción.

—Dormirás en la habitación de invitados del fondo. La cama ya está hecha y tu ropa y objetos personales están allí. —Entonces entró en su cuarto y cerró la puerta.

Kiara aferró la botella de antiséptico y deseó tirársela a la cabeza. ¿Cómo se atrevía a tratarla así? Furiosa, se fue a la habitación para cambiarse de ropa y cepillarse los dientes, sin dejar de maldecir durante todo el rato.

Se detuvo en la puerta. Uno de sus camisones estaba colocado cuidadosamente sobre la cama abierta. Incluso furioso, Nykyrian se cuidaba de ella. A Kiara se le hizo un nudo en la garganta. Sería tan fácil correr arriba y llamar a su puerta hasta que él le abriera…, pero no podía.

No después de lo que le había hecho.

Aun así lo deseaba, se consumía por él. Pero Nykyrian no la quería. Si la quisiera, nunca habría permitido que sufriera durante aquellas interminables semanas creyéndolo muerto.

Las lágrimas le caían por las mejillas cuando se sentó en la cama. Se las secó, a pesar de que el bebé la hacía llorar con mucha facilidad.

Se miró el vientre.

—Si alguna vez eres como tu padre, te aseguro que te daré una buena paliza.

• • •

Nykyrian contemplaba las estrellas en lo alto. Se llevó la botella casi vacía a los labios y dejó que el alcohol le abrasara la garganta.

Syn tenía razón, las estrellas eran mucho más interesantes estando borracho que sobrio.

Suspiró; sufría por el amigo al que sabía muerto, sufría por la mujer que sabía que no podía tener. Si Driana no hubiera contactado con Hauk aquella tarde, Kiara estaría muerta y él sería el culpable.

Dios, si hubiera llegado dos minutos más tarde, estaría muerta o capturada. Se le revolvió el estómago y tomó otro trago de whisky.

¡Qué vida!

Sin poder contenerse, salió de su habitación y se dirigió hacia el cuarto de Kiara. Supo que estaba dormida por su respiración a través de la puerta, un truco que había aprendido por cortesía de la Liga.

Abrió con cuidado, para no hacer ruido.

El corazón se le aceleró mientras el deseo le latía en las venas, exigiéndole que hiciera algo más que quedarse allí mirando, como un tonto enamorado. Pero sabía que esa noche no haría caso a la parte de sí mismo que amaba a Kiara, a la parte que moriría por ella.

«Guarda las distancias».

Mientras observaba cómo le subía y bajaba el pecho en un tranquilo sueño, una amarga ansia se apoderó de él. Ella estaba tumbada de costado, con el cabello extendido en la almohada y una mano bajo la barbilla.

La piel le cosquilleó con el recuerdo de aquellos mechones en su palma y deseó acercar el rostro a la curva de su cuello para aspirar su aroma hasta emborracharse de él. Apretó los dientes. Su cuerpo palpitaba y, por un momento, temió acabar cediendo al fuego de su sangre.

—¿Nykyrian? —susurró Kiara; abrió los ojos y lo contempló con tristeza.

Él se agarró al marco de la puerta, indeciso. Tenía que dejarla marchar. Aksel era sólo uno de los cientos de asesinos que harían cualquier cosa para derrotarlo.

Cualquier cosa.

Ella era la debilidad que no se podía permitir tener.

Nunca.

—Vuelve a dormir —gruñó y cerró la puerta de golpe.

Kiara miró hacia donde él había estado observándola, con el corazón dolorido. ¿Por qué habría ido a verla?

¿Y por qué eso le importaba?

Se puso la mano en el vientre y tuvo la tentación de contarle lo del bebé, pero no podía. En el humor en que se encontraba, ¿quién sabía cómo podría reaccionar? Lo último que quería era a un asesino aún más furioso rondando por la casa mientras ella dormía.

Además, era un hijo suyo el que estaba creciendo en su interior. El recuerdo de un tiempo feliz que no creía que regresara.

• • •

—¿Aún no estás lista? —gruñó Nykyrian mientras Kiara se trenzaba la última parte del cabello en el dormitorio principal.

—¡Deja de ladrarme!

Así que él se conformó con mirarla furioso.

Ella deseó que se pusiera las gafas y apretó los dientes, enfadada. Lo único que había hecho desde que esa mañana la había despertado con un gruñido había sido hablarle en mal tono y resoplar.

—¿Y adónde me vas a llevar?

—Fuera.

Molesta, suspiró.

—¡Qué gran fuente de información eres! Quizá tendrías que pensar en trabajar de periodista.

Por el rostro de Nykyrian pudo ver que su sarcasmo había surtido efecto.

—Si has acabado de hacer comentarios estúpidos… tengo que encontrarme con alguien.

Kiara se quedó sorprendida.

—¿Y por qué me llevas contigo?

Sus ojos verde claro la contemplaron con una mirada de furia y odio. Ella retrocedió un paso, con miedo.

—Syn no está. No tengo ni idea de quién sabe ahora la situación de mi casa. Si te dejo aquí, con mi suerte y la tuya, seguro que alguien te encuentra.

—¿Syn no está? —le preguntó ella frunciendo el cejo. Y se sintió desfallecer—. ¿Qué quieres decir?

Nykyrian se puso el abrigo con una airada sacudida en vez de con su habitual elegancia.

—Quiero decir que ha desaparecido. Hace semanas que nadie lo ha visto y su piso está destrozado. Suponemos que alguien quiso cumplir el contrato de tu padre y lo mató. Supongo que debería ir a la oficina de Zamir y ver si le enviaron la cabeza de Syn, como había pedido.

—No —susurró ella, incapaz de creerlo que le decía. A pesar de la hostilidad de Syn hacia ella, le caía muy bien—. Lo siento mucho.

Nykyrian hizo una mueca de desdén.

—Debería haber matado a tu padre cuando te salvé.

Kiara alzó la barbilla, negándose a mostrarle lo mucho que ese comentario la había herido.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste?

—No lo sé —masculló—. Ya no sé por qué hago nada de lo que hago.

Ella fue a tocarlo, pero él se dio la vuelta.

—Sube a la nave y déjame en paz —le soltó.

—Es cierto que tu capacidad de relación social es una mierda. —Kiara sabía que debería estar furiosa, maldecirlo, lo que fuera. Pero en ese momento lo único que veía eran imágenes de Syn bromeando con él. Syn era la persona a la que Nykyrian estaba más unido.

Pero…

Sufría y por eso le iba a dar algo de margen. Pero él también tenía que empezar a tratarla con cierta consideración.

Kiara subió a la nave y permaneció en silencio hasta que Nykyrian se le unió y partieron.

Observó las estrellas pasar a toda prisa mientras volaban hacia un lugar que no se molestó en preguntar cuál era. Estaba cansada de que le contestase mal. Lo único que quería era un día de calma. Volver a aquellos días tranquilos, cuando los dos se llevaban bien.

No tardaron mucho en llegar a un pequeño planeta fronterizo. Nykyrian aterrizó con una fuerte sacudida.

Kiara ahogó un grito, con el cuerpo dolorido. Lo miró con el cejo fruncido, recriminándole el brusco aterrizaje, pero mantuvo la boca cerrada.

Sin decir nada, él la condujo fuera y, a través de un muelle pequeño y estéril, hacia una hilera de casas de tamaño medio. Ella miró alrededor, tratando de situarse, pero nada le resultaba conocido.

Siguió a Nykyrian por varias calles hasta que se detuvo finalmente ante una casa grande y blanca. Miró a ambos lados de la calle de una forma que a Kiara le recordó la noche en que había comenzado a protegerla, como si estuviera esperando que alguien los atacara; luego llamó secamente a la casa.

La apartó a un lado de la puerta y desenfundó la pistola de rayos.

Ella tragó saliva, asustada. ¿Qué los esperaba dentro?

La puerta se abrió y apareció la atractiva rubia que había visto en el club semanas antes.

—Si quieres, puedes registrar todo el lugar, pero te aseguro que no está aquí —le dijo la mujer con una sonrisa de medio lado, mientras abría la puerta de par en par para que ambos entraran—. Estoy harta de la forma en que vais siempre por ahí, esperando una emboscada. Por el amor de los dioses, guarda esa arma.

A Kiara no se le pasó el odio que vibraba en su voz.

Nykyrian empujó a Kiara dentro de la casa. Pero incluso así, ella notó que estaba inquieto, como si aún esperara que los atacaran.

Preocupada e insegura, miró por la gran sala. Una chica adolescente estaba sentada en el suelo, mirándola con unos grandes y luminosos ojos verdes, que abrió aún más mientras contemplaba el tamaño de Nykyrian y su fiera actitud.

Inmediatamente, él relajó su expresión.

—No soy peligroso —le aseguró con voz amable.

La chica miró a su madre en busca de confirmación.

—Es cierto, Thia. Ahora, ve a tu habitación.

La chica saltó del suelo como si tuviera un escuadrón de la muerte pegado a los talones. Kiara frunció el cejo, y se preguntó por qué una muchacha de su edad tendría tanto miedo a los desconocidos.

Driana les hizo un gesto hacia el sofá.

—Sentaos los dos; yo iré a buscar los discos.

Kiara no se movió. En vez de eso, observó la extraña manera en que Nykyrian miraba a la adolescente mientras esta se iba.

—¿Qué edad tiene, Driana? —le preguntó a la mujer, mirándola con el rostro serio. Una extraña emoción le oscurecía el rostro.

Driana se removió incómoda bajo su mirada.

—¿Es mía? —preguntó él y Kiara sintió que su mundo se tambaleaba.

Con aliento entrecortado, miró a la mujer y observó la fría y hermosa gracia de su rostro y sus gestos.

—No, no lo es.

Nykyrian soltó una palabrota.

—Nunca has sabido mentir. Siempre arrugas la nariz.

Incómoda, Driana se frotó el puente de la nariz y se le llenaron los ojos de lágrimas al mirar de nuevo a Nykyrian.

—Thia sabe que Aksel no es su padre. No podía soportar la idea de que lo llamara «papá».

Nykyrian miró a Kiara. Esta hubiera dado cualquier cosa por saber qué le estaba pasando por la cabeza en ese momento, pero él ocultó todo indicio de emoción.

Y ya puestos, deseó poder averiguar cuál era su propia reacción ante aquel descubrimiento. Lo peor era la sensación de haber sido traicionada, aunque, para ser sincera, no entendía a qué venía eso, porque era evidente que él se había acostado con Driana mucho antes de que ellos dos se conocieran.

—¿Por qué no me lo dijiste?

El enfado nubló los ojos de Driana.

—¿Para qué? Después de lo que el comandante te hizo cuando descubrió que habíamos bailado juntos nada más, no me atreví a decirle a nadie que me había acostado contigo. Aún tengo pesadillas por la paliza que recibiste. —Se frotó los brazos y miró al suelo—. Aksel no está seguro de que tú seas el padre. Lo sospecha. Pero no tengo ni idea de lo que le haría a ella si alguna vez se enterara de la verdad.

—¿Por eso me has pedido que viniera?

Driana miró a Kiara.

—¿Quién es?

—Mi esposa.

A Kiara la sorprendió que él dijera eso después de la manera en que la había tratado desde que la había salvado en la emisora.

Driana soltó un largo resoplido.

—Entonces, claro que Aksel quiere raptarla. Anoche se pasó todo el rato despotricando porque no había podido capturarla.

—Si la toca, lo mataré de formas que ni siquiera él puede imaginar.

—Lo sé.

Nykyrian cogió una foto de su hija de la mesita de centro.

—¿Podría verla alguna vez?

Driana se mordió el labio.

—Me gustaría, pero no sé. Aksel ha conseguido que tenga miedo de todo. Me recuerda tanto a su padre que ni siquiera es divertido. —Se calló mientras un intenso miedo y tristeza le oscurecían los ojos—. Quizá pueda arreglar algo para dentro de una semana o así, cuando Aksel se largue a una de sus juergas. —Lanzó una dura mirada a Kiara—. Es decir, si no te importa.

Ella miró a Nykyrian, que la observaba fijamente.

—No me importa en absoluto —contestó, sorprendida de la sinceridad de su propia respuesta. Thia era tan parte de él como su propio bebé, y la niña no tenía ninguna culpa de su concepción.

¿Cómo podría culpar a un crío de algo así?

Driana asintió.

—Si quieres, puedes verla ahora, mientras voy a buscar los discos.

Kiara siguió a Nykyrian mientras la mujer los guiaba por el pasillo hasta un dormitorio del fondo. Cuando entraron, Thia pegó un bote y ahogó un grito.

—Mamá, no entres aquí así de golpe. Sabes que —me pone nerviosa.

Nykyrian se tensó ante la respuesta.

—Thia, estos son unos amigos míos. ¿Les haces compañía mientras yo busco una cosa?

—Claro —respondió la chica y puso en pie la silla del escritorio, que había volcado.

Driana les hizo un gesto con la cabeza y salió del cuarto.

Kiara se quedó en la puerta, sin querer molestar a Nykyrian durante el poco rato que tenía para estar con su hija. Miró el cuarto, todo era rosa e infantil. Era una habitación bonita y agradable, como la niña que vivía en ella.

Le hizo preguntarse si su bebé sería niño o niña.

Nykyrian se aproximó lentamente a Thia. Kiara observó su reacción, consciente de que eso le permitiría saber cómo recibiría la sorpresa que ella le tenía reservada.

Sin pensarlo, se frotó la barriga.

La niña se rascó la cabeza mientras contemplaba la altura de Nykyrian.

—¿Eres amigo de Aksel?

—No. —Se sentó en una silla a su lado—. La verdad es que no lo aguanto.

—Bien, porque yo tampoco. Es guarro total. —Le miró las gafas—. ¿Y tú qué?

—No soy un guarro total.

Eso la hizo sonreír. Miró el dibujo que había estado haciendo y luego volvió a mirar a Nykyrian.

—¿Eres mi auténtico padre?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Mamá no deja que entren aquí desconocidos, sobre todo hombres. Aksel se cabrea mucho. —Inclinó la cabeza—. ¿De qué color tienes los ojos?

Nykyrian se quitó las gafas oscuras.

Thia abrió la boca cuando vio que sus ojos eran idénticos a los suyos.

Él no dijo nada mientras miraba a su hija, asombrado y temeroso. Era una copia exacta de su madre, excepto por los ojos, que demostraban que tenía su ADN. ¿Tendría alguna otra de sus anormalidades?

Sus dientes parecían humanos, igual que el resto de ella. Pero ¿y si sus jodidos genes la habían dañado de alguna otra forma?

Quería cogerla, pero le daba miedo incluso acercársele. ¿Quién iba a pensar que quince incómodos y torpes minutos con Driana podían producir una niña tan hermosa?

Hizo una mueca al recordar la forma en que la mujer lo había echado de su lado cuando él no había sabido hacerla gozar.

«¿Eso es todo? Eres un inútil».

Pasó la mano por la pila de libros que había junto al escritorio, tratando de desechar el amargo recuerdo de la concepción de Thia. Cogió uno y lo hojeó.

—¿Los lees tú?

—Sí. Estudio lenguas en la escuela, pero ninguno de mis instructores puede hablarme en ninguna de ellas.

Kiara se apoyó contra el marco de la puerta, observándolos. Nykyrian le dijo algo a Thia que ella no pudo entender.

La niña abrió mucho los ojos mientras le respondía en el mismo idioma. Luego sonrió y mostró unos hoyuelos idénticos a los de Nykyrian. Al verlo, Kiara se enterneció.

Parecían entenderse y eso le dio esperanzas para el futuro.

—¿Cuántas lenguas sabes? —preguntó Thia, entusiasmada.

—Nunca las he contado. Pero si quieres te puedo ayudar. He vivido en un montón de planetas donde se hablaban esas lenguas.

—¿Y eran bonitos? —preguntó la niña con ojos soñadores—. Aksel no me deja salir de aquí. Dice que no valgo ni el combustible que habría que pagar para visitarlos. —Una sombra le oscureció el rostro y luego desapareció borrada por otra sonrisa—. Sólo los he visitado en línea. Por la noche, me gusta soñar que voy a explorarlos.

—Si tu madre te da permiso, me encantaría llevarte a alguno de ellos.

Kiara pensó que se le iban a saltar las lágrimas. Ese era el Nykyrian del que ella se había enamorado. El hombre cariñoso y amable que haría cualquier cosa por sus seres queridos.

—¡Viene Aksel! —gritó Driana, interrumpiendo su conversación.

Kiara miró a Nykyrian con el corazón acelerado de miedo.

Por su expresión, pudo ver que él estaba entre el dilema de irse o quedarse.

Se puso las gafas y se levantó.

—¿Está a salvo aquí?

—Lo está a no ser que Aksel te encuentre a ti —respondió Driana con una mueca de desprecio—. ¿Crees de verdad que iba a arriesgar la vida de mi hija?

Él no hizo caso de la pulla.

—¿Hay alguna salida trasera?

La mujer se la señaló con la cabeza.

—Ese balcón a tu espalda.

Él abrió la puerta y ayudó a pasar a Kiara. Driana le dio los discos.

Nykyrian se detuvo un momento, y miró a Thia.

—Volveré a por ella.

—Eso espero.

Lanzó una última mirada a su hija, que se había puesto en pie para verlos marchar, y salió por el balcón.

Pudieron bajar por el árbol y recorrieron la calle sin toparse con ningún hombre de Aksel.

Kiara suspiró aliviada, agradeciendo que, por una vez, no tuvieran que luchar. Miró a Nykyrian, pero como de costumbre, este no mostraba su estado de ánimo.

La cogió del brazo y la llevó hasta su nave. Al menos, esa vez la agarró con más suavidad que antes.

Ella le cogió la mano y se la apretó un poco.

—Así que eres padre. ¿Cómo te hace sentir eso?

Después de la amabilidad con que le había hablado a Thia y la promesa que le había hecho a Driana, esperaba que estuviera radiante de satisfacción, que sonriera y se sintiera feliz, pero lo único que recibió fue un gruñido.

La cogió con más fuerza.

—Me siento como una auténtica mierda.

Kiara se quedó helada. Se frotó el vientre con la mano.

—¿Por qué dices eso?

Él se detuvo en el callejón y la miró fijamente.

—Primero, ya está crecida; me he perdido gran parte de su vida. Segundo, un hijo es lo que menos necesito. Otra persona indefensa que depende de mí para protegerla. Ni siquiera puedo protegerme a mí mismo. Syn… —Se interrumpió mientras el tic de siempre le aparecía en la mandíbula, haciéndole saber a Kiara que estaba furioso.

Ella se removió nerviosa y deseó poder decir algo que calmara el dolor que le manaba por todos los poros.

—No valgo para ser padre. ¿Qué se supone que debe hacer mi hija, presentarme a sus amigos: «Hola, este es mi papá. Lo buscan más gobiernos de los que puedo recordar»?

Kiara se puso tensa.

—No tienes por qué ser tan sarcástico.

Él la miró con desprecio, pero hasta que habló, no supo decir si el desprecio era hacia ella o hacia sí mismo.

—Vamos, Kiara. Ni siquiera tú eres tan ingenua. Aksel va a por ti para llegar a mí. ¿Qué crees que harían mis enemigos si se enteraran de que tengo una hija? Su vida no valdría ni una moneda de plomo.

Ella fue recibiendo sus palabras y con cada una se fue encogiendo un poco más. Sabía exactamente lo que quería decir. A los ocho años, ella había sido un objetivo así.

Y volvía a ser un objetivo debido a su padre y a su esposo. Sintió que la bilis le subía a la garganta cuando finalmente entendió el horror al que debía de haberse enfrentado su madre el día que las raptaron. Ella no había temido por su propia vida.

Su madre había temido sobre todo por la suya. Igual que Kiara temía por la de su bebé… Preferiría que le arrancaran las entrañas a que hicieran daño a su niño.

Con el corazón latiéndole dolorosamente, se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión.

Su marido o su hijo.

Era imposible que pudiera tenerlos a ambos. El mundo de Nykyrian era demasiado cruel para eso. Tragó el nudo de remordimientos que le quemaba la garganta, porque ya sabía cuál debía ser su decisión. Tenía que proteger a su hijo de la verdad, de la misma manera que Driana lo había hecho con Thia.

Nykyrian no debía saber nunca lo de su bebé y ella nunca podría vivir con él como esposa.