–¡Los probekeins han cancelado el contrato sobre tu vida! ¡Estás a salvo!
Kiara casi no oyó el grito de júbilo de Tiyana. Lo cierto era que no le importaba. Su vida había acabado hacía ocho semanas, cuando su padre había matado a Nykyrian ante sus propios ojos.
Desde entonces, nada más importaba.
Nada.
Tiyana se acuclilló junto a la silla donde su amiga se hallaba sentada, en el jardín de palacio, envuelta en el viejo chal de lana de su madre que siempre se ponía cuando se encontraba mal. La hacía sentir que su madre aún seguía con ella.
Todos los días, su padre ordenaba a sus soldados que la sacaran al jardín, pensando que la belleza la consolaría y produciría algún extraño milagro que le haría olvidar a Nykyrian.
Pero lo único que conseguía era ponerla más enferma, de cuerpo y alma. ¿Cómo ver la belleza cuando su corazón estaba hecho pedazos?
—Kiara, ¿me has oído? Puedes volver al teatro y a bailar.
Como si a ella le importara. ¿Cómo podía pensar Tiyana que algo tan trivial la alegraría? La verdad, no había vuelto a bailar desde que había tenido a Nykyrian entre sus brazos.
Y no deseaba volver a bailar sin él. Ese recuerdo era más de lo que podía soportar.
—Te he oído.
Su amiga se sentó suspirando en una silla idéntica a la de ella, de hierro forjado blanco.
A Kiara le encantaba sentarse en el cuidado jardín de la parte trasera del palacio; respirar el aroma de las flores que crecían alrededor mientras el sol le calentaba la piel, y no hacer nada excepto disfrutarla dulce brisa, charlando con Tiyana.
Pero esos días pertenecían al pasado.
«Creo que no volveré a sonreír».
Tiyana miró más allá de Kiara y negó con la cabeza. Por eso, ella supo que su padre debía de estar allí. No se molestó en mirar. No podía importarle menos dónde estuviera.
—Tiyana —dijo él con voz áspera—, ¿nos disculpas un momento?
—Claro, excelencia. —La joven se levantó y le tocó a ella la mano—. Volveré en seguida. ¿Quieres que te traiga algo?
Kiara negó con la cabeza, conteniendo un sollozo. Lo único que quería era a su esposo y nada podría devolverle a Nykyrian después de lo que le habían hecho.
Con un suspiro tembloroso, apartó la vista de su padre cuando este se sentó donde había estado Tiyana.
—¿Ángel?
—No vuelvas a llamarme así. —Siempre que lo oía recordaba a su padre ordenando la muerte de Nykyrian y una infinidad de otras cosas horribles que él le había hecho soportar desde entonces diciendo que eran para «protegerla». La había hecho pasar por una prueba de violación y visitar a incontables psicólogos que le daban todo tipo de nombres a su «estado».
»Hace que se me erice la piel —le soltó ella.
Zamir respiró hondo y le dio una carpeta marrón.
—Tu informe médico ha llegado. Desearía poder matar a todos esos cabrones por lo que te hicieron.
Kiara apretó los dientes y deseó arrancarle los ojos por decir eso. Estaba harta de que él invocara la furia de todas las encarnaciones divinas para destruir la Sentella, cuando lo único que habían hecho era protegerla. Claro que también serviría si los psicólogos dejaran de llamarlo síndrome de Estocolmo: la víctima se identifica con el captor y con el tiempo empieza a pensar que lo aprecia.
¿Cuán estúpidos podían llegar a ser? Pero eran los expertos, y su padre los escuchaba a ellos y a sus tonterías psicológicas en vez de hacerle caso a ella cuando hablaba.
Kiara se negó a coger la carpeta. No quería nada de él. Nunca.
Su padre creía que la habían violado todos los hombres de la Sentella y, por más que tratara de explicarle lo que había ocurrido entre Nykyrian y ella, él seguía diciendo que le habían lavado el cerebro.
¿Por qué no la escuchaba? ¿Cuántas veces había intentado decirle que nadie le había hecho nada que ella no quisiera?
—Estás embarazada —dijo el hombre con una voz llena de amargura.
Esas palabras fueron como un mazazo.
—¿Qué?
—Estás embarazada —repitió él con desagrado.
Kiara ahogó un grito al asimilar lo que decía. Por primera vez en semanas tuvo ganas de reír.
Llevaba en su seno al hijo de Nykyrian… El milagro que eso representaba la dejó muda. Se llevó la mano al plano estómago y trató de imaginarse al bebé formándose dentro.
Y se imaginó diciéndoselo a Nykyrian… se imaginó a él abrazándola y sonriéndole con aquellos hoyuelos, compartiendo la felicidad por lo que habían creado juntos.
Cogió la carpeta, la abrió y buscó entre los documentos hasta encontrar el ecograma de su bebé. Parecía una pequeña judía, pero resultaba inconfundible. Y ella que había supuesto que su malestar y su letargo eran debidos a su tristeza.
¿Cómo podía no haberlo sabido?
—El médico dice que puedes abortar sin problemas.
Kiara lo miró furiosa.
—No. Nadie tocará a mi bebé.
Keifer se puso en pie con expresión seria y aprensiva.
—Sé razonable. Un niño acabará con tu carrera. ¿Es eso lo que quieres después de trabajar tanto y tan duro? ¿Perder tu futuro por esto? ¿Por qué vas a desperdiciar tu vida por un bastardo?
Ella tembló de rabia. Nunca en su vida había querido golpear a su padre, pero en ese momento dudaba de que nada más pudiera calmarla. Se puso en pie para enfrentarse a él.
—Mataste a mi esposo. ¡Mi hijo no es un bastardo! Es lo único que me queda de Nykyrian. ¿Cómo osas insultar a cualquiera de los dos? Te… —Se interrumpió con un sollozo. No sabía ni por qué se molestaba.
Él nunca la escuchaba.
Y no iba a permitirle que le arruinara ese momento. Se envolvió en el chal de su madre y deseó que ella estuviera allí para consolarla. Se fue a su dormitorio, dejando a su padre con su incomprensión.
Lo único que deseaba era recuperar los últimos días en que Nykyrian y ella estuvieron juntos. Acariciarlo una vez más y ver su cara cuando le dijera que iba a ser padre.
En vez de eso, se tocó el vientre donde el último resto de él florecía. Le daría al bebé todo el amor que había querido darle a Nykyrian, todo el amor que le habían negado a él durante toda su vida.
Su bebé nunca dudaría del amor de su madre. Se aseguraría de ello.
• • •
—Tienes que volver al teatro, Kiara. Es muy triste estar allí sin ti.
Ella suspiró profundamente, mientras Tiyana continuaba rogándole mientras caminaban por la bulliciosa calle. Era la primera vez que salía y quería buscar cosas para el bebé. Ya había encontrado una bonita canastilla y había encargado una cuna.
Lo cierto era que no recordaba la última vez que algo la había animado tanto.
Su amiga parecía dispuesta a apagar su alegría, pero ella estaba dispuesta a no permitírselo. Sospechaba que su padre era quien hacía que Tiyana no dejara de suplicarle que regresara al teatro.
—Te lo he dicho mil veces. No volveré a bailar. No quiero seguir con esa vida. Ahora tengo un bebé en el que pensar.
—¿Cómo puedes dejar la fama en lo mejor de tu carrera? ¿Sabes cuánta gente, yo incluida, mataría por tener lo que tú desprecias?
Y allí estaba parte del problema. Kiara sabía que estaba harta de esquivas indirectas y de sonreír mientras trataban de sacarle los ojos por puros celos.
Nykyrian le había mostrado un mundo donde vivir libre de ese agobio. Y en ese momento tenía una razón mucho mejor para continuar.
Se llevó la mano al vientre, que comenzaba a redondeársele, y deseó que llegara el día en que viera la auténtica prueba de que llevaba un bebé.
—Ahora tengo cosas más importantes.
—¿Cómo?
—Mi bebé, para empezar —contestó, tensándose.
—Aún podrías bailar unos meses, ¿lo sabes? Puedes volver al espectáculo y acabar la temporada.
—No voy a someter mi cuerpo a esos rigores y arriesgarme a hacerle daño al bebé. Me he retirado, Tiyana, acéptalo. Y, por el amor de Dios, deja de darme la lata antes de que acabes de amargarme el día.
—Es que me mata, Kiara —le replicó su amiga—. Yo vendería mi alma por tu fama.
Ella abrió la boca para replicarle que en su caso vendería su alma para volver a estar con Nykyrian, pero al alzar la vista, vio a Darling comiendo en el café ante el que estaban pasando.
La impresión la hizo detenerse de golpe.
Se lo veía tan bien…
Sintió una alegre excitación. Sin decirle nada a Tiyana, retrocedió y entró en el establecimiento. Pero cuando se fue acercando a él, vaciló insegura. Sin duda el joven habría sentido la muerte de Nykyrian tanto como ella. No quería hacerle daño y, al mismo tiempo, quería tocar esa parte de su corto pasado.
Darling alzó la vista y la vio en la puerta. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se ponía lentamente en pie.
—¿Kiara?
Ella se acercó y él le dio un fuerte abrazo.
La besó en la mejilla y luego la soltó.
—Me alegro tanto de verte. Me preguntaba cómo te iría.
Kiara le devolvió la sonrisa.
—Estás genial. Quería hablar con vosotros, chicos, pero no sabía cómo ponerme en contacto con ninguno. —Al parecer, la Sentella no estaba de acuerdo en pasar mensajes de mujeres—. ¿Qué haces aquí?
—Esperar a Caillen, como de costumbre. Te aseguro que ese hombre llegará tarde a su propio funeral.
Ella se rio de su tono.
—¿Kiara? —Tiyana se les acercó insegura.
—Tiyana, este es mi amigo Darling.
Se estrecharon la mano y el chico cogió unas sillas para que se sentaran.
—Me alegro mucho de verte. Al ver cómo actúa Nykyrian últimamente, empezaba a pensar…
—¿Qué? —soltó ella, interrumpiéndolo mientras le daba un vuelco el corazón.
No era posible. Sin duda lo había oído mal.
Darling la miró y el rostro se le puso del mismo color que el cabello.
—Seguramente no debería haber dicho eso.
A Kiara, la cabeza empezó a darle vueltas con la información, mientras perdía el control de sus emociones, algo a lo que ayudaban sus hormonas de mujer embarazada.
—¿Nykyrian está vivo?
Darling asintió.
Ella negó con la cabeza, incrédula. No, no era cierto. Si Nykyrian viviera, habría ido a buscarla. No podía ser tan cruel como para dejarla sufriendo tanto sin razón.
—Lo vi morir ante mí Los soldados lo confirmaron con toda seguridad.
El joven miró a Tiyana.
—Lo hirieron de gravedad, pero un par de miembros de la Sentella lo ocultaron de los hombres de tu padre y lo ayudaron a escapar.
Kiara trató de respirar mientras asimilaba la información.
Nykyrian estaba vivo y no la quería.
Todo ese tiempo, ella se había dicho que la amaba, sin embargo, ni siquiera se había preocupado de decirle que estaba vivo.
Oh, cómo deseó ser un hombre. Le daría caza y lo golpearía hasta matarlo.
¡El muy cabrón!
—¿Estás bien? —preguntó Darling, tragando saliva.
Ella levantó la barbilla; no estaba dispuesta a demostrarle el dolor que sentía. Se maldeciría si informara de eso a su «jefe».
—Estoy bien —contestó con una voz tan helada como la amarga sensación que la consumía—. Me alegro de haberte visto. —Le tendió la mano—. Me gustaría pasar un rato más contigo, pero me temo que tengo que llamar a mi agente y aceptar un trabajo. Dales recuerdos a los demás.
Notó la confusión de Tiyana cuando volvió a la calle con una calma que en realidad no sentía. En ese momento, quería golpear a alguien.
¡A un gilipollas rubio y alto!
—¿Qué pasa? —preguntó su amiga, mirando en dirección al café—. ¿Quién era ese tipo?
Kiara bullía de indignación y de dolor.
—No es nadie. —¿Cómo podía Nykyrian haberle hecho algo así? ¿Cómo podía hacerlo pasar por eso? Era inhumano y ella ya no iba a seguir desperdiciando su vida sufriendo por él.
—¿Adónde vamos ahora?
Kiara la miró alzando las cejas.
—Ya has oído lo que he dicho. Voy a llamar a Mortie y a acabar mi retiro.