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Nykyrian se quedó inmóvil al encontrarse a Kiara bailando en su sala de entrenamiento. Como una encarnación de la gracia y la belleza, la joven giraba alrededor de sus instrumentos de muerte. La ironía no se le escapaba.

Mientras la observaba, recordó la sensación de la noche anterior, cuando ella le había hecho el amor. La forma en que sus labios le habían lamido los pezones; ¿quién hubiera pensado en cuánto placer podía dar eso? Al principio lo había sorprendido, pero después de la impresión inicial, se había sometido voluntariamente a la minuciosa exploración. Aún se estaba acostumbrando a permitir que otra persona tuviera completo acceso a su cuerpo. Le resultaba muy extraño estar tumbado allí y no tener que protegerse de ella.

Que Kiara no le hiciera daño era algo que no dejaba de asombrarlo.

Ella se volvió y lo vio mirándola. La sonrisa que apareció en su rostro hizo que a Nykyrian se le encogiera el estómago.

¿Se acostumbraría alguna vez a que se alegrara de verlo? La forma en que se le encendían los ojos y se le ruborizaban las mejillas…

Lo hacía sentir tan bienvenido y deseado y, a su pesar, se veía devolviéndole la sonrisa.

Ella se le acercó y le dio un dulce beso en la mejilla.

—¿Cómo ha ido?

—No tan bien como podría, pero no ha habido percances.

—¿Y con eso quieres decir…?

—Que no he matado a nadie.

Ella puso los ojos en blanco, luego se apartó y le tiró de la mano.

—Ven a bailar conmigo.

—La verdad es que no bailo.

Kiara le cogió la mano con más fuerza. Después de ver el vídeo de su pasado, entendía por qué: la única vez que había bailado, había recibido una feroz paliza por haberlo hecho. Pero quería sustituir los malos recuerdos por otros buenos. Quería que él confiara en ella.

Y sobre todo quería que la amara tanto como ella lo amaba.

—Baila conmigo, Nykyrian —insistió.

Él quería negarse, pero su mirada…

No quería decepcionarla. Gruñéndole en broma, dejó que lo metiera más en la sala. Comenzó una lenta balada.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y se movió suavemente al ritmo de la música.

—¿Lo ves? No duele.

Eso no era totalmente cierto. A Nykyrian se le estaba formando un nudo en la garganta que le ardía al desear estar así para siempre. Cerró los ojos y saboreó la sensación de tener sus brazos rodeándolo, sus senos contra su pecho, mientras la música lo transportaba a un trozo de cielo que nunca hubiera imaginado.

Kiara acercó la cara a la abertura de su camisa e inhaló el cálido aroma de su piel. Le encantaba la sensación de los brazos de él rodeándola. Nykyrian siempre la cogía como si ella fuera algo infinitamente precioso. Como si tuviera miedo de hacerle daño. Su fuerza nunca dejaba de sorprenderla. Y su cuerpo era tan fuerte y al mismo tiempo sus caricias tan suaves…

Inclinó la cabeza para besarlo mientras bailaban. Los largos colmillos de él le rozaron la lengua y le enviaron un placentero escalofrío por la espalda.

Lo notó tensarse antes de apartarse.

—No encendamos este fuego aquí mientras esté Darling. Si no, voy a cargarte a hombros, llevarte arriba y hacerte el amor hasta que no nos sostengan las piernas.

Ella sonrió ante su amenaza, mientras jugaba con los ricitos que se le hacían en la nuca.

—Dijiste que tu habitación estaba insonorizada.

—Eres una diablesa tentadora —dijo él sonriendo.

Kiara lo besó en la mejilla.

—Sólo contigo, cariño, sólo contigo. —A regañadientes, se apartó y lo soltó. Pero no antes de mordisquearle la barbilla—. Ahora, sigue siendo malo por ahí. Tengo que acabar mi sesión.

Nykyrian tuvo que obligarse a soltarla. Con una última sonrisa, ella volvió a bailar. Él sintió que sus caricias y su aroma se le quedaban en la piel y entonces comprendió por qué no podía hacerle caso a Syn.

Kiara lo sanaba.

De alguna manera, ella cogía toda la fealdad de su pasado y hacía que ya no importara. Sí, aún le dolía pensar en aquello, pero con Kiara allí, no era tan grave.

«Soy un maldito idiota».

No, era un hombre enamorado de una mujer que para él era todo el universo.

«Como he dicho, eres un maldito idiota».

Y por primera vez en su vida se sentía feliz de ser un idiota, porque la única alternativa sería vivir sin ella y, después de haber probado la luz que había llevado a su mundo, no quería volver a vivir en la oscuridad.

«Por favor, no me enviéis de nuevo a la noche».

• • •

Horas después, Darling, Hauk y Nykyrian se hallaban en la sala principal de la casa de este, esperando a Kiara.

«No me puedo creer que esté haciendo esto —se decía Nykyrian—. ¿Qué clase de idiota pensaría siquiera en llevarla al Club Blood?».

No le gustaba la respuesta a esa pregunta, ya que era él quien la iba a llevar.

Si no se lo hubiera rogado con aquellos enormes ojos ámbar, tal vez hubiera podido mantenerse firme y dejarla en la casa. Pero cuando se trataba de ella, le faltaba voluntad y la mueca de decepción en el rostro de Kiara había sido suficiente para hacerle dejar de lado el sentido común.

—Tu consejo no ha servido de nada —comentó Hauk, mirando hacia la escalera.

Nykyrian se volvió y vio a Kiara. Como él le había pedido, se había recogido el cabello en un severo moño. El viejo y gastado traje de combate, que le sobraba varios centímetros por la cintura, no estropeaba su belleza en absoluto.

Maldición.

Y lo peor era la enorme erección que experimentó con sólo mirarla.

«Justo lo que necesitaba; perder más sangre de mi ya atontado cerebro».

Darling soltó un sonoro suspiro.

—¿Qué más podemos hacer?

—Ponle algo en la cabeza —contestó Hauk en tono seco.

Kiara se puso de un rosa brillante.

—¿Y por qué no te pones tú algo en la cabeza, peludo…?

—Ya basta —la interrumpió Nykyrian antes de que ella pudiera decir algo que cabreara al andarion.

—Que siga furiosa. Ahora parece capaz de partirle la cara a alguien.

Hauk no hizo comentario mientras le colgaba a la cintura una pistola de rayos y un cinturón con cuchillos.

Kiara frunció el cejo. Nunca había pensado que aquellas cosas pesaran tanto. No dejaba de sorprenderla que Nykyrian y los otros pudieran moverse con todas sus armas, por no hablar ya de luchar.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a Hauk—. Nunca he podido acertarle a un blanco.

—Eso no tiene por qué saberlo nadie —replicó él—. Considera que las llevas para lucirlas y asegúrate de avisarme si sacas la pistola, así podré protegerme antes de que aprietes el gatillo.

Kiara lo miró con sorna, mientras Nykyrian iba al armario y sacaba una chaqueta de cuero reforzada que le iba dos tallas grande. Se la dio.

—¿Qué haces? Pero si ya parezco una nave nodriza.

—Esa es la idea —respondió Nykyrian con un guiño.

Kiara apretó los labios; ya no estaba segura de querer ir con ellos si se comportaban así. Cuando Darling le había explicado la clase de club que era, a ella le había picado la curiosidad.

Pero en ese momento…

Quizá debiera quedarse.

Mientras Nykyrian la ayudaba a ponerse la chaqueta, ella lo miró. Llevaba unos pantalones de cuero ajustados y una enorme chaqueta de cuero, sin camisa debajo, como muestra de fuerza y poder («Soy un tío tan duro que no necesito protegerme contra tus inútiles intentos de hacerme daño»). Un gesto de callado desafío corroborado por sus muchas cicatrices, que advertían de en cuántas batallas y luchas había participado.

Y sobrevivido, evidentemente.

Pero fue al ver sus tensos abdominales lo que casi la hizo babear.

La piel bronceada y musculosa le pedía a su mano que la acariciara. De no ser por la presencia de Darling y Hauk, lo hubiera arrastrado arriba y le hubiera hecho pedir clemencia. Se humedeció los secos labios y lo miró a los ojos.

Nykyrian se ruborizó ligeramente al encontrarse con su voraz mirada.

Hauk rio con ganas.

—Debe de ser la primera vez en mi vida que he visto a este chico sonrojarse. Por favor, que alguien haga una foto. Después podríamos utilizarla para chantajearlo.

Nykyrian lo miró ceñudo.

Hauk dio un paso atrás, sin dejar de reír.

Nykyrian, maldiciéndolo por lo bajo, le soltó a Kiara el cabello y se lo recogió en tres trenzas; luego trenzó las tres formando una sola. Le levantó el cuello de la chaqueta y se volvió para mirar a Darling y a Hauk.

—¿Qué os parece?

Hauk hizo una mueca de incertidumbre.

—Aún creo que es demasiado atractiva. Va a hacer que nos maten a todos.

Darling le dio un amistoso empujón.

—Relájate. Shahara va allí muy a menudo y nadie la molesta.

El otro lo miró divertido.

—Eso es porque mataría a quien fuera que le preguntase la hora.

Kiara vaciló mientras miraba a Nykyrian.

—Me encantaría ir con vosotros, pero…

—No te quitaremos ojo. No te preocupes —la tranquilizó él, cogiéndole la mano en la suya enguantada—. Si te pasa algo, mataré a Hauk.

Este alzó una ceja, pero no dijo nada y los siguió al hangar, donde subieron a sus naves.

A Kiara le pareció que el tiempo volaba mientras iban hacia Tondara, un planeta grande, y hacia la bulliciosa ciudad portuaria de Touras.

Aterrizaron y atracaron las naves en el exterior del muelle más sucio que Kiara había visto nunca. Aunque le habían dicho que el club estaba lleno de escoria, ella había supuesto que, al menos, mantendrían una higiene básica, pero al parecer se había equivocado.

Mientras se alzaba la compuerta, se atragantó con el acre hedor a basura en descomposición y olor corporal; ya veía dónde había aprendido Chenz sus hábitos de higiene. Quizá debería haber escuchado a Hauk y haberse quedado en casa. Aquel lugar era asqueroso.

Se tapó la nariz con la mano para tratar de soportar el hedor.

Nykyrian le soltó el arnés.

—Tendrás que saltar al suelo sin ayuda. Actúa como si supieras lo que estás haciendo y si alguien te mira, encáralo como si fueras a matarlo allí mismo.

—¿Lo dices en serio?

—Totalmente.

Ya no tenía ninguna duda: quería volver a casa; Pero era demasiado tarde. Había discutido con ellos para poder acompañarlos, así que lo único que podía hacer era comportarse como toda una mujer. Trató de parecer dura, salió c hizo justo lo que le habían dicho. Cuando tocó el suelo con los pies, el dolor se le disparó rodilla arriba.

—Ay —susurró. Pero al menos la feroz mueca de su rostro era real.

Y mantuvo muy bien su pose de chica dura hasta que varios bichos inidentificables le pasaron entre los pies, chirriando, y corrieron a esconderse en una pila de basura. Incapaz de soportarlo, Kiara soltó un chillido de lo más indigno y corrió hacia Hauk en busca de protección.

Varios seres se volvieron hacia ellos y los miraron con interés.

Hauk soltó un suspiro de disgusto mientras se soltaba las manos de Kiara del brazo y miraba furioso a la gente que los observaba.

Nykyrian saltó al lado de ella.

Al igual que Hauk, lanzó a los curiosos fieras miradas que amenazaban con el desmembramiento total. Esa vez, todos le prestaron atención y rápidamente desviaron la vista.

Luego, le pasó a Kiara un brazo por los hombros en un claro gesto posesivo.

Darling se puso a su lado.

—Mis rodillas te odian esta noche, jefe.

—Las mías tampoco tienen una gran opinión de mí —respondió él, encogiéndose de hombros.

Hauk recorrió la zona con la vista, preocupado.

—Parece que esta noche está abarrotado. Creo que deberíamos dar marcha atrás antes de que nos pulvericen.

Nykyrian lo empujó hacia la entrada.

Kiara agachó la cabeza y miró a ambos lados, a los letales depredadores cercanos, que los observaban abiertamente. Era evidente que estaban tomándole la medida al grupo y juzgando su peligrosidad.

Por suerte, ella iba con el peor de todos.

—No mires a nadie a los ojos —le susurró Nykyrian al oído.

Kiara asintió mientras el miedo le encogía el estómago. Cuando se abrieron las puertas del club, se estremeció de temor. La música sonaba a tal volumen que se la notaba palpitar en el cuerpo como un segundo latido.

Su curiosidad desapareció, emplazada por el puro pánico.

«Ha sido un gran error…».

Después de estar con Nykyrian y su grupo, había creído que la mayoría de los criminales se parecerían a ellos. Se equivocaba. Los hombres, mujeres y extraterrestres que se hallaban dentro del oscuro club eran los individuos más rudos e intimidantes que nunca había visto y no dudaba de que cualquiera de ellos podría matar a alguien tan sólo por mirarlo mal.

Unas tenues luces parpadeaban salvajemente en el techo y destellaban sobre complicados atuendos y armas. El hedor del alcohol barato y el perfume caro le escocía en la garganta. Unas criaturas se tiraban sobre otras, empujándose, gruñendo, buscando pelea.

O quizá, mejor dicho, robando en los bolsillos.

Nykyrian pagó la entrada.

—No te harán nada mientras estés con nosotros —le aseguró.

Sacó un par de tapones del bolsillo y se los dio.

Agradecida, Kiara se los puso en los oídos para que amortiguaran el palpitante sonido. La sorprendió que Nykyrian, con su aguzado oído, no hiciera una mueca de dolor.

Suspiró aliviada cuando la música y las voces bajaron a un volumen tolerable.

«Gracias», le dijo sin voz.

Hauk le puso la mano en el hombro y le hizo saber que lo tenía a la espalda. En todos los sentidos.

Darling señaló una mesa con la barbilla.

—Hay una mesa libre —dijo y atravesó la multitud por delante de ellos para sentarse antes de que alguien se les adelantara.

Sentada por fin entre Darling y Nykyrian, Kiara soltó un suspiro de alivio al ver que nadie les había dicho nada.

Por el momento.

Con suerte, seguiría siendo así. Y al menos esa parte no parecía tan abarrotada. Pero se tensó cuando se dio cuenta de por qué.

A su alrededor se estaban haciendo negocios ilegales. Drogas, prostitución y armas.

«¿En qué me he metido?».

Pero lo que más la impresionaba era lo tranquilos que estaban Nykyrian, Darling y Hauk. Ese era el mundo en que vivían. No era de extrañar que estuvieran tan hartos. Ella sabía de la existencia de esos lugares, pero era muy diferente estar en uno. Le abría los ojos y la hizo comprender por qué Nykyrian era tan reservado. Por qué le había costado tanto abrirse con ella.

Y también por qué Syn estaba tan furioso. Ese era el mundo en el que se había criado. En la calle. Completamente solo.

En una esquina, vio a un joven de unos veinte años vendiendo una pistola de rayos del mercado negro. A su padre le daría un ataque si supiera que ella estaba allí.

De repente, notó una sombra encima. Kiara alzó la vista y se sorprendió un poco al ver a un camarero de una especie desconocida sirviéndoles bebidas a los hombres.

Ez nueva —ceceó el camarero con unos labios bulbosos—. ¿Qué toma?

Nykyrian señaló a Kiara inclinando la cabeza hacia ella.

—Grenna.

El camarero pareció sonreír, pero Kiara no estuvo segura, con aquellos labios tan raros.

—Me alegro de veroz por aquí de nuevo. Empezaba a penzar que alguien con zuerte ze oz habría cargado.

Nykyrian medio sonrió.

—Eres más lista que todo eso, Vrasna. Yo no me rumbo por nadie. —Miró a Kiara y añadió—: Al menos luchando.

Ella se sonrojó al oírlo, pero sabía que él no la avergonzaría sin razón.

Vrasna le dio un repaso a Kiara con la mirada, que la hizo querer esconderse bajo la mesa.

—¿Ez tuya?

Nykyrian asintió.

—Me azeguraré de que ze zepa —dijo Vrasna, cogiendo la bandeja—. Mejor evitar derramamientoz de zangre innecesarioz. Acabamoz de arreglar la ventana despuéz de la última pelea.

Kiara observó a la criatura alejarse sobre cuatro patas tentaculares.

—¿De qué especie es el camarero?

Nykyrian alzó un lado de la boca.

—No puedes pronunciar el nombre por la forma de nuestro paladar, pero es hembra y muy agradable, a no ser que le pises un tentáculo o la trates de hombre. Eso haría que te echasen.

Kiara bebió un pequeño trago y luego aspiró aire con fuerza cuando el líquido, espeso y ácido, casi le hizo un agujero en la lengua y los labios. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Mierda, Nykyrian, deberías haberla avisado —le reprochó Darling y le cambió la bebida por la suya.

—¿Qué era eso? —preguntó ella casi sin voz, cuando pudo volver a articular palabra.

—Fuego tondario —contestó Nykyrian.

Kiara tragó aire para refrescarse la boca, que le continuaba ardiendo.

—¿Y cómo puede beber Syn esa mierda?

—No tengo ni idea —respondió Darling, encogiéndose de hombros—. Aunque me ha dicho que se puede usar para quitar el óxido del hierro. Y yo me lo creo.

Kiara también.

Darling le dijo que bebiera de su copa.

Ella lo miró con ojos escépticos.

—Relájate. Es zumo coloreado, para que nadie sepa que no soporto la mierda que sirven aquí.

—Gracias. —Kiara bebió un buen trago para apagar el fuego que sentía en la lengua.

Nykyrian le acarició el pelo.

—Lo siento. Debería haberte avisado.

—No pasa nada. Sólo recuerda para el futuro que tengo la lengua de una chica.

En vez de hacerle gracia, como ella pretendía, Nykyrian se puso tenso antes de apartarse y hacerle un gesto a Hauk para indicarle que la vigilara de cerca.

Este asintió y Nykyrian se alejó sin decir nada.

Kiara, preocupada y molesta por esa rápida marcha, observó a la gente apartarse de su camino, como si supieran, sólo con verlo, de lo que era capaz. No sabía a quién había ido a buscar o por qué se había ido, pero rogó que no estuviera yendo hacia el peligro.

Sin embargo, esa idea se le fue bruscamente de la cabeza cuando lo vio saludar a una mujer rubia extraordinariamente atractiva. Kiara entrecerró los ojos mientras la invadían unos celos desconocidos, tan intensos que estuvo a punto de abrirse camino entre la gente y arrancarle el pelo de raíz a la mujer. Luego, cuando Nykyrian llevó a aquella puta barata a la parte de atrás del club, se encendió aún más.

La risa de Hauk le llenó los oídos cuando le vio la expresión.

—Tranquila Nykyrian busca información, nada más.

«Más le vale que sea lo único que busca o esta noche se va a arrepentir».

A diferencia de la gente de aquel club, a Kiara no le daba miedo el temperamento de Nykyrian.

Pero si este tenía dos dedos de frente, más le valía tener miedo del de ella.

Unos minutos después, Hauk se disculpó para saludar a un viejo amigo, mientras Vrasna les servía otra ronda.

—¿Qué te parece? —le preguntó Darling.

—Me parece que vivís todos en un lugar muy peligroso. Y ahora entiendo por qué mi padre siempre me ha protegido tanto.

Una extraña expresión ensombreció el rostro del joven.

—Te comprendo.

Kiara observó el refinamiento que le manaba de los poros, de la misma forma que la ferocidad manaba de los de Nykyrian, y trató de entender cómo era que se había hecho amigo de los miembros de la Sentella.

—Hauk me ha dicho que te dedicas a los explosivos.

—Sólo vivo para volar mierda por los aires —respondió él.

—Resulta una extraña ocupación para un aristócrata.

Él bebió un trago antes de contestar.

—La verdad es que no. En la escuela me encantaba la química y me aficioné a la demolición como entretenimiento. La habilidad que hace falta… No sé, no hay nada igual… pero mi padre quería que me dedicara a la política.

—¿Y tan malo sería eso?

Él hizo una mueca.

—No me gusta tanto la gente como para ser siempre agradable. Por eso valoro tanto a Nyk, Hauk, Syn y Jayne. Con ellos siempre sabes dónde estás. Si los estás poniendo nerviosos, te lo dicen; de acuerdo que algunas veces te lo sueltan bastante mal, pero te lo dicen. No hay puñaladas traperas ni manipulación. No juegan con tu mente o te mienten. No hay engaños. Créeme, eso es muy raro y yo no quiero ser amable con alguien que no soporto sólo por tener que ser políticamente correcto. Si te odio, quiero poder decirte que te apartes de mi vista y te pudras.

Kiara lo entendía perfectamente y lo admiraba por ser capaz de aguantar firme cuando había otros que lo querían doblegar. Los moratones que aún tenía en la cara eran testigo de esa fuerza y convicción.

—Sí, a mí tampoco me gustan esos juegos.

Él alzó la copa para brindar.

—Por la vida sin teatro.

Ella sonrió y chocó la copa con la de él.

—Amén, hermano. Amén.

Kiara dejó la copa en la mesa y observó a la multitud, fijándose en los que aún seguían mirándolos.

—¿Crees que hay mucha gente aquí que sepa lo de la recompensa por mi vida? —preguntó.

—Seguramente. Pero la buena noticia es que casi todos los presentes tienen un precio puesto a su cabeza. Y los que no, desearían tenerlo.

—¿Y eso es bueno? ¿Cómo?

Darling se echó a reír.

—Saben que más les vale no intentar hacerse una reputación con la clientela de aquí. Y a los que, como Aksel, quieren cazarte, nunca se les ocurriría buscarte en Club Blood. Estás escondida a plena vista. No hay lugar más seguro.

Kiara esperó que no se equivocara.

—¿Y qué pasa con la mujer con la que está Nykyrian? ¿Quién es?

—La esposa de Aksel.

—¿Qué? —exclamó Kiara, abriendo mucho los ojos por la sorpresa.

Darling le dio unas palmaditas en la mano.

—Tranquila. Le odia y por eso sabemos que nadie de Aksel está aquí. Si estuvieran, ella no habría venido.

Kiara no estaba tan segura de eso, pero confiaba en ellos. Sobre todo, confiaba en Nykyrian.

—¡Cruel, astuto cabrón!

Kiara pegó un brinco al oír un grito en la oreja.

Un hombre alto y apuesto se sentó en la silla frente a Darling e hizo una mueca al verle las heridas.

—Sin ofender, pero estás hecho una mierda, colega. ¿Quieres que mate a alguien?

—Gracias, Cai, pero ya está.

Kiara contempló el hermoso rostro del recién llegado. Cejas de ébano sobre ojos color almendra que brillaban con inteligencia y picardía. El oscuro cabello le llegaba a los hombros y lo llevaba recogido en una coleta. Tenía un aire de entusiasmo juguetón que neutralizaba otra aura igual de fuerte: «Si te pasas conmigo, te haré comer tu propio hígado».

El recién llegado se inclinó hacia Darling y le susurró algo que hizo reír a este, luego miró a Kiara. Una sonrisa lenta y seductora le fue curvando los labios.

—Saludos, hermosa. —Y le tendió la mano.

Ella pudo imaginarse cuántas hembras se habrían colgado de aquella elegante sonrisa.

Darling chasqueó la lengua en dirección a su amigo.

—Kiara, este es mi mejor amigo, Caillen Dagan, extraordinario contrabandista y don Juan extremo.

—Encantada —respondió ella, y estrechó la mano de Caillen.

Este se llevó la suya a los labios y le dio un cálido beso en los nudillos, mientras le acariciaba traviesamente los dedos. Esbozó una sonrisa de medio lado, de una forma que Kiara estaba segura que haría reír tontamente a la mayoría de las mujeres.

—¿La Kiara Zamir de renombrado talento? —preguntó y, cuando ella asintió, su sonrisa se hizo más amplia—. Es un gran privilegio beber una copa contigo, princesa. Siempre me ha enamorado tu belleza y tu arte, que ninguna otra bailarina puede emular.

Darling le dio un amistoso empellón en el hombro.

—No empieces con ella —le advirtió. Y miró a Kiara—. Caillen es inofensivo, pero cree que todas las mujeres se mueren de ganar de meterse en su cama y quedarse allí.

Él le soltó finalmente la mano y cogió el vaso de Darling.

—Por si ha escapado a tu atención, Darling, eso es cierto en el caso de la mayoría. —Bebió un trago y sonrió—. Estás avanzando. ¿Cuándo has empezado a beber esta mierda?

—Hola, Caillen. —Una atractiva pelirroja se inclinó sobre su hombro y lo besó en la mejilla.

Él arrugó la nariz y la envió a paseo.

Kiara miró a Darling, que observaba a Caillen incrédulo.

—Creo que es la primera vez desde que llegaste a la pubertad, que has dejado que una mujer hermosa se fuera sin molestarla.

El otro se encogió de hombros mientras se acababa su bebida de un trago.

—Sí, bueno, Lila es una ramera omnipresente. Alguien debería dibujarle una X en la espalda y ponerle «Por este lado hacia abajo».

Kiara se quedó atónita ante ese duro comentario.

Caillen volvió a centrarse en ella y su irresistible sonrisa asomó de nuevo a su rostro.

—Perdona si te he escandalizado, princesa, pero a veces pierdo los modales en el peor momento.

Cambió su vaso vacío por el de Darling, luego se inclinó sobre la mesa y dedicó a Kiara una seductora sonrisa.

—Espero que no estés aquí del brazo de Darling.

—Es de Nykyrian —contestó este por ella.

Caillen se puso pálido y se apartó tan rápido que casi dejó una estela.

—Me marcho. —Se puso en pie, se volvió hacia Darling y lo miró enfadado—. ¿Por qué no me has dicho que estaba aquí? ¿Que le estaba tirando los tejos a su hembra? Dios, Darling, ¿qué pretendes, que me destripen?

El otro se hizo el inocente.

—Lo cierto es que he disfrutado viéndote meterte en una situación comprometida. Ha sido divertido.

—Ja, ja. —Caillen miró a Kiara, avergonzado. Luego se puso serio—. Por cierto, unos hombres de Arturo pasaron por casa de Kasen hace poco preguntando por ti. Les dije que lo último que había oído era que estabas visitando a Ryn. No sé si me creyeron, así que ten cuidado.

—Lo tendré.

Finalmente, los saludó con la cabeza y se perdió entre la multitud.

Kiara lo observó marcharse, coger a una mujer en la pista de baile y atravesar con ella el gentío.

—Un humano interesante.

—No tienes ni idea. Pero vale su peso en diversión y es de lo mejor para guardarte la espalda en una pelea.

Kiara retorció la cañita del vaso de Nykyrian.

—Pensaba que tu mejor amigo era Nykyrian.

Darling se reclinó en su asiento y la observó fijamente.

—Él me protege y yo lo quiero por ello, pero es demasiado serio. Caillen, en cambio, atrapa la vida al vuelo, siempre haciendo un chiste. —Cogió el vaso de zumo que había estado bebiendo—. No sé, me hace reír como nadie.

Ella asintió; entendía muy bien la importancia de la risa.

—¿Caillen y tú sois amantes?

Darling soltó una carcajada.

—No, él es exclusivamente heterosexual —contestó. Miró hacia la gente—. ¿Sigues nerviosa?

—Un poco —contestó ella respirando hondo.

Él le cogió la mano y le trazó la línea de los dedos.

—No te preocupes. No te va a pasar nada.

—Enternecedor —soltó una voz malévola.

Darling se puso rígido y se volvió hacia tres hombres con uniforme caron.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó.

El hombre que había hablado lo miraba furioso. Era apuesto, mayor que Darling, con unas cuantas arrugas alrededor de la cruel boca. Su cabello pajizo y canoso estaba cortado a cepillo y sus ojos azul acero recorrieron a Kiara con una fría mirada.

—Nos han ordenado que te llevemos a casa…, alteza.

¿Podría haber más desprecio en esa sola palabra?

Ella sintió pánico por Darling y comenzó a recorrer el gentío con la mirada, esperando encontrar a Nykyrian, Hauk o Caillen, pero no vio a nadie que reconociera.

Darling le lanzó varias monedas al hombre.

—Finge que no me has visto.

El guardia miró a sus compañeros e hizo una mueca de desprecio.

—Bueno, sabemos cuáles son nuestras órdenes en caso de que te resistas.

Su siguiente respuesta fue un fuerte revés.

Darling cayó sobre la mesa y la volcó. Sin pensar, Kiara corrió hacia adelante y empujó al guardia para apartarlo de él.

Casi ni lo movió.

Con una sonora maldición, el guardia la abofeteó con fuerza y la lanzó hacia atrás, sobre un grupo de hombres. Sin hacer caso de su dolorida mejilla, ella trató de zafarse, con la intención de volver a la pelea, pero se encontró rodeada de aquellos sobre los que había caído.

—Perdonen.

Trató de abrirse paso, pero se negaron a apartarse o a moverse.

—¿Adónde crees que vas, guapa?

—Creo que a ninguna parte —replicó otro, antes de cogerla por la cintura y empujarla de nuevo hacia el centro del grupo.

Kiara sintió terror. Tenía que hacer algo.

Trató de soltarse, arañándole la mano. Con una palabrota obscena, el hombre se la cargó al hombro y se dirigió hacia la puerta. Ella chilló y gritó, mientras trataba de que la soltara.

Él no cedió.

Furiosa y frustrada, vio que el guardia se llevaba a rastras a Darling por la puerta trasera. Renovó sus esfuerzos. Tenía que liberarse para ayudarlo.

El que la sujetaba se rio de sus intentos y la sacudió con fuerza sobre su hombro. Por un momento, Kiara se quedó sin aliento. Le tiró del cabello y le arañó en el cuello.

Él la sacó al muelle y la tiró sobre el sucio suelo, donde aterrizó con un sonoro golpe. Kiara gimió cuando el dolor le atravesó el cuerpo. Las costillas y la espalda le dolían tanto que temió habérselas roto.

—Pagarás por esto, harita —soltó el tipo y se sacó una enorme daga de la bota.

Kiara comenzó a temblar; veía de nuevo a Chenz yendo hacia ella.

El resto del grupo los rodeaba, así que no tenía forma de escapar.

¿Qué era lo que le había enseñado Nykyrian?

Ojos, cabeza…

No… cuello.

Nariz.

Ve por la nariz.

No, por la entrepierna.

Apretó los dientes e hizo exactamente lo que él le había enseñado. Le dio una fuerte patada en la entrepierna.

El tipo maldijo mientras se doblaba en dos.

—¡Coged a esa zorra!

Los otros fueron a por ella. Kiara giró en redondo, tratando de darles como Nykyrian le había dicho, pero él no le había explicado qué hacer cuando la superaban en número.

La iban a matar.

De repente, los tipos comenzaron a caer al suelo a sus pies. Uno a uno, fueron desplomándose hasta que Kiara vio a Nykyrian allí de pie, con el rostro convertido en una máscara de furia.

El que ella había golpeado cometió el error de querer atacarlo.

Nykyrian lo agarró y le dio la vuelta. De la nada, sacó un cuchillo que le puso al cuello.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Una gota de sudor cayó de la sien del hombre.

—Esto es asunto de humanos, andarion.

La fría expresión del rostro de Nykyrian hizo que Kiara tuviera un escalofrío.

—Es mi hembra, gilipollas. Lo que hagas con ella es asunto mío.

El hombre comenzó a temblar de forma incontrolada.

—¿Eres su hembra? —chilló.

—Sí —respondió Kiara con convicción.

Nykyrian le pasó el cuchillo bajo la barbilla, dejándole un rastro de sangre antes de apartarlo. Le tendió la mano a Kiara, que ella agarró como si fuera un salvavidas y dejó que la pusiera en pie.

El otro tragó saliva mientras se limpiaba la sangre del cuello con el dorso de la mano.

—Lo siento mucho. Se ha estrellado contra nosotros. No tenía ni idea. Quiero decir… íbamos…

—Te sugiero que desaparezcáis. Ya. —Nykyrian le mostró los colmillos amenazador.

El grupo salió corriendo más rápido de lo que Kiara hubiera imaginado posible. Temblando de alivio, hundió la cabeza en el hombro de Nykyrian.

—Si les hubieras dicho «buuu», creo que se habrían meado encima.

Él la abrazó con fuerza, tranquilizándola.

—¿Qué ha pasado?

—Los guardias de Arturo han cogido a Darling y yo he tratado de impedírselo.

Nykyrian se puso tenso.

—¿Por dónde se han ido?

—Por la puerta trasera.

Nykyrian volvió a entrar con Kiara en el club y atravesaron la multitud. Cuando pasaron junto a Hauk, Nykyrian lo agarró de la camisa y, con una furiosa maldición, lo arrastró con ellos. Salieron por la puerta trasera a una calle vacía. Había unas cuantas personas rondando por ahí; dos que parecían estar haciendo algo ilegal. Ni rastro de Darling o los guardias.

Nykyrian fue de un lado a otro, revisando la zona. Se paró y miró a Hauk.

—Recuérdame luego que te mate.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el otro, con la mirada llena de confusión.

Nykyrian hizo una mueca de desprecio.

—Nada muy importante. A Kiara la ha cogido un grupo de violadores y los hombres de Arturo se han llevado a Darling.

—¡Mierda! —Hauk se pasó las manos por la trenza—. ¿Adónde crees que lo habrán llevado?

—Seguramente de vuelta a Caron —contestó él. Sacó su comunicador y llamó al joven. Al no obtener respuesta, se lo apartó de la oreja y luego marcó unas coordenadas en el ordenador de pulsera. Pasados unos segundos, volvió a maldecir—. Deben de haberle quitado el rastreador y el comunicador. Maldita sea.

Caillen salió corriendo por la puerta trasera. Se detuvo de golpe al verlos.

—¿Dónde está Darling?

Nykyrian miró a Hauk enfadado.

—Lo han cogido los hombres de Arturo.

Caillen soltó tal palabrota que Kiara se sonrojó.

—Kasen me ha dicho ahora mismo que acababa de ver cómo se lo llevaban. Voy a matar a mi hermana por hablar. ¡Idiota!

—¿Se te ocurre a qué centro de detención lo habrán llevado los hombres de Arturo? —le preguntó Nykyrian.

—Tal vez.

Nykyrian volvió a colocarse el comunicador y llamó a Syn y a Jayne para iniciar la búsqueda. Luego le pasó el comunicador a Caillen.

—Mantente en contacto con ellos y diles por dónde empezar a buscar. Llevaré —a Kiara a casa y me reuniré con vosotros.

El otro se puso el comunicador en la oreja.

—¿Y cómo hablamos contigo?

—Tengo otro comunicador en casa.

Caillen asintió.

—Muy bien. Entonces, vamos allá —exclamó y chocó el puño con el de Nykyrian en señal de solidaridad, antes de marcharse con Hauk.

La culpa corroía a Kiara por dentro mientras Nykyrian la llevaba hacia la nave. Si ella no hubiera vuelto a meterse en líos, él podría haber impedido que se llevaran a Darling.

—Lo siento muchísimo —susurró, mientras llegaban a la nave y la ayudaba a subir.

La cogió por la cintura.

—No has hecho nada malo. Tenía que haber sabido que no podía dejar solo a Hauk con vosotros. A veces no piensa.

Kiara asintió mientras se sentaba y esperaba que él subiera.

Poco después, despegaron y se dirigieron a la casa.

Ella permaneció en silencio el resto del viaje, dándole vueltas a lo que había pasado. Rezó por la seguridad de Darling, sin saber si podría perdonarse si algo le pasaba.

Nykyrian la hizo entrar a toda prisa en la casa, cogió su comunicador y se marchó antes de que ella pudiera ni siquiera desearle suerte. Angustiada, se fue hacia la cama con los lorinas siguiéndola.

Se pasó horas acariciándolos, tumbada en ella, mirando las estrellas que brillaban sobre su cabeza. Fue pensando en todos los hombres con los que había entablado amistad. Hauk y su hosco carácter. Syn, que básicamente era bipolar, y Darling con su dulzura.

Y sobre todo pensó en Nykyrian y su dolor. ¿Quién le hubiera dicho que esas cuatro personas podían representar tanto para ella en tan corto espacio de tiempo?

Pero así era. Y rogaba por todos ellos.

Cuando finalmente vio el caza de Nykyrian volando hacia la casa, el corazón se le aceleró de alivio.

«Por favor, que sean buenas noticias».

Se puso la bata y corrió hacia abajo para esperarlo en la entrada. Los lorinas se le metían entre las piernas, maullando suavemente.

Agotado, Nykyrian cruzó la puerta. Tiró el casco al suelo y abrió los brazos para recibir el fuerte abrazo de Kiara.

—Le hemos encontrado —dijo con voz cansada.

—Espero que los hayáis hecho picadillo.

Nykyrian alzó una mano. Tenía los nudillos hinchados y ensangrentados.

—Pero no me odies por ello.

Kiara le besó la mano, luego se irguió para quitarle las gafas.

—¿Dónde está Darling?

Él fue hacia la escalera y se quitó la chaqueta, mostrando la espalda desnuda. Dios, Kiara le podía ver cada músculo al caminar. Y el color de los tatuajes siempre era impactante…

—Está con Jayne y su esposo.

Se detuvo en el segundo escalón y la miró.

—Te daré lo que sea si me llevas arriba.

Kiara rio al ver su mohín casi juvenil.

—Venga, soldado. Arriba. —Y lo empujó para que subiera.

A Nykyrian se le escapó un gemido cuando a ella se le resbaló la mano entre sus muslos.

—Si sigues haciendo eso, hasta podría ser que reviviera.

Kiara chasqueó la lengua mientras entraban en el dormitorio.

—Mírate… y después de cómo has corrido detrás de aquella rubia esta noche…

Nykyrian se echó en la cama cuan largo era.

—Necesitaba información —explicó Bostezó sobre la almohada y luego sacó una pequeña caja de su mesilla de noche.

—¿Qué es eso?

Él bostezó de nuevo.

—Mi sujeción dental. No puedo dormir sin ella.

—¿Por qué?

—Una vieja herida. Los colmillos me rasgan el tejido blando de la boca si no lo uso. —Se metió el aparato en la boca y dejó caer la caja.

Kiara negó con cabeza al verlo moverse tan despacio.

—Si la Liga pudiera ver a Némesis en este momento, dudo que les pareciera una amenaza tan terrible.

Esperó a que él le respondiera.

—¿Nykyrian? —lo llamó. Luego se inclinó sobre él y se dio cuenta de que estaba profundamente dormido.

Con ella a su espalda, sin protección…

Esbozó una sonrisa. Orinthe le había dicho que le pasaba eso. Nykyrian odiaba dormir y no paraba hasta que no podía más y su cuerpo lo obligaba.

Contenta de que por fin estuviera descansando, bajó las luces hasta dejarlas en un leve resplandor y oscureció el techo. Tuvo que darle la vuelta sobre la espalda para quitarle las botas y los pantalones. Se quedó parada ante el peso de las botas y el cinturón.

Su pobre Némesis, siempre listo para la batalla.

Recorrió con la mirada su cuerpo desnudo, sorprendida de la belleza que un mundo brutal había estropeado. Casi no había parte de él que no tuviera cicatrices. Le quitó los guantes y los dejó sobre la mesilla, consciente de que él los querría en cuanto se despertara. Las únicas veces que no los llevaba era cuando le hacía el amor o se duchaba.

Un cálido cosquilleo le palpitó en los pechos al observarlo bajo el tenue resplandor del dormitorio. Parecía tan relajado. Kiara esperó que esa noche durmiera profundamente y, pensando en eso, cerró la puerta para dejar fuera a los lorinas y oscureció aún más la habitación.

Él necesitaba descansar.

Le apartó el cabello de la mejilla y lo besó junto a la oreja.

—Te amo, Nykyrian —susurró.

Lo cubrió con una manta, luego se metió en la cama a su lado y lo rodeó con los brazos. Con un suspiro de satisfacción, se quedó dormida.

• • •

Nykyrian se fue despertando con una extraña sensación.

Algo lo presionaba…

Al principio, pensó que sería uno de los lorinas, hasta que vio que era el suave cuerpo de Kiara, enlazado con el suyo. Tenía un muslo entre los de él, apretándole agradablemente los testículos, y la mano derecha entre su cabello. El camisón se le había subido y tenía todo el trasero al descubierto mientras dormía como un ángel a su lado.

Durante todo un minuto, se quedó sin aliento al darse cuenta de lo que había pasado.

Había dormido toda la noche con alguien tocándolo. Nunca antes le había ocurrido eso. En el pasado, siempre había notado si alguien se le acercaba y se había despertado de golpe.

Pero con ella no. Incluso su subconsciente la aceptaba.

Asombrado, le cogió el rostro entre las manos y la besó en la frente.

Ella fue abriendo los ojos y lo miró. Cuando finalmente lo enfocó, le sonrió.

—Buenos días, cariño.

Él disfrutó de cada una de las sílabas.

—Buenos días.

Kiara comenzó a apartar la pierna, pero él se la cogió.

—Hazlo con cuidado… estás peligrosamente cerca de hacerme daño.

Ella se sonrojó al darse cuenta de su erección y de dónde tenía el muslo.

—Perdona. —Se apartó con cuidado. Bostezó y se estiró, arqueando la espalda hasta que le quedaron los pechos perfectamente delineados bajo el camisón.

A Nykyrian, el pene se le irguió más mientras se inclinaba para cubrirle el pecho derecho con la mano. Ella no protestó en absoluto. Sonriendo, él le acarició el duro pezón, oculto bajo la seda rosa pálido.

—¿Te has dado cuenta de que anoche te casaste conmigo?

Ella se quedó inmóvil y lo miró boquiabierta.

—¿Que hice qué?

Él apartó el camisón para poder acariciarla sin la barrera de seda.

—La ley andarion dice que cuando dos personas admiten, sin coacción, que son pareja delante de otro individuo, están casadas.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Kiara, arqueando una ceja.

Él apartó la mano. No sabía por qué, pero la falta de entusiasmo en la reacción de ella lo echó atrás.

—Supongo que quieres el divorcio.

Kiara se mordisqueó el labio mientras asimilaba las implicaciones de todo aquello. ¿Estaba «casada» con Nykyrian? Debería sentirse completamente horrorizada, pero…

Parte de ella estaba absolutamente encantada con la idea.

—¿Y eso es todo lo que hace falta?

Con rostro inexpresivo, él le acarició la mejilla.

—Sí. A los andarion no les van las grandes ceremonias. Pero no te preocupes, el divorcio es igual de fácil. Lo único que tenemos que hacer es decirle a alguien que estamos divorciados y ya está.

Esa vez, Kiara captó una nota de dolor en la voz de Nykyrian.

«Estamos casados…».

Las palabras resonaron en su cabeza mientras intentaba determinar qué significaría para ella.

«Si estás casada con él, ya puedes olvidarte de tu carrera para siempre».

Nadie volvería a contratarla nunca para actuar. No podía ser una figura pública teniéndolo como marido.

«Es un criminal».

Y no sólo un criminal. ¡Era Némesis!

«A tu padre le va a dar un ataque…».

De ser cierto, nada en su vida volvería a ser igual.

Y entonces pensó que en realidad ya todo había cambiado. No era la misma persona a la que había raptado Chenz. Ya no quería las mismas cosas que había deseado unas semanas antes.

Aunque aún le encantaba bailar, odiaba a los políticos y a la gente. El mejor baile de su vida había sido con Nykyrian en la sala de entrenamiento. El que no había tenido más público que él, a quien no le importaba si resbalaba o si el traje le iba un poco estrecho. Para Nykyrian, ella era hermosa. Cuando estaba con él, se sentía tranquila. Y, sobre todo, se sentía segura; incluso en un club abarrotado de la escoria del universo, se había sentido segura.

Él la había cambiado para siempre.

Su vida ya no era suya.

Le pertenecía y Kiara no quería vivir si eso significaba vivir sin Nykyrian.

Lo cogió por la barbilla y, en broma, lo miró muy seriamente a la cara.

—Oh, no, en absoluto, chico. Ahora tendrás que aguantarme. No me voy a divorciar de ti.

Él se quedó sin respiración al oírlo que menos esperaba.

—No te burles de mí, Kiara.

Ella le acarició el rostro con el dorso de los dedos mientras sus ojos color ámbar lo miraban con total sinceridad.

—No me burlo de ti, Nykyrian. Estoy dispuesta a darte mi corazón, mi vida, mi devoción. No pondré a nadie por delante de ti, ni siquiera a mí misma, y me alegraré de estar aquí cuando me necesites, para apoyarte siempre.

Esos eran los votos de matrimonio en Gouran.

—No hay sacerdote para santificar el juramento —dijo él.

—No lo necesito —replicó Kiara sonriéndole—. Dios me oye y tú me oyes. Eso ya me basta.

En ese momento, Nykyrian casi hubiera podido creer en una deidad superior.

En ese momento, se sentía capaz de volar. Si alguien tan inocente y puro como ella podía amar a alguien tan repulsivo y corrupto como él, todo era posible.

—Haré lo que sea para ser digno de ti. Te lo prometo.

Kiara lo miró ceñuda.

—Ya eres más que digno de mí.

No, no lo era. Él sabía la verdad. Pero que ella lo creyera le llegó a lo más hondo.

Kiara vio cómo se le ensombrecía el semblante. ¿Qué era lo que estaba estropeando ese instante?

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Nykyrian la besó en la coronilla.

—Creo que hoy te llevaré con tu padre.

Eso era lo último que Kiara se esperaba oír.

Observó sus hermosos ojos verdes sin estar muy segura de querer volver a su casa. Pero no estaba bien dejar que su padre se preocupara por ella. Era imposible decir lo loco que podía volverlo su ausencia.

Y aunque su actual situación podía no sentarle muy bien, estaba segura de que acabaría convenciéndolo. Al igual que Nykyrian, cuando se trataba de ella, su fuerza de voluntad era muy limitada.

—Sabes que mi padre podría dispararte si se entera de que estamos casados —dijo con una sonrisa, mientras metía la mano por debajo de las mantas.

—En su lugar, yo lo haría —respondió él y se estremeció cuando le acarició la punta del pene.

Kiara se mordió el labio y le sonrió de lo más seductora.

—¿El matrimonio es válido si no se consuma?

Sin darle tiempo siquiera a parpadear, él ya la tenía de espaldas sobre el colchón. Se sacó la sujeción dental y la dejó en la mesilla de noche.

Ella recibió con alegría su beso, la fuerza de sus manos sobre su cuerpo. Nykyrian le cubrió la oreja de besos, le mordisqueó el lóbulo. Kiara se estremeció.

Donde fuera que la tocara, ardía de placer. Clavó los talones en el colchón y arqueó la espalda para frotarse contra él. Nunca se había sentido más deseada, más viva.

Nykyrian la deseaba con locura. Kiara nunca lo había visto así, como si tuviera la imperiosa necesidad de sentirla.

Le acarició la espalda, notando las cicatrices. Él le pertenecía y nadie se lo quitaría; ya se aseguraría ella de eso.

Sus besos eran frenéticos y posesivos mientras le separaba las piernas con la rodilla y la penetraba. Kiara se dejó perder en la sensación de tenerlo dentro, de sus movimientos en su interior. Su fuerza, su poder… adoraba unirse a él de esa manera.

Nykyrian la miró con intensidad.

—Eres mía, Kiara.

—Lo sé.

Él aceleró sus movimientos, haciéndole sentir un inmenso placer hasta que no pudo resistirlo más. Cuando se corrió, fue como una explosión, más intensa que nada que hubiera sentido antes. Echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre.

Nykyrian la miró maravillado mientras ella se apretaba contra su cuerpo y le rodeaba las caderas con las piernas. Aún lo asombraba que lo aceptara tan totalmente. Que le pudiera mirar como lo hacía en ese momento y viera a un hombre.

Se perdió en sus ojos ámbar. Mirándola fijamente, notó que se dejaba ir mientras el orgasmo lo sacudía. Se hundió en ella profundamente y la apretó contra sí mientras aspiraba su maravilloso aroma.

Si muriera en ese instante, estaría agradecido. Porque lo último que quería era que Kiara llegara a odiarlo.

«Para. No estropees esto».

Pero era tan difícil no pensar. Nada bueno le ocurría nunca. Nada.

«No la lleves con su padre. Que se quede aquí para siempre. Los dos solos».

Pero eso sería egoísta y estaría mal. El hombre la quería tanto como él. Y ella quería a su padre. Tarde o temprano, querría verlo.

Mejor pasar por eso de una vez. Como al arrancarse un esparadrapo. Pasar rápido por el dolor para poder empezar a sanar.

Porque, en lo más profundo de su corazón, Nykyrian sabía que ese sería el fin de su relación. Era imposible que Zamir le permitiera volver con él.

Su tiempo había acabado.

«Es mejor así».

Que Kiara se fuera antes de llegar a odiarle. Antes de que dejara de ser nuevo y excitante y ella comenzara a ver todos sus fallos.

Antes de que llegara a ser como Mara y lo entregara a las autoridades por despecho. Syn había estado a punto de no sobrevivir.

«Sin ella, morirás».

No, viviría. Como siempre había hecho. Apartado y en soledad.

«El dolor es tu amigo», le gritaba el corazón, pero él no le hizo caso. Aquello era lo mejor para ambos. Sabía dónde estaba Aksel. La podía dejar con su padre y luego matar a ese cabrón para que Kiara estuviera a salvo.

Nadie volvería a hacerle daño. Él se aseguraría de ello.

Kiara le acarició el suave cabello, mientras el fuerte cuerpo de Nykyrian se fundía con el suyo. Había olvidado su carrera, su vida. Lo único que quería era estar con él.

Lo besó en los labios y confió en que el enfado de su padre con ellos no durara demasiado. Quería que los dos hombres a los que más amaba fueran amigos y que se respetaran mutuamente tanto como ella los respetaba.

Mientras yacía en silencio, notó que su corazón volvía a latir a un ritmo normal. Besó a Nykyrian en el cuello, notando la sal en la piel, y disfrutó del masculino aroma de su cuerpo. Podría aspirarlo durante todo el día.

—¿Te apetece bañarte conmigo? —le preguntó él.

—Me encantaría —respondió, sonriendo.

No tardaron mucho en bañarse y vestirse. Demasiado pronto estuvieron en la nave en dirección a Gouran. Qué diferente era esta vez de la otra en que habían hecho ese mismo trayecto.

Antes, Kiara casi odiaba a Nykyrian. Le temía y ansiaba llegar a su casa…

Esa vez en cambio…

Tenía miedo de encontrarse con su padre. No sabía cómo iba a reaccionar este ante la noticia, pero estaba segura de que no le haría ninguna gracia.

«Por favor, no seas totalmente irracional».

Había veces en las que estaba segura de que su padre iba a reaccionar mal y después no lo había hecho.

«Ojalá sea una de esas veces».

Cuando avistaron Gouran, tuvo una mala sensación. Quería pedirle a Nykyrian que diera la vuelta y regresaran, pero sabía que no podía hacerlo. Su padre estaba preocupado por ella. Debía verlo y decirle que se había casado; eso no era algo que pudiera hacer por el comunicador.

Sólo rogaba que él atendiera a razones y no encerrara a Nykyrian nada más llegar.

En cuanto entraron en el espacio aéreo de Gouran, los rodearon cien cazas.

Él silbó por lo bajo.

—Cariño, me parece que tu padre está un poco molesto conmigo.

Ella hubiera preferido que se ahorrara el sarcasmo.

—No tiene gracia.

Miró pasmada la cantidad de naves. Sin duda, su padre no se andaba por las ramas y si trataban de escapar seguramente abrirían fuego sobre ellos.

«Tenemos que pasar por esto».

—Baje el escudo y desconecte el propulsor principal —ordenó el controlador.

Nykyrian se puso tenso cuando una luz de advertencia se encendió en el panel, indicándole que los sistemas de armas de las otras naves los habían marcado como objetivo.

—Bajen las armas. Toda esta hostilidad no es necesaria —dijo con la voz tranquila y desapasionada que empleaba cuando estaba amenazado.

—Ya sabrás lo que es hostilidad cuando aterrices, hijo de puta. —El grito de su padre resonó en los oídos de Kiara.

Se tragó su miedo.

«Quizá esté mejor cuando aterricemos».

Sí y el mundo estaba lleno de perritos felices y arcoíris.

—Papá, no pasa nada. Estoy en la nave. Por favor, no disparéis.

—¿Ángel? —preguntó Zamir con voz temblorosa—. Gracias a Dios que estás viva. —Luego su tono volvió a ser amenazador—. Tienes las coordenadas para aterrizar. Haz la más pequeña variación y te aseguro que te destrozaré ahí mismo.

—Qué hombre tan agradable.

Kiara puso los ojos en blanco al oír el tono burlón de Nykyrian.

—Está preocupado.

Él soltó un resoplido burlón.

—La verdad, yo tampoco estoy saltando de alegría. No me gusta tener tanta gente apuntándome a la cabeza.

—Ya lo sé, cariño —dijo ella y el nudo en su estómago se hizo más tenso—. No pasará nada. Ya verás.

Nykyrian se tragó una réplica sarcástica. Deseó ser tan ingenuo como Kiara, pero no era así.

El padre de ella quería sangre.

Su sangre.

Dejó a un lado sus emociones para poder pensar con claridad y siguió la ruta indicada.

«Has estado en situaciones peores».

Sí y tenía cicatrices para demostrarlo. Pero no podía hacer nada al respecto.

Aterrizó en el muelle principal del palacio. En cuanto detuvo la nave, aparecieron al menos seis batallones apuntándolos. Había tantos láseres de mirillas sobre ellos que parecía un espectáculo luminoso.

Kiara tembló inquieta. Cuando su padre se enfadaba, era totalmente irracional. Nunca había visto a tantos soldados.

Zamir salió de entre ellos con mirada furiosa.

—¡Que salga Kiara primero! —gritó.

Las fuertes manos de Nykyrian le desabrocharon el casco y el arnés.

—No pasa nada —susurró—. Haz lo que dice. Ve despacio y mantén las manos lejos del cuerpo para que ninguno de ellos se ponga nervioso o confunda tus intenciones.

Kiara asintió. Con miedo y furia, salió de la nave y fue descendiendo la escalerilla. Como le había dicho Nykyrian, fue despacio hacia su padre con las manos por delante.

Miró furiosa al hombre cuando lo tuvo cerca.

—¿Qué significa todo esto, padre?

Keifer le puso dos heladas manos en las mejillas y luego le dio un fuerte abrazo. Ella se lo devolvió, pensando que se calmaría al verla bien.

Con un suspiro de alivio, se apartó de él y le sonrió.

—Ya te he dicho que estoy bien.

Se volvió y vio a los guardias sacando a Nykyrian de la nave a punta de pistola.

Le quitaron el casco y le apuntaron a la sien mientras él mantenía las manos entrelazadas detrás de la cabeza.

Kiara sintió que su furia aumentaba al verlo tratado así.

Él podría resistirse y escapar, pero por ella se sometía. Que se humillara así hizo que le entraran ganas de arrancarles los ojos a todos.

—Ya es hora de acabar con esta locura —le gritó a su padre.

—Tienes razón, ángel —repuso él, sonriendo—. Es hora de acabar con esto. Alguien tiene que hacerlo. —La apretó en sus brazos mientras miraba a sus hombres—. Matadlo.

La orden la atravesó.

Su padre la agarró con más fuerza mientras ella intentaba zafarse, sujetándola para que no pudiera correr hacia Nykyrian.

La luz estalló en el muelle cuando los soldados abrieron fuego. Kiara sintió como si todo se ralentizara, mientras la incredulidad y el terror se apoderaban de ella.

Nykyrian se sacudió alcanzado por los tiros y cayó al suelo, donde se quedó inmóvil. La sangre fue extendiéndose bajo su cuerpo, manchando el pavimento gris claro.

Kiara se quedó helada. Ningún sonido escapó de sus labios mientras se desplomaba sobre el suelo, incapaz de asimilar lo que había ocurrido. Su alma gritaba negándose a aceptarlo. Nykyrian estaba muerto.

Muerto.

Por su culpa.

No, por culpa de su padre.

Las manos de este aún la sujetaban y le impedían que corriera hacia su esposo.

Ella no podía respirar. Lo único que lograba era mirar a Nykyrian, al que un soldado tomaba el pulso.

—Está muerto, señor.

Las lágrimas le caían a Kiara por las mejillas y los sollozos la hacían estremecer. No era posible. Tenía que ser una pesadilla.

«¡Despierta!».

Pero no podía. Quería morir ante la insoportable agonía que le atravesaba el alma.

La mirada de orgullosa satisfacción de su padre le provocó náuseas.

—Ocupaos del cuerpo. Tropas, retírense —ordenó entonces el hombre.

Cuando fue a ayudarla a ponerse en pie, ella lo abofeteó y lo apartó.

—¡Te odio, cabrón! —le gritó—. ¡Te odio! ¡Te odio!

Pero esas palabras no llegaban ni de lejos a expresar lo que sentía de verdad. Quería matar a su padre.

Se quedó en el suelo, sollozando, demasiado débil para moverse o resistirse.

Lo único que quería era que todo desapareciera.

Pero era demasiado tarde. Su padre la cogió en brazos y se la llevó lejos del hombre al que ella había prometido no dejar nunca.

• • •

Nykyrian hizo lo que pudo para no respirar profundamente mientras observaba su propia sangre encharcarse junto a su mano. Sentía más dolor del que había sentido en toda su vida. Al menos cuatro balas lo habían alcanzado a quemarropa. Y no podía decir cuántas más lo habían atravesado.

Dolía…

¿Por qué no podían haber fallado algunos de esos cabrones?

—Estamos muertos —susurró Tameron mientras le envolvía la cabeza con una sábana para ocultarlo de los otros—. Si Zamir se entera de esto, me arrancará las pelotas.

—No lo sabrá si no se lo dices —respondió él en voz muy baja, mientras agradecía la lealtad de los miembros de la Sentella. Había veces en que los espías eran extremadamente valiosos.

Y esa era una de ellas, sin duda.

Tameron maldijo mientras recorría el muelle con la mirada y observaba a los pocos soldados que aún quedaban por allí.

—¿Y cómo diablos voy a sacarte a ti y a tu nave de aquí?

Nykyrian cerró los ojos ante una nueva oleada de dolor.

—Dile al control que vas a despegar mi caza con control remoto para deshacerte de la nave y de mí.

Tameron sonrió.

—Brillante idea.

«Por eso me pagan un montón».

Nykyrian se obligó a permanecer inmóvil mientras Tameron y Jayde lo cogían y lo dejaban sobre el asiento de su caza. Tuvo que tragarse una palabrota por lo poco cuidadosos que eran. Pero tenían que hacer que pareciera real o morir.

Los gritos de Kiara resonaban en sus oídos y deseó que hubiera alguna forma de hacerle saber que seguía vivo.

Por desgracia, si lo intentaba, moriría de verdad.

Tameron le tiró el casco al estómago. Nykyrian notó dolor por todo el cuerpo y, por un momento, pensó que se iba a desmayar.

«Uno, dos, tres… respira».

Se centró en el ritmo para distraerse del dolor físico. Y del dolor emocional que le causaban los gritos de Kiara.

Y, sin embargo, había una parte de él que apreciaba ese llanto. Ella no hubiera llorado así si no lo hubiera querido. Aquellos sollozos no se podían fingir.

Kiara lo amaba.

Esa idea lo animó mientras despegaba la nave, guiada por control remoto.

Pero aún no estaba fuera de peligro. La sangre lo cubría hasta el punto en que no podía ni saber dónde estaba herido. Si no encontraba ayuda pronto, se desangraría.

Esperó hasta salir de la órbita, se sentó y tomó los mandos de la nave. El dolor le nublaba la cabeza y le hacía difícil pensar. Cada segundo parecía aumentar su agonía.

Cuando llegó a su muelle, no podía ni moverse.

«Sal de aquí y entra en la casa. Venga, chico, puedes hacerlo».

Tenía que detener las hemorragias.

Salió tambaleándose de la nave, con la visión borrosa. Tenía que llamar a Syn para que lo ayudara con las heridas. No le quedaba mucho tiempo…

A pesar del sudor que le cubría el cuerpo, se estaba helando.

Abrió la puerta de la casa y manchó de sangre los blancos mandos de control.

Dejó caer el casco de sus manos entumecidas. Los lorinas corrieron hacia él, confundidos por el olor a sangre.

«Piensa en Kiara. No puedes morir. Ahora no. Aún no está a salvo. Tienes que vivir para detener a Aksel».

Dio un paso y cayó de rodillas.

«Levántate, estúpido».

Trató de hacerlo, pero el dolor era demasiado. Tenía que moverse, debía moverse.

En vez de eso, se desplomó sobre el suelo. Su último pensamiento consciente fue para una pequeña bailarina a la que había prometido no dejar nunca.