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Kiara sintió que le daba un vuelco el corazón ante su tono tan serio.

—¿Qué quieres decir?

—Arturo ha vuelto a pegarle a Darling. Como la casa de Syn ya no es segura, no hay otro lugar donde pueda estar fuera del alcance de su tío —explicó y soltó una sarta de obscenas palabrotas—. Sabía que debía haber matado a ese cabrón.

Kiara se puso detrás de él para frotarle la espalda y ofrecerle el consuelo que pudiera.

—La verdad es que me sorprende que no lo hayas hecho.

—Sí, pero Darling no quiere. Al fin de cuentas, es su tío y dice que lo quiere. Dios, es un idiota. ¿Cómo puede querer a alguien que le da unas palizas de muerte?

—Las personas son complicadas. ¿Acaso parte de ti no quería al comandante Quiakides?

Él le dedicó una curiosa mirada por encima del hombro.

—Kiara, fui yo quien lo mató.

Ella dio un paso atrás, perpleja ante esa confesión.

—¿Qué?

—Yo lo maté. Fastidió a la persona equivocada en el momento equivocado y los jueces de la Liga decidieron su muerte. Fue una de las pocas misiones para las que me presenté voluntario y fue la que me consiguió mi nombramiento tan pronto. Mi oficial al mando dijo que mi capacidad para cumplir sus órdenes contra mi propio padre de una forma tan rápida y fría era el ideal de la disciplina. La verdad es que resulta irónico, si se piensa en que eso era lo que el comandante quería de mí, y que su muerte fue lo que cumplió su sueño. —Negó con la cabeza—. Deberías haberle visto la cara cuando le corté el cuello.

A ella le costaba respirar al oírlo que le contaba.

—¿Mataste al hombre que te había adoptado?

Nykyrian rechinó los dientes.

—Y ahora he vuelto a horrorizarte. ¿Ves por qué es mejor que no te cuente nada?

Kiara levantó la mano e inclinó la cabeza mientras trataba de controlar sus emociones.

—Ya te he dicho que cuando me sueltes esas bombas me tienes que dar la oportunidad de asimilarlas. Algunas son más duras de roer que otras. Por lo poco que vi de tu pasado, sé que el comandante era un cabrón redomado. Lo entiendo. Pero hasta tú tienes que admitir que eso fue un poco excesivo.

—No —replicó él con los ojos ardiendo de furia—. Excesivo fue dejarme dos días en prisión porque le avergonzaba algo que yo no había hecho e insistir en que me metieran con los delincuentes de tercer grado.

—¿Delincuentes de tercer grado?

—Violadores y pedófilos.

Kiara sintió náuseas al recordar lo que Aksel había dicho cuando la esposa del comandante lo había llevado de vuelta a casa. Debía de saber lo que su padre había hecho, y que se lo restregara por la cara a Nykyrian…

Eran enfermos.

Lo miró.

—¿Me estás diciendo… que te…? —Ni siquiera podía decir la palabra. Era demasiado espantoso hasta para pensarlo.

La expresión de Nykyrian era completamente neutra.

—Sí, lo hicieron. Con todo lo malo que era lo demás, nada se puede comparar con aquellas cuarenta y seis horas de ser humillado mientras yo llevaba un collar que me impidió defenderme cuando me atacaron… repetidamente y sin piedad. ¿Quieres saber por qué odio a Jullien? Fue él quien me acusó de robo, mientras que todo el rato tuvo el anillo en su poder. Porque él era un príncipe y yo era el bastardo al que el comandante ni siquiera quería darle un nombre y que había sacado mejor nota que él en un examen; quería hacerme daño y fue la mejor venganza que se le ocurrió. Los oficiales de la escuela me arrestaron y me registraron, luego me entregaron a los guardias de Jullien, que me golpearon y me interrogaron durante horas, antes de llamar al comandante para contarle lo que había pasado. Este les dijo que hicieran lo que el padre de Jullien había exigido: meterme en la cárcel. —El furioso dolor de sus ojos la abrasó—. Yo sólo tenía catorce años, Kiara.

Ella lo abrazó con fuerza.

—Lo siento mucho, Nykyrian. ¿Y por qué haría Jullien algo así?

Él la rodeó con los brazos y apoyó la barbilla en la cabeza de Kiara.

—Por la misma razón que Aksel y Arast me odiaban —contestó él—. Estaba por debajo de ellos, pero los superaba en la academia. ¿Cómo osaba yo, una forma de vida mestiza que nunca debería haber existido, superarlos a ellos en todo? Ya te he dicho que vivo con una rabia tan feroz que me consume y aquella noche la volqué sobre el comandante Quiakides.

Y Kiara entendía por qué. No lo podía culpar por lo que había hecho, menos después de todo lo que le habían hecho sufrir.

—No puedo creer que Jullien no te haya reconocido hoy.

—Eso demuestra lo poco que yo le importaba. Ni siquiera era digno de que me recordara.

Pero si era digno de que se le destrozase la vida por la única razón de que Jullien era una serpiente celosa. Le había hecho daño a Nykyrian de una forma en que a nadie se le debería hacer daño. Y a Kiara le hizo desear tener las habilidades de Nykyrian.

—Voto porque vayamos a machacar a ese cerdo hasta que le revientes la cabeza. Eso le enseñaría.

Él la miró ceñudo, aunque la estrechó con más fuerza entre sus brazos. Le encantaba cuando lo defendía. Le dio un rápido beso en la mejilla y la soltó.

—Vamos, tenemos que vestirnos antes de que lleguen Syn y Darling. —Fueron al piso de arriba—. Por suerte, mi dormitorio está insonorizado. —Su traviesa sonrisa la hizo ruborizarse.

Después de lavarse y vestirse, acabaron en la sala de vídeo.

Kiara arrugó la nariz a todo lo que él le proponía ver.

—¿No tienes nada que no sea gore?

—La verdad es que no.

—¿No tienes ni una sola comedia?

Nykyrian negó con la cabeza.

—Te tengo a ti actuando.

Kiara puso los ojos en blanco, riendo.

—Me parece que me ofende que cuando digo «comedia» pienses en mí.

Él también rio.

—¿Te llega alguna emisión?

—Sí —contestó y le pasó el mando—. Bájate lo que te apetezca.

—¿Aunque te fastidie?

—He pasado por cosas peores, seguro —respondió y fue a tumbarse en el sofá mientras ella revisaba la lista de películas descargables.

Había una comedia romántica que hacía tiempo que tenía ganas de ver… Miró hacia atrás y suspiró. No iba a torturar a Nykyrian con aquello.

—Puedes verla si quieres.

—¿Ver qué?

—Esa tontería empalagosa en la que te has detenido.

—¿Estás seguro? —preguntó ella, insegura.

—Sí.

Sonriéndole, apretó el botón para pedir la película y fue a sentarse con él en el sofá. Nykyrian se incorporó y le dejó sitio y luego hizo lo más sorprendente de todo: le apoyó la cabeza en el regazo.

Pasmada, Kiara lo miró.

Él la vio mirándolo y se puso tenso.

—No te importa, ¿verdad? —le preguntó—. Hace unos años, recibí una mala herida en un ojo y me cogen unos dolores de cabeza espantosos si veo la pantalla sentado.

—No me importa en absoluto. Sólo me ha sorprendido que lo hicieras, cuando te apartas siempre que te toco.

—No me aparto siempre que me tocas.

Ella le sonrió. No, en realidad lo de tocarlo cada vez iba mejor. Feliz, le acarició el suave cabello mientras comenzaba la película.

Kiara no podía creer que tuviera lo que había deseado: Nykyrian confiaba en ella.

Se le hizo un nudo en la garganta al mirarlo. Las largas pestañas se le movían mientras miraba la película. Le apartó el cabello del cuello para verle los cortos ricitos que se le formaban en la nuca. Con las uñas, lo rascó suavemente. A él se le puso la piel de gallina y cerró los ojos con un suspiro.

Con las yemas de los dedos, le fue trazando la línea de la mejilla y los labios, mientras se le encogía el corazón al verlas tenues cicatrices que le había dejado la máscara y otras heridas. Cómo deseaba que él hubiera tenido la infancia que se merecía.

Nykyrian volvió la cabeza y abrió los ojos para mirarla. La ternura de sus ojos verdes la dejó sin aliento.

Él le puso la mano en la cabeza y se la bajó para poder besarla. Kiara gimió y su cuerpo se encendió con su caricia. Nykyrian tensó los brazos.

Y los motores de la nave de Syn atronaron en el muelle.

Él soltó un suspiro exasperado.

—Recuerda esta postura para el futuro.

Se levantó y ella casi maldijo de frustración. Detuvo la película y lo siguió a la sala principal para esperar a Darling y a Syn. Pasaron varios minutos antes de que se abriera la puerta.

Kiara ahogó un grito.

Syn sostenía a Darling con el hombro mientras este se apoyaba pesadamente sobre él, incapaz de caminar sin ayuda. Tenía el rostro casi irreconocible entre la sangre y los moratones. El brazo izquierdo le colgaba en una postura extraña y Kiara se dio cuenta de que lo tenía roto.

Nykyrian soltó una palabrota y luego cogió a Darling en brazos. Syn corrió delante de él hacia los dormitorios de la parte de atrás. Ella los siguió con el corazón encogido al ver el estado de Darling.

Tanta crueldad le hizo querer hacer daño a quien fuera que le hubiese hecho aquello, y le hizo comprender con exactitud todo el horror del pasado de Nykyrian. Una cosa era que se lo explicaran, o incluso verlo a través de la esterilidad de la imagen, pero cara a cara…

Aquello era real y crudo.

Syn apartó la colcha.

—Déjame poner una sábana —dijo después.

—A la mierda con la sábana —replicó Nykyrian furioso.

Syn asintió y miró a Kiara. La hostilidad de su mirada la hizo echarse atrás.

Sin fijarse en ello, Nykyrian tumbó a Darling en la cama. Syn dejó de mirarla para atender al herido. Kiara se quedó en la puerta, con los lorinas entre las piernas, frotándose contra ella.

Frunció el cejo al ver por primera vez por qué Darling se cubría siempre el lado izquierdo de la cara. Una profunda cicatriz blanca le iba desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla. ¿Qué diablos podía dejar una cicatriz como esa?

Se le encogió el corazón al ver la cantidad de sangre que lo cubría. Nunca en su vida había visto a nadie tan maltratado. Miró a Nykyrian, que apretaba el mentón, y se preguntó cuántas veces lo habrían golpeado hasta dejarlo en una condición similar.

—Voy a matar a Arturo —aseguró él apretando los dientes.

Darling le tocó el brazo.

—Déjalo en paz —aconsejó.

Nykyrian maldijo con fuerza.

Kiara no podía creer que Darling todavía siguiera consciente con aquellas heridas.

Syn le inyectó un calmante en el brazo y luego procedió a recolocarle el hueso. ¿Cómo lo aguantaba Darling sin gritar o ni siquiera maldecir? Sólo permanecía allí tumbado, muy callado, lo que parecía mentira. La única razón por la que Kiara sabía que seguía consciente era porque tenía los ojos abiertos, mirando al techo.

Nykyrian la miró. Se le acercó, la cogió por el codo y la hizo salir.

—Creo que será mejor que vayas arriba y me esperes allí.

Ella asintió.

—¿Se va a poner bien? —preguntó.

Nykyrian le apartó un mechón de la mejilla.

—Se pondrá bien —aseveró, antes de darle un rápido beso en los labios.

Kiara empezó a marcharse, pero entonces se detuvo.

—Nykyrian —lo llamó y esperó a que él se volviera para mirarla—. Espero que le des una paliza a Arturo.

Y se dirigió al dormitorio para esperarlo.

• • •

Pasó una hora antes de que Nykyrian se reuniera con ella en la cama. Sin decir nada, la abrazó y la apretó contra sí, con el rostro hundido en su cuello. Su cálido aliento se lo acarició a través del cabello.

Deseó saber qué decirle para hacerlo sentir mejor, para aliviar parte de la tensión de sus músculos.

—¿Cómo está? —preguntó.

Él suspiró y se apartó de su cuello. Le acarició el brazo desnudo con la mano.

—Está durmiendo. Se pondrá bien teniendo en cuenta la situación.

Ella se mordió el labio.

—¿Sabes qué he estado pensando mientras estaba aquí tumbada? —le preguntó con voz ahogada.

Una corta risa retumbó a su espalda y le provocó un leve y agradable estremecimiento, a pesar de lo seria que estaba.

—Espero que estuvieras pensando en mí y no en otro hombre —contestó él, besándole el lóbulo de la oreja.

Ella le cogió la mano y se la llevó a la mejilla.

—En las ironías de la vida.

Lo notó tensarse.

Cerró los ojos y le apretó la cálida mano.

—He estado pensando en lo mucho que quería dejar la casa de mi padre cuando era niña, porque él nunca respetaba mi intimidad ni a mí. —Suspiró con los pensamientos atropellándose unos a otros—. Siempre había pensado que era muy cruel, controlándome, interrogando e intimidando a mis amigos como si fueran criminales —explicó. E hizo una mueca al recordar todas las discusiones que habían tenido a causa de las muchas restricciones que su padre le imponía—. ¡Qué estúpida era! Mi madre solía decirme que mi vida no era tan terrible. Ahora entiendo a qué se refería. ¡Dios, he estado tan ciega!

Él le apretó la mano y se la llevó a los labios para besarle tiernamente los dedos.

—Me alegro de que tu padre te haya protegido. No me gustaría tener que matarlo.

Kiara soltó una carcajada agridulce.

—Lo único que quería de pequeña era ser libre —dijo y se tumbó de espaldas para mirarlo—. ¿Era eso lo que tú querías, poder liberarte de tu padre?

—¿Sinceramente? —le preguntó, con la mirada ensombrecida.

Ella asintió.

—Lo único que quería era morir como un hombre, sin lágrimas ni súplicas.

Kiara sintió ganas de llorar por él.

—¿Y ahora? —susurró, temiendo que aún quisiera morir.

Nykyrian la besó con pasión, con una insistencia que ella no podía desoír. Agradeció que le quitara el vestido y le fuera besando desde el rostro hasta los pechos y luego el estómago hasta hundir los labios donde ella más le deseaba.

Gritó de placer mientras la lengua de él la tentaba y torturaba hasta hacerla estallar. Y Nykyrian siguió lamiéndola y jugueteando hasta provocarle tres orgasmos más.

Sólo entonces él se permitió gozar. Le hizo el amor despacio, con las estrellas titilando sobre ellos.

Cuando estuvo saciado, la abrazó con fuerza, como si tuviera miedo de soltarla.

No fue hasta más tarde, cuando ya se estaba quedando dormida, cuando se dio cuenta de que él no había respondido a su pregunta.

• • •

Para sorpresa de Kiara, Darling se levantó de la cama a la mañana siguiente. Sus movimientos eran lentos y cautelosos, pero podía moverse por sí solo. Después de haberlo visto la noche anterior, había creído que tardaría días en poder abandonar el lecho.

Estaban sentados a la mesa de la cocina, comiendo bollos; Nykyrian se unió a ellos y preparó té.

—Siempre me había preguntado dónde vivías —dijo el joven—. Ahora que sé lo agradable que es tu casa, me aseguraré de darles la información al resto del grupo. Podría ser un lugar perfecto para pasar unos días.

Él alzó la vista de su taza con una leve sonrisa.

—Acaba de comer antes de que yo acabe lo que ha empezado Arturo.

Syn revisó los comederos de los lorinas en la cocina.

—¿Dónde se han metido esos bichos? —preguntó.

Nykyrian bebió un sorbo de té antes de contestar.

—Tanta gente los agobia. La última vez que los vi, estaban escondidos en mi cama.

—No muerden, ¿verdad? —preguntó Darling con el cejo fruncido.

—En esta casa, yo soy el único que muerde —contestó Nykyrian con un bufido.

Kiara tuvo que contener la risa al oírlo. Aún se notaba en el cuello el mordisco que le había dado la pasada noche, después de meterse en la cama con ella. Aunque trataba de tener cuidado con sus largos dientes, de vez en cuando le pillaba un poco de piel.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Darling, mientras se rascaba el yeso del brazo.

—Tú vas a descansar —respondió Syn.

Nykyrian se acabó el té, dejó la taza en el fregadero y se puso su largo abrigo.

—Y ya que estás aquí, puedes hacerle compañía a Kiara mientras nosotros vamos tras un par de hombres de Aksel.

A ella se le paró el corazón, temiendo por él.

—Preferiría que no lo hicierais.

—Tenemos que hacerlo.

¡Oh, cómo odiaba su obstinación! Podría discutir con él, pero al final, sabía que no le serviría de nada.

Syn cogió su mochila del suelo y le dedicó una torva mirada, que se intensificó cuando Nykyrian la abrazó para darle un beso de despedida.

Con una palabrota, se fue hacia el hangar.

—Volveremos al anochecer —dijo Nykyrian, mientras le apretaba el brazo para tranquilizarla.

Kiara lo contempló marcharse, con el corazón lleno de temor y preocupación.

«Ten cuidado, cariño».

—¿Puedo preguntar sobre lo que acabo de ver?

La voz de Darling la sacó de sus pensamientos. Kiara se encogió de hombros.

Una leve sonrisa asomó a la boca de Darling.

—Ahora que lo pienso —comentó—, yo he dormido en la habitación con Syn. ¿Dónde has dormido tú?

La miró con una intensidad que a ella le resultó inquietante.

Luego, esa mirada se convirtió en una mueca divertida al agitar las cejas.

Kiara se echó a reír al verlo y se sentó frente a él.

—¿Por qué te interesa tanto? —preguntó.

—Hace años que me gusta Nykyrian. Si no fuera porque temo por mi vida, hace tiempo que le hubiera tirado los tejos. Pero sé que soy demasiado peludo para su gusto.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —dijo Kiara mientras lo observaba cortar la comida con una sola mano.

Él la miró.

—Depende de la pregunta.

—¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la cara?

Darling se quedó tan quieto que ella deseó poder retirar la pregunta. Incómodo, el joven dejó el tenedor y se frotó la mejilla cubierta por el cabello.

—Da asco, ¿verdad?

—No —contestó con sinceridad—. Pero es muy profunda.

Darling suspiró.

—Entonces, deberías haberla visto antes de las dieciséis operaciones.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿Qué te pasó?

Él se encogió de hombros como si fuera un asunto sin importancia, pero Kiara sabía que no era así.

—Mi hermano mayor, Ryn, y yo nos enzarzamos en una pelea hace algunos años y esto —se puso el cabello tras la oreja para mostrarle la cicatriz— es lo que pasó.

—¿Tu hermano te hizo eso? —preguntó Kiara, horrorizada. ¿Acaso ninguno de ellos había tenido una niñez feliz?

Darling asintió con la cabeza.

—Pero fue un accidente. Al menos, creo que lo fue.

Kiara se sintió llena de compasión mientras le miraba la cicatriz. Aunque se notaba mucho más que las de Nykyrian, en realidad, no le restaba belleza.

—¿Sabes?, sigues siendo muy guapo.

Él la miró como si creyera que había perdido la cabeza.

—Si fueras un hombre, amor… Por desgracia, la mayoría de la gente hace una mueca de asco y sale corriendo.

—La mayoría de la gente es idiota.

Él se echó a reír.

—Eso no te lo discutiré. —Entonces se puso serio. Apoyó el brazo sano en el respaldo de la silla y la miró a la cara durante varios minutos—. Quiero que me prometas una cosa.

Kiara lo miró de reojo, pensando en varias cosas que podía querer de ella.

—¿Qué?

—Quiero que cuides de Nykyrian. No puedo explicarlo, pero es diferente desde que tú estás aquí. Supongo que está más contento. Ya no parece tan serio e inexpresivo. —La observó con una mirada que pretendía verle el alma—. Quiero que me prometas que no le harás daño.

—Nunca le haré daño.

Darling asintió.

—Bien, ahora vamos a mirar por ahí y ver en qué lío podemos meternos.

Ella se echó a reír, contenta de que el joven fuera de trato fácil.

Lo llevó hasta la biblioteca, mientras trataba de no preocuparse por Nykyrian y los líos en que este se podía meter. La última vez que había salido, le dispararon por culpa de ella y eso era lo que menos deseaba en el mundo.

• • •

Horas después, Nykyrian y Syn se hallaban sentados en la trastienda de la Doncella Arrodillada, tomando una copa. Nykyrian, zumo, y Syn… más le valdría estar inyectándose alcohol directamente en la vena.

Nykyrian tenía un fuerte dolor de cabeza. No soportaba que sus ojos lo fastidiaran así. Malditas heridas. Pero lo único que podía hacer era aguantarse.

Siguieron revisando lo que habían descubierto esa tarde, que no era mucho.

Nykyrian gruñó al pensar en todo el tiempo que habían perdido. Aksel domaba bien a sus perros. Le tenían tanto miedo que ninguno de ellos se atrevía a traicionarlo por temor a su venganza.

Malditos cabrones.

Lo único que quería era cerrar ese contrato. Mientras Aksel fuera el cazador, Kiara no estaría a salvo. ¡Y que Dios la ayudara si caía en sus manos!

Inquieto porque era evidente que habían desperdiciado el día, Nykyrian fue mirando las hojas impresas extendidas sobre la mesa.

Las paredes desnudas y marrones impedían bastante bien la entrada del ruido procedente del bar, pero de vez en cuando una fuerte risa o un grito rompían el silencio.

Antilles les trajo otra ronda. Nykyrian observó al anciano avanzar sorteando las cajas y barriles en los que guardaba sus suministros.

El hombre le sonrió mientras dejaba las bebidas en la mesa.

—Me alegro de que estéis aquí los dos. Ha pasado mucho tiempo.

Nykyrian inclinó la cabeza agradeciendo sus palabras y le pagó.

Syn se echó hacia atrás y entrelazó las manos tras la nuca.

—¿Ha llegado el embajador Cruel? —preguntó con tono irritado. Igual que Nykyrian, se estaba aburriendo con la larga espera.

Antilles lo miró disculpándose.

—Aún no, pero os prometo enviarlo aquí en cuanto lo haga.

De nuevo solos, Syn soltó un bufido de fastidio.

—Shahara es quien más me preocupa. Aksel se lanza a por todas, con las armas en la mano. Es imposible no verlo. Pero ella se cuela por detrás y te clava un puñal en el pulmón. Harita letal.

Nykyrian estuvo de acuerdo. Shahara era una de las mejores cazadoras de recompensa que existían. Una rastreadora experta, era tan buena localizando a la gente como él matándolos. Nadie se le escapaba nunca.

Y Syn tenía razón, la joven no actuaba abiertamente. De haber sido una asesina, hasta a él le habría hecho la competencia.

Apartó su vaso.

—Esta noche iré a Tondara y buscaré a Driana en el club que nos han dicho —dijo. Aksel ocultaba tanto su dirección como ellos mismos; no sabían r1i en qué planeta vivía. La única pista que tenían era que Driana iba al mismo antro de Tondara todos los fines de semana, que resultaba ser uno de sus propios lugares habituales—. Si la podemos encontrar, se alegrará de contarme los planes de Aksel y, conociéndolo, seguro que se ha ido de la lengua con ella, pensando que nunca lo traicionará.

Syn se bebió su copa.

—Según mis informes, me sorprende que Aksel no la haya matado. Todos los datos indican que se odian a muerte.

—Aksel no la matará por su fondo fiduciario. Si se divorcian o ella muere en circunstancias misteriosas, todo el dinero vuelve a su familia y él es demasiado codicioso como para dejar que algo como el odio interfiera en su riqueza.

—¿Y por qué no se divorcia Driana?

—Aksel la mataría, a ella y a su familia. No te olvides de que es un cabrón psicópata.

—¿Por qué estáis hablando de esa escoria? —preguntó una voz.

Nykyrian vio a Ryn acercándose a ellos. Su cabello rojo era un poco más oscuro que el de su hermano Darling, pero sus ojos tenían el mismo tono azul. Aunque Ryn tenía un pasado de disipación, al igual que Darling, lo único que parecía era un fino aristócrata. Su pasado estaba totalmente oculto tras una máscara de arrogante desprecio.

Vestido con la brillante túnica imperial, parecía que acabase de salir de una reunión del consejo.

—Hablábamos de las maneras de matarlo. ¿Quieres divertirte con nosotros?

Ryn pasó por alto la sarcástica pregunta de Syn mientras se sentaba ante Nykyrian.

—¿Y cómo está el renegado de mi hermanito? ¿Todavía va por ahí con vosotros?

Nykyrian se encogió de hombros, porque sabía bien que Darling no querría que su hermano, que por otro lado nada podía hacer al respecto, supiera de su estado. Además, tampoco era que Ryn no supiera lo que Arturo hacía en la intimidad de su casa; había sufrido los puños del tipo durante los años suficientes como para conocer bien su brutalidad. Pero a diferencia de Darling, él había tenido a su padre para interponerse.

—Está bien —fue lo único que contestó finalmente.

—Bien. —Ryn le dio una copia del último contrato que habían ofrecido los probekeins para acabar con Kiara.

—Este todavía no se ha hecho público —explicó, mientras se ajustaba los voluminosos metros de túnica; la única indicación que ofrecía de que no estaba del todo satisfecho con sus obligaciones—. Pero lo será mañana a primera hora. Han cuadruplicado la recompensa y lo han subido de una muerte al contado a una muerte de racimo. Se están poniendo nerviosos porque aún sigue con vida.

Nykyrian apretó los dientes ante las noticias. Muerte de racimo significaba que cualquiera que estuviera cerca de ella era un objetivo legítimo. Cuantos más, mejor, y por cada víctima adicional también se pagaba algo.

En lo referente a su hija, Zamir la había cagado a lo grande.

—¿Y por qué están tan interesados en matarla? —preguntó Syn con mala cara—. Pensaba que ya se habían hartado y habrían pasado a otra cosa.

Ryn suspiró.

—Lo único que he podido encontrar sobre cómo empezó todo es que Zamir le dijo al emperador Abenbi que lo follara cierto animal durante un buen rato. Abenbi se niega a retirar el contrato aunque Zamir le dé el surate. El presidente Zamir lo ha afrentado demasiado en su honor, así que Kiara debe morir.

—De eso me podría haber enterado en línea —respondió Syn con una sonrisita de suficiencia.

Ryn miró a Nykyrian con el cejo fruncido.

—¿Qué le has hecho para que esté de tan mal humor?

Syn le hizo un gesto obsceno.

Sin hacerle caso, Ryn continuó hablando con Nykyrian.

—Abenbi también quiere el arma para ir a por el territorio fremick. Cree que, como son sus vecinos, deberían formar parte de sus tierras. La verdad es que me gustaría mucho que pararais todo esto.

—Páganos nuestro precio —replicó Syn mientras se cruzaba de brazos.

Ryn lo miró enfadado, pero de nuevo decidió pasar de él sabiamente.

—Esto es todo lo que sé. Espero que os ayude.

Ante el resoplido de Syn, Ryn miró a Nykyrian.

—Deberías tenerlo amarrado.

Nykyrian casi no llegó a tiempo de agarrarle el brazo a Syn antes de que el puño de este impactara contra la barbilla del embajador.

—¡Cálmate!

Enfurruñado, Syn volvió a sentarse.

—Tu información nos será muy útil, gracias —le dijo Nykyrian a Ryn mientras le estrechaba la mano.

Syn puso los ojos en blanco en cuanto el embajador se hubo ido.

—¿Y hemos esperado todo este rato para eso?

Nykyrian recogió los papeles de la mesa.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa?

Syn dio una palmada a la mesa con tanta fuerza que estuvo a punto de volcar su vaso.

—Dormiste con ella anoche. Estuve despierto media noche, esperando que volvieras a bajar, pero no lo hiciste. Te quedaste con ella.

—Ya sé dónde he pasado la noche.

Syn entrecerró los ojos peligrosamente.

—Cuando nos traicione, sólo recuerda que ya te lo advertí.

Nykyrian apretó el puño, tentado de soltárselo. Su amistad fue lo único que impidió que le rompiera la mandíbula. Trató de recordarse que la furia de Syn sólo se debía a que este se preocupaba por él, pero en ese momento estaba harto de oír toda la mierda que le soltaba.

—¿Y cómo voy a olvidarlo si sin duda me lo vas a recordar todos los días de mi vida?

Al ver los puños que Syn apretaba a los costados, vio las ganas que tenía de arrancarle la cabeza.

Tras unos tensos minutos, Syn recogió sus papeles.

—Será tu funeral —le soltó y salió furioso de la habitación.

Con su terrible advertencia resonándole en los oídos, Nykyrian fue lentamente hacia su nave. Quizá su amigo tuviera razón. Las cosas habían estado yendo demasiado bien. Su vida nunca era tan fácil. Cuando todo parecía mejorar, siempre sucedía algo para fastidiarlo.

Subió a su nave y se sentó en el asiento de cuero, pensando. Jugueteó con el pulgar sobre los disparadores de los láseres. Un mal presentimiento le recorrió la espalda.

Comprobó el sistema eléctrico y el nivel de combustible, pero no detectó nada fuera de lo normal.

Sin embargo, la ominosa sensación persistía; se podía ver a sí mismo en medio de una enorme escaramuza con la nave dañada; la sensación era clara como el día.

Y si había aprendido algo en la vida era a confiar siempre en su instinto, que en ese momento estaba haciendo sonar todas sus alarmas.

Algo terrible iba a suceder y él se iba a encontrar justo en medio.