Nykyrian salió de la ducha y se secó. Quizá Syn tuviera razón; tal vez Kiara sería su muerte. Pero de todas maneras la muerte había sido algo que llevaba toda la vida ansiando.
Una vez, Orinthe le había preguntado por qué no se suicidaba. Nunca había tenido una buena respuesta para esa pregunta. Tal vez por pura obstinación o quizá por simple estupidez.
No temía a la muerte, pero tampoco la recibía con los brazos abiertos. Así que allí estaba, esperando ambivalente hasta que fuera a reclamarlo por su cuenta.
Con un cansado suspiro, se enrolló la toalla a la cintura y abrió la puerta.
Se quedó inmóvil.
Kiara estaba tumbada en su cama, con un vaporoso negligé negro y el cabello suelto y extendido alrededor de ella. El pulso se le aceleró al verla e inmediatamente se excitó. Se armó de valor y trató de permanecer distante, aunque sabía que era un intento inútil.
—Pensaba que estabas abajo —dijo.
—Es evidente que no —le contestó con una cálida sonrisa.
Él fue a coger su ropa de debajo del cuerpo de ella, pero Kiara le cubrió la mano con la suya. Nykyrian sintió que la piel le ardía bajo aquella suave caricia. Quería sentir sus piernas rodeándolo más de lo que nunca había deseado nada. Le recorrió la mano con la mirada, luego el fino brazo, hasta la belleza de su rostro. Sus ojos ámbar brillaron a la tenue luz del dormitorio, en una clara invitación a que la besara.
—Lamento lo que ha pasado antes —susurró ella—. Creo que ambos necesitamos mejorar nuestra aptitud para la comunicación.
—Yo ya lo intenté una vez.
—¿Y?
—Darling me dijo que nunca podría trabajar como consejero de suicidas o como negociador en casos con rehenes. Dijo que mi índice de fracaso acabaría siendo legendario.
Kiara se echó a reír.
Él tiró de su ropa y ella levantó las caderas de una forma que lo hizo sufrir. Tratando de no pensar en eso, dejó caer la toalla.
Kiara se puso roja como un tomate antes de apartar la vista de su cuerpo.
Él contempló su perfil. ¿Qué tenía aquella mujer que lo hacía sentirse tan cómodo? ¿Que aliviaba el dolor de su interior? Lo único que deseaba era arrastrarse hasta sus brazos y quedarse allí para siempre.
Había tanto que quería contarle y tanto que temía contarle… Respiró hondo. De una manera u otra, había cosas que ella debía saber. Se lo debía.
Kiara volvió a mirar a Nykyrian al notar que la cama se hundía bajo su peso. Él estaba completamente vestido, hasta los guantes, y la miraba de una forma extraña que ella no conseguía interpretar. Se sentó, mientras se preguntaba si él le explicaría lo que estaba pensando.
Nykyrian jugueteó con las ondas que a ella le caían sobre los hombros.
—Tienes un cabello muy bonito.
—Sabes que te puedes quitar los guantes para tocarme. No me quejaré.
Para su sorpresa, él lo hizo.
Ella volvió a sonreír y le cogió la mano entre las suyas. Cuando fue a hablar, Nykyrian le puso un dedo sobre los labios para que permaneciera en silencio.
—Tengo que decirte varias cosas y necesito que me escuches.
Kiara tragó saliva, curiosa ante su tono serio.
Él la miró fijamente durante un buen rato, como si pretendiera memorizar su rostro.
—No soy lo que crees. No —insistió él y le cogió el rostro entre las manos cuando ella iba a protestar—, escúchame. Me arrepiento de muchas de las cosas que he hecho en mi vida, pero nunca he violado a una mujer o herido a un niño. —Apartó la vista y dejó caer la mano—. Estoy vacío por dentro, Kiara, y siempre lo he estado.
Ella quería desesperadamente devolverle su cálida caricia. Decirle que no le importaba su pasado, que nunca podría hacer nada que la hiciera alejarse.
Sobre todo, no después de lo que había oído antes. Por fin lo entendía y no tenía miedo.
Nykyrian suspiró, todavía con la vista clavada en la pared.
—Solía decirme que lo que hacía era lo correcto, que los asesinatos que cometía protegían gobiernos y vidas inocentes. Que estaba del lado de los buenos y que sólo le arrebataba la vida a gente que se había ganado su sentencia de muerte. —Un evidente tic vibraba furioso en su mandíbula—. Luego me enteré de la triste verdad.
Al ver que él no se explicaba, Kiara le pasó la mano por la espalda y lo animó a seguir.
—¿Qué pasó?
—Era una misión como cientos de otras. Sólo que esta vez era toda una familia lo que querían eliminar. Padre, madre… hija.
—¿Por qué? —preguntó Kiara, horrorizada.
—Para salvar la Orden de Tondara. La familia había sido exiliada después de que Prateer tomara posesión del cargo. Como tenían lazos de sangre con el antiguo liderazgo, la Liga temía que los insurgentes se unieran bajo su nombre y derrocaran a Prateer.
—¿Los mataste?
Él la miró a los ojos y ella vio la verdad en ellos.
—Pensaba que podría. Maté al padre y luego fui a por la madre y la hija. No había pensado que la niña fuera tan pequeña. Tan inocente. La madre me miró como si yo fuera el monstruo que todo el mundo decía y, por primera vez, me vi en sus ojos como realmente era y no me gustó nada. Y la madre…
Kiara le apartó el pelo de la cara.
—¿Qué pasó con ella?
—No me pidió que no la matase. Sólo me rogó por su hija. En ese momento, supe que mi vida se había acabado. No pude matarlas. Incluso sabiendo lo que la Liga me haría si me atrapaba, no pude matar a una mujer que amaba tanto a su pequeña.
—Eso es bueno, Nykyrian.
Él negó con la cabeza, como si disintiera.
—Aquella noche, decidí que mis días de peón sin voluntad habían acabado. Ya no seguiría siendo un instrumento de la Liga… —Sus ojos verdes atraparon los de ella y el calor de esa mirada la abrasó—. Entonces fue cuando me convertí en Némesis.
La sonrisa de Kiara se desvaneció cuando sus inesperadas palabras la golpearon como un puño.
—¿Qué?
—Yo soy Némesis.
Ella se quedó incapaz de reaccionar. Una y otra vez había oído noticias que informaban al público de los aterradores asesinatos de Némesis. Era una criatura que se enorgullecía de dolor a los demás.
Por un momento, pensó que iba a vomitar.
—Haces pedazos a la gente. Te… te comes trozos antes de tirar sus cuerpos. ¿Cómo puedes hacerlo?
Nykyrian apartó la vista. Sin decir nada más, la dejó sola en la habitación.
Kiara se sentó en la cama, tratando de entender todo aquello.
No podía aceptar lo que le acababa de decir.
Era Némesis.
Y, sin embargo, parte de ella ya lo sabía. Era lo que su mente había tratado de decirle cuando él la había llevado al piso de Syn. La familiaridad de esa acción la había hecho pensar. Sabía que él había sido sincero y eso la horrorizó.
Dios santo, ¿en qué se había metido? No le extrañaba que Syn tuviera tanto miedo de ella. Sabiendo lo que sabía podía entregar a Nykyrian a las autoridades y acabar con toda la Sentella.
La vida de todos ellos estaba en sus manos.
Némesis. La criatura más temida de todo el universo Ichidian, y Kiara se había acostado con él…
Una imagen de Jana le vino a la mente. La forma en que Nykyrian había protegido y luego calmado al chico antes de llevarlo a un lugar seguro. Imágenes del pasado de Nykyrian le fueron pasando por la cabeza. La crueldad, el abuso…
¿Era raro que se hubiera convertido en un asesino mercenario?
Pero Némesis. De entre todo lo que podía ser…
Némesis.
Respiró hondo para calmar los acelerados latidos de su corazón mientras se centraba en lo más importante.
Nykyrian había confiado en ella. Le había revelado el secreto más buscado de todo el universo y había puesto su vida en sus manos. Podría haberse guardado ese secreto, pero había confiado en ella.
Un hombre que esperaba la traición en todos. Al que no le gustaba sentirse vulnerable. Uno que se había apartado tanto de los demás que vivía solo en un planeta remoto… ¡había confiado en ella!
Se quedó sentada en la cama casi una hora, mientras trataba de aclarar sus encontradas emociones. El miedo de la incertidumbre. Parte de ella quería hacer lo correcto y entregarlo; era lo que su padre le había enseñado. Siempre había que respetar la ley. Pero sus sentimientos no se lo permitían.
Nykyrian no era un brutal asesino; bueno… eso no era totalmente cierto. Podía matar con brutalidad. Pero también era muchas otras cosas. Tenía corazón.
Un corazón sincero y amable y, aunque ella debería tenerle miedo, no era así. Él la había protegido. La había cuidado. Y, sobre todo, la conmovía como nadie nunca la había conmovido.
Y por eso lo amaba.
Con la intención de calmar sus inquietudes, salió del dormitorio y fue a buscarlo por la enorme casa. Le costó unos minutos pasar entre los lorinas, que la rodearon en busca de atención. Después de apartarlos, lo buscó en la sala de vídeo y en el despacho.
Al final lo encontró en el gimnasio, desnudo de cintura para arriba, dándole puñetazos a un saco de arena. Se había recogido el cabello en una coleta y el sudor le brillaba sobre los músculos, que se veían tensos y marcados. Cada golpe que propinaba al saco era todo un estudio en furia y hacía aparecer unas estadísticas, escritas en lo que debía de ser andarion, en un monitor que tenía enfrente. Kiara podía sentir su rabia y su dolor como si fueran propios. Y cada golpe remarcaba no sólo su poder, sino su letal belleza.
—Nykyrian —lo llamó en voz baja.
Él vaciló y la miró. El retorno del saco lo empujó hacia un lado.
Gruñendo, lo apartó y soltó una palabrota.
Kiara contuvo la risa al ver su cara de sorpresa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó con una mueca. Y volvió a golpear el saco con el puño—. Podría salpicarte de sangre.
Ella tragó el nudo que tenía en la garganta mientras él se volvía y descargaba una sucesión de golpes rápidos y rabiosos.
Kiara observó sus manos estrellarse contra la áspera lona y se distrajo con los sonidos y las luces del monitor.
—¿Qué son esos colores que no paran de destellar?
Nykyrian soltó un fuerte puñetazo.
—Cuando se pone rojo, me dice que he golpeado con la fuerza suficiente para romper un hueso humano —contestó. Golpeó la parte alta del saco. El monitor se puso negro—. Eso me dice que si el saco fuera humano, le habría roto el cuello y astillado el cráneo. —Soltó otra serie de golpes y el monitor fue destellando varios colores que él fue explicando—. Negro, naranja, rojo y lila son golpes mortales. Los colores sólo me dicen cuánto dolor sienten antes de morir.
Ella lo miró fijamente mientras en su mente se formaba una imagen demasiado gráfica.
—Sueltas mierda como esa porque quieres asustarme, ¿verdad?
Él dio una vuelta y le dio una patada al saco. De nuevo el color fue rojo; otro golpe mortal.
—Soy lo que soy. Nunca nada cambiará eso —respondió él. Lanzó un puñetazo al saco que hizo que las cadenas que lo sujetaban repiquetearan; el destello fue negro—. Y no espero nada de ti. Así es que mejor que muevas tu repipi —naranja—, y mimado —lila—, culo y te largues de aquí antes de que te enseñe lo que Némesis es capaz de hacer. —El monitor destelló rojo, negro y lila al mismo tiempo.
El sentido común le decía a Kiara que se marchara, que él estaba demasiado enfadado para hablarle, pero no podía hacerlo.
Sin pensarlo dos veces, cruzó la sala y lo apartó del saco de un empujón.
Él se tambaleó dos pasos antes de recuperar el equilibrio y la miró anonadado. El saco se balanceaba entre ambos.
—¿Es que has perdido la cabeza? —preguntó.
—Eso parece. Porque tengo que estar loca para empujarte después de lo que acabo de ver, pero por fin me prestas atención, ¿verdad? Y ahora vas a hablar conmigo.
—¿O qué? —replicó Nykyrian con una sonrisa sardónica—. No pienses ni por un momento que puedes hacerme algo que no me hayan hecho ya.
Y eso era lo que más le dolía a Kiara, mientras observaba las cicatrices que le cubrían la piel. Los horrores de su pasado siempre estarían allí, tan cerca de la superficie que bastaría con una palabra descuidada para recordarle toda la degradación.
Igual que a ella…
Bajó la vista mientras el dolor la consumía, esperando dar con alguna manera de atravesar sus hiperdesarrolladas defensas. Entonces le vio los nudillos. Goteaban sangre.
—¿Qué te has hecho? —gruñó, mientras cubría la distancia que los separaba y le cogía las manos hinchadas y sangrantes entre las suyas.
Él trató de apartarlas, pero Kiara se las sujetó con fuerza.
—No me duele. Estoy acostumbrado —dijo él.
Ella soltó un sonido de absoluto disgusto.
—¿Por qué no te pones guantes? ¡El mejor momento para no llevarlos! ¿En qué estás pensando? —Entonces cayó en la cuenta.
Lo había hecho intencionadamente.
El dolor físico amortiguaba su dolor emocional.
Él cerró los ojos y se apartó.
—Nykyrian, háblame, por favor. Te juro que te escucharé. Sé que tú no eres capaz de hacer pedazos a nadie.
En vez de calmarlo, como era su intención, sus palabras aún lo enfurecieron más. Se volvió hacia ella con un rugido y la empujó contra la pared. Sus ojos verdes estaban llenos de emociones que Kiara no podía nombrar.
—¿De verdad crees que no sería capaz de hacer trizas a alguien? —preguntó furioso—. Me entrenaron para destrozar a hombres con tanta rapidez que no les daría tiempo a saber que órgano les había arrancado antes de caer muertos al suelo. —Tensó los brazos, que tenía apoyados uno a cada lado de ella—. ¿Alguna vez has tenido un corazón palpitante en la mano? ¿Has notado la sangre caliente y pegajosa caerte entre los dedos a cada latido?
—No —susurró Kiara, tratando de mantener la calma. Él tenía alma, estaba segura de ello. Lo había visto hacer demasiadas cosas que contradecían esa brutalidad—. Una vez te pregunté si disfrutabas matando. ¿Disfrutas?
Él apartó la vista.
Por un momento, Kiara pensó que no le contestaría, pero luego lo vio negar con la cabeza.
—Lo odiaba —susurró, apartándose de ella—. Cada maldito minuto. Pero no era tan difícil. Lo único que tenía que hacer era buscar bajo la superficie, donde está toda mi rabia… todas las veces que me han maltratado y han abusado de mí. Imaginaba que era una de las personas que me habían hecho eso. Entonces ya no me costaba.
Se volvió y la miró con todos los horrores de su vida ardiéndole en los ojos.
—No tienes ni idea de lo que vive en mi interior, Kiara. La necesidad absoluta de aplastar a la gente que me rodea. Hay veces en que es tan imperiosa que ni siquiera sé cómo contenerme.
—Pero lo haces.
—No. A veces no puedo, a pesar de todos mis esfuerzos.
Ella lo rodeó con los brazos.
—Nunca te haría daño, Nykyrian. Pero tienes que darme tiempo para asimilar lo que me dices. —Le cogió el rostro entre las manos—. Te conozco, pero tengo que reconciliar lo que he oído de ti con lo que he visto con mis propios ojos. Das miedo, ya lo sabes. Pero eso no significa que no te ame.
Él se quedó helado al oírla. La incredulidad lo invadió.
—¿Qué?
—Te amo.
Nykyrian se apartó bruscamente, incapaz de aceptarlo. No era posible.
—No, no me amas.
—No me digas lo que siento. Sé perfectamente lo que hay en mi corazón.
Él seguía negándose a creerla. Tenía que hacerle entender con quién estaba tratando. Aunque de niño oír eso quizá le habría valido de algo, hacía mucho que estaba maldito por sus propios actos.
—Soy un asesino, princesa. Así de simple. Y eso es lo único que siempre seré.
—Tal vez lo seas, pero también eres el hombre que me abraza cuando duermo. El que me cuidó con ternura cuando me encontraba mal, incluso aunque te maldijera. No eres sólo una cosa, Nykyrian. Como le dijiste a Jana, nadie debería juzgarte por lo que has hecho para conseguir sobrevivir. Mírame a los ojos y dime la verdad. ¿Has matado alguna vez sólo por provecho?
—No.
—¿Matarías por dinero?
Él negó con la cabeza.
—¿Has matado alguna vez a un niño?
—¡Dios, no!
—Entonces, no eres ningún animal.
Él la miró anonadado. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo era capaz de verlo, de mirar su rostro y sus ojos desnudos y no hacer una mueca de desprecio u horror como todos los demás?
Ella le apartó del rostro un mechón suelto y le cubrió la mejilla con la mano.
—Aunque tu pasado pueda impresionarme a veces, te prometo que eso no va a cambiar lo que siento por ti. A no ser que hayas estado masacrando conejitos como extra…
A él no le pareció divertido.
—He masacrado a gente.
—Y yo te he visto hacerlo. Pero no los consideraría gente. La gente no siente placer haciéndole daño a otros. Cuando mataste a Arast, ¿sentiste placer?
—No.
—Entonces, eres mejor persona que la mayoría y por eso te amo.
Nykyrian se apartó de ella y se apoyó en la pared, observándola con los ojos entrecerrados.
—No me importa si me entregas a mí, pero quiero que me jures que jamás traicionarás a Hauk, Syn, Darling o Jayne.
—Nunca traicionaría a ninguno de vosotros.
Nykyrian asintió mientras reducía la distancia entre ellos. Le cogió las manos y le volvió las palmas hacia arriba.
—En tus manos he puesto mi vida, mis secretos —susurró y su aliento le rozó la mejilla, haciéndole sentir un cosquilleo—. Te doy la libertad de dejarme en cualquier momento. No soy fácil de amar. Nadie lo ha hecho nunca. Lo único que te pido es que guardes silencio, sino por mí, al menos por las familias de otros que destrozarías.
Kiara contuvo las lágrimas al oír la resignación en su voz.
Nykyrian esperaba que ella se volviera contra él, como había hecho la esposa de Syn. Pero Kiara nunca lo haría.
—Nunca podría hacerte daño, Nykyrian. Puedes confiar en mí, te lo juro.
Él le cubrió los labios con los suyos, abrasándola al besarla apasionadamente. Ella agradeció la sensación de su cálida boca, el ansia de su deseo. Se apretó contra él, con la necesidad de sentir su cuerpo contra el suyo.
Le pasó las manos por los costados y para su sorpresa, Nykyrian se sacudió y rio.
—¿Eso era risa? —preguntó, mirándolo a la cara.
Ella miró tan perplejo como ella se sentía.
—Creo que tengo cosquillas.
Traviesa, Kiara le volvió a pasar las manos por los costados.
En efecto, tenía cosquillas. Su risa, sonora y grave, hizo que su corazón saltara de alegría. Siguió haciéndole cosquillas, disfrutando de cómo él se retorcía.
—Piedad —gritó finalmente, con los ojos brillantes.
Ella lo torturó un poco más antes de apartar las manos.
—De acuerdo —contestó y lo besó en la mejilla.
Nykyrian la abrazó con fuerza y la miró con ojos serios.
—No me dejes nunca —dijo, con una voz entrecortada que la enterneció.
—No te dejaré.
Con un ágil movimiento, le quitó el camisón y la tumbó en el suelo. Kiara agradeció la sensación de su piel contra la suya, aunque estuviera sudado. Curiosamente, no olía mal. Despedía un aroma almizclado que la hizo excitarse al instante.
Le acarició los duros tendones de la espalda, cubiertos de profundas cicatrices, y deseó tenerlo con ella para siempre.
—Me mentiste, ¿lo sabías?
Él la miró ceñudo.
—¿Cómo?
—Me dijiste que te acostabas con Némesis todas las noches.
Su maravillosa sonrisa con hoyuelos apareció.
—No, te dije que me lo follaba, lo que es cierto. Lo hago con casi cualquier cosa todos los días o al menos bastante a menudo.
Ella le frotó la nariz con la suya.
—Eres terrible.
«No cuando estoy contigo, no».
Nykyrian la miró asombrado. ¿Qué tenía ella que domaba la rabia que tenía en su interior? Bueno, no cuando lo cabreaba. Pero en ese momento sus caricias calmaban la furia que vivía dentro de sí. Su alma estaba en paz.
¿Cómo lo hacía?
Agachó la cabeza y se apoderó de su boca, saboreándola. Su aroma y su suave piel lo consolaban como nada ni nadie lo había hecho nunca.
Por eso estaría dispuesto a morir.
Kiara le rodeó la cintura con las piernas. Él apretó la mejilla contra la suya mientras se deleitaba con la sensación de estar así cogido. Notaba sus senos contra el pecho al respirar. Se apartó un poco para mirar aquellos ojos en los que se veía. Era la primera vez que podía ver su reflejo sin sentir desprecio.
En los ojos de la niña había visto a un monstruo.
En los ojos de Kiara veía al hombre.
Y quería ser la persona a la que ella miraba con tanta adoración. Rodó sobre sí mismo y la hizo colocarse sobre su estómago desnudo. El vello del pubis de ella le cosquilleó la piel y le hizo endurecerse más.
Kiara le cogió la mano e hizo una mueca de dolor al verle la sangre de los nudillos.
—Deberíamos curar esto.
Él cogió del suelo una toalla que estaba cerca y se limpió la sangre.
—Créeme, no lo noto.
Kiara le cogió el pulgar y le mordisqueó la yema; notó la sal de su piel.
—Eres un masoquista, ¿no?
—La mayoría de los asesinos lo son —respondió él. Y, con la mano libre, fue recorriéndole un pecho y jugueteando con un pezón—. ¿Sabes?, nunca he tenido dos veces sexo con la misma mujer.
Ella le soltó la mano y lo miró arqueando una ceja.
—Es cierto que tu don de gentes es una mierda. Decirme que has estado con un montón de mujeres no es lo mejor que puedes hacer… sobre todo ahora. Para que lo sepas, es como un jarro de agua fría.
Él volvió a cogerle la mano.
—No es eso lo que quería decir. Sólo he estado con dos mujeres. Ninguna de ellas quiso volver a estar conmigo.
—¿Y por qué no?
Nykyrian no respondió, pero Kiara vio el dolor en sus ojos.
—Fueron tontas, Nykyrian. —Le pasó la lengua por el cuello hasta llegarle a los labios—. No hay nadie más con quien yo quisiera volver a estar.
Él cerró los ojos cuando esas palabras le llegaron al corazón. Bajó las manos, se desabrochó los pantalones y se los quitó.
Kiara se quedó impresionada por su habilidad para hacer eso con ella sentada sobre su estómago.
—Eres un tío de lo más fuerte y flexible, ¿no?
—Depende del momento —contestó y se incorporó debajo de ella para poder saborear sus pechos.
Kiara se arqueó hacia atrás dándole total acceso, mientras le sujetaba la cabeza contra su pecho. Con la lengua, él le lamió el pezón, y el abdomen se le contrajo al acrecentarse el placer. Notó su dura erección contra el estómago mientras él se tomaba su tiempo con sus senos.
Incapaz de resistirlo más, se levantó y se colocó sobre su miembro. Ambos gimieron al unísono.
Nykyrian apretó los dientes mientras se echaba hacia atrás para verla montarlo. Ella subía y bajaba las caderas, engullendo su pene hasta el final. Su cálida piel se deslizaba sobre la de él como una caricia de terciopelo. Mordiéndose los labios, él arqueó las caderas para hundirse aún más en su interior. Le cogió las manos y le besó los delicados dedos.
Ella era tan frágil y, sin embargo, con sólo una palabra brusca, podía destrozarlo. ¿Cómo podía tener tanto poder sobre él? Quería odiarla por eso.
Si pudiera.
Kiara se inclinó hacia adelante mientras aceleraba sus movimientos. Quería tanto hacerla gozar…
Mirándola a los ojos, metió la mano entre sus cuerpos para acariciarla. Ella soltó un grito ahogado al notar que su placer aumentaba.
Una lenta sonrisa se abrió paso en el rostro de Nykyrian.
—Te gusta.
Kiara lo miró arrugando la nariz y él la acarició al ritmo de los movimientos de ella.
Contuvo el aliento hasta que la vio y sintió correrse. Casi se desplomó sobre él. La sujetó, la tumbó debajo y aceleró sus embates, intensificando el orgasmo. Ella se aferró a él.
Nykyrian acercó el rostro a su cuello y dejó que su aroma lo embriagara hasta alcanzar el límite. Gruñendo, se mantuvo dentro de ella hasta que estuvo totalmente saciado.
Se quedó tumbado encima, con cuidado de no dejar ir todo su peso. Ella jugueteó con su cabello.
—Soy completamente tuyo.
—No sé por qué, pero lo dudo —respondió Kiara riendo.
Pero se equivocaba. En ese instante, no había nada que Nykyrian pudiera negarle.
De repente, un fuerte silbido cortó el aire y él alzó la cabeza de golpe.
—¿Qué es? —preguntó ella casi sin aliento.
Nykyrian soltó un gruñido irritado.
—Mi comunicador. Diez a uno a que es el estúpido de Syn que necesita cualquier estupidez.
—Te gusta la palabra, ¿eh?
Nykyrian gruñó mientras se separaba de ella a regañadientes.
Sería mejor que fuera importante. Si no, Syn iba a acabar metido en algún lugar muy incómodo.
Kiara recogió su camisón mientras él se ponía los pantalones y salía del gimnasio. En cuanto se hubo vestido, ella fue a ver qué pasaba.
Sólo con pantalones, Nykyrian desconectó el comunicador y lo tiró sobre la mesita baja. Se frotó la cara con las manos e hizo una mueca de fastidio.
—¿Pasa algo?
—Sí. Estamos a punto de tener compañía.