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Kiara abrió la boca para hacerle más preguntas a Orinthe, pero Nykyrian entró en la sala.

—Jana está durmiendo una siesta —dijo, acercándose a la silla de Orinthe.

—Bien —respondió esta con una tierna sonrisa—. Lo dejaré dormir hasta la cena.

Nykyrian inclinó la cabeza.

—Te transferiré fondos a tu cuenta para él.

—No harás nada de eso —replicó la anciana, ofendida—. Dios sabe que ya me has dado más que suficiente. Incluso si es para los niños, eres demasiado generoso.

Por un momento, a Kiara le pareció que Nykyrian se había sonrojado.

—Gracias por acoger a Jana. Si te da algún problema, llámame y yo hablaré con él.

—Me da la sensación de que no creará ningún problema.

Nykyrian le tendió la mano a Kiara y ella no vaciló en cogérsela.

—No vas a irte ya, ¿no? —preguntó Orinthe, frunciendo el cejo.

Él asintió mientras se ponía las gafas.

—Si necesitas algo, llámame a mí o a Syn y nos ocuparemos.

La mujer suspiró de una manera que hizo pensar a Kiara que las palabras de Nykyrian la incomodaban. Miró a este, y su sonrisa amable y amistosa retornó.

—Tú cuida de ti y de esta bonita dama. Hacéis una buena pareja.

Kiara le sonrió.

—Gracias.

Por su expresión, pudo ver que ese cumplido incomodaba a Nykyrian.

—En un par de semanas vendré a ver cómo estáis —le dijo él a Orinthe.

Ella asintió y los acompañó a la puerta.

Nykyrian salió el primero a la calle. Kiara sabía por su tensa espalda que algo lo preocupaba.

—¿Qué pasa?

Tenía el tic de la mandíbula.

—Habría preferido que Orinthe no te hubiera explicado nada sobre mí.

¿Habría algo que aquel hombre no alcanzara a oír?

—Y yo preferiría que me lo hubieras contado tú.

Nykyrian vaciló un momento, mirándola. Kiara deseó que no llevara las gafas, para poder leer su estado de ánimo en los ojos.

Al cabo de un momento, él se movió.

—¿Por qué quieres saber cosas sobre mi infancia? Prefiero no pensar en esos días. Están pasados y olvidados.

Ella negó con la cabeza.

—No están olvidados, Nykyrian. Horrores así no desaparecen. Te lo dice alguien que lo sabe. Por más que luchemos, por más que lo intentemos, se nos cuelan por los resquicios y nos arrastran al pasado con tanta claridad que es como si estuviéramos reviviéndolo. También a mí me gusta fingir que mi historia es otra, pero eso no cambia el hecho de que aún no puedo quedarme sola en la oscuridad.

Él se detuvo, porque sus palabras le habían llegado al alma. Que ella lo entendiera… lo hacía sentirse más cercano. Pero no cambiaba el dolor que llevaba consigo.

—Nunca te dejaré sola en la oscuridad.

—Yo haré lo mismo contigo.

La sonrisa que Kiara le dedicó le hizo sentir que se le doblaban las rodillas y que en su interior se despertaba algo que ni siquiera deseaba plantearse. Sin querer pensar en ello, la llevó al gran centro comercial que había al final de la calle.

Kiara miró boquiabierta la deslumbrante variedad de colores y mercancía que se mezclaban con compradores de todas las culturas. La tienda en que entraron tenía enormes mostradores de vidrio llenos de accesorios y complementos; todo lo que cualquier persona pudiera desear. Distintos estilos de ropa vestían a maniquís abstractos, para mostrar cómo quedarían en diferentes formas de vida.

Mientras miraba, se dio cuenta de que todo tenía un precio disparatado. Incluso su extravagante padre se desmayaría al verlo.

Se apartó del perchero.

—¿Hay algún otro sitio donde comprar ropa?

—¿No te gusta?

Ella lo miró abriendo mucho los ojos y se inclinó para susurrarle:

—¿Has visto los precios?

Nykyrian soltó un bufido.

—Soy más que capaz de proveerte con varios guardarropas completos comprados aquí.

—Pero…

—Pero nada, mu tara. A comprar.

Kiara se mordisqueó el labio, nerviosa, incapaz de ceder con tanta facilidad. Nadie necesitaba ropa que costara tanto.

—Eso no es realmente…

—Kiara —soltó él con voz gutural—. O compras ropa o vas desnuda. Personalmente, desnuda me va bien.

¿Cómo podía cabrearla y divertirla a la vez?

—Muy bien. Cuando te quedes sin casa y en la ruina, recuerda que intenté detenerte.

Una sonrisa curvó los labios de Nykyrian.

Ella se quedó parada, perpleja, incapaz de moverse, al ver lo que nunca había pensado que vería: una auténtica sonrisa en su cara. Aquel hombre era absolutamente deslumbrante.

—¡Dios, tienes hoyuelos!

Su sonrisa desapareció al instante.

—Lo sé.

—¡No, no, no, no, no! —exclamó ella y fue a tocarle la mejilla—. No trates de esconderlos. Son hermosos.

Nykyrian esquivó su mano.

—Resultan estúpidos.

Kiara soltó un resoplido molesto.

—Resultan de lo más sexy. Créeme. Hoyuelos así sin duda te harán conseguir un revolcón.

Casi consiguió hacerlo sonreír de nuevo… pero los interrumpieron.

—¡Kiara Zamir!

Ella se volvió para mirar a la excitada dependienta. La joven la contemplaba con unos enormes ojos castaños, llenos de admiración.

—¡Oh, Dios mío, la adoro! —soltó la joven—. La vi en Plegaria silenciosa el año pasado y pensé que era lo más maravilloso que se había hecho nunca. Es usted la mejor.

Kiara sonrió, agradecida por el cumplido.

—Muchas gracias.

—Me llamo Terra y cualquier cosa que necesite, dígamelo. ¡Oh, Dios, cuando se lo diga a mi madre no se lo va a creer!

Nykyrian tenía razón. A diferencia de en Gouran, Terra no lo miró mal ni reaccionó de ninguna manera ante su presencia. No era de extrañar que estuviera dispuesto a pagar aquellos precios. Allí, él era normal.

Kiara lo miró para ver cómo se estaba tomando la adoración de la dependienta. Las observaba tranquilamente, con expresión paciente y sin meterse. Gracias al cielo, no se irritaba como tantos otros, incluido su padre. Parecía totalmente satisfecho con quedarse al margen y dejarla un momento con su admiradora.

Aquello significaba mucho para Kiara.

Permitió que la joven la cogiera del brazo y le enseñara diferentes piezas de ropa. A pesar de la generosidad de su padre, se dio cuenta de que nunca había visto prendas más extravagantes. Cada una era ligera y etérea, de la más delicada y sedosa textura.

Terra le explicó que muchas de las telas provenían de mundos no humanos y que las llevaban hasta allí a precios exorbitantes. Kiara miró a Nykyrian, sin saber muy bien cuánto estaba dispuesto a pagar.

—Me gusta ese —dijo él, señalando el vestido que Terra sostenía.

Kiara hizo una mueca. Era realmente espléndido, pero…

—No lo sé… cuesta el producto interior bruto de un planeta pequeño.

Él suspiró irritado.

—No te preocupes por el precio, princesa, compra lo que necesites.

Terra le sonrió.

—Oh, así me gusta. Si no repara en gastos, tengo una línea incluso mejor en la trastienda.

Cuando Nykyrian asintió, la chica los llevó a una sección exclusiva.

A pesar de sus reticencias, Nykyrian y Terra le colocaron ropa suficiente para no tener que repetir ni una prenda en un mes. Mientras la dependienta se iba a preparar el pedido, ella lo miró con una ceja enarcada.

—¿Cuánto tiempo esperas tenerme contigo?

—Hasta que estés a salvo —contestó él, de nuevo sin la más mínima emoción en el semblante.

Kiara miró los dos montones de prendas, las que se había probado y el más abultado, las que había elegido.

—Es mucha ropa… No puedo creer que te vayas a gastar tanto en mí.

Él se encogió de hombros.

—Eres terrible, Nykyrian —exclamó y deseó poder verle los ojos. En vez de eso, su irritado reflejo la miró desde las oscuras lentes.

—Quiero que la tengas. Te mereces cosas bonitas y yo te dejé sin tu ropa.

—No, eso lo hizo Aksel. —Le pasó la mirada por el cuerpo, alto y sexy. Él se apoyó contra la columna de espejos, con los pies y los brazos cruzados. Aunque pareciera relajado, se mantenía alerta a todo lo que sucedía a su alrededor.

Y Kiara estaba muy compenetrada con él. Se metió entre sus brazos y lo hizo enderezarse.

Él se tensó hasta que ella le rodeó la cintura con los brazos y lo besó en la mejilla.

—Gracias, Nykyrian.

Este se quedó sin palabras, mientras se le disparaban las hormonas. No sabía cómo reaccionar ante su ternura.

Terra regresó con el albarán de encargos y Nykyrian no tardó en firmarlo con su nombre e indicar dónde se hallaba su nave, para que le llevaran los paquetes.

—¿Necesitas algo más? —le preguntó luego a Kiara, mientras le devolvía el listado a Terra.

—En absoluto.

Él saludó a la dependienta con un gesto de cabeza, cogió a Kiara de la mano y salieron de la tienda.

—Ahora tenemos que hacer lo de Syn.

—Ya puestos, ¿no podríamos comprarle una actitud nueva?

—¿Por qué? —preguntó Nykyrian, frunciendo el cejo.

—Últimamente está de un humor de perros. ¿No lo has notado?

—La verdad es que no. Suele ser bastante mordaz cuando bebe.

A Kiara la sorprendió la respuesta, ya que aún no había visto a Syn ni una sola vez en que no estuviera empapándose de alcohol.

—Entonces, ¿por qué sois amigos?

Él se detuvo y la miró.

—Me salvó la vida.

A ella la sorprendió que él lo admitiera. ¿Habría recibido un golpe en la cabeza en la última pelea?

—¿De verdad?

Nykyrian comenzó a caminar de nuevo.

—Sí, yo estaba en una misión… una de las primeras y las cosas no fueron como esperaba.

—¿Te hirieron?

—Sangraba como un becerro. Sabía que no me quedaba mucho para desangrarme del todo. Me dolía tanto que no recuerdo nada muy bien. De algún modo, acabé sentado en un callejón, esperando la muerte.

—Y Syn te ayudó.

Se frotó el mentón con la mano.

—Lo cierto es que trató de robarme. Iba a matarlo hasta que vi que sólo era un niño hambriento. Así que le di mi cartera. Supuse que, como me estaba muriendo, no la iba a necesitar.

Kiara no se atrevió a decirle que había visto esa historia en sus archivos y que su caridad aún seguía asombrándola. Eso era lo que más admiraba de él.

—¿Y no se marchó?

—No. Me llevó a su… lo llamaría casa, pero era un lugar asqueroso. Se había montado un cobijo en una fábrica abandonada en la que no podría vivir ni una rata. Pero era suyo y era seguro. Tardé un par de días en recuperarme lo suficiente como para volver a la Liga y, mientras tanto, él compartió conmigo la poca comida que tenía.

—¿Y no fueron a buscarte?

—No. No funciona así. Ejecutar a un objetivo lleva su tiempo, de modo que te dan un período para realizar la misión. Así que, a no ser que no te presentes en las fechas convenidas o desertes, se mantienen a distancia.

Kiara siempre se había preguntado cómo hacían eso.

—Todavía no entiendo cómo os hicisteis amigos.

—Me salvó la vida y yo le pagué dándole una.

—¿Cómo?

Esa vez, ella notó el dolor que él mantenía oculto en su interior.

—Le di lo que quería. Le pagué la escuela, le proporcioné un piso y… al final lo fastidié todo de lo lindo. A veces pienso que habría sido mejor para él que lo hubiese dejado en el arroyo. Habría acabado consiguiendo el dinero suficiente para salir de allí él solo. Lo único que hice yo fue mostrarle la existencia que nunca podría tener.

—¿A qué te refieres?

Ella vio el dolor en su rostro y se le encogió el corazón.

—Con mi ayuda, consiguió estudiar una carrera que le encantaba, tener una mujer a la que amaba y un hijo al que adoraba. Todo era perfecto. Pero entonces, esa maldita reportera llegó y comenzó a hacerle preguntas sobre su pasado y sobre su padre. Su esposa descubrió quién había sido este y que él también había estado en prisión. Sin pensarlo dos veces y olvidando todo lo que había hecho por ella y todo lo que le había dado, lo echó y lo dejó en la ruina. En menos de veinticuatro horas, Syn lo perdió todo.

Kiara notó que se le hacía un nudo en la garganta ante lo horroroso de esa situación. No era de extrañar que Syn estuviera tan amargado.

—Podría haberse esforzado más por conservar lo que tenía.

Nykyrian negó con la cabeza.

—Créeme, nadie podría esforzarse más de lo que lo hizo Syn. Al final, no resultó ser suficiente. Pero al tratar de salvarlo, lo acabé de joder.

Ella fue a cogerle del brazo y, por una vez, él le dejó.

—No fue culpa tuya.

—Eso es lo que me digo. Pero yo fui quien le vendió un sueño. Le dije que podría enterrar su pasado y que nadie lo descubriría nunca. Maldición, si pudiera hacer retroceder el tiempo…

—¿Qué harías?

—Impedirle cometer el peor error de su vida.

Kiara lo pensó un minuto, pero conociendo a Syn, dudó de que Nykyrian pudiera haber hecho nada para cambiar las cosas. Como solía decir su padre, había lecciones que sólo la experiencia personal podía enseñar.

—No creo que te hubiera escuchado.

Nykyrian la miró fijamente. Por primera vez se dio cuenta de que ella tenía razón. Syn no habría atendido a razones por más que él lo hubiera intentado.

Igual que él no escuchaba a Syn en lo referente a Kiara. Por fin entendía por qué su amigo había estado dispuesto a arriesgarlo todo.

Incluso su vida.

A veces, valía la pena correr esos riesgos. Pero ¿sería Kiara como la esposa de Syn y llegaría un día en que lo rechazaría?

—Sabes que nunca le he contado a nadie nada de esto.

—Y yo no diré nada —le aseguró Kiara sonriendo—. Nunca.

No supo por qué, pero la creyó.

Entonces, ella le cogió ambas manos. Su respuesta automática hubiera sido soltarse y decirle algo cortante, pero se obligó a no hacerlo. Lo cierto era que le gustaba la forma en que lo trataba en público, como si no se sintiera avergonzada de que la vieran con él.

Nadie lo había tratado nunca así.

De repente, Kiara se detuvo en medio de la acera y tiró de él en dirección opuesta. Riendo, lo hizo entrar en una pequeña tienda.

—¿Alguna vez has probado los Sprinkles?

Nykyrian se quedó perplejo. La tienda era algún tipo de comercio que vendía chucherías.

—No.

—Oh, tienes que probarlos —dijo ella con un entusiasmo que le hacía brillar los ojos—. Cuando era niña, mi madre solía comprarme todos los sábados después de la clase de baile. —Cerró los ojos como si saboreara el recuerdo—. Son como si mordieras un pedazo de cielo.

Nykyrian tuvo que sonreír al ver la forma en que Kiara iba como bailando hasta el mostrador, con un entusiasmo infantil, y pedía dos sabores de algo que no parecía demasiado comestible. Él arrugó la nariz ante aquella «comida» que le parecía poco más apetecible que una bola de excrementos.

—¿Qué es?

—Crema helada. —Ella se puso de puntillas y le dio un toque juguetón en la nariz—. Deja de poner esa cara, te encantará.

Nykyrian no se hubiera quedado más de piedra si Kiara lo hubiera abofeteado. Eso se lo habría esperado… pero ese lado juguetón con que olvidaba que él podía partirla en dos con las manos desnudas le resultaba inesperado y… divertido.

El dependiente le dio a ella las tarrinas mientras él pagaba.

Kiara se mordió el labio antes de hundir la cuchara y llevársela a la boca. La expresión de éxtasis de su rostro excitó a Nykyrian al instante.

—Oh, esto es de lo mejor —exclamó ella con ojos— brillantes.

Hundió de nuevo la cuchara y se la ofreció a él.

Sin casi darse cuenta, él abrió los labios y dejó que le metiera la cuchara. Syn se partiría de risa si alguna vez llegaba a ver eso. Por no hablar del resto del equipo, que se caerían muertos del pasmo.

Pero cuando notó el sabor, casi se atragantó. Con una mueca, tuvo que tragar de prisa para eliminar el gusto.

—¿Qué diablos es esto?

—Se supone que es bueno.

Nykyrian negó con la cabeza e intentó olvidar el sabor.

—No estoy acostumbrado a cosas tan dulces.

—Lo siento —se disculpó ella con expresión compungida—. Creía que te gustaría.

Él le limpió un poco de crema derretida de la barbilla.

—Me gusta que te guste. Pero definitivamente, no es para mí.

A Kiara nada la había enternecido tanto en toda su vida. No era sólo lo que le había dicho, sino su expresión. La ternura de su caricia. Antes de poder pensarlo dos veces, se puso de puntillas y lo besó.

Nykyrian se quedó helado al notar su lengua contra la de él… en público. Ese beso, rápido y sencillo, hizo arder cada rincón de su cuerpo. Ella lo trataba como si fuera normal, y como si fueran… amantes.

Kiara lo cogió de la mano y lo llevó de vuelta a la calle.

—¿Quieres esto? —le preguntó él, tendiéndole su tarrina de helado.

Ella hizo un mohín juguetón mientras lamía la cuchara de una manera que hizo que a Nykyrian se le despertara el deseo.

—¿Estás seguro de que tú no lo quieres?

—Sí.

Kiara chasqueó los labios antes de añadir su helado al suyo y tirar la tarrina.

—No sabes lo que te pierdes.

En ese instante, lo que se perdía era estar en la cama con ella. Cómo le gustaría ser aquella cucharilla que no dejaba de lamer.

Trató de quitarse esa idea de la cabeza mientras se al almacén de repuestos para comprar las piezas que necesitaba Syn.

Pero en lo único que podía pensar era en lo hermosa que estaba chupando la cucharilla.

«Ya me gustaría que me chupara así mi cucharilla…

»¡Para ya!».

No era de extrañar que la Liga les prohibiera tener relaciones. No había nada que distrajera más.

En cuanto tuvieron las piezas de la nave. Nykyrian se las puso bajo el brazo y vio lo tarde que era. Él podía pasarse todo el día sin comer, pero pensándolo bien, Kiara se había comido el helado con demasiada ansiedad.

—¿Tienes hambre?

—Me comería hasta las piedras.

—Bueno, hay una calle cerca con restaurantes de todos los estilos. ¿Qué te apetece?

Ella sonrió y se lamió los labios mientras lo repasaba con una mirada tentadora.

—Andarion —contestó.

—¿De verdad? La mayoría de los humanos los encuentran demasiado especiados.

Ella fue a corregirlo, pero acabó riéndose al darse cuenta de que Nykyrian no estaba acostumbrado a que una mujer flirteara con él. Aunque eso no le importaba. Lo cierto era que se alegraba de que no fuera como los playboys a los que estaba acostumbrada. Le resultaba dulce y encantador.

Justo dos palabras que se daban de tortas con su letal aspecto.

Negó con la cabeza mientras él abría la puerta de un restaurante andarion y le permitía entrar primero. Kiara frunció el cejo mientras esperaban que los sentaran y notó algo en él.

—Resulta muy extraño que aquí, en uno de los lugares más peligrosos y plagados de crimen del universo, estés más relajado de lo que creo haberte visto nunca. ¿Por qué?

—No es cierto —le susurró él al oído—. Lo más relajado que he estado nunca fue anoche, después de hacerte el amor.

Ella se sonrojó violentamente.

—Fuera de la cama…

Nykyrian se encogió de hombros.

—La gente de aquí es más sincera. Sabes que están esperando dispararte por la espalda y saben que lo sabes, así que tienden a vivir y dejar Mientras no seas un pardillo, estás a salvo.

—Pardillo… Syn también usó esa palabra.

—Solo. Ingenuo. Novato. Persona. Una víctima andante.

Un escalofrío recorrió la espalda de Kiara.

—¿Y vosotros seríais…?

—En una palabra… depredadores.

Eso sí le cuadraba.

Nykyrian no le dijo nada a la camarera andarion que los recorrió con una mirada especulativa. Se limitó a levantar dos dedos.

Ella los llevó a una mesa del fondo. Kiara se sentó primero y se fijó en que él lo hacía con la pared a la espalda, para poder observar a todo el mundo que había en el café.

Algunas costumbres nunca morían.

Kiara frunció el cejo ante la carta, que estaba escrita en un alfabeto que nunca antes había visto. Ni siquiera estaba segura de no estar cogiéndola del revés.

—¿No tienen cartas en universal?

—No —contestó él—. Los andarion son gilipollas. Si no eres capaz de leerlo, no quieren que lo comas. —Y se inclinó para explicarle los diferentes platos.

Kiara dudó un instante.

—Aquí no hay carne humana, ¿verdad?

Nykyrian negó con la cabeza.

—Aunque todavía hay quienes ingieren carne humana, esa exquisitez la reservan para Andaria. En el resto del universo se tiende a considerar asesinato. En la carta sólo hay ternera y verduras.

Kiara soltó un suspiro de alivio.

—¿Y qué me recomiendas?

—Seguramente te gustará el Fitau Cour Bariyone.

Ella sintió un escalofrío ante la forma en que él pronunciaba esas palabras. Tenía una voz de lo más sexy, sobre todo cuando hablaba en su lengua nativa.

—¿Y eso es…? —preguntó.

—Ternera ligeramente sazonada con salsa de una hierba amarilla y verduras guisadas. No es tan especiado como los otros platos.

Kiara había olvidado que Nykyrian era todo un gourmet.

—Suena bien. Lo probaré.

En cuanto volvió la camarera, él pidió.

En el momento en que la mujer vio sus largos dientes caninos, comenzó a hablarle en andarion. La respuesta de Nykyrian estaba cargada de condescendencia, un tono que Kiara nunca le había oído antes, y le hizo preguntarse qué le habría dicho la camarera para que le contestara así.

—¿De qué iba todo eso? —le preguntó en cuanto se quedaron solos, inclinándose hacia él.

—Quería saber por qué me había decolorado el cabello e iba con una humana.

—¿Y qué le has contestado?

—Que una sirvienta no debería hacer preguntas.

—Has sido duro con ella —le reprochó.

Nykyrian no mostró ninguna emoción.

—Soy un guerrero, Kiara. En Andaria, los únicos que tiene mayor rango son los aristócratas. Si hubiera respondido a su pregunta, habría cedido mi posición y me habría colocado por debajo de ella. Entonces nos hubiera atacado a ambos. El orden de castas es sagrado en su mundo. Si yo me considerara un auténtico andarion, la habrían azotado sólo por preguntarme. Por muy malo que creas que es Hauk cuando está por ahí, deberías verlo cuando está con su gente. Entonces, te aseguro que es un cabrón de primera.

Kiara había olvidado lo agresivos y brutales que eran los andarion.

—Apuesto a que te alegras de no haberte criado allí, ¿no?

En cuanto la pregunta salió de su boca, se dio cuenta de lo estúpida y desconsiderada que era.

—Lo siento, Nykyrian. He hablado sin pensar.

—No pasa nada. No me fue mejor en Andaria que en el orfanato. No veo ninguna auténtica diferencia entre ellos y los humanos. Ambas razas se ceban en los débiles e indefensos.

Aunque no le gustara, Kiara tuvo que admitir que tenía razón.

A fin de cuentas, sólo era una anomalía dental lo que los diferenciaba.

—¿Recuerdas a tu madre?

Él asintió con un levísimo gesto.

—Kiara Zamir… eres la última persona a la que esperaba ver aquí.

Nykyrian se quedó totalmente inmóvil al oír la única voz que lo hacía cabrear con más intensidad incluso que el alcoholismo de Syn.

Jullien eton Anatole. El príncipe coronado de Andaria.

Nykyrian se contuvo para no saltarle encima y matarlo ahí mismo. Jullien ya había sido difícil de soportar antes de que lo enviaran al orfanato, pero era la crueldad de ese cabrón en la academia lo que aún recordaba.

El príncipe era un matón y un líder y no se había contentado sólo con meterse con él, consciente de que no podía responderle mientras llevara el collar de adiestramiento. El muy cerdo lo había acusado de robar su anillo sagrado con el sello.

Apretó los dientes al recordarlo. Lo habían hecho pasar tres semanas de infierno y lo más destacado habían sido dos brutales registros de todos sus orificios corporales, para luego pasar dos días en la cárcel, mientras le rompían el brazo durante el proceso.

Mientras tanto, el príncipe tenía su sello escondido en su bolsa del gimnasio y había conspirado con sus colegas de mierda para tenderle una trampa a Nykyrian tan sólo porque no le caía bien. De no ser por Hauk, que se atrevió a decir que había encontrado el anillo perdido, seguramente Nykyrian seguiría aún en prisión por un delito que no había cometido.

Y en ese momento, después de casi haberle arruinado la vida, ese cabrón ni siquiera lo reconocía…

Era para reírse.

Kiara se volvió en la silla y vio al príncipe Jullien detrás de ella. Sonrió, aunque hubiera deseado maldecir. Jullien tenía la mala costumbre de aparecer en lugares en los que prefería no encontrárselo. No sabía por qué, pero nunca lo había soportado. Era como si arrastrara una desagradable aura que la hacía estremecerse siempre que se le acercaba.

Corpulento y falso, llevaba un caro traje de alpaca lleno de chillonas joyas. Su largo cabello negro siempre parecía grasiento y ese día no era una excepción. Sostenía un bastón de caña con pomo de plata, más por moda que por necesidad. Al posar con él, el bastón también le permitía mostrar su sello de príncipe para que todo el mundo lo viera.

Kiara se fijó que cuando se les acercó, sus guardias se colocaron a una discreta distancia para dejarles espacio.

«¡Mira qué bien!».

Sin pedir permiso, Jullien se sentó a su lado y le cogió la mano en su palma suave y gorda. Ella reprimió una mueca al ver su piel hinchada y blanca, tan poco característica de los andarion, ya que la mayoría de estos la tenían de color pardo rojizo oscuro. ¿Qué le hacía pensar al príncipe que ella pudiera tener algún deseo de que la tocara?

Pero era un ególatra y, en su mundo, todas las hembras, fueran de la especie que fuesen, ansiaban su corpulento cuerpo.

Kiara hizo lo posible por no vomitar.

—Es un gran placer volver a verte —dijo Jullien con una sonrisa de autosuficiencia que demostraba toda la arrogancia que poseía aquel feo ser.

Kiara sonrió tensa.

—Es un placer verle de nuevo, alteza.

«Y ahora, lárgate y que no te vea más», pensó mientras sacaba las manos de entre las suyas.

Él se echó hacia atrás un mechón de cabello negro como el carbón e hizo como si no se diera cuenta de su frialdad.

Kiara miró a Nykyrian. Parecía tranquilo y, sin embargo, ella tenía la clara sensación de que estaba recurriendo a todo su autocontrol para no saltar sobre el príncipe y estrangularlo.

¿Por qué?

Miró a Jullien a los ojos y tuvo que contener un estremecimiento al ver sus ojos mutados de un color marrón verdoso y rodeados de un anillo de rojo sangre.

La sonrisa del príncipe se hizo más amplia.

—He hablado con mi padre sobre llevarte otra vez a Triosa para actuar. A él le cautivó tu belleza y tu talento casi tanto como a mí. Pero mi gente no ha podido conseguir que la tuya se comprometiera. Estoy seguro de que es un descuido. Después de todo, piensa lo bueno que sería para tu carrera que se te viera en nuestro escenario.

¿Qué creía? ¿Que era una novata mendigando un trabajo? Su oferta era tan insultante como la forma en que babeaba por ella.

Nykyrian carraspeó:

—El emperador Aros es extremadamente generoso al decir tales cosas.

Jullien alzó una incrédula ceja y se volvió hacia él.

Kiara contuvo el aliento, sin saber qué iba a pasar. Nadie le hablaba a un príncipe a no ser que este hablara primero. Y como Nykyrian había dicho, su sistema de castas estaba grabado en piedra.

—¿Me has hablado?

Nykyrian le respondió en andarion.

Jullien entrecerró los ojos y, por un momento, Kiara pensó que iba a llamar a sus guardias para que arrestaran a Nykyrian.

—Eres uno de mis súbitos. ¡Exijo el respeto que me debes!

—Titana tu.

Kiara no sabía qué quería decir la neutra respuesta de Nykyrian, pero por lo rojas que tenía las mejillas el príncipe, supuso que no era nada educado. Rogó porque Nykyrian se calmara antes de que los guardias de Jullien lo atacaran.

Giakon —replicó este, furioso.

Nykyrian se puso en pie con el cuerpo tenso para atacar.

—Alteza —los interrumpió Kiara, antes de que los guardias se lanzaran sobre Nykyrian—, será un honor actuar en Triosa. Si se pone en contacto con mi representante, estoy segura de que algo se podrá arreglar. —Esbozó hacia Jullien una falsa sonrisa.

Este miraba fijamente a Nykyrian.

—Muy bien, mu tara. A diferencia de tu fritalla, no tengo ningún deseo de incomodarte más. —Jullien se puso en pie, sin apartar los ojos del rostro de Nykyrian.

Él no se movió hasta que el príncipe y sus guardias estuvieron sentados lejos de ellos.

—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Kiara.

—Nada.

Se quedó pasmada ante su respuesta.

—¿Nada? ¿Me sueltas un sermón sobre la estricta etiqueta andarion y luego insultas a su príncipe coronado? Ambos tenemos suerte de que no te hayan arrestado.

—No habrían vivido lo suficiente para lamentar ese error.

Kiara se calló al notar un amargo tono en su voz. Allí había algo más. Entonces recordó el vídeo de los archivos…

—¿Fuiste a la academia con él?

Nykyrian no contestó, porque la camarera les estaba trayendo los platos.

Pero ella no estaba dispuesta a dejarlo pasar.

—Nykyrian, ¿por qué lo has atacado así? ¿Qué ha hecho para ofenderte?

—Nacer, y no quiero hablar de esto —respondió él, y señalándole el plato—. Deberíamos comer y regresar a casa.

—Otra vez te estás cerrando, ¿no?

Él apretó los cubiertos con más fuerza.

—Aunque Jullien me haya llamado tu «novia», no soy una mujer, Kiara. Soy un asesino mercenario y no quiero hablar de mis sentimientos.

Sus defensas volvían a estar levantadas. Ella casi lloró de frustración. Habían pasado un día tan agradable… pero ya se había estropeado.

Suspirando, comió en silencio mientras reflexionaba sobre todo lo que había descubierto ese día.

Pero lo que la disgustaba más era la facilidad con la que Nykyrian se podía apartar y encerrarse en sí mismo. Era como si ella ya no estuviera allí.

Le envidiaba esa capacidad, porque lo único que a Kiara le importaba era él y le dolía pensar que pudiera dejarla de lado con tanta facilidad.

Él trató de dar con la forma de relajar la incómoda tensión que se había creado entre los dos. Quería recuperar a la Kiara juguetona que le había dado de comer aquel horrible helado.

Pero no sabía cómo hacerlo.

«Soy una mierda para relacionarme con humanos».

Siempre lo había sido. Jayne y Darling decían que era de una sinceridad demasiado brutal. Syn lo llamaba inepto social.

Era más fácil permanecer en silencio y observar a los demás.

Sin embargo, quería saber cómo volver a alegrarla.

«¿Para qué molestarme? Sólo es una clienta».

No, Kiara era mucho más que eso.

Habían hecho el amor. Y, sobre todo, ella lo había tocado como nunca nadie lo había hecho antes y le había hecho sentir lo que ni siquiera había soñado que fuera posible.

«Maldito seas, Jullien, por fastidiar esto».

Un día mataría a ese cabrón…

Cuando acabaron de comer, recogieron los paquetes de ropa en el hangar, fueron al caza de Nykyrian y luego a su casa.

Kiara seguía callada cuando entró la primera en la vivienda y acarició las peludas cabezas de los lorinas.

Syn parecía aliviado por el tenso silencio mientras los ayudaba a descargar el caza. Lo único que Nykyrian le dijo a Kiara fue dónde colocar sus compras. Aparte de eso, se cambió rápidamente y se fue al hangar, a trabajar en la nave de Syn.

Con furiosos tirones, Kiara sacó la ropa de bolsas y cajas y empezó a guardarla. Con cada segundo que pasaba, aumentaba su rabia contra sí misma por importarle lo que Nykyrian pensara. Se veía actuando como una adolescente enamoradiza. Si él no quería hablar con ella, pues bueno.

¿Y qué si la mantenía a distancia? Estaba en su derecho.

Sin embargo, no era tan fácil. Kiara quería que él se le abriera. Quería…

Ni siquiera estaba segura de lo que quería. Sólo sabía que, de alguna manera, Nykyrian la había cambiado y que no era justo que, después de todo lo que habían compartido, pudiera pasar de ella con tanta facilidad.

«No soy nada para él».

Y eso era lo que más le dolía.

—¿Y qué habéis hecho hoy? —preguntó Syn mientras ayudaba a Kip a abrir el panel del estabilizador.

Nykyrian cogió una Have de tubo.

—Comprar ropa para ella y tus recambios —contestó y sin ganas de entrar en más detalles, cambió de tema—. ¿Has encontrado la dirección de Driana?

Syn asintió con la cabeza, y lo miró de una forma inquisitiva que siempre hacía desear a Nykyrian darle un mamporro.

—También he encontrado unos chismes muy interesantes sobre Driana y tú.

Él lo miró entrecerrando los ojos, pensando en tirarle algo a la cabeza.

—Se suponía que no debías entrar en su archivo personal, ni en el mío.

Syn se encogió de hombros mientras desenvolvía el recambio.

—Ya me conoces, no me pude resistir.

Nykyrian contuvo el aliento, esperando a que su amigo encontrase el valor necesario para hacerle la siguiente pregunta.

Y sí, Syn lo hizo:

—¿Y cómo es que acabó casándose con Aksel y no contigo?

—Ya sabes la respuesta. Yo ya estaba comprometido con la Liga. —Aflojó las tuercas del panel, mientras la cabeza se le llenaba de recuerdos en los que preferiría no pensar.

—Sí, pero por lo que he leído…

—¡Basta! —rugió Nykyrian—. No quiero pensar más en eso. Fue hace mucho tiempo. —Y lo que había pasado entre ellos dos aún le desgarraba el alma. Las palabras de desprecio con las que Driana se había despedido de él las tenía grabadas para siempre en el corazón—. Déjalo.

• • •

Kiara le acarició las orejas a Ilyse mientras suspiraba profundamente. Hacía unas pocas semanas, sabía perfectamente quién era ella y qué quería de la vida: retirarse después de una brillante carrera, casarse con algún aristócrata que la amara y a quien su padre aceptara y formar una familia.

Pero ya no estaba segura de nada. En vez de soñar con un hombre dulce y educado, la perseguía la presencia de alguien que vivía su vida al límite. El hombre más letal que nunca había conocido.

Uno que salvaba a gente incluso cuando eso contradecía su supuesta crueldad.

¿Por qué se sentía tan atraída por alguien que parecía pasar de ella totalmente? Sí, se habían acostado, pero eso no era amor. Los hombres querían sexo y Kiara había cometido el error de dárselo.

«¿Por qué soy tan estúpida?».

Con un tembloroso suspiro, se levantó de la cama y siguió doblando la ropa. No entendía por qué Nykyrian hacía nada de lo que hacía.

¿Por qué le compraba todo aquello y luego la apartaba de su lado?

La noche anterior, había sido tan tierno que ella se había convencido de que le importaba… de que la necesitaba. Luego había amanecido y otra vez lo había visto distante.

Apretó los dientes para controlar el desgraciado dolor que sentía en el corazón y pulsó el botón para abrir la puerta del armario.

Un destello de luz desde la ventana le llamó la atención y miró por la pared transparente junto al cuarto de baño adosado. Vio a Nykyrian y a Syn trabajando en la nave de este.

Desde dentro del armario, la voz de Syn le llegaba amortiguada pero claramente audible y, por una vez, hablaban en un idioma que ella podía entender.

—Se te ha ido la olla —gruñó Syn, mientras le pasaba una herramienta a Nykyrian.

Este la cogió con una mano y se volvió a inclinar sobre el motor.

—No te metas, Syn. Kiara es cosa mía.

—No, es de todos nosotros. Dios, con sólo una palabra podría destruirte. Mierda, podría acabar con todos nosotros.

Nykyrian hizo una mueca mientras tiraba de una pieza.

—Tú también podrías.

Syn hizo un sonido de disgusto.

—Ya sabes que no. Sé razonable. Nos ha costado mucho lograr lo que tenemos para que luego vengas tú y lo tires todo por la borda por una harita. Si lo que quieres es una…

Casi no tuvo tiempo de esquivar la herramienta que pasó volando junto a su cabeza.

Nykyrian saltó de la nave y lo agarró por el cuello de la camisa.

Kiara contuvo la respiración, temiendo lo que podía hacer.

—No vuelvas a insultarla nunca —rugió, mientras tensaba las manos sobre la camisa de su amigo—. Es mi vida la que estoy arriesgando, no la tuya.

Durante un momento, el rostro de Syn fue una máscara de furia y Kiara se temió que pudieran llegar a las manos.

—Maldita sea, no lo hagas. Tú eres todo lo que tengo. Ella no vale tu vida, ¿acaso no lo entiendes? Ya viste lo que Mara me hizo a mí; la rapidez con que cambió. ¿De verdad crees que la princesa —cargó la palabra de desprecio— será mejor al final? Te traicionará antes de lo que crees. Recuerda lo que te digo. Déjala antes de que sea demasiado tarde.

Nykyrian lo apartó de un empujón.

—En mi vida ya he tenido a demasiada gente dándome órdenes. Estoy harto de hacerlo que me dicen. Creía que al menos tú entenderías qué es desear algo y luego, cuando lo consigues, no dejarlo escapar.

Syn negó con la cabeza, con los labios apretados.

—Vamos, eres más listo que todo eso. ¿Desde cuándo se puede confiar en las mujeres? Se largan en cuanto algo se pone difícil.

—Eso no es cierto —replicó Nykyrian.

—Ah, ¿no? Nunca abandonará su carrera para estar contigo y tú lo sabes. Y tú no puedes vivir abiertamente. Si lo intentas, ya sabes lo que tardará algún asesino de la Liga en cortarte el cuello, y de paso el de ella.

Nykyrian estrelló el puño contra el costado de la nave. El hueco sonido resonó en el hangar.

—Me he pasado toda la vida oyendo a la gente decirme por qué no se me puede amar y que no soy nada más que un pedazo de mierda. —La amargura en su voz entristeció a Kiara—. Siempre me he dicho que no me importa, que no necesito a nadie. —Se pasó los dedos por el pelo y miró a su amigo a los ojos—. Es mentira, ¿sabes? Sí que me importa y quiero a Kiara. Si estar con ella me cuesta la vida, me da igual. Además, ya no soy tan joven. Cada mañana me levanto con las articulaciones más doloridas que el día anterior. Si tengo que morir, prefiero hacerlo sabiendo que alguien me ha querido, aunque sólo sea una vez. ¿De verdad es demasiado pedir?

—¿Para nosotros? Sí. Somos la escoria, y escoria es lo que siempre seremos. No trates de alcanzar las estrellas. Te quemarán hasta que no quede nada de ti.

—Entonces, me quemaré.

• • •

Kiara se dejó resbalar por la pared del armario mientras mil pensamientos cruzaban su mente.

Pero entre todos, había uno que era el más importante: Nykyrian la quería.

Aunque su relación no tuviese sentido. Aunque fuera ridícula y poco ortodoxa…

Y en ese momento se dio cuenta de su propia verdad: lo amaba. Por eso se había acostado con él. Por eso sus malos humores la herían.

Ella le quería. Cada parte de sí ansiaba lo que sólo él podía darle. Ningún otro hombre la había hecho sentirse tan segura. Tan deseada.

Y, de alguna manera, iba a conseguir atravesar sus defensas y demostrarle que no era como la esposa de Syn. Que ella nunca lo traicionaría.

«Tu padre nunca te permitirá estar con alguien como Nykyrian».

Ni tampoco su compañía de baile.

La realidad la agobiaba. Pero aun así no quería escuchar nada de eso. Tenía que haber alguna manera de resolverlo. Y ¡por lo más sagrado!, iba a encontrarla aunque eso la matara.

Lo cual era bastante posible.