Kiara miró hacia el iluminado muelle de aterrizaje de un planeta en el que no había estado nunca. Pero al ver la gente que usaba el lugar, entendió por qué había tanta luz: para que los trabajadores pudieran vigilar a quienes los rodeaban, porque todos parecían estar buscando alguna víctima.
—¿Dónde estamos?
—Verta —contestó Nykyrian mientras apagaba los motores.
Kiara notó un estremecimiento de excitación. Siempre había querido visitar las tiendas de mala fama que se alineaban en Paraf Run, pero el sentido común se lo había impedido. Todo tipo de mercancía cuestionable, incluidos esclavos, se compraba y vendía allí, entre los seres más peligrosos del universo.
—¿Estás seguro de que esto es una buena idea?
Nykyrian abrió la compuerta.
—No te preocupes. Aquí me conocen bien y nadie es tan estúpido como para hacer que me cabree. La última persona que lo intentó… digamos simplemente que no le fue muy bien. A diferencia de otros lugares, los vigilantes de Verta se aseguran de que la gente famosa como yo pueda ir y venir sin complicaciones.
Porque tenían una gran cantidad de dinero, algo que las tiendas de allí apreciaban; y si los criminales más buscados no podían comprar…
Sí, vivían en un extraño universo, en el que los criminales solían estar más protegidos que los ciudadanos honrados. Pero así eran las cosas.
Una idea maliciosa se le pasó por la cabeza mientras se quitaba el casco.
—¿Y si algún aristócrata de alto rango me ve y exige mis servicios «privados»?
Las manos de él se tensaron sobre el cinturón de seguridad de ella.
—Le arrancaré el corazón y se lo haré comer —respondió.
Nykyrian y resultaba imposible no darse cuenta de la amenaza real de esas palabras.
Kiara no supo si le gustaba la respuesta. Él era una de las pocas personas que ella conocía que podía cumplir esa amenaza.
—¿Y por qué estamos aquí?
Él la estrechó contra sí y le susurró al oído.
—Por mucho que me guste verte con mis camisas, o aún mejor, desnuda, he pensado que te gustaría tener algo más que ponerte. Estoy seguro de que tu único vestido y la ropa interior no te van a durar mucho más.
—¿Hemos venido de compras? —preguntó ella con el cejo fruncido.
—Sólo un rápido paseo para comprar lo imprescindible que necesites.
Su consideración la sorprendió.
—Después de lo que pasó la última vez, me extraña que quieras acercarte a otra tienda.
—Como te he dicho, aquí me conocen. —Una vez le hubo desabrochado el arnés de seguridad, Nykyrian la ayudó a bajar y la guio fuera del muelle, hacia las calles abarrotadas—. Quédate a mi lado y no te separes. —Le pasó un posesivo brazo por los hombros.
Ese gesto a Kiara le hubiera encantado, pero se dio cuenta de que no lo hacía por ternura, sino porque el lugar era peligroso y él quería demostrar públicamente que era suya para que nadie la molestara.
Se tragó el miedo y recorrió la calle con la mirada, sorprendida ante la variedad de seres y culturas que vio allí representadas. Desde ricos príncipes y princesas ataviados con las telas más elegantes que existían, hasta los sucios golfillos que casi no llevaban lo suficiente para cubrir su desnudez. Pero los que más destacaban eran los matones que pululaban entre la multitud, esperando clientes.
Qué extraña mezcla…
Al pasar ante un callejón, oyó gritar a un niño.
—¡Suéltame!
Nykyrian la detuvo.
—¡Cállate, cabrón!
Él dejó caer el brazo que le pasaba por los hombros y la cogió de la mano; se interpuso entre ella y quien fuera que estuviera en el callejón y fue a investigar la causa de los gritos.
Kiara se quedó horrorizada al ver a un hombre sobando a un chico de unos doce años. Tres hombres más estaban allí, riéndose de los esfuerzos del chico.
Rabia, miedo y horror se apoderaron de ella al recordar a los hombres que, tiempo atrás, le habían hecho a ella lo mismo.
«Eso es, zorra, sigue llorando. Mamá no puede ayudarte».
¿Por qué era tan cruel la gente? Nunca había podido entenderlo.
Nykyrian le soltó la mano y salió disparado por el callejón. Le dio tal patada al hombre que atormentaba al chico que este golpeó a uno de sus amigos y ambos se fueron al suelo. Con un rápido movimiento, cogió al niño y lo sacó de en medio, luego se dio la vuelta y golpeó a un tercer hombre en el mentón, haciéndolo caer.
Al cuarto lo tiró al suelo de espaldas y le propinó tres puñetazos en la cabeza con tal ferocidad que hasta Kiara creyó notarlos.
El chico se lanzó a la refriega.
—Jana, quédate con la señora —gruñó Nykyrian antes de darse la vuelta y golpear a uno de los hombres, que había cogido una madera y pretendía golpearlo con ella.
Levantó el brazo para desviar la madera y luego lanzó al hombre a un contenedor de basura de una patada.
El niño fue corriendo junto a Kiara y esta lo rodeó con los brazos para mantenerlo a salvo mientras Nykyrian se ocupaba de los asaltantes. Era unos centímetros más alto que ella y tan delgado que Kiara podía notarle las costillas, pero incluso así, tenía un bonito rostro en el que ella vio que, cuando creciera, sería un joven muy apuesto.
—¿Quién diablos eres? —preguntó el primer hombre, tratando de levantarse.
Nykyrian agachó la cabeza, amenazador.
—Soy lo último que verás si alguna vez vuelves a tocar a un niño.
Kiara vio en los ojos del otro que quería seguir peleando, pero el sentido común acabó imponiéndose. Muy magullados y ensangrentados, los cuatro se pusieron en pie.
Nykyrian se volvió hacia Jana y ella.
En cuanto lo hizo, el primer hombre lo atacó de nuevo. Antes de que Kiara pudiera decir nada para advertirle, él ya se había vuelto y había alcanzado a su asaltante en el mentón con un duro directo que lo tiró al suelo. Un segundo hombre fue a atacarlo también, pero Nykyrian lo cogió por el brazo y se lo torció.
Kiara hizo una mueca al oír partirse el hueso.
Luego, él golpeó al hombre en el vientre con tanta fuerza que lo hizo caer de rodillas.
—¿Ya tienes suficiente o tengo que matarte?
—Basta —jadeó el otro.
Nykyrian le retorció el brazo, haciéndolo gritar, antes de soltarlo.
—La próxima vez, busca a alguien de tu tamaño.
Dejó a los dos hombres retorciéndose de dolor en el suelo y llevó a Jana y a Kiara fuera del callejón.
Soltó un cansado suspiro al mirarla.
—Ya lo sé, soy un animal —se culpó.
Ella negó con la cabeza.
—No, no lo eres. Eres demasiado clemente.
Él la miró ceñudo.
Kiara le sonrió y le dio una palmadita a Jana en el hombro.
—Estoy empezando a entender tu mundo, Nykyrian —le aseguró—. No pienso juzgarte por esto.
En cuanto estuvieron de vuelta en la calle y hubieron puesto suficiente distancia entre ellos y el callejón, Nykyrian hizo parar a Jana.
—¿Qué estabas haciendo allí? —le preguntó con tono firme y amable—. Ya deberías saberlo.
El chico tragó saliva.
—No he hecho nada, Nykyrian, lo juro por mi vida. Estaba ocupado en mis cosas cuando han saltado sobre mí y me han arrastrado a ese callejón. He tratado de luchar, pero eran demasiado grandes para mí.
Él relajó la severa expresión de su rostro.
—¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado? No debes acercarte a Paraf Run. ¿Tienes idea de lo que te hubiera podido ocurrir si llego a aparecer cinco minutos más tarde?
—Lo sé y siempre te he hecho caso. Pero… —Sus ojos azules se nublaron—. Mi mamá murió hace dos días y me han echado de su burdel. Las autoridades quieren llevarme a un orfanato o a una academia de la Liga. Y yo no quiero esa mierda. Paraf Run es el único lugar donde los vigilantes no patrullan para reclutar a nadie. ¿Tienes idea de lo que les hacen a los chicos en esos sitios? Le prometí a mi mamá cuando murió que no dejaría que se me llevaran.
Los rasgos de Nykyrian se tensaron sutilmente, lo que hizo preguntarse a Kiara qué fantasmas lo estaban atormentando.
—Está bien, Jana. No dejaré que te hagan nada de eso.
A Kiara se le hizo un nudo en la garganta al ver la ternura con la que él puso al chico ante ellos para bajar la calle.
Jana vaciló.
—¿Adónde me llevas?
—A casa de un amigo, donde estarás a salvo.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó el niño, suspicaz.
—Tienes mi palabra.
Jana asintió como si eso fuera todo lo que necesitara.
Kiara los observó a los dos. Aunque era evidente que se conocían, quería saber cómo. ¿Habría sido Nykyrian cliente de la madre de Jana? Aunque la idea no le gustaba, no era asunto suyo.
—¿Y cómo es que os conocéis? —preguntó finalmente.
Jana le dedicó una tímida sonrisa.
—El año pasado intenté robarle la cartera.
Kiara ahogó un grito, mirando a Nykyrian.
—¿Y lo dejaste vivir?
Él elevó muy ligeramente las comisuras de la boca.
—Exijo una cierta edad antes de matar a alguien.
El chico redujo la marcha para poder caminar junto a Kiara.
—Lo cierto es que me invitó a cenar, luego me llevó con mi madre y le dijo que me sacara de las calles. Aunque ella no le hizo demasiado caso. Era una puta.
Los rasgos de Nykyrian se tensaron y, cuando habló, su tono era seco.
—Tu madre te quería, Jana. Algún día entenderás lo raro que es eso. No menosprecies su memoria reduciéndola a la ocupación con la que te daba de comer y te vestía. Ella se merece algo mejor.
El enfado del niño desapareció y agachó la cabeza.
—Perdón —dijo.
Kiara observó a Nykyrian mientras caminaban. Su capacidad para evaluar a la gente seguía asombrándola. Aunque era un asesino, tenía una sorprendente compasión.
Caminaron en silencio hasta que él los guio por un pequeño callejón que llevaba a la parte trasera de una oficina. Se quitó las gafas y llamó a una puerta trasera; esperaron hasta que les abrió una anciana. Era gruesa y hermosa, de ojos castaño oscuro y el cabello negro salpicado de canas.
—Nykyrian —exclamó alegre y abrió la puerta de rejilla para mirarlo de arriba abajo, como una madre al ver a un hijo después de una larga ausencia. Pero no hizo ningún ademán de tocarlo.
Sólo eso ya le hizo comprender a Kiara lo mucho que conocía a Nykyrian y sus costumbres.
Él se apartó para mostrarle a Kiara y Jana.
—Hola, Orinthe. ¿Podemos entrar?
—Sabes que aquí siempre eres bienvenido —contestó ella y abrió más la puerta.
Nykyrian se apartó y dejó que entrara Kiara primero. La anciana los llevó a través de un inmaculado almacén de comida hasta un pequeño salón a la derecha. Jana miró la comida con tal deseo que a Kiara le dio lástima.
Nykyrian le indicó al chico que se sentara en una de las cuatro sillas de cuero que rodeaban una mesita redonda. Orinthe cogió un frutero de un estante y un plato de pastitas tapado.
Con una tierna sonrisa, lo dejó delante de Jana, que se puso manos a la obra sin vacilar. Una extraña mirada apareció en los ojos de Orinthe mientras observaba al niño meterse una pasta entera en la boca.
—Me recuerda a otro muchacho que conocí hace mucho —dijo, mirando a Nykyrian, que no respondió.
Orinthe fue a buscar un vaso de leche para el chico, que hacía todo lo posible para tragarse la comida. Kiara pensó en cuántas veces en su vida había bromeado diciendo que se estaba muriendo de hambre, cuando en realidad no tenía ni idea de cómo era el hambre que Jana tan bien conocía.
El hambre que Nykyrian había soportado…
Cuando Orinthe se sentó, él la miró a los ojos.
—Su madre ha muerto y no tiene dónde Me preguntaba si…
—Me iría bien algo de ayuda en la oficina. Mi chico de los recados de siempre se marchó hace tres días para unirse a una de las bandas locales y todavía no he tenido tiempo de buscar a otro. Arriba hay una habitación para él.
Jana alzó la mirada de la comida, con los ojos muy abiertos.
—¿Quedarme aquí? —preguntó anonadado—. ¿Con toda esta comida?
La radiante sonrisa de Orinthe enterneció a Kiara.
—¿Estás dispuesto a trabajar por ella?
Él entrecerró los ojos, suspicaz.
—¿Vas a timarme?
Orinthe miró a Nykyrian.
—Es exacto a alguien más que conozco —comentó y le sonrió al niño amablemente—. No, chico. Nunca he timado a nadie en toda mi vida. Mientras trabajes un poco y no robes, serás bienvenido aquí y me aseguraré de que tengas toda la comida que quieras.
Jana sonrió de oreja a oreja.
La mujer retiró los restos de la comida.
—Nykyrian, ¿te importaría enseñarle la habitación de invitados y hacer que se lave un poco?
—Claro —contestó él y ayudó a Jana a llevarse el resto de la fruta.
Una vez salieron, Orinthe observó a Kiara de tal manera que esta supo que no podría ocultarle nada a la anciana.
—¿Eres la mujer de Nykyrian?
—No, sólo somos amigos —contestó ella, negando con la cabeza.
Orinthe entrecerró los ojos.
—Nunca lo he visto tan relajado con nadie; hasta te ha permitido estar detrás de él y pocas veces considera a alguien su amigo. La amistad es algo que nunca da por sentado y que no ofrece con facilidad. —Pasó un trapo húmedo por encima de la mesa y limpió las migas que había dejado Jana en su ansia por comer lo máximo posible—. ¿Cómo te llamas, niña?
—Kiara.
—Un nombre tan hermoso como quien lo porta —dijo con una amplia sonrisa.
—Gracias.
La mujer dobló el trapo y lo dejó sobre la mesa, ante ellas.
Kiara observó a la amable anciana con mil preguntas sobre Nykyrian dándole vueltas en la cabeza.
—¿De qué conoce a Nykyrian?
Orinthe se mordisqueó el labio, se puso en pie y cerró la puerta que daba a la escalera por la que se habían ido Nykyrian y Jana.
Volvió a la silla y le hizo un gesto para que se acercara.
—Puede oír desde muy lejos, ¿sabes?
—Sí, lo sé.
La anciana se inclinó para hablarle en un susurro lo más bajo posible.
—Yo era la psicóloga que el comandante Quiakides contrató después de adoptar a Nykyrian… —Se detuvo como si buscara las palabras adecuadas—. Él tuvo muchos problemas para adaptarse.
—¿Qué quiere decir?
Las lágrimas nublaron los ojos de Orinthe y tragó saliva de forma audible.
—He sido psicóloga infantil y terapeuta durante casi sesenta años y he visto los peores casos que puedas imaginar. Cosas que te pondrían enferma sólo de oírlas. Pero ninguna me ha amargado tanto como su caso. Las cosas que le llegaron a hacer… —Contuvo las lágrimas—. Es un buen hombre. No sé cómo pudo resistir los horrores de su pasado, pero lo hizo. —Miró hacia la puerta de la escalera—. Si eres su amiga, no tienes ni idea de lo feliz que eso me hace. Nykyrian tiene problemas para conectar con la gente.
—No entiendo.
—Por cómo lo abandonaron y lo trataron, no confía en absoluto en las personas. Ni siquiera conmigo se abre mucho. No deja que nadie le conozca por temor a que lo rechacen, como hicieron sus padres. Y por ese temor él rechaza a los demás antes de que tengan la oportunidad de hacerle daño.
Kiara se acercó más a ella.
—Me he fijado en que nunca habla de su infancia.
—No lo culpo. —La anciana jugueteó con el trapo que había dejado en la mesa, como si necesitara alguna distracción para hablar—. Lo metieron en un orfanato humano donde sólo le daban de comer basura. Los empleados tenían miedo de darle carne. Pensaban que su sabor podía hacer que su sangre andarion reaccionara y quisiera devorarlos, así que… —Hizo una mueca de horror, como si incluso en ese momento le costara soportar todo aquello—. Bebía del retrete y, cuando lo llevaron a casa del comandante…, allí no se portaron mejor con él. A veces pienso que fue incluso peor, porque Quiakides y sus hijos querían acabar con su parte humana. —Suspiró profundamente—. El comandante incluso le puso un collar de adiestramiento. ¿Sabes lo que son?
—He visto alguno, pero no sé bien cómo funcionan.
—Pueden bloquear todo el sistema nervioso impidiendo que la persona se mueva o se defienda, que es de lo que se trata. Puedes sentir, pero no te puedes mover. También tienen un aparato para provocar electroshocks. Son la peor clase de tortura, pero el comandante insistió, así que… —Orinthe se pasó una mano temblorosa por el rostro—. Ese hombre nunca escuchaba a nadie. Aún recuerdo haber discutido con él cuando envió a Nykyrian a la academia. Yo sabía que era demasiado pronto y… —Negó con la cabeza—. El pobre chico dormía en el suelo, debajo de su cama en la casa.
—¿Por qué?
—Para protegerse. Los hijos del comandante solía aparecer en mitad de la noche para golpearlo. Así que aprendió a mantenerse despierto durante días; y aún lo hace. Sólo duerme cuando no puede más.
Kiara por fin lo entendió. Recordó lo que le había dicho cuando se conocieron.
—Porque cuando duerme es vulnerable.
Orinthe asintió.
—Te seré sincera, le dije al comandante que lo matara por su propio bien. Dado el horror de su pasado, no creía que hubiera esperanza para él. Pero eso era lo que Quiakides quería: una máquina de matar, incapaz de sentimientos humanos.
Kiara estaba horrorizada de que la mujer que tenía delante hubiera pedido que mataran a Nykyrian.
—¿Y por qué quería que lo mataran?
—No tienes ni idea de cómo era él entonces. De niño era tan fiero… Atacaba sin parar hasta que alguien lo dominaba. Entonces, un día lo estaba observando en un parque mientras hacía sus deberes y un niño pequeño se acercó a él y le pegó sin ninguna razón. Nykyrian alzó la vista y miró al niño, pero no hizo nada. En cuanto me acerqué, el crío salió corriendo y cuando le pregunté a Nykyrian porque no lo había atacado, me miró sin expresión y me dijo que el niño era demasiado pequeño para saber lo que hacía. Y siguió leyendo como si no hubiera pasado nada. Entonces supe que, de alguna manera, a pesar de todo y contra todo lo que mis libros de psicología me habían explicado, él sabía diferenciar el bien del mal. Me di cuenta de que cuando atacaba era para protegerse. No por furia o maldad.
—Ataca por necesidad.
—Exacto.
Y entendía quién sería más tarde una amenaza y quién no. Como había dicho Syn. Por eso Pitala y los tipos del callejón no habían muerto.
Pero Kiara aún estaba tratando de reconciliar lo que había visto en el vídeo con el hombre que conocía.
—¿Y la esposa del comandante? ¿Ella…?
—Siempre me dio mucha pena. Veía que quería ayudar a Nykyrian, pero siempre que lo intentaba, sus hijos y su marido se burlaban de ella. Al final, no estaba mucho mejor que Nykyrian, así que intentó mantenerse al margen tanto como pudo. Pero no fue quien más daño le hizo…