Nykyrian observaba clarear el cielo. Kiara, aún dormida, respiraba suavemente a su lado, entre sus brazos. Llevaba horas así, viéndola dormir, sintiendo el calor de su cuerpo acurrucado contra el de él.
El aroma de su piel le llenaba la nariz mientras le acariciaba el terso brazo. Tenía el trasero contra su pene, que ya se le endurecía de nuevo.
Pero ya le había hecho suficiente daño. No la presionaría pidiéndole más.
Le cogió la mano y observó la perfección de sus dedos en comparación con la fealdad de los suyos. Llevaba las uñas pulidas y perfectas. Bonitas.
Notó que se le encogía el estómago al recordar cuando le arrancaron a él las suyas, después de que los hombres de su madre lo dejaran en un orfanato humano. Luego, le habían metido los dedos en ácido para evitar que le volvieran a crecer las garras andarion.
«No podrás herir a ninguno de nuestros niños, maldito animal».
Él se había resistido todo lo que había podido, pero no había bastado. Lo habían sujetado y le habían puesto la maldita máscara en la cara para que no pudiera morder. Luego lo habían encadenado en el cuarto de baño, desnudo, y lo habían dejado allí durante años, hasta que la esposa del comandante lo vio.
Aún podía verla mirándolo mientras él se acurrucaba en un el rincón, preparado para responder si ella le atacaba, como habían hecho los demás a lo largo de los años. Ese día, tenía un brazo roto de un ataque de la noche anterior; uno de los guardias tenía una hermana que murió asesinada por un andarion. Así que el guardia había utilizado a Nykyrian como chivo expiatorio del acto del andarion y de su propia rabia. Lo había golpeado tanto que el rostro aún le ardía. La espalda, los brazos… y otras cosas en las que prefería no pensar.
Él sólo quería que lo dejaran en paz con su dolor para curarse. Por eso estaba tumbado boca abajo en el suelo cuando la mujer había entrado allí, como parte de una visita de caridad.
Nada más verla, él se había esforzado por sentarse a pesar del dolor y ocultarse lo mejor posible en un rincón del último cubículo. Los había observado entre su enmarañado cabello, sujetando las cadenas para que no hicieran ningún ruido que lo delatara. Si se quedaba lo más quieto posible, con suerte se irían sin hacerle caso.
Pero la esposa del comandante se le había acercado.
—Vaya con cuidado, señora. Es un andarion y suele atacar.
Ella había fruncido el cejo al verle los grilletes en las muñecas y los tobillos.
—¿Por qué está encadenado?
—Para proteger a los niños. No sabemos de lo que puede ser capaz, así que nos hemos asegurado de que no tenga forma de hacerles daño.
Terraga había inclinado la cabeza para observarlo.
—No parece peligroso.
—Créame, lo es. Salvaje. Incluso usamos un palo para acercarle la comida que le damos por la noche.
Nykyrian se burló interiormente de las palabras de la cuidadora. ¿Comida? Las sobras y restos medio comidos ya eran malos, pero lo peor era que solían escupir sobre ellos antes de dárselos.
Y en cuanto al agua…
Miró los retretes de los que se veía obligado a beber. Como un animal.
No, incluso a los animales los trataban mejor.
La esposa del comandante retrocedió horrorizada.
—¿Le dan de comer aquí? —preguntó.
—Claro. No puede salir.
Nykyrian había mirado hacia la ventana, que no estaba muy lejos. Cuando no había nadie, se arrastraba hasta allá y apoyaba la cabeza en el alféizar para mirar fuera e imaginarse que no estaba encerrado. Ese era su único contacto con el mundo exterior y se alegraba de que las cadenas fueran lo bastante largas para permitirle esa pequeña libertad.
Terraga lo volvió a mirar con los ojos llenos de tristeza y en ese momento el comandante se unió a ella en la puerta.
Echó una mirada a Nykyrian e hizo una mueca de asco.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a su esposa.
Esta señaló a Nykyrian.
—Quiero adoptarlo —contestó.
La mueca de Huwin se hizo más marcada.
—Es penoso y débil. Míralo. —Se acercó para darle una patada.
Nykyrian no estaba dispuesto a que lo golpearan sin devolver el golpe, así que se lanzó sobre el comandante con todas sus fuerzas.
Huwin se rio mientras lo tiraba con violencia sobre las baldosas del suelo. Él gritó furioso, tratando de liberarse, pero era inútil. Estaba demasiado débil y herido.
El hombre lo levantó y lo volvió a tirar contra el suelo, con tal fuerza que Nykyrian se quedó medio atontado.
—Tienes valor, ¿verdad? —Le agarró la cara y lo miró—. Ni una sola lágrima. —Una sonrisa cruel le curvó los labios—. Nos lo llevamos. Que lo laven y lo lleven a mi nave.
Nykyrian se estremeció al acudirle de nuevo esos recuerdos a la mente. Odiaba pensar en el pasado. Recordar. No había nada que fuera ni vagamente agradable.
Apoyó la cabeza en el cabello de Kiara y aspiró su aroma para alejar todos esos horrores. Ella era la belleza que durante tanto tiempo había faltado en su vida.
La observó recolocarse sobre el colchón, agitando las caderas de una forma que resultaba provocativa. Nykyrian casi esbozó una sonrisa. La cubrió con la sábana y oscureció el techo para protegerla del sol del amanecer.
Estaba muy hermosa en su cama. Y el recuerdo de sus caricias se le había quedado marcado a fuego en el alma.
A regañadientes, fue al cuarto de baño para ducharse. Una y otra vez se reprochó lo que había hecho esa noche. Estaba tan mal tocarla… Ella pertenecía al día, al calor y el sol. Su mundo era de luz y maravilla, lleno de amor y risas.
Él en cambio había nacido de la noche. Su madre era la oscuridad; el frío abrazo de esta era lo único que tenía derecho a ansiar. Igual que el sol destruía la noche, Nykyrian estaba seguro de que Kiara lo destruiría, suponiendo que sus enemigos no la mataran antes.
Pero él se negaba a verla morir.
Un nudo le ardía en la garganta. Veneraría el recuerdo de esa noche por siempre, pero eso sería todo.
Tendría que llevarla con su padre antes de que la joven le pudiera causar más daño. Pensando en eso, se duchó, se vistió y fue al piso de abajo sin mirar su tentadora forma.
Los lorinas saltaron sobre él, enfadados porque los había sacado de la habitación. Nykyrian cogió un vaso de zumo y decidió ponerse a trabajar. Encendió la pantalla y se pasó la mano por el mojado cabello. Sin prestar mucha atención, fue mirando los nuevos mensajes.
Se bebió el zumo y abrió los correos más recientes.
Se atragantó.
Cogió su comunicador.
Pasaron varios angustiosos minutos antes de que Syn contestara con una amenazadora maldición.
—Ya te lo he dicho, Hauk, no voy. Puedes asarte tu enorme…
—Syn, soy yo.
Nykyrian le oyó bostezar.
—Mierda, Kip. ¿Tienes idea de qué hora es aquí? A diferencia de ti, yo necesito dormir y, maldita sea, me duele la cabeza. Repíteme por qué me va bien estar sobrio…
Él no se molestó en contestarle.
—Zamir ha ofrecido un contrato de muerte sobre nosotros.
Sal de ahí y ven aquí inmediatamente.
—¡Y una mierda! Yo no me marcho por nadie. No voy a dejar que un estúpido político me obligue a ocultarme.
—¿Y Aksel o Shahara? Son los nombres que han firmado el contrato por tu vida.
Oyó que su amigo tiraba algo de la mesilla de noche, sin duda al incorporarse por el sobresalto.
—¿Shahara Dagan?
—Sí.
Syn maldijo de nuevo.
—¿Sabe Caillen que su hermana va a por nosotros?
—Lo dudo. Pero eso no importa. Necesito que consigas información sobre ambos y dónde viven. Ya mismo. Con todo el dinero que ofrece Zamir y después de que yo acabara con Arast, Aksel no va a parar hasta que tenga mis sesos en su tarro de trofeos.
—Sí, esto no es broma. Estaré allí en seguida.
Nykyrian tiró el comunicador y volvió a leer el contrato. Hacía que todas las otras ofertas que habían hecho por su vida parecieran una broma. Zamir había dado a sus enemigos total inmunidad, lo que significaba que podían olvidarse de las reglas de la Liga e ir a por él sin ninguna restricción.
Eso era lo único que Aksel necesitaba. Con eso, Kiara se hallaba más en peligro que nunca antes. Su padre debía de tener el cociente intelectual de un zigoto a medio formar para hacer algo tan estúpido.
¿Cómo diablos alguien tan tonto podía ser presidente de un gobierno?
¿Qué se suponía que debía hacer Nykyrian en esa situación?
—Con un ceño así podrías asustar tanto a los niños como a los viejos —dijo Kiara, sobresaltándolo.
Él apagó la pantalla antes de que ella pudiera verla y luego se volvió en la silla para mirarla acercarse. Contemplarla con la camisa negra de él y las bien torneadas piernas al aire le causó una reacción inmediata en la entrepierna. ¡Dios, qué guapa estaba!
—No sabía que estuvieras despierta.
Kiara se sorprendió ante su distante actitud. Peor, las gafas y los guantes volvían a estar en su sitio. ¿Qué haría falta para que se los quitara en su propia casa?
Con ganas de seguir con lo de antes, se le sentó en el regazo, no muy segura de si él la detendría o no. No lo hizo. Con su estoicismo habitual, observó todos sus movimientos.
Se colocó a horcajadas sobre él, le quitó las gafas y las dejó sobre el escritorio.
Por una vez, Nykyrian no protestó.
Ella le acarició el mentón y le sonrió.
—¿Pasa algo?
Él le resiguió con el dedo la abertura de la camisa hasta el pequeño valle entre los pechos.
—Tu padre me quiere muerto.
Kiara se quedó boquiabierta. Tenía que ser una broma. Pero con su habitual tono neutro, era difícil de decir.
—¿Qué? —preguntó finalmente.
Nykyrian encendió la pantalla y se lo enseñó.
—Por esa cantidad de dinero, estoy tentado de entregarme yo mismo para que me lo den —bromeó él.
Kiara se tensó.
—Eso no tiene gracia —le soltó, incapaz de creer que su padre fuera tan despiadado. El contrato detallaba minuciosamente cómo quería que Nykyrian fuera ejecutado—. ¿Cómo puede hacer algo así?
Él la miró fijamente, con ojos inexpresivos, mientras le acariciaba los muslos.
—Está preocupado por ti. En el estado que dejamos ayer tu piso, quién sabe lo que creerá que te ha pasado. Yo también querría las pelotas del tío que hubiese raptado a mi hija.
Ella lo miró con ojos entrecerrados mientras cogía el comunicador. Con el cejo fruncido, trató de conectar con su padre, pero el aparato de Nykyrian era diferente de todos los que había visto antes.
—¿Cómo funciona esto? —le preguntó, pasándoselo.
—No te va a escuchar.
—Tengo que intentarlo.
La expresión del rostro de él era de una incredulidad total, pero encendió el comunicador.
—Nykyrian Quiakides quiere hablar con su excelencia.
Kiara supo en qué momento su padre se ponía, porque Nykyrian se apartó el comunicador de la oreja.
—¡Maldito hijo de puta! ¡Quiero a mi hija de vuelta ahora mismo! ¿Me oyes, bicho raro?
A ella se le encogió el corazón al oír los insultos y las amenazas, ante los que Nykyrian ni siquiera reaccionaba. Le cogió el comunicador de la mano enguantada y se lo llevó a la oreja para oír palabras que nunca había oído usar a su padre, pero lo mantuvo lo suficientemente lejos para que sus gritos no le rompieran el tímpano.
—¿Papá?
El hombre se detuvo a media parrafada.
—¿Ángel?
—Hola, papá, soy yo —dijo, acercándose más el comunicador a la oreja.
—¿Estás bien?
—Sí, pero no entiendo qué está pasando. Nykyrian…
—Némesis firmó ayer un contrato por tu vida. La Sentella va contra ti.
—¿Qué? —preguntó ella con la voz abogada por la impresión.
—Han cambiado de idea y tengo que sacarte de ahí antes de que te hagan daño.
—No, no me lo creo —replicó, mientras miraba a Nykyrian.
El tic reapareció en la mandíbula de él.
—No es cierto —replicó—. Némesis no firmó ayer nada, ni siquiera se acercó a un ordenador.
Kiara se había olvidado de su penetrante oído mientras su padre la advertía de la ferocidad de la Sentella.
El hombre no se tomó bien esas palabras.
—Déjame hablar con ese monstruo. Ahora.
—No es ningún monstruo, papá.
—Tú no conoces a los de su calaña como yo. Pásamelo.
Kiara le pasó el comunicador a Nykyrian.
—¿Vamos a tener una conversación productiva o va a seguir insultándome?
—Escúchame, capullo, no sé a qué estáis jugando, pero si le tocas aunque sea un pelo, haré que te torturen de formas que no puedes ni imaginar.
Nykyrian tuvo que morderse la lengua para no burlarse de esa ridícula amenaza.
—Si la devolvéis en dos horas —continuó el padre de Kiara—, rescindiré los contratos.
—Si la devuelvo en dos horas, estará muerta en tres. Creo que no entiende que…
—Tú eres el que no lo entiende, monstruo híbrido. No escatimaré en nada para atraparte.
Él puso los ojos en blanco.
—Y yo no veré muerta a su hija porque su padre sea un tonto de primera categoría.
—¡Tráela! ¡Ya!
—¡Que te jodan, gilipollas! —replicó Nykyrian y cortó la comunicación.
Kiara lo miraba irritada.
—¿Qué? —preguntó él, haciéndose el inocente.
—Eso no ha servido de mucho. ¿Por qué le has dicho eso?
—¡Es él quien quiere cortarme las pelotas! —farfulló indignado.
—Nykyrian, no me has ayudado nada para calmarlo.
—No va a calmarse hasta que estés con él, y tú sabes que yo… Aksel no parará sólo porque él rescinda el contrato sobre mí. Su hermano ha muerto por tu culpa. Créeme, sé cómo piensa y cómo actúa. Tu única esperanza es quedarte conmigo.
—Pero si me quedo contigo, mi padre te matará. No quiero que te hagan daño por mi culpa.
—No me va a matar, Kiara. Mejores hombres lo han intentado y aquí sigo.
Ella le tomó el rostro entre las manos y apoyó la frente en la suya.
—Eres el hombre más obstinado que he conocido.
—Pues no lo soy nada comparado contigo.
Le pasó las manos bajo la camisa para agarrarla del trasero y acercársela más.
Sus labios reclamaron los suyos con tanta pasión que Kiara sintió que se derretía.
El sonido de un motor en el muelle los hizo separarse.
—Syn —dijo Nykyrian, suspirando mientras se apartaba—. Le he dicho que se quede aquí hasta que arreglemos esto. —La miró de arriba abajo y ella se sintió arder—. Será mejor que te vistas.
Kiara asintió antes de saltar de su regazo. Él cogió las gafas y se las puso.
—¿Nykyrian? —llamó y esperó hasta que él la No quiero que te ocurra nada.
—Estoy de acuerdo contigo.
Kiara oyó a Syn maldiciendo fuera. Lanzó una última mirada a Nykyrian y corrió escalera arriba para vestirse antes de que Syn la viera medio desnuda.
• • •
Syn atravesó la puerta con suficiente furia como para alimentar la fuente de energía de un planeta pequeño.
—¡Quiero sangre! —exclamó. Fue a grandes Zancadas hasta donde se hallaba Nykyrian, sentado al escritorio—. Dos perros de Aksel me han acorralado cerca de Tondara. Y me han disparado —rugió incrédulo—. Esos cabrones me han hecho un agujero en el estabilizador del tamaño de Mirala.
Nykyrian se limitó a mirarlo.
—¿Es que no vas a decir nada? —protestó Syn.
—¿Estás herido?
El otro se calmó un poco.
—No —contestó.
—Entonces, ¿a qué viene este arrebato?
Syn se echó a reír.
—No lo sé, me apetecía. ¿Ves por qué no me gusta estar sobrio? Exagero como una vieja. —Abrió la petaca y luego la dejó con un golpe sobre el escritorio—. Esta maldita cosa tenía que estar vacía.
Nykyrian lo miró negando con la cabeza.
—¿Tu nave ha sufrido muchos daños?
Syn se puso detrás de él para poder leer la pantalla por encima de su hombro.
—No, muchos no. Sólo lo suficiente para cabrearme de verdad y fastidiarme la mierda de día. —Soltó un silbido mientras leía por encima el contrato sobre ellos—. Vaya. No se anda con chiquitas, ¿verdad?
—En absoluto.
Syn cruzó los brazos sobre el pecho y se alejó.
—¿Y qué vamos a hacer al respecto? Yo voto por eliminar al gratter.
Nykyrian le dedicó una mirada amenazadora.
—¿A qué viene esa mirada? —preguntó su amigo—. ¿Al final se te ha despertado la conciencia?
—No, pero no podemos ir por ahí asesinando a respetados oficiales.
Syn soltó un resoplido y su furia estalló de nuevo. Estaba cansado de que lo persiguieran y de jugar a aquellos estúpidos juegos políticos.
—Creo que deberíamos olvidar esta mierda de la protección y enviar de vuelta a Su Majestad Grano en el Culo en una cápsula de control remoto.
Se tumbó en uno de los sofás.
La puerta de arriba se abrió. La expresión del rostro de Nykyrian al mirar a Kiara hizo que Syn apretara los dientes. Alzó la vista y la vio ruborizarse; en ese momento supo a qué se habían dedicado aquellos dos.
—Por favor, por todos los santos y sus vejigas, decidme que vosotros dos no…
Nykyrian lo fulminó con la mirada.
Kiara se sonrojó aún más.
A Syn se le revolvió el estómago y creyó estar a punto de vomitar. Colgó las piernas del borde del sofá y se levantó para ir junto a Nykyrian.
—¿Acaso has perdido cualquier resto de inteligencia?
El otro se puso en pie y Syn reconoció el rabioso tic de su mandíbula.
—No es asunto tuyo —le replicó Nykyrian.
Con los dientes apretados, Syn se echó atrás, aunque le hubiera gustado darle una buena paliza a su amigo.
—Muy bien —respondió—. Lo que tú quieras.
Nykyrian cogió el abrigo del sofá y se lo puso.
—Kiara y yo tenemos unas cuantas cosas que hacer esta mañana. Quiero que te quedes aquí y trates de localizar a Aksel y Shahara. Cuando vuelva, repararemos tu nave.
Syn apretó los dientes aún más, deseando soltarle un millón de cosas que sólo harían que Nykyrian acabara pegándole un tiro. Él ya había pasado por eso y sabía exactamente lo estúpido que estaba siendo Kip, pero también sabía que no iba a atender a razones.
No más de lo que lo había hecho él.
Maldita fuera.
—Bien, necesito una placa nueva para mi propulsor trasero.
—No hay problema —contestó Nykyrian yendo hacia la escalera—. Me voy a cambiar y luego nos vamos.
Syn se volvió para mirar a Kiara.
«Sí, será mejor que te pongas algo blindado, estúpido hijo de puta».
Era una pena que no se hubiera blindado el corazón.
«Esperaba más de ti», pensó. Después de haber visto el infierno por el que Mara lo había hecho pasar, no podía creer que Kip no tuviera más sentido común. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Al cabo de unos segundos, Nykyrian lo llamó desde arriba.
—Tienes que encontrar la dirección de la esposa de Aksel. Se llama Driana Bredeh. Debería estar en el Sistema de Solaras.
—¿Cuándo se casaron? —preguntó Syn, con el cejo fruncido.
El otro no contestó.
Kiara rodeó el sofá con una extraña mirada.
—¿Por qué Aksel odia tanto a Nykyrian?
—No tengo ni idea —contestó Syn. Y miró hacia arriba, preguntándose si su amigo podría oírlo. Con cierta malicia, decidió que no le importaba y continuó—: Huwin encontró a Nykyrian en un orfanato. En cuanto se conocieron, Aksel empezó a odiarlo. Luego, cuando Kip se graduó el primero de su promoción y fue el oficial más joven de la historia de la Liga, Aksel no pudo soportarlo. Desde entonces, está como loco contra él.
Kiara abrió la boca para hacerle otra pregunta, pero Nykyrian regresó en ese momento.
Syn reconoció la expresión de advertencia en el rostro de este para que mantuviera la boca cerrada. Sí y alguien tendría que haber mantenido el pajarito dentro de la jaula. Una vengativa sonrisa le curvó los labios mientras lo retaba en silencio a que dijera algo.
Al menos, Nykyrian llevaba su ropa de calle habitual. El largo abrigo negro que ocultaba las armas, las gafas oscuras y las botas con incrustaciones de plata y cuchillas retráctiles.
Con esa ropa, su amigo era como un tanque.
Sabía que tendría cuidado, pero aun así deseaba que se diera cuenta y parara aquella historia con Kiara antes de que fuera demasiado tarde para todos.
Nykyrian le tendió la mano a esta y Syn maldijo entre dientes cuando ella se la cogió.
Con su furia apenas controlada, los observó marcharse juntos. Oyó encenderse los motores mientras le acariciaba la cabeza a Ilyse.
—Espero que sepas lo que estás haciendo. Sobre todo, espero que ella valga la pena.
Pero incluso mientras lo decía, tenía la extraña sensación de que su amigo se dirigía directamente hacia la muerte.