La mano de Nykyrian se detuvo a milímetros del rostro de Kiara.
Ella supo que no se atrevía a ir más allá y, conociendo los horrores de su pasado, por fin pudo entender la razón. Sonriendo ante su gesto, le cogió la mano enguantada entre las dos suyas y le besó la punta de los dedos. La mano de él, siempre tan firme, tembló al coger la de ella.
Una mano que la brutalidad de otra gente había dañado de tal modo que, de pequeño, Nykyrian ni podía cerrar el puño.
La misma mano que la había consolado y protegido. Que había matado a otros…
Una mano que él siempre mantenía cubierta…
Con expresión inescrutable, Nykyrian le cubrió la mejilla con la mano y se la acarició con el pulgar. Le hundió los dedos de la otra mano en el cabello y le acarició suavemente el cuero cabelludo, enviándole escalofríos por todo el cuerpo. El deseo despertó en el interior de Kiara y supo que esa noche no querría, no podría, dejarlo marchar. No después de lo que había visto en los vídeos.
Su vida había transcurrido en soledad y, por razones que ni podía imaginar, él le importaba. Quería darle lo que nadie le había dado antes. Lo que ella siempre había considerado normal durante toda su vida. Lo que todo ser merecía tener.
Alguien que lo abrazara cuando lo necesitaba. Alguien que no lo juzgara, traicionara o hiriera.
Él tensó los brazos para acercarla. Sus labios reclamaron los suyos con una pasión nacida de una necesidad desesperada. Kiara gimió de placer y le cogió el rostro entre las manos. Oyó su pesada respiración mientras le mordisqueaba los labios con los largos dientes y abrió la boca para recibirlo.
Nykyrian bajó de la silla y empezó a acariciarla. Allí donde la tocaba, ella ardía, deseando más y el corazón le golpeaba en el pecho mientras le deslizaba las manos por la suave seda de la camisa, disfrutando de cómo los fuertes músculos se flexionaban bajo sus dedos.
Le deseaba más de lo que nunca había deseado nada.
Nykyrian acercó los labios a su cuello, inhalando al fin la suave fragancia de su exótico perfume. Ella era tan suave y cálida.
Tan hermosa. Y la manera en que lo cogía…
Como si él le importara.
En ese momento, no se sintió un monstruo. Sin duda, Kiara no acariciaría a alguien que lo fuera. Acercó la mejilla a la suya para notar su calor mientras su aliento le hacía cosquillear la piel. Temblaba por la fuerza de su deseo y se dejó perder en una dicha real que era la primera vez que recordaba haber sentido.
Kiara lo rodeó con sus preciosos brazos en un tierno abrazo. El deseo le corrió por las venas como fuego líquido. Se aferró a ella, anhelándola, necesitándola.
Los escalofríos le recorrían la espalda bajo el calor de sus manos. Ahogó un gemido cuando Kiara le lamió los tendones del cuello y se los mordisqueó. Cerró los ojos para disfrutar de la sensación.
Reclamó sus labios y la besó profundamente.
Ella notó que el cuerpo le palpitaba con una urgente necesidad de sentirlo desnudo a su lado. Le metió los dedos por el cuello de la camisa, pero eso no la satisfizo, sólo le abrió más el apetito.
Gimió cuando él le pasó la mano sobre el pecho, se la bajó por el estómago y la metió bajo el vestido. Sintió escalofríos bajo aquella mano enguantada mientras él le acariciaba la piel del estómago. Lo besó ferozmente, deseando retenerlo consigo.
Nykyrian lanzó un gruñido al notar su sabor. Por primera vez en su vida, se sintió deseado.
Ansiado.
«Es una mentira… No te atrevas a creértela».
«Sólo tenía la morbosa curiosidad de saber cómo sería acostarse con un híbrido». Las frías palabras de Tasha resonaron en su interior.
«Eres un monstruo. Desearía no haberte tocado nunca. Si alguna vez le dices a alguien lo que ha pasado, ¡haré que te maten!».
Se estremeció al recordar las últimas palabras que le había dicho Driana.
Se apartó, miró a Kiara y vio el mismo deseo que lo había poseído a él…
Pero no era real. Conocía demasiado bien ese juego. Lo había jugado y había perdido lo suficiente como para querer probar de nuevo. Ella no era diferente de las otras. Ese día se lo había demostrado.
«Eres mierda y mierda es lo que siempre serás. Ni siquiera tu propia madre soportaba mirarte.
»Déjala ahora, antes de que te convierta en un borracho desquiciado como Syn».
Incapaz de soportarlo más, se levantó y se apartó de Kiara. Respiraba pesadamente. Miró la confusa expresión de ella y sintió el dolor de su erección. Lo único que quería era notar su cuerpo contra el suyo, pero eso no compensaba todo el dolor que vendría después, cuando lo echara de su cama y le dijera que no quería que nadie se enterara de lo que habían hecho.
Nunca más volvería a pasar por algo así. Mejor pelársela que acabar herido.
—Lo siento.
Kiara parpadeó sorprendida; su disculpa la confundió aún más que su inesperada retirada.
—¿Por qué?
Él se volvió y se pasó la mano por el pelo.
—No tenía ningún derecho a tocarte. Perdóname, princesa.
El corazón de ella se encogió al oír esas palabras cargadas de dolor.
Se le acercó y le pasó las manos por la espalda.
—Tienes más derecho que nadie. —Lo cogió por el brazo y lo hizo volverse para mirarla. Cuando fue a quitarle las gafas, él le apartó la mano.
Descorazonada pero decidida, le acarició la mejilla.
—Te deseo, Nykyrian.
Él se apartó como si su caricia lo quemara.
—Me tienes lástima. No necesito eso ni lo quiero.
La rabia de su tono la hizo enfurecer también.
—No me digas lo que siento —exclamó y volvió a ponerse ante él.
De nuevo, Nykyrian trató de alejarse, pero ella lo agarró por el brazo y lo hizo quedarse a su lado.
—No puedes marcharte, no te dejaré.
Él apretó la mandíbula.
—Quizá yo no te deseo.
Kiara esbozó una media sonrisa. Recordó todos los discos que había en el armario con sus actuaciones, su mirada cuando había ido a tocarla hacía un momento.
—Si eso fuera cierto, te quedarías quieto y no seguirías tratando de apartarte de mí. Acéptalo, soldado, me deseas más que nada —afirmó, mirando significativamente hacia la parte de su cuerpo que mostraba lo muy interesado que estaba—. Puedes negarlo con los labios, pero eso lo dice todo.
Nykyrian volvió a soltarse.
—No me deseas. No de verdad. Sólo te provoco una curiosidad morbosa y nada más. —Cogió su largo abrigo negro del sofá, donde lo había dejado doblado—. Aquí estás segura. Volveré dentro de un rato.
Kiara se sintió desesperada. Si él se iba sin aclarar la situación, se habría ido para siempre.
—Por Dios, híbrido —le gritó—. ¡No te atrevas a marcharte!
La mirada asesina que él le lanzó al volverse la hizo retroceder. Nykyrian apretó los puños al costado y ella tuvo la clara impresión de que deseaba matarla.
—Nunca, nunca vuelvas a llamarme así.
Kiara no le dio cuartel y cubrió la distancia que los separaba.
—Pensaba que a los soldados se los entrenaba para enfrentarse al conflicto, no para huir de él. ¿Qué es lo que te asusta tanto de mí?
Él no respondió.
Ella deseó gritar de frustración.
—Volveré después. —Con un solo movimiento, Nykyrian desdobló el abrigo y se lo puso; luego se dirigió a la puerta.
En ese momento, Kiara lo comprendió todo, al darse cuenta de que él había citado a la zorra del vídeo: «Sólo te provoco una curiosidad morbosa».
Eso era… Por eso huía. Pensaba que ella haría lo mismo que su comandante en jefe le había hecho. Que lo echaría de la cama en cuanto acabaran y le diría que mantuviera la boca cerrada.
Se le partió el corazón al pensar en todo aquel innecesario y cruel dolor, y en todo el rechazo que él había tenido que soportar durante toda su vida. Ella quería calmarle ese dolor y hacerlo desaparecer.
—¿Por qué crees que no se te puede amar?
Nykyrian se quedó inmóvil, dándole la espalda.
—Es eso, ¿no? Por eso vives aquí, a años luz de todo el mundo. Por eso ni siquiera confías en tu mejor amigo. Te has cerrado a todo y a todos hasta el punto de que ni siquiera puedes acariciarme. —Volvió a acercarse y le puso la mano en el hombro—. No te haré daño, Nykyrian. No soy como esos otros.
Él la miró por encima del hombro.
—No soy ciego, princesa. He visto cómo me has mirado hoy cuando te he dado una toalla. Te doy asco. No puedes negarlo. Eres exactamente igual que todos los demás que me han mirado.
Kiara negó con la cabeza.
—No me das asco, Nykyrian, y esa es la verdad. Perdonaste a Hauk por hacerte daño. ¿No puedes perdonarme a mí también? —Le acarició el brazo hasta la muñeca, donde comenzaba su tatuaje de la Liga—. Lo que has hecho hoy me ha hecho daño. Me ha hecho recordar cosas de mi pasado que no quería recordar; me las has lanzado directamente a la cara y me ha costado un rato separar a esos monstruos que mataron a mi madre y me dispararon a mí, del hombre que tú eres —le explicó. Lo abrazó por la cintura, se apretó contra su espalda y apoyó la cabeza en él—. Déjame amarte esta noche, Nykyrian. Sólo una vez.
Él casi no podía respirar al oír palabras que nunca había pensado oír. Y eso, combinado con el abrazo… destrozó sus defensas.
«Márchate ahora. Antes de que sea demasiado tarde».
Pero no quería marcharse. Quería que lo abrazara. Una sola vez. Hacerle el amor a una mujer que no lo miraba como si perteneciera a una especie desconocida. Estar con alguien que lo viera tal cual era.
Aceptación.
¿Era eso demasiado pedir?
Se volvió lentamente, olvidando cualquier pizca de sentido común que tuviera. Le tomó el rostro entre las manos, tratando de discernir la verdad en los ojos de Kiara.
«¿Tú también me traicionarás?».
¿Cómo podría no ser así?
La vida lo había maltratado demasiado. No sabía si sería capaz de soportar otra decepción.
¿Se atrevería a arriesgarse?
A Kiara le costó respirar al darse cuenta de que, de algún modo, sus palabras habían traspasado las defensas de Nykyrian, que estaba cediendo terreno.
Alzó la mano y le cogió las gafas.
Él no se movió.
Con mano temblorosa, se las quitó para poder ver sus bonitos ojos verdes humanos, que dejaban al descubierto tanto sus facciones como sus incertezas. El alma que vio en ellos no era aterradora ni cruel. Era el alma de un hombre que había sido despreciado demasiadas veces.
Le cubrió el rostro con las manos y le dedicó la sonrisa que él se merecía.
Nykyrian la abrazó con fuerza, estrujándola contra su cuerpo mientras la besaba con desesperación. Kiara notaba los acelerados latidos de su corazón contra su pecho, mientras su calor la rodeaba. No quería abandonar nunca aquel trozo de paraíso. Allí, en los brazos del ser más peligroso del universo, estaba segura.
Le mordisqueó los labios y le sonrió.
—Déjame amarte, Nykyrian. Déjame demostrarte que no soy uno de los monstruos de este mundo.
Él se quedó sin aliento cuando ella le susurró esas maravillosas palabras. Nunca nadie le había ofrecido tanta ternura. Asustado e inseguro, vio la sinceridad en sus ojos color ámbar.
«Por favor, que no me esté mintiendo…».
Sin pensarlo, la abrazó con más fuerza, la alzó del suelo y se dirigió con ella hacia la escalera.
Kiara ahogó un grito al ver lo que hacía.
—Tu herida. Te vas a hacer daño.
—Créeme, princesa, en este momento el único dolor que siento está en mi entrepierna.
En cuanto se hallaron en su dormitorio, él la dejó sobre la enorme cama negra. Kiara casi no tuvo ni tiempo de parpadear antes de que se tumbara sobre ella, inmovilizándola sobre el colchón. Mientras lo miraba a los ojos, notó lo pesado que era.
Arrugó la nariz mientras trataba de respirar.
—Sin ofender, ricura, pero pesas una tonelada… Y me estás aplastando.
Él siseó mientras se apartaba.
—Es el abrigo. Perdona. Me olvido de lo mucho que pesa.
—Se lo quitó, y la prenda cayó al suelo con un desconcertante golpe.
Ella abrió mucho los ojos al oírlo. ¿Cómo conseguía llevar aquella cosa sin caminar inclinado de tanto peso?
«Mejor que no lo pregunte».
Él se apartó y su expresión se convirtió al instante en otra de aprensión, como si ella hubiera puesto el dedo en alguna llaga.
Kiara chasqueó los labios fingiendo irritación mientras se ponía de rodillas y lo cogía por el cinturón. Lo acercó a ella y se lo quitó, tratando de no pensar en todas las armas que colgaban de él.
—Ya sé a qué te dedicas, Nykyrian. Lo he visto hoy y ya no tengo miedo. —Dejó que el cinturón y las cartucheras cayeran al suelo.
Eso hizo que él retrocediera.
—No me gusta estar desarmado.
Kiara lo miró burlona.
—¿Crees que puedo hacerte daño?
Lo vio tragar saliva mientras ella le ponía la mano en el hombro y le toqueteaba el lóbulo de la oreja. Él la miró con tal intensidad que parecía estar buscando su alma para descubrir sus verdaderas intenciones.
—Si seguimos adelante con esto, vivirás en un lugar en mi interior donde sólo tú puedes dañarme. Y si planeas tratarme de la forma en que Mara trató a Syn, entonces espero que seas lo suficientemente mujer como para matarme en vez de dejarme como a él.
Ella le cogió la mano entre las suyas y le besó los enguantados nudillos.
—No haré eso, te lo juro.
Nykyrian se tensó cuando comenzó a tirarle del guante. Cerró el puño.
—No. Me los quitaré luego.
Pero Kiara no le hizo caso, sino que le fue estirando de los dedos uno a uno.
—Quiero ver.
Él apretó los dientes mientras se obligaba a soportarlo. Habían pasado veinte años desde la última vez que había acariciado a una mujer. Veinte largos y duros años.
«Por favor, no me rechaces».
Contuvo el aliento, esperando que ella hiciera alguna mueca de desagrado cuando le viera las manos llenas de cicatrices. Sus manos eran horribles y ninguna mujer querría que la tocase después de vérselas. No podía culparlas. Él tampoco soportaba verlas. Por eso siempre llevaba guantes.
Pero por ella soportaría esa humillación.
Kiara se obligó a no mostrar ninguna reacción cuando vio lo que le habían hecho. Le habían arrancado todas las uñas, y sólo le quedaba una retorcida matriz que parecía haber sido fundida o cauterizada para evitar que la uña volviera a crecer. Los dos dedos medios estaban retorcidos de tantas heridas como le habían causado y tenía toda la mano cubierta de cicatrices de las que Kiara prefería no imaginar la causa.
Mirándolo a los ojos, se llevó la mano a los labios y le besó las cicatrices.
Nykyrian tembló mando ella hizo lo que nunca antes nadie había hecho. Y cuando le besó la palma… supo que estaba totalmente perdido. Nunca volvería a tener ningún poder sobre aquella mujer.
Kiara se había apoderado de una parte de él que ni siquiera sabía que siguiera teniendo: de su maldito corazón.
Ella le cogió la otra mano y repitió la misma lenta y metódica tortura. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía tocar y besar algo tan asqueroso?
Unas manos que habían segado tantas vidas…
Seguramente, si Kiara era capaz de pasar eso por alto, cabía la esperanza de que…
«No pienses en eso», se ordenó.
Pero no podía evitarlo. Kiara estaba despertando algo en su interior tanto tiempo enterrado que había llegado incluso a olvidar su existencia. Necesidades que quería negar.
Ella era la belleza personificada y él era toda la fealdad del universo.
Cuando Kiara llegó a las vainas de los brazos, vaciló.
—¿Tienen resortes?
Él asintió, y se las quitó para que no hacerle daño accidentalmente. Luego se quitó las de los bíceps.
—Es como desarmar a toda la Flota Oeste de la Liga —dijo ella, riendo.
Nykyrian elevó ligeramente una de las comisuras de la boca hasta que Kiara comenzó a desabrocharle la camisa.
Nerviosa, se humedeció los labios mientras le iba destapando más y más piel, de un color pardo oscuro. Las cicatrices lo cubrían por entero.
¿Cómo había resistido todo eso? Su fuerza la maravilló, sobre todo cuando le quitó la camisa y vio el tatuaje de la Liga al completo. La tinta brillante le cubría el brazo desde la muñeca hasta el hombro. Negro, borgoña, verde oscuro, blanco y amarillo. Los colores de la calavera, las dagas y el hueso se unían en una obra de arte. Espeluznante y crudo, estaba diseñado para inspirar miedo.
Y eso era lo que conseguía con cualquiera que lo veía. La marca de un comandante Asesino de Primer Orden.
El más letal de todos.
Con el corazón henchido de ternura, Kiara se inclinó para besar el mango de la daga.
Nykyrian tragó aire bruscamente ante la dulzura de ese gesto.
Deseando complacerla, fue a quitarle el vestido.
Kiara se sonrojó violentamente, como si de repente se volviera tímida y vergonzosa.
—¿Quieres que deje la habitación a oscuras? —preguntó él.
—Por favor.
Nykyrian cogió el mando de la mesita que había junto a la cama.
Ella se mordisqueó el labio cuando las luces perdieron intensidad y el techo se tornó transparente. Mil estrellas titilaban brillantes y su luz inundaba la estancia con un suave resplandor blanco.
—Parece un sueño —susurró ella, sobrecogida por la belleza de ese firmamento—. No me extraña que te guste estar aquí.
Él se sentó en la cama y se quitó las botas.
—Las estrellas no son ni la mitad de hermosas que tú.
Lo dijo en una voz tan baja que Kiara se preguntó si realmente había hablado o ella se lo había imaginado. Se apoyó en la espalda desnuda de él, que tragó aire bruscamente; eso la hizo sonreír. Le pasó las manos por los brazos, deleitándose con la sensación de sus músculos tensándose y relajándose bajo sus caricias mientras le apoyaba la mejilla en el torso.
Olía a cuero y a hombre. Una mezcla embriagadora que la hizo desear aspirar su olor para siempre.
De repente, los cuatro lorinas saltaron sobre la cama a la vez.
El más grande empujó a Kiara, tratando de separarla de Nykyrian.
Este masculló una palabrota.
—¡Pixley, baja! —ordenó.
Kiara acarició al más pequeño detrás de las orejas cuando este le acercó el morro.
—¿Cómo se llaman?
Nykyrian estaba tratando de recuperar el control de sí mismo.
—El que estás acariciando es Ilyse; Pixley es el más grande; Ulf es el que tiene la mancha blanca y el otro es Centara —contestó él. Los sacó como pudo de la habitación y luego cerró la puerta—. Y quedaos fuera, pequeñas bestias.
Kiara rio.
—¿Cuánto hace que los tienes?
—Ocho años —respondió Nykyrian, mientras se desabrochaba los pantalones.
De repente, ella se sintió tímida; nunca había visto a un hombre desnudo al natural. Se le secó la boca ante toda la extensión de piel bronceada sobre la que quería pasar las manos y la lengua. Él se dejó los pantalones puestos y desabrochados mientras se soltaba el cabello y sacudía la cabeza para que le cayera sobre los anchos hombros.
La cama volvió a hundirse cuando regresó junto a ella. Se acostó a su lado, con la cabeza apoyada en la mano mientras la observaba con una intensidad que a Kiara le resultó perturbadora.
Lo imitó.
Al cabo de unos segundos, él le soltó el pelo para que cayera sobre la colcha de piel negra.
Kiara le rozó con un dedo las cicatrices del rostro que le había dejado la máscara. Tenía mucha curiosidad por saber por qué le habían hecho eso de niño, pero no quería sacar un tema que sabía que a él sólo le haría daño.
A pesar de todas las cicatrices que le cubrían la piel, pensó que Nykyrian tenía el mejor cuerpo que ella había visto nunca. Le acarició el profundo surco que le recorría la clavícula y acababa justo sobre el tatuaje. Parecía como si le hubieran clavado una enorme garra en el cuello. La pena le formó un nudo en la garganta al pensar en lo mucho que él había sufrido en su vida.
Nykyrian le apartó la mano del cabello.
—Has cambiado de opinión.
El desaliento en su voz acrecentó el nudo en la garganta de ella.
—No —susurró.
Él frunció el cejo, le apartó un rizo de la mejilla y le acarició el pómulo con el pulgar.
—Pareces tan triste…
Kiara le cogió la mano y se la puso sobre la mejilla, deleitándose con la sensación de su callosa palma sobre la piel. Luego se la llevó a los labios y le besó los marcados nudillos.
—Me gustaría poder hacerte olvidar el dolor. Desearía retroceder en el tiempo hasta cuando naciste y llevarte a algún lugar seguro. Lejos de toda la gente que te ha hecho sufrir.
Los ojos de Nykyrian eran como dos resplandecientes esmeraldas líquidas.
—Ya lo estás haciendo —dijo, mientras se inclinaba para besarla en los labios.
A Kiara le gustó la sensación de su cuerpo presionándola contra el colchón. Seguía siendo pesado, pero esa vez el peso no sólo era tolerable, sino maravilloso.
Nykyrian la recorría con los labios, dejando una estela de fuego allí donde la tocaba. Le levantó el vestido y le besó el estómago. Kiara le apretó la cabeza contra sí, con un estremecimiento de placer que superó su timidez. Notó cómo le rascaba la piel con los colmillos y la barba incipiente. Le sacó el vestido y lo dejó caer al suelo. Ella lo observó mientras le exploraba el cuerpo, con los nervios a flor de piel y en sintonía con él. Se rio y se removió cuando sus labios le hicieron cosquillas. Él la miró a los ojos antes de apartarse y quitarse los pantalones.
Kiara recorrió su magnífico cuerpo con la mirada, mientras el rubor le hacía arder las mejillas. Era muy alto e intimidante, pero sabía que no le haría daño.
No de forma intencionada.
Sentía curiosidad por su cuerpo, tan diferente del suyo. Se inclinó sobre él y le pasó la mano por las cicatrices del pecho, siguiendo la senda del vello debajo del ombligo. Sonriendo, le mordisqueó la piel del duro estómago, con cuidado de no hacerle daño en la herida, que era desgarradoramente evidente.
Ella era su causa. Por ella, había resultado herido…
Kiara cerró los ojos y respiró entrecortadamente. Cuando le llevó la mano hacia el erecto pene, él ahogó un grito.
—Ahora eres mío —dijo traviesa, mordisqueándole la cadera—. Nunca te dejaré marchar.
Nykyrian no podía pensar de forma racional mientras ella lo acariciaba y lo lamía insegura. Había pasado tanto tiempo desde que otra persona le había tocado el pene que casi había olvidado lo bueno que era. En la Liga, estaba prohibido tener amantes. No siempre se hacía caso de esa regla, pero si se descubría la infracción, el castigo era severo.
Él sólo había estado con dos mujeres antes, una vez con cada una. Y esas experiencias no le habían ido muy bien.
Pero nunca lo habían hecho sentir como Kiara. Ni lo habían explorado tan a fondo. Unos rápidos manoseos y un coito a medias y ya estaba; después, la humillación.
Él no había sido nada para ellas excepto una curiosidad pasajera. Para Kiara, era un hombre, y el cuidado con que le acariciaba lo estaba marcando para siempre. La diferencia era sorprendente.
Sobre todo, era increíble.
Necesitaba más de ella y llevó las manos a su espalda para soltarle el sujetador.
Kiara tragó aire cuando le acarició los pechos desnudos. El pulso se le aceleró en las venas hasta que sintió ganas de gritar por la agridulce molestia.
La boca de él reemplazó a las manos sobre sus pechos y su cálido aliento la proyectó hacia alturas más vertiginosas. Echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndosele completamente. Sus fuertes manos le rodearon la cintura y le recorrieron con suavidad la espalda.
Con cuidado, él la volvió a tumbar sobre el colchón, besándola más profundamente. Kiara entrelazó los dedos en los suaves mechones de cabello blanco, aferrándolo a ella.
Con mirada ardiente, Nykyrian se apartó y le quitó las bragas, dejándola completamente desnuda. Un estremecimiento la recorrió mientras contenía el impulso de taparse. Sin duda, él lo interpretaría mal y Kiara no quería que algo tan trivial como el pudor destruyera lo que estaban compartiendo.
—¿En qué piensas? —le preguntó, alisándole el ceño de la frente.
—¡En lo frágil que eres! No me gustaría hacerte daño por accidente.
Ella le sonrió.
—No soy tan frágil como parezco —contestó.
Él le puso los dedos en el pómulo antes de besarla allí.
—Mataré a cualquiera que te haga daño.
—Lo sé —respondió ella.
Ya lo había hecho y, en vez de asustarla o repelerla, ahora saberlo la reconfortó.
Por primera vez en toda su vida se sentía segura. Él era la única persona por la que nadie podría acceder a ella. Nykyrian siempre la mantendría a salvo.
Lo besó con toda su pasión y separó las piernas cuando él le acarició la parte interna de los muslos. Cuando le rozó el lugar donde ansiaba tenerlo, gimió de placer.
Nykyrian acercó la cara a su cuello mientras se daba cuenta de lo húmeda que estaba. El calor de su piel lo abrasaba. Nervioso e inseguro, se colocó sobre ella.
¿Habría esperado lo suficiente? ¿La habría excitado lo suficiente? Tenía tan poca experiencia con las mujeres que no estaba seguro. Se lo hubiera preguntado, pero no quería que se burlara de él por su ineptitud.
«Me había olvidado de lo malos que son los asesinos en la cama. ¡Qué bien que no seas una excepción!».
Se encogió al recordar esas palabras que aún lo amargaban.
¿También se burlaría Kiara de él?
Pero al mirarla a los ojos, vio en ellos ternura. Nunca nadie lo había mirado así antes.
Como si lo apreciara.
Ella le mordisqueó la barbilla mientras lo abrazaba con fuerza. En ese momento, entre ellos había una conexión que él nunca había conocido. Le cogió la mano y entrelazó los dedos con los suyos.
La besó en los labios y la penetró, fascinado de lo placentero que era.
Kiara ahogó un grito ante el súbito dolor que interrumpió su placer cuando él la penetró. Era agudo e intenso y tuvo que contenerse para no gritar.
Nykyrian se quedó rígido. Le soltó la mano y se apoyó sobre el brazo para mirarla.
—¿Eres virgen?
—Ya no.
Él comenzó a apartarse, pero ella lo atrapó con brazos y piernas y le impidió moverse.
—Quédate conmigo, Nykyrian. Déjame hacerte el amor esta noche.
Vio que a él le empezaba un tic en la barbilla y, por un momento, temió que la dejara, porque evitaba mirarla.
—Te deseo —insistió, mientras le cogía el rostro entre las manos y lo obligaba a mirarla—. Te veo, Nykyrian, y quiero estar contigo. De todo el universo, eres el único que me hace sentir así. No te vayas. Por favor.
Él sintió terror ante esas palabras. ¿Cómo podía decirle eso? En aquel momento entendió totalmente las incomprensibles palabras de Syn.
«Incluso cuando era malo era bueno».
Él no tenía ningún derecho a estar con Kiara. Ningún derecho a tocarla. Excepto porque ella quería que lo hiciera…
Lo besó en los labios y acabó con su último vestigio de resistencia. Lentamente, él comenzó a mover las caderas contra las de ella.
—Dime si te hago daño.
Kiara se perdió en la sensación de su mejilla contra la suya, mientras él le hacía el amor como si fuera lo más valioso que jamás hubiera tocado. En todos sus sueños y fantasías, nunca se había imaginado nada más maravilloso que sentirlo dentro.
Al cabo de un rato, el dolor fue siendo reemplazado por nuevo placer. Respiró pesadamente mientras Nykyrian se movía cada vez más rápido y comenzó a acompañar sus movimientos, haciendo que la penetrara más profundamente. Le acarició los hombros, notando su fuerza mientras la hacía gozar.
Era suyo y tenía intenciones de conservarlo, pasara lo que pasase.
Una nueva exigencia creció en su interior. Movió las caderas contra las de él. Se unió a su ritmo, asombrada por el placer, cada vez más agudo e intenso. Y justo cuando pensaba que no podría aguantar más, su mundo explotó en un éxtasis como nunca había soñado.
Nykyrian enterró el rostro en su cabello y se unió a ella. Aspiró la dulce fragancia de los sedosos mechones. Los suaves brazos y piernas de Kiara lo rodeaban con fuerza, borrando el dolor de su alma.
Él permaneció allí tumbado, incapaz de creer que aquello fuera real. Que alguien pudiera abrazarlo así…
Y encima, una mujer por la que había penado durante tantos años…
Esperaba despertarse solo en cualquier momento y descubrir que toda la noche no había sido más que un cruel sueño. Pero luego se preguntó si la realidad de esa noche no sería incluso más cruel que si hubiera sido un sueño.
Porque sabía que aquello no podía durar. En cualquier momento, ella lo maldeciría por lo que había hecho.
—¿Por qué? —susurró él contra su mejilla.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué te has acostado conmigo?
Kiara captó el dolor en esa sencilla pregunta.
—Porque me importas.
Él se apartó, dejándola con una súbita sensación de frío.
—Ni siquiera me conoces —respondió.
Ella se incorporó para mirarlo.
—Eso no es cierto. He visto la belleza de tu interior. La parte de ti que protege a tus amigos, incluso aunque esperas que te traicionen. La parte de ti que ocultas al mundo.
Le pasó la mano por el sedoso cabello… Su cabello y sus labios eran lo único de él que no era duro como el acero.
—Es extraño —continuó ella—. Al acabar los estudios, pasé una fase en la que quería perder la virginidad a toda costa, pero siempre que empezaba, no conseguía dejarme llevar, pensando que sería desperdiciarla con chicos que realmente no me importaban.
Pero sabía que Nykyrian no daría nada por sentado, ni alardearía de ello.
Ella significaba algo para él. Lo sabía.
—Así que la has desperdiciado conmigo, ¿no?
Kiara hizo una mueca de furia porque él pudiera pensar eso aunque fuera un segundo.
—Claro que no. Te he dado lo que nunca le he dado a nadie, porque tú mereces tener algo que sea sólo tuyo. Quería que supieras lo mucho que me importas y no se me ha ocurrido una manera mejor.
—Una nota de agradecimiento hubiera bastado —se burló Nykyrian.
Ella se quedó boquiabierta ante esa tontería.
—¿Una nota de agradecimiento?
Él se encogió de hombros.
—Tampoco nunca nadie me ha dado una y hubiera sido menos doloroso para ti.
—Eres malo —le dijo, pegándole juguetonamente en el estómago.
Nykyrian la abrazó con fuerza. Kiara oyó sus latidos con la cabeza sobre su pecho, deseando encontrar la forma de llegar realmente a él.
Por el momento, le daría lo que pudiera y esperaría que algún día cercano viera que podía confiar en ella y la dejaría entrar en su mundo de soledad.