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Kiara temblaba de miedo e impresión. Una y otra vez, veía a Nykyrian partirle el cuello al asesino, oía los huesos al quebrarse, contemplaba el horror en los ojos del hombre al darse cuenta de que lo habían matado…

Había sido frío y espeluznante.

La sangre en la ropa de Nykyrian… Dios santo, se la había limpiado en su propia manga. Una manga que ella miraba mientras volaban hacia dondequiera que fueran.

Él parecía totalmente indiferente a todo ese horror. ¿Qué clase de monstruo podía hacer algo así sin mostrar sentimiento alguno, ni tan siquiera el más leve? Había actuado con la misma emoción con la que cualquiera se ata un zapato.

Esos recuerdos se mezclaban con los de la muerte de su madre; la manera en que el asesino se había burlado de ellas mientras golpeaba sin piedad a su madre y la aterrorizaba a ella. Todo ese compendio brutal la hacía sentirse enferma, confusa y aterrorizada.

Sólo quería escapar. Buscar un lugar donde esas cosas no pasaran.

Donde no existiera gente como Nykyrian.

«No existe ningún lugar seguro. No para ti».

Esa verdad la abrasaba.

Desde aquella hermosa mañana de primavera, a sus ocho años, mientras comía en el jardín con su madre, antes de que las raptaran, no había vuelto a sentirse segura.

Luchó por mantener la cordura y encontrar la forma de comprender lo que acababa de pasar.

Nykyrian notó su dolor mientras volaban al planeta vecino donde vivía Syn. Sabía que debería decirle algo, pero no qué. Recordó la primera vez que había matado a alguien. Aquel horror aún lo perseguía. El momento en que su víctima había sido consciente de que el golpe era mortal.

Con el tiempo, se había acostumbrado tanto a la sangre y las vísceras que ya no lo inmutaban. Era un trágico desperdicio, pero todo el mundo moría.

Mejor ellos que él.

Kiara apretó la boca para contener las náuseas que le sobrevinieron al virar. Finalmente, Nykyrian aterrizó el caza en un muelle adyacente a un alto edificio.

El olor a sangre caliente y pegajosa, a muerte, lo envolvía.

Él no parecía notarlo.

Kiara notó el sabor de la bilis en la garganta.

—Tenemos que bajar.

Ella trató de levantarse del asiento, pero sus piernas no querían cooperar.

Con cuidado, Nykyrian la cogió en brazos y la llevó por el muelle, el ascensor y hasta el interior de un apartamento inmaculado en el último piso, que tenía una vista sobrecogedora de la bulliciosa ciudad que se extendía a sus pies. Había algo inquietantemente familiar en los actos de Nykyrian, algo de lo que el subconsciente de Kiara trataba de avisarla, pero ella estaba demasiado alterada para captar el aviso.

Dentro del apartamento, todo se hallaba muy limpio, casi estéril y, sobre todo, era enorme. Sólo la sala principal ya era mayor que todo su piso. Pero había pocos muebles.

—¿Dónde estamos?

—En casa de Syn —contestó Nykyrian.

Kiara negó con la cabeza. Nadie hubiera pensado que aquel lugar tan elegante perteneciera a otro asesino; a primera vista, Syn parecía tan… normal.

Había un escritorio negro vacío, apoyado en la pared y vuelto hacia los ventanales, que llegaban del suelo al techo. Un piano blanco brillante estaba orientado hacia un balcón. En medio de la sala, colocados con perfecta exactitud, se encontraban también dos sofás de cuero negro y una mesita negra, que contrastaban con las paredes y la moqueta blancas.

Mientras echaba una rápida ojeada alrededor, pensó que todo el fondo era blanco para que nada pudiera competir con los valiosos objetos de arte comprados… o robados.

Sin duda era una colección espectacular. Desde los cuadros de las paredes hasta las estatuas y otras piezas repartidas por la sala. Cualquier museo mataría por tener aquello.

En la pared del fondo había un bar muy bien surtido de botellas de Whisky y de vino; Kiara sabía que cada una valía más de mil créditos.

La única foto personal que vio se hallaba en el rincón de la barra negra del bar. Entre los brazos de un entrañable lorina disecado había un marco en el que iban pasando imágenes de un niño pequeño.

A Kiara la anonadó la incongruencia de todo eso. ¿Syn tenía un hijo? Seguro que no vivía con él.

¿O sí?

Y, lo más importante, ¿sabría el niño a qué se dedicaba su padre?

¿Cómo era posible que aquella gente tuviera familia?

Nykyrian activó el sistema de seguridad. Uno de los sistemas más modernos y caros que Kiara había visto: un analizador de ADN que no permitía la entrada a nadie que no reconociera. Una prueba de que el hombre que vivía allí era tan feroz y peligroso como el que estaba con ella.

Deseó tener fuerzas para soltarse de Nykyrian y poder quitarse el hedor a sangre del cuerpo con un baño. No estaba segura de que jamás volviera a sentirse limpia.

Él la llevó directamente al cuarto de baño y la dejó arrodillada en el suelo, ante la taza del váter. Le levantó la tapa y se apartó mientras ella vaciaba el contenido del estómago.

Kiara no estaba segura de cómo había sabido que estaba conteniendo el vómito, pero agradeció que actuara con tanta celeridad. Se sentía enferma, física y mentalmente. Todo el cuerpo se le sacudía mientras trataba de sobreponerse.

Nykyrian le dio una toalla y tiró de la cadena.

—¿Te encuentras mejor?

Ella no podía mirarlo directamente. En vez de eso, fijó la vista en las oscuras manchas que él tenía en el abrigo y la camisa.

—Tienes sangre por todas partes.

—Suele suceder —respondió, mirándose.

Eso la hizo vomitar de nuevo.

Con los codos apoyados en las rodillas, Nykyrian se acuclilló a su lado y la observó. Kiara tenía las mejillas enrojecidas y el horror que vio en sus ojos fue como una patada directa al estómago.

Él sabía que era un monstruo, pero ver ese monstruo a través de los ojos ámbar de Kiara era lo más doloroso que había soportado nunca.

«Sólo eres un animal, indigno de estar entre la gente decente. No me extraña que tus padres te abandonaran».

Nykyrian trató de alejar ese dolor levantándose y buscando uno de los cepillos de dientes nuevos de Syn. Ese cabrón paranoico y obsesivo compulsivo siempre tenía cepillos extras para poderlos cambiar cada pocos días. Le dio uno a Kiara y se quedó con ella mientras se arreglaba.

Se hubiera limpiado la sangre de la ropa, pero verlo manchar las blancas toallas de Syn aún sería peor para Kiara. No había nada más repugnante que la sangre sobre blanco, que era por lo que él siempre vestía de negro y tenía toda ropa de casa también negra.

Cuando ella acabó, él le dio una toalla.

Kiara se estremeció y retrocedió.

A Nykyrian se le cayó el alma a los pies al ver su involuntaria reacción. ¿Realmente creía que después de todo lo que habían pasado juntos sería capaz de hacerle daño?

«Querías que te odiara. Felicidades. Lo has conseguido».

Pero nunca había querido que lo mirara de aquella manera, como si fuera un pedazo de basura sin sentimientos. Que no los demostrara no quería decir que no los tuviera.

«Ya deberías estar acostumbrado».

Todo el mundo lo había mirado así en algún momento. Incluso Syn.

«Soy lo que soy».

Lo que lo habían hecho ser. Nada iba a cambiar eso.

Se apartó de ella y la contempló coger la toalla que él le había tendido antes. Cuando Kiara acabó de lavarse los dientes y la cara, fue a la sala y se sentó en el sofá, aún sin mirarle.

Dios, cómo le gustaría poder consolarla. Pero ella ya no se lo permitiría. En lugar de eso, sólo vería la bestia que tenía en su interior, como todos los demás que la habían visto; nunca volvería a ser la misma con él.

La puerta se abrió.

Nykyrian se volvió al oír el ruido, con la pistola de rayos apuntando a la persona que había en el umbral.

Syn alzó las manos con el punto rojo del láser entre los ojos.

—¡Eh, colega! —exclamó y se dio dos enérgicas palmadas en el pecho—. Uno de los buenos. ¿Me recuerdas?

Nykyrian enfundó el arma.

—Deberías haber usado el comunicador, capullo.

—No lo he pensado, ya que estaba entrando en… ya sabes… mi casa. Gracias a los dioses que no eres como Darling, que dispara primero y luego mira quién es. —Dejó caer su mochila sobre la barra del bar—. No sé lo que le has hecho a Aksel, pero lo has dejado gritando como un loco. Ha enviado a sus hombres a buscarte por todas partes. He oído que ya ha matado a golpes a dos informadores tratando de averiguar dónde vives.

Se calló al ver a Kiara sentada en el sofá como en estado de shock, mirando al vacío.

—¿Está bien? —preguntó.

Nykyrian negó con la cabeza mientras su sensación de culpa aumentaba. Se acercó a su amigo para que Kiara no pudiera oírlo y le habló en ritadarion para asegurarse de que, aunque le oyera, no pudiera entenderle.

—He matado a Arast en el muelle antes de largarnos… delante de ella. Lo está sobrellevando tan bien como se puede esperar de un civil… —Calló un instante—. Recuérdame que te debo un cepillo de dientes.

—¿Estás bien? —preguntó Syn, palideciendo.

Ello miró inexpresivo.

—¿Desde cuándo me ha importado una muerte? Además, llevaba tiempo buscándoselo. —Miró hacia atrás, a Kiara—. Tengo cosas que hacer. Llévala a la zona segura.

Syn asintió con la cabeza.

Kiara oyó marcharse a Nykyrian, pero no se molestó en alzar la vista. En ese momento, estaba tratando de no vomitar de nuevo.

—Toma.

Dio un respingo; Syn le estaba ofreciendo un vaso de brika, una bebida alcohólica muy fuerte.

—Yo no bebo de eso —replicó ella.

—Hoy sí. El azúcar te ayudará con el shock y los minerales, con las náuseas —le explicó, mientras le ponía el vaso en la mano.

Sin discutir más, Kiara se tragó el líquido abrasador, que le fue trazando un camino de fuego hasta el estómago. Boqueó y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Buena chica.

Le devolvió el vaso mientras la asaltaban nuevos temores.

—¿A cuánta gente has matado?

Él se encogió de hombros y llevó el vaso vacío a la barra del bar.

—No lo pienso.

—¿Cómo puedes no hacerlo?

Syn evitó mirar las fotos de su hijo mientras cogía una botella de whisky y se servía en otro vaso.

—Porque si no los hubiera matado, ellos me habrían matado a mí. Sin ofender, pero mi vida… por muy mierda que sea, significa más para mí que la de ellos. —Tomó un largo trago—. Dejo al mundo en paz y asumo que si alguien es tan estúpido como para colocarme en su punto de mira, entonces se merece lo que le caiga.

Kiara negó con la cabeza.

—Por una parte estoy de acuerdo con eso, pero quitar una vida… Lo que no entiendo es cómo alguien puede hacerlo sin sentir nada. Nykyrian ha acabado con ellos a tal velocidad que no han tenido la más mínima oportunidad.

Syn comenzó a farfullar mientras lo invadía la furia. ¡Cómo se atrevía a juzgarlos así! Ella, que vivía una vida encantada, llena de amor y devoción, mientras la gente como él arriesgaba la suya para mantenerla a salvo.

Y aún más, les había mentido al decirles que no creía que fueran basura, que no eran como los demás, que a pesar de todo veía lo bueno que había en ellos.

Y ahora… resultaba que no eran mejor que el resto de los gusanos del universo.

Igual que su ex esposa y su hijo. No importaba cuánto amor les dieras. Lo bien que los trataras. Que les ofrecieras todo lo que habrías deseado tener, incluido respeto. No importaba lo mucho que odiaras la vida que te habían impuesto contra tu voluntad o lo mucho que te esforzaras por dejarla atrás.

Te maldecían por sobrevivir y te juzgaban por un pasado que despreciabas aún más que ellos.

Nykyrian y él eran los que vivían en un infierno, y todos aquellos gilipollas que no entendían el mundo para nada aún tenían la osadía de mirarlos por encima del hombro.

Le hubiera gustado golpear a aquella zorra por condenarlos con su moral barata.

«Gracias por demostrar que yo tenía razón, princesa…».

Pero sobre todo estaba cabreado consigo mismo, por creerla cuando ella le había mentido.

¿Cuándo iba a aprender?

En aquellos momentos quería su sangre, sobre todo, porque Nykyrian había estado a punto de morir protegiendo su culo de quejica.

—Dime exactamente cuántos asesinos había hoy.

—No lo sé. Quince. Veinte quizá.

Él la miró con desprecio.

—Veinte asesinos profesionales contra un tío al que le habían abierto el costado con un láser la noche anterior… Señora, creo que tenían más de una oportunidad de sobrevivir y que tenemos mucha suerte de que Kip y tú sigáis vivos. En vez de estar molesta con él, deberías estarle agradecida.

A Kiara no se le había ocurrido mirarlo así. Syn tenía razón.

Sin embargo… no conseguía aceptar la descarnada frialdad con que Nykyrian lo había hecho.

—Pero no lo entiendo. No puedo. Ambos dejasteis marchar a Pitala. Dos veces. ¡Dos veces! —repitió de forma enfática—. Nykyrian ha acabado con estos sin ni siquiera intentar convencerlos de que se marcharan. Sólo ha empezado a matarlos como si nada.

Syn dejó el vaso en la mesita de delante de ella. Kiara vio que estaba furioso y no entendió por qué. Era como si quisiera hacerle daño.

—Eso fue porque con Pitala no había nada personal. Para él eras un cheque y no le valía la pena arriesgar la vida por eso. No es más que un matón y si le haces ver que eres más cabrón que él y que estás dispuesto a cortarlo en pedacitos, se retirará y buscará sus créditos en otra parte. Pero Bredeh no busca el dinero. Busca prestigio. Si tiene un objetivo, lo matará; y nada lo va a detener.

Nunca.

—Pero Nykyrian no ha matado a Bredeh —respondió Kiara, mientras negaba con la cabeza—. Ha matado a otra gente. Y ni siquiera ha tratado de hablar antes con ellos.

—No, mierda, no ha hablado antes con ellos. Quizá no fueran Bredeh, pero eran sus hombres, y él los hubiera matado si os permitían escapar. Te lo aseguro, no hay forma de hablar con hombres que saben que o te matan o mueren. Y, señora, más vale que levantes tu mimada cabeza y despiertes de una vez. Es verdad que Kip no ha matado a Bredeh, pero ha matado a su hermano, que seguía su mismo código criminal. Créeme, Kip se ha pasado toda la vida evitando hacer lo que ha hecho hoy.

—¿A qué te refieres?

Syn le dedicó una mirada tan agria que Kiara se estremeció.

Sus siguientes palabras sólo lo empeoraron.

—El verdadero apellido de Aksel Bredeh y de Arast es el mismo que el de Nykyrian —dijo, e hizo una larga pausa antes de añadir—: Quiakides.

Ella se quedó con la boca abierta.

«No, seguro que no…».

—Nykyrian es su hermano adoptivo. Se crio con ellos.

Kiara contuvo otro acceso de náusea.

—Oh, Dios mío… ¿Cómo ha podido hacer algo así? ¿Qué clase de monstruo es?

Syn se inclinó sobre su sillón, obligándola a echarse hacia atrás. Colocó una mano a cada lado, atrapándola. A Kiara no le gustaba sentirse acorralada.

Syn echaba chispas por los ojos y, por un momento, ella pensó que iba a pegarle.

—Crees que eres tan pura… ¿Cómo te atreves a sentarte aquí como una reina, juzgándonos? —Su aliento cargado de alcohol le daba a ella en la cara con furiosa intermitencia, subrayando cada palabra—. No gastes tus lamentos con Arast. Si hubiera podido, te habría violado lentamente y de maneras que ni siquiera puedes imaginar, luego te habría cortado en pedacitos y se los hubiera echado a los perros. Todo menos la cabeza, con una retorcida mueca de terror grabada permanentemente en tu bonito rostro; esa se la hubiera enviado a tu padre como regalo, pero sólo después de que él le hubiera pagado. Y eso no es nada comparado con lo que le hubiera hecho a Nykyrian. O con lo que le ha hecho ya en el pasado.

Kiara se lo quedó mirando y se preguntó si le estaría diciendo la verdad. Trató de recordar las palabras dichas entre Nykyrian y Arast, pero lo único que podía ver era su corta pelea.

—Es que no entiendo cómo alguien puede ser tan frío.

Syn se apartó de ella bruscamente.

—Pues deberías dar las gracias al dios que adores por poder decir eso, niña. En el mundo del que yo vengo, no entiendo cómo alguien puede ser algo que no sea frío.

—No soy una niña. No me hables así.

Él se burló de ella.

—No, eres peor. Eres una adulta que todavía cree que el mundo es un lugar hermoso, lleno de gente dispuesta a ayudarte sólo por ser agradable. Despierta y huele el baño de sangre y humildad que tenemos que soportar el resto de nosotros.

—No te atrevas a burlarte de mí. He visto más dolor del que pudieras llegar a imaginar.

Él se rio con crueldad.

—Sí, mataron a tu madre delante de ti Bu, bu. ¿Y qué? ¿Crees que eres la única que ha pasado por eso? A mi padre lo ejecutaron en público para que lo viera todo el universo Ichidian. Pero lo más triste es que desearía haber sido yo quien gaseara a ese cabrón.

Kiara resopló ante lo que Syn describía. Sólo a los criminales más brutales se los ejecutaba públicamente.

—¿Quién era tu padre?

—Idirian Wade —respondió él con el aliento entrecortado y mirándola con frialdad.

Kiara saltó del sofá aterrorizada. Oh, Dios… Idirian Wade había sido el criminal más temido de todos los tiempos. Había matado y mutilado alegremente a cientos de personas. Hombres, mujeres y niños. No importaba. No le importaba nada ni nadie. Las madres aún recurrían a su nombre para asustar a los niños cuando se portaban mal.

¿Qué horribles atrocidades sería capaz de cometer el hijo de ese hombre?

Syn torció el gesto.

—No me mires así, harita. No soy mi padre. Esa mirada en tu rostro me hace pensar en cosas que no quiero pensar, sobre todo cuando estoy borracho.

Kiara apartó la vista mientras sentía crecer su indignación. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a comparar la ejecución de su madre con la de un animal como su padre?

—Mi madre no era un criminal psicópata.

—No. Estoy seguro de que era una dama encantadora que te adoraba. Que te cogía en brazos cuando llorabas, que incluso te preparaba galletas y te abrazaba y besaba antes de enviarte a la cama por las noches —soltó con tono burlón—. Y es una pena que una mujer decente muriera de una forma tan trágica.

»Mi madre, como buena puta, nos abandonó a mi hermana y a mí para poder volver a su vida cómoda y fingir que no existíamos; nos dejó en aquella casa con mi padre, un hombre que, aunque lleva décadas muerto, aún hace que cualquier asesino se mee encima. Y si crees que reservaba su crueldad para los desconocidos, te equivocas de lleno. Mi hermana y yo le servíamos para practicar. Así que no te atrevas a hablarme de dolor. Él lo inventó y me lo hizo tragar cada uno de los días de mi infancia, hasta que lo mataron… Y lo más divertido es que mi vida con ese demente aún era mejor que la de Nykyrian. Al menos, yo podía esconderme a veces de los que venían a matarme.

Este discurso dejó a Kiara anonadada.

Syn sacó el comunicador del bolsillo.

—¿Quieres llamar a tu papá, nena? Hazlo. Estaré encantado de llevarte con él. Pero que sepas que Aksel te tendrá en sus manos en cuestión de horas. Entonces podrás hablarme de dolor y te podrás hacer una idea de lo que hemos soportado. No vivirás lo suficiente para disculparte, pero tendrás una lucidez absoluta antes de morir.

Llamaron a la puerta con fuerza.

Kiara dio un respingo y contuvo un grito, mientras Syn ya apuntaba su pistola hacia la entrada.

—Y te preguntas por qué bebo —masculló—. Agáchate.

Fue hasta el bar y encendió la pantalla, que mostraba a un aburrido Darling al otro lado de la puerta.

Syn enfundó la pistola.

Cruzó la sala, abrió y arrastró a Darling dentro, cogiéndolo por la camisa.

—¡Eh! —exclamó este apartándolo de un empujón—. ¿Qué diablos estás haciendo?

Syn cerró la puerta.

—Aksel va a por nosotros. Tienes suerte de que no te haya disparado mientras te la pelabas en el pasillo.

—Bonito lenguaje para emplear delante de una señora, tío. Gracias por la imagen. Pero al menos eso explica por qué Nykyrian estaba más borde de lo habitual.

Miró a Kiara y la saludó con un gesto.

Ella tuvo que obligarse a no reaccionar ante el ojo morado que desfiguraba el rostro del hombre. Tenía el ojo inyectado en sangre y toda la mejilla hinchada. Se le veía sangre seca en la nariz y una costra en el centro del labio superior.

Syn hizo una mueca mientras le cogía la barbilla y le observaba los golpes.

—¿Qué demonios te ha pasado?

—¿Tú qué crees? —respondió el otro con una mirada irónica.

Syn soltó una palabrota.

—Te juro que algún día mataré a ese cabrón.

—Ponte a la cola.

Syn suspiró mientras lo soltaba.

—¿Y por qué ha sido esta vez?

—Ese estúpido cree que estoy quedando con el puto más puto de todos.

—¿Dagan? —preguntó Syn, alzando las cejas de pura incredulidad.

—Sí —contestó Darling con una carcajada sarcástica—. ¿Conoces a alguien que pueda competir con su récord?

Syn negó con la cabeza.

—Yo pagaría por verte liado con él.

—Y yo también, pero entonces Caillen me mataría y no me serviría de nada.

Syn volvió por su whisky.

—¿Y por qué piensa eso?

—Un pu… —cortó la palabra al mirar a Kiara— investigador privado. Me pilló en un bar con Caillen mientras él se paseaba en busca de una concubina para la noche y yo trataba de relajarme. Tomó una foto cuando Caillen me estaba susurrando algo y debo admitir que es bastante comprometedora para cualquiera que no sepa que yo no tengo la anatomía adecuada para atraerlo. Claro que Arturo no ha querido creer en mi inocencia, así que aquí me tienes. —Hizo un gesto señalándose la cara.

Syn le levantó el pelo para mirarle el otro lado del rostro.

—¿Has visto a un médico?

—Sí, me ha asegurado que se me curaría.

—¿Ha dicho algo tu madre?

—«Limpia la sangre de la moqueta antes de que se seque». —Darling carraspeó—. ¿Qué iba a decir? Mejor yo que ella.

Kiara estaba horrorizada ante lo que estaba oyendo y, por su expresión, veía que Darling no estaba exagerando.

—Bueno, Nyk me ha enviado aquí a buscar esos archivos que le has estado preparando.

—¿Por qué? —preguntó Syn, con un cejo aún más profundo.

—Como si me lo fuera a decir a mí. Ni siquiera sé lo que es. Lo único que ha dicho era que cargara los datos, ya que se supone que tú no deberías estar aquí.

—Entonces, ¿por qué has llamado?

—Por si acaso estabas. No quiero que me vuelvan a pegar y mi visión periférica no está en su mejor momento. Así que si me lanzabas uno de tus famosos ganchos, no lo vería a tiempo de agacharme.

Syn soltó un suspiro de cansancio.

—Nunca te pegaría, Cruel. Sólo fantaseo con estrangularte.

—Eres un cabrón enfermo si desperdicias una buena fantasía en eso.

Syn se rio.

—Están en la caja fuerte de mi habitación. El disco rojo. —Miró a Kiara a los ojos—. Y ya de paso, no quiero ser descortés, pero tengo que poner a salvo a «su alteza» —lo dijo con desprecio— antes de que quien ya sabes se entere de dónde vivo. A diferencia de la de Kip, mi dirección no es difícil de encontrar. Así que cierra bien la puerta y no te olvides de reactivar el escáner.

—Hecho.

Syn le tendió la mano a Kiara.

—¿Viene con nosotros, su majestad?

Ella vaciló. La aterrorizaban, pero ya la habían salvado tres veces y la gente de su padre no. Fuera cual fuese la opinión personal que tuviera de ellos, aquel parecía el plan más seguro.

Al menos mientras quisiera seguir viva.

«Por favor, no dejes que me arrepienta de esto…».

Se tragó el nudo que tenía en la garganta y cogió la mano que Syn le ofrecía, no muy segura de que su decisión fuera la acertada.

—Por ahora —contestó finalmente.

Él la ayudó la levantarse y fueron juntos hacia la puerta. Syn la precedió por el edificio hasta su nave sin apartar la mano de la culata de la pistola, listo para desenfundar en una fracción de segundo. Llevaba la cabeza gacha, como si escuchara y observara.

Algo que a Kiara la hizo más consciente de sí misma y de lo frágil que era su seguridad. Nunca había visto a aquel hombre tan inquieto, ni siquiera cuando habían estado a punto de volar por los aires.

Para no distraerlo, se mantuvo en silencio hasta que estuvieron a salvo en el caza de dos asientos de Syn y fuera de la órbita del planeta.

—¿Qué le ha pasado a Darling en la cara?

—Le han pegado. Repetidamente —contestó él con una voz cargada de sarcasmo que resonaba desde los auriculares de su casco.

Kiara puso los ojos en blanco.

—¿Quién? ¿Su novio?

Syn soltó un bufido burlón.

—Cruel no es tan estúpido como para liarse con alguien que le pegue y si alguien cometiera ese error, le arrancaría el corazón. Ya sabes… al estilo Nykyrian.

Ella se estremeció ante su crueldad al recordarle lo que había hecho Nykyrian.

—Entonces, ¿qué le ha pasado?

Syn le dio a un mando y la nave comenzó a virar.

—¿Sabes algo de los carones?

—No mucho.

—Bueno, son una raza extraña. No consideran adultos a sus hijos machos hasta que estos llegan a los treinta. A Darling le quedan cuatro años. Mientras tanto, su tío es su tutor y no aguanta que a él no le interesen las mujeres. Siempre que lo pilla relacionándose con hombres, lo visita con los puños.

Kiara hizo una mueca de dolor.

—¿Y por qué lo tolera?

—Resulta que su tío es el Gran Consejero. Si Darling le causa algún problema o lo cabrea de verdad, lo puede meter en la cárcel o en un manicomio, lo que ya ha hecho en el pasado, o incluso ejecutarlo. Si intenta largarse, Arturo lo hace volver cargado de cadenas. Créeme, hemos tratado de sacarlo de ahí muchas veces, pero siempre acaba siendo peor para Darling.

Kiara suspiró. Syn tenía razón. Ni podía imaginarse sus pasados. La brutalidad y el horror.

Su madre había muerto tratando de protegerla y su padre no dudaría en hacerlo también. Lo peor que sus padres le habían hecho era gritarle.

—¿Y su madre? ¿No puede hacer algo?

—En Caron, las mujeres no tienen ninguna autoridad y se las considera niñas perpetuas. Aunque quiere a Darling, no puede hacer nada, y mientras ella no se meta, por lo menos deja en paz al hermano y la hermana pequeños de Darling. Si interfiere, es peor para este. Por no decir que entonces es ella la que recibe las palizas. Así que Darling le ha dicho que no haga nada y se calle cuando le pegan. Como ha dicho, mejor él que su frágil madre.

Kiara apretó los dientes ante esa injusticia.

—¿Así que él paga por todos?

—Sí. El mundo es una mierda, ¿no?

Pero saber eso le picó más la curiosidad sobre la amistad que unía a Darling con ellos.

—Si su tío es tan controlador, ¿cómo es que él trabaja para la Sentella?

—Su tío no lo sabe. Es un poco tonto. Cree que ha contratado a Kip para vigilar a Darling y que hacemos que no se meta en líos.

—Pero si ha contratado a un investigador privado…

—Estos informan de lo que encuentran y si hay algo que hacemos muy bien es manipular las cosas. Nadie sabe lo que pasa verdaderamente dentro de la Sentella.

—¿Te refieres a falsificar documentos?

—Donde tú ves una cosa, yo veo otra.

—¿Y no temes que yo informe de todo esto?

—Primero tienes que vivir e, incluso si lo logras, tendrás que encontrar los informes auténticos para demostrar que los que tienen son falsos. Y, créeme, no podrías.

—¿Y qué hay de Némesis?

—¿Qué pasa con él?

—¿Cómo encaja en todo esto?

—¿De verdad crees que te voy a responder a esa pregunta?

No, no lo creía. Así que cambió a otro tema con el que quizá tuviera más suerte.

—¿Adónde me llevas?

—A casa de Kip.

Kiara no se hubiera sorprendido más si Syn le hubiera pegado un tiro.

—Me sorprende que me deje acercarme.

—A mí también —respondió él.

—Entonces, ¿por qué me llevas? —preguntó, con un cejo de confusión.

—Porque él me lo ha dicho.

—¿Y siempre haces lo que te dice?

—Sin duda.

Esa sencilla afirmación de lealtad hizo que Kiara se callara. Se quedó mirando las estrellas que pasaban a toda prisa, mientras pensaba en todo lo que había visto y averiguado ese día.

Ni siquiera era mediodía y ya se sentía cansada y dolorida. ¿Cómo podían pasar tantas cosas en tan poco tiempo?

¿Y cuánto peor podía llegar a ser? Casi temía formular esa pregunta, incluso a sí misma, por miedo a lo que pudiese venir…

A pesar de todo, vio que se estaba relajando un poco mientras trataba de aceptar la extrema polaridad de los hombres que la rodeaban.

Feroces protectores y despiadados asesinos.

¿Cómo podían ser ambas cosas?

No tardaron mucho en llegar al planeta de Nykyrian. Kiara contempló las retorcidas nieblas naranja y amarillas. Parecía muy tranquilo y aislado. Un pedazo inmaculado de cielo.

Syn aterrizó en el exterior de una casa flotante que era casi tan grande como todo su edificio de apartamentos. Atracó en el muelle y apretó un botón.

—Tenemos que esperar a que se normalice la presión del muelle y se mezcle con atmósfera respirable.

Ella permaneció callada mientras miraba por el muelle, donde había otro caza aparcado. El motor estaba desmontado a su alrededor. Por el estado del aparato y la forma en que se hallaba colocado, se imaginó que sería algún proyecto a largo plazo de Nykyrian y eso la hizo preguntarse si habría restaurado el caza en el que volaba.

El muelle era lo suficientemente grande como para acomodar seis naves y aparte del controlado lío de la nave en reparación, todo estaba impoluto e increíblemente ordenado.

Al cabo de unos minutos, Syn alzó la cubierta y la ayudó a bajar.

Cuando llegaron a la puerta y puso la palma en el escáner, la hizo apartarse.

—Cuidado.

Abrió.

Kiara esperaba una trampa o una alarma, así que se quedó de piedra cuando sobre ellos se abalanzó un enorme lorina. El animal saltó sobre ella y le lamió la mejilla con su larga y áspera lengua mientras tres más bailoteaban a su alrededor.

—Odio estos bichos —dijo Syn y los apartó—. Creen que son perrillos falderos. Baja, Ilyse. —Se soltó del más pequeño—. ¡Baja!

Kiara sonrió y acarició al que le estaba lamiendo el brazo.

—¿Sólo hay estos cuatro?

—Sí. Pero, créeme, cuatro son más que suficientes. Entra como si estuvieras en tu casa. No sé cuándo volverá Kip.

Syn fue paseándose por la casa encendiendo las luces con un mando.

—Esta es la cocina —explicó, mostrándole el enorme espacio blanco y reluciente a la derecha de la puerta.

Era el sueño de un chef, con unos fogones industriales de acero, enormes unidades de refrigeración y un conjunto completo de sartenes y ollas que colgaban de ganchos del techo. Los cuchillos estaban alineados en simetría perfecta a lo largo de la pared, en una barra imantada.

Syn fue hacia una brillante escalera negra.

—La habitación de Kip está subiendo esta escalera. —Alzó el mando a distancia para mostrárselo—. Todo en la casa se controla con esto. Puedes hacer transparente el techo para ver el cielo y lo mismo la pared de arriba, donde duerme Nykyrian. —Apretó un botón y, como había dicho, el techo se volvió transparente y se vieron las brillantes estrellas titilando en el cielo.

—¡Qué hermoso!

Syn la guio hacia el salón principal, que a un lado tenía una sala de entretenimiento y al otro una de ejercicio. En la parte trasera había un estudio más otra sala de informática, además de dos cuartos de baño, otros dos dormitorios, una enorme biblioteca, una sala de armas y un patio cubierto. Todo estaba inmaculado y era de lo más moderno y vanguardista. No se había reparado en gastos para construir o mantener la casa.

—Es un lugar impresionante —murmuró Kiara, boquiabierta ante los suelos de mármol con calefacción interna y los ribetes de pan de oro—. No pensaba que Nykyrian tuviera tanto dinero.

—El asesinato es un negocio rentable —contestó Syn encogiéndose de hombros.

Ella se tensó ante la evidente pulla.

—¿Por qué estás siendo tan cruel?

—¿Quieres que te sea sincero? Porque me creí tus mentiras cuando las soltabas y no suelo cometer ese error. Debería haberme hecho caso a mí mismo, porque al final eres como cualquier otro estúpido moralista de los que hay por ahí, que se atreve a llamarnos crueles e insensibles.

Kiara se quedó muda ante esa injustificada condena.

—Nunca te he mentido.

—Claro que sí; dijiste que podías ver cómo éramos en realidad, que no éramos tan malos como decíamos. Pero no es cierto y, como el resto del mundo, mientras arriesguemos la vida para protegerte, nos aguantas. Pero en cuanto tenemos que tomar una decisión que nos imponen, en cuanto ves en qué nos ha convertido nuestro pasado, te horrorizas ante la verdad y nos odias como si hubiéramos podido elegir lo que somos.

—Todo el mundo puede elegir.

—No, princesa, no todo el mundo —replicó él con desdén—. Algunos no tenemos alternativa. La vida y las circunstancias pueden destrozar hasta el alma más fuerte. Por muy pura e inmaculada que creas ser, te aseguro que también tú puedes hundirte en la oscuridad como nos pasó a nosotros.

Ella no creía sus excusas. Todo el mundo tenía el control de lo que hacía. Era uno de los principios que su padre le había inculcado. Toda elección era de la persona que la realizaba y lo mínimo que podían hacer era ser lo suficientemente hombres como para aceptar la responsabilidad de haberse convertido en los monstruos que eran.

—Nykyrian abandonó la Liga. Podía haber dejado de matar en cuanto quisiera.

—Y de haberlo hecho, princesa, tú ya estarías muerta y yo también. —Los ojos le destellaban de furia al acercarse a ella—. Créeme, chica, nadie puede correr tan lejos o huir tan rápido de su pasado como yo lo hice. Y aun así, en un momento, una jodida puta lo sacó todo a la luz y lo dejó a mis pies. Aunque había conseguido salir del arroyo arrastrándome con uñas y dientes, darles la espalda a todos y a todo lo que había conocido y convertirme en alguien respetable; aunque había enterrado mi pasado en un hoyo tan profundo que pensaba que sería inalcanzable, no importó. Seguía siendo una mierda para el mundo y, en cuanto la mujer a la que había vendido mi alma vio lo que había sido, me arruinó la vida y me dejó con nada más que la ebria amargura que ahora ves. ¿Quieres saber por qué bebo? Porque no puedo escapar de mi pasado y odio lo que soy. Lo que me vi obligado a soportar para sobrevivir.

»Odio esta puta vida y, sobre todo, odio a la gente como tú, que no pueden ver más allá de sus narices. —La recorrió con una mirada cáustica—. Nos juzgas sólo por un acto, sin ver todo lo demás. Maldita seas por eso, Kiara Zamir. Si hubiera sabido que eras como los demás, te habría dejado encadenada en la nave de Chenz. —Hizo una mueca de asco y se volvió hacia el pasillo—. Haz lo que te dé la gana, pero aléjate de mí.

Esas palabras fueron como puñetazos. Ella quería ir detrás de él y disculparse, pero estaba demasiado enfadada consigo misma como para hacerlo. Además, no había hecho nada malo. Cualquiera se hubiera horrorizado al ver cómo Nykyrian acababa con todos aquellos hombres.

Y como no sabía de lo que Syn era capaz, ni si podía ser peor que Nykyrian, decidió que lo mejor sería dejarlo tranquilo.

Así que se fue a la biblioteca a ver si encontraba algo que le apeteciera leer. Al encender la luz, se quedó parada ante la variedad de idiomas representados en los negros estantes que cubrían las cuatro paredes del suelo al techo. Pasó los dedos por los lomos de cuero hasta llegar al aparador de los trofeos.

Entonces se quedó boquiabierta. Había trofeos de tiro, vuelo, arquería, lanzamiento de cuchillo y traducciones a otras lenguas, además de placas de encomio por sus servicios a la Liga. Pero lo más sorprendente era su certificado de nombramiento:

«Al más joven que jamás ha alcanzado el rango de comandante Asesino».

Las palabras la impresionaron. Pero más que las palabras lo hizo el hecho de que, al igual que en los otros premios, en el certificado no había nombre. Todos le habían sido otorgados al Híbrido Andarion.

«Híbrido Andarion…».

Ni siquiera aquel frío trozo de papel reconocía que Nykyrian fuera humano…

Híbrido Andarion era también lo que ponía en el certificado final de la prestigiosa Academia Pontari de la Liga. Una triste sonrisa curvó los labios de Kiara al ver una indicación de que se había graduado con honores y como primero de clase.

Pero le dolió en el alma saber que nadie se había molestado en darle un nombre.

Esa dura realidad la hizo salir de la biblioteca con una mueca de dolor en el rostro. En el pasillo, se detuvo fuera la puerta trasparente de la sala de armas. Nunca había visto una colección más completa. Una evidencia de su brutal oficio.

Apretó los dientes y fue por el pasillo hacia la sala de entretenimiento.

Syn estaba en el despacho, ante un ordenador.

Decidida a evitarlo, se metió en la sala y cerró la puerta. Quizá encontrara algo con lo que distraerse que la hiciera olvidar aquel día de pesadilla.

Sin ventanas, la sala estaba pintada de un color marrón oscuro bordeado de negro. Había altavoces negros en las paredes, pero ningún cuadro; lo cierto era que Nykyrian no tenía nada en las paredes. Resultaba curioso, dada la enorme colección de arte de Syn.

Había un sofá marrón, oscuro y largo, ante una enorme pantalla. El reproductor y el armario se hallaban a la derecha.

Suspiró profundamente y fue hacia el armario, abrió las puertas de cristal y rebuscó entre la colección de discos de Nykyrian.

Sonrió de medio lado al ver que había varios de sus anteriores espectáculos. No le había mentido al decirle que era admirador suyo. Por alguna razón absurda, sintió una leve euforia.

Pero como no aguantaba verse actuar, porque lo único que lograba era encontrar fallos en todo lo que hacía, los apartó y siguió mirando qué más tenía.

La mayoría de los discos eran películas de acción o terror y programas de crímenes auténticos, que ella no soportaba mirar.

Pero bajo esos…

Vio una caja etiquetada como privada. La abrió y el corazón se le detuvo. Las luces del techo hacían que los discos destellaran con un brillante arcoíris. Su conciencia le dijo que los guardara, que no tenía ningún derecho a curiosear en su pasado, pero la tentación era demasiado fuerte. Los discos privados de ella eran de recitales y de fiestas de cumpleaños. ¿Qué habría en los de él?

Kiara dejó a un lado su conciencia y metió en la máquina los que tenía en la mano. Cogió el mando a distancia y encendió el visor. Se dejó caer en el sofá para ver cuáles serían los horribles secretos de Nykyrian.

El primer vídeo era de una estéril sala de hospital. Kiara no estaba segura de quién o qué estaba en la cama, atado con correas acolchadas en las muñecas y los tobillos. Ni siquiera podía distinguir el sexo o la edad del paciente. Este tenía una máscara de cuero sujeta al rostro, que le tapaba todo menos los ojos. La cabeza era calva, y una doctora tomaba notas mientras el tenso paciente la observaba con mirada inquieta.

Ella fue a tocarle la pierna, pero con un rugido de rabia, el paciente trató de apartarse.

—Tranquilo, chico. No te voy a hacer daño.

Él gritaba y se sacudía como un animal salvaje, sin prestar atención a sus palabras.

—¿Por qué no lo seda?

La doctora se volvió mientras Huwin Quiakides entraba en la habitación. Era alto y esbelto y más joven de lo que Kiara lo recordaba. En su hermoso rostro había una mirada fría y calculadora.

—Lo he intentado antes y ha sufrido ciertos efectos secundarios… interesantes.

Kiara se quedó horrorizada al darse cuenta de que el paciente era Nykyrian de niño.

El comandante se acercó a la cama y miró la máscara de cuero.

—Pensaba que le íbamos a quitar eso.

—Lo hemos intentado.

—¿Pero?

—Hace tanto tiempo que la lleva que hay partes que se le han fundido con la piel. Es como si se le hubiera injertado en la cara. —Se acercó más para mostrarle algo al comandante—. Como puede ver, también hay piel infectada alrededor. Para quitársela hará falta una pequeña intervención quirúrgica y, por el momento, no sabemos cómo dormirlo con anestesia normal.

Kiara sintió náuseas al darse cuenta en ese momento de dónde procedían las cicatrices del rostro de Nykyrian.

—Entonces, quítensela despierto.

Ella notó que el estómago le daba un vuelco al oír esa despiadada orden.

—Sí, señor —contestó la doctora, tomando nota.

Huwin fue a tocarle la cara a Nykyrian.

Este se sacudía con fuerza, tratando de apartarse o de atacar, no se sabía. Pero lo que sí era innegable era su rabia feroz.

—Mírelo —dijo Huwin sonriendo—. Como un animal salvaje tratando de despedazarme. No podría haber encontrado un espécimen mejor.

La doctora tragó saliva.

—Comandante, no estoy muy segura de sus planes respecto a él.

Huwin se volvió hacia ella con una expresión tan severa que la mujer dio un paso atrás.

—¿Qué quiere decir?

—Está muy… —se detuvo como si tratara de buscar la palabra adecuada—… estropeado.

—Y usted lo arreglará.

La doctora parecía escéptica.

—Señor, creo que no se da cuenta de todo lo que le han hecho. Ha sufrido múltiples fracturas en un período de varios años y ninguna se le recolocó. Sólo el brazo derecho se le tendrá que romper en ocho lugares para recolocárselo. Podría ser que nunca le llegara a funcionar. —Alzó los dedos de Nykyrian, aunque este trataba de impedirlo—. Le han arrancado las uñas. Supongo que debían de ser andarion, y por eso lo hicieron, pero para un andarion, dejarlo sin uñas es como amputarle un miembro. Tiene los dedos totalmente deformados y ni siquiera puedo decirle las veces que le han roto las manos. Parece que alguien se las hubiera pisoteado repetidamente. Como puede ver por sus movimientos, ni siquiera puede cerrar el puño.

Mientras Kiara se sentía enferma al oír eso, el comandante parecía totalmente indiferente.

—Todo eso se puede arreglar. ¿Hay algo más?

—Sólo grave desnutrición, deshidratación y hambre.

¿Sólo? Kiara negó con la cabeza ante el tono de la mujer.

Huwin le entregó un pequeño collar.

—Asegúrese de ponerle esto en cuanto pueda.

—¿Qué es?

—Es el collar de adiestramiento que empleamos con los soldados de la Liga. Hará que no tengamos que atarlo —explicó y le dio también una pequeña caja plateada—. Y lo quiero con el localizador puesto lo antes posible, por si intenta escapar.

—Sí, señor —contestó la mujer con una inclinación. Luego se marchó, dejando al comandante a solas con Nykyrian.

Huwin cogió el informe que la doctora había depositado en la mesilla y sonrió desagradablemente al leer las notas.

—Padres desconocidos. Hum… Me pregunto si sabes algo de eso…

Nykyrian no contestó. Sólo lo miró con profundo odio.

El comandante esbozó una sonrisa cruel.

—Tú, híbrido, vas a ser el mayor legado que podría dejar a la Liga. Cuando acabe contigo, nadie se te podrá comparar en habilidad y brutalidad. —Fue a coger la máscara.

Nykyrian se encabritó y luchó como pudo.

—Mírate —exclamó el comandante, riendo—. Pero si ya casi lo eres.

Incapaz de aguantar más, Kiara pasó al siguiente disco.

En él se veía a Nykyrian a los doce o trece años, en la escuela. Estaba sentado solo bajo un árbol, leyendo de una pantalla electrónica. Por todas partes había más chicos, charlando y riendo.

Vestido con ropa negra y sencilla y con el cabello casi blanco muy corto, se le veía guapo, excepto por el lado izquierdo del rostro, donde tenía moratones antiguos. Las cicatrices del rostro, consecuencia de la retirada de la máscara de cuero, eran un poco más marcadas que las que Kiara le había visto de adulto.

Tiraban a un chico al suelo cerca de él.

—Venga, nadico, danos tus créditos.

Kiara se encogió ante la dura negación de la hombría del chico.

Este se estremeció y trató de escapar.

—Déjame en paz, Aksel. Ya te lo he dado todo esta mañana.

—¡Y una mierda! —Aksel le dio una fuerte patada en la entrepierna.

El otro comenzó a llorar mientras trataba de alejarse a rastras.

—¡Déjame a mí! —gritó otro chico, que llegó corriendo para patearlo en el mismo sitio. Era Arast.

Cuando este fue a darle otra patada, Nykyrian se lanzó sobre él y lo envió volando.

Aksel se volvió hacia él riendo.

—El monstruo no tiene bastante. ¿Qué pasa, acaso la paliza de anoche no fue suficiente?

Nykyrian fue hacia él, pero Aksel alzó el brazo para mostrarle una pulsera de control.

—Sabes que no puedes pegarme, gilipollas. No mientras lleves un collar como un perro —se burló. Luego miró a Arast, a quien Nykyrian había tirado—. A por él, Ari.

Este se lanzó sobre Nykyrian, que ya no podía defenderse.

Kiara no podía respirar al ver el violento odio de sus dos hermanos mientras lo pateaban y golpeaban.

Parecía que no iba a acabar nunca, hasta que un profesor llegó para pararlos.

—¿Qué está pasando aquí?

Aksel señaló al chico al que había atacado al principio.

—El híbrido se estaba metiendo con Terence. Arast y yo le hemos hecho parar.

Nykyrian se incorporó hasta sentarse. Sangraba por la nariz y la boca. Pero tenía los ojos completamente secos. Se pasó una temblorosa mano por la nariz, lo que le dejó la mejilla llena de sangre.

El profesor cogió a Nykyrian del brazo y lo obligó a levantarse.

—¿Qué te hemos dicho sobre pelearse? —le preguntó.

Él clavó la vista en Aksel y Arast, pero no dijo nada para defenderse.

—Deberíais llamar a vuestro padre y contárselo. Dijo que quería que se lo notificaran si el híbrido se volvía a meter en líos.

El rostro de Nykyrian palideció bastante.

—No se preocupe, lo haremos.

A Kiara la desconcertó la actitud de Nykyrian. ¿Por qué no decía la verdad? ¿Por qué no contaba Terence lo que había pasado? ¿Acaso no podían haber mirado ese vídeo?

En vez de eso, se llevaban a Nykyrian a la oficina del director, donde le pegaban con una raqueta de metal.

Y cuando llegaba el comandante, cogían del pelo a Nykyrian, aun sangrando, para ponerlo en pie. Él ni siquiera hacía una mueca de dolor. El comandante agradecía al personal que lo hubieran informado de lo que había pasado.

—Espera que lleguemos a casa —le advertía a Nykyrian en un tono tan amenazador que a Kiara se le puso el vello de punta.

Pero era la vacía resignación en el joven rostro de él lo que hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Dios, ¿qué más habría sufrido?

Cambió de disco.

En ese, Nykyrian también estaba en la escuela. Era un plano de la cafetería de la academia. Aunque estaba llena de alumnos, él estaba sentado solo en un rincón, sin nadie cerca, comiendo un sándwich mientras leía en la misma pantalla electrónica, que tenía apoyada en la mesa ante él.

Llevaba afeitado un lado de la cabeza y una hilera de puntos le cubría la piel desde lo alto de la oreja hasta la ceja. Tenía enyesado el brazo derecho, que le colgaba de un cabestrillo azul oscuro. Tenía muy mal aspecto y por sus lentos movimientos y las muecas mientras leía, resultaba evidente que estaba sufriendo mucho dolor.

En cuanto acabó de comer, se levantó y se encaminó con la bandeja a la ventanilla de lavado. Sólo había dado unos pasos cuando Arast se puso a su lado y lo golpeó con fuerza en el brazo herido.

Nykyrian ahogó un grito mientras la bandeja y su contenido volaban por los aires.

—Mira por dónde vas, monstruo —le soltó el otro, y se echó a reír mientras se reunía con Aksel en una mesa cercana.

El intenso dolor era evidente en los rasgos de Nykyrian mientras se agachaba para limpiar el estropicio.

Un andarion alto y esbelto se acercó a ayudarlo. Kiara tardó un segundo en reconocer a Hauk de muchacho.

Nykyrian le apartó las manos.

—Déjame que te ayude —dijo el otro en un tono sincero.

—No soy tan tonto como para volver a tragarme ese truco —replicó Nykyrian con una mueca de desprecio—. Apártate de mí.

Acabó de recoger la basura y su pantalla y luego se puso en pie. Dedicó una larga y dura mirada de odio a Hauk antes de ir hacia la ventanilla.

El andarion lo contempló con una expresión de tristeza.

—¿Qué diablos estás haciendo, Dancer?

Kiara hizo una mueca de disgusto al ver al príncipe coronado de Andaria. Siempre había odiado a ese altivo gilipollas. Tenía algo que le daba repelús.

Hauk le hizo una ligera reverencia.

—Me salvó la vida, majestad. Sólo trataba de devolverle el favor.

Jullien arqueó una despectiva ceja.

—Será mejor que recuerdes dónde reside tu lealtad, plebeyo. O si no, te encontrarás compartiendo su suerte.

Kiara se estremeció y miró el mando que tenía en la mano.

—Vamos, debe de haber algún momento bueno en alguna parte. —Saltó hacia otro fichero al azar.

Esa vez, Nykyrian era algo mayor. Tendría unos quince o dieciséis años. Estaba entrando en una casa con una hermosa mujer mayor a su lado. A Kiara le resultaba vagamente conocida, pero no sabría decir quién era.

De nuevo, el rostro del chico mostraba golpes y llevaba el brazo como si volviera a tenerlo herido. Tenía más moratones en el cuello y parecía no haber dormido en días. Sus movimientos eran lentos y metódicos, como lo habían sido la noche anterior en el apartamento de ella. Se dio cuenta que era la forma en que se movía cuando estaba gravemente herido.

La mujer cerró la puerta tras ellos.

—Ve arriba y dúchate. Llamaré al médico.

—Gracias, lady Quiakides —dijo él y le hizo una leve y torpe reverencia.

Kiara sonrió al darse cuenta de que aquella mujer era la madre adoptiva de Nykyrian. Su rostro parecía bondadoso mientras lo observaba ir hacia la escalera.

Bueno, al menos había alguien que parecía tratarlo con amabilidad.

Pero Nykyrian no había empezado a subir cuando aparecieron Aksel y Arast. Aksel desde la escalera y Arast desde la habitación contigua, para atraparlo entre ambos.

La expresión de Nykyrian era de furia contenida.

Aksel le dio un bofetón en la mejilla, con tanta fuerza que a Nykyrian se le fue hacia atrás la cabeza. El deseo de matar que reflejaban sus ojos debería haber asustado al otro, pero resultaba evidente que llevaba años torturándolo sin consecuencias, así que no temía sus miradas.

—Bueno, mira lo que nos ha traído mamá. ¿Qué tal en la cárcel, eh, bicho raro?

Nykyrian trató de pasar, pero Aksel no le dejó.

Lo empujó hacia Arast.

—Venga, dinos. Quiero saber cuántos presos te la han metido hasta el fondo.

La furia ensombreció los ojos de Nykyrian ante esa vulgar expresión. Se lanzó hacia Aksel, pero sólo consiguió dar dos pasos antes de gritar.

Arast tenía el mando de su collar en la mano y se reía.

—Me encanta tu collar eléctrico, perro. Ladra para mí. —Giró el dial.

Nykyrian cayó de rodillas, jadeando y tratando de arrancarse el collar del cuello.

—¡Ari, para! —gritó su madre e intentó cogerle el mando.

—¡Que no pueda moverse! —chilló Aksel con una risa cruel, mientras le daba a Nykyrian una patada en el brazo herido.

Arast esquivó a su madre y puso el dial al máximo.

Por primera vez, Kiara vio lágrimas en los ojos de Nykyrian mientras estaba tendido en el suelo, incapaz de moverse. El collar zumbaba malévolo y ella sólo podía tratar de imaginarse el dolor que le estaría causando al muchacho, que lo único que podía hacer era soportarlo.

Finalmente, la madre consiguió cogerle el mando a Arast y lo apagó. En ese mismo instante, el comandante entró en la casa, dando un portazo.

Miró a su esposa como si estuviera a punto de pegarle.

—Te dije que lo dejaras en la cárcel. ¿Cómo te atreves a actuar así a mis espaldas?

—Es sólo un niño, Huwin. No debería estar en una celda con los peores criminales. Dios mío, deberías haber visto cómo lo tenían y desnudo. Eso era completamente innecesario para un chico de su edad.

—No es un chico. Es un animal —replicó su marido; cogió a Nykyrian por el pelo y lo hizo ponerse en pie mientras le rebuscaba en la ropa.

—¿Dónde está?

—Yo no lo cogí, señor.

El comandante le dio tal bofetón que le partió el labio y lo hizo sangrar por la nariz.

—No me mientas. —Lo sujetó por el cuello y le estrelló la cabeza contra la pared. Cuatro veces.

Kiara se tapó la boca para controlar la náusea de horror.

¿Qué habría hecho para provocar tanta furia?

Nykyrian no reaccionó en absoluto mientras el comandante lo tiraba al otro lado de la sala, con tanta fuerza que Nykyrian tropezó y atravesó una puerta de cristal que había en el lado opuesto del vestíbulo. El cristal saltó hecho pedazos y lo cubrió de fragmentos. Estaba lleno de sangre cuando trató de ponerse en pie.

—¡Para, Huwin! —Lady Quiakides se interpuso entre su marido y el chico, que fue levantándose lentamente. Jadeando, se apoyó en el marco de la puerta con una mano ensangrentada.

El comandante dedicó a su esposa una mirada cargada de furia.

—No te metas en esto, Terraga. No permitiré un ladrón en esta casa. ¡Nunca!

Su esposa se negó a ceder.

—¿Y para qué, en nombre de los dioses, robaría el híbrido el anillo de un príncipe? ¿Qué iba a hacer con él?

El híbrido. Ni siquiera ella tenía un nombre para él.

Kiara se estremeció.

—No me importa por qué lo hiciera. No permitiré que se me avergüence así. Y menos después de recoger su culo de mestizo y darle de comer y vestirlo.

Nykyrian contempló al comandante sin una sola lágrima, aunque sangraba profusamente.

—Yo no lo cogí, señor. Lo juro.

El hombre lo agarró, lo lanzó contra la pared y volvió a registrarle la ropa.

Terraga apartó a su marido.

—Ya le han hecho dos registros completos de cavidades corporales y le han requisado todo lo que tenía. No han encontrado nada.

—¿Por qué iba a mentir el príncipe? —preguntó el comandante y se volvió hacia Nykyrian—. ¿Tienes una respuesta?

—No, señor.

Aksel soltó un bufido de burla.

—Seguramente, el animal se lo dio a la chica que le gusta.

—¿Qué has dicho? —preguntó su padre, volviéndose hacia él.

—La hija del embajador Brill. Los vi bailando juntos cuando se suponía que el híbrido debía estar vigilándola.

El pánico en el rostro de Nykyrian era inconfundible.

Y también la furia del comandante.

—¡Dejadnos solos!

Terraga lanzó una mirada de compasión a Nykyrian antes de ir hacia la parte trasera de la casa. Arast y Aksel parecían satisfechos y encantados mientras subían la escalera.

Nykyrian se quedó mirando el suelo, apretándose el brazo izquierdo contra el costado, con el rostro impasible. Era como si supiera que era mejor no pedir clemencia, ya que sabía que no la recibiría.

—¿Es eso cierto?

Nykyrian tragó saliva.

—Ella sólo quería alguien que bailara con ella una canción en la que necesitaba un acompañante. Sabía que yo no la tocaría de ninguna forma inapropiada. Es la única vez que he estado cerca de ella. Lo juro —dijo, con la voz temblorosa de pánico—. Hice mi trabajo, señor. La protegí y no le puse las manos encima.

Con el rostro contorsionado de furia, el comandante se acercó a un paragüero que había junto a la puerta y que contenía también tres bastones. Cogió el más grueso y volvió con Nykyrian, que se tensó. El hombre se dio en la palma con la pesada bola de plata del mango.

—¿Qué te he dicho?

—Soy un animal indigno de estar en compañía de humanos.

Kiara sintió que esas palabras, y el tono vacío con que las decía, la desgarraban por dentro.

—¿Y por qué no tienes nombre?

—No merezco tenerlo.

El comandante asintió aprobador.

—De rodillas.

Nykyrian vaciló un instante antes de obedecer. Luego se puso a cuatro patas, tratando de no apoyar el peso en el brazo herido.

El comandante dejó caer brutalmente el bastón sobre la espalda del chico.

—¿Y qué más te he dicho?

La voz de Nykyrian sonaba tensa por el dolor.

—Estoy aquí sólo por su bondad y debería estarle agradecido por todo lo que le ha dado a un monstruo como yo.

Otro golpe.

—¿Y?

—Haré lo que se me ordene. No lo avergonzaré de ninguna manera.

—Ahora repítelo todo.

Nykyrian lo hizo, pero no bastó para salvarlo de los golpes, que le fueron cayendo hasta que fue incapaz de aguantarse en pie.

El comandante lo hizo volverse de una patada y le puso el pie en el cuello.

—Si alguna vez te encuentro de nuevo con una mujer, acabaré lo que empezaron contigo en el orfanato. No permitiré que otro híbrido como tú viva. Si alguna vez vuelves a mostrar esa flaqueza, yo mismo te caparé. ¿Lo has entendido?

—Sí, señor.

—Ahora levántate y limpia todo esto. Tienes veinte minutos. —Le dio una última patada antes de marcharse.

Nykyrian estaba temblando cuando se levantó. La esposa del comandante entró en el vestíbulo, pero no dijo nada mientras lo observaba limpiar el estropicio.

—No puedo llamar al médico para que te vea. Él no me lo permitiría.

Nykyrian inclinó la cabeza con respeto.

—Gracias, señora.

La mujer se fue de nuevo, con la mirada cargada de tristeza.

Kiara tenía ganas de gritar ante la pura agonía de la existencia de Nykyrian. Con miedo del siguiente archivo, apretó el botón y contuvo el aliento.

Lo que vio la dejó tan parada que se le cayó el mando de la mano. Nykyrian debía de tener algo más de veinte años. Estaba desnudo en la cama, con una mujer despampanante. Por su piel sudorosa y su aliento entrecortado, pudo ver que acababan de tener sexo.

Tumbado a su lado, Nykyrian se volvió hacia ella y le tocó el brazo. La mujer lo apartó de un empujón.

—Ya te puedes ir.

—Pero pensaba… —dijo él con el cejo fruncido.

—¿Qué? ¿Que íbamos a mantener una relación? —Ella se echó a reír—. Tan sólo tenía la morbosa curiosidad de saber cómo sería acostarse con un híbrido. Ahora lo sé. Eres más humano que andarion y eso no es un cumplido. Ahora, lárgate, y si le cuentas esto a alguien, comandante, te arruinaré la vida. Recuerda quién tiene más rango.

El rostro de Nykyrian no mostraba la más mínima emoción cuando se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Pero sus ojos…

Kiara tuvo ganas de gritar del dolor que se reflejaba en ellos.

Se inclinó para coger el mando y apretó de nuevo el botón. El siguiente vídeo parecía anterior en el tiempo. Nykyrian se veía más joven que en el último, pero era difícil decir exactamente su edad. Quizá tuviera unos dieciocho o diecinueve años. Llevaba el largo cabello trenzado y vestía el uniforme completo de la Liga.

Caminaba con su paso lento y metódico entre las sombras de un callejón. Hasta que no pasó bajo una farola, Kiara no pudo ver por qué.

Estaba sangrando profusamente. Tanto su rostro como su cuerpo parecían haber recibido el ataque de un machete.

Se detuvo y se apoyó en la pared. Otra sombra se movió. Nykyrian se volvió tan rápido que Kiara no supo qué estaba pasando hasta que lo vio sujetar a un adolescente más joven que él atrapado bajo la rodilla, mientras le ponía un cuchillo en el cuello.

El otro ni siquiera parpadeó al mirarlo.

—Hazlo —gruñó.

Dios santo, era Syn…

Nykyrian se echó hacia atrás y lo soltó. Sacó la cartera y se la tiró.

—Cógela. Pareces necesitarla mucho más que yo.

Syn lo miró ceñudo y con miedo mientras se apretaba la billetera contra el pecho, como si esperara que fuera un truco.

Nykyrian se apartó y se sentó entre las sombras.

Syn rodó, se puso en pie y echó a correr con la cartera apretada en el puño. Sólo había dado unos tres pasos cuando se detuvo y se volvió a mirar a Nykyrian, que tenía los ojos cerrados mientras la sangre formaba un charco alrededor.

El dilema en aquellos ojos oscuros era desgarrador. Al final, se metió la cartera en el bolsillo y regresó con Nykyrian, Cuando llegó, este desenfundó la pistola y lo apuntó a la cabeza.

—Lárgate, rata.

Syn le apartó la pistola de un manotazo.

—Si no te ayudo, vas a morir.

—No me importa —respondió él mientras enfundaba la pistola.

—Por lo general, a mí tampoco, pero tú, cabrón, me has hecho un favor y no me gusta dejarlos sin pagar. Podrías haberme matado y no lo has hecho. Ahora, levántate. Conozco a alguien que puede ayudarte.

Con la cabeza inclinada hacia la pared, Nykyrian lo miró con expresión vacía.

—Coge el dinero y lárgate.

Pero Syn no lo hizo.

En vez de eso, lo ayudó a ponerse en pie.

—Vamos.

Nykyrian dudó.

—Espera… Mi localizador. Se me ha caído de la muñeca. Debo recuperarlo.

Syn lo soltó para recoger el artilugio del suelo, donde estaba cubierto de sangre.

—¡¿Qué estás haciendo?!

Kiara dio un brinco ante el furioso rugido de Nykyrian, a su espalda. Nunca le había oído un tono igual. Siempre se mostraba tan calmado, pero en ese momento…

Al volverse hacia él, le vio los ojos inyectados en sangre. Las mejillas le comenzaron a arder al haber sido pillada metiendo las narices donde no debía.

Nykyrian se apresuró a apagar el visor.

—¿Cómo te has atrevido?

Ella apartó los ojos, culpable.

—Sólo quería ver cómo eras de niño. No tenía ni idea… Lo siento mucho.

Él se pasó las manos por el bíceps mientras continuaba mirándola furioso. Kiara habría jurado que temblaba.

—Nunca, nunca vuelvas a coger uno de mis archivos personales. O juro por los dioses que te mato. —Se marchó de la sala hecho una furia.

Abatimiento, culpa y dolor por él la consumían, mientras seguía sentada con el mando en la mano.

Entendía perfectamente por qué ocultaban su pasado. Y eso que ella sólo había visto unas pocas escenas.

Nykyrian las había vivido y las había sufrido; aquellas y quién sabía cuántas más. No como un observador horrorizado, sino como el receptor del dolor y el odio del mundo. ¿Cuánto más había y cuánto peor era?

No era raro que hubiera hecho un comentario sobre que no le gustaba su amante…

Syn tenía razón. El dolor de ella, por muy intenso que fuera, no podía compararse con el de ellos. A Kiara sus padres la habían protegido, amado, adorado.

Nykyrian en cambio no había tenido a nadie.

Ni siquiera un nombre.

«Y yo lo he condenado por matar a alguien que lo había torturado cuando él era incapaz de defenderse…».

Alguien al que nunca había hecho daño, aunque debería haber aplastado a Arast mucho antes. Y la única razón por la que lo había hecho era para que ella estuviera segura.

Después de haber visto de lo que él era realmente capaz, Kiara se dio cuenta de una cosa: Nykyrian nunca había perseguido a Aksel y Arast para matarlos por lo que le habían hecho… eso decía mucho más de su carácter que lo que había hecho ese día en el hangar.

Se sintió llena de arrepentimiento.

«Soy tan estúpida…».

Había visto su amabilidad. La forma en que la había consolado cuando ella lloraba. La forma en que la había cuidado en el apartamento de Syn.

No era un monstruo. Era un hombre al que todos en su vida habían maltratado.

«Yo no lo haré».

Suspiró profundamente y fue a buscarlo para pedirle perdón por todo.

Vaciló un instante en el pasillo, antes de entrar en la sala.

Nykyrian estaba sentado ante el escritorio, con la cabeza entre las manos y el aspecto más triste que ella le había visto nunca. Miró alrededor buscando a Syn, pero este debía de haberse marchado.

Sin saber muy bien qué esperar, se acercó y se arrodilló junto a su silla.

—Lo siento mucho, Nykyrian. No era mi intención entrometerme.

Él contempló su expresión de disculpa y tuvo ganas de maldecir. No podía creer que hubiera encontrado esos archivos. Recuerdos amargos y dolorosos lo asaltaron. Todas las veces en su vida que había necesitado a alguien con quien hablar, a alguien que lo abrazara, pasaron ante sus ojos y tuvo ganas de llorar.

Pero ¿de qué le serviría?

No era más que un pedazo de mierda.

Pero mientras contemplaba el dolor en el rostro de Kiara al mirar, no vio ni desprecio ni condena. En sus hermosos ojos, sólo vio el sincero interés que siempre había ansiado.

Ella lo miraba como si fuera humano.

Algo en su interior cedió bajo el peso de su mirada. Qué fácil sería confiar en aquella persona. Deseaba ser capaz de confiar en alguien.

Aunque sólo fuera una vez.

Pero sabía que era imposible. Como ejemplo, estaba lo que Mara le había hecho a Syn. No se podía confiar en la gente. Mataban por un simple crédito. Acabarían con la vida de otra persona por algo tan mezquino como unos sentimientos heridos.

La gente era cruel y fría.

Lo sabía por propia experiencia; sin embargo, aun así no prestó atención a su voz interior ni a todas las advertencias que esta le gritaba.

Por primera vez en su vida, escuchó a su corazón.

Y fue a tocarla.