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Bredeh viene a por ella —le dijo Nykyrian a Syn en ritadarion, para que Kiara no pudiera saber lo que pasaba… aún.

Alzó la vista cuando ella se les unió.

—¿Crees que pondrá una bomba en el edificio? —preguntó Syn.

—No lo sé —contestó él—. Está completamente loco y nos quiere pillar a los dos. De una forma u otra, tenemos que sacarla de aquí. Llama a su padre por una línea segura, dile que tiene menos de media hora para venir y verla antes de que nos marchemos.

Syn asintió y fue a hacer lo que le decía.

Nykyrian le hizo un gesto a Kiara para que se acercara.

Ella dudó un momento.

Él cogió su ordenador y le escribió: «Tenemos razones para pensar que nos están escuchando. Coge ropa para varios días. Tenemos que irnos rápido».

Kiara se asustó al leer la nota.

—Oh, Dios —susurró antes de correr hacia su habitación.

Temblaba de miedo. ¿Quién los estaría escuchando? ¿Sería el misterioso Aksel?

¿O alguien aún peor?

Abrió la puerta de su dormitorio y oyó a Syn discutiendo con su padre por el comunicador que había junto a la cama. En la pantalla vio la preocupación en el rostro del hombre, que miraba a Syn muy serio. Un sudor frío le heló las manos.

Entró en el ángulo de la cámara e interrumpió la larga lista de lo que su padre pretendía hacerle a Syn.

—Papá, todo va bien. Confío totalmente en ellos.

—Yo no —gruñó él, fulminando a Syn con la mirada—. Y no entiendo por qué tienen que llevarte a un lugar que yo no sepa.

—Entonces, confía en mi instinto —insistió Kiara y le puso a Syn una mano en el hombro para demostrar sus palabras.

En vez de tranquilizar a su padre, el gesto pareció hacerlo hervir de rabia.

—¡No te atrevas a llevártela hasta que yo llegue allí o desearás no haber salido del agujero en que te escondías! —Y cortó la transmisión.

—Vaya —exclamó Syn—. ¡Menudo hueso!

—Está preocupado por mí.

Syn se rascó la incipiente barba de la mejilla.

—Sí, bueno, lo que necesita es un par de copas.

Antes de que ella pudiera contestarle, Nykyrian apareció en la puerta y le lanzó a su amigo su pistola de rayos.

—El ataque ya ha empezado —anunció.

Kiara se quedó helada.

Nykyrian se apartó mientras Syn corría hacia la entrada.

—Tengo miedo —susurró ella y casi esperaba desmayarse en cualquier momento.

Nykyrian le tocó el brazo para calmarla.

—No lo tengas. Tienen que pasar antes por mí y no soy un obstáculo fácil.

—Sí, pero estás herido.

—No importará —respondió. Cogió la pistola con la mano izquierda y le tendió la derecha.

Que él la dejara tocarlo la sorprendió y le indicó lo muy peligrosa que era la situación. Aunque tampoco antes había dudado de que lo fuera.

Sin vacilar, puso la helada mano en la suya, grande y enguantada.

Nykyrian la llevó al pasillo y se agazaparon juntos bajo la barra del bar. Él le pasó una capa por encima y le cubrió la cabeza con la capucha.

—Te protegerá —le aseguró. Apoyada contra su pecho, la rodeó de calor.

Kiara captaba el olor a jabón de su piel.

Syn se escondió detrás de la silla que estaba más cerca de la puerta, mientras Nykyrian se trenzaba el cabello para que no le estorbara. Kiara contempló el láser que cortaba la puerta y recordó su breve estancia en la nave de sus raptores.

Se tragó el pánico que sentía, diciéndose que esa vez Nykyrian estaba allí y que la cuidaría. Confiaba plenamente en él.

Como si le hubiera leído el pensamiento, le pasó una tranquilizadora mano por el brazo. Ella se lo quedó mirando mientras él extendía la mano izquierda y quitaba el seguro de la pistola de rayos.

Esperaron.

—Nos encontraremos en el punto de reunión —le gritó Nykyrian a Syn sobre el ruido de la puerta al quebrarse.

Kiara notaba el corazón latiéndole en los oídos, apagando cualquier otro sonido. El olor a quemado se le metió en la garganta y la hizo toser. El miedo le limitaba la visión y lo único que podía enfocar era la puerta cada vez más débil que los separaba de los hombres que querían matarla.

¿Dónde se hallaban los de seguridad del edificio? ¿Y los de su padre? ¿Los habrían matado ya?

Rezó.

En medio de una nube de humo y un fuerte grito triunfal, un grupo de hombres atravesó la puerta. Syn disparó y mató a los dos primeros. Murmuró una plegaria y corrió hacia el caos del pasillo.

Kiara no podía creer lo que veía.

¿Se había vuelto loco?

Oyó el ruido de los insultos, los disparos láser y las ráfagas de rayos.

Nykyrian le rodeó la cintura con el brazo derecho, como un cinturón de seguridad, y luego la hizo poner en pie.

—Quédate bajo la capa —le ordenó.

Kiara temblaba de miedo y rogó por no tropezarse y hacérselo pagar con la vida. Nykyrian la aferró contra sí y la protegió con su cuerpo contra los rayos de las armas. Ella se tambaleó apoyada en él mientras la llevaba hacia el pasillo lleno de humo.

Nykyrian comenzó a disparar. La agarró aún con más fuerza. A pesar de su miedo, Kiara quería ver qué estaba ocurriendo.

—No mires —le dijo él sin perder la calma, mientras la hacía colocarse detrás. Se volvió de golpe y disparó a algo que había a su espalda.

La llevó por el pasillo, alejándose del ascensor. Abrió de una patada la puerta de la escalera y la recorrió con la mirada; luego la hizo pasar. Sacó un artefacto del bolsillo y lo empleó para sellar la puerta a su espalda.

—Espera aquí; tengo que…

—¡No me dejes! —gritó Kiara y le agarró los antebrazos mientras revivía el horror de la muerte de su madre—. ¡Por favor!

A Nykyrian se le hizo un nudo en la garganta al notar el pavor en su voz. Respiró hondo, le cogió la mano y la guio por la escalera hasta el área de aterrizaje del sótano del edificio.

Kiara temblaba con tal violencia que tenía miedo a caerse de bruces. Él, por su parte, parecía como si sólo hubiera salido a dar un paseo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Nykyrian se encogió de hombros y siguió guiándola por detrás de las naves atracadas y los transportes aparcados.

—O salimos de esta o nos matan. Si nos matan, no pueden torturarnos. Sea como sea, ganamos.

Kiara no supo verle la gracia al razonamiento.

Entonces los oyó. Se llamaban entre sí mientras barrían la zona en busca de ellos dos.

Nykyrian le puso un dedo en los labios y le hizo un gesto para que fuera hacia las sombras del muelle de aterrizaje.

Cuando el asesino que estaba a unos pocos metros se alejó, él le apartó el dedo de los labios.

—Escúchame —le susurró al oído, acercándose mucho para que los amplificadores de sonido que estarían usando los asesinos no captaran su voz—. Tengo que dejarte sola. Serán sólo unos minutos, te lo prometo. Debo despejar a los que vigilan mi nave o nunca podremos salir de aquí, ¿vale?

—Tengo miedo —dijo ella, mientras se frotaba los brazos para contener los escalofríos.

—No lo tengas. —Le pasó una pequeña pistola—. Si yo caigo, Syn estará aquí en cuestión de segundos. No te harán nada, te lo prometo. —Tocó el comunicador que llevaba en la oreja—. Syn, localización.

Nykyrian asintió ante la respuesta que el otro le dio.

—Quédate ahí. Voy a hacer algo en lo que no puedes tomar parte. —Cortó la comunicación. Luego, con una mano enguantada, le cubrió la mejilla con una ternura que nunca antes le había mostrado—. Valor, mu tara. Hoy no te cogerán.

Y se fue.

Kiara se acurrucó detrás de un caza y forzó los oídos para captar lo que estaba pasando. Unos pasos regresaban y ella se hundió más entre las sombras. Un segundo después, encontró un lugar escondido desde el que pudo ver a Nykyrian subir encima de un transporte.

• • •

Nykyrian se tomó un segundo para sujetarse el abrigo con los clips que impedirían que le estorbara para alcanzar las armas. Se quitó el auricular y se lo metió en el bolsillo. No podía permitirse que nada le limitara la audición. Con todo ya en su sitio, corrió por encima de las naves tan en silencio como el espectro del que había tomado nombre.

Por lo que oyó, dedujo que había unos quince asesinos en el aparcamiento. Los que más lo importunaban eran los dos que se hallaban juntos cerca de su nave y el que rondaba a su izquierda.

Localizó los objetivos y su nave, luego miró hacia donde Kiara se escondía al mismo tiempo que hacía los cálculos necesarios de tiempo, distancia y de a cuántos tendría que matar para salir vivos de allí.

Era el momento de ponerse manos a la obra.

Saltó rodando desde lo alto de la nave y cayó de pie entre los dos asesinos.

Uno se volvió al oírlo y se quedó con la boca abierta mientras se sacudía espasmódico como un pez. Boqueó antes de alzar el arma. Nykyrian le lanzó el puñal que tenía en la mano izquierda y luego se volvió para alcanzar al segundo asesino antes de que este pudiera dispararle por la espalda. Los cuchillos se les clavaron a ambos en la garganta, segándoles las cuerdas vocales para que no pudieran gritar pidiendo ayuda.

A continuación dedicó un segundo a asegurarse de que ambos estaban muertos y luego descargó sus pistolas de rayos. Recuperó los puñales, los limpió sobre los cadáveres y siguió adelante con ellos en las manos.

Un escalofrío le erizó el vello de la nuca.

—¡Tengo a tu puta, tío raro!

Nykyrian apretó los dientes con frustración al reconocer la voz que lo había perseguido desde su juventud. No era Aksel.

Era peor.

El hermano pequeño de este, mucho más demente.

—Entrégate a Aksel y tal vez la deje ir.

—Sí, claro —masculló él, mientras recalibraba su arma para lanzar un rayo más fuerte y definido—. Y yo soy un camello con una pierna.

Maldición. ¿Cómo la habría encontrado Arast?

Al parecer, ya no oía como antes.

Fue rodeando las naves hasta llegar donde estaba el muy idiota, apuntándole a Kiara a la cabeza. El rostro de esta era una máscara de absoluto terror, pero tenía los ojos secos. Esa mirada lo desgarró por dentro y odió a aquel hijo de puta por hacerla sentir así.

Arast fue trazando un nervioso círculo buscándolo.

—¡Híbrido! Tienes un minuto antes de que le vuele la tapa de los sesos.

—¡Nykyrian, huye! —gritó Kiara con valentía.

Eso casi lo hizo reír.

No había huido ni una sola vez en toda su vida y era más que seguro que no iba a huir del gusano que ahora la retenía.

Arast apretó más el brazo con el que le rodeaba el cuello.

—Otra palabra, harita, y te parto el cuello.

Ella soltó un seco sollozo antes de recuperar el control de sí misma.

Nykyrian sabía que tenía una oportunidad y sólo una.

—¿Quieres un trozo de mí, Ari?

Arast se volvió en redondo, buscando de dónde había llegado la voz.

—¿Dónde estás, híbrido?

Nykyrian se movió antes de contestar, para que el otro no pudiera localizarlo.

—Lo que debe preocuparte no es dónde estoy yo, hermano, sino dónde va a clavarse mi cuchillo si no la sueltas y tiras el arma.

—¿Y dejar que me dispares? —replicó Arast, con una risita sádica—. ¿Te crees que soy estúpido?

—Más o menos tan listo como mis botas —masculló Nykyrian y dudó de su propia inteligencia por dejar que ese tipo lo hiciera replicar.

—¡Tírame tu pistola o la mato ahora mismo!

Arast sí que era un estúpido. ¿Acaso creía que le hacía falta una pistola? ¿O que sólo tenía una?

La de dinero que habían desperdiciado en la academia entrenando a ese pedazo de burro. No era de extrañar que la Liga lo hubiera echado.

Pero podía darle una alegría. Nykyrian le tiró la pistola empujándola por el suelo hacia él. El sonido hueco y agudo del metal contra el pavimento arañó sus sensibles oídos.

Arast rio triunfal.

«Sigue riendo, imbécil. Porque es uno de los últimos sonidos que vas a emitir».

Una sensación de inevitabilidad lo invadió. Nykyrian siempre había sabido que algún día llegaría a eso. La verdad era que lo sorprendía que hubiera tardado tanto.

Porque en ese momento no era su vida la que estaba amenazada, sino la de Kiara. Y sólo por eso iban a morir todos. Había hecho lo posible para no matarlos por respeto a… ¿a qué?

Pero ese día, Arast y Aksel se habían pasado de la raya por última vez.

Que así fuera.

Avanzó.

Un asesino fue a por él.

—Arast, tengo a…

La frase quedó colgando cuando Nykyrian se volvió y lo mató incluso antes de que pudiera pronunciar la siguiente sílaba. El espasmo de la muerte hizo que la mano del asesino se tensara y se le disparó el arma. Un rayo se arqueó por encima del aparcamiento y achicharró parte del techo y algunos transportes cercanos. Nykyrian se la arrancó, vació el cargador y la soltó por si el identificador de la culata había sido programado para que funcionara sólo en la mano de una persona.

—¿Kero? —llamó Arast, empezando a sudar—. ¿Estás ahí, tío?

—Muerto —contestó Nykyrian—. Suéltala, Ari, y tendrás la oportunidad que has estado esperando.

—Ven aquí, cabrón de mierda. Estoy listo. —El joven apartó a Kiara.

Nykyrian salió tranquilamente de entre las sombras con las manos colgando a los costados, apartadas del cuerpo.

—Tienes un tiro antes de que te mate. Más vale que lo aproveches.

Kiara reprimió un grito mientras los siguientes segundos pasaban ante ella con tal celeridad que casi ni pudo seguir la secuencia. Pero lo que le quedó grabado fue la ágil sangre fría de los movimientos de Nykyrian.

De todas partes surgieron asesinos para acabar con él, que fue girando, con el abrigo abriéndosele en abanico, con una inquietante belleza; mató a dos con la pistola antes de enfundarla y agarrar con las manos al más cercano. En una terrible danza macabra en la que fue cortándoles el cuello uno a uno hasta que los únicos que quedaron en pie fueron él y el hombre al que evidentemente conocía: Arast.

Este le apuntó a la cabeza y disparó. Nykyrian esquivó el rayo, rodó por el suelo y se detuvo en posición agachada. Lanzó dos puñales, que rodaron hacia el joven, clavándosela, en los hombros.

Arast soltó un grito. Trató de levantar la pistola y no pudo. Agarró un cuchillo y fue a por Nykyrian, que le cogió la mano en cuanto lo tuvo al alcance y lo mandó hacia atrás de un cabezazo.

El otro rugió frustrado.

—Eres un monstruo. Debería haberte matado mientras dormías.

—Sí, deberías —replicó Nykyrian en un tono totalmente inexpresivo.

Con el brazo bueno, Arast trató de apuntarle al corazón con la pistola de rayos, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Nykyrian le agarró la cabeza y le partió el cuello. Kiara se estremeció ante el sonido. Un segundo después, al asesino le salió sangre por la boca y se desplomó lentamente hasta quedar a los pies de Nykyrian.

Este se arrodilló y le buscó el pulso. Una vez hubo comprobado que estaba muerto, arrancó los cuchillos del cadáver, limpió la sangre en la manga del abrigo y los enfundó sin la más mínima vacilación.

A Kiara, el corazón le latía desbocado de miedo. Por primera vez se había dado auténtica cuenta de qué era Nykyrian en realidad y de lo que podía hacer. Sabía bien lo que la palabra «asesino» significaba, pero la amabilidad que le había mostrado durante los días pasados había suavizado la brutalidad del término.

Había dejado que Pitala y su colega se marcharan.

Dos veces.

Pero en ese momento…

Miró los cadáveres que él había dejado a su paso. Como mínimo, una docena de hombres yacían en charcos de sangre. El horror y el dolor de su último instante se les había quedado grabado en el rostro para siempre.

El hedor a sangre la rodeaba, ahogándola.

Todo aquello era frío y brutal. Pero sobre todo, le hacía recordar qué clase de criatura era Nykyrian exactamente. Una que mataba con brutalidad, sin vacilación ni remordimientos.

—Debemos irnos —dijo él y le tendió la mano—. Los otros están llegando.

Kiara no podía moverse mientras lo miraba, viéndolo por primera vez. Era un ser despiadado. Una cosa era saber que podía matar y otra verlo haciéndolo.

Le había roto el cuello a un ser humano con sus propias manos sin que eso lo afectara lo más mínimo.

¿Cómo podía haber limpiado la sangre en su propia manga sin ni siquiera una ligera mueca de asco?

¿Los había matado con los mismos cuchillos que había usado para prepararle la comida…?

Por un instante, pensó que iba a vomitar.

—Kiara, tenemos que irnos. Hay más y no tardarán en encontrarnos. —La cogió del brazo y la llevó hasta su nave.

De algún modo, ella consiguió subir la escalerilla y sentarse en la cabina. El corazón le latía con fuerza dentro del pecho y no podía apartar los ojos de los cadáveres del suelo mientras él se sentaba detrás.

Nykyrian ni siquiera jadeaba…

Estaba ajustando los cinturones cuando Kiara notó que se tensaba.

Miró y vio a más soldados entrando en el muelle. Él accionó varios interruptores que había ante ella con la misma calma que tanto la molestaba. Los motores se encendieron con un rugido ensordecedor mientras las luces bailoteaban en el panel de mandos.

En auténtica formación de batalla, los asesinos se fueron colocando para dispararles. Un hombre iba a la cabeza del grupo, mirándolos a Nykyrian y a ella con un rostro frío y atractivo que reflejaba odio y crueldad.

Le hizo a Nykyrian un gesto militar inconfundible: «Tú y yo a muerte».

Él le respondió con un gesto obsceno antes de despegar con la nave.

• • •

Aksel gruñó frustrado mientras sus hombres disparaban inútilmente al Arcana, sabiendo que, una vez más, Nykyrian se le había escapado de las manos. El cabrón y su puta volaron por encima de su cabeza.

Estrelló el puño contra el rostro de un asesino lo suficientemente estúpido como para estar a su alcance.

—¡Sois unos jodidos nenazas! ¡Hatajo de inútiles!

Entonces vio el cadáver de su hermano pequeño, que yacía a pocos pasos de él, y una furia violenta e incontenible lo sacudió por dentro.

—¡Encontradlos! —gritó a sus hombres—. ¡Tendré la cabeza de ese híbrido o la vuestra!

Aksel volvió a su nave, apartando a golpes a todos los que encontraba por delante.

Esa guerra no había acabado. Mataría a Nykyrian del modo que fuese. Y, cuando lo hiciera, ese monstruo de la naturaleza acabaría rogándole como un niño quejica por un juguete.

La princesa sólo sería un extra.