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Kiara y Hauk estaban viendo una comedia cuando regresó Nykyrian. Ella lo recibió con una sonrisa, pero él ni se molestó en mirar en su dirección. Dejó la mochila junto a la puerta y se quedó como si estuviera deslumbrado o pensando muy concentrado en algo.

Decepcionada, ella miró a Hauk, que le contestó encogiéndose de hombros como disculpa.

—Bueno, supongo que es hora de que este canguro se evapore. —Cogió su mochila y se la colgó al hombro—. Cuidado con su asado. Es matador. —Le dedicó a Nykyrian un falso saludo militar y se marchó.

Por fin, él la miró.

—¿De qué iba eso? —preguntó.

Kiara se encogió de hombros, confusa.

—Me ha dicho que le gustaba. ¿Quieres un poco? He dejado un resto caliente en el horno. —Se apartó el cojín de encima de las piernas y las desdobló para levantarse del sofá.

—Ya lo cojo yo —respondió él y se fue por el pasillo.

Kiara frunció el cejo. Incluso para ser Nykyrian, actuaba raro. Sus movimientos carecían de su habitual gracia y fluidez y su tono le había parecido extraño.

Pasaron varios minutos mientras esperaba a que se reuniese con ella, pero él se quedó en la cocina, donde no podía verlo. Preocupada y curiosa, fue a ver cómo estaba.

Lo encontró sentado a la mesa, con la comida sin tocar. Apoyaba la cabeza en una mano enguantada y miraba fijamente el plato como si se concentrara en un punto invisible.

Sin duda algo iba mal.

—¿Qué te pasa? —le preguntó, mientras daba dos pasos dentro de la cocina.

Al instante, Nykyrian se enderezó y cogió el tenedor.

—Estoy cansado —contestó.

Kiara se sentó frente a él. Subió los pies en la silla y apoyó la barbilla en las piernas.

—Hauk y yo hemos pasado la tarde entreteniéndonos con juegos, ¿juegas a alguno?

Él apretó el tenedor con fuerza.

—No —contestó seco.

Ella lo miró fijamente.

—No hace falta que me hables así. Yo sólo…

—Mira —la interrumpió Nykyrian y Kiara se sobresaltó ante la aspereza de su tono—, en este momento no estoy de humor para ser sociable. Así que déjame en paz.

La preocupación que ella sentía se triplicó. No era propio de él dejarse llevar así. Nunca perdía los nervios.

Se puso en pie y rodeó la mesa para acercarse.

—Te pasa algo. Lo sé. —Y fue a tocarle la frente para ver si tenía fiebre.

Él le agarró la muñeca con fuerza.

—Te he dicho que me dejes en paz. ¿Es que no puedes aceptar que un hombre no quiera acostarse contigo?

Kiara tartamudeó ante el exabrupto, mientras la furia se apoderaba de ella. ¿De dónde había salido eso? Lo único que había intentado era ayudarlo. ¿Cómo se atrevía a insultarla así?

—Cabrón arrogante. ¿Cómo iba a querer yo acostarme contigo?

El rostro de Nykyrian se crispó al tiempo que se ponía en pie despacio para mirarla desde arriba. Esa vez su rabia era inconfundible.

—Lárgate de aquí antes de que te mate.

Llamaron a la puerta con un golpe seco y Nykyrian pasó rápidamente junto a ella para ir a abrir.

Kiara se quedó en la cocina, aferrándose a la encimera mientras la invadía una multitud de emociones. Furia, indignación, pero sobre todo dolor.

¿Realmente la consideraba una puta? ¿Por qué pensaría una cosa así?

Ese insulto totalmente inmerecido e injustificado le hizo desear ser lo suficientemente grande para darle la paliza que se merecía. Eso era lo que sacaba por ser amable. ¡Qué gilipollas!

Con un nudo en la garganta, fue hacia la sala para ver quién era y qué estaba pasando. Por qué Nykyrian no había vuelto a la cocina.

Syn estaba de rodillas delante de Nykyrian. Esa visión inesperada la hizo pararse de golpe, mientras veía a Syn desabrocharle despacio los pantalones a Nykyrian y subirle la camisa.

Buenooo…

Quizá se estaba metiendo en algo muy privado y debería dejarlos con lo que fuera que Syn le fuera a hacer a Nykyrian. No era que no supiera nada de lo que parecía que iban a hacer, pero ¿dos personas tan reservadas no lo harían en algún otro sitio que no fuera su sala?

Parecía tener los pies clavados al suelo mientras los observaba. Nykyrian no protestaba ante los toqueteos de Syn. Ni siquiera cuando este le pasó la mano por el estómago. En vez de replicarle algo, sólo miró hacia abajo mientras le levantaba más la camisa para dejar más piel al descubierto.

Syn soltó una maldición y se acercó más su mochila.

Kiara se quedó helada cuando se dio cuenta de que tenía las manos cubiertas de sangre.

—¿Cómo te la has vuelto a abrir? —le soltó a Nykyrian—. Te dije que tuvieras cuidado, idiota. Tienes suerte de no haberte desangrado.

—Cállate, imbécil. Si sigues haciendo comentarios como una vieja, te soltaré una patada en tu feo culo.

—Más te vale hablarme en otro tono, capullo. Recuerda que soy el que está a punto de meter las manos en esa herida. Si me replicas, te dejaré llorando en el suelo como una niñita.

—Y yo te dejaré muerto a mis pies.

Kiara entró en la sala.

Al notar su movimiento, Nykyrian la miró, volviéndose hacia atrás y enseñándole los dientes.

—¡Fuera de aquí! ¡Ya!

Ella lo miró furiosa, con los ojos entrecerrados ante tanta hostilidad cuando lo único que quería hacer era ayudarlo.

—Muy bien. Pero no me manches la alfombra de sangre —le soltó; se volvió y salió de la habitación.

• • •

Syn tragó aire entre los dientes.

—Eso ha sido duro. Y yo que pensaba que era el único al que cabreabas hasta ese extremo. —Se puso en pie y empujó a Nykyrian hacia el sofá.

Este no dijo nada mientras se tumbaba e intentaba ocultar lo mucho que sufría debido a la herida. Necesitaba de toda su concentración para no desmayarse por la palpitante punzada de dolor que le abrasaba el costado. Respirar le costaba cada vez más. Dios, odiaba que le dispararan así. Sintió que le ardían las entrañas. Como si le pasaran una lija por la piel y se la arrancaran.

Se tensó cuando Syn apretó en el punto más tierno, tratando de detener la hemorragia, pero no dijo nada. Pensó en lo que le había dicho a Kiara y deseó poder retirarlo. La verdad era que no había tenido intenciones de insultarla.

Ella sólo había tratado de ayudarlo, pero él no estaba acostumbrado a la amabilidad y no había sabido qué hacer.

«Syn tiene razón. Soy un gilipollas».

Podía utilizar el dolor como excusa, pero sólo sería eso, una excusa. Apretó los dientes ante su estupidez. ¿Qué importaba? Sería mejor si ella lo odiaba.

Sin embargo, esa idea le rompía el alma.

Syn rebuscó en su mochila.

—Te voy a dar un poco de Synethol —avisó.

Nykyrian le gruñó.

—No te atrevas a utilizar ese rebuzno conmigo, tío mierda —dijo Syn—. Ya sé que lo odias, pero te ayudará a curarte mucho más rápido. Esta vez no puedo permitirme perder tiempo por una herida y tú tampoco.

—Tienes valor para hablarme en ese tono.

—¿Y qué vas a hacer, oh, gran herido? —se burló su amigo—. Yo soy quien tiene el inyector. —Y lo levantó para mostrárselo.

Entonces fue el turno de Nykyrian de burlarse.

—Podría quitarte eso de la mano y metértelo por el culo antes de que llegaras siquiera a parpadear.

En vez de enfadarse, Syn sonrió de medio lado.

—Es posible. Pero en ese caso, asegúrate de matarme del todo. No quiero nada que me deje aún más tarado. Y ahora cierra el pico y aguanta como un hombre.

—Te odio.

Syn se echó a reír mientras enroscaba la ampolla de medicamento en la cámara del inyector.

—Claro que sí. Por eso tú eres el que está herido y yo el que te cura. Si de verdad me odiaras, yo estaría muerto y tú sano.

Nykyrian apartó la mirada ante esa sencilla verdad.

Syn le subió la manga hasta por encima del codo y colocó la jeringuilla sobre la piel.

—Me quedaré esta noche para que puedas dormir tranquilo. No te preocupes. Si pasa algo, te lleno el culo de adrenalina, porque no voy a luchar sólo mientras tú duermes en un coma químicamente inducido.

Nykyrian resopló al oír eso mientras su amigo apretaba el émbolo y la aguja le entraba en la carne. ¡Como si a Syn le diera miedo luchar! Podía pelear contra el mejor de ellos y ganarle. Mierda, era mejor luchando y sobreviviendo que la mitad de los asesinos con los que Nykyrian había trabajado.

Notó el espeso líquido entrándole como fuego en el torrente sanguíneo. Cuando la ampolla estuvo vacía, Syn apartó el inyector y lo tiró dentro de la mochila; luego sacó una caja verde y se la tendió.

—Toma, te la cambio.

Nykyrian la cogió, la abrió, sacó su sujeción dental y se la metió en la boca antes de pasarle las gafas a Syn. Odiaba llevar la maldita sujeción cuando dormía.

Otra cosa que le habían hecho los humanos…

Imágenes y recuerdos pasaron por su mente mientras notaba que se iba relajando involuntariamente. Eso era lo que más odiaba de la mayoría de los medicamentos. Anulaban las defensas que había construido a su alrededor y le hacían sentir todo lo que tenía profundamente enterrado en su interior sin oponer resistencia.

Pero sobre todo, le hacían pensar en cosas que prefería olvidar.

Miró a Syn como si de repente este tuviera dos cabezas y cuatro ojos.

—Dime una cosa, aridos. ¿Cómo era estar casado?

Syn se quedó atónito ante una pregunta que Nykyrian nunca le había hecho antes. Mierda, la droga le estaba haciendo efecto muy de prisa. Pero claro, eso formaba parte del metabolismo humano-andarion de su amigo; por eso no podía dejarlo sólo esa noche.

Una simple inyección de antibióticos podía matarlo y los analgésicos quemarlo por dentro.

Los recuerdos le hicieron hacer una mueca.

Syn no tenía intenciones de responder, pero la mirada de Nykyrian era demasiado sincera y cruda. Quería una respuesta y él le debía demasiado para darle una evasiva.

—Estaba bien —contestó finalmente y tragó para deshacer el doloroso nudo que se le había formado en la garganta al hablar de algo que había tratado de enterrar lo mejor posible—. Incluso los días malos estaban bien… Al menos hasta el final.

Sacó su petaca y desenroscó el tapón mientras recordaba los últimos días de su matrimonio. La rabia, las peleas, las acusaciones y los insultos.

No había podido escapar del odio de su esposa. Había pasado de ser todo su mundo a ser su pesadilla en sólo unos minutos…

«Desearía que te hubieran matado. ¿Por qué estás vivo, cabrón mentiroso?».

Y lo peor… era estar totalmente de acuerdo con ella.

¿Por qué no podía arrancarse eso de la memoria? En una vida marcada por la brutalidad, esos últimos días de su matrimonio resaltaban como el peor de los sufrimientos.

«Y aún se preguntan por qué bebo…».

—¿Todavía los echas de menos?

Syn dio un gran trago y trató de no sentir la puñalada de dolor que continuamente le atravesaba el alma y la verdad que lo perseguía incansable.

—Todos los putos días.

Sí, a veces Mara había sido superficial y pretenciosa, pero le había dado cosas que él nunca antes había tenido en su vida.

Ternura y respetabilidad. Le había dado normalidad y, durante un tiempo, él había sabido lo que significaba la palabra «hogar».

Y sobre todo, le había dado un hermoso hijo y juntos habían sido una familia.

Hasta que su pasado había vuelto a él de la peor forma.

Maldijo en silencio.

—La verdad es que eso no es cierto —añadió molesto—. No echo de menos en lo que Mara se convirtió cuando descubrió mi pasado. Echo de menos a la mujer con la que me casé y con la que tuve a mi hijo Paden. Dios, solía mirarme como si fuera a devorarme. Y por la noche me abrazaba hasta que me olvidaba de mi pasado. Y lo mejor era que me hacía sentir a salvo. Por muy malo que hubiera sido el día, ella hacía que todo fuera mejor. Era el único refugio que jamás he conocido.

Y que se lo arrancaran de una manera tan brutal…

Todavía había veces en que su alma aullaba por ese dolor.

Nykyrian fijó en él una dura mirada que pareció llegarle hasta el alma.

—Siento lo que pasó.

—No fue tu culpa, aridos. Los dioses saben que hiciste más de lo que te correspondía para protegerme. La vida es así y ellos tienen sus planes para nosotros. Somos impotentes ante su poder. Al final, somos la consecuencia del pasado y vivimos la vida que los dioses nos han elegido.

Nykyrian lo miró ceñudo.

—Nunca te mereciste lo que te pasó. ¿Cómo puedes seguir creyendo en los dioses después de todo aquello?

Esa era la pregunta de su vida y, sin embargo, nunca había permitido que su fe flaqueara.

—Todos tenemos que creer en algo alguna vez.

—Yo sólo creo en mí —replicó Nykyrian desdeñoso.

Syn bebió otro trago.

—Lo sé. No te cortes y llámame tonto. Me han llamado cosas mucho peores.

—No eres un tonto, Syn. Los dos estamos realmente jodidos —respondió Nykyrian y cerró los ojos—. Dile a Kiara que lamento lo que le he dicho. —La droga le hizo balbucear antes de dejarlo totalmente inconsciente.

Syn frunció el cejo mientras comprobaba sus constantes vitales para asegurarse de que estaba bien. Era la primera vez que había oído a Nykyrian disculparse ante nadie por lo que fuera.

Mierda, ¿qué había dicho?

Comprobó el vendaje mientras negaba con la cabeza. Una mancha roja ya estaba atravesando la gasa blanca. Otra vez. Aquello iba a ser complicado.

Justo cuando se apartaba de él, a Nykyrian comenzó a sangrarle la nariz como si le hubieran seccionado la carótida. Syn soltó una palabrota mientras le echaba la cabeza hacia atrás y hacía lo que podía para contener la hemorragia. Rápidamente, volvió a comprobar sus constantes vitales. Eran relativamente normales. La droga no parecía estar causándole daños internos, aunque algo le estaba produciendo aquel abundante sangrado.

Pero no sabía qué.

¡Mierda! No le gustaba administrarle nada a Nykyrian. Nunca se sabía cómo iba a reaccionar su cuerpo y siempre era como una lotería.

Al cabo de unos minutos, había detenido la hemorragia y tenía a su amigo descansando tranquilamente. Suspiró, agradecido de que estuviera bien por el momento y cabreado por la innecesaria herida. Esa noche, Syn y la pequeña bailarina habían estado a punto de costarle la vida a Nykyrian.

Eso lo reconcomía. Durante toda su vida, su amigo había sido la única persona en la que había podido confiar. El único que había tratado de ayudarlo.

Sí, tenía otros amigos, como Caillen Dagan, que lo hacía reír y con el que se podía tomar unas copas. Caillen, que estuvo con él encerrado en una celda, riéndose de las tonterías que los habían hecho acabar allí. Pero Nykyrian era el único que los había sacado, asegurándose de que nadie fuera a por ellos por más represalias.

Y lo más importante, era el único que sabía todo su pasado y no lo condenaba por él.

Y Syn casi había hecho que lo mataran. Apretó los dientes mientras se limpiaba la sangre de las manos y la ropa.

Con pasos cortos y furiosos fue hasta la habitación de Kiara. Llamó a la puerta, empleando la madera como chivo expiatorio de su mal humor.

—Adelante.

Captó el dolor en su voz y vaciló; al instante, su enfado se desvaneció. Siempre había sido un idiota con las mujeres desgraciadas. Le recordaban demasiado a su hermana y al valor que esta solía demostrar.

«Tienes que aprender a sonreír a pesar del dolor, hermanito. A veces, eso es lo único que tenemos».

Pero lo que lo hería en lo más hondo era recordar el día en que su hermana se había negado a sonreír de nuevo…

Apretó los dientes y apartó con violencia ese recuerdo antes de abrir la puerta.

Kiara estaba hecha un ovillo en la cama y resultaba de lo más triste que había visto nunca, lo que habiendo crecido en las calles era decir mucho.

—Necesito mantas o un saco de dormir o algo.

Ella soltó un entrecortado suspiro antes de contestar.

—¿Te vas a quedar aquí esta noche?

Él asintió.

Kiara fue al armario situado en un extremo de la habitación. A pesar de que su norma era no atravesar nunca un umbral sin que lo invitaran, Syn fue con ella.

Kiara le dio varias mantas y dos almohadas.

—Nykyrian nunca me ha pedido nada.

—Sí, bueno, él no pide mucho y, además, seguramente no ha dormido desde que está aquí.

Ella lo miró asombrada.

—Eso no es posible.

—Oh, sí que lo es. Puede pasar hasta una semana entera sin dormir profundamente.

—¿Y sin tener un brote psicótico?

—¿Nykyrian? —Syn se encogió de hombros—. ¿Y quién iba a notar la diferencia?

Kiara se volvió hacia él con una expresión que no tenía nada de divertida. Syn maldijo entre dientes mientras notaba que se le encogía el estómago. No soportaba ver sufrir a una mujer. Lo corroía como el ácido.

—No me mires con esos ojos. Me recuerdas a un hombre de camino a su ejecución. No soporto esa mirada.

Una solitaria lágrima le cayó a Kiara por la mejilla y acabó con la escasa resistencia de Syn. Este gruñó y dejó las mantas.

—Vamos —dijo, mientras la llevaba hacia la cama—, dime qué ha pasado antes de que yo llegara.

Ella le lanzó una mirada entre sorprendida y herida.

Syn se sintió un canalla mientras se sentaba en el colchón. Mierda, él no había hecho nada malo, ¿por qué se sentía tan mal?

—Nykyrian quiere que te diga que lamenta lo que sea que te haya dicho. Conociéndolo, seguramente ha sido algo bruto, pero no te lo tomes a pecho. Cuando está herido, sale con todo tipo de estupideces. Lo cierto es que no cree lo que dice. Sólo es su manera de comunicarse. Es una mierda aguantar el chaparrón cuando ocurre, pero la verdad es que no hay que prestarle ninguna atención.

Kiara se enjugó la lágrima.

—No me gusta llorar —afirmó. Su voz estaba cargada de amargura, pero Syn vio que estaba dirigida a sí misma, no a él. Lo miró a los ojos—. ¿Qué ha pasado esta noche? ¿Cuándo lo han herido?

Syn se sintió arder la sangre al recordar su misión.

—Hemos ido a ver a un informador. Por desgracia, los perros de Bredeh se nos han adelantado. Cuando hemos llegado, el informador estaba muerto y los cabrones habían cogido al hijo del tipo como rehén. Como yo estaba con Nykyrian, uno de los dos tenía que resultar herido antes de que pudiéramos acabar con esos capullos.

—¿Ha dejado que le dispararan? —preguntó ella, ahogando un grito.

—Sí, para que yo pudiera poner al niño a salvo mientras él se ocupaba de los tipos. No debería haber ido; no es que no sepamos los riesgos que corremos cuando estoy yo, pero pensaba que sólo íbamos a charlar con el informador y volver. Y cuando se trata de interrogar a la gente, soy mucho más fino que Su Majestad Sacudámosle hasta que Hable. Por alguna razón, el arte del interrogatorio sin violencia es algo que se le escapa totalmente.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Kiara, con una expresión un poco más relajada.

—Sin duda. Lo he visto pasar por cosas mucho peores.

Ella inclinó la cabeza para lanzarle una mirada escrutadora.

—¿Hace mucho que sois amigos?

—Unas cuantas décadas.

Syn pudo ver trabajar su cerebro, calculando.

—¿Cómo os conocisteis?

Syn volvió a enfadarse. No le iba a decir nada que se pudiera emplear contra Nykyrian. Cómo se habían conocido no era asunto suyo.

—No estoy tan borracho, mujer. No contesto a preguntas personales sobre mis amigos —le soltó; se levantó y dirigió a la puerta—. Hasta mañana.

Kiara se quedó sentada en la cama, anonadada por su rápida marcha. No tenía idea de por qué su pregunta lo había molestado. Lo único que pretendía era entenderlos mejor a los dos.

Pero era evidente que preferían esconderse entre las sombras y esa noche ella estaba demasiado cansada para tratar de seguirlos.

• • •

Nykyrian se despertó el primero y vio a Syn durmiendo en el suelo, junto al sofá donde él se hallaba. Su amigo tenía una mano sobre la pistola enfundada y la otra en la petaca, que acunaba como a un bebé bajo la barbilla. Lo entristecía ver en qué se había convertido aquel hombre antes tan lleno de vida y esperanza.

En un instante, y debido a un grandísimo gilipollas, a Syn le habían arrancado toda su vida. Sólo por eso, Nykyrian le permitía lo que no le consentiría a nadie más.

Tuvo la tentación de cogerle la petaca, pero sabía que seguramente Syn le dispararía.

«La próxima vez, colega, esa cosa se va a la basura».

En silencio para no despertarlo, pasó por encima del dormido Syn. El dolor del costado se había transformado sólo en una molestia.

Maldición, la próxima vez dejaría que dispararan a Syn.

Pero sabía que no sería así. Nunca dejaría que uno de sus hombres fuera herido en su lugar.

Al llegar a la puerta del cuarto de baño, la del cuarto de Kiara se abrió. Antes de que le diera tiempo de ocultarse los ojos, ella se los vio.

«Mierda».

Kiara se quedó con la boca abierta al ver por fin cómo era realmente Nykyrian.

Con el cabello casi blanco cayéndole sobre los hombros era espectacular. Los ojos que la miraban no eran en absoluto como ella se había imaginado, sino del color verde más claro y bonito que había visto nunca, con una leve banda marrón en el exterior del iris.

Tenía unos ojos humanos y hermosos.

Notó que se le hacía un nudo de alegría en la garganta. Aquellos ojos le dejaron vislumbrar por vez primera su alma y en ellos vio la desconfianza, la furia y la amargura.

Era como verlo desnudo.

Luego le miró toda la cara. Ahí no tuvo ninguna sorpresa. Era tan apuesto como se había imaginado.

Él parpadeó y apartó la vista, avergonzado.

—Lamento lo que te dije anoche —susurró y la miró a los ojos durante un instante para mostrarle que lo decía de corazón, antes de volver a apartar la mirada.

Kiara se mordió el labio al sentir un inesperado escalofrío de placer. Estaba segura de que no era una persona que se disculpara con frecuencia.

—Syn me lo dijo anoche. Perdona tú también por lo que te dije; no pretendía ser tan áspera.

—No te preocupes. Ni siquiera entró en mi escala de dolor —replicó, antes de penetrar en el baño y cerrar la puerta.

Kiara se quedó allí, mirando la puerta cerrada mientras temblaba ante su nuevo descubrimiento. Sin las gafas oscuras no era un pavoroso fantasma que plagaría sus sueños de pesadillas.

Era un hombre.

Hermoso y real, con unos ojos como ella nunca había visto. Qué pena que se los ocultara al mundo. Ojos como aquellos eran para disfrutarlos.

Pero él nunca permitiría que alguien lo viera así. Y esa era la peor de las tragedias.

• • •

Nykyrian se llevó las manos a la cara y se maldijo por haber permitido que Kiara le viera los ojos.

«Soy un imbécil».

Ahora, todo iba a empezar; primero la lástima inicial (pobre mestizo deforme), luego lo peor, el odio final por su sangre mezclada, por tener demasiadas características de ambas razas.

Nunca nadie había visto en él algo más que la manifestación de sus propios miedos, sin darse cuenta o importarle si lo podía herir con su desprecio. Los humanos lo veían como un animal depredador carente de alma. Los andarion, como un insecto débil y lastimoso que no era digno de respirar su aire.

Una y otra vez, las imágenes de su pasado desfilaron ante él. Las burlas y los insultos.

Aunque se había convertido en el asesino más feroz jamás entrenado, una parte de su ser que no podía destruir seguía siendo aquel niño pequeño y asustado del que los demás abusaban. El niño que sólo deseaba que lo abrazaran y le dijeran que no era tan malo, que no merecía la clase de vida a la que lo habían condenado.

«Animal Monstruo. Gusano. Despreciable. Deforme».

¿Por qué no podía acallar esas voces?

Pero era inútil. Incuso después de tanto tiempo, las cicatrices seguían ahí, abiertas y sangrantes, y se negaban a sanar.

Apretó los dientes y se arrancó el vendaje del costado con una ligera satisfacción ante la palpitante protesta de su piel al rojo vivo. El dolor físico era fácil de soportar y le apartaba la mente de otros temas como el de sus hermanos, tanto genéticos como adoptivos, y su «amabilidad» hacia él.

Se desnudó y se metió bajo la ducha.

El agua le quemaba al tocar la herida. A pesar del dolor, la imagen de la sonrisa de bienvenida de Kiara la noche anterior lo atormentaba. Nadie le había hecho nunca un regalo igual.

Ella se había alegrado de verlo.

Por primera vez, entendió qué habría sentido Syn para pedirle matrimonio a Mara. Y quiso que Kiara lo mirara así eternamente.

Pero eso era un estúpido sueño.

Él era basura y ella se merecía a un hombre que la amara, no a un animal deforme, buscado por todos los gobiernos del universo.

Sólo era una clienta. Y nunca sería más que eso.

Él se aseguraría de que así fuera.

• • •

Kiara sonrió a Nykyrian cuando este entró en la cocina, pero se sintió decepcionada al ver que volvía a llevar las gafas oscuras. Aún tenía mojado el largo cabello blanco y se lo había cepillado hacia atrás, dejando su hermoso rostro despejado. Le dio un plato.

—Te he visto los ojos, ya lo sabes. Puedes pasar de las gafas.

Nykyrian no dijo nada.

Ella se llenó un plato y se sentó frente a él.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

—Como si me hubieran disparado —contestó con sequedad.

—Vaya, me pregunto por qué será.

La miró, pero en seguida volvió a bajar la vista al plato.

—Me sorprende que me sigas hablando después de lo que te dije anoche —comentó—. Lamento mucho haberte insultado. No te lo mereces.

A Kiara aún le dolían sus palabras, pero estaba dispuesta a no tenérselas en cuenta y achacarlas a la herida.

—Mi padre me enseñó a tener amnesia. Siempre me decía que era un ingrediente necesario en cualquier amistad.

—Tu padre es muy sabio —respondió Nykyrian antes de beberse el zumo.

—Buenos días —bostezó Syn, mientras se estiraba al entrar en la cocina—. ¿Qué es lo que huele tan bien?

—Tartas frisanias —contestó Kiara, devolviéndole la sonrisa.

Syn fue hasta el calientaplatos y sacó un par de tartas. Después de probar una, se volvió hacia Kiara y le guiñó un ojo.

—Si quieres un hombre en tu vida, cariño, llámame cuando se te antoje. ¡Ah, qué buena está!

Ella se echó a reír, sorprendida de lo atractivo que resultaba sin los ojos perfilados de kohl ni los aros en las orejas y la nariz.

Podría parar el tráfico, pero incluso así, quedaba deslucido ante los rasgos angélicos de Nykyrian.

—¿No tienes resaca? —le preguntó este.

—Y de las malas —contestó Syn mientras se lamía los dedos—, pero estoy acostumbrado al daño cerebral. Siempre acabo por beber lo suficiente para que se me pase.

Nykyrian negó con la cabeza.

Kiara decidió cambiar de conversación.

—¿Hoy tendré el honor de la compañía de ambos?

Syn se sentó a su lado.

—Deshonor sería más apropiado. En tal caso, respondo afirmativamente. —Sacó la petaca y echó una gran cantidad de alcohol en su zumo—. Sin duda, como puedes ver por su cara, Kip no estará de acuerdo con que yo me quede por aquí.

—No necesito una niñera.

—Bueno, en este caso es un niñero. Así que no me vengas con el rollo de siempre, que no me lo trago.

—Como no tiene alcohol…

Kiara se echó a reír ante el tono seco y neutro de Nykyrian.

—Kiara, por favor —farfulló Syn—, no lo animes a meterse más conmigo. Ya hace bastante daño él solo.

Nykyrian dejó el tenedor y lo miró ceñudo.

—¿Sabes?, siempre me pregunto cómo sería estrangular a un ritadarion.

Kiara miró a Syn, no muy segura de si Nykyrian bromeaba o no.

Syn seguía sonriendo.

—Desperdiciaste tu oportunidad hace tres años, en Tondara.

—Y nunca he dejado de arrepentirme.

Kiara siguió escuchando sus pullas. La maravillaba lo bien que se llevaban y estaba segura que Nykyrian no le permitiría a nadie más que le hablara con tanta ligereza.

Al cabo de unos minutos, él se disculpó y se fue a la sala.

—¿Seguro que está bien? —le susurró Kiara a Syn.

—No sirve de nada susurrar —le contestó este, inclinándose hacia ella—, es capaz de oír a kilómetros. Es una de esas malditas anomalías de andarion. —Se enderezó y continuó hablando en un tono normal—. Sólo está de un humor de perros. No le hagas caso. —Hizo crujir los nudillos—. Bueno, ¿en qué lío nos metemos hoy?

—Pensaba que estabas demasiado ocupado para rondar por aquí. —Les llegó la voz de Nykyrian sin que este gritara.

Ella alzó una ceja, sorprendida de que fuera cierto que podía oírlos.

Syn le guiñó un ojo.

—Es cierto, pero estás loco del todo si piensas que voy a dejar a esta dulce señorita en tu hosca presencia.

Su amigo dijo algo más en el extraño idioma en el que hablaba con Syn.

Este abrió mucho los ojos antes de salir corriendo de la cocina.