Dos cosas le vinieron a la mente al mismo tiempo. Una, el miedo de que Pitala pudiera matarla; la otra, el miedo de que sobrevivir a ese episodio significara el final de su carrera.
Notó una punzada en el costado. Sin mirar, supo que era el cañón de una pequeña pistola de rayos.
El asesino la agarró con más fuerza.
—Vamos hasta la acera como si quisieras hablar conmigo. Nada de movimientos repentinos o avisos a los demás o aprieto el gatillo y lleno el suelo de tu amiga con tus tripas. Y luego abro fuego contra todos los que están aquí para que puedan irse al infierno contigo.
Kiara asintió, con el corazón encogido y temblando. Buscó con la vista a Nykyrian, Jayne o Syn, pero todos parecían haber desaparecido. No vio ni el más mínimo rastro de ninguno de ellos.
¿Qué clase de protectores eran?
Empezó a sudar mientras echaba a andar para hacer lo que le ordenaba, aunque la fastidiara hacerlo. Pensó en las instrucciones de Nykyrian, pero este no le había dicho qué hacer en una situación como aquella. Como Pitala le había advertido, podía abrir fuego y matar a la mitad de la gente que estaba allí, incluidas Shera y Tiyana.
No, no quería ser responsable de la muerte de inocentes.
Ella era el objetivo. Ellos no. Ese era su destino.
Rogó porque las piernas no le fallaran y que nadie se acercara a ellos.
Miró de reojo y vio que Pitala llevaba un traje caro y el cabello engominado hacia atrás. Cualquiera que lo viera, pensaría que era un aristócrata o un rico promotor. Nadie se extrañaría de verla salir con él.
«¡Socorro!».
El miedo reprimía las lágrimas que se le agolpaban en los ojos. Se mordió con fuerza el labio inferior para no gritar o rogar que la ayudaran. No quería ponerse en una situación embarazosa ni poner a nadie en peligro.
Se acercó a la puerta.
Un hilo de sudor le bajó por la sien.
Si cruzaba aquel umbral, sabía que el asesino la mataría. Si luchaba en el apartamento de Tiyana, todo el mundo lo vería; los promotores, los directores, todos. Y ellos serían los siguientes en su lista de objetivos.
Oyó la risa de su amiga sobre el ruido de las conversaciones.
Era su cumpleaños. No iba a permitir que fuera su último día.
Pensando eso, abrió la puerta.
Pitala la empujó al pasillo, luego cerró la puerta de golpe a su espalda y la tiró al suelo. Temblando de arriba abajo, vio que Nykyrian le quitaba a Pitala la pistola de la mano, alzaba su propia arma y se la ponía al hombre en el mentón.
—Escúchame, cabrón. Sólo te lo voy a decir una vez y lo diré despacio para que hasta tú lo entiendas. Kiara está bajo la protección de la Sentella y estoy realmente cansado de verte cerca de ella. Si le haces daño, la amenazas o siquiera la miras… aunque sea en su puto retrato, vas a recibir una visita de Némesis. Y cuando él acabe contigo, tu madre va a necesitar un test de ADN para poder identificar tus restos.
Incluso Kiara se estremeció ante esa amenaza.
Nykyrian torció los labios en una mueca furiosa.
—Encontrarás a tu colega encerrado en el armario de los trastos. Recógelo y marchaos de aquí ahora. Si valoras las partes de tu precioso cuerpo y quieres que permanezcan en su posición actual, mañana anularás tu contrato sobre su vida y nunca volverás a intentar matarla. —Quitó el seguro de su pistola—. ¿Me has entendido?
—Mañana quedará registrada mi anulación —contestó Pitala con el rostro cubierto de sudor.
Nykyrian volvió a poner el seguro.
—Bien. —Apartó al mercenario de un empujón.
Kiara lo vio correr por el pasillo. Luego miró a su salvador, jadeante, mareada por el pánico.
Nykyrian enfundó su pistola y luego le tendió la mano. Ella se la agarró con manos temblorosas y él la ayudó a ponerse en pie.
—Perdona por no haberte ayudado antes, pero he pensado que no querrías que tus amigos se enteraran de lo que estaba pasando. Darling me ha avisado de que Pitala estaba entrando, así que hemos pensado que lo mejor era dejar que te sacara de la fiesta y luego ocuparnos de él lejos de tus colegas.
Antes de que se pudiera mover y antes de que ella pudiera contenerse, Kiara le rodeó la esbelta cintura con los brazos y lo estrechó con todo el alivio que sentía.
Estaba viva y de nuevo era él quien lo había logrado.
Le apoyó la barbilla en el pecho y oyó el relajante sonido de su fuerte y tranquilo latido. Aunque él mantenía el cuerpo rígido, no trató de apartarla.
Sólo se quedó quieto, incómodo, mientras Kiara temblaba, consciente de que Nykyrian nunca permitiría que nadie le hiciera daño. Con él estaba a salvo.
Nykyrian se deleitó con la sensación de Kiara abrazándolo. La rodeó con los brazos, tratando de no hacerle daño. Como, hasta entonces, ella era la única persona que lo había abrazado, no sabía muy bien la presión que debía aplicar o dónde poner las manos.
Así que la rodeó mientras su aroma iba despertando en su cuerpo una intensidad de deseo que nunca había conocido.
Kiara lo abrazó con más fuerza mientras echaba la cabeza atrás para mirarlo, con los ojos brillantes de gratitud. Sin darse cuenta, él fue a besarla, pero se detuvo antes de hacerlo. Eso sí que sería desastroso.
Su aliento le rozaba los labios y necesitó de todo su autocontrol para no hacer lo que más deseaba.
—Tenemos que llevarte a casa —dijo, apartándose.
Kiara asintió mientras intentaba tranquilizarse.
Sin decir nada más, él la precedió por el pasillo; se detenía cada pocos pasos para comprobar que Pitala no se hubiera quedado rondando por allí. Syn se les unió en el ascensor cuyas puertas Jayne estaba sujetando para ellos después de revisarlo.
Kiara los siguió con una extraña sensación de insensibilidad, pensando en la fiesta y el ataque.
Quizá fuera sólo que se estaba haciendo mayor. Tal vez fuera el miedo de que lo sucedido con Pitala hubiera pasado en medio de la fiesta con todos los promotores delante. Por eso no había disfrutado de la velada cuando, normalmente, lo hubiera pasado bien. Por la misma razón, los comentarios hirientes de Elfa la habían afectado más esa tarde que en todos los años que su sustituta llevaba diciéndole las mismas tonterías.
Contempló la espalda de Nykyrian mientras este la guiaba fuera del edificio. Como mínimo, ya había un asesino menos buscándola. Con suerte, Némesis lograría obligar al resto de sus perseguidores a que la dejaran en paz así ella podría continuar con su antigua vida.
Pero ¿sería capaz?
Tragó el nudo que tenía en la garganta. Sólo era cansancio. Dormiría un poco y todo se arreglaría. Se sentiría bien de nuevo.
Pero por dentro sabía que todo aquello la cambiaría y que nada volvería a ser igual.
• • •
Dos horas más tarde, después de un baño y de tratar, sin éxito, de dormir, Kiara se hallaba acurrucada en su sillón favorito, observando a Nykyrian, que estaba comprobando los cargadores de sus armas. Para ella, la muerte se había convertido en fuente de una mórbida fascinación, mientras se preguntaba a cuánta gente habrían matado esas armas.
—No pensaba que los soldados con experiencia desmontaran sus armas y las limpiaran.
—Algunos no lo hacen. Son artefactos muy sensibles y una mota de polvo puede alterar el mecanismo de temporización. Pero como mi vida y la tuya dependen de que funcionen en sincronía conmigo, soy un poco pesado en asegurarme de que estén bien lubricadas y sean seguras. —Cogió su pistola de rayos—. Hoy he notado una cierta tirantez en el seguro y quería revisarlo.
Kiara lo entendía. Ella tampoco deseaba que a Nykyrian el arma le fallara.
Este cambió la batería de su pistola de rayos. El seco clic a ella le puso los pelos de punta.
Se cerró bien la bata sobre los pies.
—¿Por qué no has matado a Pitala hoy, o en el apartamento de Tiyana?
Él enroscó otra pieza de la pistola.
—¿Lo hubieras preferido?
Kiara sintió un escalofrío en los brazos ante el tono neutro de la pregunta.
—No, supongo que no. Pero me resulta extraño que lo dejes vivir, dada tu…
—¿Brutalidad?
—Iba a decir «historia».
Él sacó su otra pistola y revisó los controles.
—Puedes llamarme animal. No herirás mis sentimientos.
¿Cuánta gente lo habría insultado con esa palabra para llegar a inmunizarlo así?
—No eres ningún animal.
Él no replicó.
—Como Pitala no ha derramado sangre, oficialmente no podía matarlo.
—Pero estaba allí para matarme.
—Si tú lo hubieras matado, podrías presentarte ante los Grandes Jueces y explicarles que sólo estabas protegiéndote. Contigo no serían severos; te perdonarían y te dejarían marchar. Pero yo soy un asesino profesional, un arma letal, y por lo tanto vivo bajo otros valores. A no ser que estuviera sangrando y pudiera demostrar que él me atacó con intenciones de matarme y que realmente tuve que emplear una fuerza mortal para protegerme, me ejecutarían al instante por su muerte, lo que no me importaría, excepto porque esta noche yo no estaba solo allí.
—No lo entiendo —dijo ella ceñuda.
—Soy un criminal, princesa; mi cabeza tiene un precio muy alto y hay una sentencia de muerte esperándome si llegan a atraparme. Así que, aunque puedo matar a cualquiera que me cabree sin que eso cambie nada de lo que la Liga me tiene preparado si me pillan, ninguna sentencia de muerte pesa sobre Syn y los otros. Si hubiera matado a Pitala sin que este hubiera derramado sangre, a ellos los podrían considerar cómplices del asesinato, aunque lo hubiera cometido yo, y los cargarían con una sentencia de muerte. Por ahora, sólo tienen sentencias de prisión. No quiero ofender, pero prefiero que las cosas sigan así.
—¿Y si lo hubiera matado uno de ellos?
—Son rastreadores y asesinos con licencia. Como tales, la Ley de la Primera Sangre también se les aplica a ellos, porque están entrenados para matar. A no ser que haya una sentencia de muerte sobre la persona, sería mejor que los encontraran sangrando después de matar, para así poder alegar defensa propia o, de lo contrario, estarían jodidos.
Kiara soltó un trabajoso suspiro.
—No me había dado cuenta de lo complicadas que son las leyes.
—Eres una civil. No hace falta que sepas todo eso.
Quizá, pero ¡qué manera de enterarse!
—No puedo creer que un gobierno pueda publicar con toda impunidad un contrato para que me maten mientras que a mis protectores los pueden ejecutar por mantenerme a salvo. No parece tener mucho sentido.
—Bienvenida a la Liga, princesa. Los burócratas son idiotas y, mientras el gobierno les pague una cantidad lo bastante alta, seguirán redactando leyes que controlen a todos los que sean tan tontos como para obedecerlas.
—Pero ¿a ti no?
—Yo sólo obedezco las leyes cuando no hacerlo repercutiría en los que tengo cerca.
Ella lo observó montar la pistola de rayos, con gestos precisos que demostraban mucha práctica. Era un curioso ballet, hipnótico.
—Cuando decidiste dejar la Liga, ¿cómo lo hiciste? ¿Les dijiste «no, gracias», o qué?
Él hizo una mueca mientras colocaba una pieza del mango en posición de disparo.
—¿Por qué quieres saberlo?
Kiara se encogió de hombros, mientras por la cabeza le pasaba una imagen de los promotores y de cómo reaccionarían si les dijera que se fueran a la mierda, como tantas veces había deseado hacer.
—Por el valor que se necesita para hacerlo. La mayoría de la gente preferiría aguantar en una mala situación que dar los pasos para librarse, sobre todo sabiendo que al hacerlo la perseguirían. Sólo quiero saber cómo lo hiciste. ¿Te presentaste ante tu jefe y le dijiste «ahí te quedas», o te fuiste disimuladamente?
Nykyrian dejó la pistola en la mesa, entre ambos.
—No soy del todo suicida y tampoco era algo que tuviera planeado hacer. Una noche, tuve que enfrentarme a lo que yo era y a aquello en lo que me había convertido. No quise seguir obedeciendo sin pensar, así que llevé a mis objetivos a un sitio seguro, los dejé con el dinero suficiente para el resto de su vida, luego me arranque el rastreador y no miré atrás.
Kiara frunció el cejo. Por alguna razón, no se había imaginado que fuera tan fácil dejar la Liga.
—¿Por qué?
Nykyrian recordó a la niña, gritando al verlo salir de entre las sombras para matarlas a ella y a su madre. La mujer estaba aterrorizada y aferraba a su hija contra sí.
«Por favor, no mates a mi hija. Por favor, déjala Sólo tiene cinco años. No ha hecho nada malo. Por el amor de los dioses, no le hagas daño. Mátame a mí, pero no a ella. Haré todo lo que me pidas. —Se había arrancado un caro collar y se lo había ofrecido—. Cógelo. Pero deja vivir a mi hijita».
La madre era tan inocente como la niña, pero no pronunció una sola palabra para rogar por su vida, sólo por la de su hija.
Nykyrian había apretado el puñal con fuerza mientras todos los años de entrenamiento de la Liga lo desgarraban por dentro.
«Matar o morir. Si fallas, morirás. Sin excepciones».
Parte de él había querido acabar con sus vidas, porque ellas tenían algo que él nunca había conocido: amor.
Una madre dispuesta a morir por su hija, a sufrir lo que fuera para salvarla. La rabia y los celos lo habían sacudido al recordar a su propia madre enviándolo a un infierno cuando él tenía la misma edad que aquella pequeña. Sin el menor rastro de compasión. Sin ninguna lágrima. Lo había entregado a sus guardias ordenándoles que se lo llevaran.
«Me pones enferma despreciable mestizo. —La fría mirada de la mujer aún lo perseguía—. Aseguraos de que no regrese nunca».
Aún podía sentir sus propios sollozos mientras le suplicaba a su madre que lo dejara estar con ella, mientras le prometía, llorando, que sería bueno. Que no dejaría que nadie lo viera para no avergonzarla.
Ella no lo había escuchado ni mostrado el menor interés. En vez de eso, le había soltado a la fuerza los dedos con los que se le agarraba a la muñeca con desesperación y le había dado la espalda.
Pero la madre a la que le habían ordenado matar era diferente. Agarraba a su hija y la escudaba con su propio cuerpo.
¿Cómo podía matar a alguien con un amor tan puro?
Nykyrian les había dado su vida a cambio de la suya. Ni siquiera sabía si había valido la pena. En realidad, eso no había cambiado mucho su existencia. Lo único que había cambiado era la persona que lo hacía matar y el número de gente que lo quería matar a él.
Todo lo demás seguía igual: la soledad, la desconfianza, el vacío en el alma. Todo eso parecía ser eterno.
Y en ese momento miraba a Kiara, que acababa de hacerle la pregunta que él mismo se había hecho muchas veces a lo largo de los años.
¿Por qué?
Había una verdad por encima de todas las otras.
—Porque algunas cosas son más importantes que nuestra propia vida.
Como el amor de una madre dispuesta a morir para salvar a su hija. Eso, para él, era tan singular que, al encontrarlo, se había visto incapaz de destruirlo.
Kiara inclinó la cabeza para mirarlo.
—No lo entiendo. Si eres un asesino…
—Estaba harto de cumplir órdenes ciegamente, princesa, y una noche llegó la gota que colmó el vaso. Toda mi vida, lo que vestía, comía o hacía me venía dictado por alguna otra persona. En aquel momento concreto, decidí que prefería morir que vivir un segundo más esclavizado por gente a la que ni soporto ni respeto. Fue así de sencillo.
Y también así de difícil.
—¿Te arrepientes? —preguntó ella.
—No. Fue el mejor día de mi vida.
—¿Aunque te convirtieras en un fugitivo?
—Sí.
Kiara asintió, pero el corazón le pesaba con algo más que necesitaba preguntar. Al final, se armó del valor necesario para hacerlo.
—¿Piensas alguna vez en la muerte? En serio.
Nykyrian se frotó el mentón.
—No. No me importa que suceda o no.
No tenía nada por lo que vivir.
A Kiara se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me gustaría ser como tú. Pero me da mucho miedo morir. Lo que puede haber después. ¿Y si no hay nada? ¿Sólo frío y oscuridad? ¿Y si estamos allí solos, sin amigos ni familiares? Oh, Dios. ¡Me da tanto miedo…! —Se cubrió los temblorosos labios con la mano y corrió por el pasillo hacia la intimidad de su habitación.
Nykyrian se quedó sentado en el sofá y miró sus armas, que se hallaban sobre la mesa.
—Así es mi vida ahora, princesa —susurró.
Ella tenía razón. Era un infierno.
Oyó sus sollozos a través de la pared. Eran sus mismos sollozos desesperados de cuando su madre lo había abandonado. De los que provenían de esa parte del alma donde residía todo el dolor del corazón.
«Déjala en paz. No es nada para ti».
Pero a diferencia de él, Kiara no estaba acostumbrada a sufrir sola. A no tener consuelo.
La mirada de Nykyrian se dirigió hacia las fotos de ella con sus padres y amigos. Las sonrisas alegres y los abrazos.
Al mismo tiempo que se maldecía por su debilidad, se puso en pie y fue al cuarto de la joven. La vio hecha un ovillo, sacudiéndose por los sollozos. Se agarraba la almohada contra el estómago mientras soltaba todo el miedo que ese día le había puesto a los pies.
Nykyrian permaneció en silencio mientras la cogía y le ofrecía un consuelo que no acababa de entender. Le apartó los mechones de cabello de las mojadas mejillas, mientras la acunaba suavemente entre los brazos, como había visto hacer en obras de teatro o a las madres con sus pequeños.
Kiara lo abrazó mientras trataba de olvidar sus temores. No quería morir. Había tantas cosas que aún quería hacer en la vida.
Quería ser madre. Quería viajar más.
¿Por qué tenían que perseguida? ¿Por qué?
No quería que la violaran y la mataran…
Estaba en los brazos de un asesino, y, sin embargo, nunca se había sentido más protegida. O más segura.
No supo cuánto rato pasó llorando, pero cuando finalmente se apartó de Nykyrian, la tela de la camisa se le pegaba al cuerpo de tantas lágrimas como la habían mojado.
—Lo siento —dijo; sorbió y se pasó el dorso de la mano por las mejillas.
Él le apartó la mano y le secó las lágrimas.
—¿Estás mejor?
Kiara asintió.
—No suelo ser así —se disculpó. Se deleitó con la sensación de las fuertes y cálidas manos de él sobre sus heladas mejillas—. Sé que no me crees, porque estoy llorando cada dos por tres, pero te juro que soy más fuerte que todo eso, y que odio que me veas así de débil y sensiblera. Juré que nunca lloraría. Que nadie me haría volver a llorar. Soy lamentable.
—No te disculpes. Todo el mundo llora alguna vez.
Ella no podía imaginárselo a él haciéndolo, por más que estuviera sufriendo.
—¿Tú también?
—Por dentro, sí.
—No te creo.
—Sí, bueno, es mentira, pero trataba de hacerte sentir mejor.
Kiara rio entre las lágrimas.
—Y lo has logrado. Gracias.
Lo miró, deseando poder verle los ojos. En realidad, era un completo desconocido, pero ahí estaban, sentados juntos como viejos amigos o incluso como amantes, y le había confiado cosas que nunca le había dicho a nadie.
A pesar de su ferocidad, resultaba sorprendentemente fácil hablar con él. No parecía juzgarla. En vez de eso, la aceptaba con toda la odiosa carga emocional que la lastraba, y eso era lo bastante raro como para que ella lo valorara.
En ese momento, ansiaba besarlo en los labios. Pero sabía que si lo intentaba, él la apartaría de nuevo y ese tranquilo momento acabaría.
Y Kiara deseaba con toda desesperación que nunca acabara.
—¿Qué crees que hay después? —le preguntó, curiosa por saber en qué creía él.
—Espero que nada. Ni voces, ni sonidos. Sólo yo y la oscuridad eterna.
Para ella, eso sería el infierno. No podía soportar la oscuridad y el silencio.
—¿Eso no te asusta?
—No. Supongo que sería muy tranquilo.
—Pero ¿no quieres volver a ver a tus seres queridos?
Nykyrian apartó la mirada de su rostro inocente. ¡Qué ingenua era, con esas ideas infantiles! En su mundo, eso no existía. Los seres queridos eran los primeros en traicionarte y de quienes más dolía la traición.
—No tengo a nadie.
—¿A nadie? ¿Y qué pasa con tus amigos?
—No me echarán de menos durante mucho tiempo —contestó. Lo sabía con toda seguridad. Todos estaban acostumbrados a perder a personas cercanas y, aunque alguna vez pudieran tener un rápido pensamiento para él, nunca llorarían su pérdida mucho tiempo. Seguirían con sus vidas, como siempre habían hecho. Y eso ni lo amargaba ni lo enfurecía.
Así eran las cosas. Así eran ellos.
Kiara meneó la cabeza, negándose a aceptar lo que él decía.
—¿Ni siquiera Némesis? ¿Seguro que tu amante te echaría de menos?
Él resopló con amargura al oírla. ¡Como si alguna vez él mismo se hubiera importado una mierda!
—Te aseguro que si muriera mañana, a él sería a quien menos le importaría.
—No crees eso de verdad, ¿no?
—No hay mucho que echar de menos. Créeme.
Kiara seguía sin poder aceptar lo que le decía. ¿Cómo no iba alguien a lamentar su muerte? Seguro que alguien lo quería. Tenían que quererlo. No había ni un solo día que ella no deseara llorar por su madre. Por poder abrazarla de nuevo. Por sentir sus tiernas caricias…
¿Y Nykyrian no tenía a nadie que tuviera ese doloroso lugar en su corazón para él? No por egoísmo, sino por amor. Por respeto y ternura y por saber que el universo perdería una parte vital si él ya no estuviera allí.
—¿Alguna vez sales con tus amigos? No sé, ¿a tomar algo? ¿A cenar?
—Claro, cuando estamos trabajando.
Eso no era lo mismo. ¡Qué vida tan horrible!
Kiara fue a acariciarle el rostro, pero en cuanto le rozó, Nykyrian la apartó y se alejó.
—Nadie va a hacerte daño, princesa. Por mi vida que te mantendré a salvo. —Y entonces se marchó, antes siquiera de que ella pudiera parpadear.
A Kiara el corazón se le aceleró ante la audible sinceridad de sus palabras. Le ardió la mejilla al recordar sus dedos enguantados rozándole la piel. Había tantas cosas más que quería decirle, preguntarle… pero no sabía cómo.
Él era tan cambiante. Un momento se alejaba y saltaba si ella se atrevía a tocarlo y al siguiente la estrechaba como a un tesoro y le secaba las lágrimas.
¿Cómo podía ser que nadie fuera a echar de menos a un hombre así? Le entraban ganas de abrazarlo con fuerza y demostrarle que no todo el mundo era tan insensible.
Soltó un tembloroso suspiro y deseó tener el valor necesario para desnudarse e ir a la sala donde estaba Nykyrian. Shera había empleado esa táctica con su último amante y le había asegurado que era un sistema infalible, siempre que realmente deseara a alguien.
Pero ella nunca podría hacer algo tan atrevido.
Era una cobarde.
Suspiró de nuevo y se tumbó en la cama, imaginándose cómo sería tener a Nykyrian al lado, haciéndole el amor, calmando sus miedos durante la noche mientras la mantenía a salvo.
Aún seguía pensando en él cuando finalmente se durmió profundamente.
Al despertarse, Kiara supo de inmediato que algo había cambiado, pero no estaba segura de qué. Cogió la bata y se la ató antes de ir a descubrir el motivo de esa sensación.
En cuanto entró en la sala, lo entendió. Nykyrian se había marchado y Hauk estaba en el sofá, mordisqueando lo que quedaban de sus cereales.
Él le lanzó la mirada más amenazadora que Kiara nunca había recibido.
—¿Pasa algo? —le ladró.
¿Cómo podía alguien tener un aspecto tan fiero estando relajado? ¿Habría algún curso que todos hubieran hecho para lograrlo, o les salía de forma natural?
—No.
Ella esbozó una tímida sonrisa y, para despejar el ambiente, se fue a vestir.
Se lo tomó con calma; deseó haberse quedado en la cama y dormir durante toda la guardia del enorme andarion. Lo último que quería era pasar un día entre sus amenazas y sus pullas.
Oh, bueno. Había pasado por cosas peores.
O eso creía.
Cuando volvió a la sala, Hauk tenía un plato de bollos esperándola. Ella alzó una inquisitiva ceja, sorprendida por el gesto.
—No son tan buenos como los de Nykyrian, pero tampoco te matarán —dijo con aspereza, como si ser amable lo avergonzara.
—Creía que me odiabas —contestó ella, mientras cogía un bollo.
Hauk se encogió de hombros y cambió de canal en el visor.
—Odio a la gente privilegiada en general. Y tú estás dentro de esa categoría. Sin ofender. Pero Nykyrian me ha dicho que no eres una zorra integral, así que confío en él hasta que lo hagas quedar como un mentiroso.
—Relacionarte con la gente no es lo tuyo, ¿verdad?
—Más o menos. Y también me enorgullezco de ello.
«Porque así se saca de encima a todos aquellos que no lo aprecian», pensó Kiara, y recordó a su terapeuta diciéndole, eso cuando ella había pasado por un período difícil, en el que repelía a todo el que se le acercara.
«Te da tanto miedo que te hagan daño que atacas primero. Sólo los que realmente te quieren aguantarán tus ataques verbales y se quedarán contigo. El resto desaparecerá».
Al cabo de un tiempo, Kiara había superado en parte su rabia y se había dado cuenta de que sus seres queridos merecían algo más de ella que su furia y su hostilidad.
Sabiendo lo que sabía sobre Nykyrian y sus compañeros, entendía la necesidad que tenían de poner en marcha todos sus sistemas de defensa. No era nada personal.
Era el rencor que todos le guardaban al universo entero y ella sólo era parte de ese otro grupo.
Sonrió a Hauk.
—No me da la sensación de que Nykyrian sea muy pobre. Como hijo de un comandante rico y respetado, supongo que también entra dentro de la categoría de gente despreciable.
Un fuerte resoplido fue toda la respuesta del andarion.
Pasado un momento, tiró el mando a distancia con rabia.
—¿Tengo que suponer que no tienes nada mejor con lo que ocupar nuestro tiempo? ¿No hay nada que sea lo suficientemente entretenido como para no pudrirme el cerebro viéndolo?
Kiara se echó a reír mientras recordaba cómo ese mismo hecho la hacía sulfurarse a ella.
—Aparte de comer toda la comida que encuentras y humanos, ¿qué más te gusta hacer?
Hauk se puso en pie, le sacaba varios palmos.
—Cualquier cosa es mejor que hablar.
—Tengo algún juego.
Sacó una consola del armario y sopló el polvo del teclado y los mandos. Había sido un regalo, pero Kiara no solía jugar, así que no la había usado.
Sin decir nada, Hauk fue hasta el armario y comenzó a rebuscar entre su pequeña colección de discos. Se volvió con una sonrisa que dejaba al descubierto sus largos colmillos.
—Tareba. Hacía años que no veía este juego —comentó. Era todo un clásico entre los juegos de estrategia—. ¿Te importaría jugar? Es una mierda hacerlo solo.
Ella sonrió, incapaz de dar crédito al repentino entusiasmo de Hauk.
—No creo que sea muy buena, pero sí, claro.
Él le recordó a un niño mientras conectaba la consola al visor y cargaba el programa. Le estaba empezando a caer bien.
—¿Adónde ha ido Nykyrian?
El andarion la miró con un severo cejo, alzando la vista del teclado.
—¿No se lo has preguntado?
—No he tenido tiempo.
Su ceño se relajó.
—Ha ido a conseguir información sobre la gente que te persigue.
Kiara se acabó el bollo mientras trataba de armarse de valor para hacer la siguiente pregunta.
—¿Por qué Aksel Bredeh es tan importante para Nykyrian?
—¿A ti qué te importa?
La hostilidad de su tono era evidente. ¿Cómo podría ser la pregunta una amenaza para ninguno de ellos?
—Tíos, sois el grupo más a la defensiva que existe. Mia kitana, no consigo ni una sola respuesta directa.
Él soltó una profunda risa gutural, un sonido que a Kiara le pareció muy poco tranquilizador.
—Tienes razón. Vivimos para ser evasivos. Alguna vez deberías jugar a las preguntas con ellos. Nunca he visto a nadie esquivarlas mejor que Nykyrian o Syn —contestó Hauk y parecía magia la forma en que su carácter iba cambiando de brusco a amistoso mientras preparaba los mandos—. En cuanto a Aksel, la verdad es que no lo sé. Mala sangre desde el principio, supongo.
—¿Por qué dices eso?
—Siempre estaban enfrentados —contestó, encogiéndose de hombros—. Creo que casi todo viene de que Aksel no conseguía pasar los exámenes de la Academia de la Liga, mientras que Nykyrian siempre sacaba las mejores notas en lo que fuera.
Debería habérselo imaginado. Nykyrian no le parecía alguien que pudiera aceptar ser el segundo en nada.
—¿Cuánto hace que conoces a Nykyrian?
Hauk la miró fríamente antes de responder.
—Yo tenía trece años.
—¿Y qué edad tenía él?
—No tengo ni idea.
—Así que no sabes la edad de Nykyrian —concluyó, mirándolo fijamente.
—No. Nadie la sabe.
—Estoy segura de que él sí.
—No, creo que no. El rumor que corría por la escuela era que lo habían enviado a un orfanato humano cuando era un bebé o tenía muy pocos años y que se había criado allí. Cuando nos conocimos, ni siquiera tenía nombre.
Kiara tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco.
—Estás de broma.
Él negó con la cabeza y su mirada brilló con una peligrosa seriedad.
—No, no tenía nombre hasta que consiguió que lo nombraran oficial de la Liga; se necesita un nombre para todos los oficiales, así que entonces escogió uno. En sus informes académicos sólo consta una edad aproximada y en el apartado «Nombre» pone: Desconocido Híbrido Andarion.
Kiara se sintió asqueada.
—¿Lo dices en serio?
—Yo mismo vi el informe. Todo era desconocido. Padres. Planeta de origen. Nombre. Edad. Era muy triste, la verdad.
A ella la asustó la idea de no saber nada de sí misma o de sus padres. No era raro que Nykyrian fuera tan frío.
—¿Lo conociste cuando entró en la academia?
Hauk asintió.
—¿Y cómo lo llamabais cuando no tenía nombre?
—No lo llamábamos. Ninguno de nosotros se relacionaba con él… Bueno, eso no es del todo cierto. Había muchos chicos que se metían con él, porque llegó a la academia con un collar de adiestramiento ya puesto. Pero lo que lo llamaban no es adecuado para la presente compañía y no vale la pena repetirlo. Cabrones gilipollas.
Si esa era su idea de un insulto aceptable para la presente compañía, prefería no oír lo que habían llamado a Nykyrian y que Hauk prefería no repetir.
Pero decía mucho a favor de este que se hubiera apartado de la manada y se hubiera hecho amigo de alguien a quien los demás despreciaban. La mayoría de los niños, ella incluida, no tenían la fuerza de carácter necesaria a esa edad, cuando la aceptación de los otros resultaba tan importante. Le hubiera gustado pensar mejor de sí misma, pero habría sido mentira.
—¿Y cómo os hicisteis amigos?
—El cabrón me salvó la vida —contestó Hauk avergonzado—. Una de las cápsulas con las que practicábamos se estropeó. Se estrelló y comenzó a arder. Yo estaba atrapado dentro y los restos se me habían caído sobre la pierna. Nadie fue a ayudarme, tenían demasiado miedo de herirse. Hasta los instructores. Estaban muy ocupados echando hacia atrás a todos los demás mientras yo me asaba. Nykyrian los apartó, me sacó y me alejó hasta ponerme a salvo antes de que la cápsula estallara. Todavía tiene cicatrices donde se le clavaron los cristales y del corte que se hizo rescatándome.
Ella sabía a qué cicatriz se refería.
—¿Y después de eso os hicisteis amigos?
—La verdad es que no. En ese tiempo, Nykyrian se negaba a hablar con nadie. Traté de darle las gracias, pero él no me hizo ni caso.
—Entonces, ¿cuándo sucedió?
Él siguió desenrollando los cables de los mandos.
—Syn. Nykyrian entró en la Liga y yo la cagué. Así que acabé en el sector privado de la tecnología. Había un cabrón de pirata que no paraba de romper mi seguridad por más que yo la mejorara y quise conocerlo. Resultó ser Syn. Este, pese a ser humano, es difícil que no te caiga bien, sobre todo entonces, cuando estaba sobrio. Su sentido del humor era contagioso y unos dos años después de conocerlo, me enteré de que Nykyrian era su mejor amigo.
Kiara se preguntó por qué Nykyrian le habría permitido a Syn entrar en su vida cuando parecía tan decidido a mantener al margen a todos los demás.
—¿Así que hablaba con Syn?
—Como he dicho, es difícil que Syn no caiga bien.
Tenía que haber algo más en esa historia, sobre todo teniendo en cuenta lo cerrado que era Nykyrian.
—¿Cómo se conocieron?
—No tengo ni idea. No son de los que cuentan mucho.
Con eso seguro que no estaba bromeando. En realidad, ella estaba más que sorprendida de que Hauk estuviera charlando tanto.
Lo que la hizo preguntarse cuánta más información le podría dar y había algo en concreto que se moría de ganas de saber…
—¿Le has visto los ojos a Nykyrian?
—Sí.
—¿Se parecen a los tuyos?
Él se quedó parado y luego negó con la cabeza.
—Mira, ya he hablado demasiado. Nykyrian es un tipo muy cerrado y yo le debo la vida. Me la ha salvado más veces que en aquella ocasión, así que mejor jugamos y pasamos el tiempo con estúpidas tonterías hasta que regrese.
Kiara asintió, aunque en la cabeza le daba vueltas a todo lo que había descubierto. Habían abandonado a Nykyrian sin ni siquiera un nombre.
¿Qué clase de padres podrían haberle hecho eso? No era raro que no le gustara que lo tocaran. ¿Cómo se le llamaba a eso? ¿Disociación? Tendría que mirarlo y asegurarse. Era algo sobre los niños rechazados por sus madres. Niños a los que no cogían y cuidaban. Nunca se sentían unidos a nadie y eso les dejaba traumas para toda la vida.
No podía imaginarse el horror por el que habría pasado Nykyrian. Y el corazón le dolía por lo que le había descrito Hauk. Se preguntó si Nykyrian mismo sabría las respuestas sobre un pasado que prefería no contar.
Hauk le pasó un mando. Ella lo cogió y recordó lo que Nykyrian le había dicho sobre sí mismo la noche anterior. Que no tenía familia, ni amigos. Nada.
Aunque Kiara sospechaba que Hauk moriría por él, Nykyrian aún se sentía solo en el mundo. Abandonado por todos. Y a ella, eso le rompía el corazón.
«¿Y a mí qué me importa? Sólo es mi guardaespaldas…».
Pero no era tan fácil. Sabía que Nykyrian era mucho más. Como Hauk, le debía la vida. Y, de alguna manera, quería darle una vida a él también.
Una, llena de confianza y cariño. Sin duda se lo merecía, después de lo que había hecho, ¿no?
Quizá a Némesis no le importara él, pero Kiara estaba aprendiendo a apreciarlo y quería darle de algún modo la amistad que se merecía. Cualquier hombre capaz de aceptar a un amante tan insensible, sin duda aceptaría a una amiga con buena voluntad que sólo quería ayudarlo.
Pero la auténtica pregunta era: ¿permitiría Nykyrian que alguien se le acercara?