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Kiara asomó la cabeza por la esquina del pasillo y vio a Nykyrian tecleando en el ordenador. ¿Cómo podía estar allí sentado, hora tras hora, sin que se le durmieran las piernas o se volviese loco? Nunca había visto a nadie trabajar tan duro durante tanto rato seguido.

Él alzó la mirada sin dejar de escribir.

—¿Pasa algo?

—Estoy tan aburrida que me mareo. —Se dejó caer sobre el sillón, frente a él. Suspirando, apoyó la barbilla en la mano y le ¿Cómo haces para no volverte loco?

—Trabajo.

Eso ya se lo había imaginado, pero tenía que haber algo más que trabajar todo el rato.

—Sí, yo también. ¿Alguna idea de qué se supone que debemos hacer durante el tiempo libre?

—No.

—No me estás ayudando mucho. ¿Podemos hacer algo?

—¿Como qué?

—No lo sé. Podrías empezar por dejarte de respuestas monosilábicas; por si nadie te lo ha dicho, son de lo más irritantes. —Suspiró—. ¿Qué hace la gente normal…? Hum, déjalo.

Nykyrian echó la cabeza hacia atrás, como si ella lo hubiera abofeteado.

—¿Acaso estás sugiriendo que no soy normal?

Kiara alzó las manos en un gesto de rendición.

—Oh, sí, chico, la normalidad te sale por los poros. Desde la punta de esa trenza de asesino hasta la de las botas, en las que estoy segura de que ocultas unos puñales retráctiles. Eres un tipo del montón sin duda. Porque, ¿sabes?, todo el mundo se sienta durante horas sin hacer nada más que escribir…

Nykyrian sintió el peculiar impulso de sonreír ante su sarcasmo. No tenía ni idea de por qué ella le encantaba, sobre todo teniendo en cuenta el insulto implícito. Pero…

Dejó el ordenador a un lado y se puso en pie.

—Vamos.

Kiara frunció el cejo mientras él iba al estudio.

—También he practicado ya hasta hartarme.

—No has practicado lo que voy a enseñarte ahora.

Ella alzó una ceja mientras lo seguía.

—¿Me vas a enseñar tus movimientos, nene? —dijo.

Él lanzó un resoplido.

—Seguro que te sueltan mucho esa tontería, ¿no?

—Oh, sí. Es una de las desventajas de ser bailarina. Cada tío parece pensar que es el primero al que se le ha ocurrido. Lo cierto es que asusta.

Nykyrian no hizo ningún comentario mientras se quitaba la camisa. Si ella golpeaba accidentalmente la armadura que la forraba, se haría, en todo caso, un morado en la mano y en el peor podría rompérsela.

Kiara tuvo que contenerse para no morderse los nudillos al ver su musculado cuerpo cuando él tiró la camisa a un lado. Debajo llevaba una camiseta negra sin mangas que se le ajustaba a todas las formas de un torso que a ella le hubiera encantado explorar con la lengua.

Las cicatrices del brazo izquierdo se le mezclaban con los tatuajes de la Liga. Tenía más cicatrices en el brazo derecho. Le rodeaban la piel, como si en momento hubiera agarrado un látigo láser.

Todo en él gritaba peligro. Poder.

Sexo.

Le resultaba hasta duro mirarlo, de lo guapo que era. Echó una mirada a la camisa, que se había quedado como un pesado bloque en el suelo, donde él la había dejado. Sin duda estaba protegida, como el abrigo.

—Ni te enterarías si te disparara, ¿verdad?

—Depende de dónde me dieras.

—Hum.

Él se le acercó por detrás, tanto que Kiara sintió un escalofrío. El calor de su cuerpo la calentó. Era tan alto que ella casi no le llegaba ni al hombro. Tembló ante su feroz proximidad y tuvo que esforzarse por no apoyarse en su cuerpo.

Sin que su cercanía pareciera causarle ningún efecto, Nykyrian le puso las manos sobre los hombros, ambos mirando hacia el espejo.

—Puntos vulnerables. —Fue señalando cada uno mientras los mencionaba—. Ojos, nariz, cuello… —Se detuvo antes de añadir—: Entrepierna.

—Ya sé todo eso. Mi padre me entrenó muy bien.

—Si hubieras estado bien entrenada, Pitala nunca habría sido capaz de inmovilizarte.

—Me sorprendió.

—Y esas son las dos palabras mágicas que siempre hay que recordar. La sorpresa es tu aliada. —Le hizo darse la vuelta para mirarla—. Atácame.

Kiara vaciló. Él era un hombre enorme, con un montón de habilidades que daban miedo.

—No sé si esto…

—Sí, te convence. Yo voy a por ti y tú te defiendes con todo lo que sepas. No pares, pase lo que pase. Es tú o yo y, para ti, mejor que sea yo. —Su voz era neutra y sin embargo, a Kiara no se le escapó la ferocidad de esas palabras.

—¿Estás seguro?

—No te preocupes —contestó él asintiendo—. No puedes hacerme daño.

—Muy bien. —Y le lanzó una patada en el aire.

Antes de que ella pudiera hacer contacto, Nykyrian retrocedió sin darle tiempo a parpadear y se deslizó con agilidad a su lado, luego la cogió por el cuello suavemente, con la intención de que aprendiera, no de hacerle daño o asustarla.

—Demasiado fácil —se mofó.

La soltó y retrocedió.

Ella trató de golpearlo con las manos, pero de nuevo él la esquivó y le devolvió un golpe fingido, que, de haberla tocado, la hubiera enviado volando.

Frustrada, trató de darle una patada en la entrepierna. Él se apartó.

—¿De qué estás hecho? —gruñó Kiara—. ¿De goma?

—Cálmate. No todos los golpes alcanzan —dijo. Y se señaló las cicatrices que tenía en el brazo derecho—. Incluso yo fallo de vez en cuando. Pase lo que pase, tienes que controlar tus emociones. La frustración y la rabia son tus enemigas. El objetivo es cabrear y matar al otro.

Se apartó de ella y le dio una orden de voz al reproductor de música.

—Sistema: reproduce Bodies de Drowing Pool.

Kiara hizo una mueca de dolor cuando la estridente canción comenzó a sonar en el intercomunicador y el cantante lanzó un grito de rabia.

—¿Qué es ese ruido?

—Te ayudará, créeme. Eres bailarina. Escucha el ritmo de la canción. Uno, dos, tres, cuatro. Uno, golpe a los ojos. —Le mostró cada uno sin tocarla—. Dos, golpe a la nariz. Tres, golpe al cuello. Cuatro, golpe a la entrepierna. No te rindas. No pares el ataque. Uno, dos, tres, cuatro —repitió varias veces más hasta que ella lo tuvo claro.

Kiara asintió ante el rápido tempo que le marcaba con la música.

—Ahora, atácame al ritmo de la canción. En el orden que te he dicho.

Ella lo hizo y vio que esa vez su ataque era mucho más eficaz. Aunque Nykyrian esquivó todos los golpes, Kiara notó fluidez y potencia en cada uno.

—Ahora, el siguiente secreto es hacer lo inesperado. Cuando te ataco, espero que corras o retrocedas. Ve contra mí a por todas. Si te agarro, deja el cuerpo completamente muerto.

—¿Muerto?

Él asintió.

—¿Alguna vez has intentado coger a un niño pequeño cabreado? Aunque no pesan mucho, se dejan caer y te desequilibran. ¿Y qué pasa cuando pierdes el equilibrio?

Eso lo sabía perfectamente por el baile.

—Te vas al suelo.

—Eso es y cuando tu atacante está en el suelo, tú tienes ventaja. Recuerda, uno, dos, tres, cuatro. Sin piedad. Sin indulgencia. Ataca hasta que esté sin sentido. No te apartes para echar a correr. Sólo le das la oportunidad de recuperarse y agredirte de nuevo y, para entonces, estará realmente furioso y querrá sangre. Lo machacas hasta que no pueda levantarse. Sin piedad. Con frialdad. Él o tú. —Su seriedad en aquella cuestión era innegable y Kiara deseó no ser nunca la receptora de todo ese veneno.

—Asustas.

—Y estoy vivo, aunque debería estar muerto —replicó; eso era algo que no se le podía negar—. Ahora, atácame.

Kiara se tiró contra él. En cuanto su cuerpo impactó contra el suyo, Nykyrian retrocedió en vez de tambalearse, pero aun así el golpe resultó impresionante.

—Golpéale las piernas, arráncale los ojos, rómpele la nariz. Puedes aplastar una laringe media con sólo una presión de poco más de dos kilos. Un kilo y medio para arrancar una oreja. Menos incluso para dejar a alguien ciego.

—Eres sanguinario.

—Sí, pero sobrevivirás si me haces caso. El cuerpo de los humanos es frágil y el de algunas otras especies todavía más.

—¿Y las que no lo son?

—Todas son vulnerables en los ojos y el cuello. Si no pueden verte, no pueden atacarte. Si no pueden respirar, no pueden atacarte. Si sangran, pueden morir. Aún no me he encontrado con una especie que no respirara o sangrara. Los ojos son peligrosos. Hay razas que no los tienen, pero la mayoría de las que querrían atacarte, sí.

Ella asintió y repitieron una y otra vez los golpes hasta que estuvo sudando acalorada y, sobre todo, se le habían quedado grabados en la memoria muscular.

Sin aire por el esfuerzo, se dio cuenta de que él no sudaba. ¿Cómo lo hacía?

Kiara se apoyó en la barra de ejercicios, jadeando, mientras lo miraba recoger la camisa del suelo. Rechinó los dientes al ver su buen culo apretado por los pantalones. ¡Mierda, qué bueno estaba!

—¿Bailas alguna vez? —le preguntó, tratando de imaginarse cómo se lo vería.

—No.

—¿Nunca?

Él negó con la cabeza.

—Todo el mundo debería bailar, Nykyrian —dijo ella y le cogió la mano con la intención de guiarlo, pero en cuanto lo hizo, él soltó un bufido y se apartó.

Sorprendida por esa inesperada reacción, Kiara retrocedió.

—Nunca me toques.

Su hostilidad la cogió totalmente desprevenida.

—Lo siento. No pretendía ofenderte.

Él no dijo nada, pero la dejó sola en el estudio.

—Sistema, para —ordenó ella y detuvo la música con la que habían entrenado.

La curiosidad ante su reacción la llevó a la sala, donde lo encontró cogiendo el ordenador.

—Nykyrian…

—Tienes que arreglarte para la fiesta de esta noche.

Sus palabras la sorprendieron.

—¿Vas a dejar que asista?

—Durante una hora, a petición de tu padre. Dice que es algo que no te puedes perder.

—Vale. —Se detuvo para mirarlos de nuevo, a él y a su cuerpo indiferente. Le preocupaba la posibilidad de haber sobrepasado algún límite invisible con él—. ¿Estás bien?

—Bien.

Kiara suspiró al darse cuenta de que volvía a contestar con monosílabos. Eso había logrado al tratar de acercarse a él. Sin duda, Nykyrian quería mantener las distancias y ella respetaría su voluntad.

Pero antes, durante un minuto, había pensado que compartían algo más que una relación profesional.

«No seas estúpida», se riñó.

Entre ellos no podría haber nunca nada. Él era un criminal y ella una princesa.

Entonces, ¿por qué haberlo herido le dolía? ¿Por qué tenía que sentirse así? Negó con la cabeza y se fue a su cuarto para prepararse la ropa antes de bañarse.

Nykyrian se tocó la mano, donde los dedos de ella lo habían rozado. La piel aún le ardía por el breve contacto. Pero no era eso lo que lo molestaba, sino el hecho de que había querido sentir esas manos en la cara. De que había querido bailar con ella…

«No sigas por ahí».

Recuerdos amargos y duros le llenaron la cabeza con la fuerza suficiente para dejarlo sin aliento.

«Eres un animal».

Y Kiara toda hermosura y gracia.

Mantendría las manos quietas y se aseguraría de salir de su vida lo antes posible.