leagueTop1

Nueve años después

¡La habían secuestrado!

Kiara Zamir se despertó presa de una furiosa indignación. Aún podía notar la brusca y fría sujeción en los brazos y la boca, la punzada del inyector mientras la droga le corría por la sangre y la dejaba inconsciente en un instante. Su captor había sido tan rápido que Kiara no había tenido la oportunidad de pedir ayuda.

O mejor aún, de luchar.

¡Malditos cobardes! Odiaba a la gente que atacaba así. Al menos podía ser un hombre y enfrentársele de cara. Pero no… había recurrido al método de captura más rastrero. Aparecer sigilosamente en la oscuridad y atraparla mientras dormía.

No había nada que odiara más que a los que se ocultaban entre las sombras, esperando caer sobre la gente. Asesinos, secuestradores, ladrones, violadores, etcétera, todos eran una mierda sin valor y sin alma que sólo merecían sufrimiento y muerte.

En ese momento, la cabeza le dolía terriblemente mientras se le pasaban los últimos efectos de la droga. Un olor acre le llenaba los sentidos y el hedor la asfixiaba. Tenía la garganta tan seca que casi no pudo tragar cuando trató de humedecerse los ásperos labios.

Trató de no respirar muy hondo mientras abría los ojos para enfrentarse a lo que, o a quien, la retenía prisionera.

La alivió un poco ver que aún seguía con el camisón rosa, aunque estaba tirada boca abajo sobre un colchón podrido.

«Uf, qué asco…».

No había nadie más en la habitación y ningún sonido le indicaba que hubiera alguien cerca. Gracias a Dios. Eso le daría tiempo para planear la huida o, al menos, un contraataque.

Con una mueca de asco, se levantó y casi se volvió a caer a causa de las náuseas. Se apoyó en la pared que tenía al lado y un áspero trozo de óxido le arañó la palma de la mano.

—Fantástico —masculló para sí—. Menudo equilibrio. Malditos cabrones.

Al menos, no se habían molestado en atarle las manos ni los pies. Sin duda habrían supuesto que sería como otras mujeres de su clase, demasiado asustada y dócil para luchar contra ellos. Pero si creían que se iba a quedar esperando alegremente a que volvieran para matarla, se equivocaban de medio a medio. Quizá hubiera nacido princesa, pero no tenía la docilidad en la sangre, como tampoco la paciencia. Por no mencionar que, durante los años que había vivido con un padre militar y sobreprotector, había aprendido muchos trucos, incluida la habilidad de abrir una buena cerradura.

Y también cómo dejar a un atacante tirado en el suelo.

Con una mueca de determinación, se dirigió hacia la puerta con paso inestable. Cierto que habían pasado años desde que se saltaba la fuerte seguridad y abría las cerraduras de su casa para escaparse y encontrarse con sus amigos después de la hora hasta la que tenía permiso para salir, pero estaba segura de que recordaría cómo hacerlo.

Debía recordarlo.

Además, la probabilidad de que aquella pocilga contara con medidas de seguridad modernas era casi nula. Si no podían permitirse un colchón nuevo y las reparaciones, sin duda no podrían pagar los exorbitantes honorarios que una compañía de seguridad cobraba por sus sistemas más avanzados.

Llegó a la puerta y pasó la mano por la lisa cerradura. Muy vieja, sin duda. ¡Qué pintoresco! Le recordó a las cerraduras de la casa de su abuelo, hacía veinte años.

Buscó alrededor cualquier cosa que pudiera darle una pista del código, pero no había números anotados por ninguna parte. Nada personal sobre los atacantes, aparte de lo que comían y lo sucios que eran.

No servía de nada ir probando al azar secuencias de números, ya que eso podía hacer que la cerradura se bloqueara completamente. Incluso podría gasearla y volver a dejarla inconsciente.

O muerta.

Nunca se debían infravalorar los trucos que podía emplear la escoria.

—Tendré que reprogramarte.

Si pudiera encontrar algo con lo que sacar la cerradura de la pared…

Con un suspiro, Kiara miró por la habitación y se fijó en la ingente cantidad de basura que había tirada por el suelo. Arrugó la nariz con asco ante el desagradable hedor. Los gruesos muros de acero estaban cubiertos de grandes manchas de óxido y corrosión. ¿Cómo podía haber pasado aquel vehículo la inspección espacial? Ni siquiera servía para cargar la apestosa basura que tanto la molestaba, por no hablar de ocupantes humanos.

Debían de haber untado alguna mano muy importante.

—¡Ánimo, chica! —se dijo en voz alta—. Tienes que encontrar algo para esa cerradura y salir de aquí.

Sin duda habría una nave o cápsula de salvamento en la que pudiera huir.

Mierda, en ese momento estaba dispuesta incluso a lanzarse al espacio y flotar hasta su casa si encontraba un traje que la protegiera del vacío espacial.

Torció el gesto ante la porquería mientras daba una patada a una pila de desechos que tenía cerca, buscando algo que le sirviera para la puerta.

«Preferiría que se me comiesen viva que llamar casa a este lugar…».

Bajo una toallita, encontró un montón de comida mordisqueada.

—Ah, qué asco.

Aquel lugar parecía poder matarla de pura repulsión. ¿Dónde estaban los parásitos que se comían la carne cuando realmente los necesitaba?

De repente, oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo. Más decidida incluso que antes, miró alrededor buscando un arma.

Sólo vio basura.

Gruñó por lo bajo. La única ayuda que le ofrecía la basura era la posibilidad de que los secuestradores se desmayaran a causa del hedor.

No tendría tanta suerte… Seguramente olerían peor que la propia basura.

Apretó los dientes, se aplastó contra la pared junto a la puerta y esperó para atacarlos cuando entraran.