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Syn la miró con dureza.

—Deja de comportarte como una cría. Pensaba que habías estado en los peores lugares de la galaxia para atrapar a tus objetivos. —Eso último lo dijo en un tono de burla que realmente la molestó y la hizo desear tirarle algo a la cabeza.

Pero Shahara controló el impulso y lo miró con frialdad.

—Es cierto y no me estoy comportando como una cría. Sólo un auténtico waco iría a Rook.

«Waco» era él término con que los asesinos profesionales denominaban a un cadáver andante y lo solían emplear para referirse a sus objetivos, que sería en lo que se convertirían Syn y ella en cuanto pisaran suelo rookish.

La gente que llamaba hogar a Rook eran lo peor de lo peor. No había seguridad ni agentes, nada aparte de sangre en las calles. Literalmente. La vida en ese planeta no tenía ningún valor; había que reconocer que en el resto del universo tampoco mucho, pero… Shahara había oído de gente a la que habían matado para robarle los cordones de los zapatos.

Y Syn parecía totalmente indiferente a todo eso.

Pero claro, él era familiar de la peor escoria imaginable. Para él, el resto eran simples principiantes.

Syn se pasó la mano por el corte que tenía en la frente e hizo una mueca al verse sangre en los dedos, que se limpió en la pernera del pantalón.

—Sí, bueno, el caso es que este cadáver necesita un lugar donde descansar. Así que será Rook. Quizá deberíamos llamar ya y decirles que nos preparen las tumbas. ¿Qué te parece?

Shahara le hizo una mueca. Sin duda estaba Completamente Ido; seguramente eso significaban las siglas C. I. Tenía que estarlo.

—¿Tienes algún problema mental del que deberías informarme?

Él esbozó una media sonrisa que la hizo estremecerse de pies a cabeza. Cuando siguió hablando, lo hizo con un acento extraño que resultaba más que inquietante.

—Sólo porque como bebés para desayunar y uso sus huesos como mondadientes no significa que esté chalado.

Shahara puso los ojos en blanco. Dado quién era su padre, probablemente no debería hacer bromas como esa, ya que, sin duda, esa debía de haber sido la exquisitez preferida de su progenitor.

—¿Alguna otra costumbre curiosa que deba conocer?

—Sólo que tengo que bailar desnudo en las calles cuando hay luna llena.

—Entonces, me aseguraré de que acabemos con esto antes de la próxima luna llena. —A pesar de sus palabras, una fabulosa imagen de él desnudo destelló ante ella. Por mucho que le doliera admitirlo, aquel hombre era espectacular e incluso después de haber recibido una paliza de muerte, tenía un cuerpo de lo más sexy—. Desnudo por las calles, ¿eh? Caray, eso sí que es algo que me gustaría ver.

Syn esbozó una pícara sonrisa.

—Bueno, estoy dispuesto a ofrecerte una sesión privada cuando quieras.

—Yo no presumiría tanto —replicó ella con su propia sonrisa pícara—. Si no recuerdo mal, la parte de ti que quizá pudiera estar a la altura es la que seguramente te cortarán primero los habitantes de Rook.

—Dale a la secuencia de aceptación —dijo él negando con la cabeza, mientras se volvía en su asiento.

—De acuerdo, es tu funeral.

Pero bromas aparte, Shahara tenía un nudo del tamaño de un asteroide quemándole la garganta. No le gustaba la idea de pisar un planeta regido por presidiarios, proxenetas y esclavistas. Era demasiado peligroso. Incluso para un seax.

No tenía miedo, sólo era cauta. Y si algo había aprendido a lo largo de su carrera era que la arrogancia mataba. Nunca había que suponer que no había por ahí alguien mejor que tú y que no ibas a morder el polvo.

Porque en cuanto te convencías de cualquiera de esas dos cosas, se acababa. Game over.

Syn la observó con el rabillo del ojo. Por su expresión, casi podía oír sus pensamientos. No la culpaba. A él tampoco le gustaba la idea de tener que volver a Rook. Habían pasado décadas desde que había escapado de los horribles callejones y de las bandas callejeras, tan violentas que hasta su padre se hubiera sentido orgulloso de ellas. El infierno en que durante un tiempo transcurrió su vida. Había pasado años sin pensar demasiado en los viejos colegas de su padre y en el barrio donde ambos habían nacido. Hacía ya mucho tiempo que se había jurado dejar todo eso atrás.

Y en ese momento estaba arrastrándose de vuelta allí, como un cachorrillo herido. Y eso era lo que más odiaba. Nada lo cabreaba más que tener que enfrentarse a la peor parte de su historia.

Era una pena que no pudiera acudir a Nykyrian. Sabía que su amigo no dudaría en ayudarlo, pero este tenía ya sus propios problemas y lo último que Syn quería era depositar otro ante su puerta. Sí, era maravilloso que te buscaran, cuando la mayoría de sus amigos también estaban escondiéndose. Y en cuanto a Caillen…

Claro…

No. Podía ocuparse de eso él solo. Como siempre se había ocupado de todo.

Sólo que esa vez no estaba intentando salvar únicamente su pellejo. Tenía que cuidar también de Shahara. Su presencia debería molestarle, pero, por alguna extraña razón, no era así. En vez de eso, le resultaba casi reconfortante saber que si él no podía, ella estaba allí para ayudarlo.

Pero ¿lo haría?

«Vamos, Syn. ¿Dónde tienes el cerebro? ¿Qué diablos te hace pensar que te volverá a echar una mano? La única razón por la que fue a buscarte era porque se sentía culpable por su hermano y aún has tenido suerte de que tuviera tanta compasión contigo. No cuentes con ello una segunda vez. Tú, amigo mío, no eres nada para ella. Sólo un presidiario».

Y Shahara odiaba a los presidiarios.

Con un suspiro, se dio cuenta de lo cierto de sus pensamientos. Sólo estaba viviendo una fantasía, como había hecho con Mara.

Y, al igual que su esposa, Shahara lo abandonaría sin pensarlo ni un momento; y sólo se detendría lo necesario para llamar a las autoridades mientras se encaminaba hacia la puerta.

Lo sabía con la misma seguridad con que sabía que los ritadarios lo matarían. Entonces, ¿por qué su mente lo traicionaba con esos pensamientos sobre ella? Su olor, su suavidad, incluso la pequeña arruga que tenía entre las cejas cuando lo miraba como si estuviera loco; todo eso se le había grabado profundamente.

Era una belleza y él daría la poca alma que le quedaba por pasar una noche con ella.

Pero ese era un sueño absurdo y estaba cansado de tratar de alcanzar las estrellas, sólo para que el destino lo arrojara de nuevo al suelo.

Se resignó ante la brutal realidad de su vida y comprobó los parámetros en el panel.

Shahara notó la mirada de Syn. ¿Por qué la estaría observando?

Una rápida ojeada le dijo que no era con rabia.

Entonces, ¿por qué?

Una parte de ella que no sabría nombrar disfrutaba con su atención. Él le enviaba calor con su mirada y su cuerpo le respondía sin intervención de su voluntad.

Incluso en ese momento podía recordar la sensación de su piel, de sus manos sobre ella. Desde la adolescencia, nunca se había atrevido a pensar en un hombre, a excepción de su hermano, como alguien que no fuera enemigo.

Por primera vez veía a uno como algo más. Inesperadamente, de los rincones más ocultos de su mente resurgieron sueños olvidados. Sueños que la atormentaban con la idea de un amante, de arrancarle la ropa y acariciar su fuerte cuerpo hasta que él le rogara que parase.

Pero esa no era ella. Hacía mucho tiempo que Shahara había decidido mantener congeladas sus hormonas y le molestaba mucho que él las estuviera descongelando con tanta facilidad.

—Si no te importa… —Syn se levantó de la silla—. Voy a tumbarme un rato. He puesto el piloto automático. Avísame si ocurre algo fuera de lo normal.

—Claro. —Shahara lo observó marcharse y cuando estuvo segura de que había tenido tiempo suficiente para llegar a la zona de descanso, se volvió hacia los monitores de la nave.

Su conciencia la riñó por espiar, pero no le importó. Quería observarlo sin el peso de aquellos ojos oscuros sobre ella.

¿Y qué momento mejor que cuando dormía?

Lo encontró en el salón del capitán. La estancia era grande para una nave de ese tamaño, y elegante, con un catre doble colocado contra la pared del fondo. Syn se dirigió directamente a él y se sentó. Con una mueca de dolor, se quitó las botas de Caillen y las dejó en el suelo antes de tumbarse. Suspiró profundamente y se cubrió los ojos con el brazo.

La camisa de Caillen se le tensaba sobre los anchos hombros y con el brazo levantado, los marcados abdominales le quedaban al descubierto. Shahara se quedó mirando su piel desnuda, mientras se preguntaba cómo sería pasar las manos por esos surcos.

Mordisquearlos…

Syn tenía una figura impresionante incluso tumbado. Algo innato en él advertía de sus letales habilidades. Y aunque portaba el aura de peligro que lo rodeaba como un cómodo zapato, también era educado y encantador.

Al menos cuando no se las estaba dando de listo.

Cómo le gustaría saber qué estaría pensando.

O, al menos, algo más sobre su pasado, que tenía que ser realmente horrible.

Pensó de repente en su nombre, al recordar que aún no sabía a qué correspondían las siglas C. I. Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas…

Y, sobre todo, se preguntó cómo sería llamar a Syn amigo. A sus hermanos parecía resultarles fácil. ¿Por qué a ella no?

Porque a ella la habían traicionado todos aquellos en quienes había confiado. Su padre había estado tan obsesionado con sus inventos y planes que nunca le había prestado mucha atención. A sus hermanos y a ella les prometía que pasaría ratos con ellos y luego lo olvidaba convenientemente.

O se frustraba cuando las cosas no le funcionaban y entonces desaparecía durante un día o dos para «aclararse las ideas», mientras el resto de la familia tenía que arreglárselas como podía.

Su madre había tratado de consolarlos, pero había estado enferma tantos años que ella casi no la recordaba antes de eso. Y había confiado en Shahara para todo. Para que rogara que les dieran más tiempo para pagar las facturas, para ayudarla a vestirse y que cuidara de sus hermanos, para ocultar el dinero de la vista de su padre…

Siempre había algo de lo que preocuparse.

Y luego llegó Gaelin. A Shahara le había parecido como un héroe mítico, llegado para ayudarla justo cuando más lo necesitaba. Su padre no llevaba muerto ni un año y ella acababa de comenzar su formación de rastreadora. Lo había conocido en el mercado y él la había seguido como un cachorrillo enamorado.

—Vamos, nena, sonríeme un poco. Eso es lo único que te pido. Déjame que te lleve esa caja. No te preocupes, no muerdo. Soy uno de los buenos.

Parecía tan inofensivo que Shahara en seguida había bajado la guardia.

Dios, qué estúpida había sido. ¿Cómo era posible que no lo hubiera calado de buen principio?

Pero sabía por qué. Había sido la fuerte durante tanto tiempo que le resultaba muy agradable apoyarse en alguien para variar. Y Gaelin parecía solícito y amable…

Joven e inocente, ella había querido creer que había bondad en el mundo, que los finales felices eran posibles y que la gente era decente.

Sí, claro.

Lo único que le interesaba a Gaelin era su cuerpo y el poco dinero que tenía. Y cuando consideró que ya había esperado lo suficiente, cogió lo que quería y la dejó sangrando.

Aquel día, Shahara también murió. No físicamente, sino por dentro. Todas sus esperanzas y sueños sobre su futuro se desvanecieron. A partir de ese día, supo que nunca tendría hijos; Gaelin se había ocupado de eso.

Ni amor, ni esposo.

Nada excepto una larga vida sirviendo a sus hermanos y tratando de que eso no la amargara. Quería asegurarse de que ellos pudieran cumplir los sueños que ella ya no se atrevía a tener. Quería asegurarse de que nadie les arrebatara lo que a ella le habían arrebatado brutalmente.

Se le hizo un nudo en la garganta y deseó poder llorar. Pero ¿de qué servía? Las lágrimas eran baratas y Shahara no era de las que se regodeaban en la tristeza.

Aun así, deseaba no haber conocido nunca a Gaelin. Deseaba haber conocido a Syn en otras circunstancias.

¿No habría sido genial conocer a Sheridan Belask, el estudiante de Medicina? Sin saber nada de su pasado, seguramente aún le habría gustado más.

«Bah. Syn tiene razón, soy como una chiquilla llorona. Ya basta».

Lo hecho, hecho estaba. No podía volver atrás y en ese momento tenía problemas mucho peores por delante.

Apagó el monitor y se prometió a sí misma que no pensaría más en lo que podría haber sido, ni tampoco en él.

No podía permitírselo.

• • •

Horas después, a Syn lo despertó el zumbido del interfono.

—Sí —contestó, con la voz rota por el nuevo dolor que se le había metido en los huesos al dormir.

«No te muevas. No respires.

»Por favor, que alguien me pegue un tiro y acabe con mis sufrimientos…».

¿Por qué le dolía tanto todo al moverse? Movió los ojos y todas las causas médicas se le pasaron por la cabeza.

«Cierra el pico, cerebro. Ya sé por qué me duele. Pero no quiero que lo haga».

—Nos estamos acercando a Rook. He pensado que querrías venir aquí y hablar con el controlador.

—La verdad es que no —susurró él.

Pero ella tenía razón. Shahara sólo conseguiría que los hicieran volar por los aires. Con la suerte de Syn, hasta era posible que ella les dijera quiénes eran y que iban allí para ocultarse.

Apretó los dientes preparándose para sentir el dolor y se levantó de la cama lentamente. Se puso las botas de Caillen y fue al puesto de mando.

—¿Qué tal has dormido? —le preguntó ella en cuanto lo vio.

—Como un bebé elefante atrapado en una trampa de acero.

Se sentó en la silla del piloto y trató de no respirar.

Shahara negó con la cabeza, mirándolo.

—Han comenzado a pedirnos nuestras cartas y la matrícula.

—¿Les has dado algo?

—No.

—Buena chica. —Abrió el canal—. Corta el rollo, imbécil, si tuviera este trasto registrado, no estaría aquí. Me apropié de él en Gondara. Déjanos pasar antes de que te atrape y te machaque por hacerme perder el tiempo.

El canal zumbó durante varios segundos hasta que se oyó una brusca voz:

—¿Quién es el capitán?

—Chryton Doone.

—Atraca en el Muelle Nueve, hangar Delta Cuatro.

Shahara alzó las cejas, sorprendida tanto por el nuevo nombre de Syn como por la facilidad con que le habían dado permiso para aterrizar.

¿La C. sería de Chryton?

No. No podía ser de Chryton. Ese nombre no le pegaba.

Se recostó en el asiento.

—Eso ha sido muy fácil —comentó.

—No te vuelvas optimista —replicó él. Se apartó el cabello de los ojos—. Te aseguro que tendremos un comité de bienvenida. Así que quédate callada y reza porque nadie te reconozca.

Sí, eso sería malo. Llevar a un rastreador a un planeta de criminales era suicida. Y si la reconocían, estaba segura de que ni la reputación de Syn la sacaría de ese lío. Y aunque era capaz de luchar contra los mejores, allí la superaban en número.

Quizá luchar no fuera tan buena idea, a fin de cuentas.

En unos minutos, Syn había aterrizado y amarrado.

Como había predicho, un grupo de tres hombres y dos mujeres, todos armados, había ido a recibirlos. Esperaban fuera de la escotilla, con las armas dispuestas.

Syn se quedó ante la consola varios segundos, moviendo los dedos de un lado a otro sobre los controles laterales, como si también él se estuviera planteando que era de locos estar allí.

Finalmente, se levantó, se puso la chaqueta y fue hacia la rampa de abordaje.

Cuando llegó al final del pasillo, se detuvo. Había un pequeño espejo a la izquierda de la escotilla y se miró en él durante un momento.

—Vaya —exclamó mientras se arreglaba el cabello para ocultar los golpes de la frente—. Parece que haya salido del mismo infierno.

—Bueno, así no desentonarás aquí.

La mirada que él le lanzó fue puro fuego helado. Se sacó unas gafas oscuras del bolsillo de la chaqueta y se las puso para ocultar el ojo morado.

—Pásame tu pistola.

—¿Por qué? ¿Estás pensando en dispararme?

—Aún no. —Y añadió—. Si salgo ahí desarmado, sabrán que algo no va bien.

Shahara lo pensó durante todo un minuto antes de darle el arma.

Syn se la metió en el bolsillo izquierdo.

—¿Sigues llevando la pequeña en la bota?

—Sí.

—Sácala y mantenla sin soltarla dentro del bolsillo.

A ella no le gustó cómo sonaba eso, pero obedeció.

—Ahora dame la otra mano.

Shahara frunció el cejo antes de hacerlo. Él cogió un pequeño bolígrafo de un agujero de la pared y rápidamente le escribió un nombre y una dirección en la palma de la mano. Su contacto le hizo cosquillas en la mano y le despertó extrañas sensaciones en el estómago. ¿Qué estaba haciendo Syn?

—Si me pasa algo, esta es la dirección de un hombre llamado Digger. Debe de estar a un par de manzanas hacia la derecha, en un gran edificio de apartamentos. No tiene pérdida. —Se quitó la medalla de plata y se la colgó a ella del cuello. Aún conservaba su calor y la hizo estremecer. Los pechos se le tensaron—. Enséñale esto y él te ayudará.

—Y tú ¿qué?

—Si no paso, no te preocupes por mí. Yo no tengo tres hermanos que me necesiten y me quieran. Tú sólo asegúrate de escapar.

Shahara le escuchó con disgusto.

—¿No te ves capaz de resistir dos manzanas?

Syn no respondió. En vez de eso, cambió de tema.

—Quédate aquí mientras hablo con los guardias.

Con un cejo de preocupación, ella le contempló bajar la rampa y luego recorrerla hasta encontrarse con el grupo de recepción. Sólo una ligera cojera delataba su estado. Bueno, eso y los moratones que aún tenía en el cuello. Magulladuras que la hacían sentirse culpable por haberlo entregado a Merjack.

Con una indiferencia muy masculina y totalmente controlada que la dejaba perpleja, Syn se acercó a los guardias e intercambió unas palabras con ellos.

Cuando estos se alejaron, hizo un gesto para que ella saliera.

Shahara respiró aliviada.

—¿Qué les has dicho?

Su sonrisa pícara reapareció, haciendo que se le marcara un hoyuelo.

—No voy a repetírtelo a ti.

Ella entrecerró los ojos.

—Ten cuidado, presidiario, puedo acabar lo que comenzaron los rits.

Él se rio y le pasó el brazo derecho por los hombros. A Shahara se le dispararon todas las alarmas y se tensó.

—Relájate —le susurró él y su aliento le hizo cosquillas en el cuello—. Necesito una muleta, pero es mejor que no me vean por las calles con una. Si alguno de los nativos detecta mi debilidad, ambos seremos comida para perros. Así que pon cara de pocos amigos y no mires a nadie a los ojos.

Ella le sonrió seductora.

—Oh, querido, me llevas a los sitios más maravillosos.

—No me hagas reír. Me duele demasiado. Ahora deja de hablar y vamos hacia la puerta.

Cuando comenzaron a caminar, Shahara no pudo dejar de notar los músculos que se flexionaban a su lado, bajo sus manos. Duros y fuertes, proclamaban su presencia de una manera que le alteraba la respiración. Con su ansia por el cuerpo de él rogándole que la saciara, ella trató de pensar en algo desagradable, como en la ropa interior sucia de Caillen.

No le sirvió de nada.

Y sólo le hizo recordar que Syn no llevaba.

Una vez fuera, Shahara casi se detuvo de temor. Sólo Syn, empujándola todo el rato, consiguió que se moviera.

La suciedad se amontonaba en las calles y un hedor demasiado parecido al de los excrementos humanos, la basura y el alcohol asaltaron cada una de sus glándulas olfativas. Notó que la bilis le subía por la garganta y eso sí consiguió distraerla de la tentadora presencia que tenía a su lado.

—Relájate. —Él apretó más el brazo con que le rodeaba los hombros—. Respira por la boca.

—Dios, ¿qué es ese apestoso hedor?

—El infierno.

Mientras Syn continuaba guiándola por la calle, Shahara comenzó a sentir una extraña aprensión. Estaba confiando mucho en un hombre al que casi no conocía. Podría conducirla a cualquier lugar remoto y dejarla allí tirada.

Por lo que sabía, podía incluso estar llevándola a un esclavista para conseguir dinero suficiente para esconderse.

«Dios santo, chica, ¿qué estás haciendo?».

Ella no era así. Shahara Dagan no confiaba en nadie.

Nunca.

La última vez que había cometido ese error, la habían violado y le habían robado. Y si Syn se enteraba alguna vez de por qué estaba allí con él, seguro que eso no sería nada comparado con lo que le haría.

—¿Adónde vamos?

La miró sorprendido.

—A ver a un viejo amigo.

—¿Qué clase de amigo?

Con un profundo suspiro, Syn negó con la cabeza.

—No te voy a dejar aquí tirada sin dinero y sin forma de volver a casa, si es eso lo que estás pensando. No soy ni la mitad de cabrón de lo que dicen tus hojas de recompensas. No dejaría ni a un perro rabioso a merced de los gusanos que habitan en este lugar. Así que relájate. Cuanto menos sepas, más segura estarás.

Aun así, ella no podía acallar las dudas que no dejaban de corroerla por dentro.

—¿Por qué me estás ayudando?

—Oh, mierda, no lo sé. Supongo que porque soy estúpido. —La miró y debió de ver la preocupación en su rostro—. Eres la reverenciada hermana mayor de Caillen, ¿lo recuerdas? —De repente, su voz no sonaba molesta—. No voy a enfrentarme a él después de dejar que te pase algo. Eso lo mataría y me cae demasiado bien como para permitir que eso ocurra.

Esa explicación la hizo sentirse extrañamente decepcionada.

Se tensó.

«¿Y qué esperabas; “Oh, Shahara, te ayudo porque me importas”? Despierta. Eres más lista que todo eso. La gente sólo ayuda cuando tiene que hacerlo».

Con un suspiro, ella ajustó la mano con que agarraba a Syn por la cadera y miró hacia otro lado.

Los edificios que los rodeaban eran una extraña mezcolanza de vidrio, acero, ladrillo y madera. Parecía que los arquitectos hubieran usado partes sobrantes y planos descartados. Y todas las personas con que se cruzaban los miraban con un interés que la hacía sudar.

Oyó unos pasos que se acercaban por delante. Recordó la advertencia de Syn y clavó la vista en la acera.

—Eh, ¿cuánto por la mujer?

Syn la hizo parar.

Shahara no pudo resistirse a lanzar una rápida ojeada y vio a un hombre alto y calvo frente a ellos hacia la derecha. Grueso y con mala pinta, asustaría al miedo. Iba con un compañero más bajo y de pelo canoso, que estaba a unos dos palmos detrás de él.

Ella miró a Syn y observó la manera casi imperceptible en que entrecerró los ojos tras las gafas oscuras.

—Más o menos tu vida. —Recorrió al hombre con una mirada de desprecio—. ¿Sigues interesado?

El desconocido miró a su amigo. Intercambiaron una sonrisa arrogante y divertida antes de que el hombre volviera a mirar a Syn.

—Vamos, amigo. Son dos contra uno. Y no pareces estar muy en forma.

Con una indiferencia que la dejó pasmada, Syn se quitó las gafas y se las metió en el bolsillo. La única pista que tuvo ella del humor letal en que se hallaba fue un sutil movimiento de la chaqueta con la mano izquierda para dejar al descubierto la pistola de rayos. Como si nada, le puso la mano a ella sobre las posaderas.

—No te debes de estar dirigiendo a mí, pues yo no tengo amigos pokas. Y te aseguro que os podría arrancar el corazón a los dos antes de que tu olor llegue al suelo contigo.

La furia contrajo las facciones del hombre, que dio un paso adelante.

Syn no se movió. Ni siquiera se tensó. Siguió allí plantado, burlándose de ellos con la mirada y en un silencio mortal.

Esperando.

Como una víbora cruel y peligrosa que se supiera capaz de derrotar a sus enemigos de una sola picada.

El hombre de detrás palideció.

—Espera un momento, Chronus. Ese es Syn. He visto su cara en el escáner de Blade.

Un destello de temor borró la furia de los ojos grises del calvo un instante antes de que se lo viera dudar.

—Creía que estaba muerto.

Syn le sonrió amenazador.

—No tan muerto como lo estarás tú si no sigues tu camino… amigo.

El tipo bajo agarró al otro por el hombro.

—Vámonos. No te metas con él. Recuerda lo que les hizo a Durrin y a Blade. El partini aún no camina bien.

Syn soltó una carcajada maliciosa.

—Estoy seguro de que a ti también te gustaría verte el hueso de la rodilla. ¿Qué te parece si jugamos a médicos un rato? —Miró su cronómetro—. Aún tengo tiempo…

Los dos hombres se largaron a todo correr.

Shahara se quedó atónita ante su huida. Pero, sobre todo, la impresionó que Syn inspirara esa clase de miedo sin siquiera sacar un arma.

—¿Qué le hiciste al partini?

Él le pasó de nuevo el brazo por los hombros.

—Es una larga historia. Y no hay nada más aburrido que una vieja anécdota de guerra.

Ella se quedó perpleja. Cualquier otro hombre, incluido su hermano, no hubiera dudado en aburrirla con un relato sobre su hombría. Pero Syn no parecía necesitar demostrar nada. Shahara sonrió ante su seguridad en sí mismo. Era un buen cambio respecto a la gente que había conocido.

Mientras seguían caminando, lo miró y observó lo bien que conseguía que el dolor no se le notara en la cara.

¿Cómo lo haría?

De no ser por los morados y la ligera cojera, nunca hubiese dicho que estaba herido y se preguntó qué cicatrices internas debía de ocultar con aquella misma gracia de depredador.

Syn era como acero bien templado. Y debían de haber sido necesarios los mismísimos fuegos del infierno para forjar a un hombre así de fuerte. Lo que planteaba una pregunta: ¿cuáles eran sus debilidades? Porque seguro que tenía alguna.

Sin más problemas, se acercaron al edificio de apartamentos. Dos torres gemelas amarillo brillante que se alzaban hacia el líquido cielo azul.

Desde lejos, el lugar parecía habitable, pero con cada paso que daban se iba volviendo menos atractivo. Botellas rotas y basura se apilaban en las aceras y varios cuerpos yacían tirados ante las puertas de las viviendas.

Shahara estuvo tentada de buscarles el pulso, pero se recordó que muchos ladrones empleaban esa treta. En cuanto alguien se inclinaba sobre ellos, le saltaban encima.

Igual que Syn en la prisión.

Este la cogió de la mano y la guio hacia una puerta doble de cristal, cubierta de grafitis. Apretó los controles para abrirla.

Mientras la puerta se movía, Shahara pensó en una vieja historia que había leído una vez y que describía la entrada del infierno. Ese lugar seguro que se le parecía. De no ser por Syn, probablemente ella estaría corriendo ya en dirección contraria.

Por alguna razón, la tranquilizaba su presencia. Mucho más de lo que debería.

Él la guio por un vestíbulo sucio, húmedo y vacío, donde había más grafitis pintados, algunos muy vulgares y obscenos. Incluso había dibujos de actos lascivos y de partes del cuerpo.

Al acercarse al ascensor, una enorme cosa con aspecto de reptil apareció y les cortó el paso. Tenía el cuerpo de un lagarto erguido y su rostro era medio humano medio de serpiente. Las brillantes escamas azules y verdes refulgieron bajo la tenue luz.

A Shahara se le quedó un grito atorado en la garganta; olvidó la advertencia de Syn y miró aquellos ojos amarillos, que sólo se interrumpían por la raja negra de la pupila.

El ser los apuntó con una pistola de rayos.

—Levantad las manos, humanos. Ahora.